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CÓRDOBA.

DE LOS ORÍGENES A LA ANTIGÜEDAD TARDÍA

José Ramón CARRILLO


Rafael HIDALGO
Juan Francisco MURILLO
Ángel VENTURA

[en F. García Verdugo y F. Acosta (eds.), Córdoba en la Historia, la construcción de la


Urbe, Córdoba, 1999, pp. 37-74.]

Dentro del panorama de las ciudades hispanas, corresponde a Córdoba la fortuna de unir
a una dilatada trayectoria histórica los esplendores que, durante la Antigüedad y la Alta
Edad Media, la convirtieron en uno de los principales núcleos urbanos de Occidente.
Son estos momentos de gloria los que paradójicamente han quedado más abandonados
por la moderna investigación histórica, de modo que nuestro nivel de conocimiento de
la ciudad romana e islámica apenas ha progresado de un modo substancial hasta fechas
recientes.

Y por dura que esta afirmación pueda parecer, creemos poder fundamentarla en la
convicción de que, en esencia para la ciudad romana, aunque también en una altísima
medida para la islámica, el desarrollo de las investigaciones sobre la topografía urbana
de las mismas sólo puede venir de la mano de la Arqueología.

Pues bien, dejando a un lado lo que supuso el interés “arqueologicista” por el pasado,
fundamentalmente romano, para la erudición renacentista y barroca, esa investigación
arqueológica, por rudimentaria que ahora pueda parecernos, no surge hasta la segunda
mitad del s. XIX de la mano de la Comisión Provincial de Monumentos primero y del
Museo Arqueológico Provincial después. Será esta última institución la que, a partir de
los años veinte del presente siglo, comience una tímida labor de recogida de datos y de
salvaguardia del patrimonio arqueológico de carácter mueble, que tendrá como figura
señera, durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, a Samuel de los Santos Gener.
De su infatigable, y no siempre reconocida, labor en pro de la arqueología de la ciudad
dan cumplida fe sus publicaciones en el Boletín de la Real Academia de Córdoba y en

1
las Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales, y muy especialmente su
“Memoria de las excavaciones del Plan Nacional realizadas en Córdoba” (SANTOS
GENER, 1955), así como sus manuscritos inéditos “Historia de Córdoba” (1955) y
“Registro de hallazgos arqueológicos” (1958).

La siguiente fase de la investigación arqueológica de la ciudad, entre 1960 y 1985,


estará marcada por la presencia de Ana María Vicent al frente del Museo Arqueológico
Provincial. A ella le corresponderá vivir una de las etapas más difíciles para el
Patrimonio Arqueológico cordobés, como consecuencia del desarrollismo imperante en
los años sesenta y principios de los setenta, traducido en una notable expansión del
nuevo tejido urbano, con la construcción de numerosos barrios periféricos, y en la total
transformación de un importante sector del conjunto histórico. Todo ello, sin el auxilio
de un marco normativo más sensible, o de una mayor dotación de medios, tanto
humanos como materiales. Reflejo de esta etapa lo constituyen las numerosas
publicaciones de Vicent y Marcos Pous en las que se estudian hallazgos efectuados en la
ciudad, en su mayoría muebles, así como la síntesis parcial que constituye la aportación
de ambos investigadores (MARCOS-VICENT, 1985) al coloquio “Arqueología de las
ciudades modernas superpuestas a las antiguas”, celebrado en Zaragoza en 1983. Y si la
investigación local se movía dentro de estos restringidos parámetros, tampoco desde el
exterior se vislumbraban avances significativos en el conocimiento de la Córdoba
romana (Blanco-Corzo, 1976).

Deberemos aguardar a comienzos de los noventa para que se advierta un cambio en la


tendencia hasta el momento registrada. De un lado, el inicio de los programas de
investigación desarrollados desde el Área de Arqueología de la Universidad de
Córdoba, bajo la dirección de P. León, y de otro la recopilación de Stylow (1990),
fundamentada en su profundo conocimiento de la epigrafía cordobesa 1.

1
La novedad de la planta de la Córdoba romana proporcionada por Stylow viene de la mano de la
incorporación de curvas de nivel, volcadas a partir del plano de la ciudad diseñado por Casañal y
Zapatero en 1884, el más antiguo con curvas de nivel con que contamos para la ciudad y, por tanto, el
más cercano a la configuración topográfica de la ciudad antigua. Durante cierto tiempo la planta de
Stylow ha servido a otros investigadores como base cartográfica sobre la que incluir referencias de
nuevos hallazgos, como es el caso de la corrección del trazado del cardo máximo (Ventura y Carmona,
1992), la incorporación de un nuevo decumano a la traza viaria de la ciudad (Hidalgo, 1993b) o la
definición del ángulo sudoeste de la muralla (Montejo y Garriguet, 1994).
1
Esta planta se ha visto completada por ulteriores investigaciones de Ventura (1996). Así mismo, ha sido
utilizado por Stylow como base cartográfica en la nueva edición del CIL.

2
Paradigma de esta etapa lo constituirá la celebración, en 1993, del Coloquio
internacional Colonia Patricia Corduba (LEÓN, 1996), donde se culminan las líneas de
investigación hasta entonces iniciadas y se fijan los puntales de otras nuevas marcadas
por la estrecha colaboración con las administraciones implicadas en el Patrimonio
Arqueológico. Como consecuencia de este considerable avance en el conocimiento
sobre la Córdoba romana, a simple vista se observa la evolución a de la imagen
cartográfica de la ciudad, con la incorporación del palacio de Cercadilla, nuevos ejes de
la trama viaria (incluido el trazado hasta el río del cardo máximo) y diferentes hitos
relacionados tanto con la arquitectura doméstica como con distintos monumentos de la
Colonia Patricia 2.

Sobre estos robustos pilares, fraguados gracias al esfuerzo de un numeroso grupo de


investigadores, se fundamenta el trabajo que aquí presentamos, que aporta una
propuesta metodológica novedosa en tanto que propone un camino a seguir en el
futuro estudio de la evolución urbana de la ciudad3, en concreto en lo referente a la
aplicación de nuevas tecnologías y depurados métodos de trabajo.

Es en especial la base cartográfica empleada el principal avance de este nuevo método,


gracias a la utilización de la cartografía digitalizada de la ciudad, recientemente
elaborada por la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Córdoba4 y gestionada a
través de distintos programas comerciales (AutoCad y Microstation). El principal
avance que este método proporciona es su exactitud, de manera que frente a la “ley del
punto gordo” que necesariamente ha debido imperar en investigaciones anteriores, la
novedad de trabajar a escala 1:1 permite situar todas las referencias topográficas con
que hasta ahora contábamos con total exactitud, analizar con rigurosidad las
fosilizaciones apreciables en el parcelario actual y, a la vez, comprobar con gran
rigurosidad las posibles incorrecciones que pudieran derivarse de las hipótesis
planteadas.

3
Unos primeros avances de los resultados obtenidos gracias a la nueva metodología empleada en:
Murillo et alii, 1997 y en la planta de la ciudad incorporada en Márquez, 1997 e.p. y 1998.
4
El uso de la base cartográfica digitalizada de la Gerencia Municipal de Urbanismo ha sido posible
merced al Convenio de Colaboración entre esta institución pública y el Área de Arqueología de la
Universidad de Córdoba, en lo referente a la redacción de la Carta Arqueológica de Riesgo de Córdoba.

3
A ello habría que unir la incorporación a la planta general de la ciudad de elementos que
cuentan con una topografía muy precisa, referenciados mediante coordenadas U.T.M.,
como es el caso del yacimiento de Cercadilla, teatro romano, mausoleo de la Puerta de
Gallegos, excavaciones en el palacio de Orive, templo de la calle Claudio Marcelo, etc.

Todo ello permite, a fin de cuentas, plantear nuevas hipótesis y comprobar otras ya
existentes, para emprender un nuevo camino en la investigación y conocimiento de la
evolución y transformación urbana de la ciudad.

4
1. LOS ORÍGENES DE LA CIUDAD (Figs. 1 y 2).

Las raíces de Córdoba como núcleo de población estable se remontan, en el estado


actual de la investigación arqueológica, al III milenio a.C., momento en el que tanto en
el Parque Cruz Conde (Fase I de Colina de los Quemados) como en la elevación en que,
al otro lado del río, se emplaza la actual parroquia de Jesús Divino Obrero, se
documentan materiales con una clara adscripción en el horizonte cultural calcolítico
(cfr. Murillo, 1994; Murillo, 1995). La continuidad de población durante el II milenio se
comprueba en la Fase II de las últimas excavaciones realizadas en Colina de los
Quemados (Murillo, 1995), equiparable al denominado Nivel 18 del sondeo efectuado
en los años sesenta (cfr. Luzón-Ruiz Mata, 1973).

La información disponible para estas primeras etapas es parca, circunscribiéndose a la


aportada por los últimos trabajos arqueológicos y a la reinterpretación de hallazgos
descontextualizados efectuados desde mediados del presente siglo5 (cfr. Murillo, 1996).
No obstante, cada vez se presenta más clara la continuidad en el hábitat, aunque con
notables variaciones en el patrón de asentamiento, así como la importancia que el
Bronce Pleno debió jugar en la configuración de un núcleo de población estable en
Colina de los Quemados. En efecto, en tanto que los asentamientos calcolíticos
detectados a ambos lados del río no debieron diferenciarse grandemente de otros
muchos prospectados tanto a lo largo del valle medio del Guadalquivir como en la
inmediata Campiña y el valle del Guadiato (Murillo, 1996), no ocurre lo mismo en
relación con el Bronce Antiguo y Pleno, constatado exclusivamente en aquéllos
asentamientos que, desde el tránsito del II al I milenio, constituirán la red primaria de
poblamiento.

El poblado de estos momentos iniciales del Bronce Final presenta unidades de


habitación de planta tanto cuadrangular como circular, así como una cultura material

5
Se trata de:
- Un fragmento de cerámica campaniforme hallado en los años cuarenta en la colina en que se alza la
actual parroquia de Jesús Divino Obrero y dado a conocer por Santos Gener (1958b).
- Hallazgos posteriores efectuados en este mismo lugar muestran diversos materiales con una
cronología entre el Calcolítico y época tartésica. Aquí nos interesan varios fragmentos de platos con
borde engrosado, cuencos hemisféricos y dos fragmentos de cerámica con decoración campaniforme
de tipo inciso.
- Prospecciones y hallazgos ocasionales también efectuados en el Parque Cruz Conde y en la zona de
Fontanar de Cabanos muestran materiales similares: grandes fuentes carenadas que podrían retrotraer
el inicio de la ocupación a un momento del Calcolítico inicial, platos y fuentes de borde engrosado,
cuencos, vasos globulares, vasos de perfil en S, campaniforme inciso y puntillado…

5
encuadrable en un horizonte tartésico antiguo paralelo al de otros muchos asentamientos
del medio y bajo Guadalquivir. De este modo, y ya hacia el s. VIII a.C., la Corduba
prerromana se encontraba configurada como un núcleo protourbano que ocupaba una
superficie superior a las 50 ha. A nivel macroespacial, este poblado se integraba en un
territorio fuertemente antropizado y con una jerarquización del poblamiento que se hará
especialmente acusada con el Orientalizante tartésico.

Esta etapa supone una trascendental mutación en la dinámica hasta ahora observada.
Corduba se configura como un núcleo con funciones que podemos definir ya como
“urbanas”, organizando la explotación económica integral de un territorio, de gran
extensión y diversidad ecológica, que abarcaba ambas orillas del Guadalquivir (Murillo,
1994). Es a partir de ahora cuando la metalurgia del Cobre y de la plata, ya constatada
en las etapas anteriores, jugará un papel de primer orden, al captar Corduba los recursos
mineros de Sierra Morena a través de una red de la que es etapa final y centro
redistribuidor (cfr. Murillo, 1993).

Los últimos momentos del Orientalizante, ya en el s. VI, perfilan las líneas básicas de lo
que serán las “funciones” de Corduba al nivel de la Cuenca Media del Guadalquivir. La
constatación de un proceso de “colonización agrícola”, que afecta a los rebordes
septentrionales de la Campiña oriental cordobesa, podría interpretarse en el sentido de
una respuesta a la contemporánea crisis de la minería tartésica, con una reorientación
hacia la intensificación de la explotación agrícola (cfr. Murillo-Morena, 1992), todo ello
de modo coetáneo a la consolidación de los límites entre los distintos oppida (cfr.
Murillo, 1994; Murillo et alii, 1989).

El final del Orientalizante enlaza sin solución de continuidad con lo que, por
convención, se viene denominado Ibérico Antiguo, abarcando el último tercio del s. VI
y los tres primeros cuartos del s. V. Los nuevos trabajos arqueológicos en Colina de los
Quemados permiten matizar, cuando no rechazar, la imagen, tantas veces transmitida,
de una decadencia turdetana subsiguiente al florecimiento tartésico. Tanto las
excavaciones en el asentamiento, como el análisis del territorio económico y político de
Corduba, permiten comprobar el dinamismo de la “ciudad” durante la segunda mitad
del s. V y el s. IV, convertida en uno de los principales núcleos de población del valle
del Guadalquivir y abierta a los circuitos de comercialización de cerámicas áticas,
documentadas aquí desde mediados del s. V (Murillo, 1995b). Su frecuencia se hará

6
más intensa en el último tercio de esta centuria y en la primera mitad de la siguiente, en
un primer momento con presencia de Castulo cup y, con posterioridad, de producciones
encuadrables en el círculo del Pintor de Viena 116.

La importación de cerámicas áticas finaliza en Corduba hacia el inicio del tercer cuarto
del s. IV, estando ausentes de los niveles del s. III las coetáneas producciones de barniz
negro. La continuidad con la etapa anterior es manifiesta, tanto en la refectio de
estructuras murarias, como en el conjunto del material cerámico. A estas unidades
estratigráficas se superponen otras en las que ya encontramos, aunque con un bajísimo
porcentaje, los primeros ejemplares de Campaniense A.

Pese a las lagunas que aún subsisten, provocadas por la escasa precisión cronológica de
las importaciones de Campaniense A de la primera mitad del s. II a.C. en Corduba (cfr.
Ventura Martínez, 1992), y que sólo nuevos trabajos de campo podrán contribuir a
solucionar, interesa destacar cómo se demuestra una continuidad en la vida de la
Corduba turdetana hasta finales del s. II a.C. (Campaniense A y B fechables en la
segunda mitad de siglo y algún fragmento de B-eoide que incluso podría llevarse a
comienzos del s. I a.C.), sin que nada autorice a suponer que el inicio de la presencia
romana supusiera un hecho traumático en el hábitat indígena.

Esto permite rechazar de un modo definitivo uno de los lugares comunes de la


arqueología cordobesa del presente siglo: la existencia de un asentamiento “ibérico”
previo y adyacente a la ciudad romana, situado por Santos Gener (1955) en la zona de
Altos de Santa Ana (cfr. León et alii, 1993), o su versión renovada que planteaba un
traslado del asentamiento indígena, a lo largo del s. III, desde el emplazamiento del
Parque Cruz Conde hasta el solar de la ciudad romana (cfr. v. gr. Marcos, 1978; Ibáñez,
1983; Rodríguez Neila, 1992), cuando no el abandono definitivo de Colina de los
Quemados desde el s. IV (Escacena, 1987).

De forma progresiva, los trabajos efectuados en la vieja “ciudad” prerromana y en el


núcleo fundacional romano, comienzan a arrojar nueva luz sobre las circunstancias del
inicio de la presencia de Roma en esta zona del Valle del Guadalquivir. En primer lugar,
la continuidad del asentamiento turdetano y su coexistencia con la ciudad romana
esclarece las razones de la inmediata fortuna de ésta dentro del nuevo orden implantado
por Roma, al heredar el papel preeminente de su antecesora, cimentado en un cúmulo de
factores económicos, políticos y estratégicos. También aclara de un modo definitivo la

7
presencia de los “indígenas selectos” que formaron parte del núcleo fundacional de
Marcelo, sin duda pertenecientes, en su mayor parte, a la oligarquía turdetana de
Corduba (cfr. Rodríguez Neila, 1992). El propio hecho de que la nueva ciudad romana
mantuviera el nombre de su antecesora, demuestra la fuerza del elemento local
turdetano6.

El asentamiento romano se ubicó a unos 750 m. al NE. del oppidum turdetano, sobre
una superficie esencialmente llana comprendida en las actuales isohipsas 120-121 m.
s.n.m., que se extendía hacia el N., hasta conectar con el glacis de El Brillante. Al E. y
S. se encontraba en cambio bien protegido por acusadas laderas, y al W. por los
barrancos excavados por el cauce de varios arroyos7 que lo separaban de la vecina
“ciudad” indígena. Esta instalación, desde la que se dominaba tanto el hábitat turdetano
como los vados del Guadalquivir, debió convertirse en una importante base logística
romana, destinada a garantizar el control de las comunicaciones del Valle del
Guadalquivir, contener las incursiones de los pueblos lusitanos y meseteños, y planificar
la consecuente penetración hacia el N., al tiempo que brindaría un punto de invernada lo
suficientemente seguro y capaz de garantizar el abastecimiento de las tropas (cfr.
Murillo-Vaquerizo, 1996). En todo ello, el establecimiento romano no hizo sino
aprovechar muchas de las funciones que Corduba desarrollaba desde siglos antes de la
llegada de las tropas romanas. Es más, resulta plausible que el inicio de la mutua
confianza entre "indígenas" y "romanos" se debiera a los servicios prestados por
Corduba en la organización de esta infraestructura logística.

Aunque por el momento no sea posible resolver arqueológicamente el eterno debate


(cfr. v. gr. Knapp, 1983; Rodríguez Neila, 1981 y 1992; Stylow, 1996) sobre la fecha de
la fundación de la ciudad por Claudio Marcelo (en el 169/168 o en el 152/151),
excavaciones realizadas en la zona N. de la ciudad romana, en las inmediaciones del

6
En esto se advierte un evidente paralelismo con Carteia, donde la fundación de la colonia latina del 171
se realiza sobre un asentamiento indígena previo con un fuerte substrato púnico (cfr. Woods et alii, 1967;
Bendala et alii, 1987; León-Rodríguez Oliva, 1993). La colonia latina libertinorum Carteia mantendrá el
antiguo nombre púnico, que incluía la raíz Cart-.

7
La topografía original del terreno se ha visto muy modificada, desde el último tercio del s. XVIII hasta
mediados del presente siglo, como consecuencia de la creación de las rondas y paseos que caracterizaron
el urbanismo de la época (cfr. Martín, 1990). No obstante, los planos realizados por Casañal (1884) y
Uriol (1928), que incluyen curvas de nivel y el primitivo cauce de varios arroyos posteriormente
canalizados y desviados, constituyen un valioso instrumento para aproximarnos a esas características
originales del entorno de la ciudad.

8
foro colonial, demuestran la existencia de un "horizonte fundacional", fechable de un
modo genérico en el segundo cuarto del s. II a.C. y asociado a edificaciones que
presentan una técnica constructiva de raigambre turdetana idéntica a la documentada en
Colina de los Quemados. Es posible que este horizonte corresponda a las primeras
unidades de habitación estables construidas en la ciudad tras la fundación como tal.
Ahora bien, una cierta lógica histórica permite vaticinar la comprobación arqueológica
de una fase aún más antigua de la presencia romana en Corduba, vinculada a una
instalación de carácter militar ya establecida a inicios del s. II a.C. frente a la ciudad
turdetana y destinada a garantizar el control militar sobre una zona de vital importancia
estratégica. Aunque por el momento los vestigios de este primer asentamiento militar se
muestren esquivos, análisis realizados sobre cerámicas de barniz negro
(desgraciadamente descontextualizadas al proceder de excavaciones antiguas o de
rebuscas en los vertederos) muestran la presencia en el solar de la ciudad romana de
ejemplares claramente fechables en la segunda mitad del s.III y en el primer tercio del
II8, constituyendo una constatación indirecta de la hipotética realidad de ese castellum o
praesidium anterior a la fundación urbana de Claudio Marcelo.

8
Son varios los contextos arqueológicos en los que se han documentado estos materiales. Uno de los más
claros lo constituye el excavado en el nº 14-16 de la C/ Alfonso XIII (López Rey, 1995), del que proceden
los siguientes items:
- Morel 2173 e1 (Lám. 33): La Serie 2173 se fecha desde el tránsito del s. IV al III hasta finales
del s. III. Especialmente característica de la segunda mitad de este siglo. Producción de Etruria
septentrional o de la región de Calés.
- Morel 2212 a1 (Lám. 34): La Especie 2210 se fecha en los ss. IV y III. La Serie 2212 es una
producción de los talleres campanos y laciales. El tipo 2212 a1 se fecha en la primera mitad o
hacia mediados del s. III, en tanto que la serie a lo largo del s. III.
- Fragmento de “cerámica calena” similar a la ampuritana publicada por Sanmartí (1978:212;
Lám. 41, nº 542). El ejemplar de Ampurias procede de la excavación de la denominada “Casa
Romana nº 1”; Sanmartí la relaciona, con reservas, con un fragmento de borde con decoración de
arcos en el fondo (Lám. 41, nº 545), también de este contexto, y con un fragmento (Lám. 38, nº
508) procedente de las necrópolis. Da el paralelo de una base con un alto “ombligo” en el fondo,
procedente del “Depósito B” de Cosa, fechable entre el 170/160 y el 140 a.C. Morel (1981:88,
nota 61) lo incluye en su Serie 1153. Ésta se caracteriza por una acusada protuberancia en el
fondo y por mostrar decoraciónen relieve. Por lo demás, diferencias en pasta y barniz. Otros
ejemplares proceden de Cartago, Paestum, Pietrabbondante y Calés. Morel los fecha, con dudas,
en la segunda mitad del s. III.
En otra excavación practicada en las proximidades del foro colonial, concretamente en el nº 8 de la C/
San Álvaro (Serrano-Castillo, 1992; Ventura Martínez, 1996) se localizó un ejemplar de la forma
Lamboglia 23 dentro de un contexto caracterizado por la presencia de Campaniense A, ánforas itálicas y
cerámica de tradición indígena. Es significativa la ausencia en esta primera Fase de producciones de
Campaniense B. Dentro de las producciones de Campaniense A, la forma Lamboglia 23 no parece
franquear el primer cuarto del s. II.
De procedencia cordobesa, aunque sin contexto seguro (Ventura Martínez, 1996), contamos con un
ejemplar de la serie Morel 3421, fechable en el primer cuarto del s. II (Morel, 1981:260).
A partir del análisis de un conjunto de cien ejemplares de cerámica de barniz negro procedentes de
rebuscas en los vertederos de escombros de Córdoba, Hita et alii (1993) establecen los siguientes
porcentajes:

9
El hecho jurídico de esa fundación, unido a la adopción del viejo nombre prerromano, a
la incorporación de "indígenas selectos" y a la perduración de la ciudad turdetana hasta
finales del s. II a.C., nos indican, con poco margen de duda, que nos hallamos ante lo
que cabe considerar, en el ámbito funcional y espacial, como una dípolis9. La
imposibilidad de unión entre ambos núcleos, por razones topográficas claras, provocará
la agonía de la vieja Corduba de Colina de los Quemados, de modo paralelo a la
consolidación y crecimiento de la ciudad romana, que estaría protegida por una sólida
muralla construida con sillares almohadillados y torres adosadas de trecho en trecho,
encerrando un perímetro de c. 2.650 m. y una superficie de 47 ha. Esta notable
superficie equipara a la Corduba fundacional con las mayores colonias, tanto latinas
como romanas coetáneas (cfr. Fig. -). Del mismo modo, permite paralelizarla con las c.
de 40 ha. probablemente ocupadas por la Tarraco romana en el s. II a.C. (cfr. Aquilué et
alii, 1991; Gimeno, 1991), ciudad que presenta significativos paralelismos con
Corduba.

Así, y junto al carácter doble, romano e indígena, de ambos núcleos, a su posición


estratégica y a sus incipientes funciones administrativas, esta desproporcionada

- anteriores al s. II: 5%
- primera mitad del s. II: 25.5%
- segunda mitad del s. II: 47.5%
- primera mitad del s. I: 17%
- segunda mitad del s. I: 5%
En conclusión, y aunque por el momento carezcamos de contextos arqueológicos claros que nos permitan
demostrar una ocupación del solar de la ciudad romana con antelación al 169-151, son cada vez más
numerosos los indicios que apuntan en tal sentido. Resta por establecer la naturaleza precisa de tal
ocupación (¿áreas de deposición funeraria vinculadas al oppidum indígena de Colina de los Quemados?),
aunque en el estado actual de la investigación creemos plenamente factible defender la ya planteada
hipótesis de un asentamiento romano, de carácter netamente militar, previo a la fundación de Marcellus.
9
El carácter doble de la primitiva fundación ha constituido un tema recurrente en la historiografía
cordobesa del presente siglo, cimentada en la tesis, finalmente formalizada por Santos Gener, del
emplazamiento de la ciudad romana (la supuesta Urbs Quadrata) junto a un asentamiento indígena que
posteriormente sería integrado y absorbido por el crecimiento de aquélla (idea seguida, entre otros, por
Blanco-Corzo, 1976; Rodríguez Neila, 1981 y 1992, y por Knapp, 1983). Como hemos visto más arriba,
esta idea de un poblado indígena junto a la ciudad romana ha estado presente en la historiografía local, e
incluso foránea, aún después de la localización de la Corduba prerromana en Colina de los Quemados. Es
más, el célebre epígrafe de L. Axius Naso ha sido frecuentemente esgrimido (cfr. v. gr. Castillo, 1976;
Rodríguez Neila, 1976; Knapp, 1981) como prueba de la realidad física de esa dípolis. Ambos
argumentos han sido rebatidos por Stylow (1990 y 1996) de un modo con el que estamos plenamente de
acuerdo. Sin embargo, la última evidencia arqueológica, que demuestra la coexistencia del oppidum
turdetano con la fundación de Marcelo hasta el transito del s II al I a.C., así como la consideración del
contexto más amplio de las primeras fundaciones romanas en Hispania (cfr. v. gr. Pena, 1984; Bendala et
alii, 1987; Bendala, 1990), sumadas a las circunstancias de la propia fundación, tal y como las transmite
Estrabón (cfr. Rodríguez Neila, 1992), nos llevan a considerar a Corduba como dípolis desde 169/168 o
152/151 hasta los albores del s. I a.C., cuando la imposibilidad física de unión entre ambos núcleos se
tradujo en el abandono final de la vieja “ciudad” turdetana y en una notable revitalización de la Corduba
romana (vid. infra).

10
extensión para una ciudad provincial tan temprana creemos que bien podría estar
relacionada con el acantonamiento de efectivos militares, circunstancia ésta plenamente
aceptada para Tarraco pero menos admitida para Corduba (Cfr. Knapp, 1983;
Rodríguez Neila, 1992). Con todo, lo que sí parece meridianamente claro es que pese a
que se procediera al trazado de los ejes viarios, a la delimitación de insulae y a la
reserva de espacios públicos, es más que probable que muchas de estas insulae
permanecieran sin edificar hasta las primeras décadas del s. I a.C.10

Pero volvamos brevemente sobre las primeras fortificaciones de la ciudad11.


Documentada en varios puntos de su trazado N., E. y W., aunque no así en el S., esta
muralla ha podido ser recientemente datada en un momento impreciso del tercer cuarto
del s. II a.C. Estaba formada (Botella, 1995; Jiménez-Ruiz, 1994; Ventura et alii, 1996)
por dos lienzos paralelos de grandes sillares de calcarenita con una separación de 6 m.,
el externo de entre 2 y 3 m. de anchura y el interno de 0.60 m. Entre ambos muros se
disponía un relleno que pudo servir de base a un camino de ronda. Torres cuadradas y
semicirculares parecen haber reforzado esta primitiva fortificación, que en su frente
Norte estaba completada por un foso de 15 m. de anchura que se comenzó a colmatar en
el s. I d.C. (Botella, 1995), en tanto que en el flanco occidental el adyacente cauce del
Arroyo del Moro actuó como foso natural12.

10
La persistencia en el hábitat indígena de Colina de los Quemados hasta el tránsito del s. II al I a.C.
indicaría que el contingente de “indígenas selectos” procedentes de él que participaron en la fundación de
la ciudad romana no debió ser excesivamente elevado. Por otro lado, no contamos con indicios que
permitan suponer una significativa contributio poblacional por parte de otros núcleos indígenas próximos.
Si unimos esto a la dificultad de admitir una presencia masiva de “romanos” (incluyendo en esta
denominación a los socii itálicos) en estas fechas de comedios del s. II, creemos poder concluir que el
número de “civiles” que pudo acoger Corduba durante este siglo difícilmente estuviera proporcionado a
la superficie del espacio urbano fundacional.
Consecuentemente, la práctica en estos momentos de repartir a las tropas en invernada por varias
ciudades seguras pero próximas a las zonas fronterizas (cfr. Knapp, 1977), pudo tener en Corduba el
principal punto de destino.
Finalmente, la propia arqueología documenta la existencia, incluso para las primeras décadas del s. I a.C.,
de sectores urbanos en los que se asentaron actividades productivas en principio poco compatibles con
los espacios residenciales, como es el caso del horno de fundición de cobre excavado en un punto muy
próximo a la puerta meridional, en el nº 6 de la C/ Blanco Belmonte (Ventura-Carmona, 1994).

11
Una ampliación de la información aquí proporcionada puede verse, en el trabajo de Ventura et alii
incluido en estas mismas Actas.

12
Las excavaciones realizadas en 1993 en el Paseo de la Victoria permitieron documentar vertidos sobre
el cauce del Arroyo fechables a partir de mediados del s. I d.C. Desde el último tercio de este mismo
siglo, el cauce del arroyo se empleará como vertedero para las cloacas del vicus occidental de Colonia
Patricia, lo que, junto a la deposición de escombros, acabará por obstruirlo y provocar su
desbordamiento.

11
Ni que decir tiene que, en el contexto, tanto hispánico (cfr. Pfanner, 1990; Gimeno,
1991) como itálico (cfr. Gros, 1996), de los comedios del s. II a.C., las fortificaciones
urbanas tienen una indudable importancia, tanto funcional como ideológica en cuanto
imagen de la ciudad y temprano elemento de monumentalización.

En cuanto a la trama urbana, todo parece indicar una articulación de kardines y


decumani a partir de una orientación prácticamente cardinal que coincidiría casi
exactamente con la del viario conocido para época altoimperial 13 (vid. infra). El
principal eje Norte-Sur lo constituía el Kardo Maximus, que unía la puerta septentrional
de la ciudad, la posteriormente conocida como Puerta de Osario, con la situada en el
lienzo meridional, en el punto en que comenzaba el declive hacia el río14. En cuanto al
eje Este-Oeste, Decumanus Maximus, su jerarquización es menos evidente, siendo muy
plausible que ya desde su fundación Corduba presentara la peculiaridad de no disponer
las puertas afrontadas a ambos extremos del mismo, sino que cada una de éstas se
situara en decumani adyacentes. Así, la oriental, conocida en época cristiana como
Puerta de Hierro, se localizaba en el primer Decumanus al Sur del Foro, en tanto que la
occidental, denominada Puerta de Gallegos tras la Reconquista, lo hacía en el segundo.
Este esquema no es en absoluto extraño al urbanismo itálico de la época (Gros-Torelli,
1992), rastreándose, por ejemplo, en la colonia latina de Cosa, fundada en 273 a.C.15, y
en la romana de Luna, cuya fundación data de 177 (cfr. Sommella, 1988).

Por lo que respecta al foro, poco es lo que podemos apuntar. La ubicación de las
puertas republicanas y su evidente relación con la implantación del trazado viario, así
como la articulación de las insulae y el módulo que estas marcan, la consideración de la
funcionalidad de determinados espacios en el diseño del “esquema programático”, nos
llevan a considerar que el viejo foro republicano, ya documentado por las fuentes
literarias desde el 112 a.C. (cfr.. Rodríguez Neila, 1981), se ubicó, con gran

13
Aunque no contamos con la constatación arqueológica de ninguna calle anterior a la profunda
remodelación urbana de época augustea, la localización de las puertas, en funcionamiento desde el
momento de la fundación, así como la orientación de los muros pertenecientes a las edificaciones
republicanas, virtualmente idéntica a la de época imperial, nos aseguran una orientación para el viario de
la Corduba primitiva muy similar al de Colonia Patricia.

14
Esta puerta, al igual que todo el lienzo meridional de la vieja muralla republicana de Corduba, fue
desmantelado con motivo de la ampliación augustea de la ciudad.

15
Si bien la disposición general de su topografía urbana parece datar de una segunda fase, tras la
“refundación” de 197 a.C.

12
verosimilitud, donde el posterior foro de la colonia augustea. Ahora bien, existen
determinados indicios que nos llevan a sospechar una cierta disimilitud entre este
primer Foro republicano y su sucesor augusteo. El primero es de carácter teórico y viene
determinado por las “anomalias” que hemos detectado en la ordenación de los kardines
al Este del Foro, y que si en parte debe interpretarse en función de la remodelación y
ensanche del Kardo Maximus operado tras la refundación augustea, también podría
responder a una diferente disposición del primitivo Foro, que sería atravesado por el
Kardo Maximus en su sector oriental, dentro de un esquema de “foro abierto” o
“integrado” típicamente republicano (cfr. Troccoli, 1983; Gros-Torelli, 1992; Gros,
1996). La segunda observación es de carácter arqueológico y viene determinada por la
documentación de cimentaciones de muros republicanos en uno de los Cortes excavados
en el nº 8 de la C/ Góngora (Aparicio-Ventura, 1996), en un punto que se sitúa en pleno
espacio abierto del Foro colonial de Colonia Patricia. Creemos que la conjunción de
ambos factores es de suficiente peso como para plantear una disposición ligeramente
desplazada hacia el Este del recinto forense republicano, que habría englobado la actual
plaza de San Miguel, y que experimentaría una significativa transformación en época
augustea, cuando queda limitado por el Kardo Maximus y experimenta una ampliación
hacia el Oeste hasta alcanzar una relación longitud/anchura que se sitúa en la proporción
ideal 1:1.5 recomendada por Vitruvio (De Architectura, V, I, 2).

Volviendo a las evidencias proporcionadas por las más recientes excavaciones,


deberemos anotar cómo, para el s. II a.C., sólo se han documentado estructuras de
carácter doméstico (Morena, 1991; Serrano-Castillo, 1992; López Rey, 1995; López-
Morena, 1996), con cimentaciones y zócalos construidos con cantos rodados y
mampuestos, alzados de tapial y/o adobe, y cubiertas de madera y entramado vegetal.
Las paredes se encontraban estucadas y pintadas en rojo y negro, y los pavimentos
consistían por lo general en débiles capas de tierra batida y cal. Este "horizonte
fundacional" está caracterizado, en contraste a lo que se constata en la contemporánea
ciudad turdetana de Colina de los Quemados, por la débil presencia de cerámicas
indígenas y, especialmente, de producciones pintadas. Por contra, los contextos
cerámicos parecen estar definidos por un elevado porcentaje de importaciones itálicas

13
ánforas vinarias, vajillas de barniz negro campaniense, lucernas...) que subrayan el
carácter foráneo de los habitantes de la fundación de Marcellus16.

Varias excavaciones realizadas en el sector meridional de la primitiva ciudad romana


(León et alii, 1993; López-Morena, 1996) permiten definir una temprana fase de
"monumentalización" de la ciudad en el tránsito del s. II al I o, como muy tarde, a lo
largo del primer tercio de este último siglo. Por primera vez se documentan sólidos
muros de sillares de calcarenita, cimentados con frecuencia sobre los viejos zócalos de
cantos y guijarros. Las paredes aparecen revestidas con decoraciones de estuco pintado
al fresco con vivos colores y encontramos los primeros pavimentos de opus signinum
con diseños geométricos formados por teselas de piedra caliza o cuarcita. Igualmente es
novedoso el empleo de tegulae en las cubiertas. La evidente transformación en la
fisonomía de la ciudad, que corre paralela al definitivo cese en la ocupación de la vieja
ciudad turdetana, se aprecia en el edificio público excavado en el Corte 1 de la Casa
Carbonell (Márquez, 1995; Ventura et alii, 1996), que contaba con capiteles de tipo
dórico-toscano tallados en arenisca local, paralelizables a los del foro republicano de
Ampurias.

A estas alturas Corduba era ya capital de la Ulterior y residencia del gobernador


romano. Tal circunstancia explica su monumentalización y que los autores latinos nos
transmitan, en torno a los años 80-70 a.C., la impresión de una Corduba dotada de ricas
casas decoradas con estatuas y tapices importados de Oriente, así como de un foro en el
que se localizaría el templo consagrado a la tríada capitolina y la basílica sede de la
administración civil (cfr. Rodríguez Neila, 1981). Todo ello dibuja un panorama en el
que resulta fácil comprender el comienzo oficial por parte de la ciudad de sus propias
acuñaciones, que portan la leyenda CORDVBA (Chaves, 1977).

Sin embargo, con motivo de las Guerras Civiles, la ciudad tomará partido por el bando
pompeyano y esto la llevará a ser brutalmente asediada y destruida por César tras la

16
Al menos en el sector próximo al foro y en la zona de Altos de Santa Ana, sectores en los que se han
efectuado las excavaciones que reseñamos. La falta de constatación de este horizonte en sectores más
amplios de la ciudad impide confrontar este dato, dejando abierta la posibilidad de zonas en las que la
cultura material de “tradición indígena” sea más significativa. A este respecto, habría que incidir en la
cuestión de la posible extrapolación a estos momentos iniciales del vicus hispanus documentado para
época imperial. En cualquier caso, consideramos que el carácter mayoritariamente “itálico” o “indígena”
de los contextos cerámicos debe ser tratado con mucha prudencia en tanto no se cuente con un volumen
de información tanto cuantitativa como cualitativamente superior, no teniendo por qué indicar
necesariamente la “nacionalidad” de quien los utilizó. A este respecto, consideramos altamente
ilustrativas las observaciones de Keay (1997) a propósito de Itálica.

14
batalla de Munda (45 a.C.), algo que a escala arqueológica se manifiesta por lo general
en un potente estrato de cenizas o incluso en la amortización de estructuras.

Para esta etapa de los siglos II-I a.C. carecemos de datos arqueológicos relativos a las
relaciones entre la ciudad y su territorio inmediato (cfr. Rodríguez Neila, 1992), en el
que no contamos con evidencias arqueológicas de asentamientos de carácter rural hasta
la primera mitad del s. I d.C. La inseguridad propiciada durante el s. II a.C. por las
incursiones lusitanas, junto a la canalización de la inversión de capitales romanos e
itálicos hacia la minería de Sierra Morena (cfr. Domergue, 1972) podrían explicar la
aparente falta de interés por la agricultura que observamos en estos momentos. Sin
embargo, esto contrasta con las referencias explícitas a la existencia de possessiones de
los cordobeses, situadas al otro lado del río y arrasadas por las tropas de Casio Longino
en el 48 a.C.17

17
Esta ausencia de asentamientos rurales con ocupación de época republicana es muy similar a la
constatada en toda la Ulterior, escapando a ella únicamente ciertas zonas de la Citerior (cfr. Gorges, 1979;
Keay, 1997). Sin embargo, esto posiblemente se deba a una distorsión motivada por la falta de
distribución de cerámicas importadas en el medio rural. Frente a ello, son numerosos los asentamientos
que en este medio muestran una ocupación de época “ibérica” indefinida y que, dada la ya comprobada
perduración de la “cerámica indígena” hasta bien adentrada la época imperial, en buena parte mantendrían
su ocupación hasta el s. I d.C. (como demuestra por lo demás la subsiguiente aparición de terra sigillata).
En consecuencia, nos encontraríamos con una situación en la que la mayor parte de las tierras de cultivo
se encontrarían en manos de elementos indígenas, bien con plena propiedad o como possessio (Rodríguez
Neila, 1992:nota 31), en tanto que los inmigrantes, fundamentalmente itálicos (cfr.. Brunt, 1971; Knapp,
1977), asentados recibirían parcelas del ager publicus a título individual, al tiempo que podían adquirir
nuevas tierras mediante compra.

15
2. LA TRANSFORMACION URBANISTICA DURANTE EL PRINCIPADO DE
AUGUSTO (Fig. 3).

El período augusteo (30 a.C.-14 d.C.) representa para nuestra ciudad un momento clave,
pues en él se configura la imagen urbana que perdurará a lo largo de toda la Antigüedad.
El proceso de transformación urbanística, así como los principales programas edilicios y
ornamentales que lo componen, han sido definidos por varios autores en fechas muy
recientes (Carrillo et alii, 1995b; León, 1996; Ventura et alii, 1996; Ventura,1996a;
Márquez, 1995 y 1998). Nuestra labor en estas páginas debe, por lo tanto, reducirse a
ofrecer una síntesis de lo hasta ahora conocido y publicado; si bien, intentaremos
profundizar algo más en dos aspectos escasamente tratados y que, aunque heterogéneos,
consideramos fundamentales: el trazado de la retícula viaria y los agentes promotores
del proceso (León, 1996b).

Tras la destrucción sufrida por Corduba durante la guerra de Munda, no total, pero sí
intensa, en el año 45 a.C. (Bell. Hisp. 34), es probable que César ordenara el
establecimiento de una colonia romana "de castigo", consecuencia de su actitud
ambigua o abiertamente filopompeyana durante el conflicto (Canto, 1997, 276).
Posteriormente, pero con anterioridad al 14 a.C. -tal vez en 25 a.C., coincidiendo con la
reorganización administrativa de las provincias de Hispania-, Augusto, heredero y
sucesor de César, culminaría tales proyectos deduciendo la Colonia Patricia y
asentando en ella un contingente de veteranos licenciados del ejército, a lo que aludirían
tanto algunas acuñaciones de la ciudad con signa legionarios en los reversos, como la
constatación epigráfica de una nueva tribus -Galeria- en la que se inscriben sus
ciudadanos (Stylow, 1996, 80 ss.). La Colonia Patricia Corduba pasa a ser capital de la
Provincia Baetica y del Conventus Cordubensis, afianzando de iure la preeminencia
que había ostentado durante la época republicana respecto al resto de ciudades de la
provincia (Plin. Nat. Hist. III, 10).

Estos acontecimientos políticos deben haber jugado un papel fundamental como motor
del cambio urbanístico que se documenta arqueológicamente. En efecto, en este período
se constata la ampliación del recinto amurallado de la ciudad hacia el Sur, hasta
prácticamente la orilla del Guadalquivir, incrementando así su extensión en 31 ha.
(superficie total: 78 Ha.). Probablemente la ampliación sirviera para acoger a los
colonos augusteos (v. infra, comunicación sobre las murallas de Córdoba).

16
La reciente investigación topográfica (vide supra) permite emprender estudios
detallados sobre la red viaria y su modulación. Es posible, de este modo, conocer el
modelo teórico de limitatio de parcelas intraurbanas en la ampliación augustea de
Córdoba. El trazado del viario parte de la bifurcación del Kardo Maximus republicano
en su extremo meridional, en la confluencia de la actual c/ Blanco Belmonte hacia la
Plaza de Benavente. Un ramal adopta una dirección NW.-SE., coincidiendo
aproximadamente con la c/ Rey Heredia. Esta "diagonalis" segrega un sector
intraurbano -el suroriental- destinado a "barrio de espectáculos", reservándose aquí el
espacio necesario para la edificación del teatro -que aprovecha el escarpe de la terraza
fluvial- y, al sur de él y en eje, el anfiteatro (Ventura, 1996a, 153-176). El segundo
ramal del Kardo Maximus, que consideramos principal por encaminarse hacia el puente
y la puerta allí ubicada, presenta una orientación diferente a las murallas, pero que ha
quedado fosilizada en la nave central de la Mezquita Aljama (Ventura et alii, 1996,
107-109). Siguiendo esta misma orientación se trazan el resto de kardines, espaciados
un actus cada uno. Conocemos 5 de ellos, que corresponden, de W. a E., a la actual c/
Torrijos, nave central de la Mezquita, c/ Céspedes, Pórtico E. del Patio de los Naranjos
y parcelas orientales de la c/ Caño Quebrado (MORENA, 1997 e.p.). Peor informados
estamos respecto a los decumani, aunque los conocidos se espacian dos actus
Tendríamos así insulae de c 35 x 70 m., aunque cabe la posibilidad de que éstas
estuvieran subdivididas por otros decumani no documentados hasta ahora, midiendo
entonces c. 35 x 35 m (1x1 actus). Ambas dimensiones, en todo caso, están
documentadas para otras colonias romanas de época triunviral o augustea (Sommella,
1988). Existe además una estrecha relación entre el trazado urbanístico republicano de
la ciudad alta y el que se acomete posteriormente en la zona meridional: la prolongación
de los kardines de la parte alta sobre la "diagonalis" (C/ Rey Heredia) y su proyección
ortogonal sobre otro kardo paralelo a ésta (y situado un actus al SW.) determina los
puntos desde los que parten los decumani de la ampliación augustea, con módulo de 2
actus. Esta limitatio, tan regular y de parcelas reducidas, nos hace sospechar en un
reparto viritim vinculado a la deductio de veteranos.

Al mismo tiempo que se reorganiza su interior, la ciudad se "abre" hacia el exterior, una
vez concluidas las guerras civiles (provincia Baetica pacata est, se lee en una
inscripción del Foro de Augusto en Roma). Capital administrativa, económica y política
de un territorio provincial, es precisamente la calzada que articula este territorio, la Via

17
Augusta, la que vertebra también la ciudad ampliada, pues pasa a ser Decumanus
Maximus (c/ Alfonso XIII) y Kardo Maximus (c/ San Alvaro, Jesús María y Blanco
Belmonte) (Ventura-Carmona, 1992 y 1994). Otros indicios de apertura territorial serían
la parcelación agraria (centuriatio) con la misma orientación que la documentada para
algunos ejes del viario intramuros, o la presencia de suntuosos monumentos funerarios a
lo largo de las calzadas que salen de las puertas úrbicas (Murillo-Carrillo, 1997).

Las calles de la ampliación augustea, y también las de la vieja Corduba (zona Norte), se
dotan en estos momentos de cloacas y se pavimentan (Ventura, 1996a, 140-144). Debe
repararse en la magnitud de la empresa, a tenor de los kilómetros de conducciones y
toneladas de piedra necesarios. Algunas calles, también, se dotan de pórticos sobre las
aceras (Hidalgo, 1993b y 1994a). La red de saneamiento está sin lugar a dudas
vinculada a la construcción del primer acueducto con que contó la ciudad: el Aqua
Augusta (acueducto de Valdepuentes), de probable financiación imperial (Ventura, 1993
y 1996a). Como también lo están las fuentes públicas en las plazas y calles, que se
calculan en un centenar, a juzgar por el caudal transportado por el acueducto (30.000 m³
de agua al día). Algunas de estas fuentecillas pétreas, decoradas con mascarones de
bronce -effigies aheneas-, fueron donadas por un miembro de la oligarquía local, L.
Cornelius, con posterioridad al desempeño de las más altas magistraturas ciudadanas
(aedilis y duumvir: CIL II²/7, 218-219).

Las nuevas elites coloniales se "apropian" del espacio público representativo


tradicional, de manera similar a lo constatado en Pompeya tras la deductio silana
(Zanker, 1993, 71-83). Así, las recientes excavaciones de la c/ Góngora, realizadas por
L. Aparicio e I. Carrasco18, han permitido comprobar intensas reformas en el viejo foro
republicano, que comprenden la pavimentación de la plaza con losas de caliza micrítica
gris (Aparicio-Ventura, 1996) -fenómeno éste documentado en otras ciudades por esta
misma época: Alföldy, 1990, 72-, la instalación en ella de fuentes públicas, o la
renovación de su porticado perimetral. Herramienta fundamental en este proceso de

18
Debemos expresar nuestro más sincero reconocimiento a Doña Inmaculada Carrasco, que
amablemente accedió a que nuestro equipo de topografía efectuara un levantamiento de los vestigios
exhumados en el curso de la I.A.U. por ella dirigida. Esta intervención ha sido de una gran trascendencia
al volver a documentar el límite meridional del foro colonial y permitirnos corroborar nuestra propuesta
de orientación de la retícula urbana a partir del trazado del decumanus de Puerta de Gallegos y del Kardo
Maximus. De este modo, hemos podido restituir los límites precisos del foro colonial, que en realidad
presenta una orientación y unas dimensiones diferentes a las planteadas en su día por Ibáñez et alii
(1996:Fig. 4). Sobre la problemática de este espacio forense, cfr. supra lo dicho a propósito de la etapa
republicana e infra en lo relativo a la altoimperial.

18
"colonización ideológica" del espacio urbano es la cultura epigráfica. Las elites dejan
testimonio escrito, público, monumental y perenne de sus logros; a veces incluso
acompañado de su propio retrato. Pedestales y estatuas proliferan en plazas, calles y
edificios, las más de las veces dedicadas por el propio cuerpo de ciudadanos al político
o benefactor de turno. Especial atención merecen dos aspectos de este incipiente hábito
epigráfico, en cierto modo peculiares de la Corduba augustea. De un lado, las
dedicaciones realizadas por coloni e incolae mencionados por separado (v.g. CIL II²/7:
283, 311), que a nuestro juicio demuestran el sentimiento de unidad de los colonos
augusteos respecto a los habitantes anteriores a la deductio (similar constatación en
Pompeya: Zanker, 1990, 81). Por otro lado, el empleo de la ostentosa técnica de las
litterae aureae -letras de bronce bañadas en oro e incrustadas en soporte pétreo-, propia
de los monumentos imperiales o, cuando menos, comunitarios (Alföldy, 1991), en
monumentos funerarios privados (v.g. CIL II²/7: 323, 720).

También las innovaciones en el campo arquitectónico contribuyeron a transformar el


paisaje urbano; en especial, la introducción del mármol como material constructivo
programático y la adopción de modelos romanos en el lenguaje decorativo (Márquez,
1995, 88-90 y 1998, 207-208). Algunas piezas, colosales y elaboradas en mármol de
Luni-Carrara, ponen tras la pista de monumentos patrocinados directamente por el
emperador, propietario de las canteras (Márquez, 1995, 88-89; Pensabene, 1996, 222).

La adhesión comunitaria hacia el nuevo régimen de paz y prosperidad promovido por


Augusto se constata no sólo en las elites, sino también en el populus. Las actividades
vecinales de culto al emperador afectan incluso a la, digamos, "nomenclatura" urbana,
pues es por esta causa por la que se establece una división oficial de la ciudad en
distritos o vici, de los que conocemos por el momento dos denominados forensis e
hispanus (CIL II²/7: 272-273; Ventura, 1996c, 76). También, extramuros, se documenta
una barriada o pagus Augustus (CIL II² /7: 231).

Sin lugar a dudas, el teatro es el monumento más emblemático de la Colonia Patricia


augustea (Ventura, 1996a, 153-168). La investigación arqueológica sobre sus vestigios,
aunque en estado incipiente, permite asegurar que se trata de un edificio muy grande:
125 m. de diámetro. También peculiar resulta su diseño, por cuanto parece componerse
de una cavea de forma ligeramente ultrasemicircular, según las huellas fosilizadas en el
parcelario y -lo que resulta más fiable-, la simetría de las plazas aterrazadas que lo

19
circundan desde el momento mismo de su edificación. Tamaño, configuración (ausencia
de porticus post scaenam desarrollada) y decoración arquitectónica (claves de arcos
decorados con máscaras), remiten a un modelo específico y claramente augusteo: el
Teatro de Marcelo en Roma (Zanker, 1992, 179-185). La forma de la cavea,
ultrasemicircular y apoyada en ladera, encuentra, sin embargo, mejores paralelos en
edificios republicanos o helenísticos (Mar, 1994). Tal vez podría proponerse como
modelo el proyecto cesariano de teatro adosado al monte tarpeya, nunca realizado
(Suet. Caes. 44), que habría unido la "nueva Roma" del Campo de Marte (Estrab. Geog.
V, 8) con el tradicional capitolio (Gros, 1987, 126; Coarelli, 1997, 586-589). Al menos
conceptualmente existe una similitud, por cuanto el complejo aterrazado a los lados del
teatro patriciense sirve para suturar urbanísticamente la vieja Corduba con la nueva
Colonia Patricia.

En cualquier caso, debe repararse en que tanto el peculiar modelo como el tamaño lo
alejan de otros edificios hispanos construidos por evergetas locales (v.g. Itálica, Acinipo,
Malaca). Si a esto añadimos que los teatros existentes en las otras dos capitales
provinciales augusteas -Emerita y Carthago Nova (Gimeno, 1994)- presentan un menor
tamaño y fueron, no obstante, edificados por familiares directos del Princeps (por
Agripa y por sus hijos Gayo y Lucio Césares, respectivamente: Ramallo, 1992), no nos
parece descabellado proponer una financiación imperial para el cordobés.

Correctamente ha definido Pilar León la Córdoba augustea como "una ciudad en


obras", atendiendo a las numerosísimas construcciones que se emprendieron en estos
momentos, según acabamos de ver (León, 1996b, 12). Cabe preguntarse entonces:
¿quiénes fueron los promotores de este auge edilicio, aparte del propio emperador? y
¿de dónde obtuvieron los recursos financieros para la adquisición de suelo, la
producción e importación de los materiales constructivos empleados y la contratación
de las maestranzas especializadas?. Aunque todavía desconocemos bastantes datos
como para responder de forma categórica a tales preguntas, sí contamos con indicios
para comenzar, al menos, a comprender las causas de este evergetismo edilicio
temprano (Melchor, 1994, 147 ss.)

La primera necesidad básica para la praxis urbanística es la disponibilidad de suelo. En


la Roma cesariana y augustea, los propios proyectos imperiales encontraban grandes
dificultades para la adquisición del terreno necesario (piénsese en el incendio provocado

20
por Nerón). Una situación diferente, en tanto que más favorable, encontramos en
nuestra ciudad, donde el terrible incendio del año 45 a.C. y los 22.000 muertos
producidos durante las guerras civiles habrían dado lugar a ingentes traspasos de
propiedades en la vieja Corduba, posibilitándose así proyectos edilicios de amplio
respiro. La expansión meridional augustea habría complementado esta oferta,
proporcionando suelo residencial para la inversión privada de los colonos (construcción
de sus casas) y el espacio necesario para la inserción de los grandes edificios de
espectáculos.

Segunda necesidad: los medios financieros. Aquí la respuesta se sustenta parcialmente


en el mismo discurso. La guerra prolongada empobrece a los perdedores, pero genera
grandes fortunas individuales en el bando ganador. En cualquier caso, es indudable la
aceleración de los procesos de redistribución de riqueza, bien sea por defunciones, por
requisamientos (botín de guerra) o proscripciones. Existen algunos testimonios
concretos: los italicenses Calpurnio Salviano y Quinto Sestio, que participaron en el
atentado contra el legado cesariano Casio Longino en Córdoba, salvaron la vida a
cambio de 6 y 5 millones de sestercios respectivamente (Bell. Alex. 55; Caballos, 1994,
43-47). Son sumas muy elevadas, suficientes para la construcción de un acueducto, por
ejemplo (Ventura, 1996a, 78). En similar situación se encontraba otro personaje, L.
Mercello (Bell. Alex. 52 y 53), de quien las fuentes literarias no reflejan su destino, pero
que por las epigráficas sabemos que dejó descendientes en nuestra ciudad (CIL II² /7:
311 y Cuadro 2).

Hemos de contar, además, con la acumulación de capital fruto de las productivas


actividades mineras en la provincia a lo largo de toda la época republicana (Chic, 1997,
140-153). Es esta fuente de riqueza la que permitió el acceso al rango ecuestre y
senatorial de las más destacadas familias cordobesas a comienzos de época imperial. En
primer lugar los Annaei, emparentados con la gens Argentaria (Dardaine, 1983;
Ventura, 1996d) y vinculados, a través de ella, con la poderosísima Societas
Sisaponensis, explotadora de minas de plata en Sierra Morena (Posadas: Domergue,
1990, 262) pero, sobre todo, de las minas de cinabrio y mercurio de Almadén (Ciudad
Real) en régimen de monopolio (Cuadro 1). La producción de cinabrio ha sido estimada
en 53 toneladas anuales de mineral puro (vena), que una vez exportados a Roma vía
Córdoba (Ventura, 1993) servían para elaborar 160.000 libras del preciado minio,
colorante imprescindible para la pintura (Rodríguez Almeida, 1995). El mercurio

21
resultante como subproducto también era considerado estratégico por sus aplicaciones
para la obtención de oro por el procedimiento de amalgama y para el dorado del bronce
(Chic, 1997, 142). No sorprende, por lo tanto, que libertos de la gens Argentaria ejerzan
en Roma el oficio de banqueros, incluso en relación con el mercado del cobre ("A.
Argentarius AALA Antiochus, coactor argentarius inter aerarios" CIL VI, 9186;
Andreau, 1987, 165-166).

Otra familia ecuestre importante en estos momentos: los Mercellones-Persini


emparentados, de un lado, con aquel L. Mercello italicense de época cesariana (Cuadro
2). De otro lado, con los Persii 19 , constatados en la zona minera de Montoro (CIL II²/7,
152) y algunos de ellos dedicados también a la banca (CIL II²/7, 342). Pero la polinomia
de uno de sus miembros, edil y duumvir en Corduba (CIL II²/7, 311) y posteriormente,
procurator Augusti (Hep 2, 345), demuestra, además de un contacto directo con el
Princeps, un emparentamiento particularmente interesante con los Marii, propietarios
casi absolutos de las minas de cobre y oro de Sierra Morena -de hecho, antonomásticos:
Mons Marianum, Aes Marianum quod Cordubense, Mansio Mariana, Mons Mariorum-.
Varios Marii, libertos de Persini, se documentan en Corduba y, de nuevo, en la zona
minera de Epora (Montoro). La presencia de varias "marcas de cantero" en las cornisas
del teatro, elaboradas en caliza micrítica local ("piedra de mina"), con las siglas MAPA,
tal vez signifiquen la participación de esta familia en la ornamentación del edificio, o
bien su propiedad respecto a las canteras: M(ercellonis) vel M(arii)AP(ersini).

Estas familias (y otras menos conocidas literariamente, como los Cornelii, los Postumii,
los Manlii) se constatan epigráficamente en la ampliación augustea y, más
concretamente, en el teatro20: el edificio se convierte, así, en escenario de culto al
emperador (Ventura, 1996, 164 y esp. nota 397) y de autorrepresentación para las elites
locales, enriquecidas a su amparo.

19
La relación entre el L. Mercello cesariano y el T. Mercello Persinus Marius augusteo se deduce del
hecho de ser los dos únicos casos de este gentilicio documentados en Hispania y ambos, precisamente, en
Corduba: Abascal, 1994, 185. Probablemente se trata de padre e hijo. La relación entre los Persii y los
Mercellones Persini se deduce de dos hechos. Por un lado, la raíz onomástica. En palabras de Kajanto:
"the origin of the cognomina in -inus may also be sought in adoptions and in derivations from the
gentilicia of the parents" (1982, 36). Por otro lado, tanto el gentilicio, como el cognomen derivado de él,
son muy infrecuentes en la epigrafía hispana: 4 casos de Persii y 3 de Persini (Abascal, 1994, s.v.). De
estos 7 casos, 5 aparecen en inscripciones de Epora o Corduba.
20
Uno de los autores de esta ponencia (A.V.V.) ultima un trabajo en profundidad al respecto: "El teatro
de Colonia Patricia: ambiente epigráfico, evergetas y culto imperial", que confiamos vea la luz en 1999.

22
3. LA ÉPOCA ALTO-IMPERIAL (Fig. 4).

Si la etapa augustea supone un episodio decisivo en el desarrollo urbanístico de la


Córdoba romana, la época altoimperial se constituye como una fase de consolidación y
desarrollo del proceso comenzado entonces21 Los datos arqueológicos demuestran que
entre Augusto y los finales del s. III d. C. se asiste al máximo florecimiento de Corduba
desde todos los puntos de vista.

De importancia capital va a ser la continuación de la actividad de los evergetas, cuyos


esfuerzos para ornar y embellecer la ciudad habían ya comenzado en época augustea
según veíamos. En este sentido, Colonia Patricia se enmarca perfectamente en las
tendencias que pone de manifiesto el reciente estudio de Melchor (1994) sobre el
evergetismo en la Bética. Así, de las 303 manifestaciones de evergetismo que este autor
recoge (Melchor, 1994: 190), sólo 13 -4.30%- pueden fecharse durante el s. III y 19 -
6.30%- a los siglos II-III. En cambio, nada menos que 46 -15.20%- se sitúan en el s. I,
23 -7.60%- en los siglos I-II y ¡102! -33.70%- en el II lo que demuestra cuales son los
momentos de mayor esplendor en las donaciones a las ciudades lo cual no quiere decir
que éstas desaparecieran por completo sino que fueron a partir del s. III los emperadores
y sus funcionarios los encargados del mantenimiento de las actividades ciudadanas si
bien a un nivel más bajo.

Esta actividad de los mecenas cívicos continuó durante toda la etapa altoimperial como
lo demuestra, por ejemplo, el epígrafe (CIL II2/7 221) de época severiana que nos
testimonia como L. Iunius Paulinus, por haber obtenido los más altos cargos religiosos
de la provincia, organizó juegos de gladiadores y de circo y representaciones teatrales
donando, además, una serie de estatuas nada menos que por valor de 400.000 sextercios.
Esta gran suma, que permitiría la erección de unas cien esculturas (Ventura, 1996a: 145)
demuestra el poderío económico de los prohombres patricienses como otra inscripción
(CIL II2/7 228), fechada en el s. II, que nos testimonia la dedicación de una estatua de
plata de 1000 libras de peso y que representaba al Genio común de la Colonia Patricia
y de la Colonia Claritas Iulia Ucubi, posiblemente en un templo bajo la advocación de

21
Evidentemente, debe tenerse en cuenta que una ciudad no se finaliza en una sola generación por lo que
algunos de los proyectos diseñados en época augustea se finalizaron con posterioridad. Tal es el caso de
uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, el teatro, cuya decoración se finalizó en época julio-
claudia (vid. Ventura, 1996a: 168 y Márquez, 1998: 191) e incluso se observa la presencia de ciclos
icónicos imperiales que todavía estaban completándose en época de Antonino Pío (Ibid.) cuando también
se fechan otras piezas escultóricas (Márquez, 1998: 191-192).

23
Tutela (Stylow, 1990: 271) . En este sentido resulta fundamental el análisis de
Pensabene (1996: 207-210 ya Márquez, 1990a: 162) sobre las fuentes de riqueza de los
comitentes de la Bética y la Tarraconense indicando como, en el caso de los primeros,
la producción de aceite se halla en la riqueza de los mismos, producción que,
precisamente, tiene su auge en el s. II.

Estas elites locales aceptaron muy pronto los patrones y modelos de la capital como se
pone de manifiesto, entre otras cosas por la creciente “marmorización”, si se nos
permite la expresión, de la ciudad como demuestran los estudios de Márquez (1995: 88-
y 1998: 204). En efecto, asistimos ahora a la extensión del uso del mármol lo que
permitió la elaboración de una gran cantidad de piezas de decoración arquitectónica
(Márquez, 1993 y 1998; Hesberg, 1996), algunas de ellas de gran altura y que se
inspiraban directamente en los modelos de Roma, y la creación en la propia ciudad de
talleres (Márquez, 1998: 206-207; Hesberg, 1996: 160-161 y, para las esculturas,
López, 1997: 297-309). De nuevo, resulta esclarecedor el que la mayoría de estas piezas
se fechen entre los siglos I-II (vid. Márquez, 1990a: 162 y 1998: 113 ss. y 205; Hesberg,
1996; 168-169; Pensabene, 1996; 207) a excepción de una serie de capiteles corintio-
asiáticos (Márquez, 1998: 129).

Uno de los aspectos más importantes de la monumentalización de la ciudad es el


desarrollo de amplios programas de decoración escultórica entre los que destacan las
esculturas masculinas togadas y las femeninas vestidas, recientemente estudiadas por
López (1996). Son las primeras un grupo de especial interés puesto que algunas de ellas
representan la plasmación física del agradecimiento de la ciudad a los evergetas que la
ornaron y embellecieron a lo largo de esta etapa y otras manifiestan la devoción a los
miembros de la familia imperial con la erección de estatuas que los representaban en los
lugares más destacados de la ciudad. En su estudio, López (1996:268 ss. y 353 ss.)
señala que todas las piezas pueden fecharse entre las primeras décadas del s. I d. C. y los
mediados del s. II d. C., cuando se data el ejemplar más moderno, constatando que la
mayoría se adscriben a la época julio-claudia, especialmente durante el reinado de
Claudio, si bien, como ella misma señala, este fenómeno es común para el resto del
imperio. Precisamente es en época de Claudio cuando los talleres cordobeses alcanzan
su apogeo, seguido de una etapa de menor calidad y producción en época flavia y una
cierta recuperación en época adrianea. El “vacío” del s. III, también observable en la

24
Bética y en Tarragona (López, 1997: 293; T’EDA, 1989: 191), se explica, en su
opinión, por la reutilización de las obras producidas en épocas anteriores y la primacía
de nuevos géneros, como los sarcófagos (Beltrán, 1993) y las aras.

Curiosamente, como reconoce la propia López (1996: 287 n. 31) estos datos divergen de
los que, para el conjunto de la Bética, ha obtenido Melchor (1994:180) en su estudio
sobre el evergetismo en la provincia ya que su análisis indica que de las 8622
inscripciones que mencionan donaciones de estatuas susceptibles de ser datadas, 20 -
23.30%- corresponden al s. I y 53 -61.63%- al s. II; con posterioridad a esta fecha sólo
se conocen 13 -15.12%- inscripciones. En el caso de Colonia Patricia, se constatan
algunos epígrafes fechados en el s. II (CIL II2/7 282, 302) o muy a inicios del s. III
(295) para los que, permítasenos la expresión, no tenemos cuerpo; seguramente la
explicación se encuentre en el fenómeno del reaprovechamiento como señala López.

Dejando aparte estas cuestiones, durante la etapa altoimperial se produce la


consolidación y transformación de los principales espacios públicos de la ciudad,
planificados y concebidos ya en época augustea: el foro “colonial” y el foro
“provincial”23, un esquema de distribución de espacios públicos presente también en las
otras dos capitales de provincia, Mérida y Tarragona.

En lo que respecta al primero, el destinado a los asuntos propios de la ciudad y heredero


del viejo foro republicano, el análisis conjunto de los datos arqueológicos y epigráficos
permite esbozar el proceso de su consolidación definitiva desde época augustea hasta el
s. IV.

Mención especial merece la sugestiva hipótesis de Márquez (1997 e.p. y 1998: 176-
178) quien plantea la existencia de un forum adiectum, similar al definido en Arles (vid.
GROS, 1996a: 231) iniciado en época augustea a semejanza del Foro de Augusto en
Roma, como se patentiza también en Mérida y Tarragona y que estuvo organizado en
torno a un gigantesco templo, que debe englobarse así mismo en las tendencias de la

22
Debe tenerse en cuenta que en estas 86 menciones, Melchor incluye estatuas dedicadas a emperadores,
a divinidades y a particulares. De todas maneras, este último grupo es el más numeroso ya que supone el
61% del total de donaciones de estatuas puedan o no ser datadas.

23
No es éste lugar ni momento para discutir si esta denominación, recientemente rechazada por
Trillmich, es la más adecuada. Al respecto, creemos, como J. L. JIMÉNEZ (1996: 151 n. 68), que “posee
la virtud de permitir una diferenciación de las plazas desde el punto de vista funcional” y que “no se
conocen alternativas mejores” a su empleo. Sí resulta evidente la proliferación de espacios públicos en las
ciudades provinciales a partir del modelo de la propia Roma (JIMÉNEZ, 1994 y 1996a: 148).

25
arquitectura religiosa de la propia Urbs, que Márquez identifica como el posible templo
de culto imperial de la colonia. Para el discurso que aquí nos ocupa resulta esencial la
magnífica estatua colosal de la Colección Tienda, que recientemente Trillmich (1996:
188) ha identificado con Eneas portando a su padre Anquises, de nuevo en el marco de
la impregnación en las provincias de los modelos, en este caso escultóricos, del Foro de
Augusto, proceso que también se ejemplifica para el caso de Mérida24. La cronología
claudia que León (1990: 373-374) y Trillmich (1996:185) atribuyen a la pieza,
demuestra que este gran complejo urbanístico se vio culminado en la etapa julio-
claudia.

En la zona del foro “colonial” se documenta la existencia de 22 piezas escultóricas


(López, 1997: 334-336 y 358), alguna de ellas de tamaño colosal, de las que se han
podido identificar dos togados y tres representaciones femeninas que ponen de
manifiesto la importancia del programa escultórico desarrollado en la zona. El citado
estudio de López revela un amplio programa sobre todo realizado en época claudia,
semejante a1 que aparece en otros espacios semejantes de Hispania, siendo de destacar
la existencia de las estatuas femeninas puesto que su cronología es muy temprana,
transición entre Augusto y Tiberio, y una de ellas puede interpretarse como una
emperatriz divinizada. Igualmente, se testimonia como todavía en el s. II se continuaron
erigiendo estatuas togadas, lo que testimonia la vitalidad de la ciudad y del sector que se
mantendrá en las centurias siguientes según demuestra el análisis de los epígrafes
publicados en la nueva edición del CIL.

Recientemente, Garriguet (1997) ha presentado una atrayente hipótesis sobre la


localización de un edificio de culto imperial situado en la zona suroriental del foro
“colonial” adornado con un posible ciclo estatuario de la dinastía julio-claudia, del que
se conservan una estatua masculina y la femenina citada (vid. también López-Garriguet,
1996 y Garriguet-Barbado-López, 1996), de tamaño mayor que el natural y ambas

24
En su estudio sobre las esculturas togadas de Colonia Patricia, LÓPEZ (1996: 349-350) plantea la
posibilidad de que un conjunto homogéneo de doce togados, de gran calidad y de época claudia, hallados
fuera de su contexto original en la Ronda de los Tejares, estuvieran ubicados originalmente en uno de los
espacios públicos de la ciudad y representasen bien a miembros de la familia imperial bien a los summi
viri presentes en el Foro de Augusto.

26
sedentes, fechadas en época de Claudio aun cuando cabe la posibilidad de que el
edificio que las albergaba fuera erigido en época augustea o tiberiana.25

En la zona nororiental se documenta la existencia de dos claves de arcos decoradas de


cronología julio-claudia (Marcos, 1987; Márquez, 1998: 164-165 y 175), arcos que,
como en Mérida, debieron de actuar a manera de ingresos monumentales al foro,
acentuando así su carácter monumental aunque cabe también la posibilidad de que
flanqueasen un edificio religioso (Márquez, 1998: 175). Así mismo debemos recordar
que, en la zona meridional una serie de inscripciones (CIL II2/7 233, 235 y 236)
testimonian la existencia a comienzos del s. III de un templo dedicado a la Magna
Mater y en el que se desarrollaban ceremonias en honor de los emperadores.

Pasemos ahora al análisis del foro “provincial”, es decir, el que albergaba los asuntos
propios de la provincia Bética según indicaría la concentración en la zona de pedestales
de los flamines del culto imperial (Stylow, 1990: 274)

El estudio de la decoración arquitectónica (Márquez, 1998: 23-24 y 179), permite


aseverar la erección de un importante edificio en la primera mitad del s. II cuyas
dimensiones indican la monumentalidad del conjunto. Al igual que el foro “colonial”, el
espacio público de los Altos de Santa Ana se vio completado por un amplio programa
de decoración escultórica (López, 1997: 336-341) que “lo convierte en homenaje
público a la figura del emperador y a la dinastía julioclaudia, en un clima de belleza y
refinamiento, donde priman las representaciones femeninas” (López, 1997: 358-359) y
con un claro matiz helenístico oriental. La decoración se compone de 10 ejemplares, 5
de ellos correspondientes a estatuas femeninas26, quizá divinidades. Hay que destacar
que, por supuesto, la presencia de esas esculturas requiere un espacio porticado y que
han aparecido a ambos lados de la calle Angel de Saavedra lo que parecería indicar que
el espacio público se extendía a ambos lados del cardo máximo (Ventura et alii, 1996:
101; López, 1997: 337). En cuanto a la cronología, es interesante constatar que se
extiende desde época augustea hasta la primera mitad del s. II aunque con un claro

25
Su excavadora menciona simplemente que se halló “parte de la planta de un gran edificio del siglo I, al
nivel de cimentación, relacionado con el ámbito público” (BAENA, 1998: 41) y, precisamente a partir de
la presencia de las dos estatuas mencionadas, que debe ponerse “en relación con algún recinto del culto
imperial” (Ibid.).
26
Resulta llamativa la ausencia de togados si tenemos en cuenta la existencia de epígrafes de flamines
aunque con una cronología posterior a las piezas estudiadas por López. Debemos, por supuesto, tener en
cuenta la posibilidad de que algunos de los fragmentos no identificados corresponda a representaciones de

27
predominio de los ejemplares julio-claudios tempranos siendo también de destacar las
diferencias existentes en la calidad y la presencia de posibles esculturas ideales.

Al respecto, debemos señalar la existencia de numerosos datos que parecen indicar la


existencia de un espacio acotado, posiblemente con un templo (ya Stylow, 1990:274),
en el que se desarrollase desde el reinado de Tiberio el culto a la familia imperial con la
dedicación de un amplio grupo estatuario (vid. León, 1996b: 26; López, 1997: 339).
Cabe la posibilidad de que este recinto fuera un templo dedicado a Diana Augusta (vid.
Márquez, 1998: 181-182), reconstruido o modificado a principios del s. III según recoge
el conocido epígrafe en el que se menciona al procónsul Arriano y como indican los
resultados de algunas excavaciones desarrolladas en la zona (Ventura, 1991:263 y
1996a: 146; Ventura et alii, 1996: 104)27. En este sentido habría que plantear la
posibilidad (Stylow, 1990: 278) de que en esta zona el culto imperial se desarrollase a
escala local con anterioridad al establecimiento del foro “provincial”, seguramente a
finales del s. I (Stylow, 1990: 277). Sin embargo, debemos señalar que esta cronología
propuesta por Stylow se basa en la que se adjudica normalmente a los inicios del culto
imperial en la Bética y también en la del epígrafe que menciona (infra) la construcción
de un nuevo acueducto bajo el reinado de Domiciano, una de cuyas funciones sería, en
su opinión, la de proporcionar agua al nuevo recinto foral y a sus edificios adyacentes28
Pero hay que tener en cuenta que la inscripción más antigua que se conoce, relativa a
uno de los flamines provinciales, se fecharía como mucho a mediados o finales del s. II
(CIL II2/7 291), lo que nos inclina a pensar que, desde finales de la época julio-claudia o
comienzos de la flavia el culto imperial provincial se desarrolló en el templo de la calle
Claudio Marcelo debido a una serie de datos que analizaremos más adelante.
Posteriormente, esta área pública asumió las funciones hasta entonces cumplidas por el
gran espacio religioso de la calle Claudio Marcelo, del que nos ocuparemos a
continuación, y durante todo el s. III. Precisamente, la decoración escultórica de la zona

togados y el fenómeno del reaprovechamiento de piezas anteriores (vid. López, 1997: 340 n. 24) pero el
problema subsiste.
27
En dichas intervenciones se documenta que la zona se constituyó como un espacio público abierto
durante toda la etapa altoimperial hasta que, a comienzos del s. III, y reutilizando material constructivo y
elementos de decoración de las edificaciones anteriores, se levantó un edificio de cierta envergadura.
28
En relación con el entorno de este espacio público, destaca la posibilidad de que en la calle Saravia se
ubicase un macellum en cuyo centro se dispondría una fuente circular con cubierta tipo tholos de ser
cierta, como parece muy probable, una reciente hipótesis sobre dicha fuente (VENTURA, 1996: 99-104)
fechada a finales del s. I o comienzos del s. II.

28
se limita a estatuas femeninas de posibles divinidades o personajes de la familia
imperial, pero con cronología muy temprana, hasta comienzos del s. II.

El mencionado complejo religioso de la calle Claudio Marcelo se estructura29 en torno a


un gran templo hexástilo y pseudoperíptero con un ara cuadrangular delante rodeado por
una plaza con triple pórtico de 77 m de anchura, levantados ambos sobre una gran
plataforma artificial de 10 m de altura que servía para salvar el acusado desnivel natural
existente en la zona. Para sostener los empujes de los rellenos que la constituían, se
utilizó un interesantísmo sistema constructivo muy similar a las anterides vitruvianas,
un conjunto de contrafuertes trapezoidales con el lado mayor hacia la fachada principal
del conjunto, la oriental. De esta forma, se configuraba un grandioso espacio
arquitectónico que debía determinar la imagen de la ciudad desde la vía procedente de
Cástulo. Con respecto a este gran conjunto, uno de los problemas más discutidos por la
investigación ha sido el de su cronología (vid. Jiménez, 1996a: 143-144). En el
momento actual, creemos que los análisis estratigráficos de Jiménez (1996a: 130 ss. y
esp. 141-143) demuestran, sin lugar a dudas, que el templo comenzó a construirse en el
reinado de Claudio si bien cabe admitir un plazo de tiempo hasta la finalización del
edificio rodeado por la plaza (Jiménez, 1996a: 143; García y Bellido, 1970).

Cabe dentro de lo posible que, como apuntaran Stylow (1990: 271) y León (1996b: 24),
ya en el proyecto augusteo estuviera diseñada la organización de este sector de la ciudad
pero, de confirmarse su vinculación con el culto imperial (vid. infra), nos parecería más
adecuado concebir el conjunto como una exigencia urbanística posterior máxime si
tenemos en cuenta la envergadura de la obra y el desplazamiento de la Vía Augusta
precisamente a consecuencia de su construcción30 no debiendo tampoco olvidar la
existencia de una cloaca, fechada por Ventura (1996a: 126) en época augustea, cortada
precisamente por los cimientos de la cella.

A diferencia de la decoración arquitectónica, muy poco es lo que conocemos del


programa escultórico que, sin duda, debió ornar este gran complejo religioso. Además
de constatar la existencia de cinco esculturas (López, 1997: 341-342), entre las que se

29
Las excavaciones realizadas en la zona se hallan resumidas en Santos Gener, 1950b y 1955a; García y
Bellido, 1970 y en los trabajos de J. L. Jiménez citados en la Bibliografía.

30
En el curso de las excavaciones que venimos realizando en la casa palacio de Orive hemos podido
comprobar la amortización del trazado de la Vía Augusta “vetus” y su desplazamiento alguna decena de
metros al Norte con motivo de la construcción del circo (vid infra).

29
destaca una femenina, la única identificada, de tamaño mayor que el natural y dispuesta
sobre un basamento, y dos estatuas de bronce, una de ellas ecuestre, merece la pena
mencionar una gran estatua femenina vestida, fechable precisamente en época claudia o
neroniana (Jiménez, 1996b), que podría interpretarse, a título de hipótesis, como una de
las imágenes de culto del templo31, identificación que podría hacerse extensiva a la otra
pieza mencionada, también femenina (López, 1997: 341).

Con todo lo dicho resulta evidente que, a finales de la época julio-claudia o comienzos
de la flavia, la Colonia Patricia se vio dotada de un tercer gran recinto público cuya
relación con los otros dos resulta problemática. Ahora bien, en este sentido resulta de
capital importancia la existencia de un circo en la zona de la manzana de Orive32. De
esta forma se explicaría la tantas veces señalada posición “excéntrica” del templo y la
plaza circundantes, de espaldas a la ciudad. Igualmente se configura un esquema
urbanístico templo-plaza-circo que tiene su refrendo arqueológico en el foro
“provincial” de Tarragona, diseñado en época flavia (Aquilué et alii, 1991: 62-80)
precisamente en relación con el culto imperial provincial, interpretación ésta que
creemos puede aplicarse al caso de Córdoba.

Esta asociación entre templo de culto imperial, plaza pública y circo está constatada así
mismo en la epigrafía. En efecto, una inscripción (OGIS 533) procedente de Ankyra,
actual Ankara, menciona en relación con el culto a Roma y Augusto desarrollado por el
koinon de la provincia de Galatia, la relación precisamente entre templo, plaza de
celebraciones e hipódromo. Además, en algunos complejos forenses provinciales, como
Narbona y Lyon, se reconoce la asociación en este caso con anfiteatros (T’EDA, 1989:
189). Esta relación entre edificio de espectáculos y complejos ceremoniales (Gros,
1990: 381-382) podría paralelizarse con la que espacialmente se establecen entre
santuarios, conjuntos forenses y teatros, y debe ponerse en relación así mismo con la
presencia constante de juegos en las ceremonias religiosas en la zona oriental del
Imperio (T’EDA, 1989: 189), el desarrollo de los sacra Augustalia que comporta la

31
De esta opinión es F. Coarelli según nos manifestó en una reciente visita a Córdoba cuando pudo
contemplar la pieza.

32
Las excavaciones de la Gerencia Municipal de Urbanismo en Orive han permitido demostrar la realidad
arqueológica de este gran edificio de espectáculos, ya intuido (como en el caso del teatro) por Santos
Gener (1950b), si bien este investigador, basándose en la tradición cordobesa sobre las “cárceres” de San
Pablo, lo identificó con el anfiteatro patriciense. Un primer estudio sobre el circo de Orive se encuentra en
preparación por los autores de esta ponencia junto a Dolores Ruiz y José Luis Jiménez.

30
celebración de ludi (Gros, 1990: 381). Se testimonia así que nos encontramos ante un
esquema urbanístico consolidado que tiene sus precedentes, por referirnos sólo a la
época imperial, nada menos que en la propia Roma y desde la época de Augusto con el
esquema definido por la Casa del propio emperador, el templo de Apolo y el Circo
Máximo, esquema heredero de la estructura simbólica y espacial de los palacios
helenísticos (Gros, 1996a: 229-231 y 1996b).

Otro de los fenómenos urbanísticos más importantes que se producen en la etapa alto
imperial es el crecimiento de la ciudad fuera del recinto amurallado. Diversas
excavaciones han revelado la existencia de barrios –vici- tanto al Norte como al Este y
Oeste, barrios que se organizaron en torno a una red viaria bien definida, al menos en lo
que respecta al área occidental, con calles e insulae que albergaban casas pavimentadas
con lujosos mosaicos. En cuanto a la cronología inicial de estas áreas, una excavación
desarrollada en la calle Maese Luis parece indicar que ya en época augustea el tejido
urbano había trascendido las murallas al menos en la zona oriental aunque puede
tratarse de una ocupación sin densidad surgida a lo largo de una vía. En lo que respecta
al vicus septentrional se documenta la existencia de una necrópolis de incineración
debajo de las estructuras siendo de destacar la existencia de una herma (CIL II2/7 384)
con inscripción fechada a inicios del s. II dato éste que, unido a algunos indicios
estratigráficos, parecen situar en época flavia los comienzos de la ocupación en este
sector, cronología coincidente con la que podemos atribuir al vicus occidental33. Hay
que señalar que el que algunas inscripciones funerarias (CIL II2/7 286, 514 y 519)
pueden fecharse a finales del s. II e incluso en los inicios del s. III, parece indicar la
coexistencia de áreas de habitación y funerarias al menos hasta ese momento y,
posiblemente, hasta los inicios del s. V cuando, según se deduce de las excavaciones
realizadas en el Paseo de la Victoria, la zona se abandona a excepción de su uso como
necrópolis.

Debemos hacer también mención de cómo en época flavia los complejos programas
urbanísticos que estaban llegando a su conclusión, unidos a la expansión de la ciudad
fuera de las murallas, exigieron la realización entre el 81 y el 96 d. C. de un nuevo
proyecto de abastecimiento de agua a la ciudad, el Aqua Nova Domitiana Augusta

33
Un argumento adicional a favor de una cronología flavia para la expansión vendría proporcionado por
la cronología del segundo acueducto de Córdoba (vid. infra).

31
(Stylow, 1986 y 1987; Ventura, 1996a: 40-59), más monumental que el viejo acueducto
augusteo34. El nuevo acueducto obtenía su caudal de una serie de 4 captaciones en la
sierra Este de Córdoba que se unían en una conducción única de cinco metros de altura
que podía transportar 20.000 m3 de agua al día (Ventura et alii, 1996: 99). De esta
manera, la Colonia Patricia se convirtió “en una de las ciudades mejor abastecidas de
agua de Hispania e incluso del Imperio” (Ventura et alii, 1996: 99). Esta nueva obra de
infraestructura, amén de cumplir una función práctica, debió de contribuir a elevar en
grado sumo la monumentalización y el aspecto de la ciudad en la zona del templo de la
calle Claudio Marcelo por su proximidad al mismo (Stylow, 1990: 271) y al circo.

De esta manera, la Colonia Patricia alcanzó un elevadísimo nivel de desarrollo urbano


con la continuación de los programas augusteos y la realización de nuevos proyectos
que respondieran al crecimiento demográfico y urbano de la ciudad. A finales del s. III
asistiremos a una serie de transformaciones que cambiarán radicalmente la imagen de la
ciudad, transformaciones que expondremos en el apartado siguiente.

34
En su tramo final de casi 3 Km, una vez unidos los cuatro ramales, el acueducto corría en parte sobre
una substructio de unos 5m de altura (VENTURA, 1996: 56). Sin embargo, transportaba un caudal menor
de agua.

32
4. ENTRE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA Y EL ISLAM: LA CÓRDOBA DE
ÉPOCA BAJOIMPERIAL Y TARDOANTIGUA (Figs. 5 y 6).

Será ya a lo largo del s. III cuando empiecen a advertirse los primeros síntomas de lo
que será la transformación de la ciudad en época bajoimperial y tardoantigua, acusada
incluso en los espacios públicos. De este modo, en el conocido como foro de los Altos
de Santa Ana y en lo que hasta entonces había sido espacio abierto, se construye un
nuevo edificio. Esta construcción -mencionada anteriormente-, posible recinto de culto
dedicado a Diana, incorpora ya elementos reaprovechados, de manera que su
pavimento está constituido por una serie de losas de cipollino procedentes de la
reutilización de fustes de columnas. Muy poco después, en el s. IV, el edificio se
abandona y el carácter público de este espacio desaparece, siendo ocupado por una
sencilla construcción de carácter doméstico (Ventura, 1991, 263-264; León et alii,
1994, 163-164).

Algo similar ocurre en otro de los más destacados espacios públicos de la ciudad
altoimperial, como es el templo de la calle Claudio Marcelo. En un momento avanzado
del s. III, o mejor, ya dentro del s. IV, el pórtico que rodeaba el templo había perdido
parte de las columnas que lo sustentaban y parte de su enlosado. Algunos de los
materiales procedentes de esta estructura fueron reutilizados para confeccionar la
cubierta de una cloaca (Jiménez y Ruiz, 1994, 136; Jiménez, 1996b, 50). Como ocurría
en el caso anterior, en el s. IV –hacia la segunda mitad–, nos encontramos con que este
importante enclave de la ciudad ha perdido totalmente su función primigenia y se ocupa
con nuevas construcciones, también de carácter doméstico.

Una circunstancia análoga vuelve a repetirse en el fastuoso complejo urbanístico que


rodeaba al teatro construido en época altoimperial (Ventura, 1996, 153-168). Aquí se
ha comprobado que en un momento avanzado del s. III-s.IV, dejan de realizarse las
labores de mantenimiento necesarias para el buen uso de este espacio, sin que en el
estado actual de la investigación haya constancia de la incorporación de construcciones
de carácter doméstico en lo que fueron amplios espacios abiertos de carácter público,
situados en torno al mencionado edificio de espectáculos.

Ahora bien, no ocurre lo mismo en el conocido como foro colonial. En este caso no
contamos con información estratigráfica suficiente para discernir cuál era la situación de
este espacio en estos momentos, si bien contamos con la documentación proporcionada

33
por el ambiente epigráfico, conformado por ciertos pedestales honoríficos destinados a
soportar sendas estatuas (Arce, 1977-78, 259-262), dedicadas a diversos emperadores
del s. IV por importantes funcionarios de la administración de la diócesis. La presencia
de estas inscripciones, dedicadas en concreto por tres gobernadores (Octavius Rufus,
Egnatius Faustinus y Decimus Germanicus), permite suponer que, a diferencia de lo
que ocurría en los casos anteriores, aquí sí se mantuvieron las funciones públicas, al
menos durante la primera mitad del s. IV35.

Hasta hace poco tiempo, y ante la ausencia de otros criterios, este proceso de abandono
de gran parte de las áreas públicas de la ciudad se había achacado a la crisis de las
instituciones ciudadanas o, sobre todo, a la pérdida de la capitalidad de la provincia en
favor de Hispalis durante el s. IV. Sin embargo, el reciente hallazgo del conjunto
palatino de Cercadilla permite replantear la cuestión en nuevos términos (Hidalgo,
1996a).

Sin duda la construcción del palacio supuso una importante transformación de la ciudad,
tanto en lo referente a la distribución de los espacios representativos, como en lo
concerniente a su propia imagen. Desde el punto de vista de las formas arquitectónicas,
el edificio, bien conocido en la actualidad gracias a numerosas campañas de excavación
arqueológica, destaca primordialmente por sus considerables dimensiones –más de
cuatrocientos metros de longitud por doscientos metros de anchura–, y por la
originalidad de su diseño. Su planta se organiza gracias a un criptopórtico semicircular,
en torno al cual se distribuyen las distintas estancias que conforman el conjunto,
caracterizadas por la incorporación de grandes salas de recepción o audiencia. De ellas
cabe destacar muy especialmente aquélla situada en la cabecera del eje, pues su
imagen está directamente relacionada con la propia de las salas de audiencia imperial
de época tetrárquica, con su paralelo más cercano en el aula palatina de Trier.

Del análisis de las distintas evidencias existentes en relación con el monumento se


deduce que el edificio en su concepción original constituyó el palacio y sede del
emperador Maximiano Hercúleo, en relación con su presencia en Hispania entre los
años 296-297 y con los preparativos de la campaña pacificadora que inmediatamente

35
En el nº 8 de Calle Góngora –cuadrante NW del foro “colonial”– se documentaron distintas
estructuras (Aparicio-Ventura, 1996), ocupando parte de lo que anteriormente fuera espacio abierto, que
han sido fechadas entre el s. IV y el s. IX y que, por las propias características de la fábrica, sin duda
corresponden a un momento posterior al que aquí nos interesa.

34
después le conduciría al Norte de Africa. Ello supondría el último «impulso oficial»
que habría recibido la ciudad, antes de adentrarse en la Antigüedad Tardía.

En lo referente a las relaciones del palacio con la ciudad, uno de los muchos aspectos
que llaman la atención respecto a este edificio es su disposición fuera del recinto
amurallado. La razón de esta elección radica en la presencia de un circo preexistente
situado inmediatamente al Sur, en los terrenos ocupados por la Facultad de Veterinaria
y su entorno, que habría condicionado la construcción del nuevo edificio en las
inmediaciones, siguiendo las pautas habituales en los grandes complejos palatinos de
época tetrárquica (Hidalgo, 1996 e.p.). A su vez, el palacio habría englobado al antiguo
edificio de espectáculos en el nuevo complejo, procediéndose con toda probabilidad en
este momento a su reconstrucción o monumentalización.

En relación con la presencia de un circo en esta zona, el segundo con que


probablemente contó la ciudad -tomando el relevo del anteriormente construido en el
extremo contrario del decumanus máximo, una vez ese cayera en desuso-, contamos
con diversos testimonios y argumentos, de los que cabe resaltar especialmente:

? Las estructuras localizadas por Santos Gener en terrenos de la Facultad de


Veterinaria36.

? Los datos proporcionados por el análisis minucioso de la cartografía antigua de


la ciudad, en concreto en lo referente al plano diseñado en 1884 por Dionisio
Casañal y Zapatero (vid. Martín, 1990), en el que, para la zona que nos ocupa, se
observa una vaguada de forma elíptica que en buena medida altera el suave declive
natural del terreno en dirección Sur y cuyas dimensiones y forma son muy similares
a aquéllas habitualmente adoptadas por los circos.

? La ubicación y orientación del tramo actualmente conocido del tercer acueducto


con que contó la ciudad (Ventura, 1996, 185-186 y Moreno et alii, 1997), cuyo
trazado apunta claramente hacia el lugar donde presumiblemente se ubicaba el
circo, cuestión por otra parte lógica si tenemos en cuenta el juego de agua que a

36
Santos Gener, 1955a, 10 y fig. 1; 1958, 70. El investigador hace mención a la aparición en 1934-1935
de "cimientos y muros colosales de sillares almohadillados" al realizarse un colector y alcantarillado
tras la citada facultad. La entidad de estas estructuras llevó a Santos Gener a asociarlas con una relevante
construcción romana del entorno de la ciudad, quizás el stadium. No obstante, como ya observó
Humphrey (1986, 381-382), más apropiado sería identificarlas con el circo.

35
través de surtidores y estanques se desarrollaba normalmente en la spina,
completando la fisonomía habitual de este tipo de edificios de espectáculos.

? Por último, la reciente aparición de varias bóvedas confeccionadas con opus


caementicium en un solar en construcción en la Avda. de Medina Azahara37 (Lám.
1), viene a ratificar la más que plausible presencia de un circo en esta zona de la
ciudad.

No obstante y a pesar del impulso revitalizador que supuso la creación del complejo
palacio-circo para la Córdoba bajoimperial, lo cierto es que entre los siglos III y IV la
ciudad se ve sumida en una transformación progresiva, que anuncia los nuevos cambios
que traerá consigo la Antigüedad Tardía. En este sentido, las labores de mantenimiento
que permitían el buen uso de la infraestructura urbana, poco a poco dejan de realizarse,
ya no se sanean las cloacas, que empiezan a colmatarse paulatinamente, del mismo
modo que los pavimentos de las calles comienzan a deteriorarse, desapareciendo parte
de su enlosado, etc.

Algo muy similar ocurre con la edilicia privada. Muy pocas son las nuevas casas que se
construyen a partir de estos momentos. Las evidencias con que contamos al respecto se
reducen en gran medida a los mosaicos. A partir de estos elementos se puede observar
que durante el s. III existe todavía una considerable actividad edilicia, que se ve ya muy
mermada una vez iniciado el s. IV (Blázquez, 1981, 13-56; Guardia Pons, 1993, 175-
188; Moreno, 1997). La tónica general para estas fechas sería sin duda la perduración y
reutilización de las casas de los siglos anteriores38.

No obstante, la degeneración de la vivienda aumenta progresivamente, de manera que,


ya en el s. V, se ocupan los pórticos de las calles con sencillos espacios de habitación
(Hidalgo, 1993b, 109). Del mismo modo, a partir de estos momentos las construcciones
presentan una progresiva degradación técnica, recurriendo en gran medida a la
reutilización en precario de todo tipo de materiales procedentes de las edificaciones
anteriores.

37 Excavacion Arqueológica de Urgencia dirigida por E. Ruiz en 1994 en el número 37 de la Avenida


de Medina Azahara (informe de la intervención depositado en la Delegación Provincial de Cultura de la
Junta de Andalucía en Córdoba).
38
Sobre la arquitectura doméstica de la Córdoba romana, véase, en este mismo volumen, la contribución
de J.R. Carrillo.

36
En contra de lo que en ocasiones se ha pensado, esta degradación, o mejor,
transformación del espacio urbano, no está motivada tanto por la presencia directa
bárbara en Hispania a partir de principios de siglo –habida cuenta además de la fuerte
tradición hispanorromana cordobesa-, como por otras razones derivadas de esta
presencia, como son la pérdida del control político y administrativo del centralismo
imperial, la decadencia de las instituciones municipales y, muy unido a ello, la
desaparición del evergetismo.

Este proceso va unido también al paulatino despoblamiento del espacio intramuros.


Poco a poco desciende el número de ciudadanos afincados en terreno urbano y grandes
áreas de la ciudad quedan sin edificar, utilizadas posiblemente como simples huertas o
vertederos. Como consecuencia de ello, en el siglo VI nos encontramos con un
fenómeno que pocos siglos antes habría sido inadmisible: la aparición de enterramientos
en el interior del recinto amurallado, en especial en el sector Norte de la ciudad39.

La presencia de enterramientos en la zona Norte del perímetro amurallado (Fig. 6) está


directamente relacionada con la concentración de los nuevos centros de poder de la
ciudad tardoantigua en la zona Sur, en las inmediaciones del río, en especial en lo que se
refiere a la construcción del palacio del gobernador visigodo en el solar que
posteriormente ocupará el alcázar omeya y de la basílica de San Vicente en el lugar que
más tarde ocupará la Mezquita Aljama. El abandono de la zona más alta del recinto
intramuros, el núcleo fundacional, más fácil de defender, en favor de la aproximación al
río, puede deberse al importante papel que todavía podría estar desempeñando en estos
momentos el río en la vida de los ciudadanos o, sobre todo, al interés estratégico que
conlleva la protección del puente inmediato.

Ya en otro orden de cosas, no se debe soslayar la incidencia y repercusión que supuso la


implantación y propagación del cristianismo, a través de sus diferentes manifestaciones,
en la imagen de la ciudad. Sin duda la difusión de este culto experimentó un importante
desarrollo en la Córdoba del s. IV. Prueba de ello es la propia figura de Osio, obispo de

39
En concreto nos encontramos al menos con un enterramiento “paleocristiano” en el límite Noroeste
de la ciudad, junto a la muralla, en la Ronda de los Tejares (Edificio Riyad) (Marcos y Vicent, 1985,
244, nº 96), otro, en este caso infantil, en el cuadrante Noreste, en la calle Ramírez de las Casas Deza
(Hidalgo, 1993b, 109), uno más junto al lienzo Este de la muralla, en la calle Ambrosio de Morales
(Bermúdez et alii, 1991, 57-58) y, finalmente, al menos tres más en el recinto del Museo
Arqueológico. En todos los casos son sencillos enterramientos, sin ajuar alguno, practicados todos,
salvo uno, en cista de tégulas. Sólo para las inhumaciones de las calles Ramírez de las Casas Deza y

37
Córdoba, que tras las persecuciones tetrárquicas desempeñó un destacado papel en la
difusión y consolidación del cristianismo en el Imperio –con sus consecuentes
implicaciones políticas–, al convertirse en mentor de Constantino. A ello habría que
añadir el importante grupo de sarcófagos del s. IV localizado en Córdoba40, uno de los
conjuntos más relevantes de la Península Ibérica, importados de la propia Roma,
posiblemente como flete de retorno de los barcos que conducirían a la Urbs los
productos béticos. Estos sarcófagos dan fe de la existencia de una sólida aristocracia
cristianizada en la Córdoba del s. IV, que constituye el sustrato de aquella otra que,
abanderada por la oposición al arrianismo visigodo, mantendrá viva la tradición
hispanorromana y su independencia hasta un momento avanzado del s. VI.

De las iglesias construidas en la ciudad, elemento fundamental para el estudio de la


implantación del culto y de la “cristianización” de la topografía urbana, prácticamente
nada sabemos para los primeros momentos, así que es necesario remontarse a un
momento más avanzado para perfilar someramente su distribución (Fig. 6). En el
interior del recinto amurallado indudablemente el enclave principal era la basílica de
San Vicente, próxima al palacio visigodo y en las inmediaciones del río. También es
posible que existiera otro recinto de culto hacia la zona central de la ciudad (Fig. 6,
núm. 1), en los aledaños de la actual Plaza de las Tendillas, donde aparecieron multitud
de ladrillos decorados y una inscripción relacionada quizás con la fundación del mismo
templo (CIL II²/7, 640).

Del mismo modo, un conjunto importante de ladrillos decorados (González-Moreno,


1997), con la inscripción Marciane/Vivas in (Christo), se ha recuperado también en el
cuadrante SW de la ciudad (asilo de las Hermanitas de los Pobres, C/ Buen Pastor) (Fig.
6, núm. 2), donde también se puede presumir la presencia de una iglesia, fechable entre
los siglos V y VI.

Ambrosio de Morales contamos con precisiones cronológicas concretas, mientras que a las otras se
les atribuye una cronología análoga.
40 De estos sarcófagos cabe resaltar el lateral con la representación de Daniel entre los leones
(fechado entre los años 315-320), cuya asignación a Córdoba no es segura aunque sí probable; el
estrigilado conservado en la Ermita de los Mártires (330-335), que en tiempos se quiso identificar con
el sarcófago del mártir Acisclo; el frente aparecido en el interior de la mezquita (325-335), reutilizado
en época visigoda; varios fragmentos de época constantiniana -alguno quizá algo posterior-
reutilizados en Madinat al-Zahra' y, muy especialmente, el localizado en la Huerta San Rafael, entre las
calles Cruz de Juárez y El Almendro (330-335), con las enjutas de los arcos que dividen el campo
decorativo originalmente decoradas con distintas escenas del episodio de Jonás y la ballena, que
además es el único caso en el que contamos con documentación rigurosa en relación con el lugar de
procedencia (Sotomayor, 1964, 1973 y 1975).

38
A ello habría que añadir el reciente hallazgo de un nuevo edificio de culto en el
cuadrante SE de la ciudad, en el antiguo convento de Santa Clara (Fig. 6, núm. 3).
Según los excavadores, nos encontramos ante una iglesia de planta de cruz inscrita,
similar a otras de Constantinopla, Rávena, Palestina y, sobre todo, a la basílica de Sa
Carrotxa (Marfil, 1996). La misma planta aplicada, así como la decoración de uno de
los mosaicos del edificio, fechado en los comedios del s. VI, han permitido suponer una
fuerte influencia bizantina para el edificio, reafirmando las más que presumibles
relaciones mantenidas por la ciudad con el imperio bizantino, hasta su conquista
definitiva por Leovigildo.

Fuera del recinto amurallado también se construyeron algunas iglesias, a las que se
asocian sendas necrópolis densamente ocupadas. Ello supone una importante
transformación de la concepción y función del espacio extramuros, de modo y manera
que, frente al uso funerario y doméstico -con la creación de varios vici- que
experimentara en épocas precedentes, se introduce ahora un novedoso uso, como es el
cultual, con la incorporación de las iglesias. Los nuevos centros de culto determinarán y
polarizarán además la distribución de buena parte de las necrópolis de época
tardoantigua, anteriormente distribuidas en torno a las vías.

En relación con estos edificios, en el sector Este podemos identificar un primer espacio
cultual en la zona ocupada por la actual iglesia de San Pedro y aledaños (Fig. 6, núm.
5), tradicionalmente asociada con la iglesia de los Tres Santos -Fausto, Genaro y
Marcial- (vid. Flórez, 1753, 329-332). En este mismo lugar apareció en el s. XVI una
cripta y una inscripción, fechada en los siglos VI-VII, que alude a las reliquias de los
mártires Fausto, Genaro, Marcial, Zoilo y Acisclo (IHC 126; ICERV 324; CIL II²/7,
638), y donde también existe constancia de la aparición de un “cementerio
paleocristiano” (Marcos y Vicent, 1985, 242).

Más interesantes son los vestigios con que contamos para el sector Norte. En la zona de
la Huerta de San Rafael se dispone una importante necrópolis que tiene su origen en
época tardorrepublicana-julioclaudia, de la que procede el famoso sarcófago con la
representación de las puertas del Hades (García y Bellido, 1959). El uso “aristocrático”
de esta necrópolis viene a ser confirmado por la presencia allí en época constantiniana
del sarcófago paleocristiano con las representaciones del episodio de Jonás y la ballena,
junto a otros enterramientos sencillos, también de época avanzada, en los que incluso se

39
reutilizan elementos arquitectónicos de construcciones anteriores (Vicent, 1972-74) y
que evidencian la ocupación de este espacio funerario por otros grupos sociales. Algo
más al Sur, en el Convento de la Merced (Fig. 6, núm. 6), en las inmediaciones de la
puerta que conectaba con el que fuera el Kardo Maximus, se conserva una estructura de
carácter hidráulico, que quizás pudiera formar parte del baptisterio de una iglesia que se
habría ubicado en el mismo lugar (Marcos, 1977b, 58-59).

El panorama de las necrópolis y de los nuevos espacios de culto de la ciudad se ve


finalmente completado con aquellos situados en el extremo Oeste. En primer lugar
habría que hacer referencia a la aparición de varios enterramientos y gran cantidad de
ladrillos decorados en los terrenos ocupados por la fundición la Cordobesa (Santos
Gener, 1955, 10), que en otro tiempo estuvo situada junto a la Facultad de Veterinaria
(Fig. 6, núm. 7). De los otros tres recintos localizados al Oeste, podríamos citar en
primer lugar el propio palacio de Cercadilla (Fig. 6, núm. 8), que se reutiliza como
centro de culto cristiano al menos desde mediados del s. VI, en lo que muy
probablemente constituyó la iglesia martirial de S. Acisclo (Hidalgo-Marfil, 1992), la
necrópolis localizada en el Cortijo de Chinales (Fig. 6, núm. 9), asociada a algunos
vestigios de un edificio interpretado como basílica (Santos Gener, 1958,160) y, por
último, los vestigios -en este caso sólo funerarios- localizados en el cementerio de
Nuestra Señora de la Salud (Romero de Torres, 1909, 489-496), ya en las proximidades
del río (Fig. 6, núm. 10).

40
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