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pasando”. No lo negaba como Donald Trump diciendo que mientras exista el invierno el
cambio climático es mentira. Pero lo ignoraba, como mucha gente, mirando para otro lado
sin querer ser consciente de la realidad o confiando en milagros tecnológicos o políticos.
“El cambio climático es así: es difícil pensar en él durante mucho tiempo. Practicamos esta
forma de amnesia ecológica intermitente por motivos perfectamente racionales. Lo
negamos porque tememos que, si dejamos que nos invada la plena y cruda realidad de esta
crisis, todo cambiará. Y no andamos desencaminados”: “El cambio climático lo
transformará todo en nuestro mundo”. Esto implica “cambiar cómo vivimos y cómo
funcionan nuestras economías, e incluso cambiar las historias que contamos para justificar
nuestro lugar en la Tierra. La buena noticia es que muchos de esos cambios no tienen nada
de catastróficos. Todo lo contrario: buena parte de ellos son simplemente emocionantes”.
Naomi Klein constata que es posible que la lucha contra el cambio climático requiera
invertir dinero, pero el dinero se puede conseguir. Como muestra, resalta que las
autoridades sacaron “billones de dólares hasta de debajo de las piedras” para salvar la
banca y han hecho “pagar a la ciudadanía la factura dejada por los bancos” que
ocasionaron la crisis. “El cambio climático, sin embargo, no ha sido nunca tratado como
una crisis por nuestros dirigentes”, pero “si un número suficiente de todos nosotros
dejamos de mirar para otro lado y decidimos que el cambio climático sea una
crisis (…) no hay duda de que lo será y de que la clase política tendrá que
responder”, porque “no basta con que lo mitiguemos o nos adaptemos a él. Podemos
aprovechar esto para reactivar economías locales, “recuperar nuestras democracias de las
garras de la corrosiva influencia de las grandes empresas”, “recobrar la propiedad de
servicios esenciales como la electricidad y el agua, reformar nuestro enfermo sistema
agrícola y hacer que sea mucho más sano”, respetar los derechos indígenas y las
migraciones climáticas, y “poner fin a los hoy grotescos niveles de desigualdad existentes”:
Muchas veces se han aprovechado las crisis para imponer medidas que enriquecen
a una reducida élite (España es un claro ejemplo): suprimiendo regulaciones,
recortando gasto social, forzando privatizaciones, regulando a favor de ciertas
empresas, limitando los derechos civiles (la “ley mordaza” en España), regalando
dinero a los bancos, etc. El cambio climático es una crisis que podría aprovecharse,
una vez más, para beneficiar a los ricos “en vez de para incentivar soluciones
motivadoras (…) que mejoren espectacularmente la vida de las personas”: “El
cambio climático representa una oportunidad histórica”.
Naomi Klein critica a la ONU porque, a pesar de tener la misión de prevenir que
se alcancen en el mundo niveles peligrosos de cambio climático, no solo no ha
realizado progresos, sino que ha permitido que se retroceda. Tal vez, lo mejor que
ha conseguido es que se hable del cambio climático. Lo peor que puede ocurrir es
que se ignoren los problemas: olas de calor brutales, sequías, inundaciones,
plagas, huracanes, incendios, aumento del nivel del mar, desplazamiento de
millones de personas, contaminación atmosférica, lluvia ácida, enfermedades
viajeras, pérdidas de cosechas… problemas que se unen a otros como las pesquerías
diezmadas o el aumento mundial de la demanda de carne. Klein afirma que ante
un panorama así “cuesta ciertamente imaginar qué quedaría sobre lo que sustentar
una sociedad pacífica y ordenada”.
La climatóloga Lonnie G. Thompson dijo: “Casi todos los científicos y científicas
del clima estamos ya convencidos de que el calentamiento global representa
un peligro inminente para la civilización“. Lo curioso es que “disponemos de
las herramientas técnicas para desengancharnos de los combustibles fósiles” y
aunque, haya que tomar medidas extraordinarias, el ser humano es capaz de
hacerlo. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial se redujo el uso de
automóviles por placer en el Reino Unido. También en EE.UU. y Canadá aumentó
el uso del transporte público y se cultivaron los llamados “huertos de la victoria”. Y
aún hoy sacrificamos nuestro bienestar cuando nos lo piden en nombre de la
austeridad y del crecimiento económico (reducción de pensiones, aumento de la
edad de jubilación, pérdida de derechos laborales, reducción de las prestaciones
públicas… o cosas como salvar las autopistas en España).
“Estamos atascados porque las acciones que nos ofrecerían las mejores
posibilidades de eludir la catástrofe –y que beneficiarían a la inmensa mayoría de
la población humana– son sumamente amenazadoras para una élite minoritaria
que mantiene un particular dominio sobre nuestra economía, nuestro proceso
político y la mayoría de nuestros principales medios de comunicación”. Y esto se
demuestra en lo que llama los “tres pilares de las políticas de esta nueva
era“: “privatización del sector público, desregulación del sector privado y
reducción de la presión fiscal a las empresas” (o permitir que defrauden en paraísos
fiscales).
Todo esto demuestra que “nuestra economía está en guerra con múltiples formas
de vida sobre la Tierra, incluida la humana”, pero “podemos transformar nuestra
economía”. Estamos ante una “dura elección: permitir que las
alteraciones del clima lo cambien todo en nuestro mundo o modificar
la práctica totalidad de nuestra economía”. La autora dice que “el cambio
climático es una batalla entre el capitalismo y el planeta (…) y el capitalismo la está
ganando”: Más que esperar nuevas tecnologías, “tenemos que pensar de manera
distinta” y aplicar las tecnologías que ya tenemos.
Los alces de Canadá están muriendo envenenados por beber agua contaminada
por las toxinas de las arenas bituminosas de la industria de las energías sucias
(Shell). Este es sólo un ejemplo de los millones que se podrían poner. Si queremos
preservar nuestro planeta “tendremos que renunciar a ciertos lujos”. Ello
conllevaría la desaparición de industrias enteras. Veremos desastres “hagamos lo
que hagamos”. Aún así no es demasiado tarde para evitar lo peor.
Psicología del cambio climático
Diversos estudios sostienen que la ideología o «cosmovisión» personal influye en la
opinión sobre el cambio climático más que ninguna otra cosa (más que la edad, la
etnia, el nivel educativo o la afiliación a un partido). Así, las personas con
cosmovisiones «igualitaristas» (caracterizadas por la inclinación hacia la
acción colectiva y la preocupación por la desigualdad y la justicia social) aceptan
el consenso científicosobre el cambio climático. Por el contrario, las personas
que tienen visiones del mundo «jerárquicas» e
«individualistas» (marcadas por su oposición a la ayuda a las minorías y a la
pobreza, apoyo fuerte a la empresa privada y convencidos de que todos tenemos
más o menos lo que nos merecemos) rechazan ese mismo consenso
científico.
Dan Kahan, profesor en Yale, llama «cognición cultural» al proceso por el que,
con independencia de nuestras ideologías políticas, aceptamos una
información nueva sólo si confirma nuestra visión, pero si supone una
amenaza a nuestro sistema de creencias, entonces nuestro cerebro se pone de
inmediato a producir “anticuerpos intelectuales destinados a repeler esa invasión”.
Es decir, “siempre es más fácil negar la realidad que permitir que se
haga añicos nuestra visión del mundo”.
Y resulta que “algo tiene la cuestión del cambio climático que hace que
ciertas personas se sientan muy amenazadas”.
Ejemplo de esto es que en las regiones más dependientes de la extracción de
combustibles fósiles se niega más el cambio climático (independientemente de la
ideología política, tanto en EE.UU. como en Canadá). Los mismos científicos sufren
este efecto: Mientras el 97% de los científicos opina que una causa importante del
cambio climático somos los humanos, ese porcentaje cae al 47% entre los
científicos que se dedican a estudiar formaciones naturales para extraer sus
recursos. “Todos nos sentimos inclinados a la negación cuando la verdad
nos resulta demasiado costosa (emocional, intelectual o económicamente)”.
El cambio climático, que debería unirnos a la humanidad, podría también dividirnos más
aún. “La razón real por la que no estamos reaccionando a la altura de lo que
exige el momento climático actual es que las acciones requeridas para ello
ponen directamente en cuestión nuestro paradigma económico dominante
(capitalismo desregulado combinado con la austeridad en el sector público)”.
El cambio climático, que debería unirnos a la humanidad, podría también dividirnos más
aún. “La razón real por la que no estamos reaccionando a la altura de lo que
exige el momento climático actual es que las acciones requeridas para ello
ponen directamente en cuestión nuestro paradigma económico dominante
(capitalismo desregulado combinado con la austeridad en el sector público)”.
Klein también pide una “reordenación” del PIB, para que no sea una medida tan nefasta
del desarrollo de un país. También propone: aumentar los “impuestos sobre el lujo” (ya
que los ricos consumen y contaminan más), jornadas laborales más cortas, una renta
básica (para compensar el hecho de que “el sistema no puede facilitar puestos de trabajo
para todos”), “regulación estricta de la actividad empresarial”, “dar marcha atrás en
privatizaciones de empresas y servicios fundamentales” y garantizar “que todo el mundo
tiene cubiertas sus necesidades básicas: sanidad, educación, alimento y agua limpia”. En
definitiva, “las medidas que debemos tomar (…) chocan frontalmente a todos los niveles
con la ortodoxia económica”.
Privar de recursos al sector público (la mal llamada “austeridad”) choca con la
realidad del calentamiento climático y la toma de decisiones importantes para
todos, especialmente para los más vulnerables. En EE.UU., es común el “racismo
medioambiental”, por el que las industrias tóxicas instalan sus fábricas y sus
almacenes de residuos contaminantes en zonas donde viven personas de color.
Klein, se hace eco del dramático caso de España y su ataque a las energías
renovables, y propone soluciones interesantes a nivel mundial para acabar con la
excusa de que no hay dinero: la tasa Tobin, el cierre de los paraísos fiscales, poner
impuesto a los milmillonarios (del 1% como propuso la ONU), recortes
en presupuestos militares, impuestos sobre el CO2 y acabar con las subvenciones a
los combustibles fósiles y nucleares.
El cambio necesario
El libro nos cuenta casos como el de una fábrica de recambios para coches
de Ontarioque, cuando cerró por la crisis, fue reabierta por los empleados para
producir equipos de energía solar. A los que dicen que esta conversión es cara hay
que decirles que más caro será no hacerla. Además, Klein dice que los bancos que
fueron rescatados deberían ser los encargados de financiar ese tipo de cambios,
para devolver el favor a la ciudadanía.
Critica también el fenómeno de las Puertas Giratorias (que no sólo ocurre en España,
sino también en EE.UU., Reino Unido…) y el “capitalismo desregulado”. El “libre
comercio (…) ha sido exactamente la carrera hacia el abismo que tantos alertaban que
seria”. Pero Klein levanta una bandera de optimismo: “El cambio climático confronta lo
que el planeta necesita para mantener la estabilidad con lo que nuestro modelo económico
necesita para sostenerse a sí mismo”.
Klein también critica a la ciudadanía en general cuando dice, por ejemplo, que los
manifestantes que salen a las calles para protestar por los fallos del sistema, olvidan el
cambio climático, cuando éste “podría representar el verdadero golpe de gracia para esas
estructuras que denuncian”
Klein también critica a la ciudadanía en general cuando dice, por ejemplo, que los
manifestantes que salen a las calles para protestar por los fallos del sistema, olvidan el
cambio climático, cuando éste “podría representar el verdadero golpe de gracia para esas
estructuras que denuncian”
Algunas empresas gastan más dinero en promocionar el Día de la Tierra que en reformar
sus actividades a fondo.
Naomi Klein afirma que este tema ha sido utilizado para vienes del capitalismo
pues con pretexto a esto solicitan créditos, este sistema económico busca sacar
ventaja de la