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Curso: 5° A – B - C
RAFAEL GUMUCIO
14 JUL 2017
leía con tanta atención. Su hermano estudiaba la poesía popular chilena del siglo XIX
para intentar escribir un Martín Fierro
chileno. Violeta se fue bruscamente de la casa de su hermano para volver a las pocas
horas con cientos de hojas llenas a rabiar de versos.
“Estudia eso mejor”, le dijo. Nicanor se encontró de pronto con canciones como las que
cantaban los ciegos en los bares de mala muerte en los que perdió su fortuna su padre.
“Canto a lo humano y lo divino”, como ese que improvisaban sus tíos y amigos en
guitarrones de 12 cuerdas. Todo un tesoro infinito de versos, imágenes, comidas y ritos
que siempre habían estado ahí, al alcance de la mano, pero que nadie se había dignado
en recoger antes de que Violeta Parra lo empezara a hacer.
Violeta Parra, que dejó el dúo con su hermana y su matrimonio con el maquinista Luis
Cereceda, decidió no sólo recopilar esas canciones, sino habitarlas de cuerpo entero. Su
forma de vestir, de hablar, de comer, de amar, se hizo a la medida de esa idea de Chile,
popular e inevitable, pobre de solemnidad y rico de colores, de contrastes. Se sentaba
siempre en un piso más bajo que los campesinos a los que entrevistaba, pero terminaba
por cantar ellas sus canciones, una más entre los mapuches, chilotes, campesinos y
mineros que iban entregando sus canciones y dichos a su incómoda grabadora.
Le preguntaron en París que, si tuviera que elegir entre la pintura, la música, los tapices
o la poesía, qué arte escogería. “Escogería quedarme con la gente”, respondió ella, pero
no hizo, sin embargo, más que arrancar lo más que pudo de su adorado país. Mientras
cantaba en Varsovia en el Festival de la Juventud que auspiciaba la Internacional
Comunista, su hija Rosa murió de frío en Santiago. No volvió antes de grabar en
Londres y exponer en el Museo de Artes Decorativas de París. Esos éxitos, que
contrastaban con la inestabilidad sentimental y material de su vida en Chile, no hicieron
más que acelerar la tragedia. En febrero de 1967, en la carpa polvorienta en la que
quería fundar una universidad del folclore, Violeta Parra se disparó en la cabeza.