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ORACIÓN SACERDOTAL
TODOS
Nos dirigimos a Ti, Cristo del Cenáculo y del Calvario, en este día que es la fiesta
de nuestro sacerdocio. Nos dirigimos a Ti todos nosotros, Obispo y Presbíteros,
reunidos en las Asamblea Sacerdotal de nuestra Iglesia y asociados en la unidad
universal de la Iglesia santa y apostólica.
El Jueves Santo es el día del nacimiento de nuestro sacerdocio. En este día hemos
nacido todos nosotros. Como un hijo nace del seno de la madre, así hemos nacido
nosotros, ¡Oh, Cristo!, de tu único y eterno sacerdocio. Hemos nacido en la gracia
y fuerza de la nueva y eterna Alianza; del Cuerpo y Sangre de tu sacrificio
redentor; del Cuerpo que es “entregado por nosotros” (cf. Lc 22, 19) y de la
Sangre “que es derramada por muchos” (cf. Mt 26, 28). Hemos nacido en la última
Cena y, a la vez, a los pies de la cruz sobre el Calvario. Donde está la fuente de la
nueva vida y de todos los sacramentos de la Iglesia, allí está también el principio
de nuestro sacerdocio. Hemos nacido junto con todo el pueblo de Dios de la Nueva
Alianza que Tú, Hijo del amor del Padre (cf. Col 1, 3. ), has hecho un reino de
reyes y sacerdotes de Dios (cf. Ap 1,6).
Hemos sido llamados como servidores de este Pueblo, que va a los eternos
tabernáculos del Dios tres veces Santo “para ofrecer sacrificios Espirituales”
(1P 2,5).
Señor Jesucristo: Cuando el día del Jueves Santo tuviste que separarte de aquéllos
a quienes habías amado “hasta el fin” (cf. Jn13, 1 ), Tú les prometiste el Espíritu
de verdad, diciéndoles: “Os conviene que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el
Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré” (Jn 16, 7).
† imploramos hoy, en este día tan santo para nosotros, la renovación continua
de tu sacerdocio en la Iglesia a través de tu Espíritu que debe “rejuvenecer”
en cada momento de la historia a tu querida Esposa;
† imploramos que cada uno de nosotros encuentre de nuevo en su corazón y
confirme continuamente con la propia vida el auténtico significado que su
vocación sacerdotal personal tiene, tanto para sí como para todos los
hombres;
† para que de modo cada vez más maduro vea con los ojos de la fe la
verdadera dimensión y la belleza del sacerdocio;
† para que persevere en la acción de gracias por el don de la vocación como
una gracia no merecida;
† para que, dando gracias incesantemente, se corrobore en la fidelidad a este
santo don que, precisamente porque es totalmente gratuito, obliga más.
Te damos gracias por habernos hecho semejantes a Ti como Ministros de tu
Sacerdocio, llamándonos a edificar tu Cuerpo, la Iglesia, no solo mediante la
administración de los sacramentos, sino también y antes que nada, con el anuncio
,de tu mensaje de salvación” (Hch 13, 26. ), haciéndonos partícipes de tu
responsabilidad de Pastor.
Pedimos saber cumplir siempre nuestros deberes sagrados según la medida del
corazón puro y de la conciencia recta. Que seamos “hasta el fin” fieles a Ti, que
nos has amado “hasta el fin” (cf. Jn 13, 1).
† con todo aquello que lleva en sí tristeza interior y estorbos para el alma,
† con lo que hace nacer complejos y causa rupturas con los otros,
† con lo que hace de nosotros un terreno preparado para toda tentación,
† con lo que se manifiesta como un deseo de esconder el propio sacerdocio
ante los hombres y evitar toda señal externa,
† con lo que, en último término, puede llegar a la tentación de la huida bajo el
pretexto del “derecho a la libertad”.
Haz que no separemos nuestra libertad de Ti, a quien debemos el don de esta
gracia inefable.
Concédenos amar con el amor con el cual tu Padre “amó al mundo”, cuando
entregó “su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que
tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).
“Envía tu Espíritu... y renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, (103), 30), también
de la tierra sacerdotal, que Tú has hecho fértil con el sacrificio del Cuerpo y
Sangre, que cada día renuevas sobre los altares mediante nuestras manos, en la
viña de tu Iglesia.
Hoy todo nos habla de este amor, con el cual “amaste a la Iglesia y Te entregaste
por ella, para santificarla” (cf. Ef 2, 25 s).
Este amor nupcial de Redentor, este amor salvífico del Esposo hace fructíferos
todos los “dones jerárquicos y carismáticos”, con los cuales el Espíritu Santo
“provee y gobierna” la Iglesias (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 4).
En esta meditación del Jueves Santo me atrevo a plantear a mis hermanos estos
interrogantes que llevan muy lejos, precisamente porque este día sagrado parece
exigir de nosotros una total y absoluta sinceridad frente a Ti, Sacerdote eterno y
buen Pastor de nuestras almas.
Si. Nos entristece que los años siguientes al Concilio, -indudablemente ricos en
fermentos benéficos, pródigos e iniciativas edificantes, fecundos para la
renovación Espiritual de todos los sectores de la Iglesia visto, por otro lado, surgir
una crisis y manifestarse no raras resquebrajaduras.
Pero... ¿es posible acaso que en cualquier crisis, dudemos de tu amor, del amor
con el que “has amado a la Iglesia entregándote a Ti mismo por ella”? (cf. Ef 5,
25).
Este amor y la fuerza del Espíritu de verdad ¿no son quizá más fuertes que toda
debilidad humana?; ¿incluso cuando ésta parece prevalecer, presentándose
además como signo de “progreso”?
El amor que Tú das a la Iglesia está destinado siempre al hombre débil y expuesto
a las consecuencias de su debilidad. Y, no obstante, Tú no renuncias jamás a este
amor, que ensalza al hombre y a la Iglesia, imponiendo a uno y a otra precisas
exigencias.
GUÍA: “Orad pues al dueño de la mies para que mande obreros a su mies
... ” (Mt 9. 38).
En el día del Jueves Santo, día del nacimiento del sacerdocio de cada uno de
nosotros, vemos con los ojos de la fe toda la inmensidad de este amor que en el
Misterio pascual te ha impulsado a hacerte “obediente hasta la muerte” y en esta
luz vemos también mejor nuestra indignidad. Sentimos necesidad de decir, hoy
más que nunca: “Señor, yo no soy digno ... ”
Este Don es precisamente fruto de tu amor: es el fruto del Cenáculo y del Calvario.
Fe, esperanza y caridad deben ser la medida adecuada para nuestras valoraciones
e iniciativas.
Si no se Reza con fervor, si no nos empeñamos con todas las fuerzas a fin de que
el Señor mande a las comunidades buenos ministros de la Eucaristía, ¿se puede
entonces afirmar con convicción interna, que “la comunidad tiene derecho”?
Si tiene derecho... entonces tiene derecho al don. Un don no puede tratarse como
si no fuera don. Se debe rezar con insistencia para conseguir tal don. Se debe
pedirlo de rodillas.
Por consiguiente, -considerando que la Eucaristía es el don más grande del Señor
a la Iglesia es preciso pedir sacerdotes, puesto que el sacerdocio es un don para la
Iglesia.
En este Jueves Santo, reunidos junto con Nuestro Obispo en nuestra asamblea
sacerdotal, Te pedimos, Señor, que nos invada siempre la grandeza del Don, que
es el Sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre.
Tenemos que clamar hacia Ti con una voz tan fuerte como lo exigen la grandeza
de la causa y la elocuencia de la necesidad de los tiempos. Y por eso, clamamos
suplicantes.
El día del Jueves Santo es nuestra fiesta. Pensamos al mismo tiempo en aquellos
campos, que “ya están amarillos para la siega” (Jn4, 35). Por esto, tenemos
confianza en que el Espíritu vendrá “en ayuda de nuestra flaqueza el que “aboga
por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26). Porque es siempre el Espíritu que
“rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión
consumada con su Esposo” (Const. dogm. Lumen gentium, 4).
No consta que tu Madre estuviera en el Cenáculo del Jueves Santo. Sin embargo,
nosotros te imploramos principalmente por su intercesión. ¿Qué puede serle más
querido que el Cuerpo y la Sangre de su propio Hijo, entregado a los Apóstoles en
el Misterio Eucarístico, el Cuerpo y la Sangre que nuestras manos sacerdotales
ofrecen incesantemente en sacrificio por la “vida del mundo”? (Jn 6. 51).
¡Cristo del Cenáculo y del Calvario! acógenos a todos nosotros, que somos los
sacerdotes
AMÉN
PRIMER MOMENTO
Queremos traer a la memoria, en especial, las palabras que el Santo Padre nos di-
rigiera durante su visita a México en el año 2016:
¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida –desde el principio hasta el
final, como nuestro hermano David que murió en este tiempo–, qué es la
misión sino decir con nuestra vida “Padre nuestro”?.
¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar?
¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no solo de contemplar
la realidad sino de caminarla?
¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados
por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la
dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precarie-
dad?
¿Qué tentación podemos tener nosotros, una y otra vez, - nosotros
llamados a la vida consagrada, al presbiterado al episcopado -, qué ten-
tación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que
parece haberse convertido en un sistema inamovible?
GUÍA: FRENTE A ESTA REALIDAD puede ganar una de las armas preferidas
del demonio, LA RESIGNACIÓN.
UNA RESIGNACIÓN
o que nos paraliza,
o que nos impide no solo caminar, sino también hacer camino;
o una resignación que no solo nos atemoriza, sino que nos
atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades;
o una resignación que no solo nos impide anunciar, sino que nos
impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza.
o una resignación que no solo nos impide proyectar, sino que nos
frena para arriesgar y transformar.
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Una Iglesia en salida, reclama un pastor que arriesga por la oveja perdida. La
figura sacerdotal que dibuja Francisco no está diseñada, hasta ahora, en un
documento específico sino que brota de su propuesta pastoral.
Esta es la línea de fuerza de las enseñanzas del Papa, que asume la doctrina
conciliar, la enseñanza de sus predecesores y la acerca a la realidad existencial del
sacerdote. Podríamos decir que «reviste de carne la teología». Así, Francisco toca
lo esencial de la identidad del sacerdote, que es el sacramento recibido, pero
reclama especialmente contemplar la alegría que nos unge. Una alegría que ha de
ser misionera, ungidos para ungir; y custodiada por el pueblo y esas tres
hermanas que son la pobreza, la fidelidad y la obediencia. Es un regalo de Jesús,
que reclama pastores alegres.
Ungidos con el óleo de la alegría, estamos invitados a «cuidar este gran regalo: la
alegría sacerdotal». Con una advertencia para que sea una alegría plena, que es
«un bien precioso para el sacerdote, pero también para todo el pueblo fiel de Dios:
llamados para ser ungidos y enviados para ungir con el óleo de alegría.
La alegría sacerdotal tiene su fuente en el Amor del Padre, y el Señor desea que la
alegría de este Amor “esté en nosotros” y “sea plena” (cf. Jn 15,11)». No desapa
re ce nunca esta doble dimensión de la vida unitaria del sacerdote: lo que es para
él y lo que es para los demás. Porque, en realidad “es para él”, siendo para los
otros. Ungidos pero no “untuosos”: «Una alegría que nos unge (no que nos unta y
nos vuelve untuosos, suntuosos y presuntuosos), es una alegría incorruptible y es
una alegaría misionera que irradia y atrae a todos». Y para que sea una alegría
verdadera «tiene que comenzar al revés: por los más lejanos».
a) POR EL PUEBLO
No le podía faltar al Papa el recuerdo de todo lo que hace el pueblo de Dios por la
alegría de su sacerdote. Es el primero en “custodiarla”, «incluso en los momentos
de tristeza, en los que todo parece ensombrecerse y el aislamiento nos seduce,
esos momentos apáticos y aburridos que a veces nos sobrevienen en la vida
sacerdotal (y por los que también yo he pasado)». En esos momentos que llegan,
aun para los más santos, «el pueblo de Dios es capaz de custodiar la alegría, es
capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir el corazón
y reencontrar una renovada alegría.
1º. LA POBREZA
La Iglesia cercana y concreta, «la Iglesia viva, con nombre y apellido, que el
sacerdote pastorea en su parroquia o en la misión que le fue encomendada, es la
que lo alegra cuando le es fiel, cuando hace todo lo que tiene que hacer y deja
todo lo que tiene que dejar con tal de estar firme en medio de las ovejas que el
Señor le encomendó: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16.17)»
3º. LA OBEDIENCIA
Pide el Papa por la alegría de los sacerdotes jóvenes: «Cuida Señor en tus jóvenes
sacerdotes la alegría de salir, de hacerlo todo como nuevo, la alegría de quemar la
vida por ti».
Despues, el Papa se refiere a los sacerdotes adultos, de los que hace una
interesante descripción: «Los que soportan el peso del ministerio, esos curas que
ya le han tomado el pulso al trabajo, reagrupan sus fuerzas y se rearman:
“cambian el aire”, como dicen los deportistas»; y pide al Señor que «cuide la
profundidad y sabia madurez de la alegría de los curas adultos. Que sepan rezar
como Nehemías: “La alegría del Señor es mi fortaleza” (cf. Neh 8,10)».
De todos los cristianos, pero especialmente de los consagrados, se debe decir que
«su alegría es un signo muy claro de la presencia de Cristo en sus vidas. Cuando
hay rostros entristecidos es una señal de alerta, algo no anda bien». Jesús pide
por nuestra alegría antes de ir al huerto, en contexto de sacrificio, «para que
nosotros, en medio de las durezas de la vida, no perdamos la alegría de saber que
Jesús vence al mundo».
Nuestra mayor alegría es ser pastores, «y nada más que pastores, con un corazón
indiviso y una entrega personal irreversible. Es preciso custodiar esta alegría sin
dejar que nos la roben».
CORO1: Señor, nos has ungido con el óleo de la alegría y nos envías para ungir
con ella a tu pueblo fiel. Sabes que no podremos tenerla si no estamos
fuertemente enraizados en tu Amor. Haz que no nos separemos de ti, que no
busquemos otras fuentes distintas de tu corazón, del que brota la verdadera
alegría.
CORO 2: Ayúdanos para estar siempre disponibles y prontos para servir a todos.
Padre, haz que seamos obedientes a tu pueblo. Que sepamos escuchar sus deseos
y necesidades y salgamos a socorrerlo llevándole tu misericordia y tu consuelo.
Que acertemos a presentar tu Iglesia como refugio de pecadores, hogar para los
sin techo, casa de salud para los enfermos, tienda de encuentro con los jóvenes y
rincón de juego y catequesis para los niños.
CORO1: Ayúdanos, Padre, a estar siempre alegres para que todos vean la
presencia de Cristo en nuestras vidas. Que no busquemos otros objetivos en
nuestra tarea pastoral que ser pastores auténticos, entregados en cuerpo y alma
al apostolado, sin pedir o esperar nada a cambio, aunque sabemos que si somos
servidores fieles, nos darás un premio sorprendente.
CORO 2: Santa Virgen María del Magníficat, enséñanos a ver en nuestra vida
personal y colectiva la mano de Dios que nos guía. Impúlsanos para seguir
poniendo el latido del corazón de Dios en nuestra historia hasta lograr un mundo
más humano y más justo. Amén.
2:- PASTORES CON A UTORIDAD.
1. MANDAR ES SERVIR
Una acción simbólica de fuerte valor profético, explicada por el mismo Jesús
cuando dice a los discípulos: “Saben que los jefes de los pueblos los tiranizan... No
será así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su
servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo” (Mt
20,25-27).
Puestos “al frente” de la comunidad, pero con un servicio de amor «aquellos que
son ordenados son puestos al frente de la comunidad. Para Jesús, “estar al frente”
significa poner la propia autoridad al servicio, como él mismo demostró y enseñó a
los discípulos». La consecuencia es clara: «Un obispo que no está al servicio de la
comunidad no hace bien; un sacerdote, un presbítero que no está al servicio de su
comunidad no hace bien, se equivoca».
Leemos en Mt 20,25-28:
Y llamándolos, Jesús les dijo:
Saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los
oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes,
que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su
esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir
y a dar su vida en rescate por muchos.