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29 cop

BCHAVAKRKN, llO B lîR T O ( c o m p .)


H a m k d , A m ir
L is s a r d i , R r c o l i '.
P o r n o y p o s tp o rn o
1“ éd.: setiem bre de 2009
120 p.; 14 x 22 cm.
ISBN: 978-9974-687-10-3

© 2009, D e los autores


© 2009, Casa editorial H U M
J a ck so n 1111 - C P . 11200
M o n tevideo, U ruguay
www.c a siiedito n alh u m .co m
h u in @ m o n te v id c o .c o m .u y

M aquetación y arte de cubierta: Raúl Burgués

N inguna p a rte de esta p u b licació n , in clu id o el d ise ñ o d e la cu b ie rta y solapas, p u e d e ser rep ro d u c id a ,
alm acenada o transm itid a en m an era alguna ni p o r n in g ú n m edio, ya sea eléctrico, quím ico, m ecánico,
ó ptico, de grab a c ió n o de fo to co p ia, sin p e rm iso p rev io del editor.
Y POST
2/29
P rólogo

El término pornografía deriva etimológicamente de los


vocablos griegos porné y graphos, por lo que su transcripción
vendría a ser algo así como “escritura de la puta” . N o otra
cosa pretenden ser prácticamente todas las obras fundaciona­
les de la pornografía. Trátese de los Raggionamnti de Pietro
Aretino o de Vanny HUI de Jo h n Cleland, las historias porn o ­
gráficas tienen como sostén las pretendidas confesiones de
una puta, y una que disfruta su profesión y es capaz de gozar
con sus clientes. El discurso de la puta es una puesta en
marco de relatos que tienen por fin excitar al lector, hacerlo
pasar bien con episodios de encuentros eróticos en su campo
autónom o de placer, fuera de las preocupaciones o miserias
de las prostitutas reales. El goce de la prostituta es hipotético,
pero un seductor como Casanova lo exigía de sus partenaires
amorosos. Casanova siempre insiste en este punto particular
en sus Memorias, de modo que si alguna amante tan sólo con­
siente en ser fornicada, Giacomo se disgusta en grande.
De acuerdo a Jordi Claramonte dos m odos de relación sos­
tienen la pornografía en la edad moderna. La pregunta que
cabe hacer a toda pornografía es de qué m odo opera: si como
“ fantasía de dominio” o com o “ fantasía de aceptación” .1
El coronel retirado Sade impone a las relaciones eróticas la
autoridad de la disciplina militar y el poder de dominio del ofi­
cial sobre el soldado, una visión mecanicista en que no inte­
resa el placer del subalterno porque no es considerado perso­
na. Ésta será la “fantasía de dominio”, ejemplarizada por las
novelas de Sade y en términos generales por el modelo s / m .
El segundo m odo de relación sería (desde el punto de vista
del superior, o del cliente) la “fantasía de aceptación” . El
superior supone, imagina o tiene la experiencia del gozo del
inferior y se lo atribuye a la puta, en un relato que no es de

~ 7~
ella, pero simula serlo. Este segundo m odo aflora en Fanny
HUI. La protagonista prostituida del relato contado en pri­
mera persona lleva a su criterio una vida estupenda en que
alternan los placeres de la cocina y los del sexo.
Tanto la “fantasía de dominio” como la “fantasía de acep­
tación” son modos legítimos para la pornografía, que afirma
un ámbito autónom o con respecto a la moral, a las costum ­
bres y a lo real múltiple de la vida corporal. De cualquier
modo, son fantasías: la pornografía no opera sobre el consu­
midor de un m odo directo, como tampoco lo hace la litera­
tura, que no tiene efecto directo sobre las condiciones socia­
les, como pretendía el realismo socialista. Ambas, junto con
las otras artes, alcanzan una esfera de autonomía, escapan al
servicio de la iglesia o de la corona, cada cual dentro de sus
propios términos (lo cual no significa independencia en rela­
ción a un contexto). Lo que aparece bajo el filtro de la lente
pornográfica son convenciones de una puesta en escena tea­
tral y no es de suponer que los consumidores vayan a trans­
ferir todas esas prácticas a sus vidas, como tampoco el lector
de una novela se identificará con un personaje hasta confun­
dirse con él. El “eso era y no era” de la fantasía coloca sus
contenidos en una esfera discontinua, autónoma.
Aunque autónoma, la pornografía ha estado históricamen­
te marcada por un conflicto sostenido con respecto a la
moral social y religiosa. Peter Wagner la define como “pre­
sentación visual o escrita realista de cualquier conducta
sexual o genital concebida como una violación deliberada de
los tabúes sociales y morales más ampliamente aceptados.”2
Los escritos e imágenes pornográficos, desde un comienzo y
hasta hace pocas décadas, se enfrentaron a la intolerancia de
los teólogos, de los jueces y de la policía, si bien esta vigilan­
cia y persecución puede considerarse hoy fenecida o atenua­
da. La censura está siendo demolida en muchos lugares del
mundo y en otros se encuentra en crisis.
Puede sostenerse que el proceso de construcción de auto­
nomía de lo pornográfico ha cumplido en cierto m odo su
primera fase, consistente en nom brar y hacer concebible esa
misma autonomía frente a lo que parecían las incontestables
imposiciones de los sistemas morales y religiosos durante
siglos, hasta hace bien poco.
Parecería que el derecho a determinar autónom am ente la
propia erótica, sin someterla necesariamente a las servidum­
bres de los mecanismos de reproducción biológica — ni
mucho menos a los protocolos de instituciones com o el
matrimonio religioso o civil— se ha vuelto un derecho ple­
namente asentado y poco menos que indiscutible. Ahora
quizá sea el m om ento de extraer consecuencias modales de
esa asentada autonomía de lo pornográfico, el m om ento en
que la autonomía puede pasar a desplegarse bajo las más
diversas formaciones relaciónales, estableciendo pautas posi­
bles de vida y relación a fin de que toda una paciente labor
dé forma a la impaciencia p o r la libertad.
“Prefiero las transformaciones muy precisas” , escribe
Michel Foucault, que han podido tener lugar desde hace vein­
te años en cierto número de dominios concernientes a
modos de ser y de pensar, a relaciones de autoridad, a rela­
ciones entre los sexos o a la manera de percibir la locura o la
enfermedad. Prefiero más bien esas transformaciones, inclu­
so parciales, que se han producido en la correlación del aná­
lisis histórico y la actitud práctica, que las promesas del hom ­
bre nuevo que los peores sistemas políticos han repetido a lo
largo de siglo x x ”3.
Si bien autónomo, el porno es concreto y ejemplar en cada
una de sus manifestaciones y forma parte de esas “transfor­
maciones parciales” de que habla Foucault. Vale decir, no es
independiente del contexto de donde nace y sobre el cual
repercute, jalón o aspecto de una empresa libertaría de la ilus­
tración.
Por más que la estética formuló en la tercera crítica de K ant
{Crítica del juicio) su reclamo libertario, de autonomía de las
artes, del libre juego de facultades — sin preocuparse de las
opiniones prevalecientes y ni siquiera de la moral práctica—
de todos modos el juicio estético, en su pretensión universal
emancipatoria, articula una experiencia crítica específica de
impresiones sensibles episódicas que se plasman en una obra.
Cada obra es ejemplar, aunque no sea fácil determinar de
qué. Una obra, un ejemplo. El juicio estético las sitúa en un
horizonte de otras realizaciones concretas en la misma línea
y valora su destreza, inventiva, diferencia. E n el ámbito esté­
tico comparamos y deducimos la calidad de los productos.
Aborrecemos lo torpe, secundario, trillado, buscamos lo
nuevo y eternizamos lo que multiplica nuestro impulso de
vida.
De acuerdo a esto, la autonomía de la literatura o de la por­
nografía no significa independencia sino situación, respuesta
a un contexto y efecto sobre él. La pornografía por lo tanto
recae sobre políticas de ganancia y de monopolio. Cabe pre­
guntarse por su razón social y su m odo de funcionamiento,
lo que podríamos calificar como “la responsabilidad social de
la pornografía”.
“El perfecto laissez faire con cpe sueñan los libertarios no
es real en un mundo en que los medios de comunicación, así
como las editoriales o las productoras de cine tienden a fun­
cionar en un régimen de quasi monopolio.”4 Se trata de
ampliar el horizonte de las prácticas, de multiplicar las rela­
ciones y los contactos para mantener el impulso de la libre
expresión. E n la actualidad, las redes de internet tienen ese
efecto. Se plantea un terreno internecino de ofertas, de de­
sequilibrios de poder.
Partiendo del mismo enfoque de la responsabilidad social
de la pornografía, grupos feministas y queer han preconiza­
do un contraataque con las mismas armas y han estimulado
la formación de productoras cinematográficas como Femme
Productions, iniciativas como la de Annie Sprinkle (reseñada
más abajo), o revistas feministas con contenido de sexo explí­
cito como Eidos, en las que las mujeres o los queers, a veces
ex actrices o actores porno, pueden dirigir su propia produc­
ción pornográfica siguiendo sus criterios y prioridades. A fin
de que no se trate simplemente — según Foucault-— de la
afirmación o del sueño vacío de la libertad, este trabajo rea­
lizado en los límites de nosotros mismos debe aprehender los
puntos en que el cambio es posible y deseable, así como
determinar la form a precisa que haya que darle a ese cambio.
El presente volumen se inscribe en ese punto de inflexión
y crítica cuando la esfera autónom a del porn o es reexamina­
da y recreada de acuerdo a pulsiones minoritarias erráticas. A
esta tarea se ha dado en llamar postporno.
El ensayo de Amir Hamed, “D em onio a chorros”, se sitúa
antes de la pornografía tal como la entendem os hoy.
Investiga el estatuto y función de la prostituta en la antigüe­
dad, su función de umbral o vía de acceso a la cultura a par­
tir del coito de las bestias. “La del porno no es reminiscencia
de naturaleza; todo lo contrario, lo es de civilización.” La
prostitución funcionó como un modo de resolver el proble­
ma del celo sostenido de la especie hum ana frente a los pro­
blemas prácticos de la vida social y la organización de la con­
vivencia. “¿No es el lenguaje la respuesta al celo sostenido?”
La relación sexual mercenaria cumple una función relativa al
control de la natalidad según una política maltusiana avant la
lettre. Las comunidades griegas procuraban reducir la natali­
dad y por lo tanto el núm ero de bocas a alimentar multipli­
cando el apetito sexual de objetos no reproductivos: el ado­
lescente, la prostituta.
Lo que en una ciudad como Pompeya estaba en exhibición
pública y corriente, pinturas, ilustraciones, inscripciones de
los genitales y el coito, la restauración y la era victoriana lo
reservaron a museos secretos de acceso exclusivo a los varo­
nes pudientes y prohibidos a las mujeres y a las clases inferio­
res. El ojo, ofuscado por la pudibundez eclesiástica que redu­
jo el sexo a la reproducción y al desposorio, persigue en cerra­
duras, grabados, vistas o archivos el sexo que le es extraño.
La industria pornográfica resultaba económicamente m ar­
ginal y apenas viable debido a las restricciones legales. Los
productos ocultos o de circulación clandestina libraron una
batalla sostenida contra la censura, hasta que la segunda gue­
rra mostró que nada podía ser peor de lo que ya había ocu­
rrido durante las hostilidades. Se aflojó gradualmente un cor­
dón de tolerancia y los productos pom o se difundieron a tra­
vés de las nuevas tecnologías.
La industria tal como la conocemos hoy es consecuencia
del fin de la censura, que se procesa en Europa y en los
Estados Unidos en el pasaje de los cincuenta a los sesenta, así
como de la Revolución Sexual que vino después. A partir de
entonces cada salto tecnológico (del cine al casete de video y
de ahí a Internet) significó un incremento prodigioso en el
tamaño del negocio pornográfico y por consiguiente en su
nivel de visibilidad e influencia.
I-reo le Lissardi, en su ensayo “Después de la pornografía”,
deslinda su ámbito con respecto a la literatura, el cine, la pin­
tura, la fotografía, vale decir al ámbito artístico. “El objetivo
del arte erótico es la representación del deseo; el objetivo de
la pornografía es la representación del coito.” Pasa a consi­
derar el efecto que la explosión del mercado porno y la nueva
tolerancia trajeron sobre las artes a partir de manifestaciones
tempranas y en particular desde mediados del siglo, cuando
la industria comenzó su proceso de crecimiento y hasta la
actualidad, cuando la omnipresencia del cuerpo porno llega
al colmo de impregnar los medios masivos de difusión. Las
artes mantuvieron con la imaginería porno un intercambio
donde se planteó la necesidad de asumirla en sus términos

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— de explicitación ante todo— para superarla, para ir más
allá, para revelar la verdad o las verdades que oculta.
El porno es un aspecto soberano de nuestro devenir ilus­
trados, y cumple, o puede cumplir, diversas funciones. Es un
instrum ento político de cambios, rescata escamoteadas posi­
bilidades de disfrute, postula una reversión de valores, como
tanny HUI o Sins of the Cities of ihe Plain, que discuto más
abajo. Es también un incalculable mercado de consumo,
acerca de cuyos productos y distribución podemos tomar
apercibimiento y formar juicio. Es en fin un campo de
acción, una posibilidad de intervenir, o de criticar. E l post-
porno, como otros post, es un pre, una vuelta atrás a fin de
entender lo que ya se hizo, trabajo o labor paciente, las estra­
tegias, los recursos humanos puestos en juego para vehicular,
equilibrar, juzgando hasta qué punto y de qué m odo se arm o­
nizan, en nuestras vidas, el deseo y la economía. Y es también
un campo de fuerzas y de acciones que construyen, o recons­
truyen, las, pulsiones y los modos de presentación del rela-
cionamiento erótico.

R. E.

N otas
1- jordi C laram ente, Lo que puede un cuerpo, ensayos de estética modal, mUtarismoj
pornografía, M urcia, C k n d k a c, 2009.
2- Peter Wagner, Tiros Revived: Fìrót/ca of ibe Enlightenment in U ng¡Mld.and America^
Londres, Seeker and W arburg, 1988.
3- Michel Foucault, “¿Quedes la Ilustración?”
4- Claram onte, ibid.
al poeta A gatón, que es afem inado, para que se travista c, infiltrado en el festival,
tuerza la voluntad de las mujeres. C om o Agatón se niega, envía a su suegro,
Mnesíloco, al que afeita y acicala.
16- Existía tam bién la voz KÁ,£lTOpiaí¡CO (klelloriá^p), que significaba “ acari­
c ia rle ) el elítoris para dar placer” .
17- Caiando el hum us pagano com ienza a hacerse sentir en el Renacim iento y
el cuerpo hum ano se devela una vez más, tam bién lo hará el elítoris, entendido
por M ateo C olom bo en su De re anatómica de 1559 com o “ la sede del placer fem e­
nino”, al que llamó “ el am or o dulzura de Venus” . Tanto se había contraído el clí-
toris que este C olom bo, tal vez creído émulo de Cristóforo, decía haber descu­
bierto un continente ignoto, algo que fue negado por su sucesor en la cátedra de
Padua, G abrielc l'alloppio, el m ism o que descubrió las tubas uterinas, quien se lo
atribuyó a sí mismo. A m bos serían rebatidos en el siglo xvn, p o r Caspar
Bartholin, anatom ista holandés que dio nom bre a la glándula secretora y que, con
exactitud filológica, determ inó que el elítoris ya era lugar com ún en la ciencia del
siglo que siguió a Rufo.
18- Por su parte, en t i l espíritu de las leyes (lib ro xv) M ontesquieu encendía que
el “p u d o r” o m odestia era un universal que pertenece en exclusiva al sexo fem e ­
nino y que por lo tanto el derecho debía volver a las m ujeres a ese estado de natu ­
raleza.
19- Ver Rebecca Challase, The Cliloral 'í'ru.lh: The Secret World ai Your Vingerlips,
Seven Stories Press, 2000.
20- Ver su New ¡ntroductory ¡jecluns on Psychoatialysis (1933).
21- D e su ensayo sobre el fetichismo.
22- Ver, al respecto, los litigios que enm arcaron el surgim iento de la literatura
p o m o de los que da cuenta R oberto E chavarren en este m ism o volum en, en “J .a
invención del p o rn o ” .
23- E s com o la luz roja del prostíbulo de barrio, una señal de alarma pública.
Al varón hom osexual en la era victoriana se lo absorbe m ientras no haga pública
su práctica; las prostitutas, p o r el contrario, deben señalarse en público.
24- D esde H ipócrates, la m asturbación, practicada p o r m édicos o m aridos, se
entendió práctica para la cura de la histeria. Para m ediados del s ig lo XIX se en ten ­
día que el 60% de las m ujeres eran histéricas crónicas; la terapia eran m asajes cli-
torianos p o r parte del médico. C om o terapia, surgieron los vibradores: en la
Inglaterra victoriana, en 1880, fue inventado el M anipulator, m asajeador vib rato ­
rio de elítoris. Tam bién británico, el m édico Josepb M ortim er Granville inventó
el prim er consolador, un vibrador con form a fálica que producía un orgasm o en
diez m inutos.

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C a p ít u l o ii

L a in v e n c ió n d e l p o rn o
por R o b erto E ch av arren

El siglo X IX europeo, con su estricta moral victoriana, m an­


tuvo sin embargo dos regímenes paralelos, el de la esposa en ^
el seno del hogar y el de la prostituta. La cuarta parte de las
mujeres empleadas en Londres a mediados del siglo eran
prostitutas.
El hom bre pasaba de un m undo a otro, a veces en el mismo
día, según alternaban sus ocupaciones y sus deberes. Siempre
que cumpliera con sus responsabilidades familiares, se le con­
sideraba autorizado para frecuentar otros círculos, un régi­
men paralelo de relaciones, vida de juego y prostitución, de
amantes, familias bastardas, com partim ientos estancos.
N o puede decirse que los burdeles tuvieran bibliotecas de
obras lascivas, pero las narraciones pornográficas prolifera-
ron con diversos niveles de calidad.
Sins o£ the Cities o£ Ihe Plain, de Jack_Saul, publicada priva­
damente de 1881, es la supuesta (auto)biografía de un pros­
tituto, la memoria de sus encuentros y aventuras. Es la pri­
mera novela inglesa que trató de las ^relaciones homoeróticas.
Apareció once años antes de Teleny, la novela anónima,
supuestamente escrita en colaboración entre Oscar Wilde y
Robert Ross. Teleny es la contracara de E l retrato ele Donan
Cray, del cual Wilde había eliminado los pasajes más franca­
mente homoeróticos.
Sins of the Cities of the T’lain tiene al parecer una base bio­
gráfica auténtica, aunque sin duda retocada, para volverla
salaz y atractiva. El protagonista, Jack Saúl, escribe sus
memorias para un mentor, uno de sus amantes, que le paga
veinte libras por su obra y la corrige, tanto en la gramática

~ 31~
como en el estilo. Sin traicionar el fondo anecdótico, la trans­
forma en literatura porno, notablemente bien escrita, un
compendio de las oportunidades homoeróticas en el ambien­
te inglés del campo y la ciudad.
La novela es un docum ento intercalado entre dos escánda­
los relativos a la sodomía.

E n 1870, Ernest Boulton y Frederick Park — conocidos


como “Fanny” y “Stella”— fueron arrestados en el West E nd
de Londres por la felonía de solicitar sexo a otros hombres.
Resultaron absueltos, en parte, porque el jurado consideró
que su tendencia a travestirse era un signo inofensivo de espí­
ritu fiestero.
“Ambos eran de clase media alta y conocidos por lucirse en
los teatros y mercados de Londres en ropas de mujer,” escri­
be Morris Kaplan en Sodom on the Thames'1. “Finalmente, ofen­
dieron las costumbres lo suficiente para terminar ante el juez
por mala conducta” . Después de un juicio extendido ante los
Magistrados de Bow Street (que atrajo a una multitud de
curiosos) fueron acusados no sólo de mala conducta sino
además del delito mayor de “conspirar para cometer sodo­
mía”.
“E,sto ya era mucho más serio”, dice Kaplan. “Hasta 1862
la sodomía era una ofensa capital en Inglaterra y en ese
mom ento todavía estaba penada por varios años de prisión.”
Un médico de la policía llevó a cabo un examen físico para
probar que Boulton y Park habían practicado el sexo anal.
“La idea era que actos repetidos de sodomía dejarían trazas
físicas.” Esta premisa positivista resultó tan combatida por la
defensa que al fin la prueba médica fue considerada inadmi­
sible.
La policía registró las habitaciones de Boulton y Park y
confiscó una gran cantidad de ropa de mujer, joyería, cosmé­
ticos y cartas personales.

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Los acusados se defendieron describiendo fiestas, bailes de
disfraz, como evidencia de cjue el travestirse era una actividad
inofensiva y que no implicaba ninguna falta al decoro.
“La madre de Boulton testificó que él siempre había dis­
frutado usando ropas de mujer. Contó una anécdota acerca
de la abuela de Boulton llegando a la casa cuando él era niño.
Boulton respondió a la puerta vestido de mucama. La abuela
comentó a la madre: ‘¿Estás segura de que quieres que esta
muchacha procaz ande alrededor de tu hijo?’” .
Boulton vivía con Lord A rthur Clinton, un joven miembro
del Parlamento (conocido por muchos com o Lady A rthur
Clinton). Lord Clinton murió antes de que empezara el jui­
cio, no se sabe si a causa del colapso físico debido a la ten­
sión producida por el escándalo, o por haberse suicidado.
“Mucha gente que vio a Boulton y Park los tomó por pros­
titutas atractivas, pero su construcción de género era más
complicada que eso. A veces se vestían de hombre, pero usa­
ban polvos y cosméticos. Algunos estaban convencidos que
eran mujeres disfrazadas de hombre.”
El caso capturó la atención pública. “El prim er día que fue­
ron llevados a juicio vestían de mujer, pero la segunda vez
aparecieron como hombres. Los diarios dijeron que la gente
silbó y protestó porque se había perdido el show de drag” .
Cuando resultaron absueltos, salvo de un delito m enor (de
mala conducta por travestirse), el público gritó vivas de apro­
bación y Fanny Park se desmayó. Un detalle curioso: Park fue
el primer homosexual en utilizar la palabra camping en una
carta a Lord Clinton, en un sentido que anuncia la sensibili­
dad camp de ciertos homosexuales en el siglo XX.

El segundo escándalo por sodomía, en 1889, dio form a a


las nociones y discursos Victorianos acerca de la atracción y
la práctica sexual entre varones, y preparó el camino para la
condena a Oscar Wilde en 1895.
Un tal Charles H am m ond gerenciaba un burdel clandesti­
no de varones ubicado en 19 Cleveland St. de Londres. La
pesquisa se inició el 4 de julio de 1889, cuando un muchacho
de nombre Charles Swinscow fue encontrado en posesión de
la suma de dieciocho chelines. La Policía M etropolitana lle­
vaba a cabo en ese entonces una investigación acerca de los
robos de dinero en el Correo, y Swinscow era empleado
como mensajero de telégrafo. Cuando la policía le preguntó
cómo había obtenido los dieciocho chelines, Swinscow con­
fesó c]ue había sido reclutado por Charles Hamm ond para
trabajar en el establecimiento de la calle Cleveland. Identificó
a varios jovencitos empleados en la misma casa y eso llevó al
arresto de tres muchachos más.
El policía a cargo del caso obtuvo del juez una orden de
arresto para Charles Ham m ond, acusado de conspirar para
cometer el abominable crimen de sodomía {buggerf). Pero Mr.
Llammond había desaparecido. Uno de los clientes sin
embargo fue identificado por los prostitutos. Se trataba de
Lord Arthur Somerset, hijo del duque de Beaufort, un mayor
de los Guardias Reales y administrador de los establos de
Eduardo, Príncipe de Gales (después Eduardo vu). Somerset
puso el asunto en manos de su abogado, que contactó a la
policía para mencionar el hecho de que su cliente, si fuese lle­
vado a juicio, podría nom brar a Albert Victor, D uque de
Clarence, hijo mayor de Eduardo, y segundo en la línea de
sucesión del trono, como un eventual cliente del burdel. Es
claro que el gobierno no deseaba asociar el nombre de un
personaje real a la investigación de Cleveland Street. Las
autoridades vacilaron acerca de llevar a juicio a A rthur
Somerset, dándole tiempo para huir al extranjero. Somerset
permaneció toda su vida en el exilio y murió en la Rivíera
francesa en 1926. Los tres prostitutos, que también fueron
acusados de indecencia, recibieron penas sorprendentem en­
te leves, de cuatro y nueve meses.

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Este podría haber sido el fin del asunto — que el gobierno
no tenía interés en ventilar— salvo que Ernest Park, un
periodista en busca de notoriedad, escribió en el N orth
London Press que “el heredero de un duque y el hijo m enor
de otro duque” habían frecuentado Cleveland Street. Llegó
tan lejos como para nom brar a Arthur Somerset y a H enry
James Fizroy, ("onde de Euston, como clientes del burdel,
insinuando además que alguien “más distinguido y de mayor
jerarquía” — se entiende un miembro de la familia real—
estaba implicado también. A E rnest Park le pareció p ruden­
te nom brar a dos jóvenes aristócratas que habían huido del
país, pero se equivocó en cuanto al Conde de Euston, que no
se encontraba en el Perú, com o él creía, sino en Inglaterra.
Para defender su reputación, el Conde de Euston se sintió
obligado a denunciar a Ernest Park por difamación. El juicio
tuvo lugar en Oíd Bailey en enero de 1890. Mientras el
Conde de Euston admitió que había estado en 19 Cleveland
Street, declaró cjue había sido por error. D e acuerdo a su p ro ­
pio testimonio, concurrió porque le dieron en la calle una tar­
jeta para ver un tableau plastique (presumiblemente femenino)
y al darse cuenta de la naturaleza del establecimiento, se excu­
só y se fue. E rnest Park, sin embargo, hizo comparecer a un
testigo, llamado john Saúl, que relató en detalle el tipo de ser­
vicios que había provisto para el Conde de Euston en
Cleveland Street, pero dado que Saúl, según propia confe­
sión, era un prostituto (presumiblemente con mujeres) su I
evidencia resultó fácilmente desacreditada por la defensa. Por j
lo tanto el periodista Ernest Park fue encontrado culpable de
difamación y sentenciado a un año de trabajos forzados. Tal
vez esta sentencia, favorable al Conde de Euston, sospecho­
so de sodomía, decidió a Oscar Wilde, cinco años más tarde,
a proceder del mism o m odo y acusar al duque de
Queensbery por difamación. Su juicio sin embargo tuvo el
resultado inverso.
A rthur Newton, el abogado de Arthur Sometset, fue acu­
sado a su vez de pervertir el curso de la justicia al arreglar la
desaparición de testigos a Francia. Recibió una pena leve, seis
semanas de cárcel; le permitieron incluso restablecer su prác­
tica. N ewton resultó más conocido en 1895, al representar a
Oscar Wilde en sus juicios.

j Boulton, Park y Lord Arthur, que protagonizaron el escán­


dalo de 1870, aparecen como personajes en Sins of the Cities
of the Plain.
. . .
El protagonista memorialista, Jack Saúl, concurre a un baile
en el Hotel Haxell en el Strand, donde todos son varones, la
mitad disfrazados de mujer. Entre los invitados figuran Lord
Arthur y Boulton (aquí bajo el apodo de Lady Laura), quizá los
organizadores del evento, dado que tienen acceso exclusivo a
cierto cuarto privado, donde se retiran a copular. Jack los sigue

!
y desde el cuarto vecino los espía por el agujero de la cerradu­
ra. “Me recordó — cuenta— la escena del coito entre dos
muchachos que la notoria Fanny Hill relató que había visto a
través de un agujero de cerradura en un hostal de carretera.”

i’ Memorias de una mujer de placer, o Fanny HUI, de John Cleland


(publicada en 1748-49) es el primer ejemplo inequívoco de
pornografía, creando el género de narración que siguió Sins
of the Cities of the Plain y la novela pornográfica en el siglo X X ,
J con sus repetidas descripciones de los genitales y de coitos
í candentes y detallados. La novela de Cleland tiene un final
feliz. Fanny Hill reencuentra a Charles, el hombre que la des­
floró en su primer establecimiento de prostitución, y se casa
con él. Sin embargo todas las cópulas relatadas en la novela
ocurren fuera del matrimonio. Cleland hace que sus parejas
felices busquen un paraíso sexual, pero no los conduce a uno
j cristiano. Los lleva a una isla del Támesis, transform ado por
la imaginación de los amantes en Citera, el santuario de
Venus, la diosa pagana del amor.

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Tal utopía, que glorifica los placeres sexuales, resulta incon­
gruente con el destino común de las rameras en ese tiempo.
Fanny Hill describe los deleites picantes de la prostitución
pero ninguno de sus inconvenientes y desilusiones. E n otros
relatos de la época, de tipo moralizante, una puta era com pa­
decida y temida no sólo porque con ella llegaban los peligros
de la enfermedad y la traición, sino también por la decaden­
cia rápida del cuerpo ofrecido. Se consideraba que era ade­
más venal, que fingía el placer por el negocio.
Cleland, en cambio, descartó drásticamente este acerca­
miento al asunto.
“Su argumento desplegó un propósito ideológico. Si la
segunda parte de la novela hubiera seguido la pauta previsi­
ble de la biografía de una puta, tanto en la prosa de la época
como en la serie de cuadros de H ogarth, habría continuado
con su arresto, prisión y m uerte por enfermedad. E n lugar de
eso, el libro se vuelve lírico y arcádico. Su principal escena
describe el viaje a Citera organizado p o r los jóvenes que
esperan restaurar el placer sexual a su condición original,
libre de dolor y culpa. Las parejas van a la isla de Venus para
venerar el amor a través del ayuntamiento de sus cuerpos. El
sexo se vuelve el sacramento del amor, el signo exterior y
visible de la gracia interna” .2

La novela empleó nuevas técnicas de realismo narrativo, y


por este medio logró mucho de su atracción. Pero 110 descri­
be de u n jn o d o especialmente realista la vida de la prostituta
com ún... Famry_no queda encinta, evita la enfermedad y el
alcohol, se casa con el primer h om bre que la desfloró al prin­
cipio de sus aventuras. Y lo más importante: comparte ple­
namente el placer de sus clientes.
Sin embargo nunca practica la penetración anal. La sodo­
mía habría acarreado la destrucción del libro. Flay una única
escena entre dos varones, un adolescente mayor que penetra
a uno más joven, descrita con vivido detalle. Por esta razón
i en concreto el libro fue censurado y la escena omitida en sub-
| siguientes ediciones, salvo las últimas, cuando el movimiento
de liberación homosexual hizo posible imprimirla de nuevo.
En Sins of the Cities of the Plain, quien observa a través de la
mirilla no es la prostituta Fanny, sino el prostituto jack Saul,
narrador protagonista. Quienes copulan son varones jóvenes.
Sins es una exaltación del sexo entre hombres, jack Saul goza
tanto o más que sus clientes, y además goza contándolo, así
las historias picantes transmiten disfrute al lector.

jack Saul opina que la sodomía está muy extendida en


Londres. La mayor parte de los regimientos de Foot Guards
y aún los cié H orse Guards están integrados por hombres que
han sido sodomizados por sus superiores o por sus camara­
das. Después de un episodio corto de dolor al inicio de la
penetración, han aprendido a disfrutar del placer anal. Estos
soldados buscan clientes civiles que les paguen por sus servi­
cios, pero si no les pagaran, señala Saúl, igual lo harían, por
fruición. La sodomía, castigada según la ley, es practicada por
X muchos y es un secreto a voces. Los burdeles masculinos,
nota Saúl, abundan. E n Londres hay seis.

Sins es un him no triunfante al homoerotismo. Los encuen­

Í tros están optimados para excitar al lector. El libro es una


guía de placeres. Su visión positiva tiene un propósito equi­
valente al de Fanny HUI. La novela de Cleland exalta a la pros­
tituta y a los placeres vaginales, mientras Sins exalta la sodo-
■ mía entre varones. Este es el propósito político, que pode­
mos llamar ético, y profètico también, ya que bulle en las
i catacumbas como profecía del presente, la tendencia de las
) nuevas oportunidades urbanas de encuentros prohibidos y
| clandestinos según un impulso imparable hacia el futuro, cui-
( minando un siglo más tarde en la tolerancia legal.

- 38-
10/29
El pretendido autor de las memorias, Jack Saúl, presenta
materiales que suenan auténticos, aunque trastrocados y
embellecidos. Lapornografía es un género fantástico, porque
exagera el vigor de los cuerpos y suprime lo desagradable. Al
incluir a individuos históricos, Boulton y Park, como perso­
najes, el libro agrega un efecto de verosimilitud. Según todos
los indicios, el jack Saúl “autor” de la memorias es real y tiene
un nom bre parecido, John Saúl, que declara incriminando al
Conde de Euston en el juicio por libelo vinculado al escán­
dalo de la calle Cleland.
La prédica venusina de Fanny HUI ha sido acogida. Y los
horizontes del sexo se han ampliado. El sodomita ya no es
visto en Sins de m odo peyorativo, según el cliché generado a
partir del siglo xvin, de un varón femenino que odia a las
mujeres. Y otra novedad: ningún personaje de los muchos
que aparecen en el libro, tanto si se travisten como si no,
tiene un rol exclusivamente pasivo, ni tampoco exclusiva­
mente activo. E l descubrimiento del placer anal en cada uno
no elimina el placer del pene. Penetran y son penetrados,
según una fórm ula igualitaria, libertaria, que levanta las dis­
yunciones del régimen binario esencialista (o masculino o
femenino). El vestirse de mujer, por parte de algunos, sean
prostitutos o consumidores, es apenas un ingrediente que
contribuye al atractivo, a la excitación. El varón no se vuelve
femenino, sino hermafrodita. Puede gozar alternativamente
o al mismo tiem po como activo y como pasivo. Lo fascinan­
te es reunir esas dosjprácticas, esas dos fuentes de placer, en
un solo cuerpo. Este igualitarismo libertario es demasiado
perfecto para ser realista. Pero puede ser real.
Sins es un docum ento precioso, único para su época. N o
sólo describe el intercambio sexual entre varones, sino el
ambiente específico, la sensibilidad y el vocabulario relativo a
esos encuentros y esas prácticas. Reconstruye una vida de
grupo, un habla y una subcultura clandestina particular.
Cumple una función estratégica dentro de lo que podríamos
llamar “guerras de estilos” .

La condena a ciertas formas de la sodomía por parte de


griegos y romanos, fue tan sólo social. N i siquiera estaba
encarnada en la ley; resultaba negociable, vale decir, relativa.
San Pablo transform ó esta posible reprensión social en una
condena teológica. E n el reino único verdadero, las relacio­
nes sexuales deben ser llevadas a cabo por el vaso natural, la
vagina, y no por el contranatural, el ano, según orden directa
de dios. La Iglesia, a partir de Pablo, se volvió inflexible en
este punto, al menos de labios para afuera. La sodomía era
— y es— para los cristianos un crimen teológico.
Los juristas la consideraron un vicio tan horrendo que no
debería ser siquiera mencionado, a fin de no contaminar a las
almas inocentes con sugerencias depravadas. El mal teológi­
co sólo podía ser combatido con la pena de muerte en la
I hoguera. Los leños se llamaban faggots, y los sodomitas carne
j para la hoguera, leños, faggots.

E n la Edad Media y después, el castigo se dejaba a un tri­


bunal eclesiástico. Pero el rey Enrique VIH de Inglaterra
— que se encontraba en el proceso de repudiar a su mujer y
a la Iglesia Católica Romana que no le concedía el divorcio—
presionó al Parlamento para que pasara una serie de leyes que
limitaban la autoridad eclesiástica. Antes de Enrique, las
cuestiones de sodomía (buggery) eran juzgadas por tribunales
.y? de la Iglesia y no del rey. Una de las nuevas leyes (de 1533)
condenaba “el vicio abominable de la sodomía con hom bre
y bestia” , poniendo en claro que los clérigos acusados de
sodomía pasaban a ser juzgados por la autoridad civil. Ya no
podrían esconderse, o refugiarse en los tribunales de la
Iglesia. Los convictos eran condenados a muerte por ahorca­
miento.

- 40-
11/29
El lenguaje de la ley parece claro, pero su interpretación
cambió con el tiempo. Sodomía se refiere al comercio anal
(que a partir de León H ebreo y otros pasó a ser considerado
como el pecado de las “ciudades de la planicie”, Sodoma y
Gom orra, que dios castigó con el fuego).
D urante el juicio al Conde de Castlehaven en 1630, la pene­
tración anal no fue probada, pero hubo prueba de “emisión”.
El solo eyacular, concluyó el juez, constituía prueba suficien­
te de sodomía. El Conde fue decapitado. La jurisprudencia a
partir del caso de Castlehaven hizo punible el contacto
sexual, de cualquier clase que fuere, aunque no incluyese la
penetración anal tradicionalmente prohibida.
A fines del siglo xvm la ley fue reinterpretada una vez más
por los jueces, significando que la relación con el mismo sexo
no era criminal en sí, excepto cuando hubiera eyaculación
durante el enclavamiento anal. Esta interpretación restrictiva
descriminalizó el sexo oral, la masturbación mutua y el con­
tacto interfemoral (un caso de sodomía liviana, cuando el
activo coloca el pene entre los muslos del pasivo). El cambio
de la jurisprudencia hizo el delito muy difícil probar. Y los
fiscales debieron esforzarse para obtener testigos que relata­
ran sus testimonios acerca de puntos tan intrínsecamente
difíciles de observar. A partir de entonces las condenas se
hicieron raras, aunque ocurrieron.

Hasta el siglo xvill, la vieja bisexualidad era tolerada y culti­


vada en cierta medida; volvía equivalentes al adolescente y a la
mujer, ya que ambos podían ser penetrados. Pero hacia 1730,
la bisexualidad dio lugar a una heterosexualidad compulsiva.
“La religión libertina, y el nuevo género pornográfico que
representó Fanny HUI, fueron producto de u n ajiueva distri-
bución en el sistema, de rén ero.,.v-.de.las.„xela.cione.s„ sexuales
que emergía en Inglaterra y el resto de E uropa noroccidental
a partir de la primera mitad del siglo xvm. Lo que significa-
| ba ser mujer u hom bre y la conexión de los roles de género
| con la conducta sexual experimentaron una revolución”.3
Tanto el status como la conducta de las mujeres cambiaron
a través de nuevos ideales de matrimonio por amor, com pa­
ñerismo conyugal, y atención tierna a los niños. E n conexión
con lo cual el status y conducta de los hombres fueron limi­
tados en un respecto. Se otorgó un nuevo sentido a las rela­
ciones sexuales entre varones.
“E n Europa, antes de 1700, los hombres adultos tenían
relación a la vez con mujeres y varones adolescentes... Esta
conducta inmoral podía sin embargo resultar honorable
cuando mostraba a los hombres como poderosos. Las rela­
ciones entre varones eran ilegales, por supuesto, también
inmorales, y sin embargo resultaban honorables si eran lleva­
das de tal m odo que desplegaran el poder masculino... Los
adolescentes existían en un estadio de transición entre el
hombre y la mujer. Todo hom bre supuestamente capaz podía
cometer tal acto con los muchachos, que aún no habían asu­
mido su rol masculino... E n ese entonces, la relaciones entre
hombres y adolescentes no implicaban — este es el punto
clave— el estigma del afeminamiento o de conducta mascu­
lina impropia, como en cambio empezó a suceder después de
1700 hasta hoy día.”4
f Anteriormente los varones adultos eran considerados afe­
minados sólo cuando admitían ser penetrados, en exclusiva,
j Ahora, en cambio, se suponía que los varones debían desear
1 sexualmente sólo a las mujeres. Este deseo en concreto era
básicamente lo que les confería status masculino. Debía ser
internalizado desde el inicio de la pubertad. Los adolescentes
I ya no podían experimentar un período de pasividad sexual
| con otro hombre.

La sodomía fue estigmatizada como el com portam iento de


una minoría afeminada, sin tener en cuenta si el partenaire

-4 2 -

12/29
sexual era adulto o adolescente, o activo o pasivo en el coito.
Esos hombres afeminados se imaginaba que deseaban ser
mujeres y odiaban a las mujeres reales. E ran descritos como
moviéndose con el balanceo de las mujeres, hablando y vis­
tiéndose como ellas, ocupándose de tareas femeninas. N o
hay duda de que, en grados variables, el nuevo sodomita afe­
minado hacía todas esas cosas, a veces en la calle, a veces en
la cervecería. Molly era el nom bre callejero de esos individuos.
E l té rm in o había sido empleado inicialmente para nom brar a
las prostitutas. El molly, tanto como la prostituta, pasó a ser
un individuo enteramente definido por su conducta sexual.
La prostituta y el sodomita demostraban los límites conde­
nables del com portam iento de género.
La nueva homosexualidad era monolíticamente masculina.
Floreció en secreto, y los lazos de afecto formados en las
escuelas de varones tendieron a durar de por vida. Se vivía
bajo el terror cotidiano de ser denunciado y chantajeado. La
designación de sodomita adquirió un tinte inexorablemente
peyorativo. Aunque la prueba exigida de penetración con
emisión hacía difícil la condena a la pena capital por sodomía,
se hizo claro a mediados del siglo xvni que llevaba a la des­
honra pública y al cepo. La gente, fanatizada por las nuevas
sectas y religiones fundamentalistas, igualaba la más leve sos­
pecha de conducta impropia con el diablo, la bestia. A pesar
de su mala fama, el “vicio” abundaba, com o también dem os­
tró la literatura que, uniendo alegoría, sátira política y com en­
tario social, lo atacaba con frecuencia.

También resulta relevante, en este contexto, la^nueva. fic­


ción gótica. Las conexiones entre la sodom ía y la sensibilidad
gótica son difíciles de mostrar, peto existen. El contenido de
la experiencia gótica es el terror. Castillos encantados, m ons­
truos, vampiros, Frankensteins. ¿Cuál terror_es el peor de
todos? ¿La sexualidad perversa que no podía ser nombrada?
Sólo el canibalismo, la devotación de carne cruda, jxxiía ser
I c'¿ñsI3erado peor. N o se trata de que los autores góticos
| inventaran criminales sodomitas, sino que los mismos sodo-
! mitas, Horace Walpole, William Beckford, M atthew (el
Monje) Lewis, pródigos en travestimientos y ambiguación de
i género, inventaron y fantasearon acerca de este tipo de fic-
I ción gótica, porque servía como metáfora de su...propiO-Sía-,
* tus de parias.

A partir de 1800, en el período llamado de la Regencia, hubo


un agudo incremento de ejecuciones a sodomitas convictos.
Entre 1805 y 1815, 28 de 42 convictos por sodomía fueron
ahorcados. E n 1806 hubo más ejecuciones por sodomía que
por asesinato. Sin embargo, ciertos factores de la vida inglesa,
como el sistema de las escuelas secundarias y los colegios uni­
versitarios, donde estudiaban y eran pupilos sólo varones,
donde se formaban lazos de afecto que duraban para toda la
vida, E ton y Harrow, Oxford y Cambridge, produjeron gru­
pos de amigos cuyas relaciones resultaban incomprensibles
fuera de los encaprichamientos eróticos adolescentes. Por otro
i lado, en tanto contrafigura del homosexual femenino, el sol-
; dado fue idealizado como la encarnación de la belleza mascu­
lina, de un cuerpo diestro y bien formado. El comportamien­
to homoerótico en los cuarteles nutrió de jóvenes apuestos y
proclives al placer el mercado ciudadano del sexo.
Bajo el recrudecimiento de la vigilancia anti sodomita, el
Parlamento remedió (en 1828) el fastidioso problem a de la
prueba de “emisión” (que había sentado la jurisprudencia en
el siglo X V III, y que obstaculizaba las condenas), cambiando
la exigencia de prueba a través de una ley. La ley retenía la
pena capital sentada por Enrique V IH , pero ya no requería la
prueba de emisión. Sólo la penetración era suficiente. Lo cual
hizo más fáciles las condenas, pero no criminalizó otras for­
mas de sexo no convencional. Las acusaciones por sodomía

-4 4 ~

13/29
se volvieron más fáciles de establecer. Aunque después de
1838, ya no se dictaron sentencias capitales, la pena de muer­
te siguió en los libros hasta 1861, cuando fue reemplazada
por diez años de prisión.

I La novela de jack Saúl es un jalón — tras í'anny HUI— en la


lucha por la tolerancia y el aprecio del placer como justifica­
tivo del sexo. Un punto de vista contrario a la teología cris-
^ tiana, que justificaba el sexo sólo en virtud de la reproduc­
ción. E n este sentido, el p o m o se volvió un instrum ento polí­
tico j e los derechos humanos para explorar el cuerpo en
compañía, para aprender el placer.
Sins es un porno especializado, que presenta un panoram a
desconocido antes de su aparición. Descubre un mundo
clandestino al margen de las instituciones. Un m undo sin
lugar oficial, aunque dotado de enclaves, periplos urbanos,
zonas de encuentro en la calle y en el burdel, visitas, reunio­
nes y bailes. Una sociaüdad homoerótica oculta a la policía y
al público en general.
1 Esta novela es una lección que enseña a hacer y también a
hablar. D a voz a una minoría perseguida, particularizada. Una
minoría definida exclusivamente a partir de una preferencia
sexual. La pornografía de Sins es la respuesta irónica a una
tipificación de la policía de las costumbres a partir del siglo
XVlli. Sus personajes no son en m odo alguno el afeminado
pasivo_que se suponía, sino hombres capaces de un disfrute
doble. ELI libro tiene una vocación de instruir y deleitar a la
vez, realizando una fantasía óptima y sin contratiempos,
situándola en un contexto cotidiano y veraz, del coito entre
varones fogosos, maestros del placer, propagandistas de un
desempeño exagerado o fantástico.

Jack contrasta su destino con el de jerry, uno de sus aman­


tes, un joven de inclinaciones homoeróticas, aspecto andrógi-
no, delicado, que no se atreve a asumir su sexualidad. Mientras
él valora el placer más que ninguna otra cosa, Jerry cree que el
dinero y el verse libre de preocupación es lo que más im por­
ta, y se casa con una mujer fea, mayor que él y rica. Pusilánime,
sacrifica el placer en aras de la seguridad. Jack, en cambio, se
arriesga, explora, encuentra gente de condiciones varias que lo
ayudan en la vida, al par que le procuran gratificaciones.

El prostituto vende las historias a un m entor que las edita


bajo el subtítulo “Los recuerdos de una Mary-Ann” , apodo
de los muchachos de placer. En Sins ya no hay Mollys (sodo­
mitas afeminados del siglo xvm) sino Mary-Anns, un prosti­
tuto urbano que suele ser soldado, y que vive de sus protec­
tores. Incluso Boulton, que es un miembro de la clase media
alta y se viste de mujer por vocación, al copular con jack
— en tanto personaje de Sins— es tanto pasivo como activo.
El Mary~Ann no es un penetrador exclusivo, ni un exclusivo
penetrado. Los clientes siempre solicitan ambas cosas. El
Mary-Ann se amolda a ese gusto doble porque él mismo ha
descubierto que puede disfrutar de dos maneras.
El editor busca aguijonear su propio apetito y satisfacer la
curiosidad del lector acerca de los individuos y ambientes que
frecuentó Saúl. Esta búsqueda traduce un cuidado de sí y
fomenta asimismo el cuidado_de los lectores. Afirma un cri­
terio, a fin de realizar el placer.
La novela evita en lo posible la repetición de un mismo tipo
de encuentro, para no aburrir ni perder su elocuencia. “Con
cada una de sus sucesivas visitas tuvimos, por supuesto,
sesiones de sexo anal, pero considerando que el relato del
mismo tipo de cosa una y otra vez empalidecería ante mis lec­
tores, omitiré la repetición de nuestras numerosas orgías,
todas similares a la anterior.”
Aunque jack no busca extorsionar a sus protectores, algu­
nos camaradas prostitutos sí lo hacen. Estas anécdotas sirven

■4 6 ~

14/29
de advertencia y son un aspecto del propósito didáctico de la
novela, que busca cubrir el espectro de experiencias de ese
m undo particular.

N o sólo es perfecto cada encuentro sexual en sí, sino las


condiciones optimizadas del entorno. Cualquier gratificación
está a la mano. “Tan pronto como el mantel de la cena hubo
sido levantado, nos acomodamos confortablem ente con
brandy y cigarrillos ante el fuego, porque afuera hacía un día
helado. ‘Mi muchacho, espero que hayas disfrutado de la
cena’, dije, mezclando un par de buenos vasos calientes de
brandy.”
El p lacer se cifra en formas y m anejos óptimos; vale decir
fantásticos; el otro siempre es dócil, ya sea para poseer com o
para ser p oseído. L os roles son reversibles, el disfrute siem­
pre d >ble, no sólo porque ambos gozan, sino porque cada
p niicipante goza alternativamente de dos manetas. El varón
no se define ni como hombre ni mujer^ sino como herma-
frodita. Mr. Inslip, el dueño del burdel, presenta a Jack Saúl
travestido como Eveline. Tanto el vestirse de mujer, com o el
cambio ocasional de nombre, son un juego para duplicar el
atractivo. Lo prim ero que hacen los clientes es palpar el pene
del travestido, constatar el prodigio hermafrodita. D e este
m odo Sins rom pe la matriz de género.

Una vara que usan los maestros ingleses para castigar a los
alumnos es vehículo de sensación intensa, un recuerdo de las
experiencias infantiles que los adultos incorporan a su de­
sempeño erótico. El maestro, con poder de crear disciplina,
, dar órdenes que no pueden ser discutidas, castigar físicamen­
te, produce una cancelación de la dignidad de la persona. Esa
experiencia infantil de sometimiento incondicional, de pérdi­
da del honor, es recuperada como excitante erótico. Los per-
! sonajes azotan y son azotados, a veces con saña, hasta verter
sangre. Este procedimiento de intensificación extrema tea-
traliza la subordinación, el sometimiento, dándole un cariz
gozoso. El castigo y la falta que lo justifica son inventados
para aumentar la excitación. Y el dolor produce un cambio
cualitativo de la experiencia. Al mezclarse con el dolor, el pla­
cer se intensifica, alcanza la plenitud del gozo.
El relato teatraliza la fantasía de aceptación (el prostituto
disfruta tanto como el cliente) así como la fantasía de domi­
nio (la Humillación y el dolor de los azotes). Esas fantasías
alternan para lograr el gozo más intenso de los participantes.
Desde el punto de vista de la escena porno, en tanto proce­
dimientos para realzar el placer, ambas fantasías equivalen. Y
ambas son pactadas. La fantasía de dominio está aquí avala­
da por el consentimiento del que juega el rol de víctima.

Uno de sus protectores lleva a Jack Saúl a una fiesta en los


jardines del Príncipe de Gales. Un integrante de la comitiva
del Príncipe se interesa en jack, le propone un recorrido por
los jardines y term inan copulando en un rincón recoleto. Más
tarde un diplom ático alemán le propone llevárselo a
Alemania, pero Jack decide permanecer en su tierra.
Sins aparece — ya lo señalé— entre dos escándalos que
tocan las altas esferas. E n la novela, además, se menciona un
tercer escándalo contemporáneo a su publicación:
“E n el m om ento en que esto va a la imprenta surge un
caso, publicado por el Ljmdon D aily Tekgraph del 9 de julio,
1881, referente a un cabo de los Guardias Escoceses, que ha
sido sorprendido en el acto de cometer una ofensa antinatu­
ral dentro de una cafetería de Lower Sloane Street. Fue arres­
tado para comparecer ante el juez, mientras su compañero,
que tiene la suerte de ser Secretario de la Embajada Alemana
en Londres, ha sido reclamado por el G obierno Alemán y
enviado a su Vaterland, y es sin duda todo lo que le sucede­

rá-
15i
E n la Inglaterra victoriana, Sins funciona como una pieza
de com bate político. Muestra que, a pesar de las prohibicio­
nes, los sodomitas impregnan la fábrica entera de la sociedad
y pertenecen a todas las clases, desde la más baja hasta la más
encumbrada.

Culmina en tres pequeños ensayos, que revelan que su ghost


writer (corrector/editor) es un hombre cultivado, conocedor-
de los clásicos e informado acerca de otras culturas. H a leído
a Suetonio, a Marcial, a Juvenal, a Catulo y a través de ellos
está familiarizado con el eros romano, con las exquisiteces de
placeres extravagantes: de Calígula a N erón, de Tiberio a
Vitelo o a Galba, que amaba las ostras podridas y penetraba
a los hombres ancianos. Sin olvidar las prácticas lesbianas:
“Nadie puede leer a Juvenal sin estar convencido de que en
época de Marcial el lesbianismo florecía en Roma. Sus des­
cripciones de la fiesta de la Bona Dea no dejan dudas acerca
de eso” . E n Roma, la relación entre varones era admitida.
Sólo era despreciado el hom bre adulto exclusivamente pasi-
f vo. El editor/corrector de las anécdotas de Jack concuerda
1 con este criterio, y dignifica el placer doble (activo y pasivo)
que experimentan todos los personajes de la novela.
I E n cuanto al m undo contemporáneo, el editor tiene infor­
mación de primera mano acerca de las costumbres del Sultán
de Bujara, que mantiene un doble harén, uno de mujeres,
otro de muchachos. Su confidente, un viajero que parece
haber sido testigo presencial en el dorm itorio del sultán, lo
entera de los detalles de esas prácticas y de la laxitud que
adquieren los anos de los muchachos. El último breve ensa­
yo del libro se refiere al “tribadismo” (lesbianismo). A través
de estos materiales eruditos, Sins ubica la sodomía en un
/ horizonte geopolítico amplio de civilizaciones pasadas y pre­
sentes, y de este m odo relativiza, quita valor a la prohibición
puntual de la ley inglesa.
I La moral victoriana no fue asunto exclusivo de Inglaterra.
I Tuvo consecuencias mundiales que todavía experimentamos
hoy. El colonialismo británico criminalizó la sodomía en Iraq
después de_la Primera G uerra M undial El edicto fue parte de
un vasto cuerpo de leyes coloniales creado por los adminis­
tradores británicos sobre todo a partir de mediados del siglo
XIX, al que los ingleses llamaron “El Código Penal H indú”.
El código no era autóctono de la India. Fue el sistema legal
que los colonizadores británicos impusieron al país en 1860.
El artículo 377 de ese código colonial hizo del “comercio
carnal contra natura” un delito castigado con hasta veinte
años de exilio o hasta diez años de prisión. Al expandirse el
imperio colonial británico, sus administradores impusieron y
aplicaron el artículo 377 y edictos similares contraJa sodomía
; en Nigeria, Kenia, Uganda, Tanzania, Pakistán, Bangladesh,
\ Myanmar, Singapur, Malasia, Brunei, Penang, Malaca, H ong
| Kong, Fiji, la Península Malaya, Birmania, Sri Lanka, las
) Seichelles, Papua, Nueva Guinea, British Honduras (hoy
{ Belice), jamaica, las Islas Vírgenes Británicas, las islas
¡ Caimán, M ontserrat, Bahamas, Tobago, Caicos, Santa Lucía,
, Nueva Zelanda, Canadá y Australia. E n el Oriente Cercano,
i los británicos hicieron del “Código Penal Indio” la ley del
lugar en Aden, Bahrain, Kuwait, Muscat, Omán, Quatar,
I Somalia, Sudan y lo que es hoy los Emiratos Arabes Unidos.
1 Cabe preguntarse hasta qué punto la homofobia actual de
í musulmanes e hindúes, y de otros pueblos de Africa, Asia y
América no fue reforzada, o aún creada, por esta ley colonial
británica, siendo la reina Victoria cómplice del integrismo
i musulmán y de la intolerancia a la sodomía de los pueblos
colonizados. Mientras en Gran Bretaña la sodomía entre
adultos consintientes fue descriminalizada en 1967, la ley de
1860 del “Código Penal H indú” fue levantada por la Corte
Suprema de Nueva Delhi recién el 2 de julio de 2009, afir­
mando que las relaciones homosexuales entre adultos ya no
pueden ser consideradas un delito en India. Esta ley colonial
sujetó al subcontinente a una prohibición que duró 150 años.
El movimiento de liberación sexual hindú ha solicitado a
Gran Bretaña una disculpa por haber sujetado su país a una
política de costumbres foránea.

Notas
1- M orris K aplan, Sodom on the Thames, Ithaca, N ew York, Cornell University
Press, 2005.
2- R andolph T ru m b aeh , “ E ro tic Phantasy a n d Male lib e rtin is m in
E nlightenm ent E ngland” , cn Lynn H u n t, The Invention of Pornography, N e w York,
Z one Books, 1993.
3- T rum baeh, ibid.
4- 'tru m b aeh , ibid.
17/29
C a p ít u l o iii

E l n e g o c io d e l p o r n o
por R o b erto E ch a v atren

Pasado un siglo, en_el con texto de la democracia mediática,


el juez j la policía ya no controlan la circulación del porno.
H an sido u tinados jj or la censura “blanda” de IósTiiedios
de comunicación. Las empresas estatales y privadas determ i­
nan y regulan el flujo de las informaciones, ya no en nom bre
de la ley, sino de la decencia y el buen gusto. Lo que vetan los
medios va a caer en los subsistemas de com unicación desti­
nados a públicos especializados y marginales.
E n los setenta el porno literalio perdió toda relevancia. Las
palabras impresas va no eran consideradas pornográficas, o al
menos ya no valía la pena prohibirlas. Las agencias de censu­
ra no podían ocuparse de abrir juicios a libros y revistas, ni
tampoco tenían ganas de hacerlo. Pornografía pasó a signifi-
car imágenes, preferiblemente imágenes en movimiento.
El porno, como empresa comercial de imágenes, fue ataca-
do cada vez m enos p o r Tas agencias de censura, pero pasó a
ser atacado p or ciertas feministas.
Women Againsl Pornogmphy (wap), un grupo fundado en
1976, consideraba que la pornografía heterosexual estimula­
ba la violencia contra las mentes y los cuerpos de las mujeres.
“Tanto el porno como la violación es un invento masculi­
no, un producto hecho por los hombres para los hombres,
diseñado para deshumanizar a las mujeres” .1
Dworkin trató al porno com o un fenóm eno ahistórico y
como una basura sin valor. Propuso una lectura mítica; desde
ese ángulo, las conclusiones eran inevitables y siempre las
mismas. Pero parece incongruente trazar una violencia que se
considera endémica en la cultura occidental a unas imágenes

~ 53~
: de films que habían estado prohibidas décadas antes.
Dworkin y Catharine McKinnon, una profesora de Derecho,
intentaron, sin éxito, modificar la legislación para prohibir, no
sólo la exposición del sexo genital, sino cualquier situación o
conducta que llevase a degradar la dignidad de la mujer.

Se ha dicho que el porno es la desnudez — sin alma— ; el


alma está en otra parte: el vestido, los accesorios, la conjuga­
ción de la persona, el fetiche que habita los calzones; la cara
antes que nada, esa puerta del alma. I,a cara en Ja pornografía
es lo que menos im porta, a no ser que se (rate de un '‘facial” ,
vale decir una eyaculación sobre el rostro de la pareja.
E n tanto producto comercial que apela a cierto mercado, el
porno no se preocupa por la forma o por el estilo, sino por
la eficacia. Cumple. Entrega lo que se le pide, una visión del
coito. ¿Quién la pide? El voyeur, un cliente.
El porno lleva a la pantalla tomas p a rciales del cuerpo, los
genitales, las nalgas. Una pantalla, no habitada por el alma,
presenta una acción robòtica, de diálogo chato, escaso,
muchas veces ridículo. El pudor no existe para el porno. El
pudor sirve de mediación entre las personas, tanto la vesti­
menta como el velo de las palabras. 1a> s repliegues, el miste-
rio de la intinaidad,,jno cuentan para el porno.
E n tanto negocio, es una franja considerable de la industria
filmica: “En mayo de 2001 Erank Rich publicaba en el New
York Times un artículo — ‘N aked Capitalists’— lleno de
datos sobre la implantación comercial del porno: frente a las
cuatrocientas películas manufacturadas anualmente por los
grandes estudios de Hollywood, la industria del cine porno
(llamémoslo ‘cine’ aunque su distribución y su técnica hayan
dejado atrás lo tradicionalm ente cinem atográfico hace
mucho) pone en circulación de diez a once mil títulos nue­
vos. Setecientos millones de videos o d v d 's porno se alqui­
lan anualmente en Estados Unidos. Los ingresos de la indus­

~ 54~
tria en su conjunto — incluyendo revistas, páginas web, cana­
les por cable y películas para circuitos privados como hoteles
y sex-shops— ascendían a catorce mil millones de dólares
anuales: una cifra que superaba en Estados Unidos, desde
luego, los ingresos de la industria cinematográfica tradicional,
pero también los del negocio del deporte profesional: béis­
bol, fútbol americano y baloncesto juntos” .2
Cabe preguntarse: ¿dónde está el eros?
¿En el porno que cumple sus promesas con una mecánica?
¿O en otros registros? ¿En la polinización de las superficies y
del aire?
La industria del_pomo_es un com ponente insoslayable del
consumo en nuestra cultura. Sin embargo, ¿qué es, o puede
ser, erótico? ¿Aurático? E n la red podem os elegir entre dos
vertientes del interés sexual. Por un lado hay un servicio gra­
tuito de porno, porn tube, y por otro está YouTube, una
pecera, un laboratorio de estilos. E n mi caso, no tengo dudas:
me parece más erótico YouTube, que no acepta el porno, vale
decir la desnudez, el coito, el sexo explícito. Acepta el beso,
el baile, la presentación de estilos, la argumentación, la músi­
ca, cualc]uier tipo de docum ento visual y sonoro, en un con­
texto inclusivo de prolijidad enciclopédica, pero no indife­
rente, porque está transitado por derivas interactivas.
El porno..su desnudo .público....su reducción de cualquier
intercambio al coito, a partes extra partes, o intra partes, obli­
tera a la persona, oblitera el conjunto atmosférico de un suje­
to. Al costado de su función como excitante, puede producir,
y de hecho produce, en algunos, asco, desazón, tedio. Al recor­
tar tal función fisiológica, trucada o no, oblitera el carisma de
la persona, nos empobrece, nos deja desahuciados, reducidos
a una forma pública, limitada, pedestre, de la fantasía. Es una
masturbación ja r caliente que acaba en frío. Los límites preci­
sos de la gratificación la vuelven banal, sin estilo. Borra todo
lo demás, malo o bueno. Habita una tierra de nadie donde no
hay dolor de muelas. Tampoco obligaciones de trabajo o res­
ponsabilidades. O afectos. Un paraíso mecánico, robótico,
vacío. Una isla que funciona p or sí misma. N o nos necesita. Se
reduce a planos de cuerpos fragmentados y el money shot, la
toma de la eyaculación. Aunque la masturbación del voyeur,
ver porno en compañía, nos “integre” hasta crerto punto.
El porno fantasea un poder absoluto que transforma al
otro en objeto. Calma la calentura, pero el eros es la llave de
las intimidades. N ada es obsceno; el desnudo no es obsceno.
Lo obsceno es el procedimiento, la actitud, el recorte, el pre­
sentar los genitales aislados de todo el resto.
En las relaciones entre las personas, hay revelaciones pau­
latinas, mutuas o no, recíprocas o no. Coqueteo, distancia,
rechazo, entrega. Cuando alguien confiesa su dependencia
sin condiciones, si el apego no es recíproco, la confesión se
vuelve indigna, resulta patética. Produce fastidio, vergüenza
ajena, lástima.
Necesitamos al otro autónomo; su misterio, su intimidad,
su secreto. Proyectamos sobre él un espectro de nuestras fan­
tasías. Deseamos ver, sobre esa pantalla del otro, un soporte
de nuestra expectativa de disfrute. E n tanto dimensión de la
mente, la fantasía es solitaria. Pero se refiere a otro, a una pla­
taform a de aterrizaje, a una pantalla de otro planeta donde se
desliza y encuentra predicamento, un ejemplar preciado. Esa
fantasía culmina en el tacto, el calor animal por donde pasa el
afecto.
El porno, en cambio, es una tierra de nadie. Un nicho espe­
cializado, pero genérico. Una vía más, y una vía robusta, de
consumo. Su dinámica pulsional de ayuntamiento es ofrecida
al voyeur gracias a las proezas acrobáticas de los actores para
que la cámara pueda filmar la cópula sin obstáculos; incluso,
se diría, el interior de los órganos.
Si el deseo abre el teatro porno, se desvanece aún antes de
terminar (la función, el film). Nos han chupado el alma.

•56 ~
Cuando lo íntimo se hace público sin afecto, sin mundo, sin
circunstancia, nos rob i el alma. Quedamos desolados, aburri­
dos. Sin conjunción. Lo cuerpos conjuntos se diferencian de
los cuerpos conectados. Los cuerpos conectados por internet
al porno, se ha dicho, están sujetos a una progresiva incapaci­
dad de sentir placer. La simulación del placer, más allá de la
estética de las películas, o de las imágenes, está dada p o r el
interfase. ¿Es real lo que sucede en la pantalla? ¿Es real — en
definitiva— para el consumidor? “La conducta iuti ti puede
ser descrita com o la incapacidad de captar la u n >eion del
otro, o proyectar en el cuerpo del otro el placer y ei uoior que
sentimos en el nuestro. Falta de empalia parece ser un efecto
epidémico de la mayor exposición de la m ente a la infoesfera
virtual acelerada... La pornografía llama tu atención rápido, r
no es necesario hacer un gran esfuerzo, no es necesario sen­
tir empatia, uno solo observa; un estado de mente casi auris­
ta. N o es necesario tratar de entender los sentimientos de otra *
persona, no es acerca de ellos; son sólo objetos o instrum en­
to s para una satisfacción... El tiempo, una dimensión indis­
pensable del placer, se divide en fragmentos que ya no pue­
den ser disfrutados... El porno se vuelve un acto de ver repe­
titivo, que no cumple un propósito emocional”.3
El porno existe como existen los casinos, las apuestas, las
loterías; existe como una rama, o una racha del consumg, en
la vida de cada cual. Es una oferta del mercado. ¿Quién no se
asomó a esos registros, a veces áridos, a veces ásperos del
porno? ¿Quién no se asomó a las nalgas breves de los m ucha­
chos? A las formas, por lo general abruptas, mal encaradas,
de los fetiches fabricados com o disfraces de Halloween, de
factura pobre.
Los fetiches, ropa, maquillaje, peinado, joyas, crean el aura
de la persona. Los fetiches, en tanto formas de la vestimen­
ta, tienen su lugar en el porno especializado, pero suelen
carecer de la magia del estilo. El fetichista que se prueba
botas puede aparecer en un porno. El fetiche inorgánico pro­
yecta un resplandor de emanación delegada. Es la cifra del
misterio de la persona. E n la vida corriente, en la fotografía
artística, el fetiche ilumina la persona; surge e ilumina el cuer­
po, lo dota de un resplandor, que está en los zapatos, el ves­
tido, la cofia, el maquillaje, la música que alguien produce o
escucha.
t Aparte del porno están las formas del erotismo y se
encuentran en el arte, cine, literatura, YouTube y dondequie­
ra. Destellan aquí y allá, en el terreno de la fantasía y de las
relaciones entre las personas. El eros es psíquico tanto como
físico. E n YouTube nos atrae el pequeño teatro, la existente
palpitación real, la impresión de que penetramos — hasta
cierto punto— el secreto de cada uno, y por eso nos con­
mueve.
¿Y el porno por teléfono? ¿Y el porno on line? ¿Y el chat?
, A medida que nos comunicamos nos vamos apartando del
I porno.
El porno actu a l— salvo el porno infantil— no está defini­
do desde fuera por la censura; sino desde dentro de la indus­
tria a partir de_ sus productos. Ya no hablamos del porno
como lo prohibido, o una forma de lo secreto, sino del porno
como producto. Ya no se discute si el arte, un cuadro o un
relato, son pornográficos y deban por lo tanto ser prohibi­
dos. Arte y porno circulan muchas veces en circuitos dife­
rentes, ocupan nichos diferenciales de preferencia.
La crítica al porno no implica una defensa de la censura. La
existencia del porno como ingrediente de internet y de los
medios implica libertad de comunicación, explorar los regis­
tros posibles de nuestra sensibilidad, realzar las experiencias
con que se combine. Es un derecho de la persona. También
es un rubro dentro de una economía de mercado. Como el
aprendiz de hechicero, el porno crece y prolifera indetenible,
sorprenden te, planteando preguntas acerca de nuestro deseo

•5 8 ~
y su relación con la ética y lajpolítica. E n el porno m edran los
intereses de la industria, a la par que los intereses del consu­
midor.

N otas

1- A ndrea D w orkm , Pornography, Men Posessing Women, 1980.


2- Andrés Barba, Javier Montes, Jm ceremonia del pomo, Barcelona, Anagram a,
2007.
3- Franco Berardi, “T h e O bsesión o f the Vanishing Body”, en <Click Me, A
Nelporn Studies Reader, edited by K atrien Jacobs and others, Institute o f N etw ork
Cultures, A m sterdam , Paradiso, 2008.

- 59-
21/29
C a p ít u l o iv

E l porno gonzo
por R o b erto E ch av arren

Al costado del porno californiano de los cuerpos perfectos


y el sexo optimado, a partir de los noventa del siglo pasado
surgió un porno sucio, que se llamó porno gonzo. El térm i­
no gonzo fue aplicado a un tipo de periodismo en los sesen­
ta, iniciado por H unter S. Thom son, que lo definió como
“compromiso total, concentración total y una loca suerte de
desenvoltura y brío” . El periodista es parte del evento que
está ocurriendo. Por extensión, gonzo es una manera de j
hacer películas en que el trabajo de cámara es una repic en- \
tación de los sentidos del cameraman, una prótc i } un
punto de vista, igual que un arnés o un dtldo son prótesis del I
cuerpo para erotizar el coito. La cámara es un participante
reconocido de la escena. El hom bre que filma no necesaria- {
mente toma parte, pero muchas veces sí.
G onzo se refiere a cierto tipo de porno intencionalmente
de bajo presupuesto, sin vestuarios ni sets elab— J "".. Está
lleno de cióse ups y tiene más sexo y jrienos ai umcnto de
pacotilla que el porno convencional.
Siempre tuve la impresión de que el gonzo es el ecpivalen-
te de una cogida fuerte en un callejón trasero con los valores
^ de producción más bajos y docum entando el punto de vista
del cameraman. Siempre es subjetivo, íntimo y personal, por
lo tanto en esencia cuenta una historia, aunque sea mínima.
Algunos, como el director John Stagliano, el gran propul­
sor gonzo en los noventa a través de su serie de películas
Buttman, afirman que es un error asumir que al gonzo le falta
argumento.

~ 61~
“Eso es lo que fue Buttman: sin guión, sólo escenas floja­
mente anudadas para mayor diversión y para filmar el mejor
sexo que pudiéramos. La gente que dice que el gonzo no
tiene trama no ha visto mis películas. N o aprecian mi dedica­
ción para m ontar el inicio de cada escena. Trato de crear
expectativa y erotismo para empezarlas... Muchas de las esce­
nas Buttman son tomas de exteriores... N o es gente diciendo
líneas de un guión, pero es una historia.”

El gonzo manifiesta la tendencia hacia un desempeño


sexual íntegro, en vez de la actuación requerida para las pelí­
culas que habían dominado la industria en los setenta y
ochenta. Implica una diversificación, líneas especializadas de
videos que presentan diferentes tipos de cuerpo, modalidades
del coito, o razas humanas (negra, latina, asiática, caucásica).
El gonzo produjo un nuevo tipo de estrellato. Puede ser el
trampolín para actrices que quieren actuar en producciones
más grandes, porno o no.
Debido a su extrema popularidad a partir de mediados de
los noventa, el gonzo se volvió m ainstream. con la ventaja,
para los productores comerciales, de rebajar el costo de inver­
sión para entrar en el mercado. La estrella porno Mika Tan
comentó en 2008 que producir un d v d gonzo promedio cues­
ta 16.000 dólares. Hay distintos modos de filmar. Hoy las
compañías producen gonzo con excelente iluminación y soni­
do, despliegue de lencería, y filmado en residencias lujosas. Un
trazo que comparten todos los films jjonzo es el énfasis mayor
en un desempeño intenso, casi hiperactivo; tiende a incluir
más sexo hardcore que el porno tradicional o el amateur ante­
rior. Más allá del grado de involucramiento o participación del
director y el cameraman en las escenas del film, el gonzo con­
tiene “más sexo”, las secuencias resultan m ás largas.
Los participantes suelen ser descarados, entusiastas, y actú­
an para la cámara. El ángulo de la cámara con frecuencia

~ 62~
22 /
corresponde al punto de vista masculino. Una evolución del
porno g onzo es que se_ha vuelto irrespetuoso y notoriamen-
te violento hacia las actrices.
La actriz porno Mika Tan declara en una entrevista: “Las
líneas D V D , o cada título de porno, se producen para satisfa­
cer diferentes nichos en el mercado. N adie filma un D V D a
menos que su investigación de mercado le muestre que podrá
venderlo. El porno no crea los fetiches., sino que los abaste­
ce. Incluso si pienso que hay un mercado p ara cierto_tipo de
films, aún así debo convencer a la compañía de distribución
de que ese m ercado existe... E l porno nunca será ciego al
color, porque los hombres que compran buscan cierto tipo
de mujer. A quienes prefieren las latinas, no les vendas un
D V D que tenga negras” .
Por otra parte, Mika Tan niega que en todas estas líneas
especializadas las víctimas sean siempre las mujeres: “Trabajo
en un sitio web llamado meninpain.com, y en otro meanbit-
ches.com. Los hombres son sujetos a humillación en esos
lugares. Por favor métanse en la cabeza que el porno no se
dirige sólo a un sexo o a un género... ¿Cuáles son los estereo-
tipos? Yo misma he sido varias veces dominatrix, prostituta,
niña de escuela, mujer de negocios, doctor, nurse... Cuando
me llaman para una escena, sólo me comunican el género
(por ejemplo fetiche, asiática, niña de escuela) para que sepa
qué tipo de ropa llevar. Los estereotipos exceden las razas.
Puedes tom ar esos mismos personajes que representé y dár­
selos a una rubia, a una mejicana o a una negra. Todas las chi­
cas porno que conozco representaron diversos roles de fan­
tasía en un m om ento u otro. Yo tuve roles muy fuertes y
también muy subalternos”.
¿Cuál es la función del p o m o según Mika Tan? “Lo dije
antes y lo diré ahora: el porno no es necesariamente para
hombres que ya están con una chica asiática. El porno es
para quien ama a las asiáticas y no puede conseguir una. Para
algunos, el porno es la única vía para obtener el tipo de sexo
que les gusta” . En este sentido, representa una válvula de
escape, un medio para concretar fantasías, aunque sólo en
calidad de voyeur.

Randy West, un actor porno que se volvió productor en


1993, dijo que uno de sus mayores placeres era observar el
orgasmo femenino de sus parejas. Los episodios suelen tener
un formato estándar: empiezan con una corta entrevista a la
actriz para establecer alguna información de fondo. Sea ficti­
cia o no, esa charla inicial establece a la joven como persona.

Una excepción para la falta de respeto a las mujeres es la


nueva serie Chemistry que Tristan Taormino ha estado
haciendo para una compañía porn mainstream, llamada
Vivid. Lo diferente es que Taormino elige a un grupo de acto­
res con los que simpatiza a nivel personal, los pone a com ­
partir una casa por 36 horas, y los deja tener sexo bastante
espontáneo, tan espontáneo como puede ser el sexo'que
hacen para ganarse la vida ante el personal del equipo de fil­
mación Baaendó cióse ups más cercanos que el examen de un
ginecólogo. 'En homenaje a su i-iíces gonzo, Taormino per­
mite a los actores usar una “c m n-i perversa” con que filman
mutuamente lo que les parece de las escenas respectivas, hasta
discusiones, ya completamente vestidos, acerca de lo que les
gustó o no les gustó acerca del sexo que acaban de tener.
Ca p ít u l o v

POSTPORNO
por R o b erto E ch av arren

Annie Sprinkle ejerció de actriz fetiche del prinici p u m o


industrial de los setenta. Al retirarse, en los ochetit i j u d ó
su carrera como una com entadora irónica del pom o comer-
cial en p elículas,_conferencias y performances. En el Museo
de Arte Contemporáneo de Barcelona ( m a c b a , junio 2003),
clausuró el prim er Maratón Postporno con una conferencia-
performance en que repasó sus treinta años de dedicación a
lo que ella llama “el arte sexual” . Annie se presenta com o una
estrella porno, muy maquillada y ligera de ropas, cargada de
lencería provocadora, de enormes senos casi sueltos y cabe­
llo adornado con una diadema. Su aspecto de ninfa pronta
para la liza del goce sexual viene trastocada de inicio p o r su
edad y porte. Ya no es una teenager, ni sus carnes guardan
parecido alguno con la arquitectura corporal de una puta;
más bien es de una lividez contrastante con su pelo muy
negro. Pero las artes de seducción y conquista se despliegan
ante una audiencia que reacciona como ante un paisaje teatral
cuya representación es pura y evidente farsa.
La vocecita templada y las miradas anhelantes ponen en
escena un espécimen del género femenino dotado de las m ar­
cas previsibles para el consumo. El espectáculo_es una auto­
biografía — entre lo kitsch, lo obsceno y lo cómico— que
sirve para com prender cóm o funciona el porno alternativo,
así como los valores sexuales que defiende esta doctora,
defensora de unos m étodos pedagógicos, como m ínimo,,
insólitos.
“Mientras en una pantalla a su espalda se proyectaban
explícitas escenas de sus películas de los setenta, Annie
Sprinkle contaba que su ideología intenta ir más allá de un

~ 65~
tipo de cine que sólo busca el placer masculino. De hecho,
sus primeras obras postporno incidieron sobre el orgasmo
femenino, la cópula con transexuales, el sexo colectivo e
incluso la interactividad, teniendo contacto con los especia-
dores en un cine mientras se proyectaba su propia película.”
(Javier Blanquez).
/\ //.r treinta años de puta multimedia, título del espectáculo pre­
sentado, no alcanza el grado de provocación de obras anti­
guas de Annie Sprinkle, como Post porn modernisrn, en la que
invitaba al público a contemplar la cérvix de su útero median-
j te un espejo situado ante sus órganos sexuales. Frente a la
audiencia atónita, desnuda sus genitales y a medio acostar,
| coloca unos espéculos de m odo que su cavidad vaginal quede
i bien visible; enseguida entrega una linterna a los participan-
i tes y los invita a mirar sin reservas. Exhibe las láminas del sis-
¡ tema reproductor femenino y profiere: “Conozca la vagina,
!I es su amiga • 53.
La fuente de placer mitologizada y difusa es despojada en
un abrir y cerrar de ojos de su peso simbólico, mostrada en su
carnalidad profana, sin atributos, más que ser aquella región
del cuerpo femenino alrededor de la cual funcionan las con­
venciones y normas del género y la familia. Ese porno, más
desnudo £]ue_el desnudo, nos fuerza a pensar en otra cosa, nos
lleva a su revés, a un terreno que sobrepasa la mera literalidad
% los órganos; nos lleva a tom ar conciencia de un campo efe
intensidades corporales que no se refieren específicamente a
éste o aquél órgano, un campo magnético en que Eros vuela
con las alas de Psique, justam ente esas alas necesitan a veces
la oscuridad de las imágenes, el apagón momentáneo, la sus-
pensúSn del porno. para liberar un campo de intensidades más
allá de las fronteras calculadas de un cuerpo fragmentado en
c|ue cada órgano tiene estrictamente una función.
Sprinkle no ataca la existencia del porno comercial, más
bien defiende a los actores y su valor como enseñantes, más
allá de las convenciones del film poíno. E n su show hubo
mom entos para el hum or hiperbólico; según Annie, suman­
do los centímetros de los penes con los que ha trabajado en
las últimas tres décadas se podría superar la altura del Empire
State Building. También hubo m om entos para la parodia
sobré el mercadeo de arte (sus cuadros, realizados con la
marca de sus senos embadurnados en pintura, los vendía a
treinta euros) o lo apoteósicamente cursi: una coreografía de
danza mamaria sin pudor ni sentido del ridículo al compás ele
“El Danubio azul” , de Strauss.
E n How to be a Sex Godess in 101 Hasy Steps escoge el papel
de maestra de ceremonia, un m entor sexual sicodélico y
amistoso que da clases privadas de forma juguetona dirigién­
dose al espectador. Paralelamente, destaca su propia presen­
cia en la pantalla, y reconoce la compañía del observador
concreto mirando directamente al lente de la cámara. Freud i
define el voyeurismo como una forma sexualmente gratifi- (
cante de la escopofilia, relacionada con el acto de mirar a per­
sonas que no pueden devolver la mirada, o que no saben que
están siendo vistas. Al dirigirse directamente a quien observa,
Annie devuelve la mirada y p o r tanto conquista el concepto
de voyeurismo al eliminar la actividad sexual preferencial de
espiar con astucia. Elimina la despersonalización de la m ira-,
da pornográfica, al transform ar alvoyeur en cazador cazado.
Ziad Touma considera que este exhibicionismo autocons-
ciente de Sprinkle indica que “cansada de ser la fantasía de
alguien más, ella utiliza su performance para deconstruir el
objeto de deseo estándar” , lo cual supone “una estrategia
mucho más militante que la simple reversión de los roles de
género” .
E n una entrevista para la revista Bright Light, la Sprinkle
declara: “ Pienso que, en térm inos de performance, de
medios y de arte, cualquier exploración del sexo es intrínse­
camente algo bueno... Los mom entos de ser erótica, sensual,

~ 67~
sexual con mi amante, son los más bellos, espirituales y cura­
tivos que experimento en mi vida. Cuando estuve en la pros­
titución, no siempre era como en las películas. Las prostitu­
tas no siempre son asesinadas violentamente o salvadas por
un multimillonario. E n esas películas, nunca ves a la puta
feliz, a la mujer enérgica que hace un buen trabajo.”
Annie Sprinkle propone una pornotopía, una uu pn:
“Tengo una visión del futuro en el cual toda la educaci jn
sexual necesaria estará disponible para todos; no habrá nece­
sidad de abortar ni transmisión de enfermedades por vía
sexual... El sexo es un arma curativa poderosa que será usada
regularmente en hospitales y clínicas siquiátricas. A pren­
deremos a usar el orgasmo para prevenir y curar enferm eda­
des tal y como los antiguos tántricos y taoístas hicieron. Los
trabajadores sexuales serán ampliamente respetados... y el
deseo dejará de ser un crimen. Los hombres serán capaces de
tener múltiples orgasmos sin eyacular, por lo cual podrán
mantener una erección cuanto quieran. Las mujeres eyacula­
rán... A nadie le im portará con gente de qué sexo tiene sexo
cada quién. E n el futuro todos estarán tan satisfechos sexual-
mente que será el fin de la violencia, la violación y la guerra” .

Alguien definió el post p o m o como “carne + política” . La


aparición en internet de cientos de galerías de imágenes que
subvierten los cuerpos “danone” como objeto de deseo y
desde donde se reivindican identidades sexuales y prácticas
vitales ninguneadas por la industria mainstream, junto con la
gran difusión que han alcanzado artistas como Annie
Sprinkle, nos sitúan en un m om ento de creciente interés
hacia estas formas alternativas de representar nuestra forma
de entender el sexo y de relativizar la ficción jurídica de una
identidad o un rol cualquiera, a la vez que abren mil brechas
en el discurso heteronormativo.
La actriz Belladonria se destacó de los volúmenes de debu­
tantes en muchas películas gonzo y participó en una serie rea-
lity de televisión, Family Business. Su carrera en el negocio de
la pornografía fue seguida durante dos años por un equipo de
ABC Televisión, culminando en una entrevista en Prime Time.
Belladonna pasó a dirigir películas de sexo gonzo para una
línea de huida del rol de objeto pasivo. Ya ha dirigido más de
una docena de films lesbianos que de m odo regular incluyen
diversión y renegocian enfáticamente las relaciones de poder.
“E n Belladonna Vucking Girls Again (2005), la directora juega el
rol de dominadora con la sumisa actriz Melisa Lauren. En
cierto punto le pide a Lauren que se meta un dildo inflable en
la boca, el cual, con el creciente influjo de aire, ya no recuer­
da a un pene en absoluto. Su rostro enrojece y se vuelve un
centro (post-) vaginal de deseo; Lauren acaricia suavemente el
tubo y lo besa sacándolo de la boca de Bella” 1.
Por medio de nuevas tecnologías del cuerpo, el poder se
vuelve una relación compleja de fuerzas. E l pene ya no es,
como quería abusivamente Freud, el referente al que se remi­
ten to dos los fetiches; al contrario, es un artículo más en la
rueda de los fetiches, no m ás im portante que ninguno; el
gene, un mango de sartén, un dildo, un vibracTor, son instru­
mentos intercu íbnbles, en su función de dar placer. De
hecho, un dilck <_ mas ventajoso. Es m ás libre, separable
(detachable) y los participantes del encuentro lo pueden jisa r
alternativamente.

El postporno — -según M m i Llopis (“Feminismo porno


punk”)— “tom a el dispo-^tn >pornográfico como lugar de
entrecruzamiento de tres espacios políticos y de crítica cultu­
ral, al mismo tiempo conectados y discontinuos: el feminis­
mo, como lenguaje y práctica de ampliación del horizonte de,
Fa_esfera pública, a partir de una crítica de la opresión de géne­
ro; el movimiento queer. de m inorías sexuales disidentes que
critica la normalización heterosexual; el punk, como práctica
de invención de nuevas técnicas baratas de intervención crí-
tica (do it yourselj', become ihe media) apelando a su dimen? u 11
incorrecta, sucia, irrecuperable.”

Del LaGrace Yolcano es un fotógrafo que examina los


modos por los cuales las subjetividades intergénero e intersc-
xo construyen nuevos cuerpos. Los que fotografía no son
objetos tenidos a distancia sino más bien celebrados; una
cámara gonzo tom a partido, no ya por la pornografía, sino
por el arte de devenir transgénero. Celebra los cuerpos de
dykes butch, de transexuales que rebasan el sistema binario.
Descubre nuevas criaturas, al par que las inventa, o ayuda a
inventarlas, al hacerlas públicas. El mismo es una de esas cria-
f turas. Expande la categoría para incluir cuerpos que no están
necesariamente posicionados por la homosexualidad, pero
que están marcados de un m odo queer, desubicados, consi-
I derados raros. “Vemos cambiar la forma de nuestros cuerpos
/ y de nuestras comunidades” (Jay Prosser). Se vislumbran las
alteraciones prometidas, las mutaciones que parecían imposi-
j bles y que a la vista están, o visitan nuestros cuerpos. Las
j transformaciones que proyectamos con el ojo, esas profecías
'í ' i -

¡ se cumplen en un presente público, compartido.


“En tanto artista visual — dice Del LaGrace Volcano—
ofrezco ‘tecnologías de género’ para ^_pH|kí!íJ,jnás que res­
tringir, las trazas hermafroditas de mi cuerpo. Me considero
un abolicionista del género. Un terrorista part time. Una
mutación intencional e intersex por definición (al contrario
de por diagnosis), para distinguir mi ruta de los miles de indi­
viduos intersex que sufrieron una mutilación, fueron desfi­
gurados en un intento erróneo de volverlos ‘normales’. Creo
que hay que cruzar una y otra vez esa línea, tantas veces
como sea necesario para construir un puente a través del cual
podamos transitar.”
Así entendido, “ser queer no es un derecho a la privacidad.
E s acerca de la libertad de hacerlo público, combatiendo.la
opresión, la hom ofobia, el racismo, la misoginia, la hipocresía
de las religiones y nuestro propio auto odio... Sí. Gay es estu­
pendo. Tiene su lugar. Pero cuando una cantidad de lesbianas
y hombres gay se despiertan cada mañana, estamos enojados
y disgustados, no gay. Por eso elegimos llamarnos quec i U sar
el término queer es recordarnos cómo somos percibidos por
el resto del mundo. Es un m odo de decirnos a nosotros mis­
mos . que no tenemos la obligación de ser gente ocurrente,
encantadora, que mantiene nuestra vida discreta y marginal en
el mundo hetero... Queer, a diferencia de_ gay, no significa
varón. Y cuando es usado entre los gays y lesbianas sugiere que
cerramos filas, que olvidamos (provisoriamente) nuestras dife­
rencias, porque enfrentamos un insidioso enemigo común.
Queer puede sonar rudo, pero es un arma traviesa, irónica, que
podemos robar de. las manos del hom ófobo y usarla conlra él”
(Manifiesto anónimo Read This Queers, 1990).
N o es esencial, aunque puede ser útil defender una identi­
dad en tanto ficción jurídica, para reclamar los derechos de un
grupo, de una minoría, defender un mazo de personificacio­
nes grupales que se diversifican en líneas de estilo, en puntos
de subjetivación, pulverizando la identidad molar. El ramala­
zo de las minorías hace multitud. Prolifera junto con el idio­
ma. Un grupo español (Descontroladas) define sus identifica­
ciones: “Somos brujas, putas, refugiadas, transexuales, gordas,
freakys, mujeres, sodomitas, hadas, queers, sados, locas, inmi-
grantes, flacas, las que abortan, desviadas, marujas, bolleras,
sin-papeles, ateas, travolakas, guarras, niñas, pobres, maricas,
sin techo, viejas, santas viciosas, drag, reinas y reyes, rebeldes,
precarias, piratas, zorras, presas, rabiosas, seropositivas, ami­
gas, bukkakes, madres... si tocan a una, tocan a todas” .
La pornografía convencional vende roles de género y^estey-
réotipos de cuerpos colocando a la mujer en un estado de,/
sumisión para complacer al hombre en sus posturas y nece-
sidadesT~Está enfocada para los ojos del hombre (del cliente
masculino). “El pene es su placer; la conquista de éste sobre
los territorios (boca, vagina, ano), lo vuelve el principal per­
sonaje de la obra.” (Go Fist Foundation).
Según Beatriz Preciado, “el mejor antídoto contra la p o r­
nografía no es la censura, sino las representaciones alternati­
vas de la sexualidad.”
Virgirue Desgentes conmocionó a muchos con su novela
¥óllame__{llevada al cine por Caherine Breillat) por su brutal
desnaturalización.del discuiso pornográfico. “N o escribo
para honrar ni deshoni at mi femineidad, sino en un contex­
to preciso y sobre emociones que no poseen género” .2 O tro
modo de representar las prácticas sexuales, otro porno posi­
ble. “Hazlo tú misma” .

El post porno enfatiza la mayor tolerancia hacia los tipos


de cuerpo alternativos y las identificaciones diferenciales,
visiones de sexo y activismo punk. E n la web grupos m ino­
ritarios, post feministas, queers, y minorías étnicas usan el
porno como una contribución a sus redes sociales. Así esta­
blecen una posición contra las industrias que han producido
el porno hasta hoy. E n vez de aparecer como una división
binaria entre hom bre y mujer, el género, en el_porno queer,
se vuelve fluido, ambiguo y sagaz. El transexualismo eviden­
cia en qué medida la persona sexuada norm al es “una reali­
zación práctica contingente”. Somos criaturas históricas,
pasajeras.
“Mirando atrás después de tres años de hacer porno para
Ssspread, me pareció más fascinante que nada el hecho de
que hubiera muy poca diferencia entre el porno straight y el
queer, salvo p or una cosa: los cuerpos. Los cuerpos del
porno queer son insubordinados, desobedientes, revoltosos,
interesados sólo en desempeñar los tipos de actos sexuales

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que les parece bien, y esta estrategia llevó en efecto-a^nna
tnuy_interesante variedad de escenas... El p om o queer es un
lugar donde todo cabe, d o n d e 'tódo es p o sible, donde cada
cuerpo es objetivado y fetichizado porque quiere serlo. El
porno queer es democracia...”
La autora de estas líneas, Barbara De Genevieve, reconoce
que el s / m , la dominación, son escenas justificadas de la reía-
ción si (como en el caso de los actores queer), hay un com­
promiso explícito de tom ar los roles com o en un ]uego, aun­
que sean roles “serios”. Los asumen por propi i decisión o
arbitrio, son pactados.
“Fui una feminista anti porno — agrega De Genevieve—
hasta 1988; estoy absolutamente estupefacta (y entre parén­
tesis excitada) acerca del m odo en que las cosas han cambia­
do completamente de dirección... Por otra parte, la fantasía
de estar a la merced de una fuerza más allá de tu control, de
renunciar completamente a tu propio control, que te hagan
hacer algo que de otro m odo no harías, y viceversa, volver a
alguien totalmente sumiso a tu autoridad, es caliente. Creo
que muchas mujeres tienen fantasías de que las violen.
Crecemos con el miedo y la fascinación. Los queer no son
inmunes a esa influencia de la cultura dominante. ¿Quieren
que los violen en sentido criminal? No. Pero cuando la fan­
tasía es controlada y todas las partes consienten en jugar sus
roles, es de veras caliente” .3

Aún el porno mainstream puede hoy ofrecer cualquier cosa


desde veinte, a más de cien categorías. El underground
mucho más. “La variedad no es sólo asombrosa, sino tam­
bién apabullante desde el punto de vista de la cantidad. Los
que buscan porno mainstream ‘normal’ están en tren de vol­
verse una minoría. Es notable que la búsqueda no es sólo de
la chica caliente común o las bellezas rubias de Playboy, sino
que sitios extremadamente especializados son vistos p o r un
/ igualmente especializado espectro de usuarios. Aquí la bús­
queda no es por lo que una pareja constituida puede o suele
f ofrecer. Sino sexo fetiche, sexo con animales. La mayoría de
I los usuarios busca sitios especializados, sólo un diez por cien-
¡ to busca sexo ‘norm al’. N o hay tema suficientemente rem o­
to, no hay fetiche demasiado exótico, que no sea buscado. E n
conversaciones con hombres — esto le sucedió al autor— si
mencionan en absoluto el tema del sexo en internet, discuten
a veces el sitio Fucking Machines, donde las mujeres son
cogidas por varias máquinas dotadas de dildos. Las catego­
rías de los catálogos de los sitios web son variadas, pero no
reflejan exactamente los intereses de los usuarios, porque son
demasiados, y demasiados los fetiches específicos para que
sean tomados en cuenta por los editores de un catálogo web.
Lo cual no significa, sin embargo, que no haya sitios que
abastezcan esos deseos altamente individualizados, a veces
sólo por accidente, a veces de hecho por especialización, por
sorprendente diferenciamiento”4.
f A través de la interfase, el netporn se vuelve tanto o más
| caprichoso que el sexo practicado por un emperador roma-
’ no. Resulta un juego electrónico más, aunque interpretado en
clave sexual.

Una política inventa el porno queer, no menos que Sins of


the Cities of the Plain lo inventó para el siglo diecinueve. Así
cumple su rol histórico, ilumina las dimensiones nuevas de
ver y practicar el sexo, incluyendo un pathos de realización
personal, una cierta estrategia de convivencia.
En este sentido, el postporno no se confunde apenas con
la proliferación del porno. Tiende a formar redes interactivas,
grupos virtualesjgjde convivencia actual. Reinventa el p o rn o
como reinvej 2ta-ia-fam.lüa,.-críticamente: como reinventa la
pareja, a.,ttavés-.~de.„tanteQS..y__.de personalidades móviles.
Reiin un las inserciones alternativas en la oeicdad.
Dada la fragilidad de los cuerpos, la presencia animal de un
afecto ayuda a sobrevivir. Beatriz Preciado, por ejemplo, pro­
pone “transformar el amor, la pareja y la filiación, como
hemos transformado la masculinidad, la feminidad, y el
sexo ??.
El deseo nóm ade, p aseando por reflejos de gantalla_j cae,
como un donjuán, en la tram pa de su propio ojo, recorre
sitios j más sitios, pasa por encima de incontables imágenes.
Es un flaneur, un cliente, un voyeur. Aprende, conoce refe­
rentes, protocolos, se desenvuelve. O interviene. “H azlo tú
mismo.” Mientras el amor, en secreto, da pábulo a las inicia-
tivas y da magia a la flauta. El deseo sigue su camino, y no hay
razón para detenerlo. Pero el am or tiene compromisos y res­
ponsabilidades.
Annie Sprinkle y su compañera Beth ejecutan un ritual
público de bodas con la tierra:
“Tierra, nos com prom etemos a ser tu amante.
A través de estos pasos
déjanos alcanzar tu amor.
Prometemos respirar todos los días en tu fragancia
y ser abiertos por ti.
N o nos separemos de tu amor.
Prometemos disfrutar todo los días tus colores
y ser sorprendidos.
N o seamos separados de tu amor.
Todos los días con la oreja pegada al suelo, escuchamos,
y somos cambiados.
Prometemos amarte hasta que la tierra nos reúna para
siempre.
Estamos consagrados a ti, Tierra, a través del barro en que
nos convertiremos.”

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