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Al retornar de vacaciones en el verano pasado, en Francia, 12 millones de alumnos se enfrentaron a la nueva ley que prohibió el

uso de los celulares en las instituciones educativas a menores de 15 años. En Colombia, un proyecto de ley similar fue presentado
en el mismo sentido por parte del representante liberal Rodrigo Rojas y está haciendo su trámite en el Congreso. La medida se
toma para disminuir la adicción de los estudiantes a la tecnología y para evitar exponerlos a los riesgos que conlleva una red
abierta para personas de todas las edades y condiciones. La pregunta clave es: ¿Es una buena idea la adoptada en Francia? ¿La
propuesta para Colombia enfrenta adecuadamente el problema de la dependencia de los niños hacia la tecnología?

Siempre ha habido personas que se oponen a los avances tecnológicos; en especial, cuando afectan sus propios intereses. Airbnb
creció exponencialmente en la última década y es utilizado en el mundo por los turistas por las notables ventajas que genera en
precio, calidad y facilidad en los viajes. Los turistas pueden cocinar y alojarse en apartamentos completamente amoblados durante
breves periodos de tiempo, mientras sus dueños permanecen de vacaciones. En caso contrario, dichos lugares permanecían vacíos.
Eso afecta los intereses de los hoteles, cuyos propietarios siguen presionando su prohibición. El impacto de Cabify y Uber ha sido
sensible y muy positivo en la movilidad de las personas en el mundo. Se multiplican los vehículos que ofrecen el servicio, se eleva
la seguridad, mejora la calidad y se acercan en el tiempo y el espacio la oferta y la demanda. En respuesta, en muchos lugares, el
gremio de taxistas ha paralizado ciudades para continuar con el monopolio que previamente han ejercido. Los gremios que
obtienen ventajas piden declarar ilegales las plataformas que utilizan tecnologías de punta. Quieren seguir beneficiándose de los
monopolios.

Lo que hay que hacer con la tecnología es exactamente lo contrario: regularla, para poder aprovecharla en beneficio de todos.
Varios países, después de llegar a acuerdos sobre las condiciones del servicio prestado y el pago de los impuestos correspondientes,
terminaron por incorporar las plataformas digitales. Prohibirlas es enfrentarse al desarrollo y a la historia misma, tal como
hicieron los ludistas en Inglaterra. En plena revolución industrial, se opusieron a las máquinas, creyendo que éstas los dejarían
sin empleos. Al final, los empleos se transformaron, pero no desaparecieron, como sucede con la gran mayoría de cambios
tecnológicos. El desempleo que genera en un sector, lo compensa con la creación de otro.

Según la última Encuesta Nacional de Consumo Cultural del DANE, en el 2017, el 93% de los jóvenes de 12 a 25 años usa
internet y el 94% consulta las redes sociales. Así mismo, el 77% de los colombianos lee en el celular y el 67% escribe por internet.
En este contexto, prohibir los celulares en los colegios resulta un exabrupto, porque los niños seguirán accediendo al móvil, a las
redes y a los computadores, aunque a partir de ahora, con menor mediación de los docentes. Lo que hay que hacer es exactamente
lo contrario: mediar su uso, para que la tecnología nos ayude en el propósito formativo del desarrollo integral y no se convierta
en un obstáculo del mismo. El problema no es la tecnología, sino su uso y eso sólo se puede modificar con mayor educación.

Si una joven envía una foto en la que aparece desnuda a su novio y, luego, esa imagen termina en manos de sus compañeros de
colegio, el problema no es del celular, sino de la joven. No es el celular el que se equivoca, sino ella. La joven no ha entendido
que en las redes no hay borrador ni marcha atrás y que, a partir de ahora, quedará eternamente subordinada a sus compañeros.
La solución no es quitarle el celular, sino orientarla en las nuevas realidades virtuales y formarla en autonomía.

Si un niño crea una cuenta falsa para intimidar a un compañero, el problema tampoco es del celular, sino del acosador. Si no
tuviera móvil, lo haría en un mensaje escrito con letras recortadas de periódico. El problema es la actitud del niño que goza
estableciendo una relación de abuso de poder. Por tanto, no lo resolveremos quitándole el celular de sus manos, sino ayudándole
a que desarrolle la sensibilidad y la empatía para que se ponga en el lugar del otro, para que comprenda la tristeza y el dolor que
causa. Nada de ello se logra quitándole el móvil.

Si un niño accede a retos peligrosos en Internet, el problema está en el bajo nivel de mediación de quien accede a jugarlo. Se trata
de retos que colocan los administradores para que otros los jueguen. El problema es que la baja autonomía de muchos niños hace
que ellos se expongan a situaciones muy peligrosas al obedecer ciegamente a retos impuestos por personas que buscan
intencionalmente generar agresión a otros. Les podemos quitar los celulares a todos los niños en las escuelas, pero al llegar a casa
jugarán retos que se han viralizado, no porque existan los celulares, sino porque existen muchos niños que no cuentan con el
debido acompañamiento de padres y maestros para ir garantizando un proceso formativo que consolide su autonomía. Si los
niños tienen celulares es porque sus padres se los han comprado. Es a ellos a quien hay que educar para que entiendan los enormes
riesgos del acceso a las redes sin la compañía y la mediación de los adultos.

También nuestros padres sabían de los riesgos de enviar a las calles a menores sin ningún acompañamiento. Para enfrentarlos,
cuando éramos niños salíamos en compañía de los adultos y padres y hermanos nos preparaban para asumir el reto de manera
autónoma. Ahora el problema es que muchos padres han abandonado su responsabilidad y dejan que sus hijos menores recorran
libremente las autopistas digitales sin el menor acompañamiento y mediación. Una vez más, el problema está en los padres y no
en los celulares. Seguramente estos progenitores aplaudan la iniciativa de prohibir el celular, aunque, cuando lleguen a sus casas,
es muy posible que no tengan tiempo para asumir la responsabilidad formativa con sus hijos, por estar ellos mismos muy ocupados
mirando los mensajes por WhatsApp de sus amigos. Entonces, ¿de quién es la responsabilidad?

La calentura no está en las sábanas. Por eso el marido que encuentra a su mujer teniendo relaciones sexuales con otro hombre no
resolverá el problema vendiendo el sofá. Como tampoco se resolverá el de la dependencia tecnológica prohibiendo los celulares
en los colegios. En el mismo sentido, también se equivocan los profes de matemáticas que prohíben las calculadoras con el fin de
seguir enseñando los mismos algoritmos que han enseñado, sin entender que el papel de la educación es desarrollar el
pensamiento matemático y no el de dominar algoritmos que son tan simples que cualquier calculadora los realiza sin errores y
más rápido, y tan impertinentes, que afortunadamente los olvidamos con los años.

No hay que prohibir los celulares en los colegios, lo que hay que hacer es mediar su uso. Necesitamos repensar los contenidos de
las asignaturas para que se comprendan las imágenes digitales. Hay que enseñar a leer y escribir a nivel virtual. Hay que enseñar
a ver e interpretar propagandas, programas y películas.

Deberíamos usar los celulares en los exámenes para acceder a internet, para consultar textos o buscar archivos. Deberíamos atraer
a los alumnos a “wasapear” en clase para mejorar la escritura. Deberíamos invitar a los estudiantes a elaborar trinos para fortalecer
sus procesos de síntesis y de construcción de ideas y macro proposiciones. Los estudiantes deberían enviar sus trabajos en internet
y recibir observaciones de sus profesores por el mismo medio.

Dentro de unos 3 ó 4 años invito a revisar qué pasó con la ley que prohibía el uso de celulares en Francia. Lo más probable es
que concluyan que fue totalmente inocua para resolver el problema que diagnosticó.

Soy consciente de que lo que pido en esta columna es relativamente difícil de lograr en una escuela por completo detenida en el
tiempo, muy similar a la que recibieron a nuestros tatarabuelos en el siglo XIX. Una escuela que comprende muy poco el siglo
XX y menos el XXI, y que, por tanto, está muy desadaptada a los cambios que ha tenido el mundo en el último siglo, relacionados,
entre otros, con la globalización, la conectividad, las redes de datos y la flexibilidad del mundo social y económico.

Mi pronóstico es que también en Colombia será aprobada una ley similar y olvidada o abandonada en unos pocos años. Al fin
de cuentas, la mayoría de nuestros parlamentarios es poco lo que comprende de educación. Es más, es probable que muchos
congresistas ni lean este artículo, por estar chateando con amigos y colegas de su partido.

(*) Director del Instituto Alberto Merani y Consultor en Educación de las Naciones Unidas (@juliandezubiria).

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