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2016
I N S T I T U T O P A C Í F I C O
NICANOR TEJERINA
DE LA PENA CAPITAL
EN EL PERÚ
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
ÍNDICE GENERAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ.............................................................................................................................................................. 7
ADVERTENCIA ............................................................................................................................................................................ 9
PRINCIPIOS GENERALES
(Análisis del discurso del señor Corpancho)
PARTE PRIMERA
CAPÍTULO PRIMERO
CAPÍTULO I ............................................................................................................................................................................ 13
CAPÍTULO II: ANÁLISIS DEL DISCURSO DEL SEÑOR HERRERA.......................................................................................................... 31
CAPÍTULO III: LA PENA DE MUERTE ANTE EL DERECHO................................................................................................................... 59
CAPÍTULO IV: ANÁLISIS DE LA NUEVA LEY............................................................................................................................................ 77
INSTITUTO PACÍFICO 5
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
ADVERTENCIA
INSTITUTO PACÍFICO 9
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
PRINCIPIOS GENERALES
(Análisis del Discurso del Señor Corpancho)
PARTE PRIMERA
CAPÍTULO PRIMERO
Sumario
Introducción
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CAPÍTULO I
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consultar; y que sea dicho de paso, quedan ya muy atrás respecto del pre-
sente estado del Derecho Criminal.
Aun cuando nos sea necesario el hilo de Ariadna para descifrar este
laberinto, pasemos a buscar la base de sus razonamientos. A nuestro humil-
de juicio toda confusión viene de extralimitar el derecho de defensa. El fin
del hombre, como el de todo ser, está trazado por su naturaleza; la que, por
tanto, indica los fines a que ha de conspirar y los elementos que para ello
ha menester. Uno de esos fines es la asociación, mediante el que el hombre
alcanza el desarrollo tanto moral como físico de sus facultades, y la serie
de auxilios que aquel reclama. La regla que determina la conducta del hom-
bre, se llama obligación o deber: cuando estas se refieren a la Divinidad,
su conjunto toma el nombre de Religión; cuando respecto de sí mismo o de
los demás, el de Filosofía; y de estas las que se refieren a los demás hom-
bres, se especializan con el de Jurisprudencia o Derecho. Todo acto, pues,
de nuestros semejantes á, nuestro respecto o viceversa, o es conforme al
derecho si satisface una necesidad racional; o lo quebranta, si constituye
una usurpación o simple negación; o por hallarse fuera de aquellos caracte-
res, es enteramente ajeno del derecho. Ahora bien, el que amenaza nuestra
existencia, quebranta la obligación de respetarla; y como tal, se coloca fuera
de la esfera jurídica que es la de nuestras necesidades racionales. Y como
por nuestra parte estamos obligados a conservarnos, el asesino obrado sin
título jurídico y nosotros en conformidad de un deber para consigo mismos,
llegamos ú colocarnos en la alternativa, o de destruir o de ser destruidos:
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en cuyo caso, obrando por las instintos de la naturaleza, podemos sin es-
cándalo rechazar la fuerza con la fuerza; y lo contrario no podría asevérame
sin asentar, de que es preferible el derecho del malvado que arbitrariamente
nos ataca, al nuestro escudado por la inocencia. Mas, como se ve al dere-
cho de defensa supone:
2°. Que sea constante, esto es, que no haya alternativa o de morir o de
matar
3°. Que la repulsa no vaya mas allá de lo indispensable para salvar nuestro
derecho.
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II
“La sociedad continua tiene un fin moral que llenar, el cual le esta traza-
do por el dedo de la providencia: todo lo que se presenta como un obstáculo
a la realización de este fin individual se puede y se debe remover como un
embarazo; de aquí se deduce que si el hombre alguna vez se interpone
como un obstáculo para el cumplimiento del fin social, ese hombre se dege-
nera y que por su propia perversión se aparta del camino del deber, se con-
vierte en enemigo de la sociedad; y la sociedad que no puede detenerse en
su marcha fatal por intereses pequeños, tendrá que destruir a su enemigo
para que no pueda seguir dañando en guarda de los intereses generales.”
La ley de armonía que preside a todas las obras del Creador; ese orden
profundo y encaminado á, un fin grandioso que el hombre contempla en las
maravillas del Universo, ya abstraída en religioso encanto, ya en misterio-
so pavor ¿Qué vendría a significar sien el orden moral apareciese trunco,
por hallarse en el hombre, aunque fuese momentáneamente, el poder de
contrastar la obra de la Divinidad? La monstruosidad más repugnante: una
suposición tan absurda, que una vez admitida y sin ir muy lejos nos llevaría
a negar la Providencia o sea Dios.
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III
Si del campo de la Filosofía y del Derecho, continúa, pasamos al terreno
de la historia, es más fácil probar que no es absoluto el dogma de la
inviolabilidad de la vida. ¿De qué depende, señor, que pueblos mas ade-
lantados que el nuestro en la carrera de la civilización no hayan podido
abolir la horrible pena capital, y que la tierra responda con el cadalso en
el Oriente y el occidente, en el Septentrión y el Mediodía, como el sím-
bolo del derecho de conservación en las sociedades humanas?
Ante todo, condenaremos con los hombres sensatos el que en una cues-
tión puramente especulativa o de razón, se quiera proceder de los hechos al
derecho; pues, eso es tan absurdo como en el orden físico, establecer leyes
antes de conocer los fenómenos. El análisis y la síntesis tienen pues un uso
que no se puede trastrocar, sin clásica ofensa de la razón y sin caer en un
abismo—Deslindada completamente la cuestión y visto que el cadalso es
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IV
1 Como un punto magnífico de comparación para apreciar la marcha inmensa de las ideas sobre la decapitación,
no podemos menos de reproducir el siguiente pasaje:
En Roma, había la bárbara costumbre, de que siempre que fuese asesinado algún dueño fueran
condenados a muerte todos sus esclavos. Congoja da leer en Tacito lo horrorosa escena ocurrida
después de haber sido asesinado por uno de sus esclavos el Prefecto de la ciudad Pedanio Secundo.
Eran nada menos que 400 los esclavos del difunto y según la antiguo costumbre, debían ser todos
conducidos al suplicio. Espectáculo tan cruel y lastimoso. en que se iba a dar la. muerte a tantos
inocentes, movió a compasión al pueblo que llegó al extremo de amotinarse para. impedir tamaña
carnicería. Perplejo el Senado, deliberaba. sobre el negocio, cuando tomando la palabra un Orador
llamado Camo sostuvo con energía. la necesidad de llevar a cabo la sangrienta ejecución, no solo
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a causa de prescribirlo así la antigua costumbre, sino también por no ser posible de otra manera
preservarse de la mala voluntad de los esclavos. En sus palabras solo hablan la injusticia y la tiranía;
ve por todos partes peligros y asechanzas; no sabe excogitar otros preservativos que la fuerza y el
terror. La crueldad prevaleció se reprimió la osadía del pueblo, se cubrió de soldados la carrera, y los
400 fueron conducidos al patíbulo. [Protestantismo t. 1.°. p. 171-1852]
Por cierto que Casio no calcularía jamás tener tan fieles imitadores al través de veinte siglos, en que
se haría uso hasta de sus mismos argumentos” Cerrando los ojos a cuanto nos rodea la humanidad
es en todo tiempo la misma y la filosofía de la historia una pobre consejo para tales seres el argu-
mento histórico es concluyente y ya no hay que erguir contra el patíbulo.
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todas las Naciones para abrazar ese principio una revisión solemne de sus
códigos, una viva conciencia de la dignidad humana, una índole suave; y en
los Legisladores completa independencia de todo influjo nacido de añejas
preocupaciones, de intereses en las clases y en los Gobiernos, y se verá,
que después de indispensables oscilaciones alcanzará vida inmortal como
encarnación de la verdad.
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mutilare, no tan solo a quien le robare, sino, cosa, admirable ¡hasta quien se propasare a ofenderle
con solas palabras! [t. 1 p. 130]. El mismo id. El Derecho de vida y muerte no puede por consiguiente
dimanar de un pacto: el hombre no es propietario de su vida, la tiene solo en usufructo mientras el
Creador quiera conservárselo; luego carece de facultad para cederla y todas las convenciones que
haga con ese fin son nulas. (Protestantismo T, 2. p. 392). Podríamos añadir abundante copia de
opiniones en la materia, pero lo escrito basta a evidenciar, con cuanta ligereza se ha asentado que
nuestras no tienen otro dominio que los Legisladores de 1856.
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sino los reos sentenciados a muerte y ejecutase; sin duda calculado todo
con el capcioso fin de hacer caer en el error, de que durante ellos [1854 a
1856] no hubo asesinatos, dado que no hubo ejecuciones. Y ¿qué mediana
sensatez podrá creer jamás, de que en la jurisdicción de casi medio millón
de los habitantes mas embrutecidos y durante un trienio, no hubo sino cin-
co casos de homicidio?—Reducido, pues, el cuadro de horror a evidenciar,
de que el crimen ha crecido tan solo en la jurisdicción de la Corte de Lima,
preguntamos nosotros, ¿hay hombre de buena fe que crea, de que abando-
nado todo como está, sin mejora en las cárceles, sin policía preventiva, sin
pulimiento el menor en las clases obreras, y castigo de la vagancia y a todo,
marchando en revuelto turbión, el Gobierno sin otro anhelo que el de su con-
servación; y los ciudadanos, envueltos en el mas criminal egoísmo, mirando
como ajeno de si todo aquello que o no amenace su individuo o cercene su
bolsa, habrá quien crea, repetimos, de que con un sangriento espectáculo
de vea en cuando, todo ha de marchar en bonanza y sin que a nada se haya
de aspirar?—O mucho nos equivocamos, o es una gran verdad “que ador-
mecida la sociedad en una mentida esperanza, semejante ensayo no traería
tras sí sino sepultar en un mismo sudario a víctimas y verdugos, cada vez
con mas desoladora amplitud. El mal, repitámoslo, viene de causas profun-
das, ¿generales y de infinitas ramificaciones; y mientras el remedio no naz-
ca de fuentes igualmente latas y que, por decirlo así, retoquen todo nuestro
organismo, la matanza seguirá mas o menos, como hasta hoy, arrúmbese o
no el hacha fratricida!
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4[a] Y fuera de él todas las penas son iguales, dígase lo que se quiera.
5 En la Jurisdicción de la Corte Superior de Lima de 3 de Agosto de 1804 al 14 de Julio de 1856; esto
es, en un año y once meses hubo seis ejecuciones, que dan la proporción de 2/11 por mes y la de
uno sobre 137,500 habitantes por año, supuesta aquella de 300,000. Esta proporción es mucho
menor en el resto de la Nación [Memoria de Justicia Doc. N. ° 2] Los que han querido- reducir el ca-
dalso a un argumento práctico; aquella turba de frenéticos por abrevarse de sangre y sordos a todo
principio, no querrían contestarnos ¿hay proporción la mas remota entro las ejecuciones y el número
cuotidiano de homicidios, robos, heridas y todo género de violencias en solo la ciudad de Lima? .Qué
es 2/11 de hombre por mes, no digamos en los Departamentos de Lima, Junín, Ica, Callao, etc., de
esa jurisdicción, pero aun solo en la Capital? Sin excepción, ábrase la crónica diaria de la Policía, y
será una verdadera originalidad, si en la fecha consultada no hay un caso de aquellos graves delitos.
Esto al simple buen sentido ¿qué manifiesta? -que el malestar viene de causas generales; de vicios
en la organización social; y que el remedio, mientras no obre en amplitud proporcionada al mal,
será ineficaz. Por tanto, mientras todo se espere de la decapitación de uno que otro miserable, que
o no tuvo favor o intrepidez bastante para eludir su infausto fin, el mal seguirá tomando creces; y la
Sociedad al fin de su jornada, de aquel lago de sangre adonde la impele la política aviesa de cuatro
vocingleros, abrasando arrepentida & víctimas y sacrificadores, lanzará un rayo de maldición contra
sus verdaderos verdugos.
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que para su mayor honra debió votar en silencio lo que bien o mal, estaba
ya resuelto6.
6 No debe quedar sin respuesta la aseveración, de que en E. U. subsiste la pena capital siendo el
modelo de las Instituciones. [b] El Mentor del señor Corpancho creemos que sea Tocqueville en su
Democracia: pero desde entonces han ocurrido grandes mudanzas. Los súbditos de N. A. reconocen
dos legislaciones: la. Federal y la del Estado a que pertenecen; la cual en cada uno es diversa a los
demás. Por ley federal, se castiga con la última pena—1.° los delitos contra la Nación de insurrec-
ción y traición; casos ambos tan remotos, que la sanción puede llamarse letra muerta: sea ya por el
espíritu de orden que prevalece en sus masas, sea. ya por que no habiendo sobrellevado la Fede-
ración desde su origen otras crisis, [que las guerras del año 812 contra la Inglaterra y la de Méjico,
la aplicación se redujo a reprimir delitos militares, que constituyen doquiera un orden especial. Entre
nosotros, estando sin disputa abolida la decapitación en esos delitos, tan frecuentes en el Perú, nada
puede deducirse en nuestra contra por ley de Analogía—2.° los delitos de Piratería, el comercio de
negros y el asesinato alevoso perpetrado en los territorios (esto es, en aquellas partes de la Unión
que no tienen gobierno propio); y en las demos dependencias, como en alta mar, etc.
[b] Igual paridad podría establecen: con la esclavitud que pesa en esta Nación sobre más de
3.000,000 de habitantes, sin la más remota esperanza de mejora.
Respecto de delitos privados, sujetos en todo otro caso a la Legislación especial de cada Estado, en
algunos está abolida la pena capital; y en los más vigentes para el asesinato alevoso. En los Estados
del Sur; se castiga además con la muerte el estupro de una mujer blanca por un negro; y en algunos
de estos, aun el simple conato de homicidio del esclavo para con el amo. Respecto del Incendiario,
aun cuando exista en las Llaves de algún Estado, casi nunca se aplica; y mucho más cuando no se
extiende sino la propiedad.
Esto en cuanto a la Legislación; que en cuanto a las ejecuciones, son doquiera más y más raras,
porque tanto los Gobernantes como los Jurados restringen su aplicion conmutándola.
Los deificadores del verdugo, como la mejor prueba de su buena fe, y después de un completo
conocimiento dela materia debieran ofrecer un absoluta analogía. En la Unión, la justicia criminal
administra por el pueblo; y necesariamente sus decisiones reflejan su índole y cultura. Y es un dogma
tan inculcado el de que todo homicidio se ha de decidir por el Jurado, que además de prescrito en la
Constitución Federal, se inculca con más y más afán en la de cada uno de los 32 Estados Federales.-
Restablézcase la decapitación en el Perú, y confiese su aplicación también al Pueblo; y es claro que
si, como sucede, ella pugna a los sentimientos e ideas de la inmensa mayoría de la Nación, quedará
estampada en el papel, tan solo para irrisión del Legislador. Solo un tribunal de Jueces vetustos, ruti-
narios y esclavos de añejas prácticas, podría con fría calma y, resistiendo el empuje de la civilización
y los clamores de la humanidad, sancionar un hecho atentatorio doquier; y del que en vano se les
pediría la explicación.
Por otra parte, observando la Legislación N. A. en sí misma, ofrece un conjunto de hechos tan
opuestos a nuestras costumbres e índole, que su importación al Perú sería objeto de horror. Es muy
común la fianza aun en el asesinato; especialmente al iniciarse el juicio, en que no está excreída la
culpabilidad, de modo que el criminal, cuando corre peligro de ser ejecutado, puede muy bien burlar
a la justicia, perdiendo el monto difumando. Tampoco es muy común (castigar con multas. Un marido
reclama indemnización por el adulterio de su consorte; y el instrumento de su infamia que da libre
obrando la suma que el tribunal le sentencia. Un médico. acusado por una señora de haber admi-
nistrado abortivo a su hermana otorga fianza, y no muy cuantiosa, y sale en libertad. Una señorita
entabla juicio por 20,000 ps. de perjuicios a causa de no haberla cumplido a su término un compro-
miso matrimonial; y su gestión corre sin novedad ante los tribunales. Tómese por base estos hechos,
y para pueblos como los nuestros, ensáyese la aplicación de tales leyes; y resultará un elemento tan
exabrupto, que no contribuiría, después de ineficaz, sino al ridículo del Legislador.
Las facultades de conmutación é indulto, reservadas en el Perú la primera en tan limitados casos al
Ejecutivo; y la segunda al Congreso exclusivamente, se ejercen en la Unión por los Gobernadores
de Estado de una manera tal lata, que entre nosotros sería ocasión de escándalo. En el homicidio,
sobre todo, no hay restricción la menor por circunstancias agravantes, alevosía, contumacia etc.
De la Estadística por el Estado de California con 550,000 habitantes en la fecha aparecen indultados
de prisión y pérdida de la ciudadanía durante los últimos siete años dos meses y nueve días, 206
reos, por los delitos de asesinato en toda forma y grado, perjuicio, robo, falsificación, conato de ho-
micidio, juego, abuso de confianza estupro, hurto, falsa personería, felonía, etc.
Tomando del cuadro lo relativo al homicidio, tenemos:
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Aun cuando en este cuadro no se comprende las conmutaciones en la última pena, no menos am-
plias, los casos anotados manifiestan que no se aplica con tanta frecuencia.
EN OTROS ESTADOS
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fundamente al contemplar, que serán contados ya los días, en los que la Sociedad insistirá en hacer
pagar una vida con otra.
Al propio tiempo de abolirse la decapitación, la ley procurará lo bastante contra la práctica, que tanto
ha prevalecido hasta hoy, de concederse conmutaciones o indultos a una gran mayoría de crimina-
les, El Sr. Gobernador Morgan ha conquistado el mayor tributo de gratitud de todo este Estado, por
la exquisita cautela con que ha ejercido su facultad de indultar. A pesar, sin embargo, de su reco-
nocido celo, consiente en su último mensaje anual, en que muchas personas han sido puestas en
libertad, cuando la vindicta pública requería o hubiera requerido, que hubiesen purgado sus delitos
encerrados en las prisiones. Y si tal es la situación actual, ¿cuanta mayor causa o motivo de queja
no pudo haber en otros tiempos; en que bastaba la menor influencia personal o política para obtener
del espíritu complaciente de los primeros Magistrados la soltura de los seres mas degradados y viles
que jamás se confinaron entre los muros de una penitenciaria?
Dejad que en todo caso las penas sean tau moderadas como lo requiera la salvación de la Sociedad;
pero permitid también, que ellas sean aplicadas inflexiblemente. Cuando las Autoridades hayan pro-
seguido este sistema o plan por algún tiempo, en lugar de amenazar A los criminales con penas ho-
rribles, para luego despedirlos sin castigo; el crimen, no hay duda, disminuirá rápida y radicalmente,
no dejando esa muchedumbre de vagos y perdidos que por tantos años ha prevalecido en nuestras
grandes ciudades; y en especial, en N. York.
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CAPÍTULO II
ANÁLISIS DEL DISCURSO DEL SEÑOR HERRERA
Sumario
VI
Hay en la tesis del Orador dos aspectos que considerare 1.° es el jurí-
dico: el 2.° el teológico. En uno y en otro prevalece un orden tan metafísico
que es casi imposible dominarle; y al parecer; el espectáculo del doctrinario
engolfado en un mundo sobrenatural y el de un auditorio dócil en decidir a
mérito de principios incomprensibles, no es sino la verdadera reproducción
de los antiguos sacerdotes, Druidas, lanzando del fondo de grutas o ca-
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derecho: esto es, a él se refieren los medios exteriores que le son necesa-
rios para su desarrollo moral o físico; y él, considerado en particular, siendo
tan digno como los demás hombres, no puede pasar a la condición de cosa,
para llenar una necesidad de los asociados. Siendo, pues, el poder de todos
y para todos en el sentido que inculcamos la autoridad no tiene otro origen
que la elección; y por tanto no pertenece de derecho a alguno.
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7[c] Se presenta la objeción, de que el Poder no puede producir obligación sino ejerciéndose a virtud
de un derecho, única fuente de los deberes sociales. Así es en efecto: mas las multiplicadas rela-
ciones jurídicas para con la autoridad no vienen de derechos exclusivos a las personas, sino del
derecho social en todos sus multiplicados fines. Los que lo ejercen, son el órgano de ese derecho;
y como en sus funciones hay el fin racional de llenar la justicia en cada una de las esferas de la vida
humana, hay que prestar sumisión a sus prescripciones por la entidad que representan, de estricta
obligación en sí misma. La Tutela legal por ejemplo es un derecho social; con todo, se ejerce por
los delegados de la comunidad; y el menor está en el deber de reconocer 1as prescripciones del
tutor aun cuando no ejerce un derecho propio, por el fin racional y jurídico que lleva en su cometido.
No teniendo los mandatarios una facultad inherente a sus personas, la autoridad no puede tener
otro origen que la elección, como lo reconoce la sensatez universal. Según esto, la suposición del
señor Herrera, “de que el Elector no elige sino que tan solo reconoce la capacidad y se somete a
ella,” es absurda y contradictoria hasta en el genuino sentido de las palabras.
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Hemos inculcado, que el poder tiene dos fines esenciales: l.° la sa-
tisfacción de las necesidades generales: 2.° la garantía de los derechos
particulares. De las primeras funciones se ocupa el Derecho Administrativo:
de las segundas el Penal. Según esto, Derecho Penal es: la ciencia que
tiene por objeto el estudio de los actos que violan el Derecho. Estos actos
en si se llaman delitos. Si se refieren al individuo, toman el nombre de pri-
vados: si a la comunidad, el de públicos. El homicidio es de los primeros; la
conjuración de los segundos. Si suponen en el actor un plan, el homicidio se
califica de alevoso; si no son sino el triste resultado de las circunstancias del
momento, se califica de simple.
Fijemos ahora el derecho de penar. Este derecho, como todo otro, hace
referencia a dos seres, o la sociedad o su personero el poder, parte sub-
jetiva; y al criminal, parte objetiva, sobre cuyos actos recae respecto de la
Sociedad. El delito daña a la comunidad, no solo cuando directamente se
encamina en su contra, sino también cuando lastime el derecho individual:
1.° porque en el ataque a cada uno de los miembros se la priva de los
coadyuvantes a su bienestar, rompiendo el todo de la personalidad moral:
2.° porque el criminal con su perverso ejemplo incita a los demás en las vías
de hecho: y 3. ° porque el acto criminal supone una degradación o extravío
de sentimientos, que irá en aumento a dejarse sin correctivo, pasando el
[delito] de particular a general, cada vez con mas brío y esperanza de su-
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ceso.—Si la sociedad tiene un fin impuesto por Dios, tendrá que cumplirlo,
y por tanto, así respecto de las demás asociaciones como de sus propios
miembros, podrá practicar todo aquello que, conforme a razón, conspire a,
aquel; sea por actos que faciliten su marcha, sea por la remoción delos
que le salgan al paso. Veamos si la pena lleva estas condiciones. La pena
jurídica tiene dos fines esenciales: el primero, garantir a la Sociedad contra
la reiteración del crimen: el segundo, moralizar al delincuente de modo que
reinstalado al seno de la Sociedad, en su misma índole halle freno para no
reincidir. Con el primer carácter, la pena aparece como una simple limitación
de la libertad física: con el segundo, con la augusta misión de devolver bien
por mal, y de levantar al criminal del abismo en que le sepultará su funesta
trasformación. Respecto del criminal. El hombre está, obligado a reconocer
la autoridad social; esto es, a someterse a sus actos siempre que se ejerzan
conforme a la justicia y conspiren al bien procomunal: la pena reúne estas
condiciones, luego el delincuente está en el deber de sometérsele; y si re-
siste prevalido de la fuerza, obra contra derecho y la justifica en su contra.
La pena, pues, es jurídica en si misma: esto es, de derecho en la Sociedad
é imperio sobre el individuo.
VII
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remedio al lado del mal: examinemos ahora la materia baje de otro aspecto.
Los que aclaman el hacha del verdugo como un aspecto terrificante que sir-
va de freno a toda tentativa de homicidio, no han gastado el menor esfuerzo
en formar concepto de la materia. En el sistema de violencias que, merced
a1a relajación de todo vínculo, la ineficacia de toda ley y la injuria absolu-
ta de nuestro carácter, gastada su energía con tanto inútil esfuerzo en 30
años de infernal discordia, forma ya un estado normal, muy poco avisado, es
preciso ser, para no vivir pertrechado contra los ataques de todo momento
a la vida y hacienda. En tal estado, todo conato lleva por necesario cortejo
el riesgo de muerte: y no como quiera, sino de inmediata aplicación. Si el
temor del patíbulo, cuando son tantos los medios de evitar la justicia social;
y si aún bajo su imperio, por la inseguridad de las cárceles, su carencia de
disciplina; la facultad de conmutar en el Presidente, y la pugna abierta de las
ejecuciones contra las ideas y sentimientos generales; si a la expectativa de
que el asesino sobreviva a su víctima, se cree de que tan insignificante ries-
go sirva de freno, habrá que reconocer en aquel un imperio mucho mayor.
Si el malvado triunfa, a la repulsa individual se sustituye la acción social; y
en la nueva lucha de todo tiempo y lugar, toda probabilidad está en favor de
la sociedad. Y he allí un riesgo sin comparación superior al de terminar por
las balas, ligado atrozmente a un banquillo. Y que estas no son meras abs-
tracciones, muéstralo la experiencia diaria en las muertes de los forajidos;
en las que se ha cargado tan reciamente la mano, que no pocas veces han
sido víctimas aun sus mismos perseguidores.
Muerto el asesino por la espada del poder, su trágico fin es una ense-
ñanza tan solemne como los fusilamientos, si bien que las circunstancias
jurídicas son distintas: y obra tanto más sobre la multitud, cuanto que los ca-
sos de muerte por resistencia a la policía son más numerosos; y hay el buen
cuidado de hacer atravesar las calles es cadáveres en mulas cual marranos,
y de exhibirlos en los atrios de las parroquias, todo en horrible zalagarda.
Ahora bien: los que mudos a toda reforma en los sistemas de policía y co-
rreccional, se esfuerzan con mentido frenesí en extirpar tanto escándalo con
la muerte de uno que otro miserable, tendrán que confesar, de que siendo
las ejecuciones casi ningunas al lado de las muertes en las otras formas,
como estas subsisten abolida la decapitación, ante la estadística cabal de
que todo se lo prometen, es insignificante la diminución: de ese resorte, el
escarmiento, que sirva de freno, basado por todo en el miedo.
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VIII
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órdenes de deberes, sublimados por la naturaleza con los afectos más tier-
nos, no aparece menos horrenda, sin que para nada haga falta la idea de
ingratitud.
El asesino alevoso que se arroga derecho sobre la vida sagrada de sus se-
mejantes, y no un derecho cualquiera sino verdadero dominio, y que llegue a
destruirla reflexiva y tranquilamente, hace de sus facultades y de sus fuerzas
corporales el mayor abuso posible merece por tanto la mayor pena posible:
la destrucción completa de esas facultades y de esas fuerzas; es decir la
muerte.
9[e] Parricida. El que mata a su padre, abuelo o bisabuelo, hijo, nieto o biznieto, hermano, tío o sobrino,
marido o mujer, suegro o suegra, yerno o nuera, padrastro o madrastra, entenado o patrono. Escri-
che, p. 1387. Edición de 1859.
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Dado que las leyes solo son para este mundo, y no hallando resquicio
como fuese posible que la pena en cuestión fuera reformadora; dado, repe-
timos, que sea a toda luz incapaz de mejora sucesiva lo que cesa de existir,
conduce al auditorio o una región del todo nueva, con jocosa historieta, de
que lo que no se alcance en esta se espere en la otra. Por cierto que se ne-
cesita el más inaudito descaro para apoyar los dogmas mas trascendentales
de la Sociedad en tales consejas, no solo mentidas pero hasta risibles: por
cierto que hay novedad y muy picante en legislar para los muertos ¿Con
qué, todo el espíritu reformador de la Guillotina se reduce al arrepentimiento
del criminal desde que conoce su infausto fin hasta espirar?... ¿No le pare-
ce al lector que en las veinticuatro horas de capilla, en que el reo las más
veces muere moralmente desde la primera noticia, deben brotar a por fin en
su mente profundos pensamientos, de enseñanza perpetua para los malos?
Cuando los reos con poquísimas excepciones son arrastrados como cosa
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al degolladero ¿no le parece que podrán tal vez componer toda una epope-
ya?...
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sangre va, mas allá que nadie; o que su indolencia en tan grave materia fue
tal, que ni siquiera se cuidó de lo que debía probar…
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2.° que la Iglesia, maestra infalible de la verdad moral y del derecho, nunca
ha levantado la voz contra la pena de muerte: que al contrario la ha
aprobado; y que, según eso, no se puede ser católico sin confesar que
esa pena es jurídica.
3.° Que el género humano en todos los siglos y casi en todos los puntos del
globo, ha empleado la pena de muerte; con que el sentido común a da
por legítima.
5.° Que estaba en la conciencia humana desde los primitivos tiempos, que
el que mata debe morir, según la opinión de Caín, autor saneado, pro-
fundo e infalible, según se espera probará el autor.
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Las reglas dadas por Dios debían en su misma entidad reflejar el estado
de cultura del pueblo que debían normar, y como dotado aquel de una índole
dura por sus vivas tendencias a la idolatría y demás vicios del paganismo; y
sin ninguno o insignificante contrapeso en las ideas por el atraso primitivo,
los medios reguladores habían de ser tanto más enérgicos a los sentidos o
materiales, cuanto mayor fueran los embates que habían de neutralizar. De
modo que, variadas las circunstancias, las leyes habían también de seguir
las mismas inflexiones; y una vez llenado el fin especial a que se dirigía el
todo, caer por si mismas aun sin ser revocadas, como en efecto lo fueron. A
nuestro humilde sentir esta es la única apreciación que merecen principios
como la pena de muerte entre los judíos, justificable ante las circunstancias
de entonces; como lo es hoy mismo en casos que analizamos.
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
Tan cierta es la explicación que hemos hecho, que no fue poca nuestra
sorpresa de hallarla reproducida totalmente por el mismo Orador al terminar
su discurso: tanta es la fuerza de la verdad.
La pena del talión, dice: cuando estaba vigente entre los judíos no podía
ser bárbara. Sería fácil demostrar rigurosamente su justicia partiendo del
fin principal de la pena, examinando la naturaleza del talión, ojo, por ojo
diente por diente; es decir, igualación material entre el daño causado y
la pena, y tomando en cuenta la época. Esto último no se ha de perder
nunca de vista tratándose de sistemas penales: porque lo proporcionado
de la pena depende mucho de la sensibilidad y la Sensibilidad mengua
o crece según los tiempos. Sin atravesar tantas edades como las que
nos separan de la República Hebrea, una pena que ahora dos siglos era
suave, hoy es durísima; así como una pena justa hoy de aquí a dos siglos
será quizá reputada atroz. La muerte era entre los judíos la pena de la
adúltera. Ahora tal pena nos espantaría más que la del talión. Sin embar-
go, fue necesaria para salvarla honestidad y la existencia de la familia, lo
cual tenía una especial importancia en aquel pueblo que debía de servir a
realizar muy altos designios de Dios sobre la humanidad.
Según lo dicho, tenemos: l.° Que el talión fue justo entre los judíos por
prescripción de Dios; y hoy entre los demás pueblos es una bárbara pena.
La paridad del talión y la pena de muerte es incuestionable: lo que se admite
en un caso ¿por qué rechazarlo en el otro?: 2.° Que la justicia del talión en
ese entonces no debe decidirse solo por su carácter de igualación material
sino también por la sensibilidad del pueblo judío; pues la índole juega un rol
indispensable en toda Legislación. Sustitúyase simplemente a la voz talión
la de cadalso y diga la buena fe, diga el recto juicio sino es lo que sostene-
mos lo que expresa allí el Orador. Siendo por otra parte, sensible, que ya
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NICANOR TEJERINA
que quiso aparecer tan pedagógico hubiese sido refractario a sus propios
preceptos, aplicando sin rodeos al Perú leyes judaicas cuando las sensibili-
dades o índoles son tan distintas 3.° Que una pena que ahora dos siglos era
suave hoy es durísima. La Lesa majestad por ejemplo que se castigaba con
la pena capital hoy se ve, cuando más, como una insensatez. La pena de
muerte, que en las primitivas sociedades, exentas de ideas, no digamos pe-
nales pero aun de justicia, puede excusarse como el único medio de salvar
la inocencia, no es justificable hoy, que la Sociedad por ideas y sentimientos
la pugna abiertamente; y que bajo de su ilustración en un lapso de tiempo
mas o menos largo puede crear seguros medios correccionales: el suplicio
pues justificable en antaño es hoy atroz. 4. ° La pena de muerte entre los
judíos de la adultera es hoy más espantosa que el talión. Y como por otra
parte, diremos nosotros, el Orador reconoce el talión por injusto, la pena de
la adultera, que es más espantosa que el talión, resulta mucho más injusta
que este; y por tanto, la pena capital en ese delito que antes fue justa, es hoy
no solo injusta sino también espantosa, descomunal. No sabemos que de
sano pueda oponerse para eludir la nota de inconsecuente en que aparece
el Orador, encerrado en ese círculo de hierro. La pena de muerte, pues, es
justa e injusta; racional é irracional, un dogma de puras circunstancias y de
todo tiempo a la vez. ¿Y hay inteligencia humana que digiera tanto contra-
sentido? ¿De dónde sino de una falsa apreciación viene el singular fenóme-
no de desmentirse así propio el razonador? Y esa falsa apreciación ¿cuál es
sino la de hacer un olvido total de circunstancias y pretender aplicar bajo el
dominio de la pura razón lo que tubo momentánea existencia según especial
querer de la Divinidad?
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
de desafiar las iras del tirano, cuando no hay otra esperanza que sucumbir,
nunca hallaron albergue sino en aquellos hombres de bien que condena a
criminal impasibilidad. Un solo caso de justa insurrección cuenta nuestra
malhadada historia, y por cierto que, si a la vista de la trasgresión de toda
garantía; de la defraudación más cínico de los tesoros de una Nación; de la
disolución más escandalosa en fin; los héroes del 854, antes de empuñar la
espada para derribar al tirano, hubiesen esperado la salvación social de los
mismos detentadores de cuánto hay de venerando en la tierra, la Sociedad
Peruana ‒ los hombres de bien‒ si antes no se hubiese disuelto, hasta hoy
esperaría en el servilismo del peculado, la mentida tabla de su pobre escue-
la. Si su idea no fue tal, el resultado es el mismo, pues si cada hombre de
bien no se ha de mover hasta que lo hayan hecho los demás, nadie podrá
jamás tomar la iniciativa; y entonces la garantía de perpetuidad a todo poder
por monstruoso que sea, no es menos cabal.
XV
2ª CUESTIÓN
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XVI
2.° ASPECTO DE LA 2.ª CUESTIÓN
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Mas, para remover todo vestigio, pasemos una mirada por el terreno de
los hechos. Al considerar en su universalidad los hechos eclesiásticos, no
puede menos de venir a la mente aquel tribunal de horror, en que a nombre
de un Dios de clemencia, la tiranía aunado con el fanatismo clerical, apa-
rentando conservar el dogma y morigerar las costumbres, se creyó por tres
siglos en la facultad de condenar al fuego y a todo género de crueldades, a,
todo aquel que de un modo u otro había de sobrellevar su saña. Bien se co-
noce que aludimos a la Inquisición: y por cierto que, si allí se fijaba la mente
del Orador para sostener como de derecho eclesiástico el homicidio social,
su causa lleva tras sí el más digno cortejo.
10[f] Dice el Ilustre Publicista Bernal: “Muy cómodo es pedir al cielo la solución de un problema para
evitarnos el trabajo de buscarla en la ciencia. Sistema es este tanto más sencillo, cuanto que al
mismo tiempo que nos ahorra el estudio y las vigilias; rechaza toda contradicción del anatema de
la impiedad”.
11 Es cosa verdaderamente singular dice Balmes, lo que se ha visto en la inquisición de Roma de que no
haya llegado jamás a la ejecución de una pena capital a pesar de que durante este tiempo han ocupado
la Silla Apostólica Papas muy rígidos y muy severos en todo lo tocante a la administración civil. En todos
los puntos de Europa se encuentran levantados al cadalso por asuntos de religión, en todas partes se
presencian escenas que angustian el alma; y Roma es excepción de esa regla general. Roma que se
nos ha querido pintar como un monstruo de intolerancia y crueldad. Verdad es que los Papas no han
predicado como los protestantes y los filósofos la tolerancia universal pero los hechos están diciendo
lo que va de unos a otros; los Papas con un tribunal de intolerancia no derramaron una gota de sangre
y los protestantes y los filósofos la hicieron verter a torrentes ¿Qué les importa a las víctimas el oír que
sus verdugos proclaman la tolerancia? Esto es acibarar la pena con el sarcasmo.
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de propiedad, que basta evidenciarse para surtir pleno efecto: 2.° Que así
como este autoriza la fuerza contra el incendiario por ej.; así también aquel
la justificaría: y a ser cierta tan extravagante paradoja, el Soberano, una
vez en la conciencia de tal, podría, aun empleando un poder extraño, hacer
doblar toda cerviz y jurar vasallaje a sus afortunados súbditos. Lo cual ca-
rece hasta de nombre. Los corolarios aducidos para arrancar el tal derecho
de mandar son, pues, tan absurdos, como las suposiciones indispensables
para explicar por él la organización social12.
XVII
INDUCCIÓN DEL COMÚN
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XVIII
INFAMIA DEL VERDUGO
13[g] Irregularidad por defecto de fama. 3. ° Por una profesion ú oficio que según el Derecho infuma a
los que lo ejercen v. y gr. los verdugos etc. Donoso. T. 3. ° p. 343-1858.
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
XIX
CAÍN Y EL CADALSO
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14 Talión. Era muy natural que los pueblos en su infancia estableciesen la pena del talión, ya por ser
la que más fácilmente ocurre a la imaginación, ya porque estaba todavía fuera de su alcance la
justa proporción que debe haber entre los delitos y las penas, pero luego la fueron abandonando
casi enteramente, viendo con el tiempo que en unos casos es absurda en otros dispendiosa, y en
muchos perjudicial al Estado. Sería con efecto absurda en el adulterio, el rapto, la violación y otros
delitos: sería o podría ser dispendiosa en las heridas o golpes; pues podría hacerse al ofensor ma-
yor mal que el que este había hecho al ofendido, y dejaría por consiguiente de ser talión: seria por
fin daños al Estado en la mutilación, pues privaría de los medios de subsistir al delincuente, quien;
vendría a ser una carga de la Sociedad. Escriche p. 155, edición de 1858.
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
CAPÍTULO III
La pena de muerte ante el DERECHO
XX
Los que rechazan la abolición del cadalso como ridícula novedad, de-
bieran ir mas lejos en sus asertos; debieran condenar de una en una todas
las verdades de la ciencia penal, una vez que la sublimidad de su ense-
ñanza no data sino de ayer: y obrando por analogía no hay obstáculo para
dar de mano a toda consecuencia, tan solo porque unas hayan precedido a
otras en las Instituciones. Y la verdad, los regímenes preventivos y correc-
cionales, las penitenciarías, y todo ese mundo de elementos que la ciencia
ha traído a la vida práctica de las sociedades imprimiendo nueva faz a, la
Legislación, ¿son, acaso, de los tiempos de Pericles y Solón? ¿No es esta
cabalmente la cuestión de los criminalistas al considerar el desarrollo de la
ciencia? ¿Cómo es, no se han dicho, que siendo el crimen tan, antiguo como
el mundo y de tormento perpetuo para la sociedad, el Derecho Penal es de
ayer? ¿Cómo los legisladores Griegos, y Romanos, legando en lo civil mo-
numentos inmortales de legislación, nada digno sancionaron en lo criminal?
Dos causas han ensayado como origen de tan remarcable fenómeno. La
absorción absoluta del individuo ante la Sociedad de entonces, que hacía
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aparecer su suerte ante esta como indigna de toda atención; por manera
que, al más leve choque, aquel había de ser pulverizado: 2ª . La condición
misma de los delincuentes, a quienes por sus actos se les vió como indignos
de toda consideración; tratándose más bien de su desaparición é impotencia
que de su bienestar en armonía con el Derecho Social.
El mismo hecho histórico del atraso del Derecho Penal, sirve para ex-
plicar los graves embarazos en la aplicación de sus doctrinas especulativas,
en toda sociedad donde por carencia de elementos no hayan antes alcan-
zado el lleno debido las de aplicación material: inconvenientes que son el
mas fuerte apoyo de los enemigos de la Reforma. Y a la verdad, que en so-
ciedades como la nuestra, desprovista de medios correccionales; expuesta
a continuos sacudimientos y emergencias, y donde todo marche en revuelto
turbión, el argumento de la oportunidad es grave. Pero, sino se ha de acla-
mar como límite del perfeccionamiento, la “inamovilidad”, de la degradación
asiática; sino se ha de condenar a las sociedades a un perpetuo statu quo
que desdiga las miras de la Providencia; si sus instituciones en fin han de
partir de principios absolutos y de sucesiva aplicación y ensanche en la vida
social, habrá que tomarlos por única norma; y condenar como clásica insen-
satez el sistema, de partir de los hechos a las ideas, en vez de aclamaren
alto estas y preparar con infatigable afán los elementos cuya carencia pugna
a su aplicación. El argumento, pues, de la oportunidad desaparecer ante los
principios que se pretende dar de mano; sobretodo, estando reconocidos
como verdades incontestables.
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mano ¿cómo podrá ser jamás racional, ser jurídica? ¿De dónde tan mons-
truosa facultad en el poder? Si este es un derecho nacido de la necesidad
de conservación, como dicen los terroristas, será muy extraño derecho, una
vez que no cabe en los caracteres absolutos, inherentes a todo otro; y para
dejarle en pie será del todo indispensable trastrocar las mismas bases de la
razón humana. Desde que el derecho envuelve una relación forzosa entre
dos personas, no se puede concebir título o facultad de exigir en la una, sin
que al propio tiempo haya obligación de parte de la otra. ¿Y en qué situa-
ción imaginable está el hombre en el deber de dejarse matar? La idea fun-
damental del derecho no puede, pues, complementarse; y cuando menos
habrá que reconocer, que si el patíbulo no es injusto tampoco entra en su
esencia la idea de la justicia. Pero, como no solo es un hecho extraño a la
Justicia humana, sino la conculcación de todos sus fines; porque haciendo
del hombre, sujeto del derecho, puro objeto o instrumento pretende nivelarlo
en su entidad sagrada a las acciones o cosas materiales sobre que aquel
legítimamente recae, sus caracteres son a toda luz monstruosos.
15 “El hombre, se ha dicho, es un ser nobilísimo. No se le puede degradar empleándolo como “medios,
para producir escarmiento con su muerte. ¡Verdad! Pues sino se le puede quitar la vida para que su
cadáver sirva de escarmiento, tampoco se le podrá encerrar en la Penitenciaría para que su persona
aprisionada sirva de escarmiento”. Discurso del Señor Herrera.
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XXI
Pena, decían los antiguos tratadistas, es un mal que la ley hace al delin-
cuente por el mal que la ley hace al delincuente por el mal que él ha hecho
con su delito. La pena, pues, produce un mal lo mismo que el delito; pero
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
el delito produce más mal que bien y la pena al contrario más bien que
mal.16[k]
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Por otra parte, como los delitos son tan diversos en sí mismos, y aún
supuestos iguales, la participación criminal constituye tan diversa responsa-
bilidad, las penas correlativas, para no embeber monstruosa desigualdad,
dado que se aplicasen sin distinción a todos los casos, tienen que recorrer
diversos grados de entidad o función. Y no se diga que la gradación podía
establecerse con penas de distinta, naturaleza, porque una de las condicio-
nes de su eficacia es la de analogía con el delito.
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
Las penas han de ser así mismo reformadoras: y en este solo requisito
estriba la profunda diferencia entre las doctrinas criminalistas de la época y
las de la antigüedad.
Este es, dice el señor Pacheco, uno de los distintivos mas notables que
nos separan de los pasados siglos: porque en aquellos tiempos y hasta
muy cerca de nuestra edad, jamás había ocurrido que la pena pudiera ser
elemento de reforma, cuando ahora es esta una de las ideas más capita-
les, más extendidas y que mas preocupan a cuantos hombres de estado
y filósofos están consagrados a tales estudios. En vez de empeñarnos en
destruir, en suprimir, en aniquilar, que era la idea fundamental de ¿otras
veces, nos empeñamos hoy en corregir y reformar a los criminales, para
que cumplidas sus condenas vuelvan a ser miembros útiles del Estado
Y esto no puede menos de ser así. Desde que la pena implica una
tormentosa limitación, en el uso de nuestros derechos, no tiene justificativo
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Por último, las penas han de ser remisibles y reparables. Por que no
aplicándose sino por resultado de procedimientos o comprobaciones más o
menos seguros en sus resultados, son muy pocos los casos en que se llega
a un término incontrovertible. Y la indagación es cabalmente tanto más difícil
cuanto mayor es la responsabilidad criminal; y por tanto, mayor también la
pena que le va adherida. Para no sancionar sin remisión la injusticia y hollar
la majestad de la ley, cuando posteriores esclarecimientos viniesen a evi-
denciar la inocencia del supuesto criminal, las penas deben, pues, embeber
ese carácter.
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
Las penas, pues, siguiendo siempre las doctrinas del señor Pacheco,
como condiciones sine qua non deben ser morales, personales, iguales y
divisibles17[i]: y como en extremo apetecibles y de grandioso resultado en la
extirpación del crimen, las de análogas, públicas, ejemplares, instructivas,
reformadoras, tranquilizadoras, populares, reparables y remisibles.
Hemos desarrollado hasta el fin este tesoro análisis: 19 por que tra-
tándose de la inviolabilidad de la vida, base de todo goce terreno, se hace
indispensable considerar la materia en cada una de sus fases: 2° porque
cuando los señores Representantes de la Reforma se han permitido lan-
zar tan amargas recriminaciones sobre doctrinas que desconocen, se de
nuestro deber inculcar la verdad en toda su plenitud: y 3.° porque el ilustre
criminalista español señor Pacheco se esfuerza en sostener la pena capital.
XXII
Entre todos los caracteres que la ciencia señala a las penas, los únicos
que reúne la de muerte son los de personal, igual, pública, ejemplar y tran-
quilizadora: los otros aparecen conculcados de uno en uno, con flagrante
iniciación de las doctrinas bosquejadas.
Moral. Según las ideas que hemos inculcado de moral y justicia, todo
acto refractario de la 2. ° lo es también de la 1.° como que la esfera de acción
de esta no es sino parte concéntrica de aquella. Y habiendo demostrado la
injusticia del patíbulo, queda por tanto demostrada también su inmoralidad.
17[i] El señor Pacheco vió en la necesidad [contra las doctrinas de toda su obra] de colocar en el segundo
orden, la calidad de “reformadora”, como indispensable a su anhelo de sostener el patíbulo.
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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
Ejemplar. Inútil nos parece repetir aquí cuanto dejamos dicho tanto so-
bre la eficacia de las ejecuciones como sobre su justicia. Con todo, como
corroborante de nuestra buena fe, permítasenos una postrera observación.
¿Quién hace recuento hoy de las muchas ejecuciones por homicidio con-
sumadas después de la Independencia, dado que todas fueron indispensa-
bles?... Pocos, muy pocos ‒Intertanto‒ ¿Quién se atrevería a alzar su voz
para revalidar el cadalso político? ¿Convendría en ello el señor Corpancho,
no obstante su tema de estar vigente en los Estados Unidos? ‒No, por cier-
to‒. ¿Y cómo mira la opinión tantos fusilamientos sino como atroces violen-
cias, inútiles además? Y sin embargo, ¿no están siempre vivas como llagas
en la conciencia nacional, todas aquellas piras que inflamará la tea fratrici-
da? ...¿Los nombres de Valle Riestra, Salaverry, Fernandini, Boza, Lastres
y Berasteguí no están en boca de todo el mundo? ¿Cómo explicar este fe-
nómeno? ¿Cómo la justicia no sobrevive en la mente popular, y si lo que fue
injusto, en sentir universal? ¿Dónde la edificación, la perdurable enseñanza
que proclaman como indispensable para la salvación social, los panegiristas
del verdugo? ¿No está allí de manifiesto, que las causas que gravan los
hechos en la conciencia de las masas son de muy distinta naturaleza?
Esta diferencia, dice el señor Pacheco, es la más capital que pueda con-
cebirse: entre la pena de muerte y cualquiera otra, por destructora y per-
sonal que la supongamos, media siempre como un abismo la existencia,
conservada en unas, al paso que pérdida en la otra.
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Aquí parece llegado el caso de contestar a los hechos aducidos por los
señores Villarán y Heros, sobre asesinatos en las mismas prisiones, que a
su juicio demuestran la ineficacia de la reclusión. Prescindamos del principio
general que sirve de base o matriz a sus razonamientos, de matar para que
no se maten; porque, para darle de mano solo se necesita ei simple uso
de la razón. Contraigámonos solo a los hechos. El prurito de decidir de la
verdad por lo que pasa en el país, es el tema favorito de nuestros prohom-
bres, y una de las causas de nuestro perpetuo atraso. Creen esos señores
de que, porque en las cárceles del Perú los reos se amontonan y hacinan
sin distinción de sexos ni delitos; y sin que se les sustraiga del contacto con
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asequible en este caso, cuanto que la misma existencia del reo le habilita
para adelantar sin término todo esclarecimiento.
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se adelanta con eso? Si la existencia es condición sine qua non para todo
lo humano, es claro que tras de la muerte va inscripta la negación absoluta,
así de lo bueno como de lo malo. La cuestión no es esa, sino la de decidir,
después de establecidos los principios jurídicos absolutos, si conviene mas
ahogar el mal con la abundancia del bien, como dijo Balmes, o arrancar con
él la base de uno y otro.
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CAPÍTULO IV
Análisis de la nueva ley
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por su medio se pueda ocultar aquella infamia; sin que el malvado empeore
su condición o responsabilidad, por perpetuar en aquel lo que tal vez jamás
entró en su mente al iniciar su primitivo plan. Este funesto resultado, que
en principio salta a la primera mirada, debe también servir para explicar la
tendencia, o mas bien, el hecho constante y múltiplo de nuestra estadística
criminal, de acompañar el asesinato al robo “con fuerza” en caminos públi-
cos &., por haberse asignado en la Legislación Española ú ambos casos,
la misma sanción de la última pena De modo que, cuando el espíritu de
sofisma pudiera dar margen a obscurecer la verdad, y tras su sombra levan-
tar el espectro de crímenes horrendos, la experiencia irrefragable en una
estricta analogía pondría un sello inamovible a toda réplica. Ahora bien: si el
asesinato es el delito supremo en el orden humano; si al mayor delito debe
seguir la sanción mas terrible; y si esta es [prescindiendo de su justicia] la
privación de la vida, es legítima conclusión, que no se ha de aplicar al delito
de incendio, que es, dígase lo que se quiera, mucho menor. Lógicamente,
pues, venimos a colocar el patíbulo como pena de solo el homicidio; puesto
que en todo otro caso en vez de rémora es el aguijón de nuevos Caínes.
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Hemos querido consignar aquí nuestras ideas sobre este delito, porque
en el debate no se le trajo para nada en consideración entre los casos de
muerte legal; sin duda porque ni excusa habría en que estribarle.
XXV
Hasta aquí hemos ofrecido una revisión completa de las doctrinas adu-
cidas para revivir el cadalso contra las ideas y sentimientos generales; y
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