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¡Hay un gusano en mi plato!, dijo Matías haciendo gestitos con la mano como para
ahuyentarlo. El gusano primero miró el plato, después miró a Matías y luego dijo:
Cuando se le pasó un poquito el miedo, Matías, que era muy curioso, se acercó a
observar muy bien a don Gusano.
- ¡Vaya! -pensó- No sólo es bastante extraño y bonitos sus colores, sino que
también tiene muchas patitas. Debe estar desorientado.
- Desorientado no, apenas un poco cegato –corrigió el gusano- pero en voz tan
bajita que nadie lo escuchó.
Sonrieron cada uno a su manera. Matías, entonces, trajo una hoja de lechuga, que
con mamá sacó de la heladera.
Lo cargó sobre ella y la llevó al jardín. Don Gusano sintió el airecito y fue feliz.
Pasito a paso el gusano se fue perdiendo entre las rosas con un buen bocado de
lechuga entre las mandíbulas.
Pero eso sí ¡lechuga sin condimentar!
FIN
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban
todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida
que no quería ser amiga de los demás animales.
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas
con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares
anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a
punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y
le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos
diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y
ayudarnos cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las
hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva
amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.
FIN
Cuento sobre la paz para niños: Las flechas del guerrero
De todos los guerreros al servicio del malvado Morlán, Jero era el más fiero, y el
más cruel. Sus ojos descubrían hasta los enemigos más cautos, y su arco y sus
flechas se encargaban de ejecutarlos.
Cierto día, saqueando un gran palacio, el guerrero encontró unas flechas rápidas
y brillantes que habían pertenecido a la princesa del lugar, y no dudó en guardarlas
para alguna ocasión especial.
¡No hay nada que hacer! - dijeron las demás flechas -. Os tocará asesinar a algún
pobre viajero, herir de muerte a un caballo o cualquier otra cosa, pero ni soñéis
con volver a vuestra antigua vida...
Unos minutos después, volvía a mirar a su víctima, a cargar una nueva flecha y a
tensar el arco. Pero nuevamente erró el tiro, y tras otro extraño vuelo, la flecha
brillante fue a parar a un árbol, justo en un punto desde el que Jero pudo escuchar
los más frescos y alegres cantos de un grupo de pajarillos...
Y así, una tras otra, las brillantes flechas fallaron sus tiros para ir mostrando al
guerrero los pequeños detalles que llenan de belleza el mundo. Flecha a flecha,
sus ojos y su mente de cazador se fueron transformando, hasta que la última
flecha fue a parar a sólo unos metros de distancia de la joven, desde donde Jero
pudo observar su belleza, la misma que él mismo estaba a punto de destruir.
Sólo conservó el arco y sus flechas brillantes, las que siempre sabían mostrarle el
mejor lugar al que dirigir la vista.