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CAPITULO VII
Hasta estas alturas, mis relaciones con Mike habían sido excelentes: con miles de millas entre
ambos, y tal vez por ello, sin ningún reproche de parte suya.
Mi sistema de trabajo consistía en tomar algunas notas, revisar los diarios del día y despachar –
salvo mayor urgencia– un cable en la noche. Mis mejores crónicas las escribí entre las 12 P.M. y
las 2 A.M. aproximadamente, cuando el sueño se negaba a venir a mí después de las comidas
pantagruélicas de los chilenos.
Estas merecerían, también, los honores de un serio estudio científico. Ahora que se piensa en la
posibilidad de viajar a otros plane tas, y de que el hombre se adapte a las condiciones de vida más
extrañas y duras, la capacidad del chileno para consumir verdaderas bombas alimenticias como
cosa cotidiana es del mayor interés.
Sin duda, si se atendiera a los méritos, el primer astronauta debería ser chileno.
Debo insistir sobre la universalidad de la cebolla en la cocina nacional. Podrían agregarse a ella el
ajo, el perejil, la albahaca, el ají y demás hierbas exóticas que ponen a prueba el estómago más
resistente, y que hacen dudar de que exista una olla que permita cocinarlas sin que se funda el
metal. Por otra parte, no hay restaurante o fuente de soda donde no se halle anunciado el popular
plato llamado Cola de Mono. Se trata –según me explicó un comensal muy sonriente y no poco
bebido– de la cola de un mono macho, bien limpia y condimentada. De más está decir que, por
mucha que fuera mi curiosidad, jamás me atreví a probarla, como tampoco probé los misteriosos
"suspiros de monja" ni los "niños envueltos", que me traían escalofriantes reminiscencias del
salvajismo araucaria.
Pero me aparto de mi terna.
Decía que mis relaciones con Mike se mantenían espléndidas. En efecto, al recibo de mi tercera
crónica –aquella que le daba a conocer detalles de la participación de los indios en una
conspiración con la derecha– recibí un cable suyo equivalente a un Pulitzer:
1
Juego de palabras intraducible: el "punto" de los cables se dice en inglés "stop", igual que "alto" o "pare" (N. de los
TT.).
***
Desde mi arribo a Chile, llevaba conmigo un arma de fuego. (Por fortuna, mi maletín negro era
bastante amplio, y mi viejo Colt cabía perfectamente en él) . La seguridad de saberse protegida de
esa manera resultaba impagable en Santiago, donde cada instante era un paso más por el camino
de sangre y de fuego de la revolución.
No era tranquilizador pasearse a la hora de más movimiento por el centro de Santiago. Algunos
establecimientos comerciales no disimulaban su Liquidación Total; mientras otros, menos
dispuestos a dejarse morir, tomaban medidas francamente revolucionarias en su política de
precios. En todas partes se veían barricadas detrás de las cuales parapetábanse obreros de mirada
feroz, provistos de terribles perforadoras y armas blancas. En las esquinas habían hecho saltar las
tapas de las alcantarillas, y desde los bancos de la Plaza de Armas, falsos caballeros espiaban a
los ciudadanos con mirada turbia. Eran quintacolumnistas de la peor especie, ¡no iría a
conocerlos yo! Ya no se trataba de indicios mal disimulados y mares de fo ndo, como al principio.
***
En Chile nadie era indiferente a la cuestión religiosa... ni siquiera los indiferentes a la religión. El
país cifraba enormes esperanzas en los votos de los creyentes, que cada bando confiaba obtener
para sí, y aun supe de un ejemplo único, digno de Ripley: el comando del señor Chiche –
abanderado marxista, sostenido por el comunismo– llegó hasta el extremo de organizar... ¡una
romería al santuario de Lourdes, para hacer votos por el éxito de la candidatura! 3
Mi buen amigo Collao me explicaba, a su manera, estas anomalías:
–Aquí nadie se acuerda de la religión cuando hay que ir a misa, pagar el dinero del culto o
repudiar el divorcio. Pero apenas surge una elección, un grupo y otro empiezan a examinar a los
candidatos de pies a cabeza, hasta hallarle lo católico al propio y lo anticatólico al contrario.
No pude dejar de reír.
–No será para tanto –aventuré.
–Vaya si lo es. Mire –agregó–. Para que usted vea: los demócratacristianos, que no quieren nada
con Erizzando porque dicen que es menos devoto que Feín, apoyaron a un radical en las
elecciones presidenciales anteriores. Y los conservadores, que les enrostraban furibundos su
actitud, acusándolos de "radicalizar" al país votaron no hace mucho por un socialista para el
Senado. ¿Encuentra eso razonable?
Moví la cabeza negativamente. Si no lo entendían los propios chilenos, ¿qué restaba para mí,
extranjera y de paso, por mucho olfato periodístico que tuviera?
Pero ahondemos un poco respecto a la virulencia que han ido adquiriendo en Chile las luchas
políticoreligiosas.
Es sabido, como ya lo señalé, que estos países que viven bajo el cetro papista tienen normas
extraordinariamente antidemocráticas, que los obligan a mostrarse respetuosos con sus prelados.
No se concibe que un fiel cualquiera declare en público su disconformidad con alguna actitud de
la Iglesia o de sus autoridades. La obediencia a la jerarquía, en materias relacionadas con la fe y
la moral, suele ser absoluta e inflexible.
Y en cuanto al respeto...
3
No al que se encuentra en el Norte de España, sino a una copia chilena (N. de la A.).
***