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Derechos humanos y corporeidad en "Los ejércitos" de Evelio Rosero

Article  in  Chasqui · May 2017

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Carlos Gardeazábal Bravo


Loyola University Maryland
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Chasqui: revista de literatura latinoamericana. Vol. 46 Issue 1, pp. 139-152.

DERECHOS HUMANOS
Y CORPOREIDAD EN
LOS EJÉRCITOS DE EVELIO ROSERO
Carlos Gardeazábal Bravo
University of Connecticut

La novela Los ejércitos (2007) del escritor colombiano Evelio Rosero (1958) ha
conseguido un amplio público lector en el mercado internacional, gracias en parte a un conjunto
importante de premios, entre los cuales se cuentan el Tusquets 2006, el Independent Foreign
Fiction Prize 2009, el Aloa del Danish Center for Culture and Development 2011. Antonia Byatt,
miembro del jurado del Independent Foreign Fiction Prize, afirmó sobre la novela: “A book that
not only tells us about how life is torn apart in a country wrought by war, but also adds to our
understanding of the human condition” (cit. en Flood “Colombian Civil War”). La condición
humana a la que se refiere Byatt, sin embargo, no es una construcción indeterminada y abstracta.
Propongo que Los ejércitos está narrada desde una perspectiva corporeizada desde la cual se
recrean las consecuencias del conflicto interno en la sociedad colombiana, en el cual se han
perpetrado atrocidades y abusos durante décadas, asociados a ciclos de olvido y memoria.
En este artículo analizo el discurso de los derechos humanos imbricado en Los ejércitos a
partir de las reflexiones de Joseph Slaughter y Fernando Rosenberg. Exploro en la novela las
relaciones entre las narrativas de derechos humanos y corporeidad desde las críticas al sujeto
liberal propuestas por Elizabeth Anker y Nick Mansfield, enlazándolas con los marcos de guerra
propuestos por Judith Butler. Considero que tanto la trama como la estructura narrativa de esta
novela apuntan a una reafirmación crítica de las relaciones entre la literatura y el discurso de los
derechos humanos. Afirmo que Los ejércitos converge en la línea de reparos a las visiones
reduccionistas dentro del discurso de los derechos humanos en las cuales el sujeto liberal es
idealizado, para lo cual la novela propone una experiencia corporeizada del mundo. Sugiero que
el vitalismo corporeizado que aparece en Los ejércitos se complementa por medio de una
estructura contraria a las narrativas de justicia y reparación, en la cual Rosero hace evidente
cómo la precariedad de ciertos cuerpos se acentúa frente a la protección de otros en el conflicto
colombiano, al tiempo que aborda los diferentes tipos de violencia que acentúan esa precariedad.

El trasfondo de Los ejércitos

La novela narra en primera persona la forma en que Ismael Pasos enfrenta el secuestro de su
esposa y los efectos del violento asedio a su pueblo por parte de múltiples grupos armados,
mientras sufre el lento deterioro de su salud. La trama de Los ejércitos se desarrolla dentro de la
fase más reciente del conflicto colombiano, en la cual se enfrentan al menos cuatro actores
armados: la guerrilla (FARC, ELN), grupos paramilitares, narcotraficantes y las fuerzas armadas.
No solo el narcotráfico, el secuestro y la extorsión sirven como fuente de financiación para los
grupos armados ilegales, también la apropiación ilegal de tierras y recursos naturales alimenta al
conflicto. Amplias zonas del campo colombiano sufren el impacto del conflicto en sus diferentes
facetas al tiempo que se da la incorporación del país a las políticas neoliberales. Ambos factores,
139
140 Derechos humanos y corporeidad en Los ejércitos

tanto el conflicto como las políticas neoliberales, en especial la ampliación de latifundios y


monocultivos, llevan a que Colombia se convierta en el país con el mayor número de
desplazados en el continente (véase Hristov, Paramilitarism). Cerca de seis millones de personas
tuvieron que abandonar sus hogares por el conflicto entre 1985 y 2012 según el informe ¡Basta
ya!, publicado en 2013 por el Centro de memoria histórica. Asimismo, los delitos de lesa
humanidad se multiplicaron en ese mismo periodo, incluyendo cientos de masacres.1
Colombia tiene una larga tradición literaria vinculada a sus ciclos de violencia desde los
años 50 (véase Figueroa Sánchez “Gramática-violencia”; Rodríguez “Pájaros, bandoleros y
sicarios”). Durante las últimas tres décadas, paralela a la literatura del narcotráfico, incluyendo la
llamada sicariesca, diferentes géneros abordan las facetas menos urbanas del conflicto
colombiano, en una temática cercana a las narrativas de derechos humanos. En esta línea destaco
Siguiendo el corte: relatos de guerras y de tierras (1989) y Trochas y fusiles (1994) de Alfredo
Molano; ¡Los muertos no se cuentan así! (1991) de Mary Daza Orozco; Sangre ajena (2000) de
Arturo Alape; La multitud errante (2001) de Laura Restrepo; En el brazo del río de Marbel
Sandoval (2006) y Líbranos del bien (2008) de Alonso Sánchez Baute.
Según María Helena Rueda cuatro fenómenos de la problemática colombiana pueden
asociarse con el desplazamiento forzado: el secuestro, el desarraigo, el exilio y la migración del
campo a la ciudad (“Escrituras del desplazamiento” 394). La obra de Rosero ha tematizado estas
facetas de la violencia colombiana, convirtiendo la desaparición forzada en “el axis mundi
semántico y estilístico sobre el que…despliega gran parte de su obra” (Saldarriaga
“Desaparición” 119). Como señala Juliana Martínez (“Mirar (lo) violento” 83), Los ejércitos es
la culminación del intento iniciado por Rosero en su novela En el lejero (2003) de abordar el
conflicto y la violencia del país, especialmente el secuestro y la desaparición de personas.2
Las consecuencias de la historia del conflicto emergen de diferentes formas en la
narración de Ismael Pasos, de manera que la violencia del pasado se mantiene como una marca
permanente para la comunidad y su narrador. En efecto, Ismael conoce a Otilia cuarenta años
atrás en medio de un asesinato en una estación de buses de su pueblo (Los ejércitos 20). Las
consecuencias de la violencia han afectado a otros habitantes mucho antes del comienzo de la
acción, transformándolos en huérfanos, viudos, desplazados. Es el caso de la Gracielita, la niña
que trabaja como cocinera en la casa de los vecinos:
Tempranamente huérfana, sus padres habían muerto cuando ocurrió el último
ataque a nuestro pueblo de no se sabe todavía qué ejército—si los paramilitares,
si la guerrilla: un cilindro de dinamita estalló en mitad de la iglesia, a la hora de

1
El informe ¡Basta ya! registra 25.007 desaparecidos, 5.712.506 desplazados, 16.340
asesinatos selectivos, 1.982 masacres (1.166 por parte de los paramilitares, 343 por grupos
guerrilleros, 295 por grupos desconocidos, 158 por la Fuerza Pública y 20 cometidas por agentes
del Estado asociados directamente con paramilitares); 27.023 secuestrados, 1.754 víctimas de
violencia sexual y 6.421 casos de reclutamiento forzado durante el periodo 1980-2012.
2
Dice Rosero en su entrevista con Antonio Ungar para Bomb: “Esta novela [En el lejero]
sí está ligada a plenitud con la que sigue, Los ejércitos. Es, en cierto modo, su “preparación”, su
antesala. Fíjese que los protagonistas de ambas novelas son viejos de 70 años. La mirada es
parecida, pero no igual. Digamos que la insatisfacción literaria que experimenté con la primera,
fue la génesis de Los ejércitos. La primera es un sueño terrible, una pesadilla de la que
intentamos sacudirnos con dolor, con tristeza, hasta despertar. La segunda no es ninguna
pesadilla, es la misma realidad que toca a tu puerta con los nudillos, tres golpes fuertes, los
golpes con el sonido que dan los huesos, la muerte. Yo no podía contentarme con lo alcanzado
en En el lejero… Tenía que esforzarme por trasladar mi miedo real, mi esporádico terror de
ciudadano a las páginas de un libro, como una rebelión.”. (“Evelio Rosero”)
Carlos Gardeazábal Bravo 141

la Elevación, con medio pueblo dentro; era la primera misa de un Jueves Santo y
hubo catorce muertos y sesenta y cuatro heridos—. (12)
En este pasaje que evoca la masacre de Bojayá,3 Rosero despliega los diferentes tipos de
violencia presentes en la historia del conflicto y sus herencias de la violencia del pasado. El autor
aborda la violencia del conflicto colombiano desde un tono de denuncia que, aunque puede
entenderse como cercano al del testimonio, se mantiene en el terreno de una literatura realista
que reafirma su condición de ficción.4 En efecto, Los ejércitos tiene como trasfondo múltiples
eventos que se dieron en el contexto del escalamiento del conflicto desde mediados de la década
de los noventas, un ciclo que el discurso oficial buscaba cerrar con las negociaciones que
llevarían a la desmovilización de los grupos paramilitares. Las acciones de guerra y violencia
visible que se dan en San José se refieren, de manera directa, a casos de graves violaciones de
derechos humanos durante el conflicto colombiano: masacres, secuestros, ataques a civiles
cometidos por policías y militares. Los derechos de esta comunidad ficticia son vulnerados en
medio de la barbarie del fuego cruzado, encarnando la realidad de miles de colombianos.
Los ejércitos encara las perplejidades del conflicto a través de una trama en la que se
entrelazan un vitalismo vinculado a la pulsión erótica con el Tánatos, la destrucción y la muerte
causada por la guerra. Mabel Moraña afirma sobre este punto:
La narración de Los ejércitos ilustra ejemplarmente, por un lado, la tensión
freudiana entre el principio del placer, representado por las ensoñaciones
sensuales del protagonista, y el instinto de muerte, incorporado por las fuerzas
militares; y, por otro, da evidencia—para ponerlo en términos foucaultianos—de
una dimensión radicalmente biopolítica que hace del individuo—el cuerpo las
contingencias de la vida cotidiana, los vericuetos de la subjetividad—el núcleo
mismo de los procesos públicos y políticos. (“Violencia, sublimidad y deseo”
190)

3
En mayo 2 de 2002 se enfrentaron guerrilleros del Bloque José María Córdoba las Farc y
paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas en Bojayá, Chocó también conocida como Bellavista,
en la costa del Pacífico colombiano. Los paramilitares se escondieron detrás de la Iglesia y las
Farc lanzaron contra ellos “una pipeta de gas llena de metralla que cayó dentro de la parroquia,
donde se refugiaban más de 300 personas. El cilindro bomba rompió el techo de la iglesia,
impactó contra el altar y estalló produciendo una gran devastación: en el suelo y hasta en los
muros quedó la evidencia de los cuerpos desmembrados o totalmente deshechos”, afirma el
centro de investigación Verdad Abierta. “En la masacre murieron 98 personas: 79 como víctimas
directas en la explosión de la pipeta, de las cuales 48 eran menores de edad; otras 13 murieron en
los hechos precedentes y posteriores al crimen cometido en la Iglesia de Bellavista y 6 personas
que estuvieron expuestas a la explosión de la pipeta y murieron de cáncer en el transcurso de los
ocho años siguientes.” (“Masacre de Bojayá”) El ataque causó el desplazamiento de cerca de
6000 civiles.
4
Iván Padilla Chasing aclara la historicidad de la novela: “El material verbal y los códigos
semánticos utilizados por Rosero ubican al lector en un momento y un espacio determinados de
la historia nacional. El niño abandonado o asesinado al nacer, el sicariato, el narcotráfico, el
paramilitarismo, el niño reclutado para la guerra, la guerrilla, la bala perdida, el paisaje sembrado
de coca, la niña secuestrada antes de nacer, el secuestro extorsivo, la mujer víctima de abuso
sexual y convertida en trofeo de guerra, la mina quiebrapatas, el desplazado, la falta de alimentos
y transporte, los “corredores” que dividen el territorio nacional, más que temas, son elementos
cargados de historicidad que, por el hecho de haberse convertido en aspectos de nuestro
horizonte cultural, garantizan la recepción de la obra” (“Los ejércitos: novela del miedo” 127-
28).
142 Derechos humanos y corporeidad en Los ejércitos

Ese aspecto tanático vincularía a la novela con las temáticas de la literatura apocalíptica
latinoamericana.5 Al mismo tiempo, Los ejércitos se opone a los discursos que buscan reproducir
los diferentes tipos de violencias que han avivado la guerra, mostrando las consecuencias de la
indiferencia generalizada hacia las víctimas y su integridad física, así como el desplazamiento
forzado y el despojo que han enfrentado por décadas.
Los ejércitos no es una narrativa escrita desde el lugar de enunciación de la historia o las ciencias
sociales, aunque pareciera tener elementos que la conectan con la novela histórica. Rosero afirma
al respecto: “yo soy un escritor, no un sociólogo ni un filósofo, y mucho menos un político,
afortunadamente” (“Los ejércitos de Evelio Rosero”). Sin embargo, Los ejércitos incorpora
críticamente discursos cercanos a la guerra que noveliza, incluyendo los de la “violentología”.6
El tipo de trabajo de investigación que tuvo la novela, según el propio Rosero, deja en claro que
su obra tiene raíces testimoniales, una de las diferentes facetas que la acerca al discurso de los
derechos humanos.7 El trasfondo testimonial de la novela va de la mano con su estilo realista y el
uso constante del monólogo interior en tiempo presente como afirma David Jiménez en su reseña
de la novela (“Los ejércitos”). Estas características se verían complementadas por su proximidad
a las narrativas del trauma, y a lo que María del Carmen Caña Jiménez denomina “violencia
fenomenológica”, una categoría estética en la cual se da la “confluencia de los tres espacios
indiscutiblemente personales: el de la sensación, el de la imaginación y el de la memoria”,
ocupando “un espacio liminar dentro de los límites afectivos del lenguaje y los sistemas en los
que se halla el sujeto violentado” (“De perversos, voyeurs y locos” 339). Estas cuatro
características refuerzan la invitación que Rosero hace al lector de ubicarse en el lugar de los
sujetos que sufren directamente las consecuencias de la guerra.

Los ejércitos: literatura y derechos humanos

Una lectura de Los ejércitos desde el contexto de la literatura que dialoga con el discurso
de los derechos humanos, implica preguntarse qué hace diferente a una novela de este tipo de
otros géneros vinculados con este discurso. ¿Qué llevaría a que el público lector de la novela,
disperso en medio del mercado editorial global, hiciera lo necesario para evitar que esta historia
y sus referentes se repitan? Paul Gready, especialista en la literatura sudafricana y sus relaciones
con el reporte de la South African Truth and Reconciliation Commission (TRC), propone en su

5
Edmundo Paz Soldán (“El discurso apocalíptico” 262) vincula a Los ejércitos con un
grupo disímil de novelas que considera fundamentales para entender la sensibilidad apocalíptica
contemporánea en Latinoamérica como 2666 de Bolaño (2004), El Eternauta de Oesterheld
(1958, 1976), La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa (1981), Plop de Rafael Pinedo
(2004), Insensatez de Horacio Castellanos Moya (2004), Los suicidas del fin del mundo de Leila
Guerriero (2005), Música marciana de Alvaro Bisama (2008), Señales que precederán al fin del
mundo de Yuri Herrera (2009) y Zombie de Mike Wilson (2009). (Véase Fabry, Los
imaginarios).
6
La “violentología” puede definirse como “una denominación que se le dio en Colombia
a la práctica de intelectuales de las ciencias sociales que se dedicaban exclusivamente al estudio
de la violencia” (Rueda, “Nación” 346).
7
Dice Rosero: “He hablado con los desplazados de Cali, donde vive mi mamá. Sus
experiencias alimentaron parte de mi historia. Todas las anécdotas que narro son reales. Los
dedos que le mandan al hombre que le secuestraron a su esposa y su hija. El coronel que dispara
en la plaza a diestra y siniestra porque “ustedes son guerrilleros”. Nada es inventado por mí,
solamente los personajes alrededor de los cuales giran las anécdotas verídicas” (Rosero, “Escribo
para exorcizar”).
Carlos Gardeazábal Bravo 143

artículo el término “novel truths” para aclarar la función que la literatura desempeñaría en el
campo de los derechos humanos, las cualidades especiales de la novela que la hacen diferente a
géneros como el del reporte de las comisiones de verdad y reconciliación (156). En términos de
Gready, la novela de Rosero y otras similares lidiarían con la impunidad de miles de asuntos
inacabados, las verdades incómodas del conflicto colombiano, y escaparían de las rigideces y los
estereotipos de los informes futuros o de los reportes ya producidos por la academia
colombiana.8 Es por estas razones que la novela resulta abiertamente política, aunque Los
ejércitos ocupe una posición alejada de las militancias de la guerra fría, lo que el
latinoamericanista Fernando Rosenberg denomina el género de “narrativas de verdad y
reconciliación”. Estas novelas no suponen ni buscan la verdad o la reconciliación nacional de la
misma manera que la justicia transicional, aunque se alimentan del marco jurídico e institucional
que favoreció el surgimiento de las comisiones de reconciliación en los años 90 en
Latinoamérica.9 Gutiérrez-Mouat afirma que este género está ubicado en “una posmodernidad
transnacional en que se conjugan globalización, derechos humanos y neoliberalismo” (45).
Rosero aclara indirectamente en diferentes entrevistas la cercanía de su obra al discurso
de los derechos humanos, como he señalado anteriormente, y con ello a las características del
paradigma descrito por Rosenberg. La novela, ha dicho Rosero, habla “de la situación humana,
del civil, del desarmado, en mitad de una guerra degradada…la Novela con mayúsculas es el ser
humano, la vida misma” (“Los ejércitos de Evelio Rosero”). Ha afirmado también que “mi
propósito fue escribir una novela, no un ensayo, ni tomar partido ideológico por ninguno de esos
ejércitos” (“Escribo para exorcizar”, énfasis mío). Aunque no apoye ninguno de los actores del
conflicto, la obra de Rosero tiene una clara aproximación crítica frente a la violencia en
Colombia, en la cual se aleja de los discursos oficiales. En un marco narrativo inverso al de la
novela, el lenguaje de los informes de derechos humanos generalmente se inscribe, como afirma
Shameem Black, en una visión metafórica en la cual se enfatiza “a shift from chronic illness to
robust health, from debilitating deception to redemptive disclosure” (48). Los ejércitos,
paradójicamente, va de una situación casi idílica a una apocalíptica, un crescendo tanático en el
cual la destrucción y la muerte dominan gradualmente la historia, en abierta contradicción con
las gramáticas narrativas de la justicia transicional y de los informes de derechos humanos.
Este punto resulta importante dada la cercanía de las narrativas de derechos humanos con
géneros literarios específicos. Joseph Slaughter conecta el derecho al libre y pleno desarrollo de
la personalidad con la Bildungsroman (“Enabling Fictions” 42; Human Rights 86), la novela de
formación. Para Slaughter la novela de formación funciona en diferentes contextos de la
literatura mundial como
a cultural surrogate for the missing warrant and executive sanction of human
rights law, supplying (in both content and form) a culturally symbolic legitimacy

8
Según Gready, estas novelas “embark on new conversations about, and explore fresh
ways of recounting, violence, human rights, and history. Perhaps their major contribution is in
providing alternative grammars of transition, picking away at ‘uncomfortable truths’ and
‘unfinished business.’ The novels’ truths also escape the previous rigid certainties, stereotypes,
and characterizations of the struggle and struggle novels, and the easy identity oppositions and
homogenizations of the TRC” (174, énfasis mío).
9
Para Rosenberg “desde la movilización del imaginario de los derechos humanos como
un discurso global que se imagina como superación de la política y cómo estas novelas alimentan
o desalientan esa ilusión. Si entendemos que en cierta medida el mercado cultural global había
explotado una imagen de Latinoamérica como región salpicada de coloridas revoluciones
permanentes e inconclusas desde el ‘boom’, la ‘novela de verdad y reconciliación’ satisface el
nuevo imaginario global de la postpolítica” (94, énfasis mío).
144 Derechos humanos y corporeidad en Los ejércitos

for the authority of human rights law and the imagination of an international
human rights order. (Human Rights 85, énfasis mío)
Aunque busque proveer de esa legitimidad simbólica a un discurso encarnado de los derechos
humanos, Los ejércitos es prácticamente lo opuesto a una Bildungsroman. Las posibilidades del
libre desarrollo de la personalidad son limitadas por los diferentes tipos de violencia que se dan
en San José, incluyendo a los menores de edad como Eusebio o Graciela, quienes quedan
marcados por la violencia para luego formar parte de la devastación apocalíptica del pueblo. La
disociación de Los ejércitos de la novela de formación no es el único punto que la separa de las
narrativas de derechos humanos más típicas, como permiten evidenciar las propuestas de Nick
Mansfield. En su evaluación crítica de las posiciones sobre la relación entre los derechos
humanos y la literatura, Mansfield propone cuatro “impulsos” que motivarían a la literatura en
este campo: los impulsos a rememorar, revelar, recordar y resolver (“Human Rights as Violence”
203). Mansfield critica estos impulsos, dado que se fundamentan en una “lógica del secreto” que
solo ayuda a los lectores a repetir obviedades cómodas, descontando la necesidad de un análisis
más profundo.10 Asimismo, Mansfield afirma que la lógica del secreto lleva a problemas más allá
de lo semántico: “The concept of the secret promotes the act of revelation, but discounts the need
for rigorous analysis” (206, énfasis mío), con lo cual se evitan acciones de largo calado respecto
a problemas estructurales. Mansfield afirma que los abordajes literarios de los derechos humanos
deben confrontar la idea de que siempre hay secretos en este discurso, mientras numerosos
abusos se dan diariamente a la vista de todos, sin necesidad de acudir al “drama liberal” para
encontrarlos y afrontarlos (205). En lugar de secretos Mansfield propone la estructura de los
“enigmas”: “the logic of the enigma displays internal conditions that are enduringly problematic
and must be investigated, worried, and developed by thought” (206). Es por eso que para este
autor la literatura tiene un papel crucial en la reflexión sobre esos enigmas en el marco del
discurso de los derechos humanos. El campo literario ayudaría a enfrentar también
interpretaciones de los derechos humanos que son desplegadas como abiertamente
contradictorias, incluyendo el problema de la subjetividad liberal (208).
En una entrevista con Arturo Jiménez para el periódico mexicano La jornada, Rosero
plantea una serie de propósitos para Los ejércitos, uno de los cuales es el de la escritura como un
ejercicio que le serviría para lidiar con el dolor del conflicto, exorcizándolo.11 Ese exorcismo

10
“The impulse to remember restores to awareness events at risk of disappearing into the
blur of over-abundant historical information or the quiet and remove of the increasing
specialization of historical knowledge. The impulse to reveal relies explicitly upon the idea that
certain historical events are unpublicized and thus unknown. The impulse to remind us of our
commitment to human rights requires us to recover a purer more noble and intense feeling from
behind our complacency, and the impulse to resolve also requires a commitment to values easily
swamped by our other, likely pettier, entanglements” (“Human Rights as Violence” 204).
11
Afirma Rosero: “Lo que más me ha dolido es el dolor de la gente sometida a ese fuego
cruzado. Me apabullaba como nos apabulla a muchos cuando nos asomamos a un noticiero y nos
enteramos que siguen los muertos […]. Todo eso nos mella el alma. A mí me tenía muy afectado
y consideré que la única manera de lograr exorcizar este terrible dolor era escribiendo la novela.
(Rosero “Escribo para exorcizar”). “Yo no reflexioné jamás que la destrucción y la
descomposición resultaran buenos materiales para mi oficio. Es que padecí esta destrucción de
manera progresiva, la padecí en la médula, a mi manera, como sé que directa o indirectamente la
padecen todos en el país, excepto el presidente y los magistrados, excepto los generales y los
comandantes guerrilleros y los jefes paramilitares, la padecí con sólo asomarme a un noticiero de
mediodía, mientras almorzaba: una madre avisando de sus hijos masacrados; después la
indiferencia del país; la muchacha modelo hablando de telenovelas; después la lista de
Carlos Gardeazábal Bravo 145

terapéutico podría involucrar también a los lectores y a los sujetos directamente afectados por la
violencia, pues es enunciado en un momento en el que la guerra no tenía salida a la vista y la
respuesta institucional pasaba por la negación del estatus oficial del conflicto. De este contexto
surge otro propósito de la novela en el llamado implícito que hace a la intervención de la
república de las letras con el propósito de terminar el conflicto, y que el autor hace explícito en la
entrevista:
Estamos tocando fondo. Y por ello mi invocación como escritor a los otros países,
para que volteen al problema colombiano y traten de colaborar en un
acercamiento entre guerrilla y gobierno. El llamado es a intelectuales, creadores,
políticos conscientes. Que todo el campo del pensamiento interceda en este
problema nuestro, que ya es muy grave y es de todo el mundo, porque la violencia
en Colombia y en otros países es un asunto humano, general, total. (Rosero,
“Escribo para exorcizar”)
El dolor exorcizado por el autor en Los ejércitos estaría vinculado entonces con la intención de
resolver el conflicto colombiano, uno de los impulsos criticados por Mansfield. A pesar de ello,
Los ejércitos ofrece una crítica a la lógica del secreto en las narrativas de los derechos humanos.
Al tiempo que no revela nada oculto al lector, la novela invita a nuevos tipos de acciones y a
replanteamientos simbólicos respecto al conflicto colombiano. Sobre el impulso de recordar,
coincido con Héctor Hoyos (“Visión desafectada” 293-94) en que la novela propone un nuevo
tipo de sensibilización por medio de la violencia que sufren sus personajes, un replanteamiento
afectivo frente a la espectacularidad de los medios de comunicación, los cuales se han encargado
de desensibilizar a sus espectadores. La novela no busca una cómoda identificación pasajera con
las víctimas del conflicto. Acerca del impulso a rememorar la historia, considero que la novela
busca superar la indiferencia frente a las acciones presentes y pasadas de los actores armados del
conflicto colombiano. Esto atañe a los lectores de clase media urbana, en Colombia o en
América Latina y a los consumidores de la literatura mundial en el mercado global. Por otro
lado, considero que Los ejércitos confronta directamente los enigmas a los que apunta Mansfield
cuando cuestiona al paradigma individualista liberal y sus fisuras. La posición “imposible” del
narrador de la novela, un elemento de la novela analizado por Mabel Moraña y Lotte Buiting,12
es otra forma de cuestionar ese paradigma.

desaparecidos, los falsos positivos, que todavía continúan, continúan, sin que nadie haga
realmente nada por evitarlo; y luego la selección Colombia, que es otra desgracia como el país.
Todo eso genera una novela” (Rosero y Ungar, “Evelio Rosero”).
12
Dice Moraña: “los eventos que constituyen la trama de Los ejércitos están narrados
desde una posición imposible que el texto nunca explica [… E]l lector puede preguntarse desde
qué ubicación temporal y espacial habla el narrador […]. ¿Desde dónde habla Ismael? ¿Desde la
muerte, desde una memoria que no quiere ni debe morir?” (“Violencia” 192). Buiting va más allá
en su análisis: “Rather than considering the narratological point of view as a paradox in want of
an explanation that the text itself does not provide, I think it is more productive to consider the
very impossibility of Ismael’s speaking position. I contend that the impossibility of narration,
and the nonhumanity that Ismael experiences and confronts, are inextricably related. Drawing on
Agamben, I propose to construe the figure of Ismael as the impossible, true witness” (“An
impossible witness” 145).
146 Derechos humanos y corporeidad en Los ejércitos

Corporeidad y derechos humanos

La corporeidad es un factor central en el proceso de cuestionamiento del sujeto y las


narrativas simplistas de los derechos humanos que lleva a cabo Rosero en Los ejércitos. A este
respecto, Elizabeth Anker sostiene que el sujeto cartesiano abstracto detrás de los derechos
humanos puede ser corporeizado (embodied) a través de la literatura, lo cual supera muchas de
las contradicciones de las elaboraciones liberales de los derechos humanos que expone la autora.
Anker tiene la intención de recuperar los atributos de una experiencia encarnada, afectiva, ya que
muchas definiciones de los nexos entre los derechos humanos y la literatura se han sumergido
erróneamente en las abstractas teorías liberales de la individualidad. La literatura puede ayudar
en el proceso de dar contenido corpóreo al modelo abstracto de los derechos humanos,
acercándolo a visiones más plurales. Anker acude a la filosofía de Merleau-Ponty, una
perspectiva fenomenológica centrada en el concepto de la corporeización, dentro de “an exercise
in unconcealment aimed at divulging the self’s cohabitation with other beings” (71), con lo cual
apunta a lo que denomina “ecological conception of justice” (215). En oposición al dualismo
cartesiano, Anker propone una economía simbólica del cuerpo diferente dentro del discurso de
los derechos humanos (9). Por otro lado, Anker se opone a la tendencia que denomina “human
rights bestsellers” un género que aglutina a un grupo amplio de obras, autores y lectores que
simpatiza de manera simplista y reducida con el discurso de los derechos humanos mediante el
uso y actualización de normas paternalistas, consumistas e intervencionistas. Estas son las obras
que refuerzan las visiones condescendientes sobre el sur global como una región “uniquely prone
to undergo rampant human rights violations” (43). Para Anker la literatura que permite
reflexiones corporeizadas, centradas en lo cotidiano, ayudan realmente al discurso de los
derechos humanos.13 Considero que la novela de Rosero pertenece a ese tipo de literatura.
Los ejércitos apunta a una crítica de los discursos empobrecidos sobre los derechos humanos
popularizados mediante la prensa y la literatura de consumo masivo. La novela hace énfasis en
complejidades que no aparecen en los eslóganes del activismo vacío, basado en repeticiones y
respuestas emocionales inmediatistas. Rosero va más allá de la búsqueda de una reacción
visceral en el lector y apunta a una reflexión sobre las causas del conflicto, sobrepasando las
reacciones pasajeras a la violencia mediática. El episodio en el que Ismael se deshace de la
granada con la que quieren jugar los niños representa este aspecto:
arrojo el animal al acantilado, oímos el estampido, nos encandilan los diminutos
fogonazos que saltan desde el fondo, las luces pintadas que trepan fragorosas por
la rama de los árboles, al cielo. Yo me vuelvo a los niños: son caras felices,
absortas—como si contemplaran fuegos artificiales. (130)
Este episodio simboliza la forma como la espectacularidad de la violencia más visible seduce a
lectores y espectadores. Como sugiere Ben Ehrenreich (“After Macondo”), Ismael es aquí
Rosero, quien previene a los lectores sobre la peligrosa fascinación que pueden generar las
narrativas sobre la guerra, al tiempo que los cautiva con su narración. Otro ejemplo de la
posición de la novela respecto a esa normalización de la violencia es el pasaje en el que Ismael
Pasos se niega a hablar con la reportera después de salvar a los niños de la granada abandonada
(134). Doris Sommer (Proceed with Caution) propone que la escritura particularista y sus
silencios desbordan las expectativas simplistas del observador universalista, afirmando la
autonomía y la diferencia del narrador subalterno. Desde esta perspectiva el silencio deliberado

13
Para Anker, “attention to mundane experience counteracts the frequent tendency to
characterize human rights abuses as singular, exemplary, or sublime, an impulse that emerges
within both popular human rights discourses and many accounts of deconstructive ethics” (65,
énfasis mío),
Carlos Gardeazábal Bravo 147

de Pasos representa la resistencia, dignidad y agencia de las víctimas en medio del dolor,
evitando la instrumentalización de su sufrimiento.
Judith Butler propone que los marcos de guerra determinan cuáles vidas humanas son
dignas de protección—o incluso de duelo—mientras otras no lo son, a pesar de que todos los
miembros de una sociedad necesitan de la protección que provee el estado, particularmente en
tiempos de guerra. Butler afirma que la guerra lleva a un marco que regula selectivamente las
disposiciones afectivas sentidas por las comunidades, desde el horror hasta la indiferencia
(Frames 24). Si bien en el estado de excepción del conflicto interno colombiano las vidas de
miles de ciudadanos están expuestas a su exterminio, los poderes que disputan la soberanía sobre
el estado hacen que ciertos grupos sean mucho más vulnerables que otros. Rosero muestra en la
novela esas disposiciones afectivas en juego en el conflicto colombiano. El profesor Lesmes y el
alcalde viajan a Bogotá buscando que retiren las trincheras de San José, sin resultados. “Por el
contrario, la guerra y la hambruna se acomodan, más que dispuestas” (124). En esta
representación de la biopolítica del conflicto interno, San José es prácticamente abandonado a su
suerte por el estado, convirtiendo a sus habitantes en entidades no solo más vulnerables a una
muerte violenta, sino despojados de la integridad más básica. Al mismo tiempo, sabemos que el
general Palacios posee un pequeño zoológico atendido incluso por “militares enfermeros”, y que
los animales más valiosos para el general son evacuados en helicópteros de carga (164). Rosero
tematiza en la novela el ordenamiento selectivo que el soberano impone durante la guerra, un
marco de guerra dentro del cual incluso la corporeidad animal se puede considerar más valiosa
que la humana. Ismael y los pobladores de San José pasan a ser ejemplos del Homo Sacer de
Agamben, el tipo de vida de la cual el soberano puede disponer sin violar la ley, cuerpos que
pueden matarse sin que haya homicidio, y por ende tampoco sanción (véase Agamben, Homo
Sacer 52).
La integración de la corporeidad animal y humana tiene otras funciones en la narración.
A lo largo de toda la novela los animales, plantas, ríos y montañas que circundan San José son
parte central de la trama. Rosero acude a estos elementos para reafirmar el vitalismo que
entrecruza con la violencia de la guerra. Como había señalado antes, concuerdo con Moraña en
que Rosero mezcla el thanatos de la guerra con el Eros, el principio de afirmación de la vida, el
cual se manifiesta tanto por la naturaleza que rodea a Ismael y al pueblo, como en el erotismo
voyerista que lo caracteriza. Ese erotismo presente en la forma en que Ismael Pasos narra
Los ejércitos, va de la mano con la corporeidad y el vitalismo telúrico proyectado en el paisaje,
los cuales confluyen en una crítica a la visión liberal reduccionista de los derechos humanos
como la que proponen los best seller de que describe Anker. De ahí que la muerte de los
animales que formaban parte del entorno habitual en su hogar sea destacada en su relación de la
destrucción causada durante los ataques de los ejércitos a San José.14
Ismael corporeiza el conflicto y sus violencias, aunque el cuerpo de Pasos no solo sufre,
también es un cuerpo que disfruta y desea: Pasos no tiene reparos en ver con lascivia a las

14
“Voy corriendo por el pasillo hasta la puerta que da al huerto, sin importar el peligro;
cómo importarme si parece que la guerra ocurre en mi propia casa. Encuentro la fuente de los
peces—de lajas pulidas—volada por la mitad; en el piso brillante de agua tiemblan todavía los
peces anaranjados, ¿qué hacer, los recojo?, ¿qué pensará Otilia—me digo insensatamente—
cuando encuentre este desorden? Reúno pez por pez y los arrojo al cielo, lejos: que Otilia no vea
sus peces muertos… Al fondo, el muro que separa mi casa de la del brasilero humea partido por
la mitad: hay un boquete del tamaño de dos hombres, hay pedazos de escalera regados por todas
partes; yacen desperdigadas las flores, sus tiestos de barro pulverizados; la mitad del tronco de
uno de los naranjos, resquebrajada a lo largo, tiembla aún y vibra como cuerda de arpa,
desprendiéndose a centímetros; hay montones de naranjas reventadas, diseminadas como una
extraña multitud de gotas amarillas en el huerto” (Los ejércitos 101, énfasis mío).
148 Derechos humanos y corporeidad en Los ejércitos

menores de edad de San José, o en desplegar su voyerismo, invadiendo la privacidad de su


vecina o la de las mujeres que trabajan en el pueblo, para molestia de su esposa. Mientras recorre
San José y sus alrededores tras la desaparición de Otilia, sus descripciones dejan ver el deterioro
gradual de su salud. El cuerpo del personaje y sus desplazamientos hacen manifiestas no solo las
dificultades de su avanzada edad, centradas en la rodilla que dificulta su accionar como flâneur y
voyeur, sino también en el impacto mismo del trauma: “Empiezo a alejarme otra vez a tientas;
huyo con una lentitud desesperante, porque mi cuerpo no es mío” (188). En un punto en el que
difiero con Buiting, considero que los efectos del conflicto en Pasos no se limitan a las
reacciones de propias de un duelo melancólico por el secuestro de su esposa. Pueden rastrearse
las fuentes de ese deterioro en el ambiente de zozobra que reina en el pueblo desde antes del
primer ataque de los ejércitos, sumado luego a los secuestros, los ataques de las fuerzas armadas
a los civiles, las muertes y mutilaciones que deja el conflicto a lo largo del pueblo. Puede verse
en conjunto como un trauma social que destruye a la comunidad y se manifiesta a lo largo de la
novela en sus cuerpos, no solo en el de Ismael.
Hacia el final de la narración la lascivia y la lucidez del maestro de escuela retirado van
dando paso a olvidos cargados de memorias de la violencia. A esto se suma el descuido de su
cuerpo, el decaimiento físico, la presencia de alucinaciones y, finalmente, a un desvanecimiento
de su identidad. “«Su nombre», repiten, ¿qué les voy a decir?, ¿mi nombre?, ¿otro nombre?, les
diré que me llamo Jesucristo, les diré que me llamo Simón Bolívar, les diré que me llamo Nadie,
les diré que no tengo nombre” (201), dice Ismael en una suerte de invocación a Odiseo. Esta
negación de su identidad es también una última estrategia de confrontación frente a las formas de
deshumanización que acompañan a la devastación de la guerra. Ante la forma en que los cuerpos
de los sujetos son inscritos de manera implacable en los marcos deshumanizadores de la guerra
por medio de una racionalidad instrumentalizada, Ismael opone una irracionalidad producto del
trauma que oculta su identidad.
El caso más significativo de corporeización de las consecuencias del conflicto y del
trauma es el de Geraldina Almida, conocida como “la brasilera” en una forma de exotización que
refuerza el papel de su cuerpo a lo largo de la trama. En el inicio idílico de la novela su cuerpo
desnudo es deseado por Ismael como un objeto privilegiado de su voyeurismo desvergonzado.
Después del secuestro de su hijo Eusebito y de su esposo, Geraldina entra en una profunda
depresión que la inmoviliza; “empezó a vivir como petrificada en el miedo” (122), dice Ismael.
Su hijo, el pequeño Eusebio, al regresar de su cautiverio no habla, permanece ausente,
ensimismado, y no puede comunicarse durante mucho tiempo (151). Después de considerar la
posibilidad de dejar el pueblo, la brasilera es finalmente asesinada y luego violada por un grupo
de combatientes mientras Ismael observa la escena: “abierta a plenitud, desmadejada, Geraldina
desnuda, la cabeza sacudiéndose a uno y otro lado” (201). La brasilera representa la forma en
que el cuerpo femenino ha sido politizado, convirtiéndose en una prolongación del campo de
combate en el conflicto colombiano, mientras la violencia estructural contra las mujeres en ese
mismo contexto es corporeizada por medio de su historia. Por otro lado, el cuerpo de Geraldina
pasa de simbolizar el centro de un entorno casi edénico a ser la representación de la destrucción
de San José y su desacralización como espacio de vida en comunidad.
Los cuerpos vejados de otros personajes representan la violencia deshumanizadora del
conflicto sobre sujetos marginales. Claudino, el curandero, y Oye, el vendedor de empanadas,
son hallados decapitados por Ismael en medio del desastre. Ambos pasajes llevan al lector a una
situación límite de violencia y cercana a la repugnancia y al horror. Asimismo, estos pasajes
representan el poder paralizador, traumático que proviene de experimentar aquello que no puede
ser visto ni nombrado, lo intolerable para nuestros sentidos. Adriana Cavarero elabora esta idea
del horror vinculándola al mito de la Medusa, definida por su cabeza separada del cuerpo, la cual
repugna por la violencia detrás de su desmembramiento y lo que destroza: “El ser humano, en
cuanto ser encarnado, es aquí ofendido en la dignidad ontológica de su ser cuerpo y, más
Carlos Gardeazábal Bravo 149

precisamente, cuerpo singular” (24). Complementando el análisis de Vanegas Vásquez,


considero que el grito de horror de la medusa es corporeizado en este pasaje:
Otro grito, mayor aún, se dejó oír, dentro de la esquina, y se multiplicaba con
fuerza ascendente, era un redoble de voz, afilado, que me obligó a taparme los
oídos…y, en la paila, como si antes de verla ya la presintiera, medio hundida en el
aceite frío y negro, como petrificada, la cabeza de Oye: en mitad de la frente una
cucaracha apareció, brillante, como apareció, otra vez, el grito: la locura tiene que
ser eso, pensaba, huyendo, saber que en realidad el grito no se escucha, pero se
escucha por dentro, real, real. (200)
El efecto de esta visión en Ismael lleva al lector a confrontar la crudeza del conflicto en una
forma que no consigue el horror convertido en espectáculo, repetido por medio de numerosos
medios de comunicación. Las cabezas de Oye y Claudino evocan la violencia extrema del
conflicto que no solo destruye cuerpos sino que lleva a la animalización simbólica y física del
otro. Anker afirma respecto a este tipo de escritura: “the narrative’s contemplation of horrific
death is an imaginative exercise paradoxically necessary to re-endow the overly abstract,
idealized liberal body with its essential vitality and fleshiness” (Fictions of Dignity 219, énfasis
mío). Las decapitaciones, crudas corporeizaciones de la vulnerabilidad del cuerpo humano,
llevan a la consideración de las violaciones de derechos humanos en el conflicto colombiano
como casos concretos, lejos de generalizaciones abstractas, al tiempo que evita la creación de
efímeras reacciones de simpatía en el lector. La construcción de cada personaje previa a ese
desenlace en extremo violento llevaría a que se considere la situación de cada uno, sin que se
igualen estos y otros personajes de la novela y se les despoje de su individualidad, lo cual se
proyectaría en las víctimas reales del conflicto.
Si Los ejércitos es una novela cercana al discurso de los derechos humanos lo es de una
forma que no se limita a representar la violencia más visible vinculada a ese discurso, sino
también otras violencias como la simbólica, o la estructural. En esta línea de descentramiento y
corporeización, Rosero incorpora el impacto de esos diferentes tipos de violencia en la novela,
vinculándolos incluso con la relación estratégica del conflicto, la tenencia de la tierra y el
ecocidio, lo que Rob Nixon denomina “violencia lenta”,15 vinculada a procesos que impactan de
manera gradual a las comunidades más vulnerables, cercana a su vez a la concepción ecológica
de la justicia de Anker. El río casi seco del pueblo, un claro ejemplo de este tipo de violencia, se
convierte en otra metáfora de la progresiva destrucción de San José y su tejido social.16 Rosero
tematiza estas interrelaciones entre paisaje y conflicto en la novela, enunciándolas desde la
perspectiva humanizadora de quienes las experimentan. En algunos pasajes la esperanza del
desplazado contrasta con la destrucción que se proyecta en el paisaje, donde Rosero mezcla el
drama humanitario del refugiado interno, el desarraigo y la muerte con la geografía de San

15
Nixon define slow violence en estos términos: “violence that occurs gradually and out
of sight, a violence of delayed destruction that is dispersed across time and space, an attritional
violence that is typically not viewed as violence at all […,] a violence that is neither spectacular
nor instantaneous, but rather incremental and accretive” (Slow Violence 2).
16
“He confundido las calles y desemboco en la orilla del pueblo, cada vez más oscura,
moteada de inmundicias y basuras—antiguas y recientes—, especie de acantilado donde me
asomo: hará unos treinta años que no venía por aquí. ¿Qué es, qué brilla, allá abajo, igual que
una cinta plateada? El río. Antes, podía ocurrir todo el verano del infierno, y era un torrente. En
este pueblo entre montañas no hay un mar, había un río. Hoy, disecado por cualquier pálido
verano, es un hilillo que serpentea. Eran otros días cuando a los recodos más abundantes de sus
aguas, en pleno verano, no sólo íbamos a pescar: inmersas y desnudas hasta el cuello las
muchachas sonreían, secreteaban, y se dejaban flotar en el agua transparente—que no dejaba de
mostrarlas, difuminadas—” (Los ejércitos 39).
150 Derechos humanos y corporeidad en Los ejércitos

José.17 En otro tiempo la naturaleza permitía la construcción de vínculos sociales gracias al


disfrute que permitía, un goce físico, sensorial. En el presente apocalíptico de la novela, la
comunidad y el medio ambiente han sido destruidos por las violencias que operan en el conflicto,
tanto las directas y palpables como aquellas con efectos apenas visibles pero no fácilmente
vinculables con la violencia mediatizable de la guerra.
Rosero crea en Los ejércitos una representación del impacto traumático causado por el
conflicto, el cual no solo afecta a Ismael Pasos, sino también a sus amistades y a la comunidad de
San José en general, incluyendo a los sujetos marginados del pueblo. Después del primer ataque
al pueblo la apatía frente a la muerte y la violencia dominan gradualmente las reacciones de los
personajes y sus relaciones: “Todos corríamos ahora, en distintas direcciones, y algunos, como
yo, iban y volvían al mismo sitio, sin consultarnos, como si no nos conociéramos” (97). Incluso
las relaciones de la comunidad de San José con los centros de poder político acaba dominada por
ese desinterés letal. Es así como el estado de excepción de la guerra lleva a que la idea de nación,
de una comunidad imaginada unida en solidaridad, resulte prácticamente inexistente. El
apocalipsis de San José es el resultado del abandono y la naturalización mediática de las
violencias que aniquilan al pueblo.

Conclusiones

El impacto de las diferentes clases de violencia se manifiesta en los tipos de trauma que sufren
los personajes, pero no se detiene ahí. La forma en que Rosero aborda estos aspectos
psicológicos de los personajes va más allá de las objeciones de Mansfield y Anker: son otro
ejemplo de la corporeizacion de un discurso plural de los derechos humanos. Es por eso que la
“violencia fenomenológica” que propone Caña Jimenez para estudiar la obra de Rosero pasa a
complementarse gracias a la propuesta de Anker, para ser una fenomenología encarnada,
corpórea, lo cual se hace más evidente en la forma como la novela muestra el impacto traumático
del conflicto. En efecto, Los ejércitos se centra en una experiencia encarnada del conflicto que va
más allá de lo que Nick Mansfield llama “la lógica del secreto” y del sujeto liberal criticado por
Anker. La novela mezcla elementos identificables de narrativas del trauma con una reflexión
sobre las causas de las diferentes violencias del conflicto colombiano, la cual pasa por una
corporeizacion del sujeto de los derechos humanos, tradicionalmente abstracto e idealizado en el
lenguaje legal.
Los ejércitos forma parte de la literatura que invita a desarrollar una visión crítica de los
derechos humanos, por medio de una postura en la cual el sujeto liberal es descentrado y
corporeizado. Aproximaciones como la que presenta Anker desde la fenomenología encarnada
de Merleau Ponty permiten entender la forma en que el vitalismo corporeizado de Rosero da voz
a las víctimas de estas clases de violencia. Rosero resalta las precariedades desiguales que se dan
en el conflicto colombiano invirtiendo la estructura de las narrativas de los informes de derechos
humanos propias del ordenamiento neoliberal. Al revelar los marcos de guerra que agudizan esas

17
“En la montaña de enfrente, a esta hora del amanecer, se ven como imperecederas las
viviendas diseminadas, lejos una de otra, pero unidas en todo caso porque están y estarán
siempre en la misma montaña, alta y azul. Hace años, antes de Otilia, me imaginaba viviendo en
una de ellas el resto de la vida. Nadie las habita, hoy, o son muy pocas las habitadas; no hace
más de dos años había cerca de noventa familias, y con la presencia de la guerra—el narcotráfico
y ejército, guerrilla y paramilitares—sólo permanecen unas dieciséis. Muchos murieron, los más
debieron marcharse por fuerza: de aquí en adelante quién sabe cuántas familias irán a quedar,
¿quedaremos nosotros?, aparto mis ojos del paisaje porque por primera vez no lo soporto, ha
cambiado todo, hoy—pero no como se debe, digo yo, maldita sea” (Los ejércitos 61).
Carlos Gardeazábal Bravo 151

desigualdades, la novela se enfrenta a las narrativas que enfatizan en la violencia visible,


espectacular, apuntando más allá de los enfoques sensacionalistas de los medios, al tiempo que
hace patentes las limitaciones de esas narrativas. Más allá de la lógica del secreto, la justicia y la
reparación simbólica que busca esta novela están vinculadas al impacto de violencias
difícilmente mediatizables. La novela tematiza el horror de la violencia visible mientras revela o
hace corpóreas las formas en que se manifiesta la violencia sistémica, lenta, a veces invisible,
incluyendo su aspecto medioambiental. Novelas como Los ejércitos, gracias a su afirmación de
lo corpóreo, pueden interpelar los diseños geopolíticos que propone la visión liberal de los
derechos humanos, abriendo caminos para visiones mucho más amplias.

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