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NICANOR TEJERINA

DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

2016
I N S T I T U T O P A C Í F I C O

NICANOR TEJERINA

DE LA PENA CAPITAL
EN EL PERÚ
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

ÍNDICE GENERAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ.............................................................................................................................................................. 7
ADVERTENCIA ............................................................................................................................................................................ 9

PRINCIPIOS GENERALES
(Análisis del discurso del señor Corpancho)

PARTE PRIMERA
CAPÍTULO PRIMERO

CAPÍTULO I ............................................................................................................................................................................ 13
CAPÍTULO II: ANÁLISIS DEL DISCURSO DEL SEÑOR HERRERA.......................................................................................................... 31
CAPÍTULO III: LA PENA DE MUERTE ANTE EL DERECHO................................................................................................................... 59
CAPÍTULO IV: ANÁLISIS DE LA NUEVA LEY............................................................................................................................................ 77

INSTITUTO PACÍFICO 5
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

ADVERTENCIA

Iniciado este opúsculo en 859, se creyó oportuno abandonar a medio


camino la idea de darlo a luz; porque llegó a arraigar so en la mente de su
autor la convicción, de que, fuese cual fuese el principio consignado en la
ley, la decapitación estaba de hecho abolida por el desuso. En tal supuesto,
pues, su redacción era un esfuerzo inoficioso.

Mas, el espíritu reaccionario del Congreso de 861, llevando el empuje


a un punto a que jamás se esperó, ha creado tal conflicto, que era ya del
todo imposible permanecer impasible ante tan lúgubre programa. En efecto,
no solo se ha rehabilitado el patíbulo para muchos delitos, sino que también
con escándalo se ha privado al Gobierno de la facultad salvadora de con-
mutación. Por manera que, el hacha del verdugo ha de descargarse sin re-
misión sobre toda cerviz, merced hoy tal vez ft la inepcia o corrupción de un
juez, merced mañana quizá a la de una complicación indescifrable. ¡Terrible
aberración! ¡Y mas terrible aun el estoicismo social en no pulverizarla!

¿Puede garantirse el orden y mejor social sin la guillotina? ¿Las


doctrinas de los que así piensan, son el conjunto de utopías, extravagancias
é insensateces que suponen sus adversarios para enseñorearse con el
triunfo? ¿O puede el principio brillar triunfante, tanto en el terreno especulativo
como en el práctico?... Por fin ¿la supresión del cadalso ha traído o no in-
mensos males a nuestra sociedad?... He aquí los principios que nos hemos
propuesto ventilar en este escrito: sus verdades pertenecen a los grandes
maestros de la ciencia; sus errores y defectos a nosotros. Pero, por des-
consolador que sea el éxito de su publicación, quedarán nuestros esfuerzos
recompensados si con el lector podemos concluir: “que cuando no sea del
todo insostenible el patíbulo, a lo menos que es falso y gratuito cuanto han
aducido sus apologistas para aclamarle triunfante.”

Lima, julio de 1861

INSTITUTO PACÍFICO 9
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

PRINCIPIOS GENERALES
(Análisis del Discurso del Señor Corpancho)

PARTE PRIMERA
CAPÍTULO PRIMERO

Sumario

Introducción

Se fija la cuestión. —Confusión del derecho de penar con el de defensa


Derecho social e individual. —Consecuencias. — Cuestión de hecho y de
derecho. Perfeccionamiento social de la idea del derecho. Cuestión sobre
el de propiedad. —Argumento histórico contrario sus proponentes—El ca-
dalso político. —Su abolición es de ayer. —Filosofía de la historia sobre
la pena capital. —Nueva inconsecuencia. —Causas de la. Reforma en el
Perú. —Causas del incremento de la estadística. Criminal. —Marcha de las
ideas en la materia. —Análisis de los datos de la Memoria de justicia. —Otra
inconsecuencia de los terroristas. —Última pincelada del Orador. — Opinio-
nes abolicionistas. —La evasión de los criminales no conduce a la ejecución
de solo los asesinos alevosos. Argumento de hecho. —Proporción de las
ejecuciones.

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DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

CAPÍTULO I

Difícil es determinar la escuela filosófica o jurídica del señor Preopi-


nante; pues en el curso de su exposición no hay una sola idea que no pue-
da reclamarse como propia por opuestos tratadistas: no sabemos si eso
provenga de que allí parecen hermanadas todas las opiniones, o de que
en realidad no hay ninguna. En efecto, el Orador inculca una y otra vez el
calificativo horrible en la pena capital; y a la vez la aclama como un princi-
pio salvador de la sociedad acorde con la razón: en cuanto a nosotros, no
podemos menos que concebir perfecta armonía entre la belleza, el bien y la
verdad; y por tanto, no alcanzamos como lo horrible, lo que inspira al alma
un sentimiento de repulsión y congoja a la vez, pueda ser aceptado por la
razón filosófica—Esta o física pugna de la mente guiada por la tétrica luz
del error y un corazón rebosante de sentimientos generosos, se hace tanto
mas palpable cuanto que al final de la oración, lisamente manifiesta “que
ha dejado sus sueños en el dintel de la puerta, para obrar “con el espíritu
práctico del legislador.” Todo lo cual, desnudo de alegorías, se reduce a
patentizar, que dando de mano a sus convicciones (incompletas sin duda)
se encaminaba a sancionar “lo que el espíritu práctico, o lo que antes había
visto, le inspiraban como mas idóneo.”—Pobre misión y por demás rastrera,
sería la del Legislador, si en vez de estudiar las necesidades sociales ante
la luz esplendente de las ciencias humanitarias y los destellos de la historia,
tratase de normar la índole especial de la sociedad, no por el resultado de
profundas incubaciones, sino simplemente por lo que mudos dicen de si los
hechos que pasaron. En tal caso, su misión no solo carecería de objeto, sino
que también implicaría el principio opuesto a las miras de la Providencia y de
un orgullo insensato, de creer, que la humanidad en medio de su ignorancia
y degradación moral, había llegado a su término.

Mas entrando a la apreciación de las doctrinas traídas a la discusión,


pasaremos por alto el primer acápite, que solo explica la vacilación de su
espíritu sin propia guía pendiente ante las autoridades o. quienes le plugó

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consultar; y que sea dicho de paso, quedan ya muy atrás respecto del pre-
sente estado del Derecho Criminal.

“Reconociendo Señor, dice, que la fuente de nuestros derechos es la


naturaleza, lo que no es posible dejar de reconocer, tenemos que admitir el
principio de que el hombre tiene que proveer a los fines de su conservación,
y de allí deduce el derecho de defenderse del agresor injusto que trata de
violar su existencia. El hombre, pues, por derecho natural puede lícitamen-
te defenderse de su asesino sacrificándolo, sin que haya ley que pueda
condenarlo. Como en la sociedad existen los mismos derechos que en el
individuo, y precisamente el fin social no es sino la realización de los fines in-
dividuales, es consecuencia que la sociedad tiene derecho de repeler al que
la ataca del mismo modo que el hombre hace uso en caso dado del justo y
santo derecho de defensa. La tesis de que la vida humana es inviolable, no
es pues, sostenible en lo absoluto, y lo absoluto es carácter de lo verdadero.
Se reconoce en el hombre el derecho de matar a su asesino, y se reconoce
en las Naciones el derecho de la guerra; luego el principio de la inviolabilidad
de la vida está falseado por su base.”

Aun cuando nos sea necesario el hilo de Ariadna para descifrar este
laberinto, pasemos a buscar la base de sus razonamientos. A nuestro humil-
de juicio toda confusión viene de extralimitar el derecho de defensa. El fin
del hombre, como el de todo ser, está trazado por su naturaleza; la que, por
tanto, indica los fines a que ha de conspirar y los elementos que para ello
ha menester. Uno de esos fines es la asociación, mediante el que el hombre
alcanza el desarrollo tanto moral como físico de sus facultades, y la serie
de auxilios que aquel reclama. La regla que determina la conducta del hom-
bre, se llama obligación o deber: cuando estas se refieren a la Divinidad,
su conjunto toma el nombre de Religión; cuando respecto de sí mismo o de
los demás, el de Filosofía; y de estas las que se refieren a los demás hom-
bres, se especializan con el de Jurisprudencia o Derecho. Todo acto, pues,
de nuestros semejantes á, nuestro respecto o viceversa, o es conforme al
derecho si satisface una necesidad racional; o lo quebranta, si constituye
una usurpación o simple negación; o por hallarse fuera de aquellos caracte-
res, es enteramente ajeno del derecho. Ahora bien, el que amenaza nuestra
existencia, quebranta la obligación de respetarla; y como tal, se coloca fuera
de la esfera jurídica que es la de nuestras necesidades racionales. Y como
por nuestra parte estamos obligados a conservarnos, el asesino obrado sin
título jurídico y nosotros en conformidad de un deber para consigo mismos,
llegamos ú colocarnos en la alternativa, o de destruir o de ser destruidos:

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en cuyo caso, obrando por las instintos de la naturaleza, podemos sin es-
cándalo rechazar la fuerza con la fuerza; y lo contrario no podría asevérame
sin asentar, de que es preferible el derecho del malvado que arbitrariamente
nos ataca, al nuestro escudado por la inocencia. Mas, como se ve al dere-
cho de defensa supone:

1°: Que el ataque sea injusto

2°. Que sea constante, esto es, que no haya alternativa o de morir o de
matar

3°. Que la repulsa no vaya mas allá de lo indispensable para salvar nuestro
derecho.

La sociedad, conjunto de individuos, además de los derechos individua-


les de personalidad, libertad y propiedad, tiene los peculiares a su fin, que
se ejercen en general respecto de las demás asociaciones, y en particular
respecto de sus miembros. De aquí fluye la consecuencia, de que si una
sociedad o simple individualidad ataca la existencia de otra “injusta y conti-
nuamente” esta puede repeler la agresión destruyendo aquella asociación
o individuo. Y he aquí el origen o excusa del llamado derecho de guerra,
ejercido en toda su extensión comúnmente contra otra personalidad moral,
y casi nunca contra individualidades; pues los casos de pugna particular
son siempre de unos individuos para con otros. Por ejemplo, si una socie-
dad amenazara arrancar la propiedad de otra, excusaría la repulsa hasta la
muerte de esta; y si un individuo intentas sepultar en las ondas la tripulación
de una nave, autorizaría su muerte.

Estas doctrinas nada laxas por cierto, ni revestidas de puras idealida-


des marcan un límite insalvable entre la posición del que ataca, sea a la
sociedad, sea al individuo, mientras es mero gerente; y la de aquel, que
descarriado de su deber jurídico, violó atrozmente el derecho ajeno. En el
primer caso se obra entre el inocente y el criminal: en el segundo ya no cabe
elección, porque el mal se consumó; y el magistrado empuñando la espada
de la ley, contempla acongojado, la espantosa realidad de una víctima y del
puñal ensangrentado que humeante pende de su garganta.

¿Deberá sepultarlo nuevamente en la de aquel que miserable y ajeno


de sí mismo, quise mañana envidiará para sí tan amargo infortunio?...

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II

“La sociedad continua tiene un fin moral que llenar, el cual le esta traza-
do por el dedo de la providencia: todo lo que se presenta como un obstáculo
a la realización de este fin individual se puede y se debe remover como un
embarazo; de aquí se deduce que si el hombre alguna vez se interpone
como un obstáculo para el cumplimiento del fin social, ese hombre se dege-
nera y que por su propia perversión se aparta del camino del deber, se con-
vierte en enemigo de la sociedad; y la sociedad que no puede detenerse en
su marcha fatal por intereses pequeños, tendrá que destruir a su enemigo
para que no pueda seguir dañando en guarda de los intereses generales.”

La ley de armonía que preside a todas las obras del Creador; ese orden
profundo y encaminado á, un fin grandioso que el hombre contempla en las
maravillas del Universo, ya abstraída en religioso encanto, ya en misterio-
so pavor ¿Qué vendría a significar sien el orden moral apareciese trunco,
por hallarse en el hombre, aunque fuese momentáneamente, el poder de
contrastar la obra de la Divinidad? La monstruosidad más repugnante: una
suposición tan absurda, que una vez admitida y sin ir muy lejos nos llevaría
a negar la Providencia o sea Dios.

La naturaleza señala en el orden moral como en el físico a cada ser


una esfera de actividad especial, para llenar su fin particular; formándose
a su vez del conjunto el fin humanitario. Esta es no solo la enseñanza de
la Filosofía, sino también la de la Revelación, que declara la personalidad
humana sagrada, y sin otro destino que Dios: ajena, por tanto, en lo absoluto
de servir de medio a ningún fin humano fuera de aquel, supóngasele de la
magnitud que se quiera. Esta es una verdad tan inculcada ya bajo de tanto
respeto, que se hace bochornoso el traerla siquiera a consideración; pues
[¿]para arrancarla de raíz seria indispensable, no solo despejar las mas be-
llas convicciones del talento, sino también perseguirla con incansable afán
en las creencias del buen sentido y hasta en el labio infantil?

No: la Humanidad no puede arrojar de sí una de las mas sublimes ver-


dades del Cristianismo; retrogradar ciega diez y nueve siglos, y lanzarse en
sima sin fondo en la degradante enseñanza del Paganismo, reviviendo en
menor escala la antigua enseñanza de Platón, Aristóteles y los Legisladores
Romanos de anonadar de todo punto la personalidad humana, poniéndola
al nivel de una rueda en la máquina social: pues sería evocar en tiempos en
que es tan viva la conciencia la dignidad humana. Los ejemplos terrificantes

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de los Griegos en la destrucción de los seres deformes é incapaces; y los


de Régulo, después de sancionar su propia condenación, volviendo por sí
mismo a Cartago para expirar en feroz tortura; y el de Marco Curcio, arroján-
dose armado al despeñadero, para aplacar a los dioses irritados de Roma.

Es necesario repetirlo hasta lo infinito: ante el Derecho la naturaleza


o sus fines cualesquiera que sean son su única regla; porque en ella está
escrita la voluntad Divina: el número no puede traerse a consideración para
nada. Las cuestiones, pues, de pugna entre la sociedad y el individuo se
resuelven por las mismas reglas que las de estos entre sí: allí, pues, donde
termina el derecho de defensa en un caso allí se limita en el otro: negar esto,
es no solo erigir en única regla el tamaño o exterioridad inmaterial; sino tam-
bién, declarar, desdé que no hay un punto de partida para todos, que solo ha
de quedar en pié el que tenga los medios de hacerse respetar.

III
Si del campo de la Filosofía y del Derecho, continúa, pasamos al terreno
de la historia, es más fácil probar que no es absoluto el dogma de la
inviolabilidad de la vida. ¿De qué depende, señor, que pueblos mas ade-
lantados que el nuestro en la carrera de la civilización no hayan podido
abolir la horrible pena capital, y que la tierra responda con el cadalso en
el Oriente y el occidente, en el Septentrión y el Mediodía, como el sím-
bolo del derecho de conservación en las sociedades humanas?

Ya hemos visto toda la Filosofía y Jurisprudencia de la tesis del señor


corpancho, y nuestros lectores se hallarán en capacidad de juzgar, si pue-
de aplicarse tan a gustos hombres a semejantes absurdos. Por otra parte,
como no haya relación alguna entre su conclusión y lo que presenta como
doctrinas, no hay punto de comparación para decidir, si la historia, con mas
o menos facilidad, corroborarla reelección del cadalso. Mas, como quiera
que su baluarte, por su aparato ostensible, ha ya sido reproducido no sin
suceso por otros, le prestaremos atención especial.

Ante todo, condenaremos con los hombres sensatos el que en una cues-
tión puramente especulativa o de razón, se quiera proceder de los hechos al
derecho; pues, eso es tan absurdo como en el orden físico, establecer leyes
antes de conocer los fenómenos. El análisis y la síntesis tienen pues un uso
que no se puede trastrocar, sin clásica ofensa de la razón y sin caer en un
abismo—Deslindada completamente la cuestión y visto que el cadalso es

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antijurídico, nada significaría el que hubiese existido siempre como una de


tantas violencias en la vida de la humanidad y cerrando los ojos a todo prin-
cipio, y obrando por puras analogías, aquella regla nos conduciría a tranzar
con todos los crímenes, incluso el mismo asesinato; pues desde Caín, do-
quier ha acompañado a la humanidad, la sigue y la servirá de lúgubre cortejo
hasta el fin del mundo quizá; y no como quiera, sino revestido a veces de
cierta pompa exterior y con frecuencia ennoblecido, como en el duelo.

Es un carácter inscripto en la frente del hombre como el signo más pal-


pable de otra vida de luz y de verdad el de su perfeccionamiento. A medida
que la razón adelanta, sea virtud de su propia contemplación, sea aprove-
chando lo acumulado por generaciones que pasaron, la sociedad va asen-
tándose sobre bases mas anchurosas, para coadyuvar de una manera mas
cabal a sus dos grandes fines llenar las necesidades de la comunidad, y
garantir a cada asociado una esfera de acción en particular; augustos fines
confiados al poder público. A medida, pues, que la razón ensancha su órbita
o con nuevas ideas o con mayor número de pensadores, todos los elemen-
tos de la vida humana reciben nueva faz; y entonces las instituciones que
pasaron caen cual muros carcomidos, para no levantarse jamás sin que
sea a nadie dado mantenerlos en pie, porque aquello seria contrarrestar las
miras de la Providencia.

Regístrese con afán la enseñanza de las escuelas jurídicas que prece-


dieron a la racional, y se verá que los antiguos Tratadistas, poco, muy poco
mas hicieron que reconocer la necesidad de Derecho jamás asentaron un
principio bastante elevado y general, para que de una sola idea cual un foco
luminoso partiesen en hermosísimos rayos cada uno de los principios que
en gradarían magnífica, desde el Creador hasta la materia civil, señalan a
cada ser su posición respectiva lo que como tal tiene título de exigir; y aque-
llo que sin ofensa a la Divinidad, no se le puede reusar. Este hecho, que no
podrán negar sino los que crean que la ciencia llegó a su término en sus
propios días; se halla corroborado por el hecho constante de los Tratadistas
de ocurrir a cada paso a ficciones absurdas unas, extravagantes otras, para
explicar cada una de las faces humanas que se hallan Bajo el imperio de la
ciencia.

Una apreciación más perfecta pues, de los derechos individuales y so-


ciales, lleva tras sí fecundísimos principios en la vida de las Naciones: y es
necesario, o un abandono total de lo que pasa a nuestro rededor o a la mas
insigne mala fe, para negarlos tan solo porque antes no tuvieron vida prácti-

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ca en las Instituciones ¿Cuándo, antes de nuestra época, se agitaron las es-


cuelas individual y social aclamando un modo particular en la organización
de la propiedad? ¿No acompañó en toda época a la humanidad el mendigo,
el inválido, rodeado de espantosa miseria hasta sucumbir tantas veces, sin
que una sociedad sin entrañas le mirase sino como pura?... Y sin embargo,
un estudio mas perfecto de la Sociedad y del individuo por el Derecho ha
hecho ver en la propiedad dos caracteres: uno particular, como resultado de
los esfuerzos individuales; y otro general o social como donación de la Natu-
raleza para todos; en que es una clásica sinrazón, que unos sobrenaden en
la abundancia, y otros sucumban incapacitados de alcanzar lo indispensable
a la vida. Esta desigualdad, sin embargo, es de todo tiempo, alcanza hasta
nosotros a pesar de tanta filantropía; y por eso ¿nos prestaríamos a transigir
con ella aceptándola ciegos tan solo como un hecho de todo tiempo?

Pero volvamos a la pena de muerte. ¿Por qué los ciegos rehabilitadores


le han circunscripto una esfera mas estrecha que la que poseía antes del
856? ¿Por qué, inconsecuentes, no la han aplicado con el mismo desen-
fado a los delitos políticos? ¿Por qué, aferrados del argumento del señor
Corpancho, no han dicho el cadalso político es de todo tiempo, de todas las
edades… Le vemos con monstruosa prodigalidad en todas las Naciones de
la Antigüedad, con tal que de ellas nos haya quedado siquiera el nombre.

Después, en sociedades más regularizadas, Sócrates es condenado


en Atenas a beber la cicuta en Roma, Sila y Mario en opuestos bandos se
bañan en la sangre de sus rivales políticos; y César hace rodar las cabezas
de Sila el joven y de los Pompeyos; y tras ellas cae la del mismo César. Los
Bárbaros la prodigan sin fin exterminando todas las dignidades del Imperio.
En la edad media, las violencias de la humanidad hacen presentir a muchos
el fin del Mundo, y apenas a mediados del siglo XV termina esa década omi-
nosa. El siglo XV ofrece la lucha espantosa de las ramas de Lancaster y de
York, que en torrentes de sangre ya en el campo, ya en los patíbulos, asoló
completamente a la nobleza inglesa. Al propio tiempo, caen en España los
Comuneros y con sus cabezas es arrancado de cuajo la simiente de las li-
bertades sociales. En el siglo XVI, con ocasión de la Reforma Protestante y
de la guerra de 30 años que fue su consecuencia, ruedan a millares caben
ilustres señalándose con la decapitación de los Condes de Horn y Egmont
los triunfos del Duque de Alba en los Países Bajos. En el mismo siglo, sobre
el cadalso de Carlos I se elevaba el protectorado Cromwell. En los primeros
albores de la, revolución francesa, sucumbe Luis XVI: bajo el Consulado, el
Duque de Enghien: bajo el Imperio, Malletz bajo la Restauración, Ney. En

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la emancipación española, Riego: y en la Revolución Americana, Iturbide y


Córdova otros mil. “Volved la vista al Oriente al Occidente, al Septentrión y
al Mediodía” ¿No le encontráis doquiera con caracteres horrendos? ¿Cómo
es que consentís en su abolición después de tan completa variedad, sobre
todo, en un país donde la inestabilidad de los Gobiernos es proverbial?...
¿Qué contestáis, sino os hallares revestidos de mala fe? ¿Acudiréis, acaso,
a vuestro gastado sistema, de extirpar los males que siembra el acero ale-
ve?... Pero, entonces, ¿no contempláis, que pasan ya de cuento las viudas
desoladas, los huérfanos sin pan y los peruanos de toda condición sepulta-
dos en 30 años de infernal desconcordia, sin otra causa que la aspiración
personal? ¿Cómo, pues, al mayor mal no aplicáis el supremo medio? Aqui os
halláis, pues, en la alternativa, o de confesaros inconsecuentes y en vuestra
misión injustos, o de renunciar como absurda vuestra antigua escuela.

IV

Si los frenéticos defensores del cadalso hubieran prestado desapasio-


nada atención al hecho histórico que se propusieron analizar; si su verda-
dera filosofía no hubiese pasado muda ante sus ojos, habrían palpado, de
que el círculo en que gira el hacha del verdugo ha sido de día en día mas
estrecho: que con la antigüedad pagana la muerte se prodigó sin taza aún
por puro solaz. Que ese orden calamitoso se prolongó hasta muy extendido
el Cristianismo; mientras sus doctrinas mas o menos no se tradujeron en
las instituciones que después, su enseñanza, suavizando la índole de las
generaciones é ilustrando su razón sobre el fin del hombre y la sociedad, ha
ido adquiriendo en el derecho positivo continuas mudanzas; mediante las
que, las ejecuciones se han circunscripto mas y mas ha reducido número de
delitos; y que en nuestra época, conquistando el derecho un dominio mas
late y hermanadas sus doctrinas con las de la Revelación, ha llegado el caso
de lanzar un rayo de muerte contra la barbarie de hacer del hombre cosa
é inmolarle con frío estoicismo ante un fantasma que nadie explica; y tanto
mas, cuanto que el Cadalso, aun visto bajo su aspecto puramente práctico
es inconducente a prevenir el crimen1.

1 Como un punto magnífico de comparación para apreciar la marcha inmensa de las ideas sobre la decapitación,
no podemos menos de reproducir el siguiente pasaje:
En Roma, había la bárbara costumbre, de que siempre que fuese asesinado algún dueño fueran
condenados a muerte todos sus esclavos. Congoja da leer en Tacito lo horrorosa escena ocurrida
después de haber sido asesinado por uno de sus esclavos el Prefecto de la ciudad Pedanio Secundo.
Eran nada menos que 400 los esclavos del difunto y según la antiguo costumbre, debían ser todos
conducidos al suplicio. Espectáculo tan cruel y lastimoso. en que se iba a dar la. muerte a tantos
inocentes, movió a compasión al pueblo que llegó al extremo de amotinarse para. impedir tamaña
carnicería. Perplejo el Senado, deliberaba. sobre el negocio, cuando tomando la palabra un Orador
llamado Camo sostuvo con energía. la necesidad de llevar a cabo la sangrienta ejecución, no solo

20 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Ese anhelo de perfeccionamiento en la Legislación Penal no es, como


asevera el Orador, una epidemia de nuestra atmósfera, sino una aspiración
de las inteligencias que han bebido su enseñanza en las purísimas fuentes
de la. Jurisprudencia Filosófica y Criminal; que se lanzan tras una época de
mayor ventura para la humanidad; y que en fin, tienen mucho que lamentar,
de que las ideas de su señoría estén tan atrás, que apenas alcancen al Du-
que de Broglie y Rossi. Pero aun los mismos apologistas del cadalso ¿no
están cual mendigos vergonzantes, unas veces aclamándole como medida
de pura actualidad y otros impetrando un aplazamiento de sus contendo-
res?...Más se dice: 1.° Que implantar esa reforma es suponer al Perú en un
estado de moralidad superior a las demás naciones y 2.° Que su aplicación
es tan funesta, que desde su adopción el número de homicidios ha crecido
espantosamente.

Es un hecho nunca desmentido en la historia, que los grandes prin-


cipios jamás se tradujeron en las instituciones por una marcha normal del
orden político; habiendo si siempre alcanzado su asiento después de crisis
profundas, como resultado de un dominio mas lato en las ideas. La Ingla-
terra no alcanzó el uso de sus libertades sino a través de la sangrienta re-
volución del siglo XVII. La Francia sepultó en perpetuo olvido los últimos
restos del Feudalismo y aclamó el programa de los derechos del hombre;
merced a una conmoción que trastornó completamente el universo. Napo-
león, salido de su seno, dió nueva forma a la Legislación en los Códigos
que llevan su nombre. La España no conquistó el orden constitucional que
mas o menos perfecto la rige, sino después del levantamiento del año 1820:
principio de una larga lucha, que después de sonreír con el triunfo ya al
absolutismo ya a los modernos comuneros, dió definitivamente asiento a
las doctrinas liberales. El ilustre Riego recibió en la anomía de la horca el
único premio a sus afanes— Entre nosotros, después de la lucha del 854, la
única verdaderamente popular y de principios, han brotado—la abolición de
la esclavitud—la emancipación del Indio— la Representación Municipal— y
el más precioso dogma aun de la inviolabilidad de la vida humana. Si pues
se quiere igualdad de efectos, supóngase también identidad de causas; y en

a causa de prescribirlo así la antigua costumbre, sino también por no ser posible de otra manera
preservarse de la mala voluntad de los esclavos. En sus palabras solo hablan la injusticia y la tiranía;
ve por todos partes peligros y asechanzas; no sabe excogitar otros preservativos que la fuerza y el
terror. La crueldad prevaleció se reprimió la osadía del pueblo, se cubrió de soldados la carrera, y los
400 fueron conducidos al patíbulo. [Protestantismo t. 1.°. p. 171-1852]
Por cierto que Casio no calcularía jamás tener tan fieles imitadores al través de veinte siglos, en que
se haría uso hasta de sus mismos argumentos” Cerrando los ojos a cuanto nos rodea la humanidad
es en todo tiempo la misma y la filosofía de la historia una pobre consejo para tales seres el argu-
mento histórico es concluyente y ya no hay que erguir contra el patíbulo.

INSTITUTO PACÍFICO 21
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todas las Naciones para abrazar ese principio una revisión solemne de sus
códigos, una viva conciencia de la dignidad humana, una índole suave; y en
los Legisladores completa independencia de todo influjo nacido de añejas
preocupaciones, de intereses en las clases y en los Gobiernos, y se verá,
que después de indispensables oscilaciones alcanzará vida inmortal como
encarnación de la verdad.

Obsérvese, por otra parte, que las cuestiones morales no se resuelven


con la regla y el compás como la aparición de un cometa; porque suponen
al alcance de muchos, principios de suyo graves y otros elementos de difícil
asecución aun en las sociedades más cultas. Nace de allí, que queriéndose
juzgar por lo que primero hiere los sentidos, las verdades morales tienen
que marchar por estrechísimo sendero. Y estos precedentes, que de suyo
ofrecen rémora cuasi invencible, son tanto mas difíciles de allanar en la ma-
teria que nos ocupa, cuanto que solo se trata de mejorar la clase mas exe-
crada; y a diferencia de las que se versan con la libertad, propiedad, a que
cuentan con tantos personeros como individuos, no hay en nuestra arena
otros combatientes, que el egoísmo social y un puñado de miserables. ¿Qué
extraño, pues, que todo marche hacia una cumbre empinadísima?2

2 En la edición de Estriche de1858 se encuentran estas notables frases:


Las leyes como vemos imponen la pena de muerte a todos los asesinos y nunca es por
cierto más justificable que cuando recae sobre un delito tan odioso y alarmante. Más
¿será indispensable que después que el delito privado ha privado a la sociedad de uno
de sus miembros, la justicia la prive de otro con el castigo? ¿No habría acaso otra pena,
que al paso que fuese más útil al cuerpo social a reprimiese eficazmente el asesinato?
Las causas ordinarias de este horrendo crimen son: la enemistad, el odio y la codicia o ra-
pacidad: pero estas pasiones temen sobre todo por su propia naturaleza y la humillación,
las privaciones en el trabajo forzado y la prolongada cautividad. La muerte es solo un mal
de momento, un mal que tal vez se arrastra con firmeza, porque es más fácil ser firme
y valiente y algunas horas un mal que muchos miran como el fin de sus padecimientos:
pero la vida en la mansión del oprobio, de la austeridad y del rigor saturada de la hiel del
menosprecio, sumida en un silencio jamás interrumpido y en un trabajo penoso, siempre
sintiendo el peso de la ley sin esperanza de sacudirlo y sin goces de ninguna especie,
sería un tormento continuado, un mal intensísimo que abatiría al asesino más frenético y
desnaturalizado y le haría envidiar mas de una vez el cadalso.
Sabida es la discusión entablada en Francia con ocasión de haber propuesto el Novelista Sue la
mutilación en vez de la guillotina; doctrina igualmente rechazada por la Filosofía Criminal cuyo fin
constante es armonizar los derechos sociales con la mejora del delincuente.
Los más ilustres escritores en las ciencias humanitarias condenan sin rebozo el cadalso: la escuela
alemana, cuna de las francesas marcha a la cabeza. Lamartine, Hugo, Guizet, etc., son sus ilustres
heraldos...
Balmes, cuyos escritos se han recibido con universal aplauso por el mundo científico y religioso, aun
cuando cree que la pena de muerte es: “la satisfacción de una necesidad social, un medio de conser-
vación” en otras partes inculcó su abolición no solo como posible sino como una verdad inconclusa.
Rectificando el juicio de la historia sobre la Inquisición, dice: “Si llegasen a surtir efecto las doctrinas
que abogan por la abolición de la pena de muerte, cuando la posteridad leería las ejecuciones de
nuestros tiempos, se horrorizaría del propio modo que nosotros respecto a las anteriores. La horca,
el garrote vil, la guillotina figurarían en la línea de los antiguos quemadores” [p. 437 tom. 1. 1852].
El mismo autor dice: “Sagrados declaro esa Religión Divina los derechos del hombre, cuando su
augusto fundador amenaza con eterno suplicio no tan solo a quien le matare, no tan solo a quien le

22 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

La aseveración de que el homicidio ha aumentado desde la abolición


del cadalso, ha sido el baluarte mas formidable de los terroristas; aquel que
mas se ha hecho resonar en los oídos de la multitud para explotar su pusi-
lanimidad y ligereza a la verdad, ante el común de los hombres, acostum-
brados a juzgar por el resultado material y sin análisis de causas, y con
tanta necia declamación y petulancia, no podían menos de ser opimos los
frutos de su destemplada pedagógica Por otra parte, ya que para revivir un
tribunal de sangre no se había podido aducir un solo principio de Jurispru-
dencia Filosófica o Criminal, era indispensable que, sacando la cuestión de
madre, lo que se debía discutir y resolver por la pura razón se obtuviese por
un vivo impulso de los sentimientos, a la horrenda perspectiva de terribles
calamidades.

La historia reconocida por nuestros adversarios manifiesta, que en los


estados de Rusia y Módena a la abolición de la pena capital siguió notable
diminución de los delitos; y tan solemnes hechos manifiestan, cuando no
otra cosa simplemente, que la abrogación del verdugo no es el toque de
arrebato y la matanza de San Bartolomé. Mas, contrayéndonos al Perú, no
sabemos cuándo el asesinato, el robo y todo género de iniquidades; no ha
ya sido el estado normal de nuestra sociedad así, excogitar cuadros mas
o menos horribles y deformes y ofrecerles al reflejo de mil espejos como
el funesto resultado de un principio santo que no se pudo combatir en su
propio terreno, es esgrimir una espada de dos files, que si bien prueba triste
ignorancia en los oyentes, también manifiesta que se desconoce lo mas
prominente de nuestra historia.

En efecto, los cuadros de la Memoria de Justicia, ni pueden sufrir el


más leve análisis; ni van en todo caso más allá que a evidenciar una espan-
tas a desmoralización social. Analicemos lo primero. La estadística criminal,
para ofrecer un resultado inapelable, debiera extenderse, no a la jurisdicción
de dos Cortes, (Lima y Cuzco) sino a la Nación toda, una vez que en toda
ella había obrado la ley. Además, los cuadros anexos a la citada memoria,
relativos a la Corte del Cuzco, nada ofrecen de sí; porque antes del 858 no
se anotan todos los homicidios [como se ha hecho después de esa fecha

mutilare, no tan solo a quien le robare, sino, cosa, admirable ¡hasta quien se propasare a ofenderle
con solas palabras! [t. 1 p. 130]. El mismo id. El Derecho de vida y muerte no puede por consiguiente
dimanar de un pacto: el hombre no es propietario de su vida, la tiene solo en usufructo mientras el
Creador quiera conservárselo; luego carece de facultad para cederla y todas las convenciones que
haga con ese fin son nulas. (Protestantismo T, 2. p. 392). Podríamos añadir abundante copia de
opiniones en la materia, pero lo escrito basta a evidenciar, con cuanta ligereza se ha asentado que
nuestras no tienen otro dominio que los Legisladores de 1856.

INSTITUTO PACÍFICO 23
NICANOR TEJERINA

sino los reos sentenciados a muerte y ejecutase; sin duda calculado todo
con el capcioso fin de hacer caer en el error, de que durante ellos [1854 a
1856] no hubo asesinatos, dado que no hubo ejecuciones. Y ¿qué mediana
sensatez podrá creer jamás, de que en la jurisdicción de casi medio millón
de los habitantes mas embrutecidos y durante un trienio, no hubo sino cin-
co casos de homicidio?—Reducido, pues, el cuadro de horror a evidenciar,
de que el crimen ha crecido tan solo en la jurisdicción de la Corte de Lima,
preguntamos nosotros, ¿hay hombre de buena fe que crea, de que abando-
nado todo como está, sin mejora en las cárceles, sin policía preventiva, sin
pulimiento el menor en las clases obreras, y castigo de la vagancia y a todo,
marchando en revuelto turbión, el Gobierno sin otro anhelo que el de su con-
servación; y los ciudadanos, envueltos en el mas criminal egoísmo, mirando
como ajeno de si todo aquello que o no amenace su individuo o cercene su
bolsa, habrá quien crea, repetimos, de que con un sangriento espectáculo
de vea en cuando, todo ha de marchar en bonanza y sin que a nada se haya
de aspirar?—O mucho nos equivocamos, o es una gran verdad “que ador-
mecida la sociedad en una mentida esperanza, semejante ensayo no traería
tras sí sino sepultar en un mismo sudario a víctimas y verdugos, cada vez
con mas desoladora amplitud. El mal, repitámoslo, viene de causas profun-
das, ¿generales y de infinitas ramificaciones; y mientras el remedio no naz-
ca de fuentes igualmente latas y que, por decirlo así, retoquen todo nuestro
organismo, la matanza seguirá mas o menos, como hasta hoy, arrúmbese o
no el hacha fratricida!

Obsérvese, por otra, parto que la pena de 15 años de reclusión es en


sí terrible; que dado caso de que el reo pueda soportarla hasta su término,
su memoria y los medios empleados para su reforma moral, no podrán me-
nos de influir en su índole y alcanzar una trasformación radical por perversa
que sea. La Constitución es de ayer, el tiempo puede decirse que aún no ha
principiado para fallar por la experiencia la ineficacia de la pena, y ya se la
abroga por inútil ¿hay buena fe en esto?3 ....

3 Según la Corte Superior de Lima y bajo el imperio de la Constitución de 1° de agosto de 1856 a 18


de octubre de 1858, que comprende 15 meses, se ha sentenciado a quince años de presidio pena
anexa al asesinato simple y al calificado o alevoso a 34 individuos; lo que da la proporción de 2 8/30
homicidas por mes.
Según la misma corte de Lima, antes de la Constitución hubo:
En 1854 sentenciado a muerte y conmutados 10
En 1855 sentenciado a muerte y conmutados 4
En 1856 sentenciado a muerte y conmutados 8-22
Ejecutados a muerte y prófugos 8-6
En 1854 sentenciado a muerte y conmutados 14
En 1855 sentenciado a muerte y conmutados 1
En 1856 sentenciado a muerte y conmutados 5-20

24 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Concluye el Orador con la imagen palpitante de una familia desola-


da y huérfana por los estragos del asesino, lo que le da fuerzas bastantes
para votar por la reelección del cadalso. ¿En qué situación supone el Señor
Corpancho al criminal desde de su infamia? ¿Acaso prófugo y burlando la
justicia social? Pero entonces tan ineficaz es para él la pena capital como
cualquiera otra. Dar al castigo proporciones colosales, cuando por otra par-
te (como sucede en el país) se abandona a un remotísimo acaso su apo-
caron ¿no es sino estimular al criminal con el escarnio dela ley; y revivir
penas análogas a la de horca para los suicidas y de decapitación para los
duelistas; inútil aquella, e instigadora ésta, como lo comprueba la historia.
¿Acaso el asesino en poder de la justicia social? Pero entonces cien ejecu-
ciones no darán pan a la viuda y al huérfano. Antes bien, condenado el reo
a una dilatada prisión, podrá partir el fruto de su trabajo con los seres cuyo
infortunio labró su perversidad; fuera de que, su él tenía deberes de fami-
lia su muerte no hará mas que aumentar el número de hambrientos—Mas,

Total condenados por homicidio 48


En 31 meses 48 condenados, que da la proporción de 1 por mes. Comparado un periodo con otro,
hay un aumento de 9 y un quinto por año, bajo la Constitución.
En el primer cuadro hay dos órdenes de asesinatos: en el segundo solo uno. Antes del 856 por ley
consuetudinaria no se aplicaba la pena de muerte sino en el caso de asesinato alevoso; y no hay
como deducir ese incremento, mientras no se pruebe, que los asesinatos a que se aplicó la pena ca-
pital en el segundo caso son todos lo que hubo entonces; esto es simples y alevosos. Prescindiendo
de esto, no trepidamos en asentar, que sea cual fuere la Legislación Penal, si siguen en abandono
todos los medios de morigerar las clases, la estadística Seguirá un rápido aumento y el crimen en
formas mas espantosas.
En la razón de la. Corte del Cuzco por 854y 855 no se anotan los juicios por homicidio, como se hizo
bajo la. Constitución [N. ° 9y 10] sino solamente, los que sentenciados a muerte, fueron ejecutados lo
que a. primera vista hace creer, que en ese período no hubo casos de homicidio por la pena anexa no
aplicada para tan erróneo resultado aparece de lleno, contemplando el cuadro número 9, comprensi-
vo de un periodo anterior a la Constitución: en 13 casos de asesinato solo hubo dos reos condenados
a la pena de muerte; y los otros, no a su equivalente, sino a menos en algunos casos hasta dos años
de prisión.
De lo anterior podemos deducir: 1.° Que en 1854 y 1855, ante la Corte del Cuzco debió haber asesi-
natos que no se han anotado para. establecer un verdadero paralelo con un periodo constitucional:
2.° Que en tan vasta población, si hubo incremento en el delito, debe mas bien atribuirse a la lenidad
de las penas impuestas, nunca mas de cuatro años, que a la de 15 asignada por la ley.
El Ministerio, colocado en falso terreno, en vez de explicar el incremento del homicidio por causas
especiales al Departamento de Lima, ajenas de la. Reforma Penal, dado que el resultado era distinto
en el resto de la Nación bajo la misma causa generatriz, cuidó de añadir enormes listas de reos
prófugos, cuya evasión es origen de tantísimos males: mas su candor fue tal, que no reparó eran en
su mayor parte de reos procesados estando vigente la pena capital: lo cual supone, que, o estaban
eximidos de ella, o que sus juicios no estaban terminados: su rehabilitación no traerá, pues mudanza
alguna; pues es indudable que los muertos no fugan.— Pero aun sin eso ¿pueden justificar esas
causales el cadalso? Si nuestro sistema penitenciario es incapaz, como hasta hoy lo es, de llegar a
su fin ¿Por qué solo se ha de ejecutar a los homicidas; y entre ellos solo a los alevosos? ¿Son ellos
únicamente los que reinciden cada vez con más furor? ¿Son ellos solos los que fugan?
Si no se puede prever adonde parará el hombre una vez en la carrera del crimen, cualquiera que
este sea, y la seguridad es el único justificativo, lo que se deduce en buena lógica es, que se ha de
exterminar sin distinción a todo reo. El Ilustre Paz-Soldán debe dejar sus sueños en el dintel de la
puerta: en cada cárcel se ha de abrir un despeñadero mas horrendo que el dela torre de Nesle; y en
cada fachada estamparse con fatídica verdad la sentencia del Dante: voy ch´iontrate lasciate agni
speranza.

INSTITUTO PACÍFICO 25
NICANOR TEJERINA

su sacrificio ¿no es una garantía de que no reincidirá? La sociedad ¿halla


en su seno medios bastantes para revivir en vida al asesino o no?—Sr lo
primero, la pena capital es inútil: sr lo segundo, (que solo puede suceder
transitoriamente) la sociedad, antes de buscar airada la responsabilidad del
delincuente, debe ver la de sí misma en no regularizar un sistema peniten-
ciario, no dejando otro respiradero a males inherentes a su naturaleza, que
un horrendo sacrificio

El Ministerio y sus correligionarios han gritado de vez en cuello para


abrir paso a sus miras, que no pretenden suspender sobre toda personal se
espada de Damocles, sino limitar a escasísimo número las ejecuciones: o
en otro lenguaje, que lo que anhelan es, sangre aunque poca. —Nosotros
preguntamos al simple buen sentido ¿qué es el criminal bajo el poder de
la sociedad entera?4[a] Un átomo imperceptible—Y entonces ¿no es verdad
que cuanto más se limite el número de ejecutados, tanto superior se hace la
fuerza de acción de aquella sobre estos? Como puede, pues, creerse que
en una sociedad rica de medios, faltará siempre como mantener a raya a
cuatro miserables, y para casos que, por el estado de la conciencia pública,
son una verdadera brecha en las ideas y sentimientos, se ha de estampar
en la Carta un principio antirracional, antirreligioso y nulo ante una aplicación
práctica?5.

El Señor Corpancho, pues, sin un punto de partida en sí mismo, ha he-


cho una monstruosa confusión de principios y hechos; y espada en mano, y
ademán resuelto, ha marchado a su fin, contando por todo con un auditorio

4[a] Y fuera de él todas las penas son iguales, dígase lo que se quiera.
5 En la Jurisdicción de la Corte Superior de Lima de 3 de Agosto de 1804 al 14 de Julio de 1856; esto
es, en un año y once meses hubo seis ejecuciones, que dan la proporción de 2/11 por mes y la de
uno sobre 137,500 habitantes por año, supuesta aquella de 300,000. Esta proporción es mucho
menor en el resto de la Nación [Memoria de Justicia Doc. N. ° 2] Los que han querido- reducir el ca-
dalso a un argumento práctico; aquella turba de frenéticos por abrevarse de sangre y sordos a todo
principio, no querrían contestarnos ¿hay proporción la mas remota entro las ejecuciones y el número
cuotidiano de homicidios, robos, heridas y todo género de violencias en solo la ciudad de Lima? .Qué
es 2/11 de hombre por mes, no digamos en los Departamentos de Lima, Junín, Ica, Callao, etc., de
esa jurisdicción, pero aun solo en la Capital? Sin excepción, ábrase la crónica diaria de la Policía, y
será una verdadera originalidad, si en la fecha consultada no hay un caso de aquellos graves delitos.
Esto al simple buen sentido ¿qué manifiesta? -que el malestar viene de causas generales; de vicios
en la organización social; y que el remedio, mientras no obre en amplitud proporcionada al mal,
será ineficaz. Por tanto, mientras todo se espere de la decapitación de uno que otro miserable, que
o no tuvo favor o intrepidez bastante para eludir su infausto fin, el mal seguirá tomando creces; y la
Sociedad al fin de su jornada, de aquel lago de sangre adonde la impele la política aviesa de cuatro
vocingleros, abrasando arrepentida & víctimas y sacrificadores, lanzará un rayo de maldición contra
sus verdaderos verdugos.

26 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

que para su mayor honra debió votar en silencio lo que bien o mal, estaba
ya resuelto6.

6 No debe quedar sin respuesta la aseveración, de que en E. U. subsiste la pena capital siendo el
modelo de las Instituciones. [b] El Mentor del señor Corpancho creemos que sea Tocqueville en su
Democracia: pero desde entonces han ocurrido grandes mudanzas. Los súbditos de N. A. reconocen
dos legislaciones: la. Federal y la del Estado a que pertenecen; la cual en cada uno es diversa a los
demás. Por ley federal, se castiga con la última pena—1.° los delitos contra la Nación de insurrec-
ción y traición; casos ambos tan remotos, que la sanción puede llamarse letra muerta: sea ya por el
espíritu de orden que prevalece en sus masas, sea. ya por que no habiendo sobrellevado la Fede-
ración desde su origen otras crisis, [que las guerras del año 812 contra la Inglaterra y la de Méjico,
la aplicación se redujo a reprimir delitos militares, que constituyen doquiera un orden especial. Entre
nosotros, estando sin disputa abolida la decapitación en esos delitos, tan frecuentes en el Perú, nada
puede deducirse en nuestra contra por ley de Analogía—2.° los delitos de Piratería, el comercio de
negros y el asesinato alevoso perpetrado en los territorios (esto es, en aquellas partes de la Unión
que no tienen gobierno propio); y en las demos dependencias, como en alta mar, etc.
[b] Igual paridad podría establecen: con la esclavitud que pesa en esta Nación sobre más de
3.000,000 de habitantes, sin la más remota esperanza de mejora.
Respecto de delitos privados, sujetos en todo otro caso a la Legislación especial de cada Estado, en
algunos está abolida la pena capital; y en los más vigentes para el asesinato alevoso. En los Estados
del Sur; se castiga además con la muerte el estupro de una mujer blanca por un negro; y en algunos
de estos, aun el simple conato de homicidio del esclavo para con el amo. Respecto del Incendiario,
aun cuando exista en las Llaves de algún Estado, casi nunca se aplica; y mucho más cuando no se
extiende sino la propiedad.
Esto en cuanto a la Legislación; que en cuanto a las ejecuciones, son doquiera más y más raras,
porque tanto los Gobernantes como los Jurados restringen su aplicion conmutándola.
Los deificadores del verdugo, como la mejor prueba de su buena fe, y después de un completo
conocimiento dela materia debieran ofrecer un absoluta analogía. En la Unión, la justicia criminal
administra por el pueblo; y necesariamente sus decisiones reflejan su índole y cultura. Y es un dogma
tan inculcado el de que todo homicidio se ha de decidir por el Jurado, que además de prescrito en la
Constitución Federal, se inculca con más y más afán en la de cada uno de los 32 Estados Federales.-
Restablézcase la decapitación en el Perú, y confiese su aplicación también al Pueblo; y es claro que
si, como sucede, ella pugna a los sentimientos e ideas de la inmensa mayoría de la Nación, quedará
estampada en el papel, tan solo para irrisión del Legislador. Solo un tribunal de Jueces vetustos, ruti-
narios y esclavos de añejas prácticas, podría con fría calma y, resistiendo el empuje de la civilización
y los clamores de la humanidad, sancionar un hecho atentatorio doquier; y del que en vano se les
pediría la explicación.
Por otra parte, observando la Legislación N. A. en sí misma, ofrece un conjunto de hechos tan
opuestos a nuestras costumbres e índole, que su importación al Perú sería objeto de horror. Es muy
común la fianza aun en el asesinato; especialmente al iniciarse el juicio, en que no está excreída la
culpabilidad, de modo que el criminal, cuando corre peligro de ser ejecutado, puede muy bien burlar
a la justicia, perdiendo el monto difumando. Tampoco es muy común (castigar con multas. Un marido
reclama indemnización por el adulterio de su consorte; y el instrumento de su infamia que da libre
obrando la suma que el tribunal le sentencia. Un médico. acusado por una señora de haber admi-
nistrado abortivo a su hermana otorga fianza, y no muy cuantiosa, y sale en libertad. Una señorita
entabla juicio por 20,000 ps. de perjuicios a causa de no haberla cumplido a su término un compro-
miso matrimonial; y su gestión corre sin novedad ante los tribunales. Tómese por base estos hechos,
y para pueblos como los nuestros, ensáyese la aplicación de tales leyes; y resultará un elemento tan
exabrupto, que no contribuiría, después de ineficaz, sino al ridículo del Legislador.
Las facultades de conmutación é indulto, reservadas en el Perú la primera en tan limitados casos al
Ejecutivo; y la segunda al Congreso exclusivamente, se ejercen en la Unión por los Gobernadores
de Estado de una manera tal lata, que entre nosotros sería ocasión de escándalo. En el homicidio,
sobre todo, no hay restricción la menor por circunstancias agravantes, alevosía, contumacia etc.
De la Estadística por el Estado de California con 550,000 habitantes en la fecha aparecen indultados
de prisión y pérdida de la ciudadanía durante los últimos siete años dos meses y nueve días, 206
reos, por los delitos de asesinato en toda forma y grado, perjuicio, robo, falsificación, conato de ho-
micidio, juego, abuso de confianza estupro, hurto, falsa personería, felonía, etc.
Tomando del cuadro lo relativo al homicidio, tenemos:

INSTITUTO PACÍFICO 27
NICANOR TEJERINA

Delitos Años de condena Tiempo perdonado Rehabilitación en la ciudadanía


Asesinato alevoso 7 6 años 7 meses --------
Id. Simple 5 Ninguno Rehabilitado
-------- 3 -------- --------
-------- 3 1 año 11 meses --------
Alevoso 2 1 año 6 meses
-------- 10 9 años
Simple 1 9 ½ meses
-------- 3 Ninguno Rehabilitado
-------- 1 -------- Idem
-------- 2 -------- Idem
-------- 7 Ninguno Idem
-------- 3 1 año 5 meses --------
-------- 1 Ninguno --------
-------- 3 1 mes --------
-------- 2 Ninguno --------
-------- 2½ 4 meses --------
-------- 1½ 4 meses --------
-------- 3 1 mes --------
Alevoso 5 ½ mes --------
Simple 1 Ninguno Rehabilitado
-------- 3 -------- Idem
-------- 2 -------- Idem
-------- 2 -------- Idem
-------- 2 -------- Idem
Alevoso 3 -------- Idem
Simple 10 8 años 10 meses --------
Alevoso 2½ 5 ½ meses --------
-------- 20 16 meses 1 mes --------
-------- 20 17 años 1 mes --------
-------- 3 Ninguno Rehabilitado
Alevoso -------- Perd. A 2 años --------
Simple 2 11 meses --------

Aun cuando en este cuadro no se comprende las conmutaciones en la última pena, no menos am-
plias, los casos anotados manifiestan que no se aplica con tanta frecuencia.

EN OTROS ESTADOS

Número de criminales Perdonados Año Tanto por ciento


Tenesse 427 105 1851 24 ( 60%)
New Yersey 362 67 1851 18 (50%)
Texas 197 30 1851 15 (25%)
Maine 113 10 1851 9
New York 1860 139 1856 7 (40%)
New Hamphire 135 9 1857 7 (40%)
Massachussets 452 29 1857 6 (85%)
Missisippi 140 10 1858 7 (15%)
Ohio 842 46 1857 5(58%
California 1125 66 1858 a 1859 5(80%)

Leemos en el N. York “Evening Post”


La ley sancionada por la Asamblea ha abolido la pena capital, sustituyéndola por la de prisión perpe-
tua. Toda persona convicta del crimen de homicidio, se ha de considerar como muerta para todo fin
o propósito, y tanto para las relaciones matrimoniales como para los derechos civiles y de propiedad.
Para el crimen (asesinato, no se admitirá fianza en ningún caso. Esa ley comienza a regir inmediata-
mente.
Después de la discusión habida en el particular daba durante tantos años, creemos ya innecesario
aventurar ningún argumento en el particular. La pena de muerte es, en resumen, un resto [relic] de
una edad bárbara, y una civilización defectuosa. Es la sanción [infiction] de un pueblo que castiga
por motivos de venganza, y no por la noble mira de proteger a la sociedad y reformar al criminal.
Pertenece, pues, a. una edad en que escasamente se pensó o tuvo en consideración los principios
racionales, constitutivos del ofensor. Con el progreso de las ideas o estas mejor esclarecidas, La
Legislación de Moisés y Dracón ha dado lugar al espíritu suave que anima al Cristianismo, hasta el
punto de reprimirse tan solo cierto género de crímenes con la decapitación. Y nos regocijamos pro-

28 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Hombre por mes, no digamos en los Departamentos de Lima, Junín,


Ica, Callao, etc., de ese jurisdicción, pero aun solo en la Capital. Sin excep-
ción, ábrase la crónica diaria de la Policía, y será una verdadera originalidad,
si en la fecha consultada no hay un caso de aquellos graves delitos. Esto
al simple buen sentido ¿qué manifiesta? que el mal estar viene de causas
generales; de vicios en la organización social; y que el remedio, mientras
no obre en amplitud proporcionada al mal, seré ineficaz. Por tanto, mien-
tras todo se espere de la decapitación de uno que otro miserable, que o no
tuvo favor o intrepidez bastante para eludir su infausto fin, el mal seguirá
tomando creces; y la Sociedad al fin de su jornada, de aquel lago de sangre
adonde la impele la política aviesa de cuatro vocingleros, abrazando arre-
pentida víctimas y sacrificadores, lanzará un rayo de maldición contra sus
verdaderos verdugos.

fundamente al contemplar, que serán contados ya los días, en los que la Sociedad insistirá en hacer
pagar una vida con otra.
Al propio tiempo de abolirse la decapitación, la ley procurará lo bastante contra la práctica, que tanto
ha prevalecido hasta hoy, de concederse conmutaciones o indultos a una gran mayoría de crimina-
les, El Sr. Gobernador Morgan ha conquistado el mayor tributo de gratitud de todo este Estado, por
la exquisita cautela con que ha ejercido su facultad de indultar. A pesar, sin embargo, de su reco-
nocido celo, consiente en su último mensaje anual, en que muchas personas han sido puestas en
libertad, cuando la vindicta pública requería o hubiera requerido, que hubiesen purgado sus delitos
encerrados en las prisiones. Y si tal es la situación actual, ¿cuanta mayor causa o motivo de queja
no pudo haber en otros tiempos; en que bastaba la menor influencia personal o política para obtener
del espíritu complaciente de los primeros Magistrados la soltura de los seres mas degradados y viles
que jamás se confinaron entre los muros de una penitenciaria?
Dejad que en todo caso las penas sean tau moderadas como lo requiera la salvación de la Sociedad;
pero permitid también, que ellas sean aplicadas inflexiblemente. Cuando las Autoridades hayan pro-
seguido este sistema o plan por algún tiempo, en lugar de amenazar A los criminales con penas ho-
rribles, para luego despedirlos sin castigo; el crimen, no hay duda, disminuirá rápida y radicalmente,
no dejando esa muchedumbre de vagos y perdidos que por tantos años ha prevalecido en nuestras
grandes ciudades; y en especial, en N. York.

INSTITUTO PACÍFICO 29
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

CAPÍTULO II
ANÁLISIS DEL DISCURSO DEL SEÑOR HERRERA

Sumario

Introducción—Aspecto jurídico y teológico—Origen y fines del Poder—


Derecho de mandar, erróneo y contradictorio—Capacidad de mando-—
Consecuencias—idea del Derecho Penal y de la facultad—Distinción del
de defensa—Primeras frases del Orador—Idea de la pena jurídica— El Ca-
dalso reparador—EI idem medicinal y ejemplar-—Verdadera idea de la ma-
teria—Falsa apreciación del parricidio— Consecuencias—Falsa conclusión
en el asesinato simple—El cadalso reformador del criminal—Nuevos errores
jurídicos y filosóficos—Confusión del asesinato alevoso con el simple —-La
muerto y la reclusión perpetua como garantía contra el asesinato—Declara-
ción del Autor—Bases de la tesis—Idea de la ley mosaica—El cadalso entre
los judíos—Falsas inducciones-—Inconsecuencia—Análisis de sus confe-
siones—La pena de muerte justa e injusta—enseñanza sobre el derecho
de resistencia—La Iglesia ¿ha tolerado y justificado el patíbulo?—Si— tema
de la Iglesia—Despotismo—Esclavitud—Pena de muerte—Régimen interior
de la Iglesia— Condenación del homicidio—Nuevos errores en el derecho
social—Derechos grandes y pequeños—Divisibles é indivisibles—Posibles
é imposibles!— Temporales y perpetuos—Autoridad del sentido común—In-
famia del verdugo-— Caín y el cadalso— Anotaciones.

VI

Hay en la tesis del Orador dos aspectos que considerare 1.° es el jurí-
dico: el 2.° el teológico. En uno y en otro prevalece un orden tan metafísico
que es casi imposible dominarle; y al parecer; el espectáculo del doctrinario
engolfado en un mundo sobrenatural y el de un auditorio dócil en decidir a
mérito de principios incomprensibles, no es sino la verdadera reproducción
de los antiguos sacerdotes, Druidas, lanzando del fondo de grutas o ca-

INSTITUTO PACÍFICO 31
NICANOR TEJERINA

vernas impenetrables, misteriosas, tétricas sentencias, como el eco de una


divinidad terrible; y explotando tras ellas a su talante la ruda ignorancia de
los Galos.

Ya que no solo se agitaba la decisión de un principio jurídico, sino tam-


bién en el seno de una sociedad civil, parece que el blanco de sus investi-
gaciones debió ser, el orden meramente especulativo o racional: y una vez
triunfante la cuestión en su propio terreno, era acertado añadir la autoridad
de la Iglesia y los ejemplos de la historia. Pero desgraciadamente, el Orador
elimina toda cuestión de Derecho Público: todo principio de Jurisprudencia
Criminal, y apoco de que nos esforzaríamos en calificar, lanzase en pos de
argumentos eficacísimos a la sensibilidad y a, una falsa apreciación de la
Biblia, seguro de que, lo que rehuyendo la razón y si la sombra de la pu-
silanimidad iniciara su marcha, conquistaría definitivo asiento al abrigo de
monstruosas preocupaciones.

Nosotros, ajenos de presentar novedades, y sin otro momento que de


vindicar nuestras opiniones, expondremos ante todo principios generales,
que nos sirvan de punto de comparación. Además, habiendo desacuerdo
aún en el sentido de las palabras, es preciso evitar cuestiones de nombre.

Está fuera de toda cuestión que el hombre es social; y Dios no solo lo


ha dispuesto así, sino que ha ordenado todo de modo que sea aquella una
condición sine qua non, no digamos para su desarrollo físico y moral, pero
aún para su propia existencia.

El hombre una vez en sociedad tiene la necesidad de establecer una


autoridad con dos fines, que pueden muy bien determinarse con los caracte-
res el uno de positivo el otro de negativo: el primero consiste en la satisfac-
ción de las necesidades generales de la asociación: el segundo en garan-
tizar al individuo sus derechos contra los ataques de los demos asociados.
Por el primero, del concurso de fuerzas o medios se añade aquello a que no
basta la actividad individual por segundo, se priva todo entorpecimiento en
esta de parte de los demos asociados: sea ya por usurpación de los objetos
que correspondan al individuo, son también por negación de los que le son
debidos. Pero el poder que ha de llenar tan vitales fines no existe al cons-
tituirse la asociación, o habiendo existido desapareció, ¿cómo se creará?
¿Corresponde de derecho a alguno?—La necesidad de la existencia del
poder es de todos los asociados, luego la facultad de crearle, que nace de
ella sean también de todos. Además, el hombre es sujeto y no objeto del

32 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

derecho: esto es, a él se refieren los medios exteriores que le son necesa-
rios para su desarrollo moral o físico; y él, considerado en particular, siendo
tan digno como los demás hombres, no puede pasar a la condición de cosa,
para llenar una necesidad de los asociados. Siendo, pues, el poder de todos
y para todos en el sentido que inculcamos la autoridad no tiene otro origen
que la elección; y por tanto no pertenece de derecho a alguno.

Sabemos, por otra parte, que justicia es la regla de nuestra voluntad en


los actos exteriores que se refieren al destino de los demás. La relación en-
tre dos seres respecto de un medio exterior o aquel propósito, es lo que se
llama derecho. Este se llama subjetivo respecto de la persona en quien hay
la necesidad: respecto a la llamada a satisfacerla, se denomina obligación
jurídica. Aquello sobre que recae, se llama objeto del derecho. Los derechos
se dividen también en primitivos o absolutos, y derivados o secundarios. Los
primeros son los que nacen de nuestras facultades esenciales, como el de
libertad, propiedad. Los derivados son los que nacen de nuestra voluntad
en el ejercicio delos primitivos. Como la compra venta, que supone el de
propiedad y el consentimiento de los pactantes —: Los primeros se ejercen
sin condición de tiempo ni lugar: los segundos para épocas y lugares deter-
minados.

A la luz de estos principios, examinamos el origen del poder. La asocia-


ción es un derecho absoluto; luego todos los hombres estamos obligados a
unimos en sociedad; sin que, por una parte, la naturaleza nos indique a cual
debamos pertenecer; y sin que tampoco, por otra, sea posible que todos
formemos una sola. Luego la elección queda a nuestra voluntad respecto
de esta o aquella: luego nuestros gravámenes y regalías como miembros de
esta a aquella no comienzan sino, cuando a virtud de aquel derecho abso-
luto y de nuestra deliberada voluntad nos asociamos a este a aquel cuerpo.
Luego, en un caso particular, la sociedad y el poder que ella requiere son
creación de nuestra voluntad. O en otra forma: Dios ha prescripto al hombre
para la realización de fines cuya asecución es imposible sin la existencia de
un poder: luego el hombre, conforme está en el deber de formar la asocia-
ción, también lo está de constituir el poder; pero no le está prescripto, ni la
asociación a que deba pertenecer, ni las personas en quien deba depositar
el mando. Las entidades morales sociedad y poder vienen de Dios inme-
diatamente; las personales sociedad y poder mediatamente; esto es, de la
deliberación humana conforme a aquella regla y a su conveniencia particu-
lar. Luego es falsa la invención del derecho de mandar, según la fraseología
moderna, aún supuesto que se requiera como condición indispensable la

INSTITUTO PACÍFICO 33
NICANOR TEJERINA

obediencia. El derecho en cuestión ¿es primitivo o derivado? Si lo primero,


existe independientemente de toda condición exterior, como el de la libertad,
propiedad, etc. y toda resistencia a su satisfacción sería una iniquidad: si lo
segundo viene del uso de nuestra voluntad, conforme a la regla de lo justo;
y entonces, esta es origen mediato y no pura condición para su ejercicio, y
no puede admitirse un punto de partida superior de esta o aquella perso-
na.—Obsérvese además: 1.° que la esfera de nuestras necesidades es la de
nuestros derechos: y 2.° que el ser en quien está la necesidad racional es el
sujeto del derecho. Luego: 1.° nadie puede reclamar el mando como un de-
recho, puesto que el que manda solo tiene un componente de la necesidad
social que requiere el poder: y 2.° si la necesidad está en la sociedad, en ella
está el derecho; y el que ejerce el poder no hace sino, llenarlo; y por tanto,
ante la idea racional del derecho es errónea y hasta contradictoria la frase
derecho de mandar; cuanto más, la suposición de que el poder corresponda
a personas determinadas.7[c]

Prosigamos. El ejercicio de todo derecho supone cierta capacidad, y


toda necesidad racional es origen de un derecho; y como la capacidad tiene
una esfera menor de existencia que las necesidades racionales, se dedu-
ce: que no todas las personas pueden satisfacer sus derechos; y de esta
limitación nace, el que unas personas se hallen en la necesidad de cumplir
el derecho de otras, mientras su desarrollo no les permite llenarlo por si
mismas. La tutela tiene, pues, de hecho una esfera de actividad mayor que
la que se le reconoce; pues, siendo tantas las funciones de la vida, y requi-
riendo cada una un conocimiento especial, el auxilio de unos hombres para
con otros es de cada momento. También fluye de allí, que requiriendo las
funciones del poder tantos mas conocimientos cuantos mas elevadas sean,
la elección en cada grado ha de recaer en personas que posean la aptitud
que ellas requieran; puesto que de otro modo, si no fuera aquella dañosa,
sería cuando menos estéril.

7[c] Se presenta la objeción, de que el Poder no puede producir obligación sino ejerciéndose a virtud
de un derecho, única fuente de los deberes sociales. Así es en efecto: mas las multiplicadas rela-
ciones jurídicas para con la autoridad no vienen de derechos exclusivos a las personas, sino del
derecho social en todos sus multiplicados fines. Los que lo ejercen, son el órgano de ese derecho;
y como en sus funciones hay el fin racional de llenar la justicia en cada una de las esferas de la vida
humana, hay que prestar sumisión a sus prescripciones por la entidad que representan, de estricta
obligación en sí misma. La Tutela legal por ejemplo es un derecho social; con todo, se ejerce por
los delegados de la comunidad; y el menor está en el deber de reconocer 1as prescripciones del
tutor aun cuando no ejerce un derecho propio, por el fin racional y jurídico que lleva en su cometido.
No teniendo los mandatarios una facultad inherente a sus personas, la autoridad no puede tener
otro origen que la elección, como lo reconoce la sensatez universal. Según esto, la suposición del
señor Herrera, “de que el Elector no elige sino que tan solo reconoce la capacidad y se somete a
ella,” es absurda y contradictoria hasta en el genuino sentido de las palabras.

34 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Como derecho no es sino la relación de dos seres respecto a un medio


exterior, es concluyente: 1. ° que la personalidad humana jamás puede ser
objeto del derecho, y si tan solo sus acciones o medios exteriores: 2. ° que
sin medio exterior no hay derecho: y 3.° que aun existiendo ese medio, sino
hace relación a otro individuo, no hay ocasión de derecho; y por tanto el
hombre aislado no tiene ningún derecho, y en unión con sus semejantes la
plenitud de todos. Según esto, la doctrina de los que suponen que el hom-
bre al ingresar en sociedad hace renuncia de ciertos derechos es absurda:
puesto que tan lejos de eso, fuera de ella carece de todos. La transición
cuanto trae de oneroso es: el gravamen indispensable para las necesidades
de la asociación y la sumisión a las reglas del poder: para recibir en cambio,
tantas ventajas que es imposible enumerar.

Hemos inculcado, que el poder tiene dos fines esenciales: l.° la sa-
tisfacción de las necesidades generales: 2.° la garantía de los derechos
particulares. De las primeras funciones se ocupa el Derecho Administrativo:
de las segundas el Penal. Según esto, Derecho Penal es: la ciencia que
tiene por objeto el estudio de los actos que violan el Derecho. Estos actos
en si se llaman delitos. Si se refieren al individuo, toman el nombre de pri-
vados: si a la comunidad, el de públicos. El homicidio es de los primeros; la
conjuración de los segundos. Si suponen en el actor un plan, el homicidio se
califica de alevoso; si no son sino el triste resultado de las circunstancias del
momento, se califica de simple.

Por último, si se dirige contra los parientes, toma el nombre de parrici-


dio. En este análisis se hallan todos los casos á, que, según los Legisladores
de 1859, se ha de aplicar la pena capital; cuales son, el parricidio, el asesi-
nato alevoso y el incendio deliberado.

Fijemos ahora el derecho de penar. Este derecho, como todo otro, hace
referencia a dos seres, o la sociedad o su personero el poder, parte sub-
jetiva; y al criminal, parte objetiva, sobre cuyos actos recae respecto de la
Sociedad. El delito daña a la comunidad, no solo cuando directamente se
encamina en su contra, sino también cuando lastime el derecho individual:
1.° porque en el ataque a cada uno de los miembros se la priva de los
coadyuvantes a su bienestar, rompiendo el todo de la personalidad moral:
2.° porque el criminal con su perverso ejemplo incita a los demás en las vías
de hecho: y 3. ° porque el acto criminal supone una degradación o extravío
de sentimientos, que irá en aumento a dejarse sin correctivo, pasando el
[delito] de particular a general, cada vez con mas brío y esperanza de su-

INSTITUTO PACÍFICO 35
NICANOR TEJERINA

ceso.—Si la sociedad tiene un fin impuesto por Dios, tendrá que cumplirlo,
y por tanto, así respecto de las demás asociaciones como de sus propios
miembros, podrá practicar todo aquello que, conforme a razón, conspire a,
aquel; sea por actos que faciliten su marcha, sea por la remoción delos
que le salgan al paso. Veamos si la pena lleva estas condiciones. La pena
jurídica tiene dos fines esenciales: el primero, garantir a la Sociedad contra
la reiteración del crimen: el segundo, moralizar al delincuente de modo que
reinstalado al seno de la Sociedad, en su misma índole halle freno para no
reincidir. Con el primer carácter, la pena aparece como una simple limitación
de la libertad física: con el segundo, con la augusta misión de devolver bien
por mal, y de levantar al criminal del abismo en que le sepultará su funesta
trasformación. Respecto del criminal. El hombre está, obligado a reconocer
la autoridad social; esto es, a someterse a sus actos siempre que se ejerzan
conforme a la justicia y conspiren al bien procomunal: la pena reúne estas
condiciones, luego el delincuente está en el deber de sometérsele; y si re-
siste prevalido de la fuerza, obra contra derecho y la justifica en su contra.
La pena, pues, es jurídica en si misma: esto es, de derecho en la Sociedad
é imperio sobre el individuo.

Por este análisis se percibe también, que el derecho de penar va mu-


cho mas allá que el de defensa: una vez que este solo repele el peligro del
momento y obra de un modo enteramente ciego: al paso que aquel se ejerce
sobre actos consumados: embebe una misión preventiva y moralizadora, y
no lleva como condición implícita el empleo de la fuerza.

La facultad de penar viene, pues, de la naturaleza, y no de renuncia de


derechos; y se distingue por esencia de la defensa.

Hemos expuesto hasta aquí las ideas fundamentales de la discusión,


y nos asiste la creencia, ilusoria quizá, de que nada de irracional hay en
cuanto dejamos dicho.

VII

Antes de argüir, confesamos nuestra incapacidad de gozar la introduc-


ción del orador. Y en ello no hay nada de nuevo, pues estuvo siempre exento
de crítica lo incapaz de comprensión. Todo lo que pugna al buen sentido, se
arrumba sin reserva, seguro de que terminará por sí mismo. En este enma-
rañado de frases pago—haber—bien sensible—pago a la razón &, hay tanta
falta de oportunidad y sensatez, que el patriotismo no puede menos de las-

36 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

timarse hondamente, al contemplarlas en el pináculo intelectual de la Asam-


blea; puesto que a merced solo de esa palabrería, la Cámara perfectamente
satisfecha y como al término de penosa jornada sancionó la deificación del
verdugo. Tristísimo ejemplo del más ciego proselitismo.

La pena es esencialmente reparadora del orden y cuanto fuere posible me-


dicinal y ejemplar...Veamos si la de muerte tiene estas tres calidades. La
esencial la tiene incuestionablemente. La pena de muerte repara o restaura
el orden que trastorna el parricida y el asesino alevoso. Estos son los dos
únicos delitos a que la comisión la señala8[d]: El hombre que mata a aquellos
de quienes ha recibido la vida, debe perder la suya; porque es un donatario
horriblemente ingrato respecto del donante, y aun con perder el don de que
es indigno no compensa suficientemente su malicia.

Pena no es sinónimo de tormento ante la Filosofía criminal. Si la razón


no reconociese un orden más elevado que el de devolver mal por mal, la
legislación de todos los pueblos sería inoficiosa; y cuando el hombre no se
hallase en la condición de los brutos, de repeler bruscamente los ataques
del momento, el talión, que siquiera supone sobre ese estado la propor-
cionalidad, sería la única regla de todas las infracciones del derecho. Pero
el empleo de todo mal, excluido como medio en el orden moral, no lo está
menos en el de toda penalidad; y desde que el individuo cae en poder de
la Sociedad, toda violencia lejos de escudarse por la razón, la controvierte.
Decimos en poder de la Sociedad; porque si la resiste o simplemente se
esfuerza en eludir su acción, como su libertad en su extraviado ejercicio es
una amenaza constante, su suerte se decide según las reglas de la defensa,
de que ya nos ocupamos. Consideremos al asesino, pues, a merced de la
sociedad; y veamos si su triste fin llena las condiciones que le fija el orador,
dejando para más tarde un análisis jurídico del cadalso, las cualidades de
las penas y si se llenan por la de muerte.

El suplicio repara. Falso de todo concepto. La reparación puede tomar-


se en dos sentidos: en el de remedio, y en el de satisfacción de una ofensa.
En uno y en otro caso puede referirse también o al ofendido o a la Sociedad.
En el primer sentido, la mayoría de los crímenes son irreparables; y si se
efectúan los que damnifican la propiedad, cuando el actor es pudiente y en
ciertos casos, los de imprenta, los demás son irreparables. Esto es tan ver-
dadero en el homicidio, que cabalmente sus horrendos caracteres vienen,
de que por él se priva al hombre del mayor bien y de modo más absoluto.

8[d] Según el proyecto de reforme, es aplicable también a los incendiarios.

INSTITUTO PACÍFICO 37
NICANOR TEJERINA

Respecto de la Sociedad, el mal que se le infirió con la separación perpetua


de uno de los coadyuvantes a su bienestar, no es menos irreparable; y si
todo hombre por degradado que esté puede servir de algo, una víctima más
es una cifra negativa en la suma de su ventura. El patíbulo, pues, nada re-
media ni respecto del individuo ni de la Sociedad.

Pasemos al segundo sentido. Desde luego, respecto del ofendido no


hay cuestión, puesto que en todo lo humano no hay sino honores para los
difuntos. Respecto de la Sociedad, no la hay tampoco.

Como la ofensa a la Sociedad viene de la usurpación qué el criminal


perpetra sustituyendo a la acción pública los arranques de su ira; o sin eso,
controvirtiendo sus estatutos, su vindicta no viene sino de la aplicación de
las penas que en ejercicio de su derecho, accionó para tal o cual caso. Si
esas penas son de derecho llenan su fin: si no, obran fuera de su esfera;
y entonces, la vindicta es injusta y mentido. Para quien acepte el patíbulo
como de derecho; sus horribles termas serán la vindicta social: para quien
no, no será sino una bárbara expoliación. Hay, pues, sobre el hecho mate-
rial una cuestión filosófica cuya decisión le aplaude o anatematiza; y querer
resolverla afirmativamente solo porque halaga las mentidas esperanzas de
la superficialidad y el valgo, es pretender probar con lo mismo que se trata
de demostrar. Es incurrir en una petición de principio nada oportuna además
por la gravedad del asunto y para tan solemne ocasión.

El patíbulo medicinal y ejemplar. Ya hemos visto que no asume el pri-


mer carácter ni respecto de la Sociedad ni del ser objeto inmediato del cri-
men. Si se considera respecto del mismo reo, la incompatibilidad es tanto
más clásica, que a veces no puede menos de creerse el aserto lanzado sino
como una burla descomunal. Por cierto que a. nadie se le había asentado en
las mentes hasta hoy, que fuera el mejor remedio el que más hondamente
arranca la vida al enfermo. Por cierto que a nadie en sano juicio, al arran-
carle la vida entre horrorosos tormentos y la más negra infamia, se le podrá
convencer de que haya buena fe en quien con soma punzante le repitiese
al oído: esta se hace para tu bien. Tanta sinrazón carece de nombre y ha
de perpetuarse como muestra del extravío a que puede llegar el talento una
vez preocupado.

Respecto de la Sociedad, el cadalso ejemplar. En la primera parte de


nuestro escrito hemos incubado sobre el resultado práctico de las ejecucio-
nes; y demostrado por apreciaciones matemáticas, cuan insignificante es el

38 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

remedio al lado del mal: examinemos ahora la materia baje de otro aspecto.
Los que aclaman el hacha del verdugo como un aspecto terrificante que sir-
va de freno a toda tentativa de homicidio, no han gastado el menor esfuerzo
en formar concepto de la materia. En el sistema de violencias que, merced
a1a relajación de todo vínculo, la ineficacia de toda ley y la injuria absolu-
ta de nuestro carácter, gastada su energía con tanto inútil esfuerzo en 30
años de infernal discordia, forma ya un estado normal, muy poco avisado, es
preciso ser, para no vivir pertrechado contra los ataques de todo momento
a la vida y hacienda. En tal estado, todo conato lleva por necesario cortejo
el riesgo de muerte: y no como quiera, sino de inmediata aplicación. Si el
temor del patíbulo, cuando son tantos los medios de evitar la justicia social;
y si aún bajo su imperio, por la inseguridad de las cárceles, su carencia de
disciplina; la facultad de conmutar en el Presidente, y la pugna abierta de las
ejecuciones contra las ideas y sentimientos generales; si a la expectativa de
que el asesino sobreviva a su víctima, se cree de que tan insignificante ries-
go sirva de freno, habrá que reconocer en aquel un imperio mucho mayor.
Si el malvado triunfa, a la repulsa individual se sustituye la acción social; y
en la nueva lucha de todo tiempo y lugar, toda probabilidad está en favor de
la sociedad. Y he allí un riesgo sin comparación superior al de terminar por
las balas, ligado atrozmente a un banquillo. Y que estas no son meras abs-
tracciones, muéstralo la experiencia diaria en las muertes de los forajidos;
en las que se ha cargado tan reciamente la mano, que no pocas veces han
sido víctimas aun sus mismos perseguidores.

Muerto el asesino por la espada del poder, su trágico fin es una ense-
ñanza tan solemne como los fusilamientos, si bien que las circunstancias
jurídicas son distintas: y obra tanto más sobre la multitud, cuanto que los ca-
sos de muerte por resistencia a la policía son más numerosos; y hay el buen
cuidado de hacer atravesar las calles es cadáveres en mulas cual marranos,
y de exhibirlos en los atrios de las parroquias, todo en horrible zalagarda.
Ahora bien: los que mudos a toda reforma en los sistemas de policía y co-
rreccional, se esfuerzan con mentido frenesí en extirpar tanto escándalo con
la muerte de uno que otro miserable, tendrán que confesar, de que siendo
las ejecuciones casi ningunas al lado de las muertes en las otras formas,
como estas subsisten abolida la decapitación, ante la estadística cabal de
que todo se lo prometen, es insignificante la diminución: de ese resorte, el
escarmiento, que sirva de freno, basado por todo en el miedo.

Además, considerada una ejecución en sí misma, obrará en los ánimos


según las ideas respectivas de los asistentes: los que, como nosotros, lo

INSTITUTO PACÍFICO 39
NICANOR TEJERINA

crean el fruto de la ignorancia y la barbarie de épocas que no volverán, le


mirarán como el más escandaloso atentado: los que estén ajenos de princi-
pios (cual lo son los espectadores, en general dela hoz del pueblo) irán en
pos de la materialidad del hecho; contemplarán la serenidad del reo, como
recibió los balazos, si quiso abrazarse del padre. Repelidos por instinto de
ese pandemia desde la niñez, a pesar de que en nuestra provincia hubo eje-
cuciones; ¡horror causa su recuerdo! hasta de 15 prisioneros en una tarde,
no podemos figurar como testigos presenciales; pero según la expresión
general, la multitud se conducía allí como en las lidias de toros: el populacho
soez apiñado sin fin al contorno de la tropa, recibiendo sus golpes, luchando
por abrirse paso en este o aquel sentido, disputas, riñas, risas, asquerosas
frases, he allí el cuadro de su profunda edificación.

VIII

“El hombre que mata aquellos de quienes ha recibido la vida, debe


perder la suya; porque es un donatario horriblemente ingrato respecto del
donante; y aun con perder el don de que es indigna, no compensa suficien-
temente su malicia”.

Pobre cosa fuera la ciencia criminal si todas sus inducciones arranca-


sen en la misma forma que la que precede, sin un principio de razón, sin pre-
misas; y por tanto, sin derecho a la_ menor conclusión. Mas, a Dios gracias,
las sociedades descansan sobre bases más sólidas que argumentos mas o
menos capciosos, que si suponen un espíritu amaestrado en la dialéctica,
también son un insulto al buen sentido y un cumplido desprecio del audi-
torio —No obstante, resueltos a perseguir el error en toda sus formas, aun
cuando la tesis está fuera de toda apreciación científica, veámosla siquiera
con ojos de buen sentido. ¿Por qué el parricida ha de morir?... ¡Porque es
un donatario horriblemente ingrato! Hasta hoy la ingratitud, si bien es una
gran ruindad, no había figurado en los Códigos de las Naciones, y hay que
reconocer en ello todo el mérito de la inventiva. Según nuestros apuntes,
las leyes penales se refieren a actos exteriores, que son tanto más puni-
bles, cuanta mayor degradación supongan. Este es cabalmente el caso del
parricidio; que viene en pos de la violación de los deberes generales entre
hombres y de los especiales y profundos de la paternidad. Tan falsa es la
fuente de la ingratitud, que aparece de llene en el crimen inverso y no menos
horrendo del infanticidio. ¿Qué ha hecho el infante por sus progenitoras, a
poco de nacido? Nada, absolutamente nada; y antes bien es un positivo
deudor. Su muerte, sin embargo; que supone la violación de aquellos dos

40 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

órdenes de deberes, sublimados por la naturaleza con los afectos más tier-
nos, no aparece menos horrenda, sin que para nada haga falta la idea de
ingratitud.

Además, el hijo no debe sino en cierto sentido la existencia los padres;


y no se ha de inculcar esas ideas, so pena de que todo incremento en el
parricidio sea diminución en el infanticidio.

Últimamente, teniendo en el Derecho Positivo la voz parricidio una


acepción mucho más lata, dada por justa la opinión que combatimos, la con-
clusión en. Tan grave materia, no seriamente absurda, puesto que no estaba
inclusa en las premisas.9[e]

El asesino alevoso que se arroga derecho sobre la vida sagrada de sus se-
mejantes, y no un derecho cualquiera sino verdadero dominio, y que llegue a
destruirla reflexiva y tranquilamente, hace de sus facultades y de sus fuerzas
corporales el mayor abuso posible merece por tanto la mayor pena posible:
la destrucción completa de esas facultades y de esas fuerzas; es decir la
muerte.

Volvemos a referir ¿hay en todo ese fárrago salpicado de irascibilidad,


el menor fundamento jurídico, la menor ilación con las consecuencias?
¿Qué es, en resumen, todo aquello sino una desnuda apología del talión?
No parece sino, que el orador obraba bajo la presión de un sueño de horror,
al asentar el suplicio como cosa de poco momento. Lo más sensible es, que
ya que se propuso eclipsar a Dracón, no hubiese sido consecuente consigo
mismo.

¿Quién le ha dicho al terrorista, que la muerte al uso de nuestra tierra


es la mayor pena posible? ¿No le parece que debió ser mayor la de San
Lorenzo, o siquiera el empalamiento que aplicaron los Godos a Caupoli-
cán? ¿Porque en su furor las olvidara, ya que, destituido de todo principio,
se esfuerza en inculcar la idea retrógrada, injustificable, de tormento como
sinónima de pena jurídica?

Como pena medicinal no diré que la muerte sea absolutamente necesaria;


pero de cierto es utilísima para la reforma de los asesinos. A la vista del verdu-
go de cuyas manos no pueden escapar y parados en el dintel de la eternidad,

9[e] Parricida. El que mata a su padre, abuelo o bisabuelo, hijo, nieto o biznieto, hermano, tío o sobrino,
marido o mujer, suegro o suegra, yerno o nuera, padrastro o madrastra, entenado o patrono. Escri-
che, p. 1387. Edición de 1859.

INSTITUTO PACÍFICO 41
NICANOR TEJERINA

entran dentro de sí mismos, reconocen el imperio de las verdades morales,


aborrecen sus crímenes, purifican su corazón y se preparan lo mejor que
pueden para el inevitable trance. Esto es reforma; esto es cambio de la vida,
si consideramos le. Vida entera que no acaba aquí. Que es ejemplar ¿quién
lo duda?......

Eliminemos las ideas medicinal y ejemplar que quedan analizadas; y


contraigámonos a la nueva, de que el cadalso es reformador aun para el
ajusticiado. Al parecer, el Orador con su absurda enseñanza no se propuso
otra cosa, que calcular toda la ignorancia e indolente apatía de su audito-
rio. Hasta equino hay que su tesis un solo principio, una sola idea matriz, y
toda argumentación se redujo a: hizo mal, pues que se le haga: esto es al
talión condena: do aun por el Evangelio. Ahora, abandona la injusticia para
inculcar el error. Cabalmente, esa circunstancia es la que más aboga contra
el suplicio. Todos los criminalistas están en ello en perfecto acuerdo. Los
que, profesando la jurisprudencia racional aceptan la verdad penal, de que
las penas, en cuanto conciernen al delincuente deben ser reformada, con-
denan el homicidio legal en ambas esferas: los que no profesan los mismos
principios de Derecho Filosófico y si los del Penal, tienen que ser inconse-
cuentes consigo mismos para justificar el cadalso. Rossi y Pacheco son de
este número. El Orador, además de no ser autoridad (pues jamás llegó a
decir nada) tiene en su contra la de todos los escritores ¿Serían, acaso, tan
torpes que en sus lucubraciones solo vieron el extremo opuesto que él sin
el menor afán?...

Dado que las leyes solo son para este mundo, y no hallando resquicio
como fuese posible que la pena en cuestión fuera reformadora; dado, repe-
timos, que sea a toda luz incapaz de mejora sucesiva lo que cesa de existir,
conduce al auditorio o una región del todo nueva, con jocosa historieta, de
que lo que no se alcance en esta se espere en la otra. Por cierto que se ne-
cesita el más inaudito descaro para apoyar los dogmas mas trascendentales
de la Sociedad en tales consejas, no solo mentidas pero hasta risibles: por
cierto que hay novedad y muy picante en legislar para los muertos ¿Con
qué, todo el espíritu reformador de la Guillotina se reduce al arrepentimiento
del criminal desde que conoce su infausto fin hasta espirar?... ¿No le pare-
ce al lector que en las veinticuatro horas de capilla, en que el reo las más
veces muere moralmente desde la primera noticia, deben brotar a por fin en
su mente profundos pensamientos, de enseñanza perpetua para los malos?
Cuando los reos con poquísimas excepciones son arrastrados como cosa

42 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

al degolladero ¿no le parece que podrán tal vez componer toda una epope-
ya?...

Lo que se cuestiona es, si es indispensable para escarmentar y retraer del


asesinato: si no bastará para ello el temor de la repulsión perpetua en la pe-
nitenciaria. No basta señores: no basta. Hay cualquier cantidad de hombres,
en ciertas ocasiones pasiones tan violentas, tan feroces, que por saciarse
arrastran cuales generan desgracias. Si se sobreponen al riesgo el cadalso;
¿cómo no despreciarán el riesgo de la Penitenciaria? Antes vimos que se
puede imponer toda pena verdadera y adecuada al delito. Ahora palpamos,
que la pena de muerte tiene todos los caracteres y surte todos los efectos
deseados en las penas y que ninguna otra puede reemplazarla en el actual
estado de los hombres y de la sociedad. Con que está plenamente justificada.

Recio de todo punto se hace seguir al Orador en su tortuosa senda:


pero sobreponiéndose a la repugnancia de cuadro tan deforme, dígnese el
lector acompañarnos en nuestras últimas investigaciones. Dejamos analiza-
das las ideas de escarmiento y ejemplarización en la pena de muerte, con-
siderada la cuestión en lo práctico. Antes de proseguir, téngase en cuenta
que los panegiristas del verdugo son nada moderados en sus demandas:
quieren la decapitación, que es la violación de principios absolutos, para por
su medio y por todo obtener una diminución más o menos lata en el homici-
dio; que a ser aquel un remedio radical, la experiencia diaria del asesinato al
lado del último suplicio y muchas veces delante del mismo tablado, no daría
un argumento incontestable en su contra. Se dirá una vez más, que si la
guillotina no extirpa el homicidio, su abrogación lo fomenta: pero ya vimos a
que se reduce el caballo de batalla de nuestros adversarios. Mas, volvamos
a nuestro primer intento.

Asombrosa é inexplicable es la ceguedad del Orador. Por la ley en dis-


cusión la pena de muerte es solo aplicable: a los asesinos alevosos, parrici-
das é incendiarios: pues bien, para probar que el único freno es la muerte,
su sola áncora es el asesinato simple, excluido por la ley. “Hay, dice, en
algunos hombres en ciertas circunstancias pasiones tan violentas, tan fe-
roces, que por saciarse arrastran cualquier desgracia. ¿Y qué es todo eso
sino el asesinato impremeditado, sin plan, sin asechanzas? ¿Cuáles son
esas cierta: circunstancias, sino las mismas, cuyo reconocido poder sobre
la miseria humana inclina la balanza en que contrapesa el verdugo, del lado
de la clemencia?......Aquí es preciso concluir, o que el Orador en su furor de

INSTITUTO PACÍFICO 43
NICANOR TEJERINA

sangre va, mas allá que nadie; o que su indolencia en tan grave materia fue
tal, que ni siquiera se cuidó de lo que debía probar…

Nuevo razonamiento, nueva contradicción. La muerte del asesino se


mira como garantía contra toda reincidencia: este es su fin primordial. Su
suerte, como freno de los que pudieran seguir su ejemplo, es un fin secun-
dario. “No basta el temor de la reclusión perpetua en la Penitenciaria: es
indispensable la muerte” Como se ve, el carácter secundario: el ejemplo
lo hace figurar como primordial; y de la reincidencia ni mención hace. Este
incalificable juego de palabras le era, por otra parte, indispensable: pues,
desde que admite la posibilidad de la reclusión perpetua en la Penitenciaría,
que sus colegas niegan sin tregua, como ese es un medio tan eficaz contra
el asesino como la misma muerte, era preciso tomar una salida y ofrecer
un contraste, que no le hiciera aparecer, como el gusano, sofocado por su
propia red. Y no es esto todo, sino que resbalando en sima sin fondo, en
su empeño de usurpará la verdad su dominio, no la hace sino brillar mas
esplendente después de la sombras. Si se sobreponen al riesgo del cadalso
¿cómo no despreciarán el de la Penitenciaria? No hay la menor cuestión,
que quien desdeña el peligro mayor, puede arrastrar el menor: pero si en
el argumento hay una verdad fuera de la tesis; hay también un error y muy
dañoso respecto de la misma. Todo argumento que prueba demasiado, no
prueba nada. Si se sobreponen al cadalso como a la perpetua reclusión, di-
remos nosotros, tan inútil es el uno como la otra. La extirpación del mal no se
ha de esperar de ninguna medida expostfacto, sino de las preventivas cuyo
dominio son las ideas y sentimientos, fuentes de todo acto. Mas, como el
Derecho Criminal es por esencia práctico, no tiene otro punto de partida que
los hechos; y toda cuestión preventiva no le incumbe. La pena de muerte,
dicen sus apologistas, es un recurso terrible, extremo: la reclusión perpetua
no le es tanto ni con mucho. Como garantía contra la reincidencia son igual-
mente eficaces: como ejemplares lo dirá la experiencia. Y entonces ¿por
qué decidirse por el más cruel de los arbitrios? ¿Dónde está que no vemos
la decantada filantropía de los falsos profetas?

XIV

Al iniciar la segunda parte de nuestro tema, se hace indispensable


apuntar dos circunstancias que nos alejan de empeñarnos en una discusión
eclesiástica: la que carecemos de aptitud para el intento; que para ello ten-
dríamos que ir muy lejos, sacar la cuestión del orden civil a que por naturale-
za corresponde, y a través del tedio y la inoportunidad hacer estéril nuestro

44 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

trabajo. No diremos cuanto se pueda en la materia, pero será verdad lo que


inculquemos. Por último, en los asertos de pura autoridad privada, exhibire-
mos los motivos que nos asisten para rechazarla.

En la 1ª parte de la discusión queda evidenciado que en la tesis filosó-


fica y jurídica no hay derecho á, la menor conclusión: veamos si podemos
ofrecer igual resultado en nuestra segunda jornada.

Los fundamentos son los siguientes:

1° Que en el Código Penal de los Hebreos que se halla contenido en la Bi-


blia se establece la .pena de muerte; y que como fue escrito por Moisés
bajo el dictado de Dios; y Dios no puede autorizar la injusticia, la pena
de muerte es intrínsecamente injusta.

2.° que la Iglesia, maestra infalible de la verdad moral y del derecho, nunca
ha levantado la voz contra la pena de muerte: que al contrario la ha
aprobado; y que, según eso, no se puede ser católico sin confesar que
esa pena es jurídica.

3.° Que el género humano en todos los siglos y casi en todos los puntos del
globo, ha empleado la pena de muerte; con que el sentido común a da
por legítima.

4.° Que el infeliz verdugo, no es infame por su misión de estrangulador,


sino por los crímenes a virtud de los que desempeña tal comisión.

5.° Que estaba en la conciencia humana desde los primitivos tiempos, que
el que mata debe morir, según la opinión de Caín, autor saneado, pro-
fundo e infalible, según se espera probará el autor.

Cualquiera por poco versado que sea en la historia eclesiástica, tendrá


que reconocer en la ley de Moisés, en su origen, la inspiración de Dios; y en
su fin los caracteres de especial y transitoria Dado que sobre lo primero no
hay cuestión, contraigámonos a lo segundo. La Tradición nos enseña, que
Dios escogió en los primitivos tiempos un pueblo al que comunicó luz espe-
cial para conservar y trasmitir las generaciones las verdades más trascen-
dentales del Paraíso. También, que para llenar por su medio los designios
inmortales sobre la humanidad, que tan admirablemente descifrara Bossuet,
la Providencia mantuvo a ese pueblo bajo inmediata comunicación e inefa-

INSTITUTO PACÍFICO 45
NICANOR TEJERINA

ble tutela, en todas las peripecias de su borrascosa existencia, mediante la


que andando los tiempos apareció sobre la tierra el Mesías, abrogó las anti-
guas ordenanzas o estatutos y sancionó las que habían de servir de norma
a los hombres hasta la consumación de los siglos.

Las reglas dadas por Dios debían en su misma entidad reflejar el estado
de cultura del pueblo que debían normar, y como dotado aquel de una índole
dura por sus vivas tendencias a la idolatría y demás vicios del paganismo; y
sin ninguno o insignificante contrapeso en las ideas por el atraso primitivo,
los medios reguladores habían de ser tanto más enérgicos a los sentidos o
materiales, cuanto mayor fueran los embates que habían de neutralizar. De
modo que, variadas las circunstancias, las leyes habían también de seguir
las mismas inflexiones; y una vez llenado el fin especial a que se dirigía el
todo, caer por si mismas aun sin ser revocadas, como en efecto lo fueron. A
nuestro humilde sentir esta es la única apreciación que merecen principios
como la pena de muerte entre los judíos, justificable ante las circunstancias
de entonces; como lo es hoy mismo en casos que analizamos.

Pero aun cuando no hallásemos una explicación racional conciliable


con nuestras doctrinas: aun cuan do aquella verdad histórica apareciese
cual otras en aparente contradicción con las que profesamos, su origen re-
conocido por todos pone término a toda incertidumbre: pues, si el mandato
viene de Dios será justo en el límite que su soberana voluntad prescribe,
una vez que le compete la potestad de vida o muer te; y nadie sin escan-
dalosa insensatez podría denegarla. La cuestión en tal caso es la siguiente.
¿Puede la Sociedad practicar lícitamente fuera de razón lo que por otra no
le está, prescripto por Dios? Sin duda que no: eliminando la vía especial de
un mandato divino en la pena capital, la humanidad queda sin más regla que
la razón, que la rechaza abiertamente en la esfera puramente humana. Lo
que es injusto ante el hombre porque excede sus facultades, puede no serlo
ante Dios, que las tiene infinitamente superiores.

Y si no se admite la distinción racional que aducimos y hay buena fe en


la disputa, será preciso que manifestemos está siendo consecuentes hasta
el fin será indispensable, sin distinción de tiempo ni lugar; que traigamos a
la Sociedad moderna todas las instituciones de la hebrea. Conforme apro-
bamos el cadalso, santifiquemos también el infanticidio en el ejemplo de
Abraham e Isaac, y que hoy en todo otro caso es un crimen sin nombre. La
poligamia, degradante de la mujer, mancha del tálamo nupcial. El incesto o
el matrimonio de los hermanos, violación de los lazos más tiernos. El diez-

46 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

mo, lagosta de la Agricultura, y que ante las doctrinas económicas no puede


sufrir el más leve análisis en su carácter de impuesto. Y todo eso se encierra
en la ley de Moisés, y todo lo que hoy es una monstruosidad que espanta
una necesidad de entonces y hay que doblegar la frente ante la altura de su
origen.

Tan cierta es la explicación que hemos hecho, que no fue poca nuestra
sorpresa de hallarla reproducida totalmente por el mismo Orador al terminar
su discurso: tanta es la fuerza de la verdad.

La pena del talión, dice: cuando estaba vigente entre los judíos no podía
ser bárbara. Sería fácil demostrar rigurosamente su justicia partiendo del
fin principal de la pena, examinando la naturaleza del talión, ojo, por ojo
diente por diente; es decir, igualación material entre el daño causado y
la pena, y tomando en cuenta la época. Esto último no se ha de perder
nunca de vista tratándose de sistemas penales: porque lo proporcionado
de la pena depende mucho de la sensibilidad y la Sensibilidad mengua
o crece según los tiempos. Sin atravesar tantas edades como las que
nos separan de la República Hebrea, una pena que ahora dos siglos era
suave, hoy es durísima; así como una pena justa hoy de aquí a dos siglos
será quizá reputada atroz. La muerte era entre los judíos la pena de la
adúltera. Ahora tal pena nos espantaría más que la del talión. Sin embar-
go, fue necesaria para salvarla honestidad y la existencia de la familia, lo
cual tenía una especial importancia en aquel pueblo que debía de servir a
realizar muy altos designios de Dios sobre la humanidad.

Como el error lleva siempre un curso tortuoso y de pugna contra lo na-


tural, la inconsecuencia que entonces no es sino una tendencia al bien, es
resultado indispensable. Según la propia confesión, es falsa la conclusión
primitiva de que el cadalso de hoy sea justo por imposición humana por ha-
berlo sido entre los hebreos por expresa voluntad de Dios.

Según lo dicho, tenemos: l.° Que el talión fue justo entre los judíos por
prescripción de Dios; y hoy entre los demás pueblos es una bárbara pena.
La paridad del talión y la pena de muerte es incuestionable: lo que se admite
en un caso ¿por qué rechazarlo en el otro?: 2.° Que la justicia del talión en
ese entonces no debe decidirse solo por su carácter de igualación material
sino también por la sensibilidad del pueblo judío; pues la índole juega un rol
indispensable en toda Legislación. Sustitúyase simplemente a la voz talión
la de cadalso y diga la buena fe, diga el recto juicio sino es lo que sostene-
mos lo que expresa allí el Orador. Siendo por otra parte, sensible, que ya

INSTITUTO PACÍFICO 47
NICANOR TEJERINA

que quiso aparecer tan pedagógico hubiese sido refractario a sus propios
preceptos, aplicando sin rodeos al Perú leyes judaicas cuando las sensibili-
dades o índoles son tan distintas 3.° Que una pena que ahora dos siglos era
suave hoy es durísima. La Lesa majestad por ejemplo que se castigaba con
la pena capital hoy se ve, cuando más, como una insensatez. La pena de
muerte, que en las primitivas sociedades, exentas de ideas, no digamos pe-
nales pero aun de justicia, puede excusarse como el único medio de salvar
la inocencia, no es justificable hoy, que la Sociedad por ideas y sentimientos
la pugna abiertamente; y que bajo de su ilustración en un lapso de tiempo
mas o menos largo puede crear seguros medios correccionales: el suplicio
pues justificable en antaño es hoy atroz. 4. ° La pena de muerte entre los
judíos de la adultera es hoy más espantosa que el talión. Y como por otra
parte, diremos nosotros, el Orador reconoce el talión por injusto, la pena de
la adultera, que es más espantosa que el talión, resulta mucho más injusta
que este; y por tanto, la pena capital en ese delito que antes fue justa, es hoy
no solo injusta sino también espantosa, descomunal. No sabemos que de
sano pueda oponerse para eludir la nota de inconsecuente en que aparece
el Orador, encerrado en ese círculo de hierro. La pena de muerte, pues, es
justa e injusta; racional é irracional, un dogma de puras circunstancias y de
todo tiempo a la vez. ¿Y hay inteligencia humana que digiera tanto contra-
sentido? ¿De dónde sino de una falsa apreciación viene el singular fenóme-
no de desmentirse así propio el razonador? Y esa falsa apreciación ¿cuál es
sino la de hacer un olvido total de circunstancias y pretender aplicar bajo el
dominio de la pura razón lo que tubo momentánea existencia según especial
querer de la Divinidad?

Los que defieran ciegos a la autoridad del Orador y con nosotros no


quieran condenar su extraña ingratitud cuando llamado con sus luces a deci-
dir una cuestión de inmensa trascendencia social, y en sí sola un monumen-
to de gloria perpetua en la Legislación, se esforzara en lanzar a la Sociedad
en el caos: deben abrazar como verdad inconcusa, que de algún tiempo a
esta parte, la difusión de principios disolventes y esencialmente contradicto-
rios, es el tema favorito del doctrinario que impugnamos.

Examinando el derecho de insurrección en los pueblos contra las autori-


dades tiránicas y usurpadoras, asienta que el hombre de bien no debe tomar
parte en la Revolución hasta que no esté consumada por la mayoría de los
habitantes. Si su idea fue dejar a los malvados la salvación de la Sociedad,
puede estar seguro de que inculcó una monstruosidad; pues que jamás el
bien brotó del fondo del mal; y la abnegación republicana y el valor heroico

48 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

de desafiar las iras del tirano, cuando no hay otra esperanza que sucumbir,
nunca hallaron albergue sino en aquellos hombres de bien que condena a
criminal impasibilidad. Un solo caso de justa insurrección cuenta nuestra
malhadada historia, y por cierto que, si a la vista de la trasgresión de toda
garantía; de la defraudación más cínico de los tesoros de una Nación; de la
disolución más escandalosa en fin; los héroes del 854, antes de empuñar la
espada para derribar al tirano, hubiesen esperado la salvación social de los
mismos detentadores de cuánto hay de venerando en la tierra, la Sociedad
Peruana ‒ los hombres de bien‒ si antes no se hubiese disuelto, hasta hoy
esperaría en el servilismo del peculado, la mentida tabla de su pobre escue-
la. Si su idea no fue tal, el resultado es el mismo, pues si cada hombre de
bien no se ha de mover hasta que lo hayan hecho los demás, nadie podrá
jamás tomar la iniciativa; y entonces la garantía de perpetuidad a todo poder
por monstruoso que sea, no es menos cabal.

XV
2ª CUESTIÓN

Bajo de dos aspectos se supone que la. Iglesia ha aprobado la deca-


pitación. l.° No levantando su voz contra el homicidio legal, cuando lo hizo
siempre contra las instituciones que rechaza su enseñanza: 2.° Aprobándolo
terminantemente como un principio inconcuso.

Contrayéndonos a lo primero, no sabemos cómo un ministro del San-


tuario pudo olvidar tan notoriamente la absoluta condenación del homicidio
en el quinto precepto del decálogo: no matarás. Se dirá acoso, que el man-
dato se refiere a la muerte por autoridad privada: pero entonces ¿en qué
parte de la Escritura está la distinción? ¿cuándo lo declaró solemnemente
la Iglesia? ¿cómo el Orador en su furor y facundia de observaciones dejó
en blanco cabalmente el punto cardinal? ¿O está tal vez en las doctrinas
bosquejadas?

Aquí podríamos terminar este punto; pero y que se ha falseado el prin-


cipio, conviene señalar lo que hay en el de verdad.

Examinando las instituciones de la Iglesia que hacen la diferencia al or-


den civil se ve, que su sabia política, cuando hubo pugna entre unas y otras,
nunca fue abrir un palenque en que acerados adalides luchasen hasta su
exterminio. Su punto de partida fue siempre la encarnación en general de

INSTITUTO PACÍFICO 49
NICANOR TEJERINA

las ideas fundamentales de cuya acepción había de venir precisamente la


abrogación de aquellas. Una vez apoderada del orden supremo las ideas en
sus prácticas fue avanzando a medida que la mayor cultura en las opiniones
y sentimientos dieron por resultado en sus decisiones un elemento de me-
jora sujeto a mas o menos oscilaciones y no una pugna que, contrastando
vivamente con los elementos existentes, hiciese vacilar su prestigio, y aun
quizá la altura de su origen. Su plan fue según el inmortal Balmes, “Exigir lo
menos para allanar el camino al logro de lo más.”

La iglesia comenzó en el seno de sociedades extremamente corrompi-


das. En el orden social la tiranía mas horrenda: en el privado los vicios más
asquerosos. En todos aclamó los principios jurídicos mas absolutos, cuya
inmutabilidad normaría todas edades; pero al propio tiempo, admitió como
respetables las instituciones existentes, y de su deforme estructura no fue
arrancando los componentes, sino cuando el buen éxito había de correspon-
der a sus afanes. La tiranía de los Césares angustiaba al mundo borrando
los últimos vestigios de la dignidad humana; la Iglesia aclamó el origen del
poder, la esfera de sus facultades, sus augustos fines; ofreciendo en su
enseñanza la condenación mas clásica del orden existente; y sin embargo,
conminó a los hombres la estricta sumisión a los poderes existentes que
eran el antítesis de sus doctrinas regeneradoras. Y en buena lógica, ¿podrá
deducirse de allí, que sancionó el despotismo, la confiscación y todos los
avances de entonces?

La esclavitud era universal: sus dominios eran tan vastos considerada


en el número de siervos como en las facultades otorgadas a los amos. La
flagelación, la mutilación, la muerte, en fin, se ejercía al capricho de los
señores. La iglesia proclamó los principios de igualdad y fraternidad que
condenaban sin restricción tanta violencia; y sin embargo, amonestó a los
siervos la sumisión y obediencia a sus inhumanos opresores. Hizo más aún:
poseyó ella misma y en no corto número esos mismos esclavos como nece-
sidad de la época. ¿Y se podrá concluir de allí, de esos principios y ejemplos
incontestables, que las doctrinas de Jesucristo aprueban la esclavitud? Este
es el mismo caso de la pena de muerte. La Iglesia ha inculcado siempre y en
lo absoluto, la obligación de no matar, mas en sus reglas prácticas, de inme-
diata aplicación, ha dejado al más perfecto conocimiento de los derechos in-
dividuales y sociales y a. los adelantos de la ciencia penal, la apreciación del
momento en que se había de dar de mano a un recurso, que en el atraso de
las primeras sociedades era mas un medio de defensa que de corrección.
La Tiranía, la Esclavitud, en el orden de los principios, están condenados y

50 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

en incapacidad radical de revalidarse: en el material, cuentan aún dominios


vastísimos y quizá tan duraderos como el mundo. La decapitación está en
el mismo caso; y según el curso natural tiene que venir por tierra, sea cual
fuere su órbita de acción, sea cual fuese el afán de desalmados tribunos.

Volviendo a la historia, ¿Qué otra conducta pudo observar la Iglesia?


¿Se quiere acaso que obrando fuera de su esfera especial de acción, hu-
biese pretendido implantar una reforma, para que la Sociedad no estaba
preparada por sus ideas y elementos correccionales? ¿Se quiere que en el
choque desmintiese el acierto de todo tiempo y con el desprestigio de una
repulsa hiriese de muerte quizá su divina enseñanza?

Si estas consideraciones filosofo-históricas prueban lo contrario de lo


aducido por el Orador, el examen delos actos de la Iglesia en su propio seno
ofrece un resultado aun más concluyente, En primer lugar, la. Iglesia ha
prohibido en lo absoluto a sus Ministros toda participación en las ejecucio-
nes; y; esto no solo en lo material, pero aun en al orden puramente moral,
como servir de Juez y Asesor. La menor trasgresión les exhibe a, sus ojos
manchados é inhibidos para toda función. Este hecho por sí mismo es tan
elocuente que escasa todo comentario.

En segundo lugar la iglesia no solo no ha sancionado la occisión para


delitos religiosos, sino que también, cuando ha llegado la vez de que algún
ministro haya delinquido en casos a que la ley civil ha señalado la pena de
muerte, se ha apresurado, mediante una solemne ceremonia, a la degrada-
ción sagrada del criminal; como para manifestar, que la cuchilla no se des-
carga sobre personas de su seno, y que con su asentimiento no reconoce
esa violencia de la Legislación. Todavía más: despojado el ministro en cuan-
to es capaz en el indeleble carácter de su elevado ministerio, la autoridad
eclesiástica al entregarle a la civil, la ruega encarecidamente, que disminuya
la pena y que siendo posible [como lo es en todo caso] respete su existen-
cia. Última prueba de que su idea, el darle de mano no es coadyuvar a su
lúgubre fin. Y todo esto ¿es acaso consentir en el cadalso?

XVI
2.° ASPECTO DE LA 2.ª CUESTIÓN

Resuelta la cuestión de que la Iglesia no solo no ha tolerado el patíbulo


sino que por sus dogmas aparece condenándolo, queda evidenciado tam-

INSTITUTO PACÍFICO 51
NICANOR TEJERINA

bién, de que es del todo infundado el aserto de que lo ha aprobado y que no


se puede ser católico sin confesarlo.10[f]

Mas, para remover todo vestigio, pasemos una mirada por el terreno de
los hechos. Al considerar en su universalidad los hechos eclesiásticos, no
puede menos de venir a la mente aquel tribunal de horror, en que a nombre
de un Dios de clemencia, la tiranía aunado con el fanatismo clerical, apa-
rentando conservar el dogma y morigerar las costumbres, se creyó por tres
siglos en la facultad de condenar al fuego y a todo género de crueldades, a,
todo aquel que de un modo u otro había de sobrellevar su saña. Bien se co-
noce que aludimos a la Inquisición: y por cierto que, si allí se fijaba la mente
del Orador para sostener como de derecho eclesiástico el homicidio social,
su causa lleva tras sí el más digno cortejo.

Si de esa tolerancia se trata, la cedemos gustosos después de las si-


guientes observaciones: 1.° Que ese consentimiento, dado que lo hubiese,
implicaría una culpabilidad y no la santificación de hechos perversos de sí:
2.° Que aun supuestos tolerados, no cuentan en su apoyo la sanción de la
Iglesia, con los caracteres que señala la ciencia para revestirla de infalibili-
dad o universal aceptación: son hechos mudos de sí y que tan solo personi-
fican el obscurantismo y dureza de costumbres de épocas que no volverán:
3.° Que según los principios anotados y la conducta particular de los Papas,
esos hechos son una infracción de todo tiempo: 4.° Que ante la Filosofía y la
Religión ese cúmulo de atrocidades es materia juzgada sin apelación.

Y en efecto ¿Quién sin clásica insensatez podría levantar la voz en


favor de esa turba de desalmados? ¿Quién sin horror de las gentes querría
formar la apoteosis de Torquemada, primer inquisidor, a quien la historia
presenta como instigador principal de la expulsión de los judíos y fuera pro-
mulgador de ocho mil sentencias de muerte y cien mil menos severas?11

10[f] Dice el Ilustre Publicista Bernal: “Muy cómodo es pedir al cielo la solución de un problema para
evitarnos el trabajo de buscarla en la ciencia. Sistema es este tanto más sencillo, cuanto que al
mismo tiempo que nos ahorra el estudio y las vigilias; rechaza toda contradicción del anatema de
la impiedad”.
11 Es cosa verdaderamente singular dice Balmes, lo que se ha visto en la inquisición de Roma de que no
haya llegado jamás a la ejecución de una pena capital a pesar de que durante este tiempo han ocupado
la Silla Apostólica Papas muy rígidos y muy severos en todo lo tocante a la administración civil. En todos
los puntos de Europa se encuentran levantados al cadalso por asuntos de religión, en todas partes se
presencian escenas que angustian el alma; y Roma es excepción de esa regla general. Roma que se
nos ha querido pintar como un monstruo de intolerancia y crueldad. Verdad es que los Papas no han
predicado como los protestantes y los filósofos la tolerancia universal pero los hechos están diciendo
lo que va de unos a otros; los Papas con un tribunal de intolerancia no derramaron una gota de sangre
y los protestantes y los filósofos la hicieron verter a torrentes ¿Qué les importa a las víctimas el oír que
sus verdugos proclaman la tolerancia? Esto es acibarar la pena con el sarcasmo.

52 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

La prueba en el orden jurídico como en todo otro corresponde al que


afirma; y dado que se emitía una idea decisiva en la controversia, debió
haber buen cuidado en anotar los fundamentos: y tanto más, cuanto que la
opinión particular del confidentico caso hubo vez de resultar incauta. Nos
explicaremos.

No ha mucho que el fastuoso tribuno se empeciera en probar que la


Soberanía Humana (esto es, la facultad de constituir las individualidades del
Poder y determinarles sus facultades) no provenía de la libre voluntad de
las Sociedades, conforme a las reglas de la razón, sino que era un derecho
inherente a ciertas personas: no quedando a las demás otro arbitrio, que
reconocer de hinojos esas altezas ingénitas, y prestarles absoluta sumisión.
Aferrado de la frase de los antiguos tratadistas Derecho de mandar, y dando
la acepción de la ciencia moderna, con un espíritu lógico distinta del que
empleó en esta materia, despeñose en un abismo de errores tal que a haber
prevalecido las sociedades de hoy habrían aventajado en abyección a los
Medos y Egipcios.

Al emitir los principios de derecho filosófico, fundamentales de nuestro


tema, evidenciamos toda la inexactitud del pretendido Derecho de mandar
y no sabemos si se podrá argüir nada de sólido a principios que no son sino
la expresión de lo que pasa a nuestra vista en toda sociedad que siquiera
merezca este nombre. Mas, aún a principios profesados por los mismos
escritores en diferentes casos y a los que, por tanto, no han sabido ser con-
secuentes. Y para corroborar nuestra acusación, anotaremos antes otros de
los errores vertidos al querer aplicar esa doctrina. Para deducir la División
de los Poderes asienta, “que un solo individuo es incapaz de manejar ese
enorme derecho”, cuando antes, para deducirlo en favor del Soberano, dijo
es el único que se halla en posesión de los medios y en capacidad de hacer
cumplir a la Sociedad su fin. Frases que se desmienten mutuamente. Y con-
trayéndonos a la primera, y dejando aquello de manejar cual si se tratase
de un instrumento mecánico, no sabemos en qué escuela de Jurisprudencia
nació la clasificación de los derechos en grandes y pequeños; enormes y
diminutos. Para nosotros lo que hay de enorme es: la insensatez de aplicar
el compás a puros conceptos, que solo expresan una relación moral acerca

La conducta de Roma en el uso que ha hecho de tribunal de la inquisición, es la mejor apología de


Catolicismo contra los que se empeñan en tildarle de bárbaro y sanguinario. Y a la verdad, ¿qué
tiene que ver el Catolicismo con la severidad destemplada que pudo desplegarse en este o aquel
lugar, a impulsos de la situación extraordinaria de razas rivales de los peligros que amenazaban a
una de ellas, o del interés que pudieron tener los reyes en consolidar la tranquilidad de sus Estados
y poner fuera de riesgo sus conquistas? (Protestantismo p. 415 ed.1852)

INSTITUTO PACÍFICO 53
NICANOR TEJERINA

de un medio material; y que por la naturaleza de este cuando más, pueden


ser de mayor o menor importancia. El derecho de Soberanía, dice: se divide
en Ejecutivo, Legislativo y Judicial: cosa que tampoco comprendemos, ni
aun cuando se apele al arbitrio de decir; que se ha de entender en el mero
ejercicio. Como derecho es la relación entre seres racionales acerca de un
medio exterior requerido por la naturaleza del uno y suministrado por el otro,
se deduce, que solo dónde están esos caracteres hay derecho; y que, por
tanto, si los miembros de esos poderes tienen títulos en sí sus actos produ-
cirán obligación, sino no; pues la ciencia no reconoce derechos en comisión.
Por tanto, si la Soberanía es derecho, como este es indivisible en sí, no hay
más de un poder; y no como quiera, sino compuesta por una sola individua-
lidad. Y si la soberanía es divisible, sus componentes deben ser otros tantos
derechos, puesto que no pueden ser fracciones de uno, cual del Autor. Y no
podemos detenernos aquí, sino que, como el derecho judicial, por ejemplo,
no se puede ejercer por una sola persona, habrá que seguir fracturando el
derecho primitivo en porciones para cada miembro según la importancia de
sus funciones ¿Ha salido jamás a luz sistema más extravagante? ¿Y de qué
tamaño, según eso, vendrá a ser el derecho de un Escribano de Diligencias?

Réstanos solo examinar los derechos posibles e imposibles. Como


era tan violento exigir de la Sociedad una simple sumisión a aquellos seres
privilegiados, llamados por naturaleza a su régimen, cuidó de disfrazar la
repugnancia del tósigo con la dorada apariencia, de que la obediencia era
condición indispensable para el ejercicio de la Soberanía. De modo que si la
sociedad no se somete, añade candorosamente, como no hay derechos im-
posibles, la Soberanía no existe. Una cosa es que un derecho exista entor-
pecida su satisfacción; y otra que porque se impida la aplicación del objeto
a que se refiere, se concluya denegando el derecho en sí mismo. De la idea
del Autor, de que no existe el derecho en ese caso, porque no se halle expe-
dita la aplicación, puede concluirse, que en lo absoluto hay derechos; puesto
que recayendo aquellos como condición esencial sobre actos de libre albe-
drío, está a merced de la inconstancia humana resistir toda obligación, y con
su burla borrar toda idea de justicia: y esto es monstruoso. Lo que la ciencia
enseña es, que el derecho como emanación de la naturaleza existe contra
la injusticia a los hechos que le violan. También corrobora esta, que como el
derecho autoriza la fuerza cuando es indispensable o para llenar el nuestro
sin trasgredir el ajeno; y aun sin esto, para salvarle de ataques arbitrarios, la
Soberanía, existiendo como todo derecho solo por los caracteres individua-
les del Soberano, resulta que: l.° No hay para que tomar en consideración
la buena o mala voluntad de las personas a quienes se refiere; como en el

54 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

de propiedad, que basta evidenciarse para surtir pleno efecto: 2.° Que así
como este autoriza la fuerza contra el incendiario por ej.; así también aquel
la justificaría: y a ser cierta tan extravagante paradoja, el Soberano, una
vez en la conciencia de tal, podría, aun empleando un poder extraño, hacer
doblar toda cerviz y jurar vasallaje a sus afortunados súbditos. Lo cual ca-
rece hasta de nombre. Los corolarios aducidos para arrancar el tal derecho
de mandar son, pues, tan absurdos, como las suposiciones indispensables
para explicar por él la organización social12.

Estrechado el Orador como propalador de una doctrina nueva y en alto


grado subversiva de la dignidad humana, después de mil ensayos, trató
como hoy de refugiarse en la autoridad de la Iglesia; no reparando en es-
tampar, en el prólogo del opúsculo publicado sobre el tema, que tarde se
había conocido que sus doctrinas eran las de la Iglesia; y concluyendo por
rogar a Dios, que diese luz a los ciegos para que dieran la verdad. Y estos
son hechos de ayer, y para deferir ciego a esa autoridad hoy habrá que de-
vorar antes absurdos cuya sola lectura irrita; cuando no por otra cosa, por la
supina ignorancia que suponen en los lectores muy afortunados, en verdad,
entonces de su ceguedad, para no ser ofuscados por los vivos destellos de
tan sublimes arranques.

XVII
INDUCCIÓN DEL COMÚN

Al analizar la tesis del Sr. Corpancho, trazamos rápidamente la marcha


del patíbulo según las diversas edades; en que las ideas jurídicas han tenido
cada vez una base de aplicación más y más perfecta en las instituciones.
También, echando mano de un argumento práctico; y por tanto, incontesta-
ble, probamos, que los deificadores del verdugo, al abrogarle totalmente en
los delitos políticos, son los primeros en dar al traste con el argumento del
sentido común. De todo lo que nace, o que por falsa apreciación caen en la
inconsecuencia; o que arrastrados por un candor infantil, esgrimieron desa-
piadados una espada de dos filos,

12 Continuando el desarrollo de la teoría. resulta, que solo la monarquía es de razón. Si la Soberanía


es derecho; y si derecho expresa la relación de una necesidad y un medio etc. mientras subsista
el título (lo donde el derecho nace, subsiste este mismo: si la capacidad es el origen del derecho
al poder, mientras esta subsista también subsistirá aquel: y como las facultades en el orden natu-
ral tienden a una órbita cada vez mayor lejos de desaparecer, no hay como renovar o destituir al
mandatario mientras no degenere. Para explicar la alternabilidad del mando, reconocida como in-
dispensable aun en las monarquías con excepción de solo el monarca, se acudirá a que el derecho
no se complementa sino con la voluntad popular al reconocimiento, cuyo efugio ya glosamos.

INSTITUTO PACÍFICO 55
NICANOR TEJERINA

XVIII
INFAMIA DEL VERDUGO

“El verdugo, se dijo, no es infame por su oficio, sino porque siempre lo


ejerce en castigo de algún delito. Además, sobre el verdugo está el Juez; y
sobre éste la Ley; y la ley se acata y el juez se reverencia y solo se abomina
al verdugo. “¿Cómo explicar esto?”

Si la Sociedad no tuviera conciencia de la infamia del verdugo lo que


debía suceder era, que su empleo se había de dar en premio de la virtud,
como todo lo que la Sociedad realza o enaltece: pero precisamente por-
que lo considera una misión ruin y de perpetuo vilipendio, la sanciona como
expiatoria. La explicación al ojo más vulgar, lejos de apoyar las ideas del
Orador, las condena: y aun cuando por un momento no se asienta en ello, la
cuestión en todo caso no está resuelta sino pospuesta en esta otra ¿Lo que
la Sociedad designa como pena ennoblece o deprime?

Además, si la opinión contra el verdugo no pasase de aquellas que


existen contra ciertos oficios, podría arrumbarse sin escrúpulo; pero un he-
cho que corrobora la sanción universal; un hecho repetido en la Legislación
de todas las Naciones; un hecho en fin que lleva el sello indeleble de la
Iglesia Católica declarando al verdugo indigno de las funciones sagradas13[g]
no puede menos de expresar un estado excepcional; en que concurren ele-
mentos más dignos de atención, que las pobrísimas causales en que quiso
estribarle el Orador.

Ahora, ya casi no necesita explicación la segunda parte.- A la ley y al


juez que la aplica se veneran por la entidad que representan: por la Justicia
que les da el ser, y que en sí misma es augusta y de profundo respeto; por-
que en última síntesis es Dios. Pero está muy errado el que suponga que el
acatamiento venga de actos como el de condenar a muerte estos, como ra-
rísimos, pasan desapercibidos al lado de funciones tan múltiples y de tanto
bien procomunal. Un Código o un Juez que no tuviera otra misión que la de
exterminar a sus semejantes, sean cuales fueren las causales o protestos,
sería tan despreciable y execrado como el mismo verdugo. Últimamente; la

13[g] Irregularidad por defecto de fama. 3. ° Por una profesion ú oficio que según el Derecho infuma a
los que lo ejercen v. y gr. los verdugos etc. Donoso. T. 3. ° p. 343-1858.

56 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Sociedad, al cargar recia la mano sobre el verdugo, ha obrado con pleno


acierto. Leyes indignas de su nombre; mandatos bárbaros hay tantos, que
su única, su constante pena no es sino el más cumplido menosprecio: apli-
carlas sin reparos, traducirlas a los hechos por monstruosos que en sí sean,
es lo que merece algo unas que un frio desdén.

XIX
CAÍN Y EL CADALSO

El primer asesino fue también el primer sancionador de la pena capital;


luego estaba en la conciencia del género humana desde entonces, que el
que mata debe morir.

La Penalidad es una idea innata: concebimos por mera intuición de tal


modo que el delito debe reprimirse, que el aserto contrario nos horrorizaría
sin el menor análisis a su sola enunciación. La nulidad debió pues comenzar
y comenzó en efecto con el hombre, como una de las ideas fundamentales
o constitutivas de su razón. El primer eslabón de la cadena se halla no en
Caín sino en Adán, al huir acongojado de la presencia de Dios, después de
gustar la fatal manzana.

También es otra verdad, que las Sociedades en su infancia, más o me-


nos exentas de ideas jurídicas, al ensayar en su rudeza la penalidad, echa-
ron mano del talión como de la verdad más inmediata: mas, en su marcha
progresiva así intelectual como moral, fueron siempre cada vez más solici-
tas en dar de mano a un principio que tanto en teoría como en la práctica
llevaba tras sí una nulidad incontestable. Este es el orden no solo filosofo
histórico de la Legislación, sino también el que consigna en sus augustas
páginas la Escritura Sagrada; sancionándole en la antigua ley y condenán-
dole sin reserva en la nueva.

La sentencia de Caín ante estas dos bases incontestables, no expresa


la menor novedad: es un mero corroborante de las ideas primitivas de pena-
lidad y talión: expresa un hecho más general que el que se quiso apoyar: y
finalmente, bien apreciado no es sino una inconsecuencia más del Orador,

INSTITUTO PACÍFICO 57
NICANOR TEJERINA

cuando condensado antes en toda forma el talión pretende ahora rehabilitar-


le indirectamente, cabalmente en, su más espantosa aplicación.14

14 Talión. Era muy natural que los pueblos en su infancia estableciesen la pena del talión, ya por ser
la que más fácilmente ocurre a la imaginación, ya porque estaba todavía fuera de su alcance la
justa proporción que debe haber entre los delitos y las penas, pero luego la fueron abandonando
casi enteramente, viendo con el tiempo que en unos casos es absurda en otros dispendiosa, y en
muchos perjudicial al Estado. Sería con efecto absurda en el adulterio, el rapto, la violación y otros
delitos: sería o podría ser dispendiosa en las heridas o golpes; pues podría hacerse al ofensor ma-
yor mal que el que este había hecho al ofendido, y dejaría por consiguiente de ser talión: seria por
fin daños al Estado en la mutilación, pues privaría de los medios de subsistir al delincuente, quien;
vendría a ser una carga de la Sociedad. Escriche p. 155, edición de 1858.

58 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

CAPÍTULO III
La pena de muerte ante el DERECHO

Fenómeno histórico de la Ciencia Penal— Inconvenientes Prácticos—


Principios jurídicos condenatorios del cadalso—Objeciones contestadas—
Idea de Pena—Cualidades esenciales y Calidad—personalidad—Igual-
dad—Divisibilidad—Analogía—Publicidad— Ejemplarizacion—Instrucción
Reforma—Tranquilización—Popularidad y Remisión—El patíbulo ante cada
uno de esos caracteres. Se contesta las observaciones de los señores Vi-
llarán y Heros—Nuevos absurdos del señor Herrera, vistos para creídos—
La Prisión reúne todos los caracteres de la ciencia penal en los castigos—
Único punto para conciliar las doctrinas filosóficas y los intereses materiales
o externos.

XX

Los que rechazan la abolición del cadalso como ridícula novedad, de-
bieran ir mas lejos en sus asertos; debieran condenar de una en una todas
las verdades de la ciencia penal, una vez que la sublimidad de su ense-
ñanza no data sino de ayer: y obrando por analogía no hay obstáculo para
dar de mano a toda consecuencia, tan solo porque unas hayan precedido a
otras en las Instituciones. Y la verdad, los regímenes preventivos y correc-
cionales, las penitenciarías, y todo ese mundo de elementos que la ciencia
ha traído a la vida práctica de las sociedades imprimiendo nueva faz a, la
Legislación, ¿son, acaso, de los tiempos de Pericles y Solón? ¿No es esta
cabalmente la cuestión de los criminalistas al considerar el desarrollo de la
ciencia? ¿Cómo es, no se han dicho, que siendo el crimen tan, antiguo como
el mundo y de tormento perpetuo para la sociedad, el Derecho Penal es de
ayer? ¿Cómo los legisladores Griegos, y Romanos, legando en lo civil mo-
numentos inmortales de legislación, nada digno sancionaron en lo criminal?
Dos causas han ensayado como origen de tan remarcable fenómeno. La
absorción absoluta del individuo ante la Sociedad de entonces, que hacía

INSTITUTO PACÍFICO 59
NICANOR TEJERINA

aparecer su suerte ante esta como indigna de toda atención; por manera
que, al más leve choque, aquel había de ser pulverizado: 2ª . La condición
misma de los delincuentes, a quienes por sus actos se les vió como indignos
de toda consideración; tratándose más bien de su desaparición é impotencia
que de su bienestar en armonía con el Derecho Social.

Tomando, pues, por base la historia, toda la violenta declamación de los


terroristas no viene a significar, sino que no poseen los elementos bastantes
para decidir la materia en cuestión; y que, por tanto, su incompetencia es
radical.

El mismo hecho histórico del atraso del Derecho Penal, sirve para ex-
plicar los graves embarazos en la aplicación de sus doctrinas especulativas,
en toda sociedad donde por carencia de elementos no hayan antes alcan-
zado el lleno debido las de aplicación material: inconvenientes que son el
mas fuerte apoyo de los enemigos de la Reforma. Y a la verdad, que en so-
ciedades como la nuestra, desprovista de medios correccionales; expuesta
a continuos sacudimientos y emergencias, y donde todo marche en revuelto
turbión, el argumento de la oportunidad es grave. Pero, sino se ha de acla-
mar como límite del perfeccionamiento, la “inamovilidad”, de la degradación
asiática; sino se ha de condenar a las sociedades a un perpetuo statu quo
que desdiga las miras de la Providencia; si sus instituciones en fin han de
partir de principios absolutos y de sucesiva aplicación y ensanche en la vida
social, habrá que tomarlos por única norma; y condenar como clásica insen-
satez el sistema, de partir de los hechos a las ideas, en vez de aclamaren
alto estas y preparar con infatigable afán los elementos cuya carencia pugna
a su aplicación. El argumento, pues, de la oportunidad desaparecer ante los
principios que se pretende dar de mano; sobretodo, estando reconocidos
como verdades incontestables.

Mas, volviendo a nuestro propósito, contraigámonos a analizar el cadal-


so ante la Jurisprudencia Filosófica y Criminal.

La idea del derecho embebe como caracteres esenciales, la relación


entre dos personalidades acerca de un medio exterior, requerido por el fin
de la una y al alcance de la otra. La esfera jurídica es, pues, la misma delas
necesidades racionales; la de las exigencias de la personalidad humana
para alcanzar, sus fines sobre la tierra; y mediante estos, los del orden ab-
soluto cuya síntesis es Dios. Ahora bien, a pena capital que paralizando
súbitamente la existencia del ser es una absoluta abrogación de todo fin hu-

60 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

mano ¿cómo podrá ser jamás racional, ser jurídica? ¿De dónde tan mons-
truosa facultad en el poder? Si este es un derecho nacido de la necesidad
de conservación, como dicen los terroristas, será muy extraño derecho, una
vez que no cabe en los caracteres absolutos, inherentes a todo otro; y para
dejarle en pie será del todo indispensable trastrocar las mismas bases de la
razón humana. Desde que el derecho envuelve una relación forzosa entre
dos personas, no se puede concebir título o facultad de exigir en la una, sin
que al propio tiempo haya obligación de parte de la otra. ¿Y en qué situa-
ción imaginable está el hombre en el deber de dejarse matar? La idea fun-
damental del derecho no puede, pues, complementarse; y cuando menos
habrá que reconocer, que si el patíbulo no es injusto tampoco entra en su
esencia la idea de la justicia. Pero, como no solo es un hecho extraño a la
Justicia humana, sino la conculcación de todos sus fines; porque haciendo
del hombre, sujeto del derecho, puro objeto o instrumento pretende nivelarlo
en su entidad sagrada a las acciones o cosas materiales sobre que aquel
legítimamente recae, sus caracteres son a toda luz monstruosos.

Se dirá entonces, que la injusticia del cadalso es el anatema de toda


violación de la vida humana, como la guerra y aun la defensa personal: de lo
que resultará, que todo ha de quedar a merced del más atrevido o esforza-
do. Y sutilizando mas el tema, no faltará quien repita, que si la decapitación
es injusta por violar el derecho de vida, habrá que dar de mano a toda pena
hasta la simple prisión, porque cuarta algún derecho, como el de libertad
&a.15

Al primer argumento contestaremos distinguiendo entre actos justos y


lícitos o justificables. Como la esfera de la justicia es la de los actos re-
ferentes al destino humano, es claro que los que no tengan por objeto la
satisfacción de sus necesidades así morales como físicas, no deben llevar
el calificativo de justas o injustas, como extraña a su esencia. Según esto,
entre esos hechos habrá que hacer la distinción de injustos para los prime-
ros: extrajurídicos, o mero lícitos para los segundos. Así, la solución o pago
es justo, porque el acreedor alcanza en él, el fin racional que aseguro en su
estipulación; la pena capital es injusta, porque implica nada menos que la
abrogación de todo fin humano: la defensa extrajurídica o permitida en cier-

15 “El hombre, se ha dicho, es un ser nobilísimo. No se le puede degradar empleándolo como “medios,
para producir escarmiento con su muerte. ¡Verdad! Pues sino se le puede quitar la vida para que su
cadáver sirva de escarmiento, tampoco se le podrá encerrar en la Penitenciaría para que su persona
aprisionada sirva de escarmiento”. Discurso del Señor Herrera.

INSTITUTO PACÍFICO 61
NICANOR TEJERINA

tos casos, porque, por las circunstancias respectivas de agresor y agredido,


se colocan fuera de la esfera jurídica, según lo evidenciamos.

La más perfecta aplicación del derecho y la decapitación como garan-


tía social, son dos esferas prácticas de acción, mutuamente limitadas: todo
ensanche en la 1.ª será una limitación en la 2.ª : y si se admite, como no se
puede dejar de admitir, el lleno apetecido en aquel, se habrá de consentir en
la supresión total de la segunda Si las sociedades en circunstancias espe-
ciales, por ignorancia o carencia de medios, no pueden garantirse así mis-
mas contra las asechanzas del criminal, el peligro de su existencia es conti-
nuo; se hallan en el caso de la justa defensa, y la muerte de aquel aparece
justificable (no justa) como cubierta por un fin mas elevado, cuyos contornos
dejamos descritos. Esta es la enseñanza filosófica; la síntesis histórica y el
termómetro de la legislación criminal.

Respecto al 2.° argumento, si por pena se ha de entender la acción


social consiguiente a. un delito para precaver su reincidencia, se tendrá que
admitir en ellas, entre otros caracteres, la limitación transitoria en el uso
de nuestros derechos. La multa por ejemplo, restringe la facultad de dis-
poner de lo nuestro con una parcial expropiación; la prisión coarta un tanto
la libertad física, &. Mas, como se ve, no hay en ninguna, ni con mucho los
caracteres definitivos de la pena capital. La multa, aplicada hasta reducir al
individuo a la mendicidad, seria injusta: la prisión, paralizando el uso de la
libertad no solo física, sino también intelectual y moral, [se entiende, en sus
usos externos] seria así mismo injusta, porque conspiraría a la degradación
del reo. Y sino es dado admitir en toda pena el despojo de ningún derecho
especial ¿cómo la razón consentirá jamás en la decapitación, que arran-
ca de cuajo la base de todos?... ¿Han gastado un solo instante en formar
concepto de la materia, los que establecieron tal paridad?

Ventilada la cuestión en el terreno puramente filosófico, pasemos al


derecho penal.

XXI
Pena, decían los antiguos tratadistas, es un mal que la ley hace al delin-
cuente por el mal que la ley hace al delincuente por el mal que él ha hecho
con su delito. La pena, pues, produce un mal lo mismo que el delito; pero

62 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

el delito produce más mal que bien y la pena al contrario más bien que
mal.16[k]

Esta sola definición, nada menos que sobre la base de la legislación


criminal, probaría por si sola la tardía marcha de la ciencia. Ella ofrecería
también la clave de tantas aberraciones como han ofrecido todos aquellos
que, sin conocimiento el menor de los adelantos de la época, se esfuerzan
aún en resolver el problema social sin otra base que las doctrinas de antaño.
En esa definición, la idea de la penalidad aparece mutilada, desde que en
la punición solo se trata de asegurar el derecho social, abrogando absolu-
tamente el derecho individual. El Ostracismo griego y la abyección asiática,
que reconocen por origen la absoluta absorción del individualismo por la
sociedad, debe, al parecer de sus autores, personificar el sublime de las
aspiraciones humanas.

La ciencia moderna ha señalado un origen más filosófico o elevado


al derecho de penar: ella, partiendo de las ideas fundamentales de la ju-
risprudencia, presenta la pena como la reivindicación de un derecho y el
cumplimiento de otro; como el saneamiento del derecho social, y el lleno, del
individual. Bajo del primer aspecto, conspira con todo afán a cubrir a la co-
munidad de toda lesión por parte del criminal: bajo del 2.° tiende a levantar
a este de la degradación moral que siempre precede y engendra el delito. El
bien universal constituye el blanco de sus esfuerzos regeneradores.

Siendo el Derecho tan sagrado en el individuo como en la sociedad, se


deduce, que es injusta toda prescripción que conculque el uno en bien del
otro: y por tanto, el carácter matriz de las penas es el de justas. Por otra par-
te, como la Moral, por ser la regla universal de nuestros deberes, tiene una
esfera de acción mayor que la Justicia (que solo se refiere a nuestras obli-
gaciones para con los demás) podría muy bien una pena, sin ser injusta, ser
inmoral: mas, como el imperio de la moralidad es absoluto, no se puede en
lo más remoto dar de mano a sus preceptos sin flagrante ofensa de la Divini-
dad. Las penas, pues, han de ser no solo justas sino también morales: y así
todas aquellas que conspiran a la degradación del reo, como la de azotes,
pública exposición &., conculcan su propio fin y merecen perpetuo anatema.

De la idea esencial de delito fluye también la consecuencia, de que las


penas han de ser directamente personales; esto es, no se han de extender

16[k] Escriche p. 1400

INSTITUTO PACÍFICO 63
NICANOR TEJERINA

sino a los culpables; pues su aplicación no tendría el menor justificativo para


toda otra persona que no sea el instrumento inmediato o mediato del mal.
Como observa el señor Pacheco, a pesar de ser esta una verdad inconcusa
en todo tiempo, la legislación de muchos países la ha contravenido con es-
cándalo. Entre nosotros mismos, no ha mucho que se abolió la confiscación;
y la Nación es aún responsable por fuertes expropiaciones bajo la sombra
de Secuestros. Y remontándonos algo más, la legislación española nos su-
ministra abundante copia de reales ordenes, imponiendo a tal o cual familia
despojo de derechos o gravámenes expoliativos, en castigo de algún acto
de sus antepasados, en el que, por tanto, no les cupo participación.

La idea del Derecho excluye la de privilegio; porque no reconociendo


por base otro hecho que la naturaleza, doquiera que esta no hace sentir su
imperio, la voluntad se cree desligada en lo absoluto. La ley, pues, que no
es sino la expresión social del derecho, no puede estatuir sino la igualdad;
como está reconocido sin disputa en el orden civil. Mas como la igualdad
penal arranca de las mismas bases que aquella, será injusto un Código Cri-
minal que en lo menor la menoscabe. Las penas pues, han de ser iguales
para no ser injustas: y por tanto, ciertas disposiciones de las Partidas que
condenaban por el mismo crimen al plebeyo al garrote vil como infamante;
y al noble a ser arcabucero como menos rodeado de vilipendio, constituyen
clásica aberración.

Por otra parte, como los delitos son tan diversos en sí mismos, y aún
supuestos iguales, la participación criminal constituye tan diversa responsa-
bilidad, las penas correlativas, para no embeber monstruosa desigualdad,
dado que se aplicasen sin distinción a todos los casos, tienen que recorrer
diversos grados de entidad o función. Y no se diga que la gradación podía
establecerse con penas de distinta, naturaleza, porque una de las condicio-
nes de su eficacia es la de analogía con el delito.

En efecto, la analogía es, no solo un instinto de todos los pueblos al en-


sayar la penalidad, sino también, una condición llamada a imprimir un efecto
más duradero, así en el ánimo del criminal como en el de toda la comunidad.
Por tanto, siempre que este carácter sea conciliable con los principios de
justicia universal, será de acierto en manos del Legislador. Y la analogía ha
de subordinarse a los principios del Derecho; porque en su expresión más
absoluta es la personificación de la injusticia; la síntesis de todas las violen-
cias que en sí reasume la voz talión.

64 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Como regla de aplicación distinguen los criminalistas la analogía en in-


trínseca o racional y extrínseca o material. La pérdida de la ciudadanía como
castigo del abuso de sus fueros o derechos es de la 1.ª clase: la mutilación
del falsificador de la 2.ª . En la 1.ª se corta en su raíz el poder de dañar: en
la 2.ª se reprime en el mero instrumento o materialidad de la ejecución.

De los fines de la pena, cuales son: garantir el Derecho Social y mora-


lizar al delincuente, nace el carácter de ejemplar. Cuanto más solemne sea
su aplicación, tanto mas profunda será la huella que se imprima en el ánimo
de todos aquellos que pudieran lanzarse en la senda del crimen. Y por esto,
todo esfuerzo para revestir el castigo de la mayor solemnidad; haciendo
aparecer a la ley como de una fuerza invencible, igual ante toda individua-
lidad y rodeada del respeto mas profundo, está llamada al resultado más
provechoso en bien de la sociedad. Por este mismo, aquel sistema de penas
secreto, inquisitorial, y como rehuyendo de toda mirada. No puede menos
de personificar las violencias, los esfuerzos postreros del obscurantismo y
la esclavitud.

Por análogas consideraciones, la pena ha de ser “instructiva.” Ha de


señorear el orden de las ideas personificando, los principios del bien y de la
justicia; a fin de no arrastrar tras si el desprestigio; y en breve una absoluta
nulidad. También, ha de presentar a la muchedumbre su terrible realidad
como solemne monición al bueno y espectro vengador del malo.

Las penas han de ser así mismo reformadoras: y en este solo requisito
estriba la profunda diferencia entre las doctrinas criminalistas de la época y
las de la antigüedad.

Este es, dice el señor Pacheco, uno de los distintivos mas notables que
nos separan de los pasados siglos: porque en aquellos tiempos y hasta
muy cerca de nuestra edad, jamás había ocurrido que la pena pudiera ser
elemento de reforma, cuando ahora es esta una de las ideas más capita-
les, más extendidas y que mas preocupan a cuantos hombres de estado
y filósofos están consagrados a tales estudios. En vez de empeñarnos en
destruir, en suprimir, en aniquilar, que era la idea fundamental de ¿otras
veces, nos empeñamos hoy en corregir y reformar a los criminales, para
que cumplidas sus condenas vuelvan a ser miembros útiles del Estado

Y esto no puede menos de ser así. Desde que la pena implica una
tormentosa limitación, en el uso de nuestros derechos, no tiene justificativo

INSTITUTO PACÍFICO 65
NICANOR TEJERINA

sino hasta donde es indispensable para garantir el derecho social: y como la


amenaza constante nace de la degradación moral del reo, se ha de extirpar
el mal en su propia raíz. Mas, la reforma del delincuente no solo reconoce
esa causal, sino también estriba en el mismo derecho del criminal para con
la sociedad, a fin de que esta le rodea de todo medio conducente a su reva-
lidación, del todo inasequible sin su auxilio.

Se deduce también del objeto de la pena, que ha de ser tranquilizadora.


El crimen no solo es un ataque al ser contra quien inmediatamente se dirige,
sino también una infracción de derecho social e inmediato y eficaz estímulo
para que se lancen tras el ejemplo todos aquellos quienes tan solo la pers-
pectiva del castigo pueda refrenar. Así, pues, doquiera, tras el escándalo de
un atentado, ha seguido el mayor afán para ahogar en su origen el mal. Mas,
en este ciego instinto no se conoció al principio el menor límite; al paso que,
a medida que han avanzado las ideas jurídicas [y en especial las penales] la
represión ha sido cada vez más humana. Si por una parte la mayor eficacia
garantizaba de toda alarma social, por otra era indispensable conciliar el
derecho público con el privado, para no trasgredir la justicia.

Otro carácter de las penas es el de populares. La impopularidad de las


penas inutilizaría su objeto tanto individual como socialmente. Individual-
mente, porque desde que pugnase contra las ideas y sentimientos genera-
les, la aplicación sería cada vez mas difícil hasta su absoluta desaparición. Y
socialmente porque el castigo entonces aparecería, no como la encarnación
de la justicia, sino como flagrante expoliación, que destruiría de uno en uno
todos los efectos de la pena; como el escarmiento &. Las penas de azotes,
confiscación, mutilación, marca &a., no son sino el reverso de las doctrinas
que inculcamos.

Por último, las penas han de ser remisibles y reparables. Por que no
aplicándose sino por resultado de procedimientos o comprobaciones más o
menos seguros en sus resultados, son muy pocos los casos en que se llega
a un término incontrovertible. Y la indagación es cabalmente tanto más difícil
cuanto mayor es la responsabilidad criminal; y por tanto, mayor también la
pena que le va adherida. Para no sancionar sin remisión la injusticia y hollar
la majestad de la ley, cuando posteriores esclarecimientos viniesen a evi-
denciar la inocencia del supuesto criminal, las penas deben, pues, embeber
ese carácter.

66 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Las penas, pues, siguiendo siempre las doctrinas del señor Pacheco,
como condiciones sine qua non deben ser morales, personales, iguales y
divisibles17[i]: y como en extremo apetecibles y de grandioso resultado en la
extirpación del crimen, las de análogas, públicas, ejemplares, instructivas,
reformadoras, tranquilizadoras, populares, reparables y remisibles.

Hemos desarrollado hasta el fin este tesoro análisis: 19 por que tra-
tándose de la inviolabilidad de la vida, base de todo goce terreno, se hace
indispensable considerar la materia en cada una de sus fases: 2° porque
cuando los señores Representantes de la Reforma se han permitido lan-
zar tan amargas recriminaciones sobre doctrinas que desconocen, se de
nuestro deber inculcar la verdad en toda su plenitud: y 3.° porque el ilustre
criminalista español señor Pacheco se esfuerza en sostener la pena capital.

Presentado el programa general de las penas, pasemos a considerar


de uno en uno esos caracteres en la de muerte.

XXII

Entre todos los caracteres que la ciencia señala a las penas, los únicos
que reúne la de muerte son los de personal, igual, pública, ejemplar y tran-
quilizadora: los otros aparecen conculcados de uno en uno, con flagrante
iniciación de las doctrinas bosquejadas.

Moral. Según las ideas que hemos inculcado de moral y justicia, todo
acto refractario de la 2. ° lo es también de la 1.° como que la esfera de acción
de esta no es sino parte concéntrica de aquella. Y habiendo demostrado la
injusticia del patíbulo, queda por tanto demostrada también su inmoralidad.

Personal. La pena capital es personal si realmente recae sobre el ase-


sino; mas por de contado, sino, no. En esta pena todo está pronunciado con
una sola palabra; y como el procedimiento judicial por escrupuloso que se
suponga puede conducir a un falso resultado: la aplicación entonces ese
monstruoso sacrificio de la inocencia no tiene reparo imaginable, cual en la
prisión, multa &. Y que estas no son meras abstracciones, muéstralo bastan-
te el histórico proceso de Juan Calas, ejecutado como infanticida en 1782;
y declarado inocente tres años después por los mismos tribunales: y el de
José Lesurques, condenado como asesino del Correo de Lyon, por la de-

17[i] El señor Pacheco vió en la necesidad [contra las doctrinas de toda su obra] de colocar en el segundo
orden, la calidad de “reformadora”, como indispensable a su anhelo de sostener el patíbulo.

INSTITUTO PACÍFICO 67
NICANOR TEJERINA

posición de cuatro testigos de buena fe; robándose después, que ni conoci-


miento tuvo del inicuo plan. Este hecho aconteció en 1,794; y tubo origen en
la extrema semejanza entre la víctima y el infame asesino.

Además, la pena de muerte se reviste de tales caracteres, que es in-


dispensable produzca una mancha más indeleble en la familia del ejecutado
que la de prisión &a.

Igual. Como la muerte es el mal supremo en el orden humano, su terri-


ble realidad pesa por igual sobre todos. Sin embargo, aún en este carácter
caben las mismas reflexiones que en el precedente de Personal.

Divisible. Esta cualidad tampoco realiza la decapitación, por lo mismo


de ser igual o incapaz de fraccionarse. Y de aquí resulta que su aplicación
sea la misma en los casos del primer homicidio y en el del asesino contu-
maz. Esto en cuanto al homicidio; que en cuanto a los otros crímenes a
que le proponen los señores de la Comisión de Reforma, la incongruencia
aparece mayor; como delitos que entre si no tienen analogía y que, a toda
luz, presentan tan distinta criminalidad En la prisión si es asequible la pro-
porcionalidad; porque puede agravarse en razón del tiempo y de la forma.

Análoga. La pena que combatimos es análoga en el caso del homi-


cidio; pero no en el de incendio y en el de tantos otros á, que en diversas
épocas ha servido de sanción. Además, aún en la misma analogía que le
confesamos, está equidistante del talión y de la regla de eficacia penal; y
al prescindir de su primer lisonjero aspecto para entrar en el análisis de las
ideas; fundamentales de justicia, la mente no puede menos de lanzar sobre
su deforme armazón el mismo anatema que sobre aquel.

Pública. Como este carácter no depende de la pena en sí misma sino


de los encargados de su aplicación, puede creerse que no hay punto de
comparación para con las demás penas. Pero si se atiende a que como
condición social es un freno contra injustas aplicaciones, la prisión que no
se consuma en un solo instante, y que permite a la víctima alzar su voz y
pedir reparación, aparece como inmensamente superior a aquella. Por esa
misma razón, de prolongarse en el tiempo, se hace el ejemplo palpable a un
número mayor de individuos.

68 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

Y en el primer aspecto, es tanto más digna de aprecio [la prisión] cuento


que las ejecuciones abreviadas en épocas de convulsión y alarma son mu-
chas entre nosotros, como en Conuco.

Ejemplar. Inútil nos parece repetir aquí cuanto dejamos dicho tanto so-
bre la eficacia de las ejecuciones como sobre su justicia. Con todo, como
corroborante de nuestra buena fe, permítasenos una postrera observación.
¿Quién hace recuento hoy de las muchas ejecuciones por homicidio con-
sumadas después de la Independencia, dado que todas fueron indispensa-
bles?... Pocos, muy pocos ‒Intertanto‒ ¿Quién se atrevería a alzar su voz
para revalidar el cadalso político? ¿Convendría en ello el señor Corpancho,
no obstante su tema de estar vigente en los Estados Unidos? ‒No, por cier-
to‒. ¿Y cómo mira la opinión tantos fusilamientos sino como atroces violen-
cias, inútiles además? Y sin embargo, ¿no están siempre vivas como llagas
en la conciencia nacional, todas aquellas piras que inflamará la tea fratrici-
da? ...¿Los nombres de Valle Riestra, Salaverry, Fernandini, Boza, Lastres
y Berasteguí no están en boca de todo el mundo? ¿Cómo explicar este fe-
nómeno? ¿Cómo la justicia no sobrevive en la mente popular, y si lo que fue
injusto, en sentir universal? ¿Dónde la edificación, la perdurable enseñanza
que proclaman como indispensable para la salvación social, los panegiristas
del verdugo? ¿No está allí de manifiesto, que las causas que gravan los
hechos en la conciencia de las masas son de muy distinta naturaleza?

Instructiva. La enseñanza que pueda dejar tras sí una ejecución depen-


derá absolutamente de la apreciación que el pueblo haga del hecho, según
sus ideas en el particular. Según los principios jurídicos: su recta o falsa pro-
fesión, así se mirará tan terrible sacrificio, o como una abrogación de toda
idea o como un recurso extremamente penoso en la marcha de la Sociedad.

Reformadora. La pena capital conculca en lo absoluto este carácter de


las penas; sobre el que cabalmente descansa todo el edificio de la ciencia
moderna.

Esta diferencia, dice el señor Pacheco, es la más capital que pueda con-
cebirse: entre la pena de muerte y cualquiera otra, por destructora y per-
sonal que la supongamos, media siempre como un abismo la existencia,
conservada en unas, al paso que pérdida en la otra.

En otra parte añade:

INSTITUTO PACÍFICO 69
NICANOR TEJERINA

La cualidad que en vano buscaríamos en esta pena, es la de reformadora


o correctiva. La muerte acaba con el reo y ni le mejora ni le deprava. Fal-
ta, pues, sin duda esta condición tan remarcable en las ideas modernas
&. Es un caso el de la muerte, que cuando se acepta, estamos ya persua-
didos de la necesidad de borrar un nombre en la especie humana. No hay
que pensar más en aquel individuo. Y en otro lugar hay gran probabilidad
de que la venidera civilización, apenas use sino de penas reformadoras.

Estas palmarias confesiones del Ilustre Criminalista español, a pesar de


sostener la necesidad del patíbulo, parece deben pesar en la balanza de la
sensatez algo más que las indigestas consejas del señor Herrera.

Tranquilizadora. Este carácter, que parece halagar tanto en la pena que


combatimos, no es tan asequible como pudiera aparecer, si se atiende a
otras circunstancias de nuestra sociedad. Desde luego, en tesis general, y
aplicada esta pena al verdadero criminal, ninguna puede incapacitarle más
completamente para dañar. Pero en nuestro concepto, la alarma constan-
te y esa monstruosa fecundidad de crímenes, no se evitará, tanto con la
enormidad del castigo, cuanto con su inflexible y proporcionada aplicación a
toda acción criminal, sin consideración la menor. Y tan cierto es este, que en
épocas en que ha existido la pena capital, la alarma ha sido más o menos
la misma, desde que no solo las autoridades han favorecido la evasión de
los criminales; sino que también, su inmoralidad ha sido tan rastrera, que no
han reparado en enrolar en sus filas a los mas afamados forajidos, sancio-
nando así sus perversidades.

La prisión como se realiza hoy en Estados Unidos &, y como es dado


aún obtenerse perfeccionando esos sistemas penitenciarios, prestara toda
garantía apetecible contra la reincidencia.

Aquí parece llegado el caso de contestar a los hechos aducidos por los
señores Villarán y Heros, sobre asesinatos en las mismas prisiones, que a
su juicio demuestran la ineficacia de la reclusión. Prescindamos del principio
general que sirve de base o matriz a sus razonamientos, de matar para que
no se maten; porque, para darle de mano solo se necesita ei simple uso
de la razón. Contraigámonos solo a los hechos. El prurito de decidir de la
verdad por lo que pasa en el país, es el tema favorito de nuestros prohom-
bres, y una de las causas de nuestro perpetuo atraso. Creen esos señores
de que, porque en las cárceles del Perú los reos se amontonan y hacinan
sin distinción de sexos ni delitos; y sin que se les sustraiga del contacto con

70 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

personas de afuera, doquiera se ha de presentar la asquerosa mezcolanza


a que aluden, de hombres y mujeres despedazados como fieras enjaula-
das y la profusión de puñales &. con que en horrible frenesí desahogan,
sus feroces instintos. Nosotros como única contestación desearíamos pasar
ante sus ojos la economía o régimen interior de estos presidios; en donde
no solo por el absoluto aislamiento de los criminales se hallan en incapaci-
dad de ningún daño material; pero de influir aún de palabra sobre la índole
de los otros. Entonces solo podrían confesar, como en depósitos de 300 y
más detenidos, solo hay la custodia y dirección de 15 guardianes; y como
ello mediante, se evita la peor consecuencia de nuestro presente sistema
correccional; cual es, de que los enjuiciados por el roce de todo momento
están llamados sucesivamente a nivelarse al más criminal de entre ellos.

Popular. No creemos necesario repetir aquí cuanto expusimos en la pá-


gina 26 vuelta: recuérdese tan solo para decidir de la popularidad del art. 16
de la Carta, cual fue el sentimiento del auditorio al discutirse su abrogación,
y cuántos son los que en toda la Nación han rebatido sin suceso el principio
sacrosanto.

Reparable. ¿Y habrá quien se preste a escucharnos si nos propusié-


ramos evidenciar lo que brilla tanto como la luz? Ciertamente que no. Más,
el señor Herrera, desesperando de poder ofuscar la verdad, quiere salir del
paso con un tosco embrollo.

Pero la muerte‒dice‒ ¿es un mal irreparable? Lo es: ¿y qué hay en ello


de particular? Toda pena es mal irreparable en el mismo sentido a des-
gracia sufrida, sufrida queda. No hay poder para hacer que lo que fue no
haya sido. La pena ha de ser imparable, y en esto consiste su eficacia.”

Que al señor Herrera se le ocurriese llamar reparable la negación del


pasado o de lo que una vez fue; esto es, una imposibilidad metafísica que
sobrepuja, como tal, las facultades de la misma Omnipotencia, es cosa que
no sorprenderá a quien se ha ya tomado el trabajo de descifrar todas las
aberraciones anotadas; pero que para tener en que asentar el pié en su tor-
cido empeño, atribuya tan absurdo sentido a la mente de los criminalistas,
es lo que no podemos otorgarle después de haberlos siquiera leído. Todo
el mundo entiende por pena remisible o reparable, la que es capaz de limi-
tación o desaparición en el tiempo, sin destruir la entidad moral y física del
ser a quien afecta Así, la mutilación es irreparable, porque jamás se pueden
reponer las cosas al punto de partida: la multa es, por el contrario, reparable;

INSTITUTO PACÍFICO 71
NICANOR TEJERINA

porque se puede subsanar, el daño causado con la temporal expropiación.


Y ciertamente, que si por pena irremisible se ha de entender tan solo la que
no puede negarse en su pasada existencia, todas son irreparables e iguales;
al menos, en la no existencia, que supone la abstracción de toda condición
imaginable; en las que tan solo se palpan las diferencias de los seres. Pero
la sensatez universal rechaza con indignación tal cúmulo de vaciedades,
merced al que tan solo se trata de lanzar a un abismo el porvenir y la gloria
de la Nación toda. Quede, pues, asentado: 1.° lo que es pena reparable y lo
que no: 2. ° como la de muerte y otras muy pocas, son del segundo orden:
y 3.° cuanta veleidad y desatino hay en suponer [como lo hace el señor
Herrera engolfado en su metafísica] que la pena ha de ser irreparable para
llamarse eficaz; lo cual no tiene cabida ni aún en el orden de las relaciones
humanas para con Dios.

XXIII

Si después del precedente análisis, pasamos a comparar la prisión con


cada una de las cualidades de las penas, hallaremos su absoluta conformi-
dad con todas ellas; y por tanto, nos veremos conducidos por los principios
más evidentes a admitirla como base incontestable del sistema correccional.

Que la prisión es moral; y que lo es igualmente por parte de la sociedad


y del criminal, no hay como dudarlo. El hombre está obligado a practicar
cuanto coadyuve a, la satisfacción del destino personal y humanitario: en la
reclusión hay el fin primordial de enaltecer o revalidar la menguada índole
del reo, luego tiene este el deber de sometérsele. Por otra parte, como el de-
recho social requiere la incapacidad de toda reincidencia; como la prisión la
previne; y como en la satisfacción de todo deber jurídico se cumple también
con una obligación moral, la sociedad que la ejecuta obra pues, moralmen-
te. Si la prisión legal no fuese otra cosa que el cuadro sombrío de nuestras
cárceles descrito por los señores Villarán y Heros, o el mero preliminar de un
sacrificio horrendo, entonces convendríamos en llamar no solo inmoral, pero
también degradante o infame una reclusión de la que brotan a porfía peores
males que los que por ella se trata de prevenir.

Persona. La prisión, que conforme a nuestras leyes debe aplicarse tan


solo a la persona del reo embebe esta condición. Respecto de los inconve-
nientes en su falsa aplicación por abuso o error, como no se consuma todo
en un instante, como en la de muerte, restituido el hombre a su libertad no
hay que lamentar sino un mal de momento. Y la rectificación es tanto más

72 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

asequible en este caso, cuanto que la misma existencia del reo le habilita
para adelantar sin término todo esclarecimiento.

Igual. Este carácter es incontestable en la prisión sobre reos del mismo


delito; y a quienes, por tanto, la ley ha de asignar el mismo tiempo y forma.

Divisible. Esta circunstancia es la más recomendable en esta pena; por-


que sin disputa puede agravarse voluntad del legislador, hasta el punto de
establecer proporción entre los delitos más leves y los más atroces. Y el
resultado es tanto más asequible, cuanto que aún en igualdad de periodos,
según como la reclusión se efectúe, así será mayor o menor la compurga-
ción del criminal.

Análoga. La idea de analogía no tanto debe implicar la semejanza


material entre el crimen y la pena, cuanto la proporcionalidad o igualdad
intrínseca entre uno y otra. Por esto, hasta el buen sentido reconoce, que en
ciertos delitos cabe ciertos castigos y en otros no. Así, los delitos de Policía
parece bien se castiguen con multa; porque en el mayor número de casos
ellos implican cierto daño reparable con la misma exacción. Sí, pues, el Le-
gislador al establecer la degradación penal la reserva para delitos de primer
orden; y sobre esa base desenvuelve la inmensa variedad de formas que
abriga, habrá que reconocer desde el simple arresto hasta la prisión perpe-
tua, diversas entidades análogas a todos aquellos crímenes.

Pública. La prisión, por inquisitorial y recóndita que se la suponga, es


más solemne que la pena de muerte, que consumándose en un solo acto es
tan solo capaz de impresionar a los testigos del momento, aun cuando ante
estos su eco terrificante produzca más lata vibración. La primera es el fatí-
dico enigma de Ezequiel, que sobrecogidos leen todos los circunstantes: la
segunda es el rayo que desprendido de la atmósfera con asombrosa rapidez
pulveriza, calcina cuanto encuentra al paso, para desaparecer instantánea
en la nada. Y no se arguya que la imprenta daría extrema amplitud al hecho
de una ejecución; porque el pueblo bajo sobre quien cabalmente debiera
obrar, por su misma ignorancia esta fuera de su grandiosa influencia.

Ejemplar. ¿Y quién podría dudar que la prisión es ejemplar? nadie sin


duda. Más, comparativamente se dice, que no puede producir los efectos
del cadalso; porque nuestras cárceles son tan inseguras, que los reos a
poco de condenados fugan para reincidir con más furor. Y que además, las
revoluciones y el choque de los partidos exponen a la evasión completa

INSTITUTO PACÍFICO 73
NICANOR TEJERINA

de los detenidos, con la dispersión del puesto de guardia. Este argumento


es el mismo que he oído de muchos protestantes al combatir el celibato
eclesiástico fundado en ciertos escándalos del clero, indispensables hasta
cierto punto en sociedad de hombres. Si las infracciones de un precepto,
por funestas que en si sean, justificasen su abrogación, sería necesario dar
de mano a toda ley penal; porque todas sufren a su vez horrorosos emba-
tes. Entonces, sería necesario eliminar el asesinato, el robo, la falsificación
&, porque hay a cada momento homicidas, salteadores y consolidados. La
cuestión debe iniciarse, apreciando el dogma en sí mismo: y convencidos
una vez de su verdad, sobre tan anchurosa base levantar el soberbio edifi-
cio; sin que baste a imprimir mortal desmayo obstáculos transitorios.

Asentado el principio grandioso de la inviolabilidad de la vida, la So-


ciedad entera debe consagrarse a remover los elementos que pugnan a su
existencia práctica. Si las cárceles son inseguras, trabájese en darles toda
la solidez y buen régimen indispensables si pueden verse abandonadas por
sus custodios, establézcase en ellas un régimen enteramente civil; y no se-
rán el blanco hoy dela ira popular, mañana de ambiciones tumultuarias: si la
reclusión de 15 años no es bastante contra el asesinato simple o contumaz,
condénesele a otra perpetua. Felizmente, los ensayos no son nuevos; y allí
están las instituciones de otros países que contestan con hechos a tan po-
derosas exigencias. Mas, nunca pusilánimes y con culpable apocamiento,
al iniciar toda mejora, desesperemos del éxito con la rastrera frase de, en
el país es impasible &., nunca demos el ejemplo de los señores Herrera y
Corpancho, de reconocer la verdad; y luego al instante, declarar el 1.° que,
“guarda dentro de su alma su sensibilidad para seguir sus tiernas inspira-
ciones en la vida privada (esto es, donde no aprovecharán a nadie) pero
que allí como legislador sostenía el cadalso; y el 2.°, que había dejado sus
convicciones en el dintel de la puerta; sin duda, para sin obstáculo (como
legislador) lanzar el rayo de exterminio.

Instructiva. Como cuanto hemos dicho del carácter de ejemplar en la


prisión es extensible al de instructiva, queda justificada esta cualidad en
aquella.

Reformadora. Comparada la prisión con la última pena ¿puede ni


siquiera parangonarse esta con aquella, en cuanto a la mejora sucesiva del
criminal? Sin duda la menor que no. Pero el Criminalista Español señor Pa-
checo, al verse encarado con esta verdad, se conforma con observar, que
si la muerte no reforma al criminal, tampoco lo degrada o envilece. ¿Y qué

74 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

se adelanta con eso? Si la existencia es condición sine qua non para todo
lo humano, es claro que tras de la muerte va inscripta la negación absoluta,
así de lo bueno como de lo malo. La cuestión no es esa, sino la de decidir,
después de establecidos los principios jurídicos absolutos, si conviene mas
ahogar el mal con la abundancia del bien, como dijo Balmes, o arrancar con
él la base de uno y otro.

Tranquilizadora. ¿Puede responder un buen sistema penitenciario a to-


das las exigencias sociales precautorias contra el crimen? Indudablemente
que sí: pues entonces, el principio es inamovible y resuelve en todas sus
esferas el problema en cuestión.

Pero se nos dirá: los E. U. poseen el mejor sistema correccional co-


nocido; y no obstante, sostienen y aplican (si bien cada día a, menos) el
patíbulo, luego aquel no basta por sí solo a satisfacer todo lo que de él os
prometéis; luego estáis desmentidos por los hechos. La facultad de conmu-
tación es tan amplia en los Gobernadores de los Estados de la Unión que
en las respectivas Constituciones no hay restricción la menor cualquiera que
sea el delito: luego sino hay excepción para ningún caso, está ampliamente
reconocido que los crímenes en todo orden y entidad pueden reprimirse por
otros medios; luego el principio de la inviolabilidad de la vida está allí triun-
fante, aunque en su postrimer esfuerzo para surgir inmortal como la verdad
más grandiosa en el orden humano. Ignoramos las facultades del Presiden-
te sobre los delitos contra la Nación, de levantamiento &, y los de piratería
y demás a que por Leyes Federales se ha adherido la pena capital; pero es
de presumir que sus prerrogativas nunca sean menores que las de los sim-
ples Gobernadores de Estado: y además, cualquiera que sea el principio o
regla, es de todo punto inútil su inquisición, desde que nadie entre nosotros
pretendería rehabilitar la decapitación para tales hechos.

Popular. La reclusión del que de otro modo reincidiría en el crimen, es


verdad inconcusa o al menos consentida por todas las sociedades; luego la
prisión es popular.

Remisible. Con excepción de la multa, ninguna otra pena es más re-


misible que la prisión. Sobre la reparabilidad del daño causado, tampoco
es tan saneable como las penas que recaen sobre la propiedad; pero si lo
es cuanto pueda desearse en delitos de primer orden, cuando por extra-
ña casualidad recae sobre el inocente. Las prisiones arbitrarias, sin duda
más frecuentes, no merecen nuestra consideración; porque subvierten todo

INSTITUTO PACÍFICO 75
NICANOR TEJERINA

principio y van proscriptos desde su base. Por último, comparada con la de


muerte ¿hay ni siquiera la más remota analogía?

Creemos, pues, dejar establecido, no solo las monstruosas consecuen-


cias y vacíos del patíbulo; pero también, como .la prisión, que le ha sustitui-
do entre nosotros y en inmenso número de casos en las demás naciones,
reúne todas las condiciones prescriptas a la vez por los principios y la apli-
cación práctica.

76 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

CAPÍTULO IV
Análisis de la nueva ley

El patíbulo y el Incendiario. Inconsecuencia y monstruosos resultados


en teoría y en la práctica. Rigor legal instigador del crimen. Apreciación de
ese delito. Penas terrificantes, ajenas del asunto. Comparación de otras le-
gislaciones con la nuestra. Desuso.

XXIV

“En donde quiera que la pena de muerte ha sido abolida, la Sociedad ha


destilado sangre por todos sus poros” ha dicho un célebre literato abogando
por el cadalso político18[j] La sinrazón y bárbaras tendencias de tal pensa-
miento, no merecen ni siquiera evidenciar: se; y ha de perpetuarse como
incontestable testimonio, de que en todo tiempo las caídas mas profundas
fueron el triste cortejo de los grandes talentos. Mas, volviendo al Perú, es, no
hay duda, un paso honroso en la discusión que al través de tanto desacierto
y exageración, los reformadores no pretendiesen revalidar la fuente de tanto
escándalo revistiendo a nuestros Gobiernos, siempre combatidos, siempre
carcomidos por inexplicables desaciertos y demasías, de tan tremendo po-
der.

La mente de los Legisladores se limita a privar de la existencia tan solo,


a los asesinos alevosos, parricidas e incendiarios: y como quien que haya-
mos inculcado las ideas esenciales acerca del asesinato, consagrémonos al
incendio deliberado Ante todo, condenaremos sin reserva la aberración clá-
sica, de fijar [contra el principio, hoy vulgar en Legislación, de la gradación
o proporcionalidad entre delitos y penas] para dos crímenes de tan diversa
naturaleza y entidad [asesinato é incendio] la misma pena de muerte. El
primer fruto de esa fuente emponzoñada será, autorizar el homicidio cuando

18[j] Donoso Vortés. Del Catolicismo, p. 358.

INSTITUTO PACÍFICO 77
NICANOR TEJERINA

por su medio se pueda ocultar aquella infamia; sin que el malvado empeore
su condición o responsabilidad, por perpetuar en aquel lo que tal vez jamás
entró en su mente al iniciar su primitivo plan. Este funesto resultado, que
en principio salta a la primera mirada, debe también servir para explicar la
tendencia, o mas bien, el hecho constante y múltiplo de nuestra estadística
criminal, de acompañar el asesinato al robo “con fuerza” en caminos públi-
cos &., por haberse asignado en la Legislación Española ú ambos casos,
la misma sanción de la última pena De modo que, cuando el espíritu de
sofisma pudiera dar margen a obscurecer la verdad, y tras su sombra levan-
tar el espectro de crímenes horrendos, la experiencia irrefragable en una
estricta analogía pondría un sello inamovible a toda réplica. Ahora bien: si el
asesinato es el delito supremo en el orden humano; si al mayor delito debe
seguir la sanción mas terrible; y si esta es [prescindiendo de su justicia] la
privación de la vida, es legítima conclusión, que no se ha de aplicar al delito
de incendio, que es, dígase lo que se quiera, mucho menor. Lógicamente,
pues, venimos a colocar el patíbulo como pena de solo el homicidio; puesto
que en todo otro caso en vez de rémora es el aguijón de nuevos Caínes.

Se dirá tal vez, que se ha de ejecutar al incendiario cuando su atentado


lleve tras sí pérdida de vida, pero entonces venimos a parar al mismo punto,
puesto que lo que únicamente ha cambiado es, el instrumento de muerte: en
un caso el acero aleve; en otro el voraz elemento.

Lo dicho hasta aquí parece evidenciar, la punible ligereza de los autores


del proyecto, poco conciliables en verdad con la ampulosidad de su lenguaje
y pretensiones. Mas siendo la materia suceptibles de ulterior apreciación,
aventuremos nuevas consideraciones.

La aplicación del patíbulo al incendiario, sino se refiere a las muertes


que pueda ocasionar la consumación de su atentado, no hay porque colo-
carle en jerarquía especial: sus efectos son puramente contra la propiedad;
y como tal, embebe la misma entidad que el robo, y aún en muchos casos no
es tan terrible, por ser más encubierto o disfrazable en su origen.

Y no se diga que su acción puede llegar a ser trascendental a muchos;


desde que por una parte, otros crímenes, que en todo caso lo son [como la
falsificación de billetes de banco o de la Nación o de la moneda] no se casti-
gan con la pena capital: y por otra, que si no se roza con la vida, cualquiera
latitud no compromete sino la propiedad; objeto reparable y de orden infini-
tamente inferior al derecho de existencia del criminal; y con el que no hay

78 ACTUALIDAD PENAL
DE LA PENA CAPITAL EN EL PERÚ

la menor analogía, cual en el asesinato. Por esta misma razón, de resultar


la pena mucho más terrible que el delito, el robo a mano armada, en que
además del ataque a la propiedad va la disposición inmediata al asesinato,
coloca aquella sanción en absoluta desproporción: pues, castigándose el
incendio con la última pena, debiera más bien aplicarse a este crimen, que
amenaza el derecho primordial [la vida,] y que además produce los efectos
de aquel. Los Legisladores aparecen, pues, en abierta contradicción consi-
go mismos.

Después de esto, la muerte como pena del incendiario es un elemento


exabrupto en nuestras costumbres y legislación; y como tal, mera y rutinaria
copia de los Códigos de otras Naciones. Las penas terrificantes se emplean
comúnmente, o para reprimir delitos graves y múltiplos, en que la acción
reguladora ha de guardar proporción con el desborde social; o para abusos,
aunque menores, de difícil inquisición, en que se ha de poner a raya a los
culpables con ruidosos escarmientos. Ninguna de estas circunstancias tiene
lugar en el crimen que nos ocupa, por su rarísima o ninguna existencia entre
nosotros, como ajeno de la índole nacional.

En Europa, donde la gran población y la acumulación de ingentes capi-


tales permite el giro de asociaciones de seguros contra incendios, y donde
también son tan frecuentes los de pura especulación o fraude contra esas
empresas, la severidad legal tiene algún justificativo; atendido, sobre todo
a que tales hechos traen horrorosas consecuencias a las mismas vidas,
por la forma material de los hogares. Pero en el Perú, donde los incendios
aun accidentales son tan raros; y donde ninguna de aquellas circunstancias
prevalece, la promulgación de esa injusticia sería una imperdonable aberra-
ción. Y recrece de todo punto el desacierto, si se atiende, a que, aún en las
Naciones en que el hecho presenta algún justificativo, su aplicación, sin la
menor excepción, está derogada por el no uso; que en la abrogación de la
injusticia importa tanto como la más solemne sanción.

Hemos querido consignar aquí nuestras ideas sobre este delito, porque
en el debate no se le trajo para nada en consideración entre los casos de
muerte legal; sin duda porque ni excusa habría en que estribarle.

XXV

Hasta aquí hemos ofrecido una revisión completa de las doctrinas adu-
cidas para revivir el cadalso contra las ideas y sentimientos generales; y

INSTITUTO PACÍFICO 79
NICANOR TEJERINA

como se ha visto por dogmas incontrovertibles de jurisprudencia y reglas


lógicas, todo el faustuoso aparato desplegado para destruir la inviolabilidad
de la vida, no es sino un edificio flotando en los aires: la resurrección mas o
menos encubierta de todos los errores imaginables.

Ahora nos contraeremos a las causas del funesto incremento de la Es-


tadística Criminal en el Perú; y cuales serían a nuestro juicio los arbitrios
preventivos del delito y correctivos que disminuirían considerablemente la
crónica interminable de tanto escándalo.

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