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A MODO DE PRESENTACIÓN.

El libro que nos ocupa, y nos ocupará, los “Fragmentos…” de Bats (término de
Luísa que yo propongo a la asamblea como sustituto cariñoso de Barthes) es justo lo
que personas como nosotros andaban buscando. No es que yo me refiera a una
revelación ni nada por el estilo, este libro, por su sencillez y su humildad, es más que
eso; en mi caso, y me aventuro a decir que en el de vosotras también compañeras, es
el libro que da cuentas ahora mismo de mi búsqueda y de la circunstancias que la
arropan: el amor, el análisis, la teoría académica, los amigos y amigas implicados…,
y, por encima de todo, la experiencia personal, en nombre de la cual habla Bats.

Escribir sobre esta obra es sencillo pues su estilo causa tanto placer que uno se ve
arrastrado a contar, en cierta medida, del mismo modo que aquello que está
leyendo, su experiencia de leerlo. Evidentemente no digo que se consiga, claro, pero
la seducción y el goce de probar cosas como esta es tal que es de una gran tentación
ver si a uno se le puede pegar algo. Han sido dos meses de lectura, pausada y
analítica, no obstante no he pretendido que la misma fuera algo riguroso, creo que
aquí esto es imposible, más bien he querido seguir el hilo conductor de este
diccionario de los afectos en relación al amor, decir mi opinión al respecto pero con
la clara sensación de que lo escrito ha sido, sin lugar a dudas, un “dejarse llevar”.

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UNA REACCIÓN (ENTRE TANTAS) A LA LECTURA DEL LIBRO
“FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO” DE ROLAND
BARTHES.

ENAMORARSE

En el principio fue lo imaginario. Barthes da con una magnífica manera de


nombrarlo: el abismo. Abismo, en el sentido amoroso, es esa complacencia (“dulce”
- “Esto es propiamente la dulzura”) del yo en aniquilarse controladamente:

“De ahí, tal vez, la dulzura del abismo: no tengo ninguna responsabilidad,
el acto (de morir) no me incumbe: me confío, me transfiero (¿a quien?; a Dios, a la
Naturaleza, a todo, salvo al otro)” p.22

Aniquilación “controlada” no significa traicionar al enamoramiento, significa


propiamente experimentar un estado especial del alma, vivido en contadas
ocasiones, en relación a la dulzura. Vive Dios que la dulzura es uno de los grandes
frutos del enamoramiento. De acuerdo con ella prosiguen todo un oropel de
cuidados, por ejemplo, el abrazo, los abrazos…

“Abrazo. El gesto del abrazo amoroso parece cumplir, por un momento,


para el sujeto, el sueño de la unión total con el amado”. p.24

De nuevo el imaginario. El hermafrodita (el uno) se encarna en medio de ese vacío


resueltamente oprimido, violentamente asediado, por el abrazo de los enamorados
(que por ser el enamoramiento El Inicio el abrazo es fortísimo, colmado de deseo).
El abrazo hace aparecer, también, el vacío, pues los enamorados han decidido abolir
la distancia, las condiciones cambiaron, hacen posible lo deseado. Los primeros
besos de los que se andaban buscando suponen un espectáculo, todos reparamos en
esta manifestación, en esta descarga en exceso del deseo, la miramos una y mil
veces como si fuera la primera vez. Tal energía conlleva forzosamente el recuerdo
que marca, es energía que se despilfarra, es locura.

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Y cuando esto se produce…

“Soy entonces dos sujetos a la vez: quiero la maternidad y la genitalidad”.


p24

Barthes define a la perfección la escisión del enamorado. Realmente hay dos (esto es
pura y duramente la “lógica de la locura”). Madre y Padre aterrizan y conviven de
nuevo armoniosamente en uno, se vuelve a vivir la infancia, de ahí esa alegría, esa
emoción, recordamos sensitivamente algo que parecía perdido: la emoción del niño.
Concluyamos entonces y demos un paso más:

“la saciedad existe: y no me daré tregua hasta hacer que se repita”p25.

Este “control” tácito sobre la aniquilación amorosa, que oficia de juez (garante del
buen curso de esta reducción al absurdo), empieza proponiendo sus condiciones.
Una de ellas (horror, horror) es la estupidez mental. La misma es una vía para
normalizar las cosas, harto desvarajustadas. La imbecilidad habla, a modo de juglar,
con su modo propio, con sus palabras ad hoc. Una: “adorable”.

“Al no conseguir nombrar la singularidad de su deseo por el ser amado, el


sujeto amoroso desemboca en esta palabra un poco tonta: ¡adorable!”p26.

La aparente imaginariedad de la palabra no debe conducirnos a engaño. No expresa


solamente un abotamiento mental, un empacho de sensaciones, va más allá, con ella
nos encontramos con el límite de lo nombrable (y si hay un decir que sea todo él de
un límite, de lo innombrable, es el del amor), con la “huella fútil de una fatiga, que
es la fatiga del lenguaje”.

Cuando hablamos por amor, o enamorados, el límite manda, también manda el


absurdo, de esta manera sólo cabe decir…”te amo porque te amo”. Como en la
literatura mística, el decir desde el absurdo de amar encierra un reverso violento: el
silencio. Aquí es el turno de Nietzsche, que aparece cuando el absurdo es mentado.
Nadie como él habló desde un lenguaje que se puede comparar a la locura (si esta
pudiera hablar y ser tan cuerda como siempre deseamos los cuerdos), nadie como él
intentó desvelarla, hasta el punto de que fue el gran renovador moderno de su mito.
Pues bien si algo nos enseñó El nacimiento de la tragedia es esa armonía que
acontece entre Apolo y Dionisio en el teatro; del rapto dionisiaco al orden amoroso,
del enamoramiento al amor. En el horizonte del abismamiento controlado está el
amor, o suprema forma de la normalidad (¿fue Nietzsche un eterno enamorado?, sin
duda).

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El amor es el supremo fin, pero, saboreada la estupidez, y probado (como se prueba
por primera vez la heroína) el límite deleitante del lenguaje (“te amo porque te amo”,
“te amo”, (¡…¡)) surge esa pregunta, que viene de vivir un vértigo, ante el horizonte
que presagia la calma (“el amor… esa palabra”; Rayuela; Cortazar):

“¿Porqué perdurar es mejor que arder?; todavía más: ¿porqué lo que es


viable es un bien?”

Acto seguido Barthes da el paso a la lírica (esta pregunta le está pesando, no


obstante):

“esta mañana debo escribir con mucha urgencia una “carta importante” -
de la que depende el éxito de cierto negocio -; pero yo escribo en su lugar una
carta de amor que no envío”, p31.

¿Amor o enamoramiento?, he ahí la cuestión. Las palabras se intercambian. Aunque


¿qué más da? Barthes describe, esto sí que importa, uno de los efectos del amor: “lo
que el amor desnuda en mí es mi energía”. La energía se libera entonces, cómo
controlarla (siempre el horizonte del control): con una carta.

Nietzsche comenzó su filosofía con el control como tarea. La tragedia griega es ese
espacio en donde la energía infinita y brutal de Dionisio puede ser avistada,
experimentada, gracias a Apolo, el primer artífice de la poética.
¿Amar es controlar? La propia pregunta parece una impertinencia. Pero conviene no
llamarse a engaño, no se habla aquí de un gobierno sobre el otro (malentendimiento
eterno de la voluntad de poderío), sino de un gobierno de sí. Hasta la misma
explosión del yo nitzscheana pide perdurar, a cambio, claro está, de vivir de sus
grandes destellos. Es así que aparece la calma que sigue a la tempestad (y que
Nietzsche buscaba desesperadamente como forma de poder vivir dignamente su
locura).

Paradoja de las paradojas, antes del orden estuvo el caos: el caos del enamoramiento
funda el orden humano del amor. En semejante locura, y resolución suya, basa la
cultura su edificio.

Las palabras de este diccionario aparecen en orden armónico, así llega la


“alteración”. Algo pasó en lo que había, algo se conmovió. Yo soy nuevo, me renovó
enamorarme pues viví su caos y lo afronté; un caos me precedió. Y después de esto
puede venir todo lo demás (cielo, tierra, trabajo y buen humor…cotidianidad
distinta), la normalidad llegó, ese era el objetivo.

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La normalidad puede acoplarse (de hecho cada vez pasa más esto) a un eje
cartesiano en donde todo elemento tiene ubicuidad y tiempo. Todo de nuestro amado
aparece, pues, como si hubiera estado ahí siempre, normal… hasta un “grano en la
nariz”, pues el eje cotidiano nos lo señala en un punto concreto. Barthes se explaya
en la enumeración de expresiones que revelan un atisbo de decepción por el otro,
fruto de la calma que el amor nos dispensa para ver bien. Microfisuras, defectos no
reparados,… realidad, que informa al imaginario de la verdad (amar algo es hacer
frente a su verdad), también algún desagrado, aunque cien veces soportable.

El caso es que este desagrado conduce sigilosamente a un temor, una vez que el
perdurar ha reunido al imaginario y lo real de una persona (que es amada), así:

“el horro de herir es todavía más fuerte que la angustia de perder”p36.

Por eso hasta un minúsculo grano en la nariz puede ser motivo de angustia, pues ya
evoca una pérdida, la pérdida del enamoramiento. El enamoramiento aparece para
desaparecer en el amor (más tarde Barthes hablará de esto). El enamoramiento, esa
ilusión increíble en donde no se sabe cómo llegamos a ser dos, y no cualesquiera,
somos el padre y la madre, la más potente de las imágenes que nos habitan, el
emafrodita del que se habla es el Uno que nuestros padres suponen ser para nosotros
en el origen de nuestra existencia; es la renovación en sus términos literales, y bien,
toda esa potencia se pierde ineluctablemente, por amor, y para amar.

Pero esto, ¿no se anticipaba ya en el enamorado? ¿no estaba éste loco, pero de
forma controlada?

Barthes hace un ejercicio de confesión, él, pierde al otro cuando el enamoramiento


se va, quizá porque lo que se ama es el deseo propio, eso que nos hizo arder. Todas
las oraciones que dirigíamos a nuestro amado eran nuestras, en el fondo. Utilizar las
sagradas formas del amor para convertirnos en un dios (el Uno), eso es lo que
hicimos: ¿no es esto un auténtico pecado mortal?: “comed y seréis como dioses” ya
dijo la serpiente.

Descubrir esto conduce a la culpa. Hay que tener mucho cuidado al hablar de ella
porque, a pesar de todo, aparecer culpable ante el otro es también una forma de
amarlo, aunque no, ciertamente, la más aconsejable (pero visto por el lado adecuado,
la culpa nos lleva a una realidad: somos inevitablemente narcisistas. Asumir este
hecho y no culpabilizarnos por ello, es también una delas tareas de vivir con
normalidad).

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Viviendo en tal estado, en el duelo, solo en el hotel aséptico Barhes se pregunta: “¿y
si, para que algo pase, hiciera ya una promesa?”. Parafraseemos sin interrogación:
para que algo pase es preciso hacer ya una promesa. La promesa es para otro, ese
otro que (¡válganos el cielo¡) es el gran ausente. Cuando descubro que soy un
narcisista entiendo que el otro existe. Más aún, entendamos el narcisismo como un
valor positivo, si somos capaces de asumirlo, asumiremos también a los demás por
él.

AMAR

De esta manera hablar de tu a tu a la persona “re - querida” (linda palabra del


castellano) es hablarla con promesas, hablarla en ese futurible del amor. Reparar en
esto es toda una revelación (¡en verdad existes…y yo te amo¡), esto es un milagro, y
algo único, Barthes sigue con una abierta celebración del amor, en la línea de esta
ocasión irreductible para aquellos dos que se aman y se reconocen:

“La mayor parte de las heridas vienen del estereotipo: estoy obligado a
hacerme el enamorado, como todo el mundo: a estar celoso, abandonado,
frustrado, como todo el mundo. Pero cuando la relación es original, el estereotipo
es conmovido, rebasado, eliminado, y los celos, por ejemplo, no tienen ya espacio,
en esta relación sin lugar, sin topos, sin plano, sin discurso”. pp43-44.

De esta manera podemos contraponer una dicotomía entre vacío y ausencia, y decir
que el vacío es al enamoramiento lo que la ausencia es al amor. El amor, de forma
“normal”, nos ha puesto en el lugar del otro, y, por eso, si el enamoramiento nos
lleva a una suerte de deseo sin freno, y de él al vació, el amor, que se materializa en
la promesa, lleva al sentimiento de ausencia (que no de soledad) cuando el amado no
esta. Tal es uno de los efectos de sentir verdaderamente la otredad. Uno más: un
hombre incluso puede sentir como una mujer, Barthes lo dice con toda la hermosura
de su pensamiento: “Un hombre no está feminizado porque sea un invertido, sino
por estar enamorado”p46. Corolario:

“Mito y utopía: el origen ha pertenecido, el porvenir pertenecerá a los


sujetos en quienes existe lo femenino”.

Volviendo a esa compañera del amor que es la ausencia, el autor hace una parada en
el Edipo (que lo consumió hasta su muerte, provocada por un atropello, acontecido
pocas semanas después de la muerte de su madre, cuya gravedad no explicó, según

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los médicos, el deceso de Barthes). En relación a la primera se nos habla de la
pérdida suprema (para el varón): el amor de la madre. Presencia - ausencia, así, por
un lado, la ausencia de algo que es quizá más que amor (madre e hijo fueron
físicamente “uno” durante nueve meses ), por otro, la presencia de la castración (“el
Edipo empuja al niño a ser y no ser como el padre, no ser como él pues prohibe
poseer a la madre, a ser como él pues el niño habrá de comportarse de la misma
manera que su padre con la mujer que hará su esposa”, Freud, La interpretación de
los sueños ). El deseo, entonces, se forma en una suerte de memoria y proyección al
futuro: en el recuerdo del abrazo materno, y en la ilusión de poder recuperarlo
gracias a guardar el ejemplo paterno:

“( El discurso de la Ausencia es un texto con dos ideogramas: están los


brazos levantados del deseo y están los brazos extendidos de la necesidad: Oscilo,
Vacilo, entre la imagen fálica de los brazos levantados y la imagen infantil de los
brazos extendidos)”p49.

Hay una forma de sobreponerse a la Ausencia que causa dolor: la carta de amor. Este
manuscrito singular descubre al otro. Una carta de amor, un texto que,
esencialmente, está vacío de contenido, en el que, sin embargo, prima la llamada del
ser querido: escribir una carta de amor, o un correo amoroso, es reclamar al otro a
nuestra presencia, de alguna manera es hacérnoslo presente, negar la distancia
(“Madre de todas las penas”, poeta andalusí anónimo).

Dice Barthes a propósito de las virtudes y beneficios de escribir al que amamos:

“Como deseo, la carta de amor espera su respuesta; obliga implícitamente


al otro a responder, a falta de lo cual su imagen se altera, se vuelve otra” p52.

Aquí ya no hay deseo de lo que el otro es para nuestro imaginario, aquí, queremos
que el otro nos hable; la protesta del que ama, la no correspondencia a nuestro amor,
siempre será de recibir la callada por respuesta.

A propósito de esta queja ante el silencio del que amamos se nos da un consejo
estratégico, digno de un elevado arte amatorio:

“Aquel que aceptara las “injusticias” de la comunicación, que continuara


hablando, ligeramente, tiernamente, sin que se le responda, adquiriría una gran
maestría: la de la madre.p53.

Frente a tal consejo nos asalta una duda: ¿Madre, no hay mas que una?

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Pero, y si la ausencia se prolonga, y si la catástrofe llega, y si el otro no…pues uno
se desmorona (lentamente, o con celeridad). Barthes compara la situación con un
campo de concentración: El sujeto tiene pánico. El dios Pan, el único dios verdadero
para Nietzsche, habitaba plácidamente escondido en la maraña de los bosques de
Tracia, cuando un paseante despistado lo pisaba éste daba un agudo grito que
causaba a su infractor un estado de pánico, es decir, un espasmo producido por la
fuerte impresión de que “todo” era sentido. El pánico nos hace derivar, de un estado
en el que sólo tenemos ojos para una persona, a otro, en el que, desaparecida
aquella, todo sobreviene, la realidad “pesa”, pues toda ella viene a ocupar un lugar
esencial de nuestra percepción ya adjudicado.

El camino erótico que traza Barthes nos lleva de un origen en lo imaginario hasta
una reparación en la existencia del otro. La presencia de este último es ya tan
efectiva (buena nueva que el amor nos anuncia, pues parecía que toda realidad
subjetiva era imaginaria) que, más que otro, tenemos que hablar a estas alturas del
Otro. Y es que el ser amado es también, puede ser por qué no, objeto de deseo o de
filtreo o coqueteo para otros. Los celos consisten en reparar en este hecho. Los celos
suponen entonces una estructura ternaria, en donde manda lo que “extraños” a una
pareja pueden disponer. Como niños supimos de esto, aunque, como adultos que
somos ya se torna inaceptable. Los celos son la continuidad del amor, otra de sus
formas ( y recordemos que estamos tocando el estadio de la dinámica social, de la
reproducción de la especie, del Otro y su economía tendente a la normalización), los
mismos vienen a renovar la energía del enamoramiento, nos devuelven, también, a su
estupidez, al narcisimo que reclama sus derechos. El amor propio nos hiere, si cabe,
un poco más: nos hace resistir a sentir celos, con lo que la aspereza de su vivencia se
duplica.

NORMALIDAD

Quizá sea por eso que, curiosamente, la siguiente palabra sea alegría, “laetitia”. La
alegría se da en la tranquilidad, también, en la estabilidad emocional, a eso han
contribuido los celos, que refuerzan, aunque de un modo un pelín humillante, el
amor. Así el objeto de amar es vivir con alegría la cotidianidad (decir esto no es
cursi, antes al contrario, como proclamará Barthes más adelante, es de lo más
provocador en nuestros días). Pero existen inconvenientes a esto, sin ir mas lejos los
del imaginario y sus maravillosos estados de locura, su infantilidad, siempre motivo
de conflicto. Ante todos estos inconvenientes de la alegría de amar, y, por qué no
decirlo, de vivir con normalidad en el amor, es preciso tomar partido, ser

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consecuentes con lo hecho (pues, para que algo pasara, había que hacer ya una
promesa):

“Se debe sufrir o salirse: arreglar es imposible (el amor no es ni dialéctico


ni reformista)” pag60.

Nadie dijo que no se ama sin sufrir, cualquier amor supone un dolor, el dolor de
poner en segundo plano el imaginario personal que nos constituyó, y en cuyo hueco
entrará ni más ni menos que una persona real.

Aquí es el momento de una palabra inadvertida por Barthes: Valor. Para amar es
preciso ser valeroso, encarar el dolor y el escozor (J.G. Requena). Jung lo dice bien:

“El amor se comporta como lo hace Dios: ambos se entregan a su servidor


más valeroso”( Sobre el amor )

Decimos no obstante que, aunque el valor no aparezca como entrada en este


diccionario amatorio, estaba implícito en esa enigmática pregunta que de alguna
manera planea por todo el libro:” ¿Y si, para que algo pase, hiciera ya una
promesa?” Hacen falta redaños para prometer desde luego.

Pero volvamos a los celos. Werther quiere un lugar ya adjudicado, el de marido de


su amada Carlota. No lo tiene, y es entonces cuando emerge una curiosa figura,
tantas veces experimentada en la neurosis por otro lado: la idea de que todo está
colocado, todos tienen lo que desean…excepto nosotros, claro está ( el protagonista
de Rayuela, de Julio Cortazar dirá: “yo no me sorprendo de un milagro, me
sorprendo de lo que hay antes y después del milagro, de un milagro nunca me
sorprenderé”). La idealización invertida de los celos nos lleva a ver la estabilidad de
los otros como una “esencia”, pero, al tiempo, nuestro descentre es también algo
exclusivo nuestro, original, de esta manera aparece una vanidad (y aquí seguimos en
la lógica de la neurosis) que nos eleva incluso por encima de esas esencias, al
tiempo que una envidia completa este re - enamoramiento de los celos. La
contradicción emocional toma esta solución en el narcisismo:

“Lo que yo quiero, muy sencillamente, es ser “entendido”, a la manera de


un (una) prostituido (a) superior”. Pag62

(Deseo narcisista de muchos intelectuales cuya vida pasa lista a todos los tópicos de
la normalidad estructural - aire acondicionado incluido - pese a hablar de cosas
transgresoras, como la sexualidad pre - edípica, o la sociedad sin clases, además de

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estimar y exigir - “muy sencillamente”- de sus acólitos que lo consideren un
“rebelde”.)

Refinamiento de la vanidad, muy humana por otro lado, de modo que, si a alguien
debemos de entender es sin duda al vanidoso (que somos todos). Pero lo que en el
amor interesa es el otro, que, además de dicha, nos da también dolor (“ me duele el
otro”). Una cuestión surge a este respecto fundamental: ¿ es accesible el dolor
ajeno?

La cultura responde a esta cuestión (de amante, de enamorado…) por la compasión.


Nietzsche, que rechazó como construcciones perversas tanto la compasión como el
amor (Véase el Antricristo ), se centró en derribarlos como lo peor de la heredad
cultural del cristianismo. Su obsesión por renovar la condena de los césares a los
cristianos le apartó de investigar la compasión en su amado mundo pagano
(Prometeo) y asiático (El Buda). Lamentablemente nosotros no somos ni titanes ni
santos; sentimos compasión por el otro, sentimos su dolor, sí, pero he aquí que éste
también tiene su inconsciente, su imaginario, también quiere ser entendido como un
puto (a) de lujo. Su pesar también tiene, como el nuestro, sus complejidades. ¿Se
puede tocarlo? Sí, gracias a la TRANQUILIDAD:

“sufriré por lo tanto con el otro, pero sin exagerar, sin perderme”p65.

Esto ¿supone algo mediocre?, ¿nos alejaría de esa heroicidad tan necesaria para
amar? En absoluto. Heidegger recoge una máxima del Conde de York que pasa por
ser una de las verdades más densas de su pensamiento:

“Si fueseis tranquilos seríais fuertes, si sois tranquilos, percibiríais mejor,


esto es, comprenderíais” Ser y tiempo,pag358.

Repitámoslo: amar a alguien es tranquilizarnos de él, y con él.

Una máxima de lo más femenina: te quiero porque me tranquilizas.

La transferencia es el amor descubierto por reparar en la tranquilidad que el análisis


nos da, esto, de nosotros mismos lo desconocíamos, y el analista nos lo regala.
Recíprocamente éste nos quiere cuando empieza a comprendernos, el círculo
transferencial se cierra. De esta manera, comprender (a alguien) es amar (lo).

Saquemos a la luz una sospecha contracultural: ¿comprender al otro, no es una


forma de dominarlo? ¿no es esto la eterna trampa del discurso, convertir aquello de

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lo que habla en un “objeto”? ¿el amor, para que viva entre dos, no necesita de un
higiénico espacio de “no entendimiento”?

José Gaos decía: “ El amante ideal es una persona libre y fiel, contradicción en los
términos”. Yo quiero comprender, y al mismo tiempo preservar un misterio, esto es
un “grito”:

“ Ese grito, en verdad, es todavía un grito de amor: “quiero comprenderme,


hacerme comprender, hacerme conocer, hacerme abrazar, quiero que alguien me
lleve consigo”. He aquí lo que significa nuestro grito”.

Entender y no entender, contradicción con la que el amante tiene que habérselas en


la comprensión del otro. Goethe habló de esta manera a su amada: “tu, eres mi
mejor yo”.

Existe, en medio de todas estas complejidades, una natural simplicidad: la respuesta


de la piel, del cuerpo (“se le pide a la piel que responda”). ¡¿qué otra cosa podemos
esperar que, lo real del cuerpo del otro responda a nuestro deseo?¡

Por Lacan sabemos que el cuerpo es un “tejido de significantes”, nuestro cuerpo es


un pliegue en donde se han escrito muchas cosas. El cuerpo es nuestra biografía. Si
en él se escribe el deseo (propio y ajeno) y la palabra (de los otros y del Otro), hay
en él un lugar en donde queda lo más importante: el corazón. De nuevo las palabras
de Barthes aparecen con impresionante belleza:

“El corazón es el órgano del deseo (el corazón puede henchirse, desfallecer,
etc, como el sexo)”pag78.

El corazón es el órgano corporal más coordinado con el inconsciente, no miente,


cuando nuestra vida afectiva peligra, se oprime, lo contrario hace expandirse el
pecho de satisfacción. Tal es la incertidumbre cardiaca del amor. Queda, también,
algo que decir del cuerpo en general. En este libro se habla del “cuerpo del otro”, tal
es, de esta manera, su gran misterio para nosotros que le amamos.

En las Memorias de Adriano Marguerite Youcenar comienza revelándonos el


pensamiento del viejo emperador sobre lo que él considera que es una de las
mayores experiencias de la vida: ver dormir al amado. Durante el sueño, el cuerpo se
esponja, la piel se tibia, y el rostro nos muestra algo siempre conmovedor: la ternura
infantil. Vicente Alexandre nos dice, en sus Diálogos de conocimiento, que “velar es
amar”. “Descubrir el cuerpo del otro como un niño que desmonta un reloj para saber
lo que es el tiempo”. El reloj y el tiempo, el cuerpo y el amor. No hubo consciencia

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cierta del tiempo hasta que no aparecieron, allá por el siglo XVI, los primeros
autómatas que medían con exactitud. De la misma manera no hay conciencia cierta
del amor hasta que el cuerpo del otro amado no nos pertenece; su olor, su calidez, su
humedad, su sólida constitución…son desposeídos de su realidad para ser de nuestro
imaginario:

“Si, por ejemplo, veo al otro pensar, mi deseo cesa de ser perverso, vuelve a
hacerse imaginario, y regreso a una Imagen, a un todo: una vez más, amo”.

Ese todo que amamos compuesto de pequeños detalles fascinantes:

“(Veía su rostro, su cuerpo, fríamente: sus pestañas, las uñas de su pulgar, la


finura de sus cejas, de sus labios, el esmalte de sus ojos, un toque de belleza, una
manera de extender los dedos al fumar; estaba fascinado (…) por esta suerte de
figurín coloreado, porcelanizado, vitrificado, en el que podía leer, sin comprender
nada, la causa de mi deseo)”pag81

La “causa de mi deseo”, esos detalles fascinantes del cuerpo del otro amado.

El cuerpo se desgrana en detalles. La conversación amorosa, por el contrario, vive


de la unidad. Es difícil decidir sobre aquello que puede causar más goce: el acto
amoroso, mirar al amado o amada mientras duerme, tocarlo con las manos, o los
ojos,… o hablarle. Barthes nos recuerda un sabido deleite: el acto de conversar
entre dos iguales en el amor:

“el lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si


tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi
lenguaje tiembla de deseo”.

El deseo hace temblar al lenguaje, lo vivifica, lo antropomorfiza, y somete su


estructura, todas las posibilidades estructurales, a la única realidad verdaderamente
nuestra, a nuestra energía para querer. Sólo el que habla con compasión se hace
dueño de su decir, dice algo propio, el resto es “existir correctamente”.

Pero si nunca como cuando amamos podemos hablar de “nuestra vida”, de “mí”,
sólo únicamente cuando se habla por amor (=diciendo necedades ), vaciando nuestro
lenguaje de contenido, amando las formas únicamente, digo realmente algo al que
amo. No hay un acto de entrega mayor que estar dispuesto a decir una sarta
inacabada de tonterías, de la misma manera que el otro hace lo propio al
escucharlas. Ese Uno que la caricia de la conversación busca, de la misma forma
que buscan las caricias físicas el clímax, es fruto de una parada en el deseo de

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hacernos comprender, de una excelente relajación; la sensación de soledad que
conduce a un prurito explicativo ya no se da, ciertamente no nos importa qué decir,
ni si vendrá o no a colación: no he leído una definición más exacta de la felicidad.
San Juan de la Cruz llama lindamente a este estado de absurdo en el diálogo entre
amantes “la oscuridad sonora”.

FRAGMENTOS DE LOS FRAGMENTOS

El decir ilimitado y sin sentido del que habla por amor tiene un momento de parada,
que no es el silencio sino el regalo, esa pequeña “creación” de nuestro deseo para el
otro.

No coincido con Barthes (Dios me diante) cuando afirma que no se puede “regalar
lenguaje”. El obsequio “toca con nuestro falo” al otro. Ciertamente hay que “saber
regalar palabras”. En el análisis, por ejemplo, aparece un inaudito regalo verbal
(logodoros): el que nos dispensa el Otro. El sufrimiento del neurótico proviene de un
exceso de Absoluto, de normas fantasmas (y reales) en cuya obsevación nos
desvivimos (a esto Cicerón lo llamaba supersttitio ). El Otro, motivo siempre de
duelo en la neurosis por el hecho de que nunca estaremos suficientemente a la altura
de sus exigencias, de repente aparece “amable”, conmovido en su “ley de hierro”
(“no es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre”). Tal es la labor del
analista…presentarnos una ley posible, humana. Esta palabra que viene de este
“tipo” de Otro (del relato propio elaborado entre paciente y analista) que, esta vez, y
de forma inaudita, “nos quiere”. En esto consiste el “gran regalo” de la palabra:
recibir parabienes de la ley.

Qué mayor regalo puede hacérsele a los que aman que darles una palabra que
exorcice a sus demonios (de entre los que destaca, en su multitud, uno: “el miedo a
perder la dignidad”). O, dicho de otra forma, qué mejor regalo puede haber para
aquel que tiende a la absurdidad del amor, que somos todos, que una palabra que
baje el nivel del drama de la inseguridad de amar:

“¿cómo rechazar un demonio (viejo problema)? Los demonios, sobre todo si


son del lenguaje (¿y de qué otra cosa serían?), se combaten por el lenguaje. Puede
pues exorcizar (por sí mismo) la palabra demoníaca que se me sugiere
sustituyéndola (si tengo el talento del lenguaje) por otra palabra, más apacible
(…) el vocabulario francés es una verdadera farmacopea (veneno por un lado,
remedio por otro): no, no es una recaída, no es sino un último estremecimiento del
demonio interior”pag91

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La letra “d” de este vocabulario del amor parece ser la destinada al capítulo de
confesiones (aquí se nos habla del otro amado: se llamaba Couloche): el intelectual
enamorado.

Citas:

“No tengo piel (salvo para las caricias)”pag94

“Para identificar mis puntos débiles existe un instrumento que semeja un clavo: es
la broma: yo la soporto mal”pag94

“un loco que escribe no es jamás completamente loco; es un falsificador: ningún


elogio de la locura es posible”pag101

“Sólo la madre puede lamentar. Estar deprimido, se dice, es llevar la figura de la


Madre tal como me figuro que me llorará para siempre”103-

En la entrada “Desrealidad” es donde Barthes toca el fondo de la desazón (ni Italia


le interesa). Pero a partir de la página ciento siete se retoma la dicha de amar. De
nuevo se nos vuelve a hablar de uno de los placeres de la vida: charlar, conversar,
entre enamorados. Un nuevo logodoro:

“Es el goce narrativo, lo que a la vez colma y retarda el saber, en una palabra, lo
que reenvida”pag109.

Propongo esta palabra, “reenvidar”, como una de las grandes sensaciones de hablar
con el otro amándolo (“En el encuentro amoroso me reanimo incesantemente, soy
ligero”).

Una reflexión sobre la vida en general se deduce de este apartado de confesiones;


vivir, algo único e irrepetible, si el mundo no está hecho a imagen de nuestro deseo
(J.G.Requena), la vida, no obstante, debe ser el libro en el que nuestro deseo se
escribe (deseo narcisista, neurótico…humano), de esta manera hay una máxima de la
Ética del psicoanálisis ante la que debemos rendir cuentas: ser consecuentes con
nuestro deseo. Por todo ello, en relación al amor, deseo por antonomasia de los
hombres, el modus vivendi ético será aquel vagabundeo perpetuo en busca de amor

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* * *

“(Hacer una escena: Cuando dos sujetos disputan de acuerdo con un


intercambio regulado de réplicas y con vistas a tener la “última palabra”, estos
dos sujetos están ya casados: (…) cada uno (…) lo que quiere decir: jamás tu sin
mí, y recíprocamente”p113.

Se monta una escena cuando nos sentimos inseguros (además de cuando hemos
vencido al demonio del miedo a perder la dignidad), cuando no se percibe
reciprocidad. La disputa amorosa pretende retomar la vieja intensidad: la primera
discusión de una pareja (siempre esperada tácitamente) viene a afirmar una relación
que empieza a perder enteros. Las parejas que discuten todo el rato dan buena
cuenta de su pánico a la ruptura.

* * *

La espera, se dijo arriba, es algo femenino. Así, se pregunta con belleza Barthes:
“¿Estoy eneamorado? - Sí, porque espero”. “En la trasferencia se espera siempre.
(…); de modo que se puede decir que, en donde quiera que haya espera, hay
transferencia”.

“Te esperaré”. Esta frase se repite en muchas preguntas, es el gran gesto de amor de
Penélope a Ulises. “Velar es amar” (Vicente Alexandre),… esperar a que despierte,
tener la cena preparada para su llegada, retrasar la entrada en el cine hasta el último
segundo cuando el otro se retrasa. Pruebas de amor. De manera contraria hacer
esperar es probar hasta qué punto se quiere. Existen no obstante dos tipos de seres
humanos: los que esperan y los que hacen esperar.

Saagún, 18 - 8 -06

* * *

En relación con lo que es ético, ¿puede considerarse que lo imaginario no lo es?


¿tiene para él el psicoanálisis una condena? Son preguntas que aparecen tras leer el
apartado titulado “El exilio de lo imaginario”. Las imágenes captan nuestro deseo,

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nos lo hacen funcionar, lo desatan y nos hacen arder. En el ser humano, su energía
libidinal se conduce a través de imágenes: Werther captado por la imagen de Carlota,
Dante por la de Beatriz, Dorian grey entregado a la suya. En la cura se dice al
analizado que tal encantamiento puede desviarnos de la realidad, sobre todo puede
hacernos desconocer al otro, no saber nada de él, y, por añadidura, no llegar a saber
nunca nada verdadero de nosotros mismos. De ahí que, el caballo de batalla del
análisis sea hacer traspasar el umbral de un estado de enamoramiento de sí a otro de
amor propio, o amor de sí. Del enamoramiento, o locura en donde todo “hace
signo”, al amor a uno mismo (ese es el principio de todo amor en general) que confía
en la benevolencia y cariño del Otro para con él (“Dios es amor”).

Pero Barthes entiende que la cura (que pone en paralelo siempre con el amor) está
terminada cuando paciente y analista renuncian a su trasferencia. De la misma
manera, dos, renuncian a su enamoramiento por amor. Así esta secesión erótica es
entendida como fatal por Barthes: por ella se pierde el delirio del enamoramiento,
ese deleite, para no saber en qué entrar:

“ El delirio no es extraño; todo el mundo habla de él, está ya domesticado.


Lo que es enigmático es la pérdida del delirio: ¿se entra en qué?”

Se entra en el amor.

León, 19 - 8- 06.

* * *

Ninguna falta puede ser mayor que aquella que se comete en el amor: faltarle al ser
querido ¿cual es esa falta por lo general? Lograr con él la normalidad. Barthes no
para de subrayar este hecho, y la anécdota que cuenta de un viaje en tren así lo
atestigua. Que el tren salga a su hora con el amado dentro, y en el lugar que le
corresponde. Todo el montante del enamoramiento emplazado en un vagón.

Tal es la mayor falta contra eros: normalizarlo. Contra eso lucha Barthes, que, a
estas alturas del libro, ya nos ha dicho suficientemente claro que prefiere estar
enamorado a amar, estar enfermo de amor, a vivir su salud. La “normalidad”; es
probable que hablemos de ella con un tácito desprecio. Pero nada hay en la vida más
misterioso que lo “normal”, escritores como Borges o Cortazar, entre otros, nos lo
reiteran a gritos, y, ya lo reconoce Barthes, la normalidad es el mayor enigma, mayor
aún que el delirio de eros.

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Palas del rey, 24 - 8 - 06

* * *

“Amar y estar enamorado tiene relaciones difíciles: puesto que, si es verdad


que estar enamorado no se parece a ninguna otra cosa (…), es verdad también que
en el estar enamorado existe el amar: quiero asir ferozmente, pero también sé dar
activamente. ¿quién puede pues lograr esa dialéctica? ¿quién, sino la mujer ,
aquella que no se dirige hacia ningún objeto (solamente hacia la ofrenda)?”
pag147

Santiago de Compostela, 23 - 8 - 06

* * *

“¿Desde cuándo los hombres (y no las mujeres) ya no lloran? ¿porqué la


sensibilidad, en cierto momento, se ha vuelto sensiblería? Las imágenes de la
virilidad son movedizas; los griegos, la gente del siglo XVII, lloraba mucho en los
teatros”pag175.

* * *

“El amante es insoportable, por pesadez, para el amado. (…) El discurso


amoroso asfixia al otro, que no encuentra lugar para su propia palabra bajo ese
decir masivo. No es que yo le impida hablar, pero sé insinuar los pronombres: “yo
hablo y tu me entiendes, luego existimos” pag180.

Todo el que ama se sitúa en el lugar del necio. La energía erótica me lleva a hablar
sin medida, con una gozosa locuacidad. El que ama lo hace porque sí, y esto,
además de colmar también puede asfixiar.

* * *

“Lo pesado es el saber silencioso: “yo sé que tu sabes que yo sé”: tal es la
fórmula general de la mortificación, pudor inocente, helado, que toma por insignia
la insignificancia (las palabras pronunciadas). Paradoja: lo no dicho como
síntoma…del consciente” pag181

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Lo verdaderamente pavoroso de este “saber silencioso” es que sea el sostén de la
continuidad de muchas parejas.

* * *

“Dí con un intelectual enamorado: para él, “asumir” (no reprimir) la


extrema tontería, la tontería desnuda de su discurso, es lo mismo que para el
sujeto batailliano desnudarse en un lugar público: es la forma necesaria de lo
imposible y de lo soberano: una abyección tal que ningún discurso de la
transgresión puede recuperarla y que se expone sin protección al moralismo de la
antimoral (…)

Inversión histórica: no es ya lo sexual lo que es indecente; es lo sentimental


(censurado en nombre de lo que no es, en el fondo, mas que otra moral” pag193

Antonio Machado decía que “el filósofo es un poeta que se cree sus metáforas”
( Juan de Mairena). Todo intelectual debería asumir el absurdo de su discurso,
debería tener el valor de reconocer sus necedades, y tener muy poco pudor. Esto es
el valor.

La historia de la filosofía recoge la tensión dialéctica producida entre el no saber y el


saber. Tal batalla se ilustra con palabras como “perplejidad”, sorpresa, pero sobre
todo una… idiotez. El filósofo… ¿no es aquel que el común considera que más
tonterías dice? La perplejidad es al saber, lo que la tontería al enamoramiento, ambas
recogen un estado de sorpresa o emboscada ante aquello que se dice o se hace. El
que ni ama, ni se atreve a pensar, ni dice ni hace tonterías.

* * *

“Nous deux - la revista - es más transgresora que Sade”

“La pasión está hecha, por esencia, para ser vista”

“Puedo hacerlo todo con mi lenguaje, pero no con mi cuerpo. Lo que oculto
mediante mi lenguaje lo dice mi cuerpo. Puedo modelar mi lenguaje a mi gusto,
pero no mi voz. En mi voz, diga lo que diga. En mi voz, diga lo que diga, el otro
reconocerá que “tengo algo”. Pag199

* * *

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El NQA el no querer asir) es la vuelta de roles en la relación. Si el amor quiere
querer asir al otro (abrazarlo indefinidamente) la renuncia a amar nos destituye del
poder del amor, aunque, también, nos vuelve fuertes frente al otro que, entonces, nos
dirigirá su mirada extrañada. Ser amado con entrega también es, para ciertas
personas, una manera de vivir el amor.

* * *

“Amamos primeramente un cuadro (…) ¿siempre visual, el cuadro? Puede


ser sonoro, el marco puede ser lingual: puede caer enamorado de una frase que se
me dice (…) lo que me fascina, lo que me rapta, es la imagen del cuerpo en
situación” pag220.

* * *

Otra versión de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel:

“Informe del sabio al amo: Tú puedes todo sobre mí pero yo lo sé todo sobre
tí”pag249

* * *

“Siempre la misma inversión: lo que el mundo tiene por “objetivo” yo lo


tengo por artificial, y lo que tiene por locura, ilusión o error, yo lo tengo por
verdad. En lo más profundo del señuelo es donde viene a alojarse curiosamente la
sensación de verdad. El señuelo se despoja de ornamentación, deviene tan puro
que, como un metal primitivo, nada puede alterarlo: he aquí que es indestructible
(…) para estar en la verdad basta obstinarme: un señuelo “afirmado”
infinitamente, contra viento y marea, se vuelve una verdad”pag249 - 50

Uno de los tesoros más grandes que el análisis reporta es el reencuentro con la
infancia. El verdadero impás del analizado, su parada extática, se da cuando este
retorna a su niñez, lugar en donde brotan los sentimientos, ahí puros. Una línea de la
cura es observar, en la madurez, parte de aquella pureza, aprender a su
conservación, también, a defender al infans, en definitiva, a ver al niño cara a cara a
luz del adulto.

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Dicho en términos analíticos, esto supone no perder nunca de vista el imaginario, los
sentimientos, los afectos que proceden de él. Rechazarlo es la cura mortificante, de
nada sirve una tal salida de la neurosis

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