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MARIA, DISCÍPULA Y MISIONERA

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí


según tu palabra” (Lc1,38)

La Iglesia es «misionera por su misma naturaleza (AG 2), como


«sacramento universal de salvación» (AG 1; LG 48), que encuentra en María
su personificación o Tipo (LG 53, 63). Viviendo y anunciando el misterio de
Cristo nacido de María, la Iglesia reencuentra continuamente su identidad.
Al inicio del capítulo mariano de la Lumen gentium, el concilio Vaticano II,
citando el texto paulino de los Gálatas, resume así la acción eclesial de
anunciar a Cristo, Redentor del mundo:

Manifestar a Cristo y comunicarlo a todos los corazones y todas las


gentes, es la razón de ser de María y de la Iglesia. La Iglesia mira a María
como «punto de referencia... para los pueblos y para la humanidad entera»
(Rma. 6). En esta realidad «misionera», María precede a la Iglesia como «la
gran señal» (Ap. 12,1), «estrella de la evangelización» (EN 82) .

María es la primera creyente y discípula de Cristo. Por esto también puede


ser llamada la primera evangelizadora. La «cooperación (de María) a la
salvación» (LG 56), como «asociada» a Cristo Redentor (LG 58), se convierte
en «influjo salvífico» y en «misión materna para todos los hombres» (LG 60).
Ella es «la gran señal» (Ap 12,1) ante los pueblos, como «la mujer (Jn 2,4;
19,26; Gal 4,4) figura de la Iglesia.

Sin duda, para poder reflexionar y profundizar sobre el rol de María como
discípula y misionera de Cristo, nos es necesario partir de la misma reflexión de la
Iglesia y en nuestro caso, en tanto que latinoamericanos, aparte de los textos del
Concilio y otros, deberemos tener en consideración aquellos que son propios a
nuestra realidad latinoamericana especialmente el Documento de Aparecida en
el cual al tratar sobre María lo hace de una manera muy especial en su rol de
“Discípula y Misionera”. Aquí se resalta la importancia de su presencia en el
itinerario formativo de los discípulos. Partiendo del hecho que el encuentro con el
Señor es una experiencia personal y eclesial del misterio trinitario Padre, Hijo y
Espíritu Santo, María es presentada en su personal calidad de discípula y
misionera al mismo tiempo.

María se presenta ante nosotros como la máxima realización del cristiano que es
la comunión con la Trinidad y nos conduce en la formación de nuestra identidad
más profunda: ser “Hijos en el Hijo”. Por su fe y obediencia, por su interiorización
de la Palabra y de las acciones de Jesús, María participa de una manera especial
y única del misterio profundo de Cristo en su vida y en la vida de la Iglesia. Brota a
lo largo del documento su maternidad llena de Cristo y de los discípulos “nuevos
hijos espirituales”. Ellos apoyan su fe en la fe de María que se mantuvo firme al pie
de la cruz al lado de su Hijo Jesucristo y cerca del discípulo amado.

“María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y


formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo,
trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano,
presidió junto al humilde Juan Diego el Pentecostés que nos abrió a los
dones del Espíritu. Desde entonces son incontables las comunidades que
han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser
discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo constatamos que se ha hecho
parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando
profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles
y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios
esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia
cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la
confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la
sienten como madre y hermana. (D.A. 269)

“Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere


enfatizar el discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos
como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo. Ésta es la hora
de la seguidora más radical de Cristo, de su magisterio discipular y
misionero…” (D.A. 270).

Estas palabras que encontramos en este importantísimo documento, reflexión de


la Iglesia presidida por el Papa Benedicto XVI y de nuestros Obispos, reflejan
claramente la necesidad de contemplar en María el modelo a seguir para realizar
nuestra identidad de discípulos y misioneros de la “Civilización del amor”. Es de
Ella que debemos aprender estas dos dimensiones de nuestra vida en Cristo, en
ese orden y complementariedad. Antes de ser misioneros, es decir “enviados”
(que es el significado de la palabra apóstoles (del griego “apostellos”) es necesario
“vivir” con el Maestro”, aprender de Él, ser como Él, “conformarnos” a Él. Para
ello, la actitud más necesaria y vital será la de la escucha (en hebreo shemá) que
es considerada la actitud espiritual por excelencia, la más necesaria, la más vital:
“Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno” (Deut.6,4). En la
tradición judía este es el primer mandamiento y el principio de todo: escuchar. Sin
duda que todo esto lo vemos particularmente reflejado en María, mujer totalmente
impregnada de la palabra de Dios, que ha escuchado y vivid de ella, que ha sido
totalmente modelada por ella desde su Concepción Inmaculada y justamente es
por esta capacidad de escucha que le ha sido posible “acoger” al Verbo al punto
de permitirle Su Encarnación. “Que se haga en mi según tu palabra” y la palabra
se hace vida, se hace carne, se hace hombre en Ella, se hace, a través de Ella,
Presencia en medio de los hombres (Dios con nosotros). De esta manera, es a
través de Ella que el gran misionero y Revelador del Padre, Jesucristo, viene a
nosotros para mostrarnos el verdadero rostro de Dios, Él que es “la imagen visible
de Dios invisible”, Él quien nos ha dicho “No los llamo ya siervos, sino amigos,
porque todo lo que he escuchado a mi Padre se los he dado a conocer. No me
han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes y los he destinado
para que vayan y den fruto y que su fruto permanezca…” (Jn. 15, 15-16). Esta es
nuestra misión, dar fruto y que permanezca en nosotros y en los demás. Nuestra
misión es “ir”, allá donde sea necesario y “fructificar”.

¿De donde sino de esta intimidad de discípulos, de amigos íntimos, podemos ser
misioneros fértiles? De Ella, por Ella y en Ella su “más íntima amiga, su más
grande discípula y, como consecuencia de esto, su mejor misionera””, de María es
que podremos conformarnos a Él. Es a partir de esta realidad que se podrá crear
en nosotros esta personalidad misionera. Esta identidad misionera sólo se forja
en esta intimidad de discípulos.

“Ella, que “conservaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón” (Lc
2, 19; cf. 2, 51), nos enseña el primado de la escucha de la Palabra en la vida del
discípulo y misionero”… Ella habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra
de Dios se le hace su palabra, y su palabra nace de la Palabra de Dios.
Además así se revela que sus pensamientos están en sintonía con los
pensamientos de Dios, que su querer es un querer junto con Dios. Estando
íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, Ella puede llegar a ser madre
de la Palabra encarnada” (D.A. 271).

Escucha, sintonía, intimidad, son estas las palabras claves que moldean al
verdadero discípulo de Cristo y que lo posibilitan a ser un verdadero misionero
Suyo. Repetimos dos veces la palabra “verdadero” porque podemos llegar a ser
“no verdaderos” discípulos y misioneros, es decir, ser de aquellos que hablan sin
llegar ni al corazón ni a la inteligencia del hombre a fuerza de no tener la
“autoridad” que nace de esta intimidad y escucha.

. “La figura de María constituye la referencia fundamental de la Iglesia. Se


podría decir, metafóricamente, que María ofrece a la Iglesia el espejo en el
que es invitada a reconocer su propia identidad así como las disposiciones
del corazón, las actitudes y los gestos que Dios espera de ella. La existencia
de María es para la Iglesia una invitación a radicar su ser en la escucha y
acogida de la Palabra de Dios. Porque la fe no es tanto la búsqueda de Dios
por parte del hombre cuanto el reconocimiento de que Dios viene a él, lo
visita y le habla.” (Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre La
colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo. N.15).

Características del discípulo-misionero de Cristo.


Podemos tal vez modestamente esbozar algunas de estas características sin
pretender que no existan otras, pero si las principales.

1.- A partir de todo lo dicho con insistencia anteriormente podemos decir que la
primera y principalísima característica del discípulo-misionero será esta
relación cercana, profunda con Aquel que lo envía, la cual sólo es posible en
esta escucha amorosa, atenta y orante de la palabra que permite, por decirlo
de una manera simbólica pero muy real al mismo tiempo, “encarnarse a Dios en
nosotros.

En relación a estas últimas palabras de D.A 271, sería interesante y oportuno


añadir las enseñanzas que a este respecto hace el padre Mauricio Zundel,
considerado por el Papa Pablo XVI como “el más grande místico y teólogo
contemporáneo”, predicador en los retiros de Papa, que enseña que, con María,
todos nosotros tenemos por vocación la de ser de alguna manera “madre de
Dios” porque nuestra misión es la de alumbrar al Hijo de Dios en el mundo.
Hace esta reflexión al meditar sobre el pasaje del evangelio en donde el Señor nos
dice “todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre” (Mt. 12,50). Es Su Presencia lo que garantiza
esta “civilización del amor” que es nuestra misión construir. De lo que se
desprende que nuestra más grande misión es hacer presente a Dios en el mundo

La vida de María desde su Inmaculada concepción ha sido una vida misionera


puesto que este privilegio ha sido dado a María en “orden a su Maternidad Divina”
que es su misión.

2.- En el evangelio de san Lucas vemos otra de las principales características


del verdadero misionero: la disponibilidad y la prontitud, la prisa por llevar a
Jesús, ansia de llevar el mensaje y servir. El amor de Dios está inquieto en
nosotros. “En aquellos días se puso en camino y se fue con prontitud a la región
montañosa…entro en casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto oyó Isabel el
saludo de María, salto de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena del Espíritu
Santo y exclamo a gritos: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno
y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor…feliz la que ha
creído…” (Lc.1, 39-45). Al verdadero discípulo-misionero le apremia el deseo
de llevar a Cristo que es lo mismo que llevar la vida. Es un discípulo y misionero
de la vida, de la alegría, de la esperanza y de la felicidad. Al igual que María, la
“visita” del discípulo-misionero es “efusión del Espíritu Santo”, es Pentecostés. Si
visita transmite la fe que da felicidad: “feliz la que ha creído”.

“María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega


y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además,
cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, “se
sientan como en su casa”. Crea comunión y educa a un estilo de vida
compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro,
especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte
presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de
la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la
comunión”, y en espacio espiritual que prepara para la misión (D.A. 272).

3.- El documento del Sínodo de Aparecida, recuerda con delicadeza la presencia


de la Virgen de Guadalupe en tierras americanas así como la de San Juan Diego y
de este discípulo de María también podemos aprender con provecho sobre el
significado de nuestra vocación como discípulos y misioneros ya que este mismo
santo se ha puesto bajo la escuela de María. Una de las características del
discípulo que podemos ver a través de él es la de “una confianza total en la
conducción de María”. Así debemos ser los discípulos del Señor ya que Él
mismo se ha confiado enteramente en las manos de su madre. Paradójicamente
se puede traducir justamente en este pequeño acto de desconfianza, muy humana
pero al mismo tiempo inoportuno de Juan Diego frente a la “misión” que le confía
la guadalupana. Ante la enfermedad de su tío y sus ruegos para que Juan Diego
le traiga al sacerdote, este santo se “desvía” del camino acostumbrado para no
encontrarse con la Virgen (pues no tenía tiempo para hacer su “encargo”) para
poder ir rápidamente al pueblo a buscar al sacerdote. La virgen se le aparece en
el camino y él, al excusarse, va a obtener esta respuesta de María de Guadalupe:
“Juan Diego, Juan Dieguito, qué es lo que te turba…no se entristezca tu corazón
ni te llenes de angustia ¿acaso no estoy yo aquí que soy tu madre? ¿Acaso no
soy tu ayuda y protección”. Precisas palabras que nos hacen reflexionar que si
bien somos discípulos, antes somos hijos de María y esta condición de
discípulos sólo puede tener sus raíces en esta filiación amorosa y llena de
confianza. “…tras la madre y el discípulo, en virtud de la acogida del don que ha
hecho el Maestro, se instaura una relación de índole materno filial que fluye desde
lo íntimo del misterio pascual y que mira un aspecto esencial de la condición
para ser discípulo: la vida de la Gracia”(La Madre del Señor, memoria,
presencia, esperanza, Juan Pablo II). ¿Quién mejor que “La llena de Gracia” para
ponernos en la ruta?

Desearíamos concluir esta reflexión añadiendo que María ha encarnado estas


dimensiones de discípula y misionera sobre todo en su hogar de Nazaret, al lado
del mismo Jesús, Su Hijo y Su Señor, al lado de José, “el justo”, este hombre
excepcional. Ha encarnado esta dimensiones en su comunidad, allí en su pueblo:
“…de Nazaret puede salir algo bueno” (Jn. 1, 46) En este “pueblo de nada”
ocurrió lo más grande y lo más bueno que ha podido acontecer en toda la historia
universal. Esta actitud de María la podemos muy bien imaginar y trasladar a su
familia, los mencionados y los demás, así como a sus vecinos y amigos, a
aquellos que iban a la misma sinagoga y oraban y escuchaban la Palabra con ella.
Es en la familia, en el hogar, en la comunidad donde se forjan los verdaderos
discípulos y misioneros. En un ambiente fértil creado para que esto ocurra y
debemos tener la sana ambición de que de nuestras familias, comunidades,
parroquias, etc, surjan vocaciones misioneras, sacerdotales, religiosas y laicas,
porque ese será el signo de que nuestra familia, nuestra comunidad son
verdaderamente cristianas, son Iglesia y, como lo hemos visto desde las primeras
palabras de esta reflexión “La Iglesia (tú y yo) es misionera por su misma
naturaleza”(AG2).

“El verdadero discípulo crece y madura en la familia, en la comunidad


parroquial y diocesana; se convierte en cuanto anuncia la persona de Cristo
y su evangelio en todos los ambientes: la escuela, la economía, la cultura, la
política y los medios de comunicación social” “se custodia el patrimonio; en
él los hijos reciben el don de la vida, se sienten amados tal como son y
aprenden los valores que les ayudarán a vivir como hijos de Dios. De esta
manera, acogiendo el don de la vida, la familia se convierte en el ambiente
propicio para responder al don de la vocación, especialmente ahora en que
se siente tanto la necesidad de que el Señor envíe trabajadores a su mies”…
“discípulo, misionero en el hogar, en la familia” (Benedicto XVI, discurso a
los participantes de a Plenaria de la Pontificia Comisión para América
Latina).

TRABAJO.

1) La presencia de María en Historia de la Salvación es bastante significativa


¿En qué medida su testimonio, su vida, su presencia te ayuda a ser un
auténtico discípulo y misionero de Jesucristo?

2) Reflexiona sobre lo siguiente: “En el evangelio de Marcos encontramos que


un día Jesús habló con gran solemnidad ante la gente y sus discípulos,
para hablar del auténtico seguidor por la causa del reino: “Si alguno quiere
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que
me siga” (Mc 8, 34). Desde la profecía de Simeón “Una espada atravesará
tu corazón” (Lc 2,35). María aprendió a seguir a Jesús junto con otros
seguidores. Ella “avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la
unión con su Hijo hasta la Cruz” (cfr. LG 58). Supo mantener hasta el final
el sí entregado en la Encarnación despojándose de aquello que podía
haberle dado un reconocimiento como madre de Jesús, se mantuvo en el
silencio y la humildad, y dejó que el Hijo fuera totalmente libre para su
misión”.

a) Anota las frases que te parezcan más significativas, reflexiónalas y


luego coméntalas en grupo.

b) Construir una oración mariana desde tu propia experiencia y con la


ayuda de este esquema que presenta el párrafo.

Oh Madre de los hombres y de los pueblos, tú conoces todos sus sufrimientos y


esperanzas, tú sientes maternalmente todas las luchas, entre el bien y el mal,
entre la luz y las tinieblas que estremecen al mundo: acoge nuestro grito,
dirigido en el Espíritu Santo, directamente a tu corazón y abraza con el amor
de la Madre y Sierva del Señor a los hombres y a los pueblos que esperan
este abrazo tuyo y al mismo tiempo a todos los hombres y pueblos cuya
entrega tú misma esperas de modo particular.

Toma bajo tu protección maternal a toda la familia humana que, con


afectuoso transporte, nosotros te entregamos a ti, oh Madre.

Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el tiempo de la


verdad, de la justicia y de la esperanza.

Papa Juan Pablo II.

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