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contemporánea
LA BARBARIE
La venganza sirve de igual forma para evitar el surgimiento del individualismo característico de las
sociedades modernas, pues con el advenimiento del Estado continua la guerra pero disociada de la
venganza. Se trata de una violencia conquistadora comenzando con ello un nuevo culto al poder y
el inicio de la barbarie. Con la nueva organización militar no todos los integrantes de un grupo
participan en las actividades violentas, es decir, en las tácticas guerreras. Esto no quiere decir
que se haya eliminado la violencia interindividual, es decir, que la violencia por el honor la
venganza se haya disipado entre los integrantes de una población. Al contrario, ésta violencia
continúa aún cuando es evidente que entre la guerra y la venganza ya no están ligadas ni
circunscritas al intercambio entre personas y entre éstas y los muertos.
A diferencia de Girard, Lipovestky afirma que la violencia desatada por la venganza y el honor
perduran durante la presencia del Estado, sin embargo, a diferencia de lo que sucedía entre los
grupos primitivos donde, como un todo, sus integrantes se envolvía en vendettas totales, ahora estas
venganzas son individuales. Ahora, la crueldad ya no está amparada por el ritual; existe en el Estado
el gusto por la crueldad. En esta etapa de barbarie, la exigencia grupal por la sangre niega cualquier
necesidad individual. La guerra es una institución suprema dentro de este estado barbárico.
EL PROCESO DE CIVILIZACIÓN
El planteamiento de este autor desconcierta pues afirma que desde el siglo XVIII este gusto por la
sangre y la crueldad que se veía en el predominio de la guerra deja de existir para dar pasa a una
suavización de la violencia y los homicidios; de las penas de muerte y los duelos. Ahora las pulsiones
agresivas son rechazadas. Aspecto que no sucedía antes cuando había posibilidad de dar rienda
suelta a este impulso desastroso. Esta situación tiene que ver con la sujeción y al orden establecido
por el Estado soberano. El individuo y no el grupo, es lo que se toma como fin último. Es por
ello que la violencia interindividual deja de estar tan presente en la vida cotidiana y por lo tanto
penalizada y perseguida. Es el advenimiento del individualismo, donde la propiedad privada, la
intimidad, el bienestar cobran un valor supremo. El individuo rechaza someterse a reglas
externas a él. A las costumbres delegadas por los antepasados. La venganza por el honor de deja
de estar presente pues ya no existe la necesidad de anclar la existencia al grupo o al linaje. La
relación del individuo con el grupo se disuelve o diluye para fortalecer un apego a las cosas. Por ello
es improbable que actualmente se llevan a cabo vendettas entre grupos pues nada ello interesa al
individuo.
Esto ha hecho que el individuo esté aislado de sus semejantes y se mantenga indiferente ante lo que
le rodea; el otro ya no representa una amenaza en tanto que el Estado se convierte en el garante de
su seguridad de sus bienes materiales. Traigo a colación la recomendación de no atacar al que
está robando tu casa si lo encuentras infraganti. En nuestra sociedad es un delito tomar
venganza o luchar con el asaltante, pues si éste llega a morir, el que va a la cárcel es el dueño
del hogar. Es el Estado el que tienen las facultades para ejercer la violencia.
No es que exista igualdad entre los individuos, es decir, donde todos vivan pacíficamente. De hecho
la igualdad era parte del estado de guerra constante donde todos estaban en una situación similar y
por lo tanto era posible entablar un duelo o iniciar una vendetta por alguna brujería. Ahora tampoco
existe igualdad sino atomización entre los individuos; indiferencia entre unos y otros y eso
es lo que permite esta suavización. Ya nada dicta lo que debe creerse y pensarse; ya no existen
lazos más allá del individuo que lo ate a una guerra apasionada. Aún así, el individuo se vuelve más
sensible a lo que le sucede al otro; a la sangre y la violencia que sufren otros. Ahora es insoportable
esa violencia que antes era parte de la existencia como grupo. Es una indiferencia del otro y al mismo
tiempo una sensibilidad del dolor que sufre el otro.
En la era del consumo, el otro, el vecino, el que está a mi lado, ya no es importante. Es un miembro
alejado de la familia. La violencia verbal también se ha suavizado, se ha “desubstancializado”, es
decir, carece de un significado interindividual. No tiene objeto ni sentido. Entre padres e hijos la
violencia ha disminuido o se estigmatiza el castigo físico del primero sobre el segundo disminuyendo
con ello la jerarquía y la autoridad. En el individualismo posmoderno el ser humano extiende su
identificación con lo no humano, por lo tanto, así como siente pena por el otro e indiferencia al mismo
tiempo, también sucede lo mismo con los animales.
El individuo de esta sociedad criminaliza la violencia, la vuelve un problema que hay que erradicar
por completo. De ahí que aún cuando la gran mayoría de la población considere que existe
inseguridad y violencia en realidad es producto de esta alarma constante donde no se soporta
ninguna expresión de violencia. Hay una amplificación de los riesgos ante el desequilibrio individual.
El narcisismo, inseparable de un miedo endémico, se conforma sólo cuando el exterior se presenta
totalmente amenazador. De ahí que se desarrollen actos totalmente individualistas como encerrarse
en casa, indiferencia al otro si por ejemplo hay un sonido de alarma.
Expresiones artísticas y de los medios de comunicación masiva donde se presenta la violencia sin
tapujos son el lado opuesto de lo que se presenta en la sociedad. El efecto hard es correlativo a la
sociedad cool. Es la cara opuesta pero al mismo tiempo, es homóloga en término lógicos. Ante
la paulatina disolución de referencias, hay una respuesta de radicalidad, una exaltación de los signos
y hábitos de lo cotidiano.