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Razón y Revolución nace como grupo de teoría y propaganda. Es decir, como un partido
parcial que interviene en el terreno de la lucha ideológica. Con la convicción de que no
es posible transformar la realidad sin conocerla, se ha dedicado a la elaboración
programática. Dicha tarea tiene como conclusión la conformación de un partido
completo, que intervenga también en la lucha política, sindical y cultural, incorporando
tareas de agitación. Del programa que hemos elaborado científicamente se desprende
nuestra delimitación del resto de los partidos revolucionarios y las tareas a desarrollar.
a. La crisis mundial
b. América Latina
América Latina ha atravesado desde principios de los 2000 por regímenes bonapartistas
(“populismos”), como producto del empate de fuerzas resultante de las insurrecciones
de fines de los ‘90 que dieron inicio a procesos revolucionarios que no alcanzaron a
desplegarse. Su emergencia es producto de la fuerza y, a la vez, de los límites de esas
insurrecciones. La posibilidad de contener a la clase obrera y detener el avance del
proceso revolucionario se basó en una excepcional coyuntura económica signada por la
expansión de la renta (sojera, minera, petrolera), consecuencia del ascenso del precio de
los commodities. La política de estos regímenes consistió en realizar concesiones
(materiales y simbólicas) tanto al proletariado como a la burguesía (local y extranjera).
Su apoyo inmediato, sin embargo, fue la pequeña burguesía, que logró colarse en medio
del empate hegemónico (“boliburguesía” en Venezuela, “cocaleros” en Bolivia,
“pymes” en Argentina). El objetivo incumplido de estos gobiernos fue clausurar la crisis
abierta y cerrar el proceso “por izquierda”, es decir, aparentando cumplir los objetivos
históricos del proletariado regional (“los ‘70”). La profundización de la crisis mundial,
que arrastró finalmente también a los precios de las materias primas, quitó base material
a estos regímenes, obligándolos a atacar las condiciones de las masas. En ausencia de
partidos revolucionarios, esta ruptura fue capitalizada por las oposiciones “de derecha”.
Las crisis de los regímenes bonapartistas o de gobiernos que llegaron arrastrados por el
giro a la izquierda continental (PT en Brasil, Frente Amplio en Uruguay), generó una
crisis de conciencia en las masas, aunque se mantienen todavía en el marco de la
política burguesa, en la medida que ningún partido revolucionario se ha desarrollado en
esos países. La política revolucionaria debe delimitarse de estos gobiernos y debe
remarcar su carácter de socialista y revolucionaria.
a. Burguesía
La burguesía argentina es una clase dominante y dirigente, desde que llevó adelante su
revolución. Es decir, desde 1810 detenta la hegemonía sobre el conjunto del territorio
nacional. Se trata de una clase plenamente capitalista en su conjunto. Está dividida en
capas y fracciones cuyos intereses se encuentran en disputa: la fracción agraria, la capa
más concentrada y la capa más chica de la fracción industrial.
La burguesía agraria pampeana es poderosa económicamente pero débil en términos
políticos. No existe ninguna “oligarquía”, ni pequeños productores familiares o
arrendatarios (chacareros), ni una clase terrateniente “pura”, ni “monopolios”. Sí existen
divisiones en torno a las fracciones y a una capa más “chica”, que se agrupa en la FAA,
aunque los burgueses más chicos del campo son capitalistas con un nivel de
acumulación considerable. El programa de estos capitales juega discursivamente con la
“izquierda” burguesa (el peronismo), en tanto se enfrenta en condiciones desventajosas
contra los capitales más grandes de la rama, que tienden a expropiarlos. De allí la
prédica “anti-monopólica” contra las productoras de tecnología (Monsanto y las
semillas, por ejemplo) o las grandes comercializadoras (Cargill, Bunge, etc.). Esta
política las lleva a buscar alianzas fuera del mundo agrario. Pero, por otra parte, su
realidad de propietarios de una parte de la renta los arrastra a la alianza dentro del
“campo” con fracciones más grandes, como las nucleadas en CARBAP.
El programa de esta fracción es el liberalismo: que la renta que se produce en sus tierras
no le sea expropiada por el Estado y destinada al sostenimiento de los capitales
industriales sobrantes y a la reproducción de la clase obrera. Su “receta” consiste en el
saneamiento del gasto estatal, concentración de la producción industrial, caída salarial y
crecimiento de la desocupación. Es un programa impopular y no consigue apoyo en
ninguna fracción de la clase obrera ni de la burguesía urbana, y por ello no logró nunca
imponerse por las urnas. En la medida en que los más chicos tienden a perder su
carácter de productores burgueses para transformarse en simples rentistas, la presión
impositiva resulta más importante que la expropiación burguesa, arrastrándolos al
programa liberal.
La burguesía industrial más concentrada postula, en cambio, un programa desarrollista
liberal que encierra una contradicción propia de su capacidad limitada de acumulación.
Se trata de la burguesía más eficiente dentro del mercado interno, tanto nacional como
extranjera, y que reúne también a los capitales agrarios más poderosos a quienes la
amputación de una parte importante de la renta no resulta tan gravosa. Si bien basa su
acumulación en el mercado interno, una parte de ella logra insertarse en el mercado
mundial. Comparte algunos puntos programáticos con el liberalismo, que le permiten
entablar alianzas temporales con la burguesía agraria media, como la necesidad de
eliminar el capital sobrante y dejar de subsidiarlo, alentando la concentración, la
búsqueda del abaratamiento de la fuerza de trabajo y el saneamiento del gasto estatal.
Sin embargo, no pueden coincidir en la eliminación total de la protección estatal al
capital no agrario. Su límite está en su incapacidad de lograr una escala suficiente para
alcanzar la productividad media en el mercado local. Por este motivo no pueden
prescindir de la protección estatal y las transferencias estatales, pero reclaman que estén
dirigidas hacia los capitales más eficientes, a la vez que buscan en la reducción salarial
una vía de incrementar sus ganancias y su competitividad. Este programa tampoco
resulta popular e históricamente no ha logrado encontrar aliados en la clase obrera,
aunque la fragmentación de ésta última entre las capas más acomodadas de los obreros
en activo y las más pauperizadas de la sobrepoblación relativa, sentó las bases
estructurales para una alianza con las primeras contra las segundas. Ello explica la
ruptura de los grandes gremios con el kirchnerismo y su alianza en su momento con
Menem y hoy con Macri.
La burguesía industrial chica es aquella más ineficiente e incapaz competir en el
mercado mundial y su subsistencia depende de la protección y el subsidio estatal. Su
programa de defensa del mercado interno se presenta como el programa de liberación
nacional, cuya expresión política favorita es el peronismo. No tiene poder económico
pero su programa logra entroncar con fracciones mayoritarias de la clase obrera, lo cual
le da una base de apoyo a sus intereses (la defensa del mercado interno y el
proteccionismo), y coyunturalmente con las capas más débiles de la burguesía agraria
en momentos en que se ven amenazadas por la concentración. Aunque logran imponer
sus intereses en ciertos períodos, su política resulta inviable dado el límite de la
economía para sustentar al conjunto de la industria y los capitales no agrarios. Por esto
se oponen a los supuestos “monopolios” industriales y agrarios, “oligarquía”, etc., para
presentarlos como causantes de una decadencia industrial, que no es más que la suya
propia en tanto capitales sobrantes. A pesar del discurso populista, se trata de los
burgueses que mayor necesidad tienen de elevar la tasa de explotación.
b. Proletariado
c. La pequeña burguesía
El tamaño al que esta capa burguesa ha sido reducida pone límite a sus posibilidades de
intervención política, aunque no puede descartarse la influencia que ejerce en las nuevas
capas asalariadas que proviniendo de su seno impregnan fracciones enteras del
proletariado (nuevos obreros industriales y docentes, en particular). Las capas más
proletarizadas de la pequeña burguesía han protagonizado luchas sindicales
significativas en el campo de las ex “profesiones liberales” (médicos, científicos y
estudiantes, por ejemplo). Esta capa proletaria de origen pequeñoburgués tiene una
enorme influencia cultural y, por ende, política, sobre todo por su lugar en el campo del
arte y de la comunicación (artistas, músicos, periodistas). Es de aquí de donde sale
buena parte de la dirigencia de los partidos de izquierda revolucionaria que, por lo tanto,
se ven sometidos a las presiones propias de la pequeña burguesía (autonomismo
anarcoide, sectarismo narcisista, liberalismo, etc.).
Estas capas han dado pie, sobre todo, a la experiencia kirchnerista y son su más firme
sostén. Entre otras cosas, porque en ella operan con mucha fuerza los elementos
ideológicos, amén del agudo ataque recibido, sobre todo en los ’90, durante la fase de
ajuste que implicó una enorme concentración y centralización del capital en el campo y
la ciudad. Capas enteras de la pequeña burguesía han desaparecido desde entonces,
sobre todo por la proletarización de las jóvenes generaciones, incapaces ya de
reproducirse como pequeñoburgueses. Siendo volátiles sus opciones políticas actuales
(entre el kirchnerismo y Carrió), no hacen más que seguir una tendencia a la volatilidad
ideológica que resulta característica de su ser social: base del menemismo en los ’90;
aliada del proletariado más pobre en el 2001 (“piquete y cacerola”).
La izquierda ha tendido a ver en esta capa social un aliado necesario (alianza “obrero-
campesina”, alianza con la pequeña burguesía “pyme”, según el caso). En general, la
pequeña y mediana industria, junto con el chacarero han figurado en casi todos los
programas de la izquierda revolucionaria como una contrapartida indispensable de la
lucha obrera. La justificación más común es la del peso numérico de estas capas
sociales, aunque el apoyo más explícito suele buscarse simplemente en la tradición, ya
sea en Lenin, Trotsky, Mao o Castro. Pasa por alto que el peso de la pequeña burguesía
argentina es, en términos numéricos irrelevante frente a un proletariado que alcanza casi
al 80% de la población. No obstante, por su peso cultural, resulta una interpelación
necesaria del partido revolucionario.
3. La lucha de clases
a. La lucha sindical
b. La lucha cultural
c. La lucha política
4. Estrategia
a. La insurrección
b. Las alianzas
La lucha política que la clase obrera debe plantearse es la lucha por el socialismo. No
existen clases a las que necesite aliarse. No existen otras clases dominadas ni
mayoritarias cuantitativamente a las que tenga que aliarse, porque, como explicamos, el
proceso de proletarización y de subsunción real al capital se ha completado. Tampoco
necesita aliarse a ninguna fracción burguesa en pos de derrotar algún enemigo común
que los oprime. La Argentina no necesita llevar adelante ninguna revolución
democrático burguesa, no necesita desenvolver relaciones de producción capitalistas
inmaduras, no tiene que realizar ninguna tarea de independencia nacional ni contemplar
medidas para población rural campesina. En ese sentido, las fórmulas de alianzas y
tareas que funcionaron para otros países en otros momentos históricos (Rusia o China)
carecen de sentido para la Argentina.
La Argentina ha completado su revolución burguesa y, por lo tanto, tiene sus tareas
nacionales cumplidas. La burguesía ha barrido con todas las relaciones sociales pre
capitalistas, ha conformado un Estado nacional que domina el conjunto del territorio, ha
desarrollado todas las funciones que le caben al aparato estatal burgués, desde las
dirigidas a la represión hasta las destinadas a la creación de consenso, ha logrado la
plena hegemonía e instaurado la democracia burguesa como régimen de gobierno
normal. La Argentina es una nación completa. La burguesía argentina, en su camino a la
constitución de un Estado nacional propio ha ganado territorio de un modo notable
(llanura pampeana, Patagonia, Chaco, Misiones). Las llamadas “perdidas” de territorio
son, en realidad, ilusiones ópticas producto de la propaganda nacionalista que construye
una “historia” retrospectiva. Ninguno de los casos de “amputaciones” que suelen
mencionarse (Uruguay, Paraguay, Malvinas) ha sido obstáculo a su desarrollo como
nación capitalista. La Argentina no está incompleta y el reclamo de cualquiera de estos
territorios se convierte en un proyecto reaccionario. La resolución de la cuestión
nacional no elimina, sino más bien implica los enfrentamientos entre estados nacionales,
como producto de la competencia capitalista. La menor capacidad de presión del Estado
argentino en las relaciones de fuerzas internacionales no niega, sino que confirma la
existencia de un instrumento político propio de la clase dominante local. En tanto la
Argentina no requiere de ninguna revolución burguesa y los reclamos de la burguesía
nacional no expresan los intereses generales, el nacionalismo se convierte en una
ideología reaccionaria. Los revolucionarios deben combatirlo en todas sus formas y no
generar falsas ilusiones en los obreros.
c. El peronismo