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E ste texto pretende ser una breve síntesis semianalítica de los trabajos sobre
comunidades campesinas, rondas y municipios desarrollados en los últimos
años. No aspira a ser una revisión exhaustiva pero sí a esbozar los principales
temas, descubrimientos y constataciones de estos trabajos y los vacíos y las pre-
guntas de investigación que dejan pendientes.
En comparación con las décadas anteriores, en los últimos quince años se
aprecia una sensible disminución de los estudios sobre comunidades. La revisión
de los libros publicados en este periodo y de los artículos de algunas de las princi-
pales revistas que se ocupan del tema1 muestra que la comunidad campesina no se
halla en el centro del debate sobre la sociedad rural. Existen pocos estudios sobre el
particular y, sobre todo, referencias tangenciales en artículos y trabajos que abor-
dan otros tópicos.
Con los estudios acerca de las rondas campesinas sucede otro tanto. En las
décadas de 1980 y 1990 estas fueron muy estudiadas, pero el interés ha decaído
significativamente en los últimos años, a pesar de la reciente circulación de algunos
trabajos sobre el tema (Piccoli 2006; Huber y Guerrero 2006).
En cambio, los estudios, en particular las sistematizaciones publicadas, so-
bre municipios y temas conexos —participación, descentralización y presupuesto
participativo— son cada vez más numerosos y se ha pasado de los temas referentes
a la concertación a los de presupuesto participativo y descentralización.
Este artículo tiene tres secciones, cada una corresponde a uno de estos sujetos
institucionales. La primera se ocupa de las comunidades campesinas y ensaya una
comparación entre los trabajos clásicos y los estudios contemporáneos para esbo-
zar algunas de las regularidades más importantes del análisis de lo comunal. La
segunda sección trata de las rondas campesinas, las formas que adoptan de acuer-
do con los diversos espacios en las que operan y su organización característica. Por
último, la tercera parte versa sobre los municipios, enfatiza su naturaleza como
«espacio de poder» y sus vínculos con las comunidades.
Sin pretender un análisis exhaustivo, es importante indicar que los estudios clási-
cos sobre comunidades no analizan el tema de la dirigencia comunal pues algunas
veces se limitan a señalar su existencia, pocas veces se refieren a sus funciones y muy
rara vez las describen en detalle.
Nuestra comunidad indígena, de Hildebrando Castro Pozo (1974), solo señala
la existencia de agentes y tesoreros, sacristanes y mayordomos de capilla. Mencio-
na también las asambleas y el trabajo municipal y la relación de subordinación de
los indígenas frente a los alcaldes municipales y otras autoridades políticas. Las
comunidades indígenas del Perú, de Dobyns (1970), es un texto lleno de interesantes
detalles sobre las obras comunales, la diferenciación campesina y la voluntad orien-
tada hacia el progreso, pero no incluye un apartado sobre las dirigencias comuna-
les. Pareciera que el gobierno de las comunidades no fuera un problema a analizar
o caracterizar, que fuera un fenómeno que no necesita ser explicado, como si el
funcionamiento de las comunidades fluyera de sí mismo, sin una conducción o un
espacio de gestación de las decisiones y las acciones.
Recién en la década de 1970 se multiplican los estudios sobre la comunidad y
su complejidad constitutiva y organizativa en por lo menos dos direcciones: por
un lado, se empieza a analizar su estructura y sus mecanismos de poder; por el otro,
se la inserta en el campo político. Ambos aspectos suponen derroteros de análisis
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que no siempre son complementarios pero que han trazado dos campos de discu-
sión sobre la comunidad y sus circunstancias: uno ubicado en el lado académico,
otro orientado hacia una discusión sobre la posición de las colectividades en el
marco del Estado.
En el primer campo, el análisis de la organización tradicional de la comunidad
da origen a la hipótesis sobre su origen colonial debido a la integración de cargos
civiles —tradicionales— y religiosos en una única escala de prestigio (Fuenzalida
1976). Esta hipótesis será considerada válida durante muchos años, solo reciente-
mente algunos trabajos la descartan.2 La pista de los sistemas de prestigio sería sin
embargo más fructífera e interesante para muchos estudiosos que emprendieron el
análisis detallado de los cargos y los mecanismos de autoridad tradicional, la ma-
yor parte de las veces circunscrito al ámbito ritual aunque con diversos matices
entre ellos. Rasnake (1989) enfatiza los elementos rituales de los envarados, rastrea
su origen en los cabildos coloniales y se enfoca en las funciones, las fiestas y los ciclos
económicos y ceremoniales y en el poder simbólico y religioso de las insignias de la
autoridad. Wachtel (1990), en su tratado sobre la aimarización de los uruchipaya,
estudia la estructura social y los rituales contenidos en los complejos sistemas de
cargos que combinan funciones «religiosas» y «políticas» y contribuyen a lo largo
del tiempo a construir relaciones de proximidad y distancia entre los diversos
grupos de una misma colectividad. Earls (1991) analiza los conjuntos de cargos
como sistemas con capacidad de conservar y transmitir información en el marco
del proceso de socialización de los individuos al establecer correspondencias en-
tre el prestigio, la edad y el conocimiento. Recientemente, Pérez Galán (2004) enfati-
za el uso de diversos registros y lógicas en la constitución de estas autoridades
2. Esta hipótesis suponía que las comunidades indígenas, como nuevas unidades sociales,
tenían su origen en un complejo proceso de integración a partir de la articulación alternada
de los cargos civiles del cabildo y los cargos religiosos de las cofradías. Este mecanismo
permitía también la existencia de un proceso de selección de capacidades que asignaba
prestigio por la ocupación de cargos cada vez altos, por lo que el poder estaba relacionado
con la edad. Sin embargo, la evidencia histórica descubierta posteriormente desmiente esta
hipótesis: 1) el origen de las comunidades estaría más vinculado a la defensa de la tierra y
la territorialidad que a la construcción de un sistema social integrador; y 2) no parece que
hayan existido en todas partes escalas de prestigio ligadas a los cargos ni alternancia de
cargos —de hecho, los cargos del cabildo colonial eran políticos y religiosos al mismo
tiempo—, por el contrario, más que ascenso social parecen haber existido grupos sociales
diferenciados por su prestigio preexistentes a los cargos y que condicionaban el acceso a
estos (Diez 1998).
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tradicionales pues destaca el doble carácter de los cargos: uno «local» al interior de
las comunidades, respetuoso de los principios de ordenamiento interno y defensa
de la costumbre; y otro «externo» que responde a la demanda de exotismo y tradi-
cionalidad de parte de los turistas que visitan las ferias dominicales de Písac y que
los comuneros usan para presentarse frente al gobierno municipal. Todos estos
trabajos se refieren a las autoridades comunales en un entorno más ritual y social
que político o de gestión de la vida cotidiana de las comunidades.
De otro lado, la comunidad empieza a observarse inmersa en un complejo
campo político en movimiento. De alguna manera, se analiza la comunidad inser-
tada en el poder local, primero en términos de «casta» —ahora diríamos étnicos—
como en El indio y el poder (Fuenzalida y otros 1970) en donde se esbozan algunos
mecanismos de articulación del poder hacia arriba como la «estructura arbores-
cente» que complementa el enfoque del «triángulo sin base» (Cotler 1969) y confi-
gura un modelo analítico sobre el poder local que en la práctica supone la negación
de la existencia de un poder comunal más allá de cierta capacidad de articulación.
De acuerdo con este enfoque, los campesinos de las comunidades se integraban en
una múltiple red ascendente de intermediaciones desde los dirigentes locales hasta
las autoridades políticas locales y regionales; en las haciendas la situación era más
grave pues, según la lógica del triángulo sin base, no existía ningún tipo de articula-
ción entre iguales, dominando la articulación hacia arriba. Desde esta perspectiva
tenía poca importancia e interés cualquier análisis de las dirigencias y la organiza-
ción comunales. Contemporáneamente, y desde una orientación más política, la
comunidad fue vista como un actor más en medio de diversas disputas políticas
locales en las cuales comparte la arena política con los municipios y otros agentes,
configurando complejos y diversos escenarios en cada distrito (Alberti y Sánchez
1974). Recién los estudios sobre comunidades en la sierra del valle de Chancay
iniciarán el análisis de las dirigencias comunales (Degregori y Golte 1973; Fuenza-
lida y otros 1982) y mostrarán cómo los diversos cargos y funciones de dirección
comunal (personeros, dirigencias, delegados) y las fracturas existentes en la com-
posición de las comunidades condicionan las acciones comunales, aún como colec-
tivo, en los diversos escenarios en los que tienen que intervenir.
Desde mediados de la década de 1970 hasta la segunda mitad de la siguiente
década, las dirigencias comunales se harán visibles en la literatura de distinta ma-
nera aunque sin ocupar una posición central en la discusión y el análisis de lo
comunal. Así sucede con el trabajo de síntesis de Mossbrucker (1990) que se centra
ORGANIZACIÓN Y PODER EN COMUNIDADES, RONDAS CAMPESINAS Y MUNICIPIOS 111
Buena parte de los estudios más recientes sobre comunidades campesinas hacen
referencia y eventualmente analizan la organización y la política comunal aunque
muy pocos tienen el tema como preocupación central. En conjunto, forman un
conglomerado de análisis de casos realizados con diversos propósitos sobre regio-
nes diferentes. Y en esta amplia gama de descripciones de comunidades se encuen-
tran desde descripciones culturalistas hasta diagnósticos participativos realiza-
dos por ONG e incluso algunos trabajos de consultoría.
La mayor parte de estos estudios se refiere a la dirigencia de la comunidad
como un ente colectivo compuesto por un cuerpo de directivos sujeto a la voluntad
de una asamblea comunal y, aunque eventualmente se menciona que son conduci-
dos por una dirigencia comunal, rara vez se analiza su formación, funcionamiento
o características. Hay sin embargo en el conjunto algunos trabajos que proporcio-
nan una imagen más completa y compleja de las comunidades. Revesz (1992) anali-
za la formación y las fracturas internas que enfrenta la comunidad campesina de
Catacaos, estudia los procesos de elecciones comunales como una arena política en
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A estas constataciones habría que añadir que, como señalara Urrutia (1992),
los estudios reseñados muestran la ausencia de esfuerzos comparativos y de re-
flexiones ordenadas. Dado que el tema comunal no aparece como central en los
estudios agrarios, no sorprende que buena parte de los debates sobre el particular
—orientados muchos de ellos alrededor de los dictámenes y los proyectos de ley
comunal o los procesos de titulación de tierras— se construyan sobre impresiones
y conocimientos generales más que sobre casuística (Arpasi 2005). A pesar de ello,
la información y los trabajos disponibles muestran una serie de regularidades que
permiten esbozar algunas características generales, no necesariamente generaliza-
bles, sobre las dirigencias y el poder comunal, pero que señalan un derrotero de
constataciones e interrogantes acerca de las dirigencias, el gobierno y el poder
comunales.
Las dimensiones y las características de la dirigencia de la comunidad se vis-
lumbran de manera parcial y por lo general poco ordenada en los trabajos analiza-
dos. Algunos realizan referencias explícitas a la propia definición de la comunidad,
por lo que se tratarán brevemente; otros se centran en la casuística y el análisis
organizacional e institucional de las dirigencias y proporcionan así parte de la
información necesaria para intentar más adelante un esbozo de los principios de la
organización comunal.
3. Este punto será mejor desarrollado y comprendido en la sección sobre los gobiernos locales.
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4. Aunque la mayor parte de las comunidades renueva sus dirigencias cada dos años, como
está estipulado en la ley, algunas comunidades en la sierra de Huaral o en algunos distritos
de la provincia de Pasco lo hacen anualmente. [El trabajo de Pedro Castillo en este volumen
aborda el tema legal de las directivas comunales. Nota del editor (N. E.).]
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5. En dos o tres pasajes de Redoble por Rancas, Manuel Scorza hace referencia a los criterios
para la elección de dirigentes en épocas de paz (conocer los productos más apropiados para
la zona y el destino de los terrenos de rotación comunal) o en aquellas de enfrentamiento
(en las cuales se elige a quienes son capaces de aportar a la organización política y social de
la comunidad).
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Seligman 1992; Segura y otros 1990; Gelles 1989) y la disminución del número de
comuneros inscritos en el padrón, como en Salas o en Laraos (Segura y otros 1990;
De la Brougère 1992). Por esta razón, algunos autores señalan que se estaría ante un
proceso de desestructuración comunal.
Se debe anotar que muy pocos trabajos se detienen en la micropolítica de las
comunidades, en los conflictos y las tensiones internas entre facciones y sectores a
su interior. Los que lo hacen, muestran que las relaciones intracomunales son com-
plejas y tienen una base familiar que atraviesa el conjunto de las instancias políti-
cas de gobierno y conducción de las comunidades (Rojas 1993; Castillo y Diez 1995;
Diez 1999; Ansión, Diez y Mujica 2000).
Un segundo elemento constante en los análisis o las descripciones sobre el
gobierno comunal son sus mecanismos institucionalizados de toma de decisiones
(asamblea) y movilización de sus miembros para tareas cotidianas (faenas o traba-
jo comunal).6 Las asambleas son consideradas la máxima instancia del gobierno
comunal, central para la toma de decisiones colectivas. Sin embargo, hay pocas
descripciones y menos aún análisis sobre el desarrollo, la estructura o los mecanis-
mos por los cuales se forman consensos y se toman decisiones en las asambleas.
Los pocos que lo hacen, las muestran como un espacio complejo de confrontación
de intereses y facciones y, eventualmente, de coerción, por lo que consideran a las
asambleas más como espacios de definición y exhibición de la correlación de fuer-
zas que como instituciones democráticas (Seligman 1992; Diez 1999a). Algunos
trabajos las señalan, además, como espacios de exclusión en términos lingüísticos
y de género (Harvey 1989). Ningún estudio enfatiza el ritmo y el lenguaje de la
asamblea que contiene diversos elementos ritualizados en su práctica.
Por otro lado, y aunque muchos mencionan las faenas comunales como un
elemento definitorio de la buena salud de la comunidad, este convencimiento con-
trasta fuertemente con la escasez de análisis sobre ellas.
En cambio, es frecuente encontrar referencias a cierta tendencia a la disminu-
ción de la participación en las faenas comunales, la frecuencia de las asambleas y la
asistencia a estas (Plascencia 1994; Miranda 1992; Mitchell 1994; Diez 1999a). En la
HUANCAVELICA Y ÁNCASH
(Ccanipia, Río Cachi, Buín y Santo Toribio)
COMUNEROS ASAMBLEAS FAENAS
NOMBRE CREACIÓN DISTRITO
Padrón Activos Número Asistencia Número Asistencia
por año (%) por año (%)
Laria 1938 Laria 200 125 4 80 1 90
Shupluy 1952 Shupluy 56 s. d. 4 80 s.d. 80
San Martín 1989 Sauri 45 24 12 80 1 80
Fuerza y Poder 1974 Shilla 331 330 6 80 1 80
Huisa Ccollana 1984 Sauri 141 80 6 80 2 100
Alto Huarca 1984 Sauri 85 12 75
Suero y Cama 1984 Sauri 140 12 70 80
Atusparia – Huaypán 1976 Mancos 515 4 70 70
Huarca 1989 Sauri 205 180 3 70 50
Cala Cala 1987 Sauri 85 12 70 30
Huisa 1970 Sauri 80 12 70 100
J. Velasco Alvarado 1980 Cascapara 53 s. d. 1 60 s. d. 60
J. C. Mariátegui 1976 Amashca 200 103 4 60 4 60
Mitimaes 1976 Amashca 136 6 60 60
Antaccollana 1981 Sauri 126 12 60 30
Hancollahua 1989 Sauri 95 12 60 100
Nuevo Occoro 1965 N. Occoro 480 200 4 50 1 50
Tahuantinsuyo 1982 Tinco 193 171 2 40 1 40
Conayca 1988 Conayca 800 25
Sunipampa 1967 Laria 60
Occoro Viejo 1964 N. Occoro 192 180
San José de Belén 1965 Laria 148
Sin embargo, una lectura inquisitiva sobre los estudios revisados lleva a pre-
guntarse si no se está juzgando con excesivo rigor el funcionamiento comunal. En
el cuadro de la página anterior, a partir de una revisión de la participación en
trabajos comunales y la asistencia a las asambleas en un recuento pequeño pero
agregado de comunidades, se comprueba que aunque las asambleas tienen más
participación que las faenas, en ambas instituciones interviene buena parte de los
comuneros. Si en algunas comunidades se reporta una asistencia a asambleas de
25 a 40% de los comuneros, en la gran mayoría se reportan cifras que van de 60 a
80%; en faenas, hay algunas que reportan de 30 a 40%, pero la mayoría oscila entre
60 y 90% de asistencia. Estas cifras solo parecen bajas cuando las expectativas
sobre el funcionamiento comunal son altas. Esto debería llevar a reconsiderar las
condiciones y las manifestaciones de la «crisis» comunal, si es que en verdad se está
ante una crisis.
Una última constatación sobre la organización comunal es el contraste entre
la evidencia de la multiorganicidad de los espacios comunales —destacada en nu-
merosos estudios (Diez 1999b)— y la ausencia de análisis sobre la articulación de
las múltiples organizaciones. Aunque no hay dudas acerca de la supremacía de la
comunidad como la institución más importante, los trabajos no muestran un con-
senso sobre su vínculo y su posición relativa frente a las otras organizaciones:
algunos insisten en la condición «comunal» de las organizaciones y su subordina-
ción a la dirigencia comunal, como señala la ley, en tanto que la mayoría de estudios
insiste en la multiorganicidad y la interdependencia sin subordinación de las orga-
nizaciones (Anderson 2001; Diez 1999b).
¿Es posible formular algunos principios sobre la organización comunal a par-
tir de los textos analizados? A pesar de su limitado número, añadiendo algunos
trabajos de décadas anteriores es posible esbozar algunas hipótesis sobre la orga-
nización y el gobierno comunales.
Una primera hipótesis versaría sobre el carácter principal de la comunidad,
proponiendo que las comunidades son cada vez más espacios e instituciones polí-
ticas antes que económicas (Monge 1994; Diez 1999b), asumiendo que las principa-
les funciones que cumplen efectivamente las comunidades campesinas las configu-
ran como instancia de organización, regulación y solución de conflictos entre sus
miembros, de interrelación con el exterior y los agentes externos, y de defensa de su
integridad territorial frente a terceros. Solo en contados casos cumpliría un papel
central en la regulación y el control de los recursos de propiedad colectiva.
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7. Aunque la literatura revisada no proporciona mucha evidencia al respecto, se sabe que una de
las principales instituciones que se contrapone a la comunidad es la comisión de regantes.
ORGANIZACIÓN Y PODER EN COMUNIDADES, RONDAS CAMPESINAS Y MUNICIPIOS 121
Estas cinco afirmaciones llevan a otra más general: la dirigencia comunal sería
el locus de la construcción de equilibrios y se constituiría en un punto nodal de la
política comunal. Las dirigencias comunales se enfrentan la mayor parte del tiem-
po a la necesidad de construir equilibrios medianamente durables entre las diver-
sas facciones que pueden formarse en su interior; entre las demandas y las tensio-
nes internas y las exigencias o propuestas externas; y entre la vocación por el respe-
to a las decisiones y las necesidades de las familias y la urgencia de responder a
imperativos de la política nacional, el desarrollo o la defensa comunales. La función
más importante de una directiva comunal sería la de producir equilibrios constan-
tes en medio de una realidad política que de otra manera tendería a un desequili-
brio permanente.
Desde esta perspectiva, si existe una crisis comunal correspondería a proble-
mas de legitimidad pero sobre todo a la incapacidad de las dirigencias actuales
para construir los equilibrios necesarios ante los requerimientos que configuran
su arena de acción política. Si la comunidad está en crisis es porque no logra resol-
ver satisfactoriamente las demandas de sus comuneros y sus grupos de interés y las
exigencias del contexto y el entorno externo.
El balance sobre las dirigencias comunales deja sin embargo una serie de pre-
guntas con respuestas insuficientes. Varias de ellas remiten a algunas de las dimen-
siones de la problemática de la organización, el poder, el liderazgo, las normas o los
principios que configuran el campo de análisis.
Todas estas preguntas se hacen más complejas por la existencia de múltiples
organizaciones en los espacios rurales peruanos. Muchas de ellas existen a la som-
bra de la comunidad, otras funcionan con una apariencia o estilo comunitario y no
pocas exhiben formas de organización y funcionamiento diferentes. Algunas son
complementarias a la organización comunal o forman parte de ella; otras son pa-
ralelas a esta, sin mayor vínculo o relación formal con las dirigencias y las estructu-
ras de gobierno comunales; otras más son abiertamente contestatarias, competi-
doras o simplemente opositoras de la comunidad y sus dirigencias.
Los futuros estudios sobre «la comunidad» deberían incluir en su análisis las
múltiples manifestaciones de las acciones colectivas —institucionalizadas o no,
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organizadora de la mayor parte de la vida local, en otras pierde ese papel frente al
municipio, las comisiones de regantes o las rondas campesinas. Así, en algunos
espacios la comunidad se mantiene como órgano rector y organizador de la socie-
dad y la cultura locales, en tanto que en otros es simplemente un actor o una orga-
nización entre otros.
124 ALEJANDRO DIEZ HURTADO
Entre las múltiples organizaciones surgidas en el ámbito rural peruano en las últi-
mas décadas, pocas han sido tan protagónicas y han motivado tantos estudios
como las rondas campesinas, conocidas también en algunas zonas como comités
de rondas o comités de autodefensa. Allí en donde existen, su análisis es central
para la comprensión del poder y la autoridad campesinos y de buena parte de las
interacciones entre las sociedades locales y los poderes y las autoridades regiona-
les y el Estado.
Los trabajos sobre rondas campesinas delinean su proceso de expansión a
partir de pequeños focos de origen hasta cubrir en la actualidad buena parte del
territorio rural andino y amazónico. Se crean primero en la sierra norte como
organizaciones para el control del abigeato; aparecen luego en la sierra y la selva
sur y central como organizaciones de defensa frente a la amenaza de la violencia
política; finalmente, se multiplican en todo el territorio nacional supliendo diver-
sas funciones que no eran desarrolladas por otras organizaciones locales ni por el
Estado.
Más allá de las diferencias entre los distintos tipos de rondas, todas se organi-
zan de acuerdo con un triple registro: 1) los comités de ronderos, aquellos grupos
de comuneros y campesinos que realizan, generalmente por turnos, las acciones de
vigilancia y control; 2) las directivas ronderas, elegidas por votación y que ejercen
la dirección y la representación de la organización frente a terceros; y 3) las centra-
les y las subcentrales de rondas, aquellos grupos de agregación de rondas «hacia
arriba» que responden a su proceso de expansión, referencia, control y articulación
fuera del espacio local (Laos y otros 2003).
La mayor parte de los estudios «clásicos» sobre las rondas se concentra en el
norte, particularmente en Cajamarca y Piura, aunque también hay algunos traba-
jos aislados sobre otras zonas como Áncash (Hernández 1994). Estos estudios apa-
recen en la segunda mitad de la década de 1980 y continúan hasta finales de la
década siguiente. Abordan su funcionamiento, formas de organización, expansión
y posibilidades políticas desde diversos enfoques: movimientos sociales, acción
colectiva, derecho y juridicidad, resolución de conflictos y otros (Gitlitz y Rojas
1985; Starn 1991; Apel 1996; Huber 1995; Yrigoyen 1993; Vargas 1996; Campos 1996;
Diez 1999a; Huber y Guerrero 2006; Piccoli 2006). En ellos se da cuenta de las razo-
nes por las que aparecen las rondas (la necesidad de combatir el robo de ganado y
ORGANIZACIÓN Y PODER EN COMUNIDADES, RONDAS CAMPESINAS Y MUNICIPIOS 125
la inseguridad) pero, sobre todo, se señala su evolución para suplir algunas funcio-
nes no desarrolladas por otras organizaciones, complementando a la comunidad
en algunos casos y reemplazándola en otros.
Las rondas del norte se organizan en comités en el nivel de los caseríos y se
agrupan en centrales comunales, distritales y provinciales. Se expanden en respues-
ta a sus necesidades de funcionamiento y a su vínculo fundacional con maestros y
activistas políticos: sin dejar de ser organizaciones campesinas, las rondas son
jerárquicas y hasta autoritarias en sus procedimientos y acciones. La mayor parte
de los trabajos señala la existencia de conflictos de intereses entre las rondas y el
ministerio público y tensiones constantes con abigeos, policías y jueces. Las mues-
tran también como organizaciones relativamente exitosas aunque a costa de im-
poner criterios propios de justicia que muchas veces entran en contradicción con
las leyes del Estado. Muchas rondas norteñas se han proyectado a la implementa-
ción de acciones de desarrollo comunal y varios de sus dirigentes se han catapulta-
do políticamente a ocupar cargos en los concejos municipales de sus distritos (Diez
1997; Hernández 1994).
Los principales trabajos sobre los comités de autodefensa se refieren a la re-
gión central. Los estudios revisados muestran los diversos ritmos de su creación
que responden al desarrollo de la guerra interna, con procesos particulares en los
valles de los ríos Mantaro y Apurímac en diversas localidades ayacuchanas como
Cangallo y Huanta, como reacción y respuesta distintiva en su enfrentamiento
contra Sendero Luminoso (Del Pino 1992; Degregori 1992; Coronel y Loayza
1992; Degregori 1996). La creación y finalmente la victoria de los comités de auto-
defensa frente a Sendero Luminoso se explica en parte por su alianza con el ejér-
cito pero también por la generación de nuevas formas de asentamiento poblacio-
nal y control social, con finalidades defensivas que supusieron también la instau-
ración de nuevas jerarquías de autoridad (Coronel 1999). El informe más com-
pleto de carácter comparativo sobre los comités de autodefensa fue incluido en el
Tomo II del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) en el
que se subraya su carácter aparentemente ambiguo entre perpetrador y víctima
(2004).
Algunos trabajos señalan, además, la evolución de los comités de autodefensa
tras la derrota de Sendero Luminoso marcada por una suerte de retroceso en su
centralidad y autonomía frente a la comunidad que termina subsumiendo a la
ronda al asignarle funciones dentro del gobierno comunal: la organización casi
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militar de la ronda termina por someterse frente a las autoridades comunales. Sin
embargo, no se ha encontrado trabajos que detallen el tipo de organización o los
mecanismos de poder locales instituidos en el periodo entre el fin de la guerra y la
actualidad. Las referencias tangenciales insisten en la continuidad de ciertas for-
mas de organización de los comités de autodefensa, al menos en términos rituales
(Theidon 2004).
Más escasos, dispersos y menos conocidos son los trabajos sobre rondas en
otros ámbitos del país. Destacan entre ellos dos espacios de atención: la región del
Cusco (Márquez 1994; Bonilla, Martínez y Rivera 1995; Sulmont 1995; Aranda 2004)
y la selva alta (Benavides 1991; Espinoza 1995).
Las rondas cusqueñas son organizaciones dependientes de las comunidades
en las que se forman y tienen una estructura organizacional intermedia entre las
rondas norteñas y los comités de autodefensa pues desarrollan algunas de las fun-
ciones de unas y otros. Sin embargo, al parecer, se está imponiendo el esquema de
organización y funciones de las rondas norteñas, aunque en apariencia con dos
particularidades: su carácter estrictamente local y comunal, que las hace depen-
dientes de la autoridad comunal, y cierta tendencia a la ritualización de sus proce-
dimientos, vinculada a conceptos culturales de aplicación de la justicia (Canal 2000).
Por su parte, las rondas de la selva alta, aparte del componente étnico, son
similares a las de Ayacucho. Aparecieron poco a poco en San Martín (1986), Junín
(1990), Jaén (1991) y otros lugares, de acuerdo con los ritmos de expansión de la
violencia política.
Los trabajos sobre rondas campesinas, comités de rondas y comités de auto-
defensa nos remiten a algunos tópicos referentes al poder, la autoridad y la articula-
ción de las diversas organizaciones en el ámbito rural peruano. Entre estos temas
destacan: 1) la propia naturaleza de la ronda como organización y sus particularida-
des frente a otro tipo de organizaciones; 2) la ronda como instancia de aplicación de
justicia y derecho consuetudinario; y 3) la articulación y las relaciones específicas
establecidas entre las rondas y la autoridad comunal (y otras formas de autoridad).
Pocos trabajos enfatizan el hecho de que las rondas, más que colectivos, cons-
tituyen redes. Con excepción de las rondas comunales del área surandina, la ma-
yor parte de las rondas (tanto norteñas como los comités de autodefensa e incluso
los comités de la zona amazónica) se articulan de tal manera que forman entra-
mados que conectan localidades adyacentes, pero también lejanas, en cadenas de
ORGANIZACIÓN Y PODER EN COMUNIDADES, RONDAS CAMPESINAS Y MUNICIPIOS 127
actuara como esta. En cambio, ahí donde las comunidades existían la creación de
las rondas genera reacomodos en la autoridad y el gobierno comunales, sea com-
plementándolos con una organización capaz de ejercer coerción y hacer cumplir
las directivas y los acuerdos comunales, sea imponiéndoles límites y vigilando el
desempeño de las juntas directivas comunales.
Un cuarto factor constitutivo de buena parte de las rondas, aunque probable-
mente no haya consenso entre los analistas sobre él, es su carácter político, en los
sentidos amplio y restringido del término. Buena parte de los trabajos sobre las
rondas del norte señalan la estrecha vinculación entre las rondas y los partidos y
los movimientos políticos —generalmente de izquierda—, en tanto que los traba-
jos sobre los comités de autodefensa no ocultan su vínculo con los comandos mi-
litares. Y unos y otros narran el intento, y en no pocos casos el éxito, de los dirigen-
tes ronderos para ser elegidos a cargos de regidores y alcaldes de municipalidades
distritales. Y es que, a diferencia de las comunidades, las rondas son con mayor
claridad organizaciones que reúnen al mismo tiempo integrantes campesinos, agri-
cultores y pobladores urbanos: muchas de ellas han sido formadas o son sosteni-
das por maestros rurales y no pocas, por autoridades políticas locales (tenientes
gobernadores); además, en su entramado organizacional muestran siempre un alto
grado de coordinación con espacios urbanos externos al ámbito rural en el que
operan.
Un último tema de reflexión sobre la problemática de las rondas, que proviene
más de la casuística que de los estudios desarrollados y publicados hasta el mo-
mento, son los nuevos roles asumidos por las rondas en el contexto de la descen-
tralización y la expansión de la actividad minera. Por un lado, su aparente coopta-
ción por algunos gobiernos locales que en algunas regiones, como en Cusco, incor-
poran a las rondas como una suerte de serenazgo rural, proporcionándoles una
nueva plataforma para su funcionamiento y una nueva legitimidad; y, por el otro,
en las regiones norteñas, las rondas desarrollan funciones de defensa y moviliza-
ción de la población en los conflictos que enfrentan a comunidades locales y em-
presas mineras. Estas dos nuevas funciones no han concitado hasta el momento el
interés de la investigación.
ORGANIZACIÓN Y PODER EN COMUNIDADES, RONDAS CAMPESINAS Y MUNICIPIOS 129
El pueblo como capital distrital o provincial sede del gobierno municipal es por
definición un locus del poder, un punto de confluencia en el que dominados «hacia
abajo» y dominantes «hacia arriba» coinciden. Un lugar de respeto, expresado sim-
bólicamente en fiestas y celebraciones (Diez 1999a). Es tan importante que algunos
autores lo consideran indisociable de la propia definición y clasificación de las
comunidades campesinas, que se definirían por el tipo de poder y gobierno existen-
te en los pueblos (Sánchez Parga 1986). El clásico estudio de Alberti y Sánchez
(1974) sobre el valle del Mantaro es buena muestra de este enfoque. En general,
hasta la década de 1970, los estudios colocan a los pueblos y los municipios en un
complejo entramado de relaciones de poder marcadas por la diferenciación étnica;
de tal manera que los poblados capitales eran la residencia de los blancos y los
mestizos (mistis, en el sur andino), en tanto que los pueblos más pequeños eran el
espacio de las comunidades de indígenas (Fuenzalida 1976).
Sin embargo, esta circunstancia comenzaría a cambiar a partir de la elección
de las autoridades municipales mediante el voto: primero en la década de 1960 y,
luego de una interrupción de casi quince años, de manera continua a partir de 1980
hasta nuestros días. Esta circunstancia habría producido un conjunto de cambios
si no en la estructura del poder local sí en el origen de las personas que ocupan los
cargos municipales. En los distritos de Huanta y Huamanga, el poder de los mistis
(la dominación étnica) habría sido desplazado y reemplazado por los hijos de los
comuneros ilustrados, con experiencia migratoria o gremial o con conocimientos
profesionales (Degregori, Coronel y Del Pino 1998), circunstancia que se comprue-
ba en muchos otros espacios del país.
ORGANIZACIÓN Y PODER EN COMUNIDADES, RONDAS CAMPESINAS Y MUNICIPIOS 131
Como resultado, la mayor parte de los municipios son gobernados por perso-
nas con estudios superiores, buena parte de ellos profesionales (abogados, ingenie-
ros, economistas, contadores y, sobre todo, maestros), también muchos de ellos
son migrantes que han retornado a sus lugares de origen tras residir y trabajar
fuera varios años. De acuerdo con su origen, la mayor parte de los alcaldes distrita-
les proviene de familias campesinas o rurales y no pocos de los anexos; en cambio,
a los municipios provinciales llegan los campesinos emergentes y los remanentes
de las antiguas elites, unos y otros profesionales (Diez 2003). A partir del tipo de
relaciones y el liderazgo que ejercen en el gobierno local, se puede decir que hay dos
tipos de alcaldes. De un lado, los que reproducen antiguas relaciones de oposición
entre la capital y el entorno rural, pues manejan el gobierno de manera personal y
eventualmente familiar, formando redes de clientela. Del otro, los alcaldes que in-
tentan un nuevo tipo de gestión y que buscan articular diversas instancias e insti-
tuciones; se cuentan entre estos:
8. Existen algunas excepciones notables: comunidades cuyo territorio excede o abarca varios
distritos, como Catacaos o Sechura en Piura.
134 ALEJANDRO DIEZ HURTADO
Por su parte, las elecciones políticas locales involucran más a los municipios
que a las otras organizaciones, pero en no pocos casos los dirigentes ronderos
participan como candidatos, lo que seguramente ocurre también con muchos diri-
gentes comunales, pero no es un aspecto que se destaque en los análisis. Resulta así
que mientras los ronderos intentan acceder a los municipios por la vía electoral,
los comuneros lo hacen —cuando lo logran— por la vía de la intervención en las
convocatorias para la planificación y el presupuesto participativo.
Por otro lado, si las bases institucionales de organización del espacio y el go-
bierno local han cambiado con el tiempo, cabe preguntarse si esto ha significado
también un cambio en los estilos de gobernar o, si se quiere, en los patrones y las
relaciones de poder establecidos en los espacios rurales locales.
Algunos autores mencionan dos formas antitéticas de ejercicio del poder lo-
cal: un patrón tradicional, vertical y autoritario, y otro patrón más moderno, con-
certador y democrático. Ambas formas son reportadas en ámbitos comunales y
municipales, dependiendo de la trayectoria personal de quienes ejercen los cargos.
Hay, sin embargo, pocos trabajos que ofrezcan una mirada profunda de este fenó-
meno; por el contrario, son muchos los aspectos poco analizados y hasta ahora no
comprendidos de este. Entre ellos destaca la naturaleza del vínculo entre el ejercicio
del poder y los mecanismos de clientela que parece ser común a ambos estilos de
gobierno: la instauración de gobiernos más participativos y democráticos no pa-
rece relacionarse con el establecimiento de procesos institucionales sino depender
de nuevos patrones de clientela. Esta es precisamente la pregunta con la que Remy
(2004) cierra su balance sobre la democracia y las sociedades rurales.
Por otro lado, resulta claro que existe cierta apertura a la participación feme-
nina en los espacios de poder de las organizaciones. Al parecer, existe un mayor
acceso, al menos formal, al gobierno municipal por la vía de la ley de cuotas o
simplemente por el surgimiento de un liderazgo en las organizaciones femeninas
que hace habitual la candidatura de mujeres a los cargos ediles y determina que los
gobiernos locales elegidos cuenten habitualmente con una o dos regidoras. En cam-
bio, los avances son más limitados en las comunidades, en donde las lideresas apa-
recen más esporádicamente, en particular en los espacios dominados por las ron-
das que son básicamente espacios masculinos. Una excepción interesante a esta
regla fue el surgimiento de un buen número de dirigentas comunales en las zonas
de Huancavelica y Ayacucho debido al peligro que significaba para los varones
ocupar cargos en los años de la violencia subversiva (Consejería en Proyectos 1997).
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