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El Orgullo de un Siervo

1 Corintios 3:1-23
Un pastor, un boy scout y un erudito en computación eran los únicos pasajeros de un
pequeño avión que confrontó dificultades en medio de su vuelo. El piloto salió de la
cabina y les avisó que el aparato estaba fallando y que se estaban precipitando a tierra.
Después añadió: “Siento informarles que sólo tenemos tres paracaídas disponibles.
Puesto que tengo esposa y tres hijos, voy a utilizar uno”. Tomando el primero, saltó al
espacio.
El erudito en computación aseguró: “Soy el hombre más inteligente del mundo y
todos me necesitan”. Así que tomó otro y se precipitó al vacío.
El pastor y el joven se quedaron mirando. Enseguida, el primero dijo con una triste
sonrisa: “Usted es muy joven todavía y yo ya he vivido una vida plena. Tome el otro y
yo me quedaré en el avión”.
El joven le respondió: “No se preocupe señor pastor, el hombre más inteligente del
mundo brincó con mi mochila en vez de usar la del paracaídas”.
Aquel soberbio tenía más alto concepto de sí mismo que el que debía tener. Así eran
los corintios. Pensaban que ellos y sus maestros preferidos habían llegado a lo más alto;
no se veían desde la perspectiva de Dios. Por eso Pablo los corrigió diciendo en el
capítulo precedente que el evangelio no es un mensaje basado en la sabiduría humana.
Ningún hombre lo hubiera podido diseñar. Por lo tanto, nadie debe ser exaltado por
proclamarlo porque proviene directamente de Dios y sólo él merece la gloria.

Aun entre los que sí pueden, existen diferentes niveles. Debido a su condición
espiritual, los corintios no podían ser enseñados por el Espíritu, y por lo tanto,
permanecían en la inmadurez. La solución a ese problema era que fueran instruidos por
el Espíritu (3:1–4).
Pablo señala que hay cuatro clases de personas dependiendo del estado de
instrucción espiritual en que se encuentren:
1. El hombre natural que no conoce a Cristo. Todos éramos así cuando nacimos
físicamente; no podíamos comprender lo espiritual. Para tales personas, la sabiduría de
Dios parece locura (2:14) porque no conocen al maestro divino.
2. El opuesto al anterior es el hombre espiritual que tiene el conocimiento divino,el que
permanece en comunicación con el Espíritu Santo y por eso puede comprender la
verdad. No obstante, nadie entiende a esta clase de persona, porque su estilo de vida y
manera de pensar se alejan de la perspectiva humana para reflejar la divina. Parece muy
raro a quienes lo observan, porque no piensa como ellos.
3. El creyente recién nacido en las cosas espirituales. Como cualquier bebé, se porta mal
y necesita muchos cuidados. A veces parece que lo único que sabe hacer es dejar todo
sucio y en desorden; entre sus características están las siguientes: proporciona mucho
gozo a sus padres, sólo toma leche y no camina ni habla. Los infantes espirituales son
semejantes. Necesitan cuidados intensos porque no son autosuficientes ni comen por sí
solos todavía. No hay nada de malo en ser bebé. ¡Todos empezamos así! Es la única
manera de iniciar la vida.
4. Los creyentes carnales viejos. Se caracterizan por un estilo de vida controlado por sus
deseos naturales. Son como bebés que nunca crecieron, porque siguen comportándose
como tales. Pablo indica que andan de la misma manera que las personas que no tienen
a Cristo. Se identifican porque:
a. No pueden comprender las verdades profundas de la fe.
b. Solo toman leche.
c. Sienten celos, promueven contiendas y divisiones.
d. Quieren pelear cuando los demás no hacen las cosas a su manera.
Otros pasajes señalan distintos rasgos de estos inmaduros. Son inestables; se dejan
Ilevar por cualquier viento de doctrina (Efesios 4:11–15); son débiles por falta de
ejercicio espiritual y no practican la verdad (Hebreos 5:11–13).
Cuando una iglesia se distingue por falta de madurez espiritual, puede convertir
cualquier cosa en un gran escándalo. Mas cuando hay madurez, puede enfrentar
problemas tremendos y resolverlos adecuadamente. Una congregación así se hace más
fuerte en medio de la adversidad.
Los corintios se comportaban como niños. No sabían distinguir entre el bien y el
mal. Cuando no obtenían lo que querían, provocaban un escándalo. Como cualquier
niño normal, en cuanto menos madurez tenían,menos querían escuchar esa verdad. Es
común que los que carecen de madurez traten de comportarse como si fueran mayores
para convencer al mundo de que son maduros.
Debido a esa condición, no podían ser enseñados por el Espíritu Santo; no
comprendían la voluntad del Dios ni su mensaje. Las divisiones dan testimonio de su
orientación mundana (en lugar de espiritual). Se asemejaban a los que no conocían al
Espíritu e imitaban al mundo y sus métodos. Se comportaban como niños malcriados.
No comprendían lo que el Señor estaba haciendo porque no estaban en comunión con
él.

¡PENSEMOS!
¿Qué clase de persona es usted?
¿Natural? Usted debe confiar en Cristo hoy.
¿Niño? No se preocupe. Crecerá con el tiempo. Coma bien y haga
sus ejercicios espirituales.
¿Carnal? Es tiempo de someterse al control del Maestro y empezar a
crecer.
¿Espritual? Déle gracias a Dios y siga creciendo hacia la perfección, a la
medida de la estatura de Cristo.
La única manera de comprender la Palabra de Dios es conocer íntimamente
a su autor. Si no se considera maduro, es tiempo de establecer la comunión con él
y empezar a crecer en el conocimiento práctico de Su Palabra. ¿Qué pasos debe
dar esta semana?

CONCEPTO EQUIVOCADO DEL MINISTERIO


3:5–4:7
Además de la primera idea mal fundada, los corintios también pensaban
erróneamente acerca del ministerio (3:5–4:7). Aunque sabían que todos los predicadores
debían ser siervos de Dios y los creyentes, ellos habían elevado más a algunos sobre
otros. El apóstol establece claramente que de acuerdo con la norma divina, todos los
ministros comparten la misma meta: buscar el crecimiento del cuerpo.
Para subrayar su dicho, describe a los líderes usando términos comunes para que
todos los pudieran comprender: son siervos en la casa de Dios (3:5), colaboradores en el
campo, o sea, trabajadores agrícolas encargados de cuidar la cosecha de Dios (3:6–9a).
Por último, son constructores de un edificio espiritual (3:9b–15). Debemos tomar nota
de que todas esas descripciones se refieren a gente de la clase trabajadora; no a los
amos.
Hasta muy recientemente, no se hacía énfasis en que el líder debe funcionar como
siervo, pero ahora está de moda hablar así. Todo el mundo, tanto pagano como
cristiano, habla de la importancia de que el guía sirva a los demás. Sin embargo, pocos
lo están haciendo. Preferimos pensar en nosotros mismos como “reyes y sacerdotes”
(Apocalipsis 1:6).
Relación del siervo con el que lo envía 3:5–8
Todos eran servidores. Según Lucas 17:7–10, observamos que alguien en esa
condición no puede mandar ni recibir el beneficio de su trabajo. Tampoco debe esperar
ser exaltado. Sólo Dios merece lo anterior. Tener esta convicción es indispensable para
todo aquel que quiere ser líder en el pueblo de Dios. En realidad, hace falta en todos los
miembros de la iglesia.
En base a la enseñanza de Pablo en este pasaje, podemos aprender cinco principios
importantes:
1. Cada uno hace su parte, pero Dios da el fruto (3:6). Las tareas específicas no son lo
más importante porque son temporales. Yo puedo hacer algo ahora que mañana
continuará otra persona, pero el crecimiento viene como resultado del trabajo constante
del Señor.
2. No podemos lograr nada confiando en nuestro poder (3:7). Jesucristo dijo: “Separados
de mí nada podéis hacer”. Lo que vale es la obra que Dios hace.
3. Todos somos uno, estamos unidos en la misma tarea (3:8a). Todos laboramos para el
mismo amo; lo que importa es multiplicar sus intereses. Se requiere la cooperación
entre el que planta y el que riega, pero ninguno de los dos sirve sin el otro. Tenemos que
trabajar juntos porque nadie puede hacerlo todo solo.
4. Aunque colaboramos en la misma obra, cada uno es responsable directamente ante
Dios por lo que hace (3:8b). Lo que cada uno realiza recibirá su recompensa.
5. Toda la obra pertenece al Señor (3:9). Tres veces Pablo nos recuerda esta verdad:
“somos colaboradores… sois labranza… edificio de Dios”.
Relación del siervo con el edificio de Dios 3:9–15
Hace algunos años fungía como director de un instituto bíblico y me tocó colaborar
en la construcción de un gran edificio. En la actualidad, la iglesia a la que sirvo también
está involucrada en la edificación de otro. Hemos aprendido por experiencia que se
requiere de muchas personas trabajando juntas para realizar una obra de esa
envergadura.
Pablo había puesto el cimiento al llevarles el evangelio. Después, otros llegaron para
edificar encima. Cada uno era responsable del trabajo particular que se le había
encomendado, pero debían tener cuidado de construir con buenos materiales. De esta
ilustración aprendemos siete principios que se aplican a la iglesia como edificio de
Dios:
1. Todo el proyecto pertenece a él (3:9).
2. Muchas personas colaboran en la construcción (3:5–9).
3. Alguien tiene que servir como “perito arquitecto” (3:10). En ese entonces, equivalía al
maestro de obras y era el encargado del trabajo en el sitio de construcción, pero también
colaboraba arduamente con los demás. Alguien tiene que dirigir, pero eso no lo hace
acreedor a ejercer los derechos de un cacique.
4. Sólo puede existir un fundamento para un edificio (3:10–11). La casa necesita un
cimiento fuerte para resistir las tormentas que vengan. Cristo es el único fundamento
adecuado para el edificio de Dios. La iglesia se construye sobre la obra ya consumada
por él en la cruz.
5. Sobre esa base establecida, tenemos que seguir edificando con cuidado (3:l0b). La
manera de construir y la calidad de los materiales importa mucho. Si se utilizan los de
mala calidad, el edificio no se verá bien y no perdurará mucho tiempo.
6. El valor del edificio se demuestra cuando se pone a prueba (3:13–15). Los terremotos,
fuegos y tormentas, así como otras pruebas similares, comprueban el valor de la
construcción. En el aspecto espiritual, no está en juego aquí la condenación eterna, sino
que se trata de la evaluación de nuestro servicio en la obra del Señor. La recompensa se
dará según la calidad de “los materiales” que empleemos y lo que se hace para Dios será
premiado.
7. El edificio sólo justifica su precio si cumple su función (3:16; 6:19–20). La iglesia
local es templo del Altísimo, porque según el capítulo 6:19, se compone de individuos
en quienes habita el Espíritu Santo. Por eso, debe glorificarlo a él solamente. Si no
cumple ese fin, no tiene razón de ser.
Relación del siervo con el templo de Dios 3:16–17
Cuando preparaba un sermón basado en este pasaje, busqué una ilustración
adecuada para explicarlo y encontré más de 40 ejemplos referentes a que el cristiano
debe evitar las drogas o pensamientos suicidas. Esa es la interpretación tradicional de
ese pasaje. Sin embargo, Pablo no habla de ese tema aquí.
No se refiere a individuos, sino a la iglesia. Tampoco al edificio en que ésta se
congrega, sino al pueblo de Dios. Nosotros, como hijos de él y cuerpo de Cristo, somos
su templo, el cual se estableció en la tierra con el fin de revelar la naturaleza del Creador
al mundo. Estamos aquí para glorificarlo a él. Quienes colaboramos con él debemos
procurar ese propósito, no desvirtuarlo.
El siervo del Señor debe edificar la iglesia, no perjudicarla ni tratar de destruirla.
Pablo emplea un juego de palabras aquí. Literalmente el pasaje dice que si alguien le
“trae ruina”, el Altísimo le provocará la ruina a él; se requiere de mucho cuidado para
no dañar a su pueblo.
Relación del siervo con la sabiduría humana 3:18–23
Dentro de un contexto de servidumbre, no hay lugar para la jactancia. De nuevo el
apóstol demuestra que el evangelio no se basa en la esfera de la sabiduría humana donde
los grandes filósofos reciben honra por sus pensamientos profundos. Cada siervo tiene
que depender de Dios, quien merece toda la gloria porque él provee todo lo necesario
para hacer el trabajo.
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Porter, Rafael: Estudios Bı́blicos ELA: Sólo Faltaba El Amor (1ra Corintios). Puebla, Pue., México
: Ediciones Las Américas, A. C., 2005, S. 28

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