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Durante los últimos años las compañías del sector de la alimentación perciben que el
consumidor es la clave del éxito de un producto y que es necesario invertir en investigación.
Los resultados que se obtengan con dicho estudio se transformarán en conocimiento, que
dará una ventaja competitiva a la empresa.
El consumidor de hoy en día puede elegir entre un mayor número de productos que hace
tan sólo un par de décadas. Las razones por las que elige un determinado producto son
muchas y muy variadas: fidelidad de marca, precio, el atractivo de un producto nuevo y
promociones publicitarias entre otras. Pero lo que hará que dicho consumidor vuelva a
comprar ese producto, dependerá de que tenga unas características organolépticas (aroma,
sabor, apariencia y sensación en boca) acordes con sus expectativas personales.
Resulta evidente que el precio, origen, marca comercial o cualquier otra información que
el consumidor posea o adquiera en el momento de la compra del producto podrán influir en
la imagen que sobre él formará y, en consecuencia, sobre sus expectativas y grado de
satisfacción.
La expectativa es «el estado mental de esperar algo, que algo ocurra». En general,
aparecen con frecuencia en la vida corriente, afectando nuestras reacciones y decisiones,
muchas veces inconscientemente. La expectativa está directamente relacionada con la
satisfacción o disconformidad, y suele medirse por el grado de disparidad entre el resultado
esperado y percibido del producto. Las expectativas pueden ser de dos tipos:
a. sensoriales, cuando el consumidor espera que el producto posea determinadas
propiedades sensoriales, y