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1- Socialismo o barbarie
1.1 La crisis de la alternativa socialista
2.2 Por una nueva síntesis de las tradiciones del socialismo revolucionario
“Es inútil discutir puntos controvertidos de una teoría social (…) si esa discusión
no es parte de una lucha social real. La teoría social en cuestión debe poder
referirse a varias posibilidades de acción para el partido, el grupo o la clase.”
Karl Korsch, Una aproximación no dogmática al marxismo.
1-Socialismo o barbarie
Y sin embargo, parece central para los desafíos planteados en este nuevo siglo
(entre ellos, la propia reconstrucción teórica y práctica del marxismo
revolucionario) acabar con esta situación, sobre todo teniendo en cuenta que
varios de los mejores exponentes de estas corrientes tuvieron el mérito de
colocar en el centro de sus preocupaciones una concepción de la revolución y
del socialismo como acción consciente de las grandes masas
autodeterminadas. En el camino de determinar los errores y equivocaciones
teóricas, políticas y organizativas para asimilar críticamente la experiencia del
siglo XX, parece muy atinado lo que señala Perry Anderson:
“Todo intento de reformular el proyecto socialista (…) no puede ser viable si no
presenta una elaboración de la experiencia histórica de la Segunda y Tercera
internacionales. Los meros repudios resultan hoy en día tan inútiles como lo
fueron las formas devocionales en el pasado. Cualquier cultura de la izquierda
que trate de empezar otra vez (…) o de refugiarse en los principios de 1789
(…) será un fracaso. Una reflexión seria sobre el legado político e intelectual
del movimiento socialista moderno, en sus diversas formas, revelará muchas
de sus riquezas desdeñadas, a la vez que muchos rumbos equivocados” (Perry
Anderson, Los fines de la historia, Barcelona, Anagrama, 1996, pp. 150/151).
En esta perspectiva, todas las luchas parciales que se desarrollan bajo el orden
del capital se deben enderezar hacia la abolición de la propiedad privada de los
medios de producción. Y desde ya hace falta advertir que los discursos contra
el neoliberalismo que prometen progreso social (en la Argentina, la Alianza o
Duhalde no llegan ni a eso), son siempre la antesala de gobiernos como los
actuales de la “tercera vía” de Blair, Jospin, Schroeder, etc. De igual manera, la
experiencia de todas las variantes estalinistas enseña que, aún expropiada la
burguesía, la propiedad de Estado sin socialización origina nuevas formas de
explotación y parasitismo. En correspondencia con toda la experiencia del
siglo, afirmamos la necesidad de la destrucción revolucionaria del Estado
burgués (paso absolutamente inevitable, que no se puede saltear como
quisieran algunos), evitando el callejón sin salida de los Estados burocráticos o
como quiera llamarse al modelo estalinista. La lucha de los trabajadores se
debe desarrollar como una confrontación a escala mundial, en la cual lo que
decide son los combates basados en la capacidad de movilización
independiente y autoorganización de las masas, que no debe quedar
supeditada a la acumulación de fuerzas concebida como defensa de posiciones
parciales y fortalecimiento de aparatos. En este camino, los “Estados obreros”
que puedan formarse serán herramientas para la transición al socialismo, no un
fin en sí mismos. Y esa transición debe ser concebida en términos de
revolución permanente, de revolución internacional, de revolución total,
profundamente radical, con un mínimo de funcionarios e instituciones
subordinadas a órganos de poder directo de las masas; donde la coerción
contra los explotadores y la violencia contrarrevolucionaria debe significar la
más amplia e irrestricta libertad para las masas trabajadoras, posibilitando que
el choque de ideas, organizaciones sociales y partidos (en ruptura con la
concepción del “partido único”), desarrolle impetuosamente la democracia
desde abajo y directa. Así, la clave de la transición no reside en la
multiplicación del poderío económico del Estado, sino en el permanente
revolucionamiento de las relaciones de producción y las formas de posesión y
apropiación, desarrollando la gestión y disfrute de los bienes sociales por los
trabajadores -productores y consumidores- en el marco de una planificación
flexible, junto con la asunción por parte de las masas de todas las tareas de
gestión de la sociedad, tradicionalmente dejadas en manos del Estado.
La crisis ecológica
Podemos afirmar que la causa fundamental de la crisis ecológica existente hoy
en el mundo (que comienza a tener importantes manifestaciones de repudio en
el país) se debe al carácter ciego de la búsqueda de la ganancia por la
ganancia misma, que hace parte de la naturaleza íntima del capitalismo. Marx
mismo señaló que esta tendencia del capitalismo al acrecentamiento ciego e
incontrolado de la producción conduciría inevitablemente a empobrecer,
degradar y en definitiva destruir las dos fuentes de toda riqueza social, es decir,
la fuerza de trabajo humana, por una parte, y por la otra, la naturaleza, las
fuerzas productivas naturales. Esto es lo que está ocurriendo de manera aguda
hoy, en el marco del capitalismo mundializado, cuando la revolución científico-
técnico-material desarrollada en las dos últimas décadas -bajo el chaleco de
fuerza de las relaciones de producción capitalistas- se transforma de
potencialidad productiva en fuerzas destructivas. Así, el capitalismo se muestra
-como en tantos otros terrenos- ecológicamente irreformable. Enfrentar esta
gravísima situación supone para la clase trabajadora y la izquierda
revolucionaria un desafío estratégico: la obligación de ser portadores de un
proyecto de organización económico y social ecológicamente sustentable. Esta
es una necesidad a la cual no puede sustraerse, so pena de perecer ella (y la
humanidad toda) junto con el planeta.
Y para esto, hace falta que el movimiento obrero y los revolucionarios -sobre
todo nosotros, revolucionarios del sur del mundo, que hasta ahora nunca
hemos dado respuesta a este desafío-, rompamos con cierto fetichismo del
progreso, cierto industrialismo o productivismo economicista y aun con cierta
desidia hacia los problemas de la naturaleza, que ha hecho parte de la
herencia de la II Internacional y del estalinismo. Se trata de mirar con
circunspección esa tendencia a ver la naturaleza como un recurso externo
infinito que debe ser explotado, para considerar, como hizo Marx en sus
primeros escritos, que el hombre es una parte de esa naturaleza. En tal
sentido, el progreso debe ser entendido en términos humanos y morales y no
exclusivamente con relación a la técnica y a la producción. No obstante, en una
concepción integral que beneficie a la humanidad, todos los niveles deben ser
considerados, puesto que el aumento en la productividad del trabajo y el
desarrollo científico, técnico y cultural son una premisa para dar el paso al
“reino de la libertad”.
La opresión de la mujer
En los albores de un nuevo siglo, el milenario problema del género sigue
afectando a la mitad de la especie humana. La opresión de la mujer ha cobrado
nuevas formas bajo el capitalismo mundializado. En las últimas décadas, se
puede consignar un verdadero retroceso social, económico y cultural soportado
por la mayoría de las mujeres en todo el mundo. Para enfrentar la enorme
dimensión de este problema, los marxistas revolucionarios deberemos
desembarazarnos de una tradición como mínimo contradictoria en este terreno.
Demasiado “clasismo” y falso “obrerismo” han redundado en una posición
sectaria que ha evadido una verdadera lucha contra la opresión de la mujer y
de las minorías sexuales en general. Por eso, mucho tenemos que aprender de
las corrientes feministas críticas y revolucionarias que se han venido
desarrollando en las últimas décadas. En este desafío, las categorías centrales
del análisis marxista deberán ser enriquecidas o, si es el caso, superadas, con
los aportes teóricos de las distintas versiones del feminismo, que han ampliado
el panorama respecto a las complejas y contradictorias relaciones entre clase,
género, raza, nacionalidad, identidad, etc. Es que el feminismo ha mostrado
una serie de cuestiones vitales necesarias para un proyecto socialista de
transformación del capitalismo: la valoración del trabajo -siempre impago y
subestimado- de las mujeres en el hogar; el rol productor y reproductor del
trabajo doméstico, desarrollado exclusivamente por mujeres y escenario
principal del patriarcado; el sexismo predominante en el mundo actual, que
subvalora y discrimina a las mujeres y a todas las actividades que éstas
desarrollen; la doble o triple condición de explotadas de las mujeres -sobre todo
las del mundo pobre- en los planos doméstico, laboral y sexual; la prostitución y
el comercio sexual, como una bárbara forma moderna de esclavitud.
Ante las nuevas condiciones impuestas por la mundialización del capital, las
formas tradicionales de lucha y organización de la clase trabajadora, como los
sindicatos y partidos puramente nacionales, han entrado en un proceso de
deterioro y descomposición. Por esto, están planteadas nuevas formas de
lucha y organización no sólo a escala nacional, sino en un plano directamente
internacional, como es el caso de Acción Global de los Pueblos (AGP),
instituciones como ATTAC y otras.
Un desafío global
En síntesis, si los trabajadores pretenden recuperar su potencialidad
estratégica, o, dicho de otra forma, si pretenden aparecer nuevamente como
fuerza social capaz de ir más allá del capital, deben estar en condiciones de
cambiar la historia estableciendo un camino de doble vía con todas las masas
explotadas y oprimidas. Esto es: fecundando y abriéndose a ser fecundados
por todos los sectores sociales que esbozan luchas progresivas. Para esto,
deben estar realmente dispuestos a afrontar los desafíos que representan las
graves crisis a las que la dinámica actual del capitalismo arrastra al conjunto de
la humanidad. Con esta condición, y sólo con ella, el movimiento obrero y
revolucionario podrá salir de su propia crisis.
4. Repensar los problemas de organización
“El relato de Lenin de la historia del movimiento obrero ruso describe una
dialéctica de resistencia, conciencia, lucha y organización. Esta dialéctica
espontánea se identifica con una conciencia embrionaria que se enfrenta con
una limitación que no puede sobrepasar por sí misma (…) en términos de
conciencia socialista: los huelguistas de los ‘90 no eran y no podían ser
conscientes del antagonismo irreconciliable de sus intereses con el conjunto
del sistema político y social moderno (…) la restricción al desarrollo de la
conciencia socialista de la clase obrera se entiende no como un problema
específico de la situación de los obreros rusos, sino como un límite general a la
dialéctica espontánea de la lucha de la clase obrera” (Alan Shandro, La
“conciencia desde fuera”: marxismo, Lenin y el proletariado, en Herramienta Nº
8, p. 90).
Junto con esto, entre el enorme y valioso bagaje de ideas, valores, tácticas y
métodos de lucha que el movimiento obrero fue elaborando y poniendo a
prueba a lo largo de dos siglos, están las sencillas normas de organización que
en el movimiento socialista recibieron el nombre de centralismo democrático.
Normas que, con el claro objetivo de superar los equívocos y prácticas
burocráticas que cruzaron la vida del trotskismo no pueden ser colocadas
(como hemos hecho) por delante del desarrollo del programa, de la confianza,
del establecimiento de reales relaciones con sectores de la vanguardia y las
masas. Podemos partir de señalar que los trabajadores percibieron -desde las
primeras huelgas y movimientos de lucha contra el capital- que la división y
dispersión eran sinónimos de derrota, y que para el triunfo era necesaria la
unidad. Pero como esta unidad sólo se puede conquistar verdaderamente
mediante una voluntad libremente asumida, por convencimiento propio y no por
decreto de alguna autoridad, sólo puede lograrse a través del ejercicio de la
democracia irrestricta. De allí la célebre formulación del centralismo
democrático que -con diversos nombres- es patrimonio de muchas de las
organizaciones sociales, sindicales y políticas del movimiento obrero de los
últimos dos siglos. La mistificación estalinista (y, a otro nivel, también trotskista)
transformó los gruesos errores cometidos por los bolcheviques -ya señalados-
en norma. Esto ha tergiversado por completo el sentido originario del
centralismo democrático, erigiéndolo en un método y una práctica de
monolitismo, coerción y persecución del libre debate de ideas, con una
disciplina casi militar; es decir, en lo contrario de su fin original. El desafío es,
entonces, acabar con esta mistificación, yendo incluso más allá: encontrar -a
partir de la experiencia viva de la lucha de clases- formas de construcción, de
funcionamiento interno y de relación con el movimiento obrero y de masas más
acordes con las nuevas condiciones y tareas.
Por esto mismo, parece importante dejar señalado desde ahora que en la
nueva Internacional revolucionaria muy probablemente convivan corrientes
provenientes de la tradición marxista y/o trotskista, pero también de la segunda
corriente histórica del movimiento obrero, es decir, la anarquista, que se está
expresando con cierto dinamismo, sobre todo entre sectores de la juventud, en
distintos países.
Crisis y posibilidades
En nuestro país, donde la izquierda, el trotskismo y nuestra corriente y partido
en particular vienen arrastrando una larga crisis, creemos que está planteada la
necesidad de trabajar en la perspectiva estratégica de la construcción de un
nuevo partido socialista revolucionario, en el que deberán confluir diversas
tendencias, agrupaciones y corrientes, y donde nosotros sólo reclamaremos
ubicarnos en la primera fila de ese combate. Esta perspectiva no es un
planteamiento caprichoso, sino que responde a las más profundas necesidades
de la clase trabajadora y la juventud. Está estratégicamente planteada en la
medida de la doble derrota que los trabajadores (y nosotros mismos) hemos
sufrido producto del corte de la experiencia histórica del Cordobazo, de la
derrota de la vanguardia de los ‘80 y del estallido del antiguo MAS. Esto ha
producido una importante dispersión en la izquierda revolucionaria, con no
menos de 15 ó 20 organizaciones y grupos. Así, una gran atomización política
se vive cotidianamente y la sienten en carne propia amplias franjas de
trabajadores y jóvenes, que observan el triste espectáculo del pulular de todo
tipo de agrupamientos y grupos políticos de la izquierda, lo que dificulta el
necesario proceso de refundación. La mayoría de los trabajadores, jóvenes y
estudiantes de vanguardia huyen espantados cuando la izquierda les “cae
encima”. La dispersión es tan tremenda que en fábricas o facultades hacen
actividades, simultáneamente, tres, cuatro, cinco o más organizaciones. Las
que, a la vez, se tironean a esa pequeña vanguardia en cada proceso,
terminando -muchas veces- por destruir los débiles y frágiles organismos que
van surgiendo.
A la vez, podemos decir que este requerimiento de una acción global tiene su
tradición en el marxismo. Ya Engels lo planteaba (y es retomado por Lenin en
el Qué hacer) aunque, evidentemente, en otras condiciones:
“Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla
en forma metódica en sus tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí:
teórica, política y económica/práctica (resistencia a los capitalistas). En este
ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza e
invencibilidad del movimiento alemán” (citado por V. I. Lenin, op. cit., p. 427).
Sin embargo, con la misma convicción debemos decir que el desarrollo de esta
autonomía o diversidad nada tiene que ver con confundir esta dinámica,
necesaria para una nueva práctica militante, con dinámicas de disgregación,
disolución o falso federalismo como las vividas por el MAS en los últimos años.
En nuestro concepto, se trata de conquistar una verdadera unidad en la
diversidad, esto es, el desarrollo de todo tipo de experiencias autónomas, pero
en el contexto de una acción colectiva, de un proyecto estratégico común a
todos. El cual, además, es la única posibilidad de que esas experiencias
realmente sirvan para una perspectiva revolucionaria. Esa unidad en la
diversidad requiere, entonces, dar pasos firmes en lo que venimos planteando
a lo largo de todo este documento: ir esbozando un nuevo proyecto en la
perspectiva de la refundación de nuestra organización.
Referencias
En el trabajo de elaboración de este material se hizo el esfuerzo por recoger las
dispersas -pero valiosas- elaboraciones que distintos compañeros han
intentado aportar a lo largo de estos años. De más está aclarar que esto no
quiere decir que el autor coincida con todo lo que dicen estos artículos y que,
además, la línea argumental que aquí se presenta es de su entera
responsabilidad. También se incluyen aquellos textos que fueron tomados en
consideración a partir del debate del presente documento y que han sido parte
de su redacción final. Por último, señalamos que la mayoría de los materiales
que están citados textualmente a lo largo del documento no se recogen en
estas notas.