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Nombre del profesor (a), asesor(a)
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Nombre del profesor, miembro del jurado
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Nombre del profesor, miembro del jurado
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Jefe del Departamento Académico
RESUMEN
El enriquecimiento ilícito sin causa hace referencia a que nadie pueda enriquecerse con daño
o detrimento de otro y que si ello ocurre, el enriquecido debe restituir a quien ha hecho daño
por el monto total. Sin embargo, el problema radica en que no se ha legislado de forma
correcta y coherente sobre la forma de prevenir y solucionar las dificultades y consecuencias
que el enriquecimiento ilícito sin causa genera cuando es practicado por los ciudadanos de
una nación.
El análisis del enriquecimiento ilícito sin causa se realiza a través del estudio de su evolución
histórica y su contextualización en las diferentes figuras del derecho, del estudio de su
presupuesto y de la explicación del cambio jurisprudencial en la Sección Tercera del Consejo
de Estado.
INTRODUCCIÓN
La teoría del enriquecimiento sin causa, se ha consagrado desde antaño como un elemento
corrector de posibles situaciones injustas, cuya prevención y remedio han escapado de las
previsiones jurídicas.
De esta manera, el enriquecimiento sin causa nace y existe actualmente, como un elemento
supletorio de las disposiciones normativas, que provee soluciones justas en los eventos de
desequilibrios patrimoniales injustificados, no cubiertos por el derecho.
Sin embargo, recientemente la Sección Tercera del Consejo de Estado, replanteo su posición
en este tipo de casos, para afirmar que cuando el contratista de la administración acepte
prestar un servicio, con pleno conocimiento de que está actuando sin la protección que el
ordenamiento jurídico ofrece a los colaboradores de la administración, no puede aprovecharse
posteriormente de su propia culpa, para pedir que le sea reintegrado lo que ha perdido como
causa de la violación de la Ley.
En aras de que el precedente jurisprudencial, puede ser cambiado para que el derecho se
justifique como el medio adecuado de impartir justicia, la nueva posición de la Sala,
desconoce preceptos constitucionales como la buena fe, la confianza legitima, y de paso
deniega el acceso a la administración de justicia; toda vez que la nueva tesis parte de la base
de que si existe una causa jurídica, y es que el particular decidió ponerse en situación de
vulneración bajo su propio riesgo, razón por la cual no procede el restablecimiento de su
patrimonio, tesis en la que pareciera que el Concejo de Estado no analizó el asunto desde el
punto de vista constitucional, el cual no precisamente tendría que ser armónico con la ley,
ello, por cuanto parte de la mala fe de las partes, lo que implica un problema constitucional
grave, porque se presume, tendría entonces que proceder el juez a desvirtuar tal presunción.
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CAPITULO I
Desde antaño se ha identificado la figura del enriquecimiento sin causa, con la actio in rem
verso, proveniente del derecho romano, sin embargo, la institución atiende a un principio
universalmente aceptado, que impide el enriquecimiento injustificado de una persona, a costa
del empobrecimiento de otra.
Si bien la actio in rem verso, se tiene como el sinónimo jurídico de la pretensión de reparación
por un enriquecimiento injustificado, en el derecho romano existieron múltiples posibilidades
para restablecer el equilibrio patrimonial quebrantado injustificadamente, que aunque no
tuvieron el mismo impacto en la tradición jurídica, como lo tuvo la actio in rem verso,
comparten el mismo sentido de justicia y equilibrio que inspiran al enriquecimiento sin causa.
Ante la imposibilidad de ejecutar forzadamente los contratos celebrados para liberar esclavos,
emancipar hijos o desistir de demandas; en Roma se otorgaba el derecho a la persona que
había pagado para alcanzar tales fines, a que se le reintegrara lo pagado, en el evento de un
incumplimiento. En este mismo género estaba la Condictio ob turpem causam, establecida
para negocios realizados sobre condiciones inmorales que no podían ser ejecutadas, Ej. Pago
de rescates por personas secuestradas.
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Creada para cuando la entrega de una cosa atendía fines contrarios al derecho, como el
reintegro de intereses pagados por encima del tope de usura.
Creada para que el gestor de negocios tuviera derecho por los gastos efectuados y los
servicios prestados.
Creada para que los pater familias respondieran, bajo ciertas condiciones, por las
obligaciones contraídas por incapaces que se encontraban bajo su tutela, Ej. Hijos, esclavos,
etc.
1.2. En la jurisprudencia francesa
En 1850, la tesis se situaba en el dominio del contrato y del cuasicontrato; por otra parte, se
reducía a una mera negación.
En esta tesis la Corte de Casación, sostuvo que ante la ausencia de un hecho ilícito es
improcedente la acción, si el actor empobrecido no puede fundar sus pretensiones contra el
demandado en un contrato o en un cuasicontrato, que justifique la restitución reclamada, y por
tanto, implícitamente que la noción de enriquecimiento, considerada en si misma, no era
susceptible de engendrar ninguna obligación.
Desde el punto de vista jurisprudencial, dos sentencias caracterizaron este periodo, en ellas la
Corte de Casación, expuso una tesis decididamente hostil al enriquecimiento sin causa, como
hecho jurídico generador de obligaciones, independientemente de todo texto legal, ellas
fueron:
En dicha sentencia, la Suprema Corte, resolviendo otras dificultades, niega toda acción al
vendedor de mercancías, y en contra una sociedad mercantil que se había beneficiado a través
del comprador; éste era socio, pero había obrado en su nombre propio, beneficiándose
posteriormente la sociedad con la operación.
La corte, aplica la misma regla a una sociedad civil que se beneficio con terrenos vendidos a
título personal a uno de los socios mediante un precio convertido posteriormente en una renta
anual y perpetúa (negó al vendedor o a sus representantes, toda acción contra la sociedad).
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En las sentencias Roquets y Calmels, la corte de casación no podía negar, en forma más
expresa, toda influencia a la noción de enriquecimiento sin causa, considerada aisladamente.
(Bonecase, 1985, p. 810).
Considerando que, en cuanto a los hechos, la corte imperial reconoce que los suministros
entregados contribuyeron a la realización de las fiestas, produciendo un aumento en las
entradas de la caja municipal y que estos beneficiaron a la villa de Tolosa, en una
proporción superior a su valor...”, en esta forma, aparece en el horizonte la noción de
enriquecimiento sin causa, a titulo independiente. Pero sólo fue consagrada directa y
totalmente en las sentencias Arrazat y Boudier, principalmente en esta última. (Bonecase,
1985, p. 811).
La tesis del enriquecimiento sin causa y la acción derivada de ella, fue definida por la Corte
de Casación, la sentencia Clayette, del 12 de mayo de 1914, cuya doctrina fue confirmada
poco después en la sentencia Briauhant del 2 de marzo de 1915, y desarrollada en las
sentencias Métayer del 21 de noviembre de 1917, y Marthy del 2 de febrero de 1923.
Considerando que en sus conclusiones, la viuda de Clayette trataba de obtener, por medio
de la acción de in rem verso, la restitución de las sumas cuyo pago había reclamado al
intervenir en el juicio, o de la parte de ellas, alegando la existencia de un pretendido
contrato de mutuo; considerando que la acción de in rem verso, fundada en el principio de
equidad que prohíbe enriquecerse en detrimento de otra persona, procede en todos
aquellos casos en que el patrimonio de una persona se enriquezca sin causa legítima y a
costa del de otra persona, y cuando esta última no goce de ninguna acción derivada de un
contrato, cuasicontrato, delito o cuasidelito, para obtener lo que se le debe; pero que no
puede sustituirse durante un juicio por una acción diferente, originalmente fundada en una
obligación contractual, cuyo actor estuviese imposibilitado legalmente para probarla en las
formas establecidas por los artículos 1341 y 1347 del código civil (Bonecase, 1985, p.
811).
En nuestra legislación, ningún código consagra expresamente esta regla general, sin
embargo, existen algunas normas que hacen posible su aplicación, a saber:
Art. 2310 C.C.: “El que creyendo hacer su propio negocio hace el de otra persona, tiene
derecho para ser reembolsado hasta concurrencia de la utilidad efectiva que hubiere resultado
a dicha persona, y que existiere al tiempo de la demanda”.
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Art. 2311 C.C.: “El que creyendo hacer el negocio de una persona hace el de otra, tiene
respecto de esta los mismo derechos y obligaciones que habría tenido si se hubiese propuesto
servir al verdadero interesado”.
Por ello, la acción del enriquecimiento sin causa, tiene carácter subsidiario, que complementa
la técnica jurídica en supuestos en que parece de estricta justicia conceder pretensiones
restitutorias, que busca equilibrar el valor que de un patrimonio ha pasado a otro sin serle
correctamente atribuido por el orden jurídico.
El Art. 831 del C.Co. , dispone que “Nadie podrá enriquecerse sin justa causa a expensas de
otro.”
Esta noción claramente de estirpe civilista, no se encuentra regulada en el código civil, sus
rasgos característicos fueron definidos de tiempo atrás por la doctrina y la jurisprudencia
nacional en desarrollo del Art. 8º de la ley 153 de 1887, que obliga a los jueces, a falta de
normas específicas aplicables al caso controvertido, a acudir a los principios generales del
derecho para adoptar una solución que ponga fin al conflicto.
El enriquecimiento sin causa, considerado por muchos tratadistas como fuente autónoma de
las obligaciones, descansa sobre un innegable postulado de equidad, según el cual nadie
puede enriquecerse sin derecho en perjuicio de otro, así, en concordancia con este principio,
en todos los casos en que la justicia sufra quebranto, en razón de que una persona, sin justa
causa, obtenga provecho del esfuerzo de otra, es necesario restablecer el equilibrio mediante
el reconocimiento al empobrecido del valor que ha salido de su patrimonio o ha dejado de
entrar en él.
Ahora bien, el artículo 882 del Código de Comercio, al referirse al pago mediante entrega de
títulos valores de contenido crediticio, señala que “si el acreedor deja caducar o prescribir el
instrumento, la obligación originaria o fundamental se extinguirá así mismo; no obstante,
tendrá, acción contra quien se haya enriquecido sin causa a consecuencia de la caducidad o
prescripción. Esta acción prescribirá en un año.”
La norma transcrita consagra la acción in rem verso propia del enriquecimiento injusto, pero
apartándose del régimen común en esta materia, en particular del requisito según el cual esta
acción es subsidiaria, de manera que no se puede emplear sino cuando el empobrecido carece
de todo otro recurso legal para lograr el restablecimiento de su patrimonio.
Obviamente, tampoco dispone de la acción quien por su culpa o negligencia ha dejado perder
los medios que la ley otorga para preservar sus bienes, que es precisamente lo que acontece
cuando se deja transcurrir el termino de prescripción o de caducidad sin instaurar las acciones
correspondientes.
Entendido los principios generales del derecho, como la fuente ultima a la que debe acudir el
intérprete de la ley, en los eventos en que encuentra lagunas o necesita llenar un vacio de la
ley, según se desprende del Art. 8 de la Ley 153 de 1887, al establecer: “Cuando no haya ley
exactamente aplicable al caso controvertido, se aplicaran las leyes que regulen casos o
materias semejantes, y en su defecto la doctrina constitucional y las reglas generales del
derecho”; el enriquecimiento sin causa, se produce cuando sin una causa jurídica que lo
justifique, el patrimonio de una persona se aumenta positiva o negativamente, en detrimento
del patrimonio de otra.
Que haya un empobrecimiento correlativo: Lo que significa que la ventaja obtenida por el
enriquecido haya sido a expensas del empobrecido o, en otras palabras, que el incremento
patrimonial de aquél haya repercutido adversamente en el patrimonio de éste. Este
desplazamiento de valores patrimoniales, que produce el enriquecimiento, debe provenir
de un mismo y único acontecimiento.
Que el demandante carezca de cualquier otra acción: Para que se pueda incoar la acción
in rem verso, se necesita que el demandante carezca de cualquier otra acción o medio
legal para obtener la prestación, el reembolso o, en términos generales, la satisfacción
perseguida, puesto que esta acción tiene un carácter eminentemente subsidiario. (Suescùn
Melo, 2003).
En igual forma, se hace necesario destacar que, carece de acción in rem verso el demandante
que por su culpa dejó perder cualquiera de las vías de derecho que se le ofrecían para evitar el
empobrecimiento, pues debe sufrir las consecuencias de su imprudencia y desidia, lo cual
acontece, por ejemplo, cuando han prescrito las acciones correspondientes.
Acerca de la legitimación en la causa la Corte Suprema de Justicia ha señalado: “Para que sea
legitimada en la causa la acción de in rem verso, se requiere que el demandante, a fin de
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recuperar el bien carezca de cualquiera otra acción originada por un contrato, un cuasi-
contrato, un delito, un cuasi-delito, o de las que brotan de los derechos absolutos. Por lo tanto,
carece igualmente de la acción de in rem verso el demandante que por su hecho o por su culpa
perdió cualquiera de las otras vías de derecho. Él debe sufrir las consecuencias de su
imprudencia o negligencia.” (Trejos Bueno, S.F. Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación
Civil. Sentencia del 7 de junio de 2002. Exp. 7360. M.P)
La acción no puede ejercitarse contra una disposición imperativa de la ley: Es decir, en ciertos
casos la propia ley autoriza el enriquecimiento, como ocurre con la prohibición de repetir lo
dado o pagado por un objeto o causa licita a sabiendas (En el mismo sentido se pronuncio la
Corte Suprema de Justicia, en las sentencias del 19 de noviembre de 1936, 6 de septiembre de
1935 y 1940, 10 de diciembre de 1999 y 11 de enero de 2000)
Igualmente, se puede predicar que hay autorización legal para el enriquecimiento sin causa, en
los eventos en que opera la figura jurídica de la prescripción extintiva del derecho.
En esta área del derecho, la actio in rem verso, se funda en el carácter moralmente
injustificable del enriquecimiento, que origina su deber moral de indemnizar o de restituir, y
en este orden de ideas, ha sido considerado un principio general del derecho patrimonial, que
exige que el intercambio de bienes y de servicios debe realizarse de acuerdo con los
postulados de la justicia conmutativa, es decir, debe fundarse en una causa o razón de ser que
el ordenamiento jurídico considere justa, generando en otro caso la obligación de restituir el
valor del enriquecimiento producido.
El enriquecimiento sin causa como institución propia de la teoría general del derecho es única,
constituye, siguiendo la conocida calificación alemana, un supra concepto Oberbegrif”’ (Cfr.
Retortiixo, 1960) y como tal no admite consideraciones diferenciadas desde la óptica del
derecho administrativo en orden a su encuadre dogmático.
Por otra parte, nuestra jurisprudencia al categorizar el enriquecimiento injusto como principio
general del derecho, lo ha reconocido, en cuanto tal, como susceptible de aplicación en el
ámbito de las relaciones jurídico-administrativas; es más, las relaciones patrimoniales que el
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CAPITULO II
Sobre los presupuestos que se deben cumplir para ejercitar la actio in rem verso, la
jurisprudencia del Consejo de Estado, ha seguido los lineamientos fijados por la Corte
Suprema de Justicia, y ha sido reiterativa, en cuanto a precisar cuáles son los requisitos que la
estructuran, e invariablemente los ha considerado bajo la idea de que son acumulativos o
concurrentes, y por lo tanto todos deben estar presentes para que esa acción pueda resultar
exitosa.
Para que se dé tal empobrecimiento basta con que se produzca una pérdida pecuniariamente
apreciable en su patrimonio, como pone de relieve Diez Picazo (1978, p.80), puede consistir
en la subida de un valor de su patrimonio (por ejemplo, cosas entregadas o suministradas,
cuyo precio no se ha recibido), o en la prestación de un servicio, o realización de un trabajo
por el que no se ha recibido retribución, o en la no obtención de un lucro cierto y positivo.
De esta forma no hace falta que el objeto haya formado parte del patrimonio empobrecido,
bastando con que haya sido expectativa segura y legítima. La existencia real de este
empobrecimiento fundamenta el derecho del actor al reembolso. Sin embargo, no cabe
repercutir por esta vía la parte proporcional de los gastos realizados para aprovechar
directamente al patrimonio del actor, aunque indirectamente aprovechen a otros cuyo
consentimiento no se ha solicitado para la operación de que se trate.
La doctrina civilista parece inclinada a admitir estos supuestos; sin embargo, en el ámbito del
derecho administrativo su admisión parece rechazable; en cambio, la jurisprudencia ha
admitido la acción de enriquecimiento injusto incluso en supuestos en los que el bien ha
salido en un momento posterior de su patrimonio (Diez Picazo,1978, p.80)
2.2.2 Inexistencia de un precepto legal que excluya la aplicación del enriquecimiento sin
causa.
Este requisito, hace relación directa al carácter subsidiario que tiene la actio in rem verso, es
decir, no puede impetrar esta acción, el empobrecido que por ejemplo puede intentar la acción
contractual, basando su causa jurídica en un contrato.
La aplicación más frecuente de este principio se da en relación con los contratos de obras; se
trata, por lo general, de supuestos de contratos inexistentes o nulos en los que la
Administración se beneficia de obras o suministros por un aparente contratista que los realiza
sin vínculo o título jurídico suficiente.
A los casos anteriores han de equipararse, como hace recientemente Moderne (1997 p.3005)
siguiendo la reciente jurisprudencia del Consejo de Estado francés, los supuestos de
prestaciones “suplementarias” realizadas por un contratista y no amparadas por las cláusulas
contractuales.
Este tema, sin embargo, plantea algunos problemas conceptuales, ya que se trata de la
posibilidad de hacer jugar la acción de enriquecimiento sin causa en el marco de una relación
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contractual válida; algunos de los casos a los que se aplica este supuesto están perfectamente
contemplados por nuestra legislación de contractual (Ley 80 de 1993), por lo que en virtud del
carácter subsidiario de la acción de enriquecimiento injusto no serían de aplicación en nuestro
ordenamiento. De ahí que, en principio, podamos afirmar que los casos más frecuentes de
aplicación del principio de enriquecimiento injusto se dan en el marco de la liquidación de
efectos de relaciones contractuales inexistentes o viciadas de nulidad.
Para que la pretensión de enriquecimiento sin causa prospere es preciso, como ha recordado la
jurisprudencia, que se trate de un enriquecimiento sin razón o que haya una falta de derecho o
de justicia para que el enriquecimiento se produzca.
En la doctrina francesa este tema ha sido también objeto de estudio por DE LAUBADERE
y MODERNE.
Por el contrario, MODERNE afirma, que el enriquecimiento injusto, sólo puede jugar en el
marco de las relaciones contractuales en el caso de inexistencia o nulidad de éstas; lo que
significa que, propiamente, el enriquecimiento injusto nunca puede aplicarse en presencia
de un contrato válido que regule las relaciones entre la Administración-enriquecida, y el
contratista-empobrecido (Diez Picazo, 1978, p.80).
CAPITULO III
Así, frente a la iniciación en la prestación de un servicio, sin que dicha situación fuera
precedida por un contrato estatal, la Sala afirmó en su momento:
Pues bien, para la Sala resulta claro que la empresa demandante para dar cumplimiento a
los compromisos que había ofrecido y adquirido ante la Secretaria de Educación de
Bogotá necesariamente requirió hacer erogaciones de distinta índole, ya en mano de obra,
materiales, repuestos, estudios, papelería, tiempo, programación, etc., cuya valoración se
hizo en las ofertas de contrato, que presentara a la Administración y ésta a su vez
inicialmente aprobara, provocando en la firma demandante el ejercicio de su actividad
profesional de mantenimiento (Saavedra Becerra, 2006)
Por su parte, la Corte Suprema de Justicia (1971), ha aclarado que cuando se habla de la falta
de causa en la actio in rem verso, se refiere a:
Por causa no debe entenderse aquí el motivo a que se hace referencia en el Art. 1524 del
Código Civil, sino la preexistencia de una relación o vinculo jurídico entre el enriquecido
y el empobrecido que justifique el desplazamiento patrimonial que ha tenido lugar.
Cuando media entre los interesados una obligación previa, como la que contrae el
vendedor de hacer tradición de la cosa o cosas vendidas, el cumplimiento parcial de ella
jamás puede generar un enriquecimiento sin causa del comprador. La causa es en este caso
el contrato de compraventa.
Ahora bien, a partir de la sentencia del 30 de marzo de 2006, expediente 25562, la Sala,
aunque no lo manifiesta expresamente, modifica por lo menos dos de los presupuestos
jurisprudenciales, sobre los cuales se cimentó a lo largo de la historia, la subsidiariedad de la
actio in rem verso, la cual tradicionalmente se ha utilizado como fundamento de la
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responsabilidad patrimonial del Estado, en aquellos eventos en que se reúnen los presupuestos
sobre los cuales se ha edificado la mencionada acción, toda vez que, su subsidiariedad, surgió
en el ordenamiento jurídico como un mecanismo de seguridad que busca, sino evitar, al
menos remediar posibles situaciones injustas, entre los particulares que prestan sus servicios a
la administración pública; y de paso desvirtúa la presunción de buena fe de la que
constitucionalmente, se supone se encuentran investidas las actuaciones de los particulares y
la administración.
Y es que en aras de que el precedente jurisprudencial sea cambiado para que el derecho se
justifique como el medio adecuado de impartir justicia, no se puede desconocer preceptos
constitucionales, y de paso denegar el acceso a la administración de justicia; no se puede
perder de vista que, el principio del no enriquecimiento sin causa, se ha utilizado
jurisprudencialmente, como fundamento de la responsabilidad patrimonial del Estado, en los
casos en que se reúnen los presupuestos de: la existencia de un enriquecimiento de la entidad
pública y un correlativo empobrecimiento del demandante que carezcan de causa jurídica, la
buena fe en la actuación y la inexistencia de otra acción que permita reclamar la
indemnización por el menoscabo patrimonial sufrido; así por ejemplo, se ha señalado:
Adicionalmente, frente a las situaciones de hecho que suelen ocurrir antes de suscribir los
contratos y que son determinantes de daños al particular, el Consejo de Estado, reconoció
reiterada y expresamente, que dichas relaciones se encuentran cimentadas en base al principio
de confianza legítima, así por ejemplo, afirmo que, se configura la responsabilidad del Estado
y hay lugar “al reconocimiento de los daños y perjuicios en aplicación de la teoría del
enriquecimiento sin causa, donde desde luego ocupa un lugar preponderante la confianza que
en la parte se haya suscitado, dentro de la etapa previa al perfeccionamiento del negocio
jurídico” (Suarez Hernandez, 1998).
Como sustento de dicha postura, señalo que, durante la etapa de formación de un contrato
existen obligaciones recíprocas, que de incumplirse determinan la responsabilidad del sujeto
que omite los deberes asumidos durante el iter negocial y conducen a la reparación de todos
los daños causados con la frustración del negocio (Uribe Acosta, 1992); también, para
solucionar controversias suscitadas por la ejecución de prestaciones adicionales al contrato
(Carrillo Ballestero, 1996).
De otra parte, respecto del derecho que le asiste al empobrecido, el Consejo de Estado, en
varias providencias, ha dispuesto la indemnización plena de los perjuicios materiales pedidos,
daño emergente y lucro cesante, cuantificados sobre la base del valor de lo ejecutado y no
pagado (Montes Hernandez, 1992).
Sin embargo, la misma sala cambio su postura, al improbar el acuerdo conciliatorio logrado
por las partes. La demanda en cuestión se encontraba sustentada en el hecho de que las partes
habían celebrado un contrato para la prestación de servicios de aseo y jardinería, en el cual
luego del término de su duración inicial y su prórroga, se prestaron servicios adicionales, sin
que las partes celebraran contrato alguno; para la Sala.
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La postura del Consejo de Estado tiene un alcance restringido y no cabe para eventos en los
que se reclamen mayores cantidades de obra u obras adicionales, pero esencialmente
desconoce postulados constitucionales como los de la buena fe y la confianza legítima; así por
ejemplo, el Procurador Primero Judicial Administrativo Delegado ante el Tribunal
Administrativo de Cundinamarca, comentó que tuvo el caso de una empresa de acueducto que
organizó un banquete y necesitó una mayor cantidad de provisiones, alguien llamó para
autorizarlas y una vez se fue a verificar quién, cuándo y cómo lo había hecho no se encontró
tal evidencia (Comité de Conciliación de la Secretaría General de la Alcaldía Mayor de
Bogotá, Acta No. 15. del 25 de Octubre de 2006). Frente a un evento como este, se pregunta,
cuál sería la posición correcta a adoptar?, es lógico que frente a la nueva postura del Consejo
de Estado, la prestación adicional de dicho servicio constituye una clara y flagrante violación
a la ley, en cuyo evento lo más adecuado sería dejar la prestación del servicio de manera
inconclusa; pero en dicho evento, donde quedaría la buena fe y la confianza legítima, sobre la
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Como se sabe, inicialmente la tesis surgió a partir del principio del enriquecimiento sin causa,
es decir, reconocer al contratista aquello que había salido de su patrimonio y había ingresado
al de la entidad estatal, sin embargo, el cambio jurisprudencial, tiende a castigar a los
contratistas, sin tener en cuenta la presunción de buena fe, que rige las actuaciones tanto de la
administración, como la de los administrados.
Baste para ello, recordar lo sucedido en el caso Madriñán, Micolta y Compañía Ltda., contra
la Administración Postal Nacional-AD POSTAL, en el cual la sala señalo:
Igualmente, cabe resaltar que, en nuestro país con la constitución de 1991, se estableció un
Estado Social de Derecho y se elevó a canon jurídico un “sistema de valores dentro de la
sociedad, orientados a la realización de funciones básicas para la debida estructuración de
la vida societal. En tal sentido, la nueva Constitución, trajo consigo una orientación
especial hacia la protección de los ciudadanos y fijo como fines estatales el servicio a la
comunidad, la promoción de la prosperidad general, la garantía y efectividad de los
principios, derechos y deberes en ella consagrados y la vigencia de un orden justo, así
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como “la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica,
política, administrativa y cultural de la Nación (Montealegre Lynett, Corte Constitucional.
Sentencia T-980 de 2003)
Uno de los presupuestos jurisprudenciales para que proceda la actio in rem verso, es que el
empobrecimiento sufrido por el demandante, como consecuencia del enriquecimiento del
demandado, es decir, que el desequilibrio entre los dos patrimonios se haya producido sin
causa jurídica.
Sin embargo, el nuevo lineamiento jurisprudencial adoptado parte de que sí existe causa, y es
que el particular decidió ponerse en situación de vulneración bajo su propio riesgo, razón por
la cual no procede el restablecimiento de su patrimonio, tesis en la que pareciera que el
Concejo de Estado no analizó el asunto desde el punto de vista constitucional, el cual no
precisamente tendría que ser armónico con la ley, ello, por cuanto parte de la mala fe de las
partes, lo que implica un problema constitucional grave, porque se presume, tendría entonces
que proceder el juez a desvirtuar tal presunción.
La tesis, así planteada por la Sección Tercera de esta Corporación, en la cual, se exigió un
elemento adicional como es la demostración de la conducta antijurídica de la Administración
para que se configure el enriquecimiento sin causa; si bien es cierto que en las relaciones
administración-administrado, se debe observar una mayor previsión y aplicación estricta de la
Ley 80 de 1993, también lo es el hecho de que en nuestro país, las condiciones económicas
tanto de los particulares como del propio Estado no permiten ni una planeación ni un
compromiso patrimonial a largo plazo.
de lo que ocurre y conduce a que a futuro, y aún en la actualidad, se genere una problemática
que llega hasta el límite de vulnerar gravemente derechos fundamentales.
Y es que, desde esta perspectiva, no tiene entonces sentido la subsidiaridad de la actio in rem
verso, menos aun cuando señala la Sala:
Toda vez que, para los eventos en que existe un contrato de por medio, la única acción
procedente es la contractual, por ello, se reitera la actio in rem verso, es de carácter
subsidiario, fundamentada entre otros requisitos, en la inexistencia de una causa jurídica.
Por otra parte, no se puede desconocer que desde antaño, en el enriquecimiento torticero,
causa y título son sinónimos, por cuyo motivo la ausencia de causa o falta de justificación en
el enriquecimiento, se toma en el sentido de que la circunstancia que produjo el
desplazamiento de un patrimonio a otro no haya sido generada por un contrato o un
cuasicontrato, un delito o un cuasidelito, como tampoco por una disposición expresa de la ley.
En cuanto al elemento alusivo a la ausencia de causa jurídica, cabe precisar que supone “que
no haya otra fuente de la obligación como un contrato o un hecho ilícito y que no exista otra
acción por la que se pueda restablecer el equilibrio perdido...” (Santos Ballesteros. Corte
Suprema de Justicia Sala de Casación Civil, Sentencia del 28 de agosto de 2001. Exp. 6673)
Para que sea legitimada en la causa la acción de in rem verso, se requiere que el
demandante, a fin de recuperar el bien, carezca de cualquiera otra acción originada por un
contrato, un cuasicontrato, un delito, un cuasidelito, o de las que brotan de los derechos
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Requisito este que también queda sin fundamento, de acuerdo a la nueva tesis, asumida por la
Alta Corte, toda vez que, en el caso de los contratos estatales regulados por la ley 80 de 1993,
es claro que para determinar su existencia debe acreditarse el cumplimiento de una serie de
requisitos establecidos en el inciso primero del artículo 41 de dicho estatuto, sobre el
perfeccionamiento de los contratos, establece: “Los contratos del Estado se perfeccionan
cuando se logre acuerdo sobre el objeto y la contraprestación y éste se eleve a escrito…”: por
tanto, ante la ausencia de alguno de ellos, la consecuencia lógica y jurídica es la inexistencia
del negocio jurídico.
En ese orden de ideas, en aquellos supuestos en que se despliega una actividad a favor de una
entidad pública, sin que medie la existencia de contrato estatal, no es posible enmarcar la
reclamación derivada de la ejecución de las actividades adelantadas por el particular en la
órbita contractual, puesto que, precisamente, hay una ausencia absoluta de negocio jurídico.
Igualmente, la nueva posición de la Sala, desconoce aspectos tales como, durante la etapa de
formación de un contrato existen obligaciones recíprocas, que de incumplirse determinan la
responsabilidad del sujeto que omite los deberes asumidos durante el iter negocial y conducen
a la reparación de todos los daños causados con la frustración del negocio, al respecto, la
misma Sala, ha señalado:
Así las cosas y teniendo presente que la entidad demandada entró en tratos preliminares
con miras a la celebración de un negocio jurídico, no puede predicarse que se sustraiga de
aquellos deberes de corrección y lealtad exigibles de todos aquellos que participan del
tráfico jurídico en ejercicio de la autonomía privada, así se trate de una entidad distrital,
como es el caso del presente proceso, y en ese entendimiento para la Sala resulta claro del
análisis probatorio verificado que la entidad demandada incurrió en una manifiesta
reticencia por decirlo menos, al haber inducido y patrocinado con su comportamiento que
el actor siguiese en función de la ejecución del negocio, sin advertir (carga de advertencia)
que era necesario contar con tiempo prudencial para la observancia de los requisitos que
exigía el perfeccionamiento del contrato… (Suarez Hernández. Consejo de Estado Sección
Tercera, Sentencia del 29 de enero de 1998. Exp. 11099)
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En igual sentido, la Sala desconoce aquellos eventos en que se deben realizar obras
adicionales, las cuales no fueron previstas en el momento de celebrar el contrato y por ende
no quedaron incluidas en el mismo, tal y como lo reconoció en su momento, al señalar:
La realización de obras adicionales supone que éstas no fueron parte del objeto del
contrato principal, y por lo tanto implican una variación del mismo; se trata entonces de
obras nuevas, distintas de las contratadas, o de ítems no previstos, pero que su ejecución,
en determinadas circunstancias resulta necesaria. Por tal razón, si para éstas no se celebra
contrato adicional, ni son reconocidas al momento de liquidar el correspondiente contrato,
su reclamación resulta procedente en virtud del principio que prohíbe el enriquecimiento
sin justa causa, para lo cual debe acudirse a la acción de reparación directa (Consejo de
Estado Sección Tercera, Auto del 18 de julio de 2002, expediente 22178).
Así las cosas, la teoría que se cuestiona, en vez de cumplir el cometido para la cual se
instituyo, el cual no es otro diferente al de restablecer el equilibrio patrimonial entre las
partes, pareciera colocar al particular en una situación de especial sujeción, en cuanto le
asigna el deber jurídico de verificar el cumplimiento de todos y cada uno de los requisitos
legales y técnicos mediante los cuales la entidad pública debe contratar; desconociendo de
paso que, el enriquecimiento sin causa, así como la acción idónea para reclamarlo
judicialmente (actio de in rem verso), busca garantizar el “acceso a la administración de
justicia” (Constitución Política de Colombia, Art. 228) para deprecar el amparo jurisdiccional
ante un incremento patrimonial de naturaleza injusta.
En ese orden de ideas, el nuevo criterio jurisprudencial, impone una obligación en cabeza del
particular que desarrolla una obra o presta a favor del Estado un servicio:
De ser garante específico y guardián de la legalidad del contrato cuando lo cierto es que
dicha imposición no se le ha asignado ni expresa ni tácitamente por el ordenamiento
jurídico, cosa diferente es que su conducta se debe acompasar al mundo de la legalidad
como es deber de todos, bajo el supuesto lógico de la permisión y la prohibición (lo que
no está jurídicamente prohibido está jurídicamente permitido)” (Saavedra Becerra.
Consejo de Estado Sección Tercera, Sentencia del 27 de marzo de 2008, Exp. 15116).
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Desde esta óptica, la postura adoptada por la Sala, toma matices de una exigencia ilegal e
inadmisible,
como quiera que el sujeto de derecho privado interviene bajo la óptica de negocios, razón
por la cual ante la solicitud que eleva una entidad pública para que se preste un servicio, se
desarrolle determinada obra, o se venda un determinado bien, lo cierto es que el particular
no tiene la obligación de requerir a la entidad estatal para que cumpla estrictamente sus
obligaciones legales y reglamentarias en materia de contratación pública; esta obligación,
como ya se señaló no puede hacérsele extensiva al sujeto particular de la relación jurídico
negocial (Saavedra Becerra. Consejo de Estado Sección Tercera, Sentencia del 27 de
marzo de 2008, Exp. 15116).
Dicha postura desconoce, igualmente, el postulado de la buena fe, entendido éste como el
conjunto de parámetros de honradez y lealtad con que deben obrar las partes que intervienen
en las relaciones jurídicas y sociales, cuyo incumplimiento acarrea determinadas sanciones
previamente establecidas por el orden social, político, económico o jurídico.
Este principio, de arraigo constitucional, señala: “Las actuaciones de los particulares y de las
autoridades públicas deberán ceñirse a los postulados de la buena fe, la cual se presumirá en
todas las gestiones que aquéllos adelanten ante éstas.” (Constitución Política de Colombia,
Art. 83), según el cual aquélla se presume en todo tipo de actuación que los particulares
adelanten ante las autoridades públicas.
actuaciones que adelanten ante las autoridades, ya para el cumplimiento de sus deberes o para
el ejercicio de sus obligaciones.
Igualmente, este principio orientador del ordenamiento jurídico, no ha sido ajeno en el campo
del derecho administrativo “como un principio jurídico que limita el ejercicio del derecho
subjetivo o de un poder jurídico” (Sainz Moreno, 1979), el cual “se presenta en el campo de
las relaciones administración-administrado, en donde juega un papel no sólo señalado en el
ámbito del ejercicio de los derechos y potestades, sino en la construcción de las relaciones y
en el cumplimiento de los deberes” (Martínez Caballero. Corte Constitucional. Sentencia T-
398 de 1997)
La confianza legítima, ha sido reconocida como un principio general del derecho, el cual
además en el caso concreto ha sido reiteradamente desarrollado y aplicado por la Sección
Tercera del Consejo de Estado, en la aplicación de la actio in rem verso.
Corolario de lo anterior, tenemos que, así como la administración pública no puede ejercer sus
potestades defraudando la confianza debida a quienes con ella se relacionan, tampoco el
administrado puede actuar en contra de aquellas exigencias éticas.
Ahora bien, el Consejo de Estado, ha aplicado la figura del enriquecimiento sin causa y ha
aceptado en algunos eventos la acción de reparación directa con pretensión in rem verso para
reclamar la compensación de quien sufre una disminución patrimonial, originada en aquellas
situaciones en que no mediando un contrato, el actor entregó un bien, ejecutó un servicio o
una obra recibida a satisfacción por la entidad pública demandada sin que la misma la haya
cancelado; todo ello, bajo el entendido de que deben acreditarse los elementos que deben
concurrir para su configuración.
Dichos requisitos, a la luz de la nueva postura asumida por la Sala, se fundan en el principio
de equidad, pero sujeta a la legalidad y a la licitud que deben gobernar todas las actuaciones y
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situaciones en el mundo del derecho; de donde se predica, es menester que concurran las
siguientes condiciones:
Sin embargo, en providencia del 2008, la misma Sala, siguiendo la nueva tesis aprueba un
acuerdo conciliatorio en el que se buscaba restablecer el equilibrio patrimonial, luego del
aducido enriquecimiento sin causa del actor, el cual se había producido luego de prestar sus
servicios a una entidad de la administración sin que mediase de por medio contrato alguno,
para lo cual señalo:
Para que se produzca el enriquecimiento sin causa y prospere la acción in rem verso,
fundada en el principio de equidad pero sujeta a la legalidad y a la licitud que deben
gobernar todas las actuaciones y situaciones en el mundo del derecho, es menester que
concurran las siguientes condiciones:
Que haya un enriquecimiento en el patrimonio de una persona
Que exista un empobrecimiento correlativo en el patrimonio de otra
Que el enriquecimiento y el empobrecimiento presentando no tenga una causa jurídica que
lo sustente, lo que equivale a decir que debe ser injusto e ilegítimo
Que el empobrecido no tenga otro medio para reclamar y obtener compensación de su
detrimento frente al enriquecido, es decir, que la acción emerja con carácter subsidiario,
evitando que ella se convierta en la vía general y principal a fin de resolver todo conflicto;
y
Que con la misma no se intente desconocer o burlar una disposición imperativa de la ley.
33
No obstante, esta última providencia, aunque es clara en manifestar que reitera el cambio
jurisprudencial, al aprobar el mencionado acuerdo conciliatorio lo hace a título de
indemnización de perjuicios; generando mayor confusión, toda vez que, la acción
subsidiaria de in rem verso, se estableció como mecanismo para equilibrar las relaciones
patrimoniales en las que ha operado el enriquecimiento sin causa, más no como un
mecanismo jurídico para obtener indemnización de perjuicios que se puedan derivar de
una determinada relación. (Correa Palacio. Consejo de Estado Sección Tercera, Sentencia
del 1 de octubre de 2008, Exp. 16849)
A partir del fallo proferido por la Sala, en marzo del 2006, mediante el cual se adoptó la
nueva jurisprudencia sobre la tesis del enriquecimiento sin causa, al menos dos (2) sentencias
más, vienen a ratificar dicha postura; sin embargo las mismas, en el fondo generan para los
administrados más inseguridad que seguridad jurídica.
En dicha oportunidad, la parte actora solicitaba el pago de unos servicios que había prestado,
previa acuerdo verbal con la entidad estatal demandada , sin embargo, para la Sala, “la causa
del empobrecimiento si existió, y fue la falta del cumplimiento de los requisitos establecidos
en la Ley 80 de 1993, para contratar con la administración pública”.
Adicionalmente, se observa que cuando la Sala manifiesta: “la ausencia jurídica partió del
desconocimiento deliberado de la actora” (Saavedra Becerra. Consejo de Estado. Sección
Tercera. Sentencia del marzo de 2006, Exp. 25662) pareciera partir de la base de que la mala
fe se presume, cuando la verdad sea dicha, esta no es objeto de presunción y por tanto
requiere de prueba directa que la acredite; prueba que por demás brillo por su ausencia el caso
de autos, para que le permitiese a la Sala concluir que se desvirtuaba la presunción de buena
fe.
Así las cosas, no tiene presentación la citada rectificación jurisprudencial de la Sala, bajo el
argumento del incumplimiento del estatuto contractual, máxime si se sigue aduciendo que la
teoría del enriquecimiento sin causa es una acción subsidiaria, básicamente por los siguientes
aspectos:
El empobrecimiento del actor no tuvo por causa el hecho exclusivo del sujeto que lo
padeció, en cuyo caso debería soportar las consecuencias de sus acciones u omisiones; no
se podía predicar en este caso que el empobrecido estaba alegando su culpa en beneficio
propio, toda vez que es claro la omisión contractual se derivó de ambas partes, omisión
que luego subsanada por la entidad estatal al aceptar en conciliación la existencia de su
obligación pecuniaria, para con el empobrecido o particular.
producción de los daños que se alegan” (Correa Palacio. Consejo de Estado Sección Tercera.
Sentencia del 1 de octubre de 2006, Exp. 16849)
CONCLUSIÓN
Sin embargo, aunque su aplicación ha beneficiado enormemente a los particulares, y que para
la misma la jurisprudencia ha sido uniforme al establecer los elementos estructurales para que
la acción pueda prosperar, lo cierto es que la misma ha sido aplicada en diversas
oportunidades por la Sala para resarcir perjuicios materiales y morales, como si se tratase de
una acción resarcitoria y no subsidiaria, desvirtuando con ello su esencia.
Con el nuevo cambio de tesis del Consejo de Estado, se impone una carga ilegal e
inconstitucional al particular o empobrecido, toda vez que la prosperidad de la actio in rem
verso, depende de la existencia de un contrato estatal con el lleno de los requisitos legales,
obligación que por regla general le es inherente a la entidad estatal. Igualmente, porque si la
prosperidad de la misma depende de dicho requisito, la subsidiaridad de la misma está
condenada a desaparecer del mundo jurídico, como elemento corrector de situaciones injustas,
pues de existir un contrato estatal lo único procedente en la acción contractual.
Finalmente, dada la inseguridad jurídica que tanto el fallo mediante el cual se rectificó la
postura jurisprudencial de la aplicaron del enriquecimiento sin causa, como el adoptado por la
sala en el 2008, han generado entre los administrados, y que en Colombia en la actualidad el
precedente judicial no es de obligatorio cumplimiento, lo más sano seria que en aras de
permear las relaciones particulares-administración de una verdadera confianza legítima, en la
cual se garantice de paso el acceso real y efectivo a la administración de justicia y en
consecuencia se tenga certeza de que existe seguridad jurídica, la actio in rem verso, debiera
de pasar de ser una acción subsidiaria, a ser una acción autónoma, consagrada en el derecho
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positivo, para que así se fijen clara y expresamente las reglas de juego, para que so pretexto de
la necesidad de evolucionar en las teorías jurisprudenciales no se coja desprevenido a los
administrados y sean asaltados en su buena fe.
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