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Annick Lempérière

La « cuestión colonial »

1Una de las sesiones del seminario mensual de nuestro equipo de investigación fue dedicada, en
diciembre del año 2002, a una discusión sobre el status y la « identidad » histórica de los dominios
españoles entre el siglo XVI y las independencias. Se pusieron en tela de juicio las palabras y las
realidades encubiertas por las voces « colonia » y « colonial ». La discusión tuvo, por una parte, un
enfoque comparativo. El status de los dominios hispanoamericanos fue comparado con el grado de
autonomía política de que disfrutaban los reinos y virreinatos europeos de las coronas de Castilla y
Aragón (Jean-Michel Sallmann). La cronología y los enfoques propios de otra gran historiografía «
colonial », la de la India, fueron presentados por Sanjay Subrahmanyam. Por otra parte, Juan Carlos
Garavaglia expuso « el problema de fondo », la « subordinación de una sociedad a otra » y los datos
socio-económicos (la producción de metales preciosos, el trabajo forzoso, el intercambio desigual) que
permiten hablar de ladependencia de los territorios americanos respecto a la península ibérica y, más
generalmente, a las potencias europeas. Mi propia propuesta consistió en cuestionar el uso al mismo
tiempo a-crítico y maquinal, tendencioso y reificado que, a mi manera de ver, nosotros los
historiadores latinoamericanistas solemos hacer del adjetivo « colonial » para calificar y describir sin
discriminación cualquierdato, cualquier fenómeno histórico ocurrido en América durante el período
anterior a la independencia. Planteé el problema de la reificación del « concepto » (¿« colonia » es un
concepto ? ¿« colonial », una categoría descriptiva, analítica, axiológica?) así como la necesidad de
repensar los usos que los historiadores hacemos de él y las implicaciones reflexivas y no-reflexivas que
tienen tales usos. Entre otras cosas, sugerí que quizá el apego a una historia basada en un enfoque
sistemáticamente « colonialista », al reducir drásticamente la identidad iberoamericana a « lo colonial
», tendía a aislar el conjunto de nuestra historiografía de otras que, dedicadas también a grandes
conjuntos políticos y culturales, bien podrían proporcionarnos modelos de referencia e instrumentos de
rigor y de heurística en cuanto a lo aparentemente singular de nuestro objeto de estudio. Tal es el caso
del imperio otomano : a pesar de que es contemporáneo del imperio español, los latinoamericanistas lo
ignoramos soberanamente a la hora de analizar un fenómeno tan relevante para nosotros como, por
ejemplo, la creación de un conjunto político basado en sociedades sumamente heterogéneas,
diseminadas a lo largo de territorios muy extensos, cuya convivencia conoció una duración plurisecular.
2La discusión un tanto acalorada que acogió tales propuestas resultó en parte del carácter esquemático
de mi ponencia – presentada, como las demás, en unos escasos diez minutos. Lo que sigue responde a
la necesidad de poner las ideas en claro de manera desapasionada. No tiene la pretensión de acabar
con el tema ni de construir un baluarte en torno a una posición dogmática. El punto de vista es el de
una historiadora, por lo tanto no es necesariamente similar al de los antropólogo ; la perspectiva
privilegiada es la de la historia de lo político concebido de manera amplia pero sin la pretensión de
abordar a fondo, por ejemplo, cuestiones de historia económica. No es más que un ensayo cuya
función es permitir que la discusión siga en pie sobre fundamentos un poco más sólidos.1
3Son varias las formas mediante las cuales se reifican o « cosifican » – valga el neologismo – los
conceptos, las nociones y las categorías de análisis. La reificación es a menudo el desconocimiento del
carácter construido de las nociones y su utilización como categorías no-pensadas y « autóctonas » en
el campo de una disciplina. En el caso del quehacer histórico, la reificación sobreviene, primero, al
aplicar a épocas distintas dentro de un extenso período, unas mismas categorías y calificativos.
Secundo, cuando se olvida que los conceptos y categorías no son esencias y substancias eternamente
iguales a sí mismas, sino que tienen una historia, cargan una memoria y ostentan unos significados tan
distintos como las formaciones sociales en las cuales nacieron y se siguen empleando. Según las
épocas, las sociedades y los grupos socio-culturales, las voces y los conceptos cobran sentidos
sumamente diferenciados, sentidos que a su vez pueden llegar a implicar, como en el caso de la
palabra « colonia » y sus derivados, valores y valoraciones altamente polémicas, cargadas de
afectividad, de ideología, de pasiones y del recuerdo de experiencias militantes o vitales. De colonia a

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colonial, se pasó, en el siglo XIX, a « colonialismo », con lo cual « la cuestión colonial » entró de plano
en el campo de la ideología y de la política. La « historia colonial » latinoamericanista no podía de
ninguna manera salir ilesa de tales avatares.
4« Historia colonial » de América latina, desde hace muchas décadas, no remite a otra cosa que al
período de estudio que abarca los siglos anteriores a la independencia : la « época colonial » y,
corolariamente, a una sub-parte de la materia académica « historia de América latina ». La fórmula, en
sí misma, se ha vuelto neutral, gris, nopolémica. « Colonial » es una señal de identidad específica para
los historiadores que estudian los siglos XVI a XVIII. Normalmente se podría prescindir de repetir
sucesiva y reiterativamente las alusiones a lo « colonial » a lo largo de los estudios claramente
ubicados dentro del « período colonial ». Sin embargo, no sucede así. Al estudiar la sociedad, los
sistemas de trabajo, la economía, la fiscalidad entre el siglo XVI y el XIX, la mayoría de los
historiadores siente la necesidad de añadir el calificativo « colonial » a cualquier descripción. Se habla
de « régimen colonial » pero, ¿qué quiere decir « colonial » en este caso ? ¿Qué sentido añade al
análisis del sistema político, si de eso se trata ? Si significa que las instituciones son distintas de las de
la península, ¿« colonial » es suficiente para calificarlas ? « Explotación colonial », fórmula de moda en
la época de Chaunu y de la preponderancia de la historia económica, remite al sistema económico
global : alude a la extracción de bienes primarios y a la explotación del trabajo indígena o de la
esclavitud, al mercantilismo y al comercio exclusivo con la metrópoli. Hoy en día se prefiere la
expresión « pacto colonial », que viene a rematar, de manera fluida y elástica, un conjunto de datos
bastante distintos entre sí : a veces se trata de los « acuerdos » entre caciques indígenas y
autoridades peninsulares sobre la organización del trabajo indio, a veces del conjunto de las
instituciones políticas, económicas, etc…, que regían las sociedades americanas sin distinción de
condición, otras veces de las relaciones entre los colonos criollos y las instancias de poder en la
metrópoli, que se trate del comercio o de la asignación de los empleos públicos, sin que se identifique
siempre de manera muy clara quienes fueron los actores y sujetos concretos de dicho « pacto ».
Asimismo « colonial » sirvió, durante décadas, para calificar todas las producciones artísticas de los
dominios ultramarinos hasta el siglo XIX (el famoso « Arte colonial »). En nuestros días, « colonial » se
aplica tanto a las cuestiones de « género » como a las relaciones entre los « grupos étnicos » o a la «
religiosidad » propia de la misma época.2 Huelga decir que la costumbre se encuentra en los escritos
de los historiadores latinoamericanos, norteamericanos y europeos de todas nacionalidades : forma
parte de nuestra lingua franca historiográfica. Ahora bien, estamos frente a un uso que va más allá de
la neutral identificación de un grupo de aficionados a un período y a un territorio. Lleva consigo un
sistema de valoraciones, las más de las veces peyorativas. He aquí la « cuestión colonial » que
quisiera volver a discutir en las páginas que siguen.
5* * *
6Tal vez la comparación más inmediata y útil para abordar « la cuestión colonial » hispanoamericana
sea con la historiografía norteamericana. Como aquella y como la historiografía de la India citada al
principio, la norteamericana también tiene su «historia colonial ». Sin embargo, salta a la vista una
gran diferencia entre el caso norteamericano y el hispanoamericano. Los rebeldes de las Trece
Colonias, una vez lograda su independencia mediante una guerra y una revolución política llevada a
cabo por ellos mismos, no renegaron de su pasado « colonial », de sus instituciones « coloniales », de
su estatuto de « colonos », pobladores y actores del desarrollo económico de sus territorios y del
comercio « colonial » con la Gran Bretaña. La ruptura con la metrópoli, fundamentada en el derecho
natural y en los derechos políticos a los cuales los colonos se creían con razón acreedores, no implicó el
rechazo del pasado británico y de la pertenencia a una tradición política, jurídica y religiosa británica.
No implicó, aunque la cuestión fue objeto de debates en el momento de la independencia, la renuncia
al sistema socio-económico basado en la esclavitud que los colonos habían adoptado para explotar el
territorio que iban poblando. Tampoco puso en tela de juicio el tipo de relaciones (guerra y comercio
entre naciones según el derecho de gentes) que se habían entablado de antemano entre los colonos y
los autóctonos, quienes siguieron siendo excluidos del ecumene de los Englishmen.
7En cambio, en el caso hispano-americano, las modalidades de acceso a la independencia llevaron a
los colonos, cuando escogieron el camino de la insurgencia, a inventarse una ascendencia imaginaria.
Afrentados violentemente a las huestes realistas, se identificaron con los indios cuyos reinos e imperios
sus propios antepasados habían conquistado y destruido tres siglos antes. Los patriotas criollos
renegaron de su pasado de colonizadores y colonos para hacer suya la condición de « colonizados ».
Renunciaron a su antigua identidad de vasallos de los « reinos indianos », orgullosamente asumida
hasta 1810-1811, para hablar de su propia tierra como de « colonias », lo cual implicaba, al revés de
lo que sucedió en Estados Unidos, el rechazo del pasado y de la herencia española. 3 « Colonia » se
volvió sinónimo de despotismo en lo político y de oscurantismo y poder inquisitorial en lo cultural y
religioso – despotismo y oscurantismo cuyas víctimas habrían sido, durante tres siglos, lo mismo los
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criollos que los estratos socio-étnicos subyugados mediante la conquista y la esclavitud. Con ello, las
dificultades a las cuales se afrentaron los antiguos territorios españoles a la hora de volverse Estados-
naciones, se atribuyeron no a las modalidades de la colonización implementadas por los colonos
durante tres siglos, sino a la « herencia española » : los « usos y costumbres » y la situación
sociocultural – ignorancia, fanatismo, pasividad y otros tantos « vicios », según las propias palabras de
las élites « ilustradas » – de la inmensa mayoría del « pueblo », fueron calificados como
consecuencias de « la dominación española » y considerados todos como contrarios al progreso y al
engrandecimiento de las nuevas naciones. Por cierto, hace falta matizar. Desde los principios de la era
independiente, hubo también publicistas, historiadores y políticos, tradicionalistas o conservadores,
para conferir a « lo colonial » un valor altamente positivo. La contienda entre las dos corrientes de
interpretación del pasado español se sumó a las luchas políticas entre liberales y conservadores en el
siglo XIX, o entre « hispanistas » e « indigenistas » en el siglo XX en los países donde existía una
numerosa población indígena.4 Sin embargo, la valoración negativa de « lo colonial » fue la que
prevaleció en Hispanoamérica, a medida que se perfilaban las dificultades para implementar las
reformas modernizadoras. Pero eso ocurrió varias décadas antes de la gran ola decimonónica de
expansión y colonización europea, y a partir de una situación histórica derivada de las modalidades de
la independencia sobre las cuales volveremos más adelante. Quienes crearon la valoración negativa de
lo colonial fueron primero los colonizadores hispánicos, herederos del imperio y de las sociedades que
sus antepasados habían contribuido a fundar y establecer. Aunque pudieron reivindicarlo
ocasionalmente incluso hasta nuestros días, las élites criollas no eran las herederas intelectuales y
morales de Las Casas y Vitoria : al lado de la filiación imaginaria « indigenista », las élites criollos se
dotaron de una nueva filiación europea, imaginada también pero más adrede respecto a sus fines
inmediatos, en el siglo de las Luces y la Revolución francesa. 5
8La crítica « anti-colonialista », como bien se sabe, nació a raiz de la expansión europea del último
tercio del siglo XIX. Numerosos pensadores y hombres políticos europeos se percataron de lo negativo
y nefasto de la colonización y la denunciaron en calidad de « colonialismo » e « imperialismo ». A partir
de aquel entonces, fuera por parte de los partidarios o de los adversarios de la expansión colonialista,
« colonia » cobró una significación única : la de un territorio extranjero sometido a una dominación
política casi exclusivamente dirigida hacia la explotación económica llevada a cabo por los capitalistas
metropolitanos en provecho de la potencia económica y militar del Estado-nación.6 En cuanto al «
fardeau de l’homme blanc » y a la « misión civilizadora », nadie hoy en día se atrevería a decir que fue
otra cosa que una máscara ideológica, aun cuando los servicios sanitarios y educativos implementados
por algunos colonizadores pudieron a veces surtir efectos positivos para las poblaciones colonizadas.
9La colonización decimonónica y su séquito de críticas produjeron, lo que fue bastante normal e
inevitable, una relectura del pasado colonial de América latina en términos de « nacimiento del
colonialismo europeo » o de « primer imperialismo moderno ». 7 Si bien tal relectura pareció haber
culminado con la teoría de la dependencia en los años 1960 y 70, 8 no deja de hacer sentir sus efectos y
su vitalidad hasta nuestros días. Las venas abiertas de América latina, el panfleto imaginativo y
sombrío de Eduardo Galeano publicado por primera vez en 1971 alcanza valiosamente su
septuagésimacuarta edición en el momento en que se publica en Francia Le livre noir du
colonialisme, cuyo primer capítulo está dedicado al aniquilamiento de los habitantes de las islas
caribeñas a partir de 1492.9 En cuanto a la « conmemoración » del quinto centenario del
descubrimiento colombino, más que abrir una nueva época en la valoración negativa del colonialismo
europeo, permitió escenificar la mutación de los paradigmas propios del memorial de agravios
anticolonialista ocurrida en la década anterior. Rebasadas las esperanzas marxistas y teológicas de «
liberación » socioeconómica, el fundamentalismo identitario de las organizaciones políticas de los «
pueblos autóctonos », debidamente adiestradas por los antropólogos posmodernos y otros subaltern,
colonial y cultural studies, sustituyó la « dominación » multipolarizada y la « globalización » al «
capitalismo » y a las « multinacionales » de antaño, el « etnocidio » a la « dependencia », la exigencia
del reconocimiento constitucional de « los pueblos y nacionalidades indígenas » a la apuesta
revolucionaria. Contra el colonialismo, las culturas originarias ; contra el universalismo revolucionario,
el comunitarismo identitario.10
10Es imposible, y hasta cierto punto no deseable, que el quehacer de los historiadores
latinoamericanistas quede inmune contra los paradigmas colectivos que, surgidos dentro y fuera de los
recintos académicos, tiñen las lecturas del pasado con los vivos colores de los temas candentes de la
actualidad. Los imaginarios, los sistemas de valores, los ideales propios y controvertidos de las
sucesivas generaciones, son obviamente vividos y compartidos, consciente o inconscientemente, por
los historiadores. Sin embargo, si pretendemos hacer historia no es sólo para compartir emociones y
utopías, sino también para entender y explicar el pasado y el presente. La posición del historiador es
necesariamente operar siempre una distinción entre historia y conmemoración, lo mismo que entre
historia y militancia, historia y hagiografía, crítica y denuncia. En la medida en que « colonia » y «
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colonial » desde hace mucho tiempo y hoy en día más que nunca, son conceptos que implican
valoraciones tanto positivas (en nuestros días escasas : veáse la suerte de « la conquista espiritual »)
como negativas (colonialismo, etnocidio, genocidio), me parece que por lo menos se puede exigir
cautela y reflexión a la hora de utilizarlos. Si pensamos que Weber acertó al propugnar una sociología
« comprehensiva » de las razones y de los valores propios de los actores, tenemos que aceptar
también, aun siendo historiadores y no sociólogos, la otra cara de su propuesta : apartar cualquier
sistema de valor de nuestra reflexión y cualquier valoración de nuestros objetos de estudio, en
provecho de una actitud comprehensiva – lo cual no significa empática o simpatizante -frente al
pasado.
11* * *
12Durante siglos, la voz « colonia » no tuvo ninguna conotación peyorativa y conservó los significados
que los romanos habían dado a la palabra latina. Colonizar era, ante todo, poblar : una migración y
una fundación que no implicaban la dominación de un pueblo sobre otro, sino la toma de posesión de
un territorio. Fruto de una serie de conquistas, los territorios hispanoamericanos fueron llamados «
reinos », « provincias », « dominios » por los soberanos españoles quienes los integraron dentro del
patrimonio de la Corona castellana. « Colonia », en el mundo hispánico, se aplicaba a las posesiones y
poblaciones extranjeras (francesas, inglesas, portuguesas, etc…) en América : Colonia de Sacramento,
por ejemplo.11 Sin embargo, segun el Abate Raynal o William Robertson, las Indias españolas eran sin
lugar a duda « colonias », por una parte en el sentido poblacional tradicional y por otra, en el nuevo
sentido, económico, de la palabra colonia. En efecto, fue a partir de finales del siglo XVII cuando «
colonia » empezó a cobrar un significado económico que pasó del francés a los idiomas inglés y
español durante el siglo XVIII. El monopolio comercial (uno de los puntos fuertes del sistema
mercantilista que fue adoptado por todas las potencias de la época) se establecía con « las colonias » «
para la utilidad de la metrópoli ».12 En la época de las reformas borbónicas, dentro de los círculos de la
Corte madrileña, se empezó a hablar de los dominios ultramarinos en calidad de « colonias » con una
clara conotación económica, y en el sentido de que la « utilidad » producida por América había sido,
hasta la fecha, demasiado a favor de esta última. Sin embargo, fue tambíen en la segunda mitad del
siglo XVIII cuando los ilustrados españoles, entre ellos Campomanes de manera
notable,13conceptualizaron la idea de formar « un solo cuerpo de Nación » (la « Nación española ») y
de estrechar los vínculos de « amistad y unión » entre « las provincias potentes y considerables del
imperio español ». Lo cual quiere decir que las Indias podían ser al mismo tiempo « colonias » en lo
económico y « reinos » o « provincias » en lo político, y que se trataba de instaurar una
complementariedad, más que un antagonismo de intereses, entre la península y los territorios
ultramarinos.
13En todo caso, y he aquí el punto medular, en aquel entonces y hasta bien entrado el siglo XIX, «
colonia » y « colonial » no tenían ningun contenido ideológico. Su significado no era negativo, tampoco
unívoco. Se aceptaba que la creación de colonias respondía a numerosos motivos que no eran
primordialmente económicos, pudiendo ser políticos, religiosos o militares. Además, se sabía que la
palabra « colonia » remitía a realidades muy distintas entre sí, y no se identificaba las plantaciones
esclavistas de las islas caribeñas con los establecimientos españoles continentales.14 Cuando el Abate
Raynal o Turgot criticaban las colonias españolas, era porque no reportaban suficientes utilidades
económicas a la metropóli, la cual al contrario se había empobrecido al mantener la defensa y la
administración de sus disproporcionadas posesiones. En cuanto a Adam Smith, no condenaba el
sistema de gobierno español en las Indias por ser « colonial », sino por ser mercantilista y por tanto
contrario al librecambio que pregonaba enRiqueza de las naciones : se trataba de economía, no de
moral ni de ideología. El mismo Carlos Marx, hasta 1870, integró los fenómenos de colonización dentro
de su esquema histórico evolucionista y no denunció las colonias per se : defendió la colonización
brítanica en la India al ver en ella un proceso favorable a la expansión del capitalismo, en calidad de
instrumento más eficaz de la modernización deseable para los anquilosados sistemas socio-económicos
del Extremo-Oriente.15
14Por lo tanto, la primera expansión europea de los siglos XV a XVIII tuvo lugar mucho antes de que
dicha expansión, fuera hecha hacia territorios virgenes de habitantes o llevada a cabo en detrimento
de pueblos autóctonos, cobrara para muchos sectores de la intelectualidad europea un sentido
altamente negativo. Existía más bien un consenso acerca de la utilidad de las colonias, fuera desde el
punto de vista demográfico, militar, político o económico, sin hablar de los motivos religiosos que,
aunque bajo modalidades muy distintas entre sí, no fueron ausentes de ninguna de las colonizaciones
europeas del Antiguo Régimen.
15Vale la pena añadir que tampoco el fenómeno de las conquistas, que en el caso español fue la
condición previa a la colonización propiamente dicha, fue concebido bajo un punto de vista ideológico y
negativo. Desde la Antigüedad hasta la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, la noción de
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conquista no fue peyorativa. Por una parte, la guerra « justa » podía desembocar en una conquista no
menos justa según las codificaciones propias del derecho natural y de gentes ; por la otra, se tenía
muy claro que la mayor parte de la « historia universal », incluso la de la propia Europa, se había
desarrollado bajo el signo de las conquistas y del auge y declive de los imperios. En el caso de Europa,
tales conquistas fueron en varios casos seguidas o acompañadas por verdaderas « colonizaciones », –
baste con citar el ejemplo de los caballeros teutónicos en el oriente germánico-polaco o de la
colonización de Irlanda bajo la Inglaterra renacentista de Henrique VIII, otros tantos episodios de la
historia europea que no suelen ser ordenados bajo la etiqueta de « época colonial » en las
historiografías nacionales.
16Ahora bien, tal neutralidad frente a los fenómenos coloniales nos remite únicamente a las opiniones
de los colonizadores europeos, con lo cual es fácil oponer a la argumentación desarrollada en los
párrafos anteriores la « voz de los vencidos ». Sin embargo, cabe recordar que dicha voz no existía
como tal en ninguna parte del mundo y existió – al menos teóricamente – sólo poco tiempo antes de
que naciera « el colonialismo » y sus corolarios el anticolonialismo y las luchas de liberación « nacional
». La profunda injusticia de la colonización como dominación no negociada sobre pueblos extranjeros
autóctonos no apareció – no sólo en Europa sino también en el mundo entero – sino después de la
elaboración de una serie de conceptos y principios enteramente nuevos respecto a lo que se concebía
como la justicia y el derecho en las relaciones entre las comunidades humanas y dentro de ellas :
igualdad de los individuos en el estado natural y ante las leyes civiles, derechos del hombre y del
ciudadano, soberanía de los pueblos y de las naciones, derecho de los pueblos a su «
autodeterminación ». Basta con releer las primeras páginas de El imperialismo de Hannah Arendt para
percatarse de la necesidad de historicizar los conceptos para lograr una aproximación no ideológica y
no valorativa de los problemas. Arendt, en efecto, distingue de manera esclarecedora los antiguos
imperios del moderno imperialismo, interpretando a éste como uno de los síntomas de la crisis del
Estado-nación. No menciona una sola vez, por lo demás, el caso de los imperios español, portugués o
francés de los siglos XVI a XVIII. Al subrayar « la contradicción interna entre el cuerpo política de la
nación y la conquista considerada como un medio político » (p. 376), deja muy claro el hecho de que el
imperialismo moderno, el de los siglos XIX y XX, no desembocó en la construcción de verdaderos
imperios políticos, sino en « la expansión en calidad de meta política permanente y suprema », o sea «
un concepto enteramente nuevo en los anales del pensamiento y de la acción política ». Nuevo en el
sentido de que se trataba, en realidad, no de una meta política sino de motivos y objetivos
enteramente ubicados en la esfera económica y mercantil. 16 No solamente el « cuerpo político de la
nación », en cuanto produce un derecho cuya aplicación está por definición estrictamente acantonada
dentro de las fronteras del territorio nacional, se revela incapaz de fundar imperios, 17 sino también
conduce a los colonizados a la toma de consciencia de su identidad nacional con su séquito de guerras
de liberación. Los únicos procesos de conquista y colonización que, llevados a cabo por Estados-
naciones en el siglo XIX, no dieron lugar a la fundación de imperios mercantiles sino a la integración
jurídica, dentro del Estado, de territorios y poblaciones, fueron los que emprendieron los gobiernos
argentino y chileno, casi simultáneamente, en contra de los « indios bravos » que vivían más allá de
las fronteras heredadas del imperio español. Contemporánea de estos acontecimientos, la « conquista
del oeste » por parte de los colonos norteamericanos siguió pautas distintas, al dejar al margen de la
ciudadanía estadunidense, no sólo socio-económica sino jurídicamente, a los pobladores indígenas. O
sea que fue un proceso equiparable al de la « conquista del mundo » por parte de la Europa
industrializada – al menos que queramos adherir a las doctrinas de las « fronteras naturales » o del «
destino manifiesto ».
17Antes de las revoluciones de finales del siglo XVIII y principios del XIX, fue el derecho natural y de
gentes el encargado de dictar lo justo en cuanto al ordenamiento político y jurídico de las comunidades
humanas, fueran éstas sui generis o el resultado de conquistas y colonizaciones. Fue el derecho natural
(que no los « derechos del hombre ») el que dictó a los teólogos españoles de la época de la conquista
la denuncia de los exterminios y violencias acometidos por los conquistadores, así como la idea,
retomada por la Corona, de legiferar en torno al tipo de relaciones que era deseable se establecieran
entre los vencidos y los conquistadores. En suma, fue el derecho natural el que proporcionó el
ordenamiento jurídico, político y moral que transformó la conquista y los establecimientos españoles de
ultramar, fundados en lo económico sobre el trabajo indígena y en lo religioso sobre la destrucción de
las religiones autóctonas y la evangelización, en una estructura política imperial integradora de
territorios y pueblos muy diversos entre sí : en una Monarquía.
***
18Después de la « destrucción de las Indias » e incluso en el momento mismo en que se producía, un
proceso de refundación y reconstrucción de comunidades humanas con carácter político fue llevado a
cabo por una multitud de actores : el monarca y los agentes de su soberanía en la península y en las
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Indias (no « la Corona »), los frailes y prelados de las órdenes religiosas (no « la Iglesia »), los
conquistadores (por lo menos algunos de ellos) y los sucesivos pobladores y, last but not least, las
autoridades indígenas y el conjunto de los indios vencidos. Sea cual sea el nombre que le demos al
proceso y a sus resultados, lo cierto es que el conjunto abarca una larga duración – tres siglos.
19Es difícil admitir, para cualquier historiador, que una misma palabra, en este caso « colonial »,
pueda designar realidades absolutamente idénticas a lo largo de tres siglos ; más aun si pensamos en
la diversidad de « realidades » que supone la existencia de un conjunto territorial y humano del
tamaño de la América española. En los últimos años algunos historiadores, entre los cuales me incluyo,
hemos adoptado la costumbre de evocar ciertas realidades socio-culturales y políticas
hispanoamericanas bajo el término de « antiguo régimen ». Jacques Poloni-Simard analiza los
mecanismos de una « colonización de antiguo régimen » 18 mientras Pedro Pérez Herrero compila, sin
escoger entre ellos, los distintos términos de la disputa al hablarnos de « las sociedades de Antiguo
Régimen coloniales indianas ».19 Por lo menos para un historiador de tradición europea, desde el punto
de vista historiográfico la fórmula « de antiguo régimen » es más precisa, y por lo tanto más
satisfactoria que el calificativo « colonial ». No obstante, su uso indiscriminado plantea el mismo tipo
de problema : ¿el « antiguo régimen », sea en Europa o en América, es idéntico a sí mismo entre el
siglo XVI y principios del siglo XIX ? ¿El Antiguo Régimen es una esencia o, como cualquier otro dato
histórico, el resultado altamente variado de una producción humana ?
20Ahora bien, tal vez una conceptualización que incluya declarativamente las dimensiones temporal y
espacial permita salir de la disyuntiva, antaño planteada por Ricardo Levene, entre « colonias » (la
visión nacional-decimonónica que heredamos) y « reinos » (la visión neo-imperial no desprovista
de arriere-penséespolíticas e ideológicas en el caso de Levene). 20 En efecto, es fácil afirmar que « las
Indias no eran colonias » al adoptar un punto de vista estrictamente jurídico. De hecho, la
incorporación de los territorios recién descubiertos y conquistados dentro del patrimonio de la Corona
de Castilla los convirtió legalmente en « reinos ». El suceso fue, obviamente, de gran transcendencia
en el sentido que permitió transformar el otorgamiento de soberanía concedido por la bula de 1793 en
la construcción de una monarquía universal o Imperio. Los « reinos », en calidad de tales, suponían al
mismo tiempo la integración, bajo la forma corporativa heredada de la Edad Media, del conjunto de la
población – indígena y española – dentro de unos estamentos claramente definidos por sus respectivos
derechos. 21
21Sin embargo, el problema no puede limitarse a la afirmación de un ordenamiento jurídico y a la
toma consideración de las formas políticas del dominio. El análisis tiene que extenderse a la cuestión
de la dimensión social, o más bien sociológica, de tales « reinos ». Si los historiadores europeistas, y
después de ellos los latinoamericanistas, se plantean desde hace tiempo el problema del nation-
building y de la integración social y política de las ciudadanías durante el siglo XIX, ¿porqué los
latinoamericanistas no se afrentarían a la cuestión de la « imperialización » de las poblaciones hispano-
americanas a partir del siglo XVI ? La pregunta : ¿cuántos siglos son necesarios para que una sociedad
« colonial » deje de serlo y se vuelva, sencilla y llanamente, una sociedad ?, plantea una hipótesis
plenamente histórica e historiográfica que no podemos pasar por alto al encararnos con una duración
de tres siglos.
22Hasta cierto punto, la respuesta depende del esclarecimiento de algunos conceptos que,
trasplantados de la sociología a la historia, nos llevan a darles ciertas interpretaciones a una serie de
fenómenos que, considerados desde el punto de vista histórico del cambio y de las mutaciones ligadas
al pasar del tiempo, cobrarían otra significación. Tales son los conceptos de « reproducción », «
integración », o « control social » – para citar algunos pertenecientes a la lingua
franca latinoamericanista e historiográfica en general – cuya importación se sustituye a veces a la
reflexión sobre los carácteres propios del objeto estudiado. Al analizar la « reproducción del sistema
colonial » mediante « la adaptación rápida y exitosa de los elementos de la hispanidad », en este caso
la integración de la población indígena dentro del sistema español de la administración de justicia, J.
Poloni-Simard deja claro, de manera sumamente convincente y matizada, que « la Justicia » fue « un
espacio de participación » capaz de « integrar » a los indígenas dentro del orden colonial. Con ello,
según el autor la Justicia formó parte de la « fuerza del marco colonial » y permitió su « renovación
». 22 Entonces, ¿« reproducción » o « renovación » ? ¿Porqué no suponer que la renovación no fue la «
reproducción del sistema colonial », sino la creación de un nuevo orden de cosas ? Se puede ir más
allá, añadiendo a la Justicia (un elemento, por supuesto, fundamental) aspectos de la vida social «
colonial » que han sido estudiados de cerca en los últimos años – la vida religiosa llevada a cabo
dentro de las asociaciones caractérísticas de la época (cofradías, doctrinas), o las ceremonias públicas,
religiosas y dinásticas. Este conjunto de prácticas sociales, tantas veces calificadas en términos de
instrumentos de « control » y de reconducción de la « dominación », pueden ser interpretados también
en calidad de medios de socialización, aprendizaje, formación de hábitos e inculcación de valores y
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saberes que no sólo « integraban » a los indios, sino que eran productores de autonomía individual y
colectiva. Los indios mismos, al igual que los otros grupos por lo demás, los « integraban » y los
volvían suyos. La « colonización de lo imaginario » no paró en el aprendizaje y la interiorización, más o
menos impuestos por los vencedores y « mestizados » por los vencidos, de las categorías espacio-
temporales, estéticas, linguísticas, religiosas de los colonizadores, sino que indujo la apropiación de
saberes políticos y jurídicos que se fueron difundiendo, a medida que pasaba el tiempo y las
generaciones, a capas cada vez más extendidas de la población, la indígena en primer lugar pero no
solamente ella.23 En otras palabras, la « aculturación » (Nathan Wachtel) o la « colonización de lo
imaginario » (Serge Gruzinski), conceptos forjados para introducir la historia y el cambio en la
antropología contra la idea de las identidades « puras » « inmutables », remiten a procesos que, si
bien nunca acaban, conocen sin embargo etapas y turning points más o menos decisivos. Es necesario
reconocer, por lo tanto, que las identidades individuales y colectivas pueden terminar por cambiar
radicalmente, o que por lo menos las nuevas identidades se suman a las antiguas – al menos que
estemos dispuestos a aceptar el dictámen de los fundamentalismos identitarios y « reencontrar » las «
culturas originarias ». La aceptación del nuevo orden de cosas – asumida por los sujetos individuales y
colectivos mediante una amplia gama de actitudes, desde el no-rechazo y la no-rebelión hasta
el disentimiento explícito y la rebelión argumentada en términos inteligibles por el conjunto de una
sociedad 24– significa, al fin y al cabo, no la prolongación de una dominación no negociada sino la
producción de una dominación legitimada aunque en su orígen haya sido radicalmente ilegítima. Por lo
tanto, es necesario reconocer que no sólo los indios, sino todos los grupos que integraban la
abigarrada sociedad indiana de finales de la época española, se reconocían como partes integrantes del
órden jurídico, político y cultural que tenía tres siglos de cambiante existencia en vísperas de la
independencia, y que se identificaban plenamente con él. Es lícito conceptualizar tal órden, para el
siglo XVIII como mínimo, como un « Antiguo Régimen » en la medida en que el conjunto de las
instituciones monárquicas, corporativas y estamentales dentro de las cuales se desempeñaba el
quehacer social, presenta efectivamente rasgos muy similares a los de las sociedades europeas
contemporáneas, aun incluyendo el factor específicamente indiano de la diversidad étnica. No puede
ocurrir sólo « reproducción » a lo largo de tres siglos, sino que acontecen incesantemente creaciones,
inovaciones, hibridaciones, mutaciones. La « integración » es de doble sentido, objetiva y subjetiva. El
« control social » (las más de las veces « de la Iglesia » en el idioma latinoamericanista) puede
interpretarse más a menudo como la participación consciente, motivada y racional de los actores a las
asociaciones y a las prácticas individuales y colectivas. ¿Queremos tomar en cuenta lo que los actores
sociales, sean indígenas o no, nos cuentan, mediante un sin números de documentos de archivo, de su
propia vida y de sus propios valores, o nos conviene más considerarlos en calidad de sujetos-objetos
eternamente sometidos a los « grupos dominantes » y ajenos a sí mismos ? La « reproducción », al fin
y al cabo, reconduce la estructura de la « Théorie du Grand Partage » entre « ellos » y « nosotros ». 25
23Ahora bien, el tiempo tiene que ser articulado con el espacio. Los territorios hispano-americanos,
bajo la dominación española, no constituían de ninguna manera espacios homogéneos desde el punto
de vista político, jurídico, poblacional, económico, militar y religioso. Existían « centros » y « periferías
» y, además, el proceso de colonización no paró en el siglo XVI. No todas las poblaciones indígenas –
incluso dentro del ecumene hispánico – fueron sometidas de manera simultánea y bajo modalidades
idénticas. Tampoco todas ellas fueron incluidas de manera igualmente intensa y voluntarista dentro del
orden jurídico-cristiano-político de la monarquía española. No solamente existían fronteras de
colonización y de guerra con los indios bravos, sino también abundaban los islotes y arcipiélagos
desprovistos de las señales de la « policía » y de la « civilización » dentro de los « reinos ». Así que
seguían formándose – y el fenómeno, obviamente, continuó más allá de la Independencia, veáse entre
otros ejemplos el de las guerras yaquis en el México porfiriano – « sociedades coloniales » mientras los
demás espacios poblados desde antes ya se habían transformado en « sociedades de antiguo régimen
». 26
24Para concluir con este punto, y con las salvedades expresadas en el anterior párrafo, si creemos que
cualquier proceso social y político es una construcción dinámica y continua, llevada a cabo por actores
individuales y colectivos concretos que cambian a medida que se suceden las generaciones y las
experiencias, no hay ninguna razón para suponer que el « sistema colonial » tal como fue iniciado en el
siglo XVI, se reprodujo idéntico a sí mismo durante trescientos años. Más bien se podría afirmar que,
mientras en 1570 los establecimientos indianos eran más colonias que reinos, en 1770 y adelante eran
más reinos que colonias.
***
25Esto, y con ello llego al último apartado de este ensayo, nos remite al problema de la naturaleza de
la independencia y de sus consecuencias, así como a la cuestión de la relación causal que sea posible
establecer entre la dominación española en América y el devenir social y político de las nuevas
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naciones. En efecto, se puede hablar en términos de continuidad y de causalidad sólo si se pasa por
alto una serie de datos que, al contrario, hablan a favor de una ruptura, si no radical, por lo menos
decisiva, entre las postrimerías del período español y los principios de la era independiente. Entre 1808
y 1825, en efecto, no ocurre nada menos que una revolución política y una guerra civil casi
ininterrumpida de diez a quince años de duración según las regiones. La tesis de antaño según la cual
las guerras de independencia habrían producido nada más una revolución de los poderes a nivel
regional, prescindiendo casi por completo de una revolución social es, hoy en día, rebasada y
abandonada. Por lo tanto, es necesario reconsiderar también la relación que se establecía, en tiempos
de la preponderancia de la historia socio-económica y de la teoría de la dependencia, entre por una
parte el « imperialismo » europeo-norteamericano (un continuum entre el siglo XV y el XX) y el «
colonialismo interno » o, en términos más generales, las abrumadoras desigualdades económicas y la
marginalización socio-cultural que caracterizaron a unas sociedades americanas por otra parte
encaminadas hacia la Modernización y el Desarrollo.
26No se pueden pasar por alto los datos siguientes : 1°, el alto grado de integración logrado por las
sociedades indianas a principios del siglo XIX ; 2°, el hecho de que la crisis del imperio – a diferencia
de lo que sucedió en las Trece Colonias – no ocurrió en América sino en la península ; no fue originada
por las reivindicaciones independentistas de los americanos sino por la invasión napoleónica ; 27 y la
revolución política, originada en la vacatio regis peninsular, precedió a la independencia ; 3°, las
llamadas « guerras de independencia » fueron guerras civiles que no fueron « clasistas » ni « étnicas »
sino que involucraron en ambos bandos, realista e insurgente, a todos los grupos sociales y étnicos ; y
4°, la revolución política (entre otras cosas, nada menos que el derrumbe del absolutismo monárquico,
la formación de poderes cuya legitimidad descansaba en el principio de la soberanía del pueblo o de los
pueblos, la constitución de Cádiz, el nacimiento de la ciudadanía, la cual incluyó de entrada a los indios
y mestizos), añadida al estado de guerra civil omnipresente, implicó la destrucción (más o menos
acabada según las regiones) y la recomposición de las jerarquías sociales y de los poderes a nivel local
y regional, con numerosos fenómenos de mobilidad social y política que abarcaron a todos los grupos
sin excepción.
27Con ello, Hispanoamérica en 1825 era muy distinta de lo que fue en 1808. Pero hay más. A pesar de
que las élites criollas, debido a su nivel cultural y a su papel dentro de la economía indiana, se
creyeron acreedoras al derecho de gobernar los nuevos Estados, hoy abundan los estudios que
muestran hasta qué punto su pretensión se reveló ilusoria o, por lo menos, muy difícil de
concretizar.28 Apenas lograda la independencia, en todas las regiones las cúpulas socio-políticas de los
nuevos Estados vieron su poder desafiado y sus proyectos « nacionales » rechazados por los pueblos, o
sea :las ciudades capitales de provincia y los pueblos campesinos, todos los cuales, después de
ampliar, al favor de la revolución y de la guerra, sus antiguos espacios de autonomía, no estuvieron
dispuestos a entregarlos en provecho de gobiernos centralizados desprovistos de recursos y de
legitimidad acertada. Con ello y la fragmentación de la soberanía, se vió trabada la reconducción de la
obediencia hacia los nuevos gobernantes y, sobre todo, de los antiguos procesos de requisición del
trabajo que habían sido vinculados con una parte del sistema de contribuciones. 29 Los criollos, por lo
tanto, tuvieron que re-negociar todos los términos de su antigua superioridad social, antes garantizada
por el orden monárquíco, conquistar su preeminencia política y luchar por imponer y afianzar sus
proyectos de modernización socio-cultural y económica. Si la llamada « dominación colonial » fue, y de
hecho es lo que fue, la preponderancia social de los colonos criollos sobre las poblaciones indígenas,
mestizas, negras, etc…, ésta no fue reconducida sino parcialmente durante las primeras décadas de
vida independiente y mediante la negociación de nuevos « pactos » que se caracterizaron por su
extrema labilidad.
28El problema de la construcción de comunidades políticas viables, dentro de las cuales se pudiera
implementar un nuevo orden jurídico, legal y constitucional, nació de la desintegración del imperio
espanol30 mediante una revolucion y unas largas guerras más que de la dominación española
propiamente dicha. A falta de un poder político efectivo, de una legitimidad convincente y de capitales
cuantiosos – capitales que se evaporaron a lo largo de las guerras europeas (igual que en España) y
americanas entre 1792 y 1825 –, los criollos acogieron muy pronto a los inversionistas y comerciantes
europeos y norteamericanos como a potenciales aliados, no sólo para lograr la anhelada «
modernización » de sus países mediante el libre cambio, sino también y sobre todo para afianzar sus
gobiernos (mediante los préstamos externos que aseguraban la finalización del prepuesto estatal) y
reconstruir las jerarquías internas en provecho suyo. Que la mayor debilidad fiscal, militar y política de
los territorios hispanoamericanos (y más generalmente hablando, iberoamericanos) haya coincidido
temporalmente con el auge de la industrialización europea y con los inicios del imperialismo
inversionista (la « utilidad » económica sin las responsabilidades políticas) no puede ser de ninguna
manera atribuido a la « dominación » o a la « herencia » española, o al « sistema colonial ». Tampoco
el hecho de que la entrada de América latina, a finales del siglo XIX, en el sistema económico
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internacional como productora de materias primas según la doctrina de « las ventajas comparativas »,
haya coincidido con la difusión internacional del darwinismo social, el que permitió a las cúpulas socio-
políticas latinoamericanas etnicizar los problemas planteados por la modernización económica y atribuir
a amplios sectores de sus propias sociedades, mediante categorías de pensamiento naturalistas y una
sociología racista, la responsabilidad de la supuesta errática marcha del Progreso en América latina.
29Lo que sí puede atribuirse a la « dominación española » en calidad de tal – o sea a la existencia de
una monarquía centralizada en torno a las regalías del Soberano referentes al manejo de la paz, de la
guerra y de los tratados internacionales – fue la casi-inexistencia, al nacer las nuevas naciones, de
unas élites preparadas para asumir la responsabilidad de la negociación en el terreno internacional y
de la apreciación crítica de las realidades geopolíticas de su época. 31 Asimismo, a la ausencia de
guerras en América durante el período español, seguida por la fragmentación extrema del poder militar
ocurrida durante las guerras civiles, se puede atribuir la gran dificultad para construir Estados «
modernos » basados en la « disciplina social » y la consecución de recursos tributarios al mismo
tiempo estables y mediatizados por la legitimidad representativa.32 En suma, las « ciencias del Estado »
que se venían desarrollando en Europa desde el siglo XVII obviamente no conocieron en América un
desarrollo semejante, por razones estructurales – la existencia de la estructura imperial – y
coyunturales – la ausencia de las potencias europeas en el proceso de consecución de la independencia
hispano-americana.. Veánse las convulsiones que vivieron el ex-imperio húngaro-austríaco en el
entre-guerras, o la ex-Yugoslavia después de 1989, para percatarse de lo que quiere decir construir un
Estado, a partir de un imperio, desde el punto de vista geopolítico y militar.
30Puede ser que haya algo de « colonial » en la bi-secular esquizofrenia de las clases dirigentes
latinoamericanas, divididas entre el amor y el odio, la compasión y el desprecio hacia las sociedades de
que forman parte, o en la tentación recurrente de granjearse las utilidades económicas sin asumir la
responsabilidad política de la integración de los pueblos. Pero si de eso se trata, hay que esforzarse, y
no solamente con el quehacer historiográfico, por explicar lo que quiere decir, realmente, « colonial ».
En cuanto a las perspectivas desarrolladas en estas páginas, el objetivo no fue sustituir los colonos
criollos o las clases dirigentes latino-americanas a « la colonia » en el papel de fuente del Mal, sino
intentar identificar algunos de los hoyos negros y de los puntos ciegos que a menudo oscurecen las
problemáticas de nuestra historiografía.

Notas
1
Trataré sobre todo de Hispanoamérica, sin que ello impida comparaciones con otras regiones de colonización europea.
2
¿Acaso tales fenómenos sociales, estudiados para los siglos XIX o XX, se califican de « nacionales » o « independientes » ? En
cuanto a la calificación de « postcoloniales », tampoco puede satisfacer las exigencias de análisis y comprehensión.
3
Estas líneas se basan en François-Xavier Guerra, « The implosion of the Spanish Empire : Emerging statehood and Collective
Identities », in Luis Roninger y Tamar Herzog,The Collective and the Public in Latin America. Cultural identities and Political
Order, Sussex Academic Press, 2000, pp. 71-94.
4
Cabe observar que, en el caso de México, la corriente indigenista – en el caso de Manuel Gamio por ejemplo – fue proclive a
reconocer que la legislación indiana (« colonial ») había sido a fin de cuentas más favorable a los indígenas que la
supuestamente igualitaria de los liberales decimonónicos. Tal valoración iba a la par con la elaboración del nacionalismo
posrevolucionario, que tendió a integrar dentro de la historia y de la identidad « nacional » los aportes de las sucesivas épocas
desde antes de la Conquista, cf. A. Lempérière, « D'un centenaire de l'Indépendance à l'autre (1910-1921). L'invention de la
mémoire culturelle du Mexique contemporain », in F.-X. Guerra (éd.), Mémoires en devenir. Amérique latine XVIe-XXe
siècles, Bordeaux, Maison des Pays Ibériques, pp. 269-292. 5 Francois-Xavier Guerra, « L’Amérique latine face à la Révolution
française », en L’Amérique latine face à la Révolution française, Caravelle, n° 54, 1990, pp. 7-20.
6 Algelia es uno de los pocos casos decimonónicos que se asemeja de cerca a la colonización española renacentista : conquista
militar ; coexistencia desigual entre los vencidos y un gran número de pobladores oriundos de la metrópoli, así como la tentativa
– frustrada en tiempos de Napoléon III – de crear un orden jurídico protector de los « indígenas ». Obvian las diferencias, entre
las cuales sobresalen primero la sobrevivencia vigorosa de la religión musulmana, segundo la no-coincidencia entre el sistema
político propio de los colonizadores (estado-nación, ciudadanía política) y la condición política (o más
bien la condición desprovista de derechos políticos) de los colonizados.
7
Tal es la posición de Carmen Bernand : « La première forme moderne de l’impérialisme occidental fut
l’œuvre de l’Espagne et du Portugal », « Impérialismes ibériques », in Marc Ferro, Le livre noir du
colonialisme. XVIe-XXIe siècle : de l’extermination à la repentance, Paris, Robert Laffont, 2003, pp. 137
179 (p. 137).
8
En el campo historiográfico, una muestra en Stanley J. Stein and Barbara Stein, The colonial heritage of
Latin America : Essays on Economic Dependance in Perspective, Oxford, Oxford University Press, 1970.
9
Marc Ferro, op. cit. El título se inspira directamente en Le livre noir du communisme. Crimes, terreur,
répression (Robert Laffont, 1997) y es probable que provoque el mismo tipo de polémicas.
10
Una ilustración de esta mutación en el testimonio de Rigoberta Menchú, cf. Annick Lempérière, « Moi,
Rigoberta Menchú, témoignage d'une indienne internationale », Le parti pris du document, revue
Communications, n° 71, pp. 395-434.
11
Philippe Castejon, Le statut de l’Amérique hispanique à la fin du 18e siècle : les Indes occidentales sont-elles des colonies ? ,
Mémoire de maîtrise de l’université Paris-I, 1993. « colonia » se decía también de las « naciones » extranjeras establecidas en el
territorio peninsular, por ejemplo la « colonia » de los comerciantes franceses de Cádiz.

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12
Ibid.
13
Informe de Campomanes, 1768, cit. en Ibid, p. 54.
14
Carlos Rodríguez Braun, La cuestión colonial y la economía clásica, Madrid, Alianza Editorial, 1989,
p. 19.
15
Ibid., p. 14.
16
Hannah Arendt, « El imperialismo », in Les origines du totalitarisme. Eichmann à Jerusalem, Edition établie sous la direction de
Pierre Bouretz, Paris, Gallimard, coll. Quarto, 2002, p. 376. 17 H. Arendt : « A diferencia de las auténticas estructuras imperiales,
donde las instituciones de la metrópoli están diversamente integradas en el Imperio, el imperialismo se caracteriza por el hecho
de que las instituciones nacionales siguen siendo distintas de la administración colonial, aunque tengan el poder de ejercer un
control sobre esta última. », ibid, p. 379.
18
Jacques Poloni-Simard, « L’Amérique espagnole : une colonisation d’Ancien Régime », in Marc Ferro,
Op. cit., pp. 180-207.
19
Pablo Pérez Herrero, La América colonial (1492-1763). Política y sociedad, Madrid, Editorial Síntesis,
2002.
20
Ricardo Levene, Las Indias no eran colonias, Madrid, Espasa-Calpe, 3a ed., 1973 [1a ed., 1951].
21
El otorgamiento de una identidad política – la de « reinos » – a los territorios ultramarinos se revela
también decisivo, desde el punto de vista historiográfico, a la hora de entender la naturaleza de las
reformas borbónicas en América. Consideradas durante mucho tiempo no sólo como un esfuerzo para
afianzar el carácter absolutista del poder monárquico (lo que no deja lugar a dudas), siguen siendo también interpretadas como
el principio de la ruptura del « pacto colonial » en los campos fiscales, militares, administrativos, etc… Se olvida solamente una
cosa : todas las reformas que fueron llevadas a cabo en América – por ejemplo las intendencias, o bien las reformas religiosas –
fueron también adoptadas en la península, antes, mientras o después de América según los casos. Lo mismo puede decirse
del turning point del despotismo ministerial – desde la consolidación de vales reales hasta la rarefacción de los pocos espacios de
libertad asociativa y de prensa concedidos en la época de Carlos III – que se dieron igualmente en América y en la península y
por la misma razón, el miedo al contagio revolucionario. 22Poloni-Simard, art. cit. En este caso y entre otras cosas, la «
renovación » consiste en el tránsito de los cacicazgos a la consolidación de comunidades campesinas autónomas, lo que
efectivamente consituye un hecho de gran transcendencia en el campo de la historia no solamente social, sino también política a
la hora de la revolución liberal, como veremos más adelante.
23
Cfr. por ejemplo la difusión de la ideal de « bien común » entre las comunidades andinas a finales del siglo XVIII, S. Elisabeth
Penry, « The Rey Común : Indigenous Political Discourse in Eighteenth-Century Alto Perú », in Roninger and Herzog, op.cit., pp.
219-237. 24 Lo que fue el caso de la mayoría de las rebeliones populares que ocurrieron en la época colonial hispano-
americana. 25 Jack Goody, La raison graphique. La domestication de la pensée sauvage,Paris, Les Eidtions de Minuit, 1979.
26
Agradezco a Anath Ariel de Vidas sus muy sugestivos comentarios al respecto, basados en su íntimlo conocimiento de la
situación de los indios tenek en el pasado y en la actualidad, cfr. su libro Le tonnerre n'habite plus ici. Culture de la marginalité
chez les Indiens teenek (Mexique), préface de Nathan Wachtel. Paris, EHESS, 2002, 476 p. 27 Francois-Xavier Guerra,Modernidad
e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, 1a ed., Madrid, MAPFRE, 1992.
28
Antonio Annino y François-Xavier Guerra (coord .)Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México, Fondo de Cultura
Económica, 2003 ; Federica Morelli, Territorio o nazione. Riforma e dissoluzione dello spazio imperiale in Ecuador, 1765-1830,
Soveria Manelli, Rubbettino Editore, 2001, 466 p.
29
El auge y « apogeo » de la esclavitud en el Brasil independiente, comparable al que conoció Estados Unidos o Cuba, contrasta
con su sobrevivencia casi vergonzosa – aunque en varios casos prolongada hasta mediados del siglo XIX – en
Hispanoamérica. 30 Annino y Guerra, op. cit.
31
A diferencia de las regiones hispanoamericanas, las Trece Colonias recibieron la ayuda de las potencias rivales de Inglaterra y
los padres fundadores tuvieron que volverse diplomáticos al mismo tiempo que hombres de Estado ; la guerra concluyó con un
Tratado internacional, lo que nunca consiguieron los insurgentes hispano-americanos. Además, los Estados Unidos tuvieron que
tomar en cuenta la existencia a su alrededor de fronteras realmente internacionales (con Francia, España, Inglaterra y naciones
indias) mientras los nuevos estados hispanoamericanos compitieron o convivieron con ex-partes del mismo conjunto imperial,
teniendo por lo demás que forjar un derecho internacional específico a partir del derecho común a todos, o sea la legislación
española e indiana. 32 Cf., al respecto, la comparación sumamente esclarecedora entre Europa y América latina, desde la
perspectiva de Charles Tilly sobre la formación del Estado, conducida por Fernando López-Alves, « The Transatlantic bridge :
mirrors, Charles Tilly, and State Formation in the River Plate », in The Other Mirror. Gran Theory through the lens of Latin
America, Miguel Angel Centeno and Fernando López-Alves eds, Princeton and Oxford, Princeton University Press, 2001, pp. 153-
176.

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Carmen Bernand

De colonialismos e imperios: respuesta a Annick Lempérière


1La controversia suscitada por la presentación oral de Annick Lempérière giró en torno al significado
(anacrónico según ella) de las nociones de colonialismo e imperialismo empleadas por numerosos
historiadores entre los cuales la que suscribe se cuenta. Para Annick Lempérière el uso de esos
términos conlleva una interpretación ideológica y reductora de los tres siglos de dominio español en
América. Uno de los argumentos esgrimidos es que ambos vocablos son relativamente recientes y han
sido forjados a lo largo del siglo XIX para dar cuenta de fenómenos específicos que poco tienen que ver
con la experiencia americana. Calificar de « coloniales » hechos complejos impide o impediría analizar
con sutileza esas sociedades de « antiguo régimen » como las llama, siguiendo a Jacques Poloni-
Simard. Los indios, recuerda Annick Lempérière con razón, eran « vasallos » de la Corona.
Este planteo incita a cuestionar toda reflexión basada en la utilización de modelos interpretativos
construídos fuera de los contextos de orígen. Si bien comparto con Annick Lempérière el mismo recelo
ante toda forma de descontextualización, creo también (y lo uno no niega lo otro) que los modelos y
los conceptos nos ayudan a entender los hechos, y que mas allá de la singularidad y de la
contingencia, aquellos nos ayudan a trazar tendencias, orientaciones, configuraciones formas o
estructuras comparables. Hace pocos meses la revista Annales publicó un interesante artículo de Bin
Wong en el cual el autor examinaba la pertinencia del análisis braudeliano de « región » para el estudio
de Asia. El Mediterráneo, en la perspectiva de Braudel, constituye un modelo exportable a la manera
que los tipos ideales de Max Weber lo son, es decir a condición de no reducir los hechos al modelo
teórico sino utilizar esta construcción (basada en hechos empíricos por supuesto) para distinguir las
variaciones posibles.
2Estas líneas no pretenden presentar un análisis weberiano del colonialismo. Se trata de comentar
brevemente el ensayo de Annick Lempérière a partir principalemente de referencias al siglo XVI, es
decir, a una época en que « colonial » no tenía ninguna carga « peyorativa ». Tampoco la esclavitud
fue considerada como una institución deplorable por la mayoría de la gente (aunque algunos se alzaron
para denunciarla). Eso no significa que no podamos tratar ese fenómeno ni interrogarnos sobre el
sentido que tenía la palabra « libertad » para los esclavos, sentido muy próximo al de hoy. Relativizar
la « libertad », estudiar en qué contextos se expresa y con qué sentido no excluye tomar en cuenta el
significado fuerte (y presente en todos los documentaos sobre esclavos) que es el de autonomía de
movimientos y de disposición de su propio cuerpo.
3Algunos ejemplos bastarán en el marco de este diálogo electrónico. Empecemos con las nociones de «
imperialismo » y de « colonialismo ». El que estas palabras no aparecieran en los escritos de la época
no significa que los hechos designados por ellas no existieran. Se entiende por imperialismo (y
seguimos aqui la definición minimalista que nos brinda el diccionario Quillet-Flammarion), la « politique
par laquelle un grand Etat cherche à étendre sa domination ». Se puede ciertamente discutir si la
España de fines del XV era « un gran estado » o una monarquía incipiente. El hecho es que ya a
comienzos del XVI , en 1509 precisamente (y antes de la elección de Carlos a la dignidad de
Emperador de los Romanos), Antonio Nebrija escribe lo siguiente:
« ¿quien hay que no vea que aunque el título del imperio esté en Alemania, el imperio en si está en
poder de los reyes de España, que dueños de una gran parte de Italia y de las islas del Mediterráneo,
se disponen ya a llevar la guerra a Africa y, siguiendo al despachar sus flotas el movimiento del cielo,
tocan ya las islas colindantes con los pueblos de las Indias ? Y sin contentarse con eso y tras haber
explorado la mayor parte del mundo, poco falta para que el extremo occidental de España y Africa se
una con el cabo oriental del globo terráqueo ».
4Esta progresión imperial (porque no hay otra palabra para describirla) implica la expansión de un
idioma, el castellano, lengua y vehículo del poder, mientras que el latin adulterado del Santo Imperio
Romano Germánico refleja, según Nebrija, su decadencia. El castellano inaugura una era nueva para
España, tema que varios decenios mas tarde retoma López de Gómara en su proemio de su Historia.
Para Pero Mexía, cronista oficial de Carlos Quinto, la « Cesárea Majestad » entronca con Trajano y
Adriano, « españoles ». Conocemos la importancia de la divisa del Emperador, « Plus Ultra ». La figura
del Emperador Carlos, la expansión de su imperio (« Tomaste por letra Plus Ultra, dando a entender el
señorío del nuevo mundo » (proemio de López de Gómara), la idea importante de la translatio imperii
(une nueva manera de interpretar las profecías de Daniel) asi como la translatio ecclesiae , son
concepciones « imperialistas » en el sentido neutro que le da el diccionario citado, sin que sea
necesario recurrir a la prosa actual ligada a una nueva forma de « imperialismo » y de un nuevo «
orden mundial ».

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5La vocación imperial precede a la elección del Emperador Carlos V. Recordemos que el tratado de
Tordesillas de 1494 divide el mundo (totus orbis) entre España y Portugal. Se trata de una forma de
imperialismo « avant la lettre » justificado por la evangelización, conclusión en cierto modo lógica de la
serie de bulas papales que durante el siglo XV habían legitimado las empresas de los portugueses en
Africa. El descubrimiento del paso hacia el Pacífico por Magallanes y la circumnavegación (inesperada)
de Sebastián Elcano permiten simbólicamente al Emperador la edificación de las columnas de Hércules
« a la entrada de otro estrecho para que pudiesen mostrar claramente que […] el mundo no tenía ni
límites ni confines .
Nadie pone en duda que los vocablos colonial y colonialismo son de uso moderno. Sin embargo la
“situación colonial” tal como la ha descrito Georges Balandier en 1955 es un tipo ideal cuyas variantes
pueden ser analizadas en distintas épocas, fuera del hecho que después de la independencia se viera el
período colonial como “despótico, inquisitorial o oscurantista”. La colonización, en la acepción mas
general, implica imposición de un poder exterior a las poblaciones sometidas; explotación de los
recursos en beneficio principal sino exclusivo del país “colonizador”, ausencia de derechos políticos a
los indígenas, asimilación forzada. Todos estos rasgos son aplicables a la expansión ibérica en el Nuevo
Mundo. Ello no excluye modalidades específicas.
6La expansión imperial suscitó en su época debates y opiniones críticas. Bartolomé de las Casas obró
para que la Corona pusiera un freno a la arbitrariedad de los encomenderos. Que exagerara en el
número de víctimas de la conquista es hoy un hecho admitido, pero no se trata de una batalla de cifras
sino de una posición política en favor de los señoríos naturales y de los derechos de los indios. Pero no
citaré aqui al dominico, sino a otros españoles actores de los hechos.. Demos la palabra al bachiller
Luis Sánchez (1566) :
“Los que los favorescen de veras (a los indios) que es con obras y palabras, son tan raros que en diez
y ocho años que he estado en las Indias no he visto cuatro[…] La causa deste mal (el despoblamiento)
es que todos cuantos pasamos a las Indias, vamos con intención de volver a España muy ricos. Lo cual
es imposible (pues acá no llevamos nada y allá holgamos) sino a costa del sudor y sangre de los
indios”.
7Luis Sánchez reconoce que en Mexico “ha habido siempre un poco de justicia y favor para los indios”,
pero insiste en la diferencia entre las leyes y los actos concretos. Y agrega:
“lo segundo que ha destruído las Indias fue los esclavos […] el repartimiento de los indios, porque no
usan los españoles dellos como vasallos (el subrayado es mío) sino como esclavos y enemigos. En
minas, cargas y servicios personales y en las mas partes no guardan mas tasa y viven tan sin ley,
como si no fuesen cristianos”. La codicia es la madre de todas las culpas y de este defecto no exime ni
“a los jueces eclesiásticos y seglares”, ni a los “clérigos y frailes” ni a los conquistadores y
encomenderos”.
8Annick Lempérière tiene razón al recordar que el estatus legal de los indios es el de vasallos, pero
una cosa son las leyes y otra los actos, ya sea en el siglo XVI como en el XXI. Esto ya lo sospechaba
Francisco de Vitoria, quien en una carta dirigida al padre Miguel de Arcos en 1534 (dos años después
de la conquista del Perú) impugna la conducta de los “peruleros” que actuaron en contra de los
intereses de la Corona maltratando y matando a sus vasallos. Estos hechos según Vitoria no se
justifican de ningún modo, aún cuando algunos pretendan que los indios no son seres humanos,
posición que no es la de Vitoria por cierto:
“En verdad si los indios no son hombres sino monas, non sunt capaces iniuriae. pero si son hombres y
prójimos, et quod ipsi prae se ferunt, vasallos del Emperador, non video quomodo excusar a estos
conquistadores de última impiedad y tiranía, ni sé que tan grande servicio hagan a Su Magestad de
echarle a perder sus vasallos” .
El licenciado Francisco Falcón, en nombre de los naturales del Perú (1567) alza también la voz para
impugnar los títulos del rey Felipe “a estas partes de las Indias”: el primero de guerra y el segundo de
la concesión del papa Alejandro VI. Desde el primer punto de vista
“está claro que la entrada de los españoles en estos reinos fue ilícita y que no hubo derecho para
conquistarlos” […]“Y en cuanto al segundo título de la concesión que el papa Alejandro VI hizo a los
reyes de Castilla, es cosa conocida que por ella no se les concedió poder hacer la guerra sino en los
casos que de derecho se pueda hacer, ni menos se le concedieron los señoríos, ni haciendas de los
naturales destas partes”.
9Falcón sostiene que la predicación nunca pudo implicar que se les quitara “ a los dichos señores el
señorío” y […] ” Es cosa muy desigual y contra razón que los pastos sean comunes entre españoles e
indios, pues los espannoles quieren gozar de los pastos de todas las tierras de los indios y los indios no
han de ir a Castilla a gozar de los pastos”.

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10Este brevísimo muestrario de opiniones indica que ya en el siglo XVI hubo gentes que impugnaron la
explotación de los indios y la ilegitimidad de la instalación de los españoles en detrimento de los
señoríos naturales. Por eso no puedo sostener de ninguna forma la idea expresada por Annick
Lempérière que se trataba, para los españoles de la época (¿quiénes, por cierto?) de “una migración y
una fundación que no implicaba la dominación de un pueblo sobre otro sino la toma de posesión de un
territorio”. Las ficciones jurídicas y religiosas acompañan siempre la imposición de un poder exterior a
las poblaciones sometidas por conquista.
La encomienda, la explotación de las minas por medio de la mita, las mercedes de tierras, el
sometimiento de los caciques, la esclavitud africana e inclusive indígena (a pesar de las Leyes Nuevas),
los obrajes, las plantaciones de cochinilla, etc, etc… son rasgos “coloniales” en el sentido corriente del
término. Ruggiero Romano (por no mencionar a otros autores que han trabajado recientemente en ese
tema) , denunciando por cierto las exageraciones de la leyenda negra, recuerda que los hechos
relativos a la mita de Potosi son significativos de la utilización a muy bajo coste de la mano de obra
indígena, requisito indispensable para fijar el precio de los metales preciosos. La mita de Potosi es un
sistema de trabajo forzado - y Silvio Zavala en su obra magistral sobre el trabajo nos brinda un
panorama muy detallado, no sólo para Mexico sino para el virreinato del Perú y el Río de la Plata. El
sistema se extiende a lo largo de “cientos e inclusive miles de km” . Las visitas eclesiásticas describen
pueblos enteros habitados exclusivamente por viejos, niños y mujeres. Pues muchos mitayos
desaparecían para evitar ese trabajo. Se trata de la explotación del trabajo indígena para el beneficio
de mineros y de la Corona, explotación que el término de “mita” justifica como costumbre inmemorial
de los incas.
11Podríamos dar muchos ejemplos sobre la esclavitud urbana, el trabajo forzado en los obrajes de
Mexico y de los Andes. Cualquier persona interesada en estos temas puede consultar el inmenso
material recogido por Silvio Zavala en los archivos españoles y americanos. Desde luego que toda
forma de opresión supone el desarrollo por parte de los actores de estrategias diversas para escapar a
estas situaciones, con consecuencias de gran importancia: aparición del trabajo asalariado, movilidad
social, mestizajes diversos. Por otra parte la “colonización” como “tipo ideal” no puede confundirse con
la Leyenda negra, incentivada por Alemania en un primer lugar y difundida con gran éxito por
Inglaterra y los estados protestantes. Frank Lestringant ha mostrado la similitud de factura entre los
dibujos de De Bry sobre los horrores perpetrados en la conquista por los españoles y los grabados de
Richard Verstegan denunciando la crueldad de los “heréticos” . Pero como Ruggiero Romano ya lo
formulara hace mas de treinta años, cabe preguntarse porqué esa leyenda negra tuvo tanta fuerza y
se impuso a pesar de las críticas pertinentes hechas por los historiadores. Creo que hay dos fuentes
fundamentales: una de ellas es Holanda por vía de las comunidades marranas de Amsterdam; la otra,
Inglaterra a través de las hazañas de los corsarios y sobre todo de la expedición fracasada de Walter
Raleigh en las Guayanas. Inglaterra desarrolló con habilidad y tesón una campaña anti-española que
tuvo sus repercusiones inclusive en centros muy alejados de la costa atlántica. En Vilcabamba (Perú)
los indios, aterrados ante la llegada de nuevos conquistadores encabezados por Drake, pidieron al cura
que los protegiera. Pero en Tacobamba, Perú, mas de 3000 indios se concentraron en torno a su
cacique Juan Colque, con la intención de rebelarse y de entregarse a los ingleses cuando éstos
desembarcaran en Arica. Otros disturbios estallan a fines del siglo XVI en Potosi. Esta breve exposición
es reveladora de la implementación política de la “leyenda negra” por los ingleses, tema que merecería
un desarrollo mas amplio.
12Que haya habido una “colonización” en el Nuevo Mundo no significa que toda la historiografía deba
centrarse en la explotación de la mano de obra local (aunque ello tampoco puede minimizarse). Hace
ya mas de diez años, con Serge Gruzinski, proponíamos en la revista L’Homme (1992) una serie de
pistas que nos parecían estimulantes para los antropólogos y los historiadores de América latina
deseosos de salir de la polémica “negra” sobre la conquista y el colonialismo. Por eso me extraña que
Annick Lempérière cite mi contribución al libro de Marc Ferro junto con el “panfleto imaginativo” de
Eduardo Galeano: “Las venas abiertas de América latina” y su alusión al fundamentalismo identitario
de los pueblos autóctonos “debidamente adiestrados por los antropólogos posmodernos y otros
“subaltern colonial and cultural studies””. Eduardo Galeano no es historiador sino escritor y lo que aqui
importa es saber porqué miles de lectores se identificaron con un texto que puede parecernos cargado
de tintas y discutible. Pero quizás la respuesta se halle en lo “emocional” y en el hecho que los que
pierden las guerras ganan, la mayoría de las veces, una victoria simbólica…
En cuanto a las reivindicaciones étnicas de los pueblos indígenas (que luchan ante todo por la cuestión
del “derecho colectivo”y que tienen como foro las Naciones Unidas y otros organismos internacionales),
no puede uno tacharlas simplemente de fundamentalistas. Tal actitud es a la vez errónea e inútil para
la comprensión de un fenómeno sociológico que existe y que replantea en términos étnicos el problema
de la “subalternidad”. Cada uno de nosotros puede tener su opinión respecto a tales fenómenos (y
todas las organizaciones indígenas no son equivalentes ni en el mensaje general ni en las modalidades
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 13
de la acción) pero tenemos que reconocer que hoy en día se trata de un hecho insoslayable, y
vinculado con la crisis de la “nación”, como lo demuestran los acontecimientos recientes en Bolivia, en
Guatemala, en Mexico, en el Ecuador, etc…¿Quién puede sostener que las identidades individuales y
colectivas no han cambiado? El “indígena” de los movimientos contemporáneos no quiere retornar al
pasado sino incorporarse con su diferencia a la nación, y recobrar su “dignidad”. Que tal programa
pueda ser manipulado por instituciones diversas es un peligro que toca por igual a todos los
movimientos sociales, ya sean obreristas, feministas, culturales, nacionales o étnicos. Pero la política
es justamente una dinámica y una lucha de intereses, y no un ejercicio escolar.
______________________________________________

Gastón Gordillo

El colonialismo y los límites del relativismo: comentarios sobre “la


cuestión colonial” de Annick Lempériére

1 Annick Lempériére nos advierte atinadamente sobre la reificación de conceptos a menudo utilizados
como modelos pre-armados antes que como categorías históricas. En forma general, su llamado de
atención sobre los riegos de la utilización mecánica del mote “colonial” a los más diversos escenarios y
momentos, sin una adecuada contextualización histórica, me parece acertada. No obstante, Lempériére
oscila entre esta advertencia (del todo entendible) y un cuestionamiento más radical del mismo
concepto de “colonia”, al que por momentos pareciera querer desechar y reemplazar por otro tipo de
armazón conceptual (que no es claramente esbozada). Por ello, por momentos su trabajo gira en torno
a una discusión semántico-terminológica. Lo problemático, a mi entender, es que esta deconstrucción
de “lo colonial” pareciera sugerir que de hecho no hubo algo históricamente sustancial que merezca ser
llamado como tal. La conclusión lógica de este razonamiento, llevado a su extremo, es la negación de
que algo llamado colonialismo haya alguna vez existido. Lempériére no llega a hacer esta afirmación,
pero una lectura “posmoderna radical” de su artículo llevaría en esa dirección. Creo que no es
necesario referirme en detalle a lo riesgoso de tal perspectiva, pues toda discusión de los significados
de “lo colonial”, en sus múltiples manifestaciones, no puede dejar de reconocer que algo
históricamente nuevo y poderoso comenzó a transformar el continente americano con la invasión
ibérica.
2Aclaro que escribo estos comentarios no como historiador (mucho menos historiador colonial) sino
como antropólogo interesado en cuestiones históricas, lo que hace que la discusión detallada de los
diversos tipos de “colonias” existentes en América Latina escape a mi campo de investigación. Pero sí
creo importante discutir la afirmación de Lempériére de que es necesario separar “historia” y
“militancia” y analizar el colonialismo poniendo de lado “cualquier sistema de valor” y “cualquier
valoración de nuestros objetos de estudio”, en aras de crear una perspectiva “no-ideológica” y “no-
valorativa”. Sorprendentemente, en contraste con su crítica al uso ortodoxo de categorías históricas,
Lempérière cae aquí en los presupuestos epistemológicos más ortodoxos de la historiografía positivista,
en su creencia en una historia neutral y libre de valores. Este llamado a la neutralidad es más
problemático por el tipo de categoría en cuestión. Obviamente, no existe concepto libre de cargas
ideológicas. Pero hay pocas categorías que evoquen tanto como el “colonialismo” o lo “colonial”. Podrá
ser cierto (como señala Lempérière) que estos conceptos no despertaban hace siglos las pasiones que
despiertan hoy, pero intentar analizarlos desde la supuesta esterilidad valorativa de un gabinete
académico me parece tanto un autoengaño como un gesto política e intelectualmente conservador. El
hecho de que por mucho tiempo el concepto de colonialismo no fuera cuestionado, antes que expresar
una valoración “neutral”, nos habla justamente de la hegemonía de los discursos ideológicos que lo
naturalizaban. Digo esto porque quienes más defenderían una valoración supuestamente neutral del
colonialismo son sus apologistas. Por dar un ejemplo similar, hoy en día sonaría sospechoso hacer un
llamado a estudiar el concepto de “genocidio” desde una perspectiva “libre de valores”. Todo estudio
sobre la Alemania nazi o sobre Rwanda en 1994 implica necesariamente un posicionamiento ético con
respecto a víctimas, cómplices y victimarios. Algo similar ocurre en todo estudio histórico sobre la
“cuestión colonial”. Negar este posicionamiento es caer en una ceguera epistemológico-política que no
hace más que naturalizar, y en última instancia legitimizar (aunque más no sea involuntariamente), las
relaciones de poder que constituyeron el colonialismo.
Un relativismo de corte similar sobrevuela la discusión de Lempérière sobre el concepto de “conquista”,
que según la autora desde la antigüedad clásica hasta las guerras napoleónicas no tuvo connotaciones
peyorativas o negativas. Lempérière parece haber olvidado preguntar para quiénes la noción de

Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 14


“conquista” no tenía connotaciones negativas. Dudo que ello haya incluido a los invadidos y
derrotados.
3Por último, quisiera comentar una referencia que atañe al caso de Argentina, el que más conozco.
Lempérière presenta la expansión de los Estados Unidos hacia “el oeste” y las campañas militares de
los gobiernos argentinos y chilenos contra sus fronteras indígenas como las únicas formas de conquista
llevadas a cabo en las Américas en el siglo XIX. Y señala que la diferencia entre ambos casos es que
Estados Unidos no integró a los indígenas como ciudadanos, mientras que la Argentina lo habría hecho.
En primer lugar, los casos de Argentina y Estados Unidos al respecto no son tan distintos. Los
indígenas incorporados al estado-nación argentino estuvieron durante décadas en un limbo legal y sólo
fueron reconocidos como ciudadanos (al menos desde un punto de vista formal) a mediados del siglo
XX. En segundo lugar, es importante señalar que hubo otra conquista de tipo neo-colonial en el
continente, que Lempérière no menciona: la invasión de Estados Unidos a Cuba y Puerto Rico, como
parte de la guerra Hispano-Americana de 1898. Hoy en día el estatus de Puerto Rico sigue marcado
por el legado de esa invasión, lo que cuestiona la aseveración de Lempérière (siguiendo a Arendt) de
que el imperialismo moderno es “económico” antes que “político” (en el sentido de que implicaría una
dominación de tipo “mercantil” y no una expansión territorial de fronteras nacionales).
4Menciono el caso de Estados Unidos como potencia “neo-imperial” (o como quiera llamársela) para
cerrar mi comentario porque creo que este debate sobre el estatus de categorías como “colonialismo”
debería servir no sólo para mirar retrospectivamente al pasado sino también para tratar de entender
críticamente el presente. En los últimos años el florecimiento de debates sobre la relación entre
globalización y hegemonía capitalista (expresado, por ejemplo, en el libro Imperio de Michael Hardt y
Antonio Negri) muestra lo relevante de una perspectiva histórica para comprender la espacialización de
nuevas relaciones de poder. Mucho ha cambiado en América Latina desde “la época colonial”, pero es
claro que el legado de esa historia sigue estando entre nosotros. Y mientras es importante no reificar
categorías históricas también es fundamental enfatizar algo que Lempérière, paradójicamente, parece
por momentos perder de vista: que lo que se ha llamado colonialismo hace alusión (entre otras cosas)
a una geopolítica basada en la violencia y donde hubo ganadores y perdedores, vencedores y vencidos.

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Juan Carlos Garavaglia

La cuestión colonial

1Abordar el tema de esta discusión sobre la cuestión colonial exige primero una aclaración de mi
parte: es obvio que el uso del termino “periodo colonial”, o “época colonial” para hablar de todo el
lapso que va desde 1492 á 1825, si bien es una convención generalmente aceptada por los
historiadores de ambos lados del Atlántico, poco nos dice sobre los cambios y permanencias que la(s)
sociedad(es) en cuestión ha(n) tenido en esos tres largos siglos. Es una convención, pero su grado de
conceptualización como hito de demarcación y sobre todo, como forma de periodización, es igual a
cero.
2El problema que quisiera tratar aquí es otro y a él me quiero referir. Es decir, ¿existe algo que
podemos llamar “relación colonial”, sea que lo analicemos desde el punto de vista político, sea que lo
estudiemos desde una mirada estrictamente económica? Este es, para mí, el punto más relevante y
desde el cual se deberán leer las páginas que siguen. El autor lamenta dos cosas y desde ya se
disculpa frente a los potenciales lectores: primero, la mayor parte de lo que sigue resulta de una
obviedad absolutamente desarmante, pero es evidente, en el marco de esta discusión, que es
indispensable recordar determinados hechos; segundo, la extensión es excesiva, pero nos pareció
necesario tratar algunos aspectos con cierto detalle.

1. El “descubrimiento” de América y la formación de la economía mundo en el XVI


3Si bien es indudable que los europeos estaban animados por exigencias complejas y contradictorias
en este primer viaje colombino, lo que impresiona en los relatos del propio Almirante durante sus
primeros días en la islas caribeñas, es sumonomanía aurífera: el tema del oro aparece una y otra vez
en sus primeras cartas, confirmando así uno de los elementos centrales que se hallaban en el corazón
de los intereses castellanos. Escribe Colón el sábado 13 de octubre (¡al día siguiente de haber avistado
tierra americana!):
"Yo estava atento y trabajava de saber si havia oro y vide que algunos de ellos traian un pedazo
colgado en un agujero que tienen en la nariz. Y por señas pude entender que... estaba por alli un Rey
que tenia grandes vasos de ello..."
4Así, desde el inicio mismo de la aventura americana, los metales preciosos ocuparon un papel
fundamental en flujo mercantil América / viejo mundo. Durante más de tres siglos y medio –es decir,
incluso más allá de la ruptura del vínculo colonial-el metal precioso sería la mercancía por
excelencia en las relaciones entre las nuevas colonias y Europa. Hasta fines de periodo colonial,
alrededor del 75% del valor de lo exportado desde América consistió en plata y oro. Los castellanos
llegan tarde a esta carrera por el oro y la plata. Ya desde 1457 el rey portugués acuña los
primeros cruzados de oro, que mantendrían su encaje durante casi un siglo (los venecianos lo
llamarían “el rey del oro”). A la muerte de Enrique el Navegante [1460], Portugal poseía un vasto
"imperio" que incluía sus posesiones en las islas y la costa africana. Y ya desde mediados del siglo XV
hay constancias de la introducción de esclavos negros en el Portugal. Fue este mismo tráfico, según
Charles Boxer, el que ayudó a financiar el costo de los viajes en la costa africana. São Jorge da Mina,
en la llamada -no casualmente-"Costa del Oro", será el ejemplo típico de esa factoría en donde se
intercambiaban mercancías europeas por oro, esclavos, marfil y otros productos africanos.
5Esta avidez europea por el oro se explica en gran parte por el hecho de que, habiendo descendido los
precios de las mercancías, sobre todo expresadas en oro, el metal amarillo se había valorizado en
relación a esas mercancías. Pero, además, dado que la economía europea estaba transitando una
nueva etapa de crecimiento, la exigencia de medios de pago era un también un sólido acicate para la
búsqueda de nuevas fuentes de aprovisionamiento en metálico.
6En los inicios de la irrupción castellana en América los metales preciosos tenían dos fuentes
fundamentales: los placeres, es decir, los lavaderos de oro de origen aluvional y los tesoros (objetos
rituales y adornos) acumulados durante siglos por las sociedades indígenas. Las primeras grandes
minas de extracción solo aparecen varias décadas más tarde del último viaje colombino [entre 1538 y
1546 se ponen en actividad Porco y Potosí en el Perú, al igual que Taxco, Pachuca y Zacatecas en
México] y será con ellas que la plata dominaría ampliamente sobre el oro desde los años cuarenta en
adelante. De todos modos, algunas regiones como la Nueva Granada, seguirá albergando importantes
centros de producción aurífera de carácter aluvional que la convertirían en la primera área de
producción de oro durante el siglo XVI.

Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 16


7En los primeros tiempos, el oro fluía desde el Caribe (unos 30.000 kilos habrían llegado a la Península
desde 1492 hasta 1520, cuando la casi total desaparición de los indígenas agotó esta primera fuente
aurífera). Pero, si en la década de 1521-1530 llegan casi 5.000 kilos de oro a Sevilla (es interesante
notar que el flujo portugués de oro sobrepasaba todavía en los años 15101520 los 700 kilos anuales) y
sólo se cuentan 148 kilos de plata, en el largo plazo, la plata dominará en forma total. Veamos algunas
pocas cifras: de 1500 à 1650, el tráfico legal implicó el envío desde América de 181 toneladas de oro –
o sea, un poco más de 1.200 kilos anuales-en cambio, se embarcó desde el Nuevo Mundo a España la
cantidad, realmente fabulosa, de 16.000 toneladas de plata, o sea, casi 110.000 kilos de plata cada
año (promedio para todo el periodo que supera a las cantidades anuales máximas producidas en las
minas de Europa central en sus mejores momentos, es decir, los años 1526-1535). Y estamos
hablando aquí sólo del tráfico legalmente registrado (tampoco hemos tomado en cuenta en este cálculo
el flujo directo hacia Oriente, vía Acapulco). Por supuesto, dado que llega mucho más plata que oro,
ello da como resultado inevitable la lenta desvalorización de la primera respecto al segundo, proceso
que se arrastrará durante todo el periodo colonial.
8El papel que tenía hacia fines del siglo XVI la exportación de metales preciosos americanos en el
marco de la economía mundo en formación, queda en evidencia si observamos el cuadro siguiente, en
el cual presentamos las principales importaciones europeas para los años 1591-1600 según Peter
Kriedte (hemos redondeado los valores para facilitar la lectura):

Importaciones europeas (promedios anuales): 1591-1600

Región de origen Mercancía Peso en toneladas Valor en toneladas de plata

Báltico cereales 126.109 87

Asia especias 2.712 137

América metales preciosos 288 309

9Como vemos, comparando los cereales importados desde el Báltico y los metales preciosos
americanos –es decir, plata y oro-se observa que hay una relación inversamente proporcional entre
valor y peso (las especias asiáticas ocupan un lugar intermedio). Pero, sobre todo, queda claramente
expuesto el papel superlativo de la relación mercantil con América, pues –recordando que además de
estos flujos mercantiles existen otros que deberían también tenerse en cuenta- parece claro que
aproximadamente la mitad del valor de las importaciones europeas está constituida por los metales
preciosos llegados del Nuevo Mundo en esos años.
10Otro dato cuantitativo servirá también para mejor situar el papel de las posesiones americanas en la
economía peninsular: a mediados del siglo XVI, los ingresos procedentes de las Indias constituían –con
un total de 367 millones de maravedíes- el rubro más relevante de todas la rentas de la Real Hacienda
castellana (le seguían las “alcabalas-tercias” peninsulares con una cifra de 333 millones de
maravedíes). Por supuesto, estos ingresos de Real Hacienda procedentes de América, no siempre
estaban presentes cuando se les necesitaba –como sí ocurría con las alcabalas interiores- y por ello,
eran considerados ingresos no fijos, pero, ello no obsta para sopesar la importancia que había
adquirido en el sistema hacendístico castellano. Todavía a fines del XVI, los almojarifazgos sevillanos,
el almojarifazgo mayor y el de Indias eran las más cuantiosas de las rentas arrendadas, según señala
Gelabert. En ese momento, las posesiones americanas de Castilla enviaban a Europa –de acuerdo a los
datos presentados en el libro editado por Ernst Van den Boogaart y sus colaboradores- unos 13
millones de pesos anuales, frente a los 4 millones llegados desde Asia, los 3,750 millones que envía el
Brasil, quedando muy atrás el África con 0,750 millones. En el total de las exportaciones llegadas de
América se calculan para ese entonces 2 millones en productos americanos y 11 millones en metálico.
11Obviamente, la economía europea sufriría un enorme impacto con la irrupción de esa masa enorme
de metales preciosos. Esto nos obligará a evocar muy brevemente el problema de la relación entre el
metal americano y la economía europea durante el periodo. A partir de los años 1500/ 1503, los
precios europeos detienen su evolución negativa; así desde esa primera década y sobre todo, desde
mediados del siglo XVI, una ola inflacionaria sacudiría ahora a la economía europea; ésta se
convertiría, poco a poco, en uno de los centros más dinámicos de la economíamundo en formación. En
1934, Earl Hamilton, publicó en inglés su libro El tesoro americano y la revolución de los precios en
España, 1501-1650; mediante este estudio, al relacionar la inflación europea con la llegada del metal
americano, reforzó notablemente a los sostenedores de las teorías cuantitativistas de la moneda
(mayor llegada de metales desde América durante el XVI, mayor inflación y a contrario, a menor
llegada de metales, deflación y crisis durante el siglo XVII). Hoy sabemos que las cosas fueron un poco
más complejas -sin ir mas lejos, varios estudios puntuales europeos muestran que la inflación se
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 17
disparó en determinados lugares antes de la masiva irrupción del metal americano- e incluso, algunos
autores, ante la discrepancia en el tempo de la evolución de los precios entre productos alimenticios y
productos manufacturados (la inelasticidad de la demanda de los precios de los alimentos -frente una
población que está creciendo-hace que esos precios se adelanten en el movimiento alcista) elaboran
hoy una sucesión de acontecimientos completamente distinta a la imaginada hace setenta años por
Hamilton: mayor actividad económica -sobre todo, en el mercado interno > mayores
precios > creciente demanda de metales preciosos >mayor actividad minera. Y es necesario señalar
que, en las primeras décadas del siglo, el naciente mercado americano estaba todavía bastante ligado
la economía peninsular.

2. Metales preciosos, el mercado interno en América y el mercado mundial


12¿Cual es la relación entre ese flujo externo de metálico hacia la metrópoli y el funcionamiento del
mercado interno colonial? Ante todo es interesante señalar que la mayor parte del metálico que llega a
la península por las vías legales -como, obviamente, todo el que lo hace mediante el contrabando-
transita a través de mecanismos comerciales: podríamos calcular en forma aproximativa que menos de
un cuarto del total de lo enviado legalmente durante gran parte del periodo está compuesto por
remesas realizadas a cuenta del estado metropolitano (producto de impuestos y exacciones varias). El
resto, es decir, más de las tres cuartas partes de ese total, es el resultado de los envíos privados,
realizados por traficantes y otros particulares. Ello nos muestra la importancia que tiene el estudio de
la economía interna de las colonias, verdadero eje sobre el que rueda toda la maquinaria colonial. Y
dentro de ese marco, la relevancia de la minería como "polo estructurador" de los flujos económicos
internos y "primer motor" de todo el sistema.
13Todos los grandes cronistas y conocedores de la realidad americana, señalaron esta relación entre
minería y economía general de las colonias. Valga como un ejemplo muy temprano –decenas más se
podrían citar-un párrafo de la relación que el primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza,
deja alrededor de 1550 a su sucesor, don Luis de Velazco, "el Viejo":
"Lo que al presente parece que da ser a la tierra y la sostiene son las minas. Tenga especial cuidado de
favorecer a los que tratan en ellas, porque si estas caen, todas las demas haciendas de la tierra
vendrán en muy grande disminución..."
14Casi dos siglos y medio más tarde y también en México, el segundo conde de Revillagigedo, otro
gran virrey novohispano, después de mostrar con detalladas cifras el incremento de los diezmos de
todos los obispados de México hasta 1790, dice:
"Es imposible que haya dejado de aumentar la Agricultura al paso que ha aumentado la Minería, pues
no habiendose hecho progresos considerables en ésta en utensilios o maquinas que ahorren o
economicen el sebo, cueros, mulada y caballada y los granos necesarios para mantener a esta y a los
operarios, es preciso que el consumo de aquellos efectos o enseres, productos de la crianza y
labranzas sea proporcional a la mayor saca de metales."
15En los centros mineros se da un fenómeno muy especial que ya había llamado la atención de los
estudiosos y economistas de la época, como es el caso del ingeniero y especialista de la minería de
fines del siglo XVIII en México, Fausto de Elhuyar: el metal precioso, medida de todos los valores, pero
a su vez,mercancía, abunda y por lo tanto, es relativamente barato. Las restantes mercancías
escasean y por ende son relativamente caras. Así, en los reales de minas, tanto los trabajadores
mineros que han recibido su salario o su “partido” (el metal que ellos mismos podían extraer de la
mina a partes con el dueño), como los propietarios de las minas, dan el metálico "por nada". Alguna
crónica del periodo temprano, nos muestra a un minero que andaba de casa en casa, acompañado de
un indio cargado de barras de oro, abonando sus deudas… Sumémosle a ello la presencia de los
"rescatadores", los individuos que rescataban el metálico de propietarios y trabajadores -a éstos le
trocaban, a tasas de cambio claramente desfavorables, sus "partidos" (México) o la “corpa”, como se lo
llamaba en Potosí; por supuesto, esos “rescatadores” también eran compradores de mercancías (no
pocas de ellas, serán justamente las que después terminaban en manos de los trabajadores mineros).
16Esta inflación se transmite, mediante la "cinta transportadora" de los intercambios mercantiles a
todo el espacio colonial, pero, tiene en los reales de minas su punto más alto. De este modo, se
establecían centros económicos de diversa "presión" -es decir, con niveles de precios distintosque eran
los puntos de redistribución de mercancías hacia el interior del espacio colonial y de metal precioso
hacia el exterior del mismo. Esos centros, a su vez, eran tributarios de Sevilla y ello permitía que gran
parte del metálico tomara a fin de cuentas el camino de la península. Evidentemente, no todo el
metálico producido era exportado, pues una parte era tesaurizada por la Iglesia y por los particulares
(en especial, por los mercaderes locales), otra parte -y no pequeña- era utilizada en gastos de defensa
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 18
internos. Volvía así al proceso de circulación –salarios de soldados y oficiales, compras de alimentos
para la tropa y adquisición de insumos militares-para reiniciar a su vez nuevamente ese camino. Y
finalmente, un porcentaje, bastante escaso por cierto, funcionaba como circulante. Sumémosle a este
mecanismo de diferencia de precios, el hecho de la existencia de pagos en concepto de servicios
"invisibles", como los seguros, riesgos de cambio, fletes y otros gastos. Comprenderemos ahora
porque el oro y la plata fluían hacia Sevilla. Allí, una vez amonedados, si habían llegado en barra,
comenzaban desde las gradas sevillanas una nueva etapa de su viaje.
17Pues, es interesante señalar que este mismo mecanismo se volvía a repetir en la ciudad andaluza:
aquí también el metal americano era relativamente barato y las mercancías, que llegaban desde toda
Europa, relativamente caras. Obviamente, esto condujo al conocido fenómeno de la fuga del metálico
hacia las ciudades y centros económicos de la Europa más avanzada que, en ultima instancia, eran
quienes lucraban aprovisionando, por intermedio de Sevilla, al mercado americano. Alberto Marcos
Martín, lo dice con toda claridad “no caben apenas dudas sobre el carácter claramente deficitario de la
balanza de pagos española con Europa”. Ya desde la segunda mitad del siglo XVI (hasta ese entonces,
los productos peninsulares –en especial, alimenticios- ocupan un lugar destacado en los embarques
para América) esto parece ser una realidad insoslayable. De este modo, ya sea por efecto de las
mercancías destinadas a América, como gracias a los mecanismos financieros descriptos, gran parte
del metálico americano seguía su camino, pero, tampoco se detenía demasiado en el espacio
económico de Europa occidental particularmente, Francia, los Países Bajos, los estados alemanes,
Génova e Inglaterra-pues en gran medida terminaba su largo viaje en Oriente, en especial, gracias a la
intermediación otomana y a los viajes portugueses por el Cabo de Buena Esperanza en la ruta abierta
desde 1498 por el viaje de Vasco da Gama.
18Desde 1550, los reales de a ocho castellanos recibirían el nombre de guru_ en el Imperio Otomano y
a partir de 1570, se les reconoce ya oficialmente el carácter de medio de pago en el marco del
Imperio. Desde allí continuarán su viaje atravesando Persia hacia el sur de Asia y la India. Ahora, ya
en el lejano oriente, tal como lo muestran los trabajos de Subrahmanyam y otros, la expansión de la
circulación de esta moneda castellana -que sería conocida bajo diversos nombres, entre los cuales, el
de larins (en realidad lari, originalmente, una moneda local)- en todo el área mercantil del océano
Indico, se acentúa fuertemente desde mediados del XVI, no solo por efecto de las ya mencionadas vías
tradicionales de tráfico entre Occidente y Oriente (sea gracias a las caravanas, como mediante la vía
marítima de la Carreira da India por la ruta del Cabo), sino también, a partir de los primeros contactos
directos –vía Manila-entre América y Asia que se iniciarían a partir de la expedición de Legazpi. La
relación oro/plata –que era entonces de 1:12 en Europa-descendía a 1:6 en China y ello explica esa
fuga del metal hacia Oriente; mas, no es nada sencillo dar cuenta de las causas profundas de esta
sobre valoración argentífera y varias son las explicaciones propuestas: balanza comercial desfavorable
a Europa, efectos de la conversión al plata del sistema monetario chino, mayor valor de uso del metal
precioso (es decir, apreciación de la plata estrictamente como una mercancía). Desde ya que todas
estas causas no son necesariamente contradictorias.
19Pero, volvamos ahora a América. ¿Cómo es el sistema laboral en las minas? En la Nueva España nos
encontramos con dos realidades diferentes. La de las minas del centro (Taxco, Pachuca, Sultepec,
Temascaltepec, Zimapán, Ixmilquilpan, Tlalpujagua, etc.), donde la presencia del trabajo forzado a
través delrepartimiento es importante y la de las minas norteñas, donde éste casi no existe. En lo que
se refiere a las minas del centro, una fuente de 1580 nos da los siguientes datos: esclavos negros
1100, naborías 2600 e indios de repartimiento 800. Es decir, sobre un total calculado de 4500
trabajadores, tenemos un 58% de indios libres, un 24% de esclavos negros y un 18% de trabajadores
forzados. El área obligada a enviar trabajadores indígenas de repartimiento a algunas de las minas –tal
el caso de Pachuca, por ejemplo- podía extenderse a más de cien de kilómetros a la redonda. Pero en
las minas de Norte, extendidas en un enorme territorio y cuyo papel en la producción total de la Nueva
España terminó siendo más relevante, las condiciones eran radicalmente diversas. La causa consistía
en la situación ex-céntrica de estos reales de minas respecto a la gran masa de población indígena de
México. Aquí no había en las proximidades indios a quienes obligar al repartimiento y fue necesario
acudir a otros mecanismos. Tomemos el caso de Zacatecas hacia fines del siglo XVI. Allí (estamos
hablando de una aglomeración minera que no tenía probablemente más de 6.000/7.000 habitantes)
trabajaban unos 400 esclavos negros, mulatos e indios -se trata de los indios de guerra que fueron
cautivados y posteriormente esclavizados por los europeos-y unos 1.500
trabajadores naborías (indígenas libres) originarios de las mas diversas regiones de la Nueva España.
Si estas cifras, muy estimativas, fuesen correctas, tendríamos una relación de 20/22 % de
trabajadores no libres y el resto constituido por fuerza de trabajo “libre” enganchada. Por supuesto que
es necesario hablar del sistema de enganche para comprender un poco más como funcionaba esto
realidad.

Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 19


20La mayor parte de los trabajadores viven en la hacienda de beneficio de su patrón y constituyen su
cuadrilla de operarios. Los trabajadores deben cumplir su obligación de jornada (el tequio) y después
pueden extraer la pepena: esta era la cantidad de mineral de alta calidad que se permitía a los
trabajadores recoger en una bolsa, una vez finalizado el tequio -equivaldría a la "corpa" potosina. Esta
pepena tenia, al menos teóricamente, tres destinos posibles: el trabajador lo vendía a su patrón, lo
negociaba en el mercado de la ciudad o lo fundía el mismo. La potencial movilidad de los trabajadores
en la minería -el constante avance hacia el Norte y los nuevos descubrimientos hacían que los
trabajadores mineros más especializados intentaran muy frecuentemente buscar nuevos horizontes
con minas más ricas y por lo tanto, pepenas potencialmente más valiosas-hizo necesario que surgiera
rápidamente la figura del peonaje por deudas, que de esta forma y por mecanismos fundamentalmente
no económicos, ataba al productor directo a la unidad de producción. También debió ser importante en
estas minas la presencia de trabajadores libres mestizos y de las diversas castas. En una palabra: aquí
la mano de obra forzosa esta constituido legalmente solo por la esclavitud, que no supera
probablemente el 25% del total, y el resto seria mano de obra libre; pero, el sistema de peonaje por
deudas, en realidad, da nacimiento a una forma de trabajo semi libre. De todos modos, hay que
subrayar que las peculiares condiciones laborales (es decir, el muy frecuente aislamiento de los
trabajadores en los reales de minas respecto a las ciudades y villas en donde las alternativas al trabajo
minero y las posibilidades de escapar a la presión de la deuda eran mayores), hacen que la real
libertad de los indios naborías sean muchas veces bastante ilusoria, dada la presión ejercida por el
mecanismo de endeudamiento compulsivo a través del peonaje. Cada vez que hablemos de
“trabajadores libres” en este contexto colonial durante este siglo –ya sea que nos estemos refiriendo a
los trabadores mineros, a los indígenas de los obrajes textiles o a los peones de las haciendas-todas
estas consideraciones deben tomarse en cuenta a la hora de evaluar la verdadera “libertad” de esos
hombres.
21Vayamos ahora a Potosí y a su célebre mita. El sistema original establecido por el virrey Toledo en el
siglo XVI, ordenaba que los mitayos (en aquellos primeros momentos, más de 14.000 individuos)
debían realizar sus mitas mediante un complejo sistema. La mita estaba compuesta por un “turno” de
cuatro meses de obligación laboral compulsiva. Es decir de 16 semanas de trabajo forzado, pero, dado
que no todos los mitayos podían estar trabajando durante ese lapso, se establecieron tres turnos (los
“tercios”) rotativos de una semana de trabajo compulsivo y dos semanas de trabajo libre; de esta
forma se combina un turno de trabajo obligatorio, destinado en aquellos primeros tiempos al pago de
la renta monetaria de la encomienda y un periodo de trabajo voluntario, destinado a mantener -
parcialmente- al trabajador. Finalmente, la composición del año de trabajo para cada mitayo era la
siguiente: 16 semanas de trabajo compulsivo y 32 semanas de trabajo libre. Es decir, gracias a este
sistema de trabajo forzado, los indios debían vivir en Potosí durante todo el año.
22Todo lo dicho nos habla de la existencia de un sistema de combinación de formasen las relaciones
productivas dominantes en la minería. Sistema que a fines del XVI, se reparte casi en partes iguales
entre trabajo forzado y trabajo “libre”, tomado este con todas las precauciones del caso; y dejando de
lado el hecho de que la minería aurífera de la Nueva Granada estaba centrada exclusivamente en el
trabajo esclavo. Estos diversos componentes tan peculiares del costo de la fuerza de trabajo en el
proceso de producción en la minería explican uno de los ejes centrales de la relación colonial. Porque si
la economía campesina indígena está en gran parte financiando a la producción minera –en efecto la
producción (y reproducción) de los trabajadores depende mayoritariamente de los recursos de la
economía campesina-el costo de la fuerza de trabajo en la minería o en la producción de alimentos
(como por ejemplo, en el “reparto de los panes”, es decir la mano de obra indígena forzada que
trabajaba en las haciendas trigueras del valle de México y Puebla), resulta inferior a los valores de
mercado –suponiendo que tal cosa pudiese ser una realidad en este primer periodo.
23Pero, volvamos por un momento a los indios sometidos al repartimiento de trabajo y a la mita en las
minas novohispanas y peruanas. ¿Por qué estaban obligados a cumplir con ese trabajo? Sencillamente
esa obligación impuesta por la fuerza (no sin negociación, por supuesto, pues tenían ellos sus líderes
que bien sabían negociar, nadie puede ser tan ingenuo de creer que cada una de estas imposiciones no
fue objeto de arduas discusiones) era uno de los resultados del hecho de la conquista, los indios
formaban parte de los vencidos en esa conquista militar y –como espero poder mostrar mas adelante-
no eran súbditos como los aragoneses o los napolitanos. De los derechos que otorga la conquista
militar, a aquellos resultantes de la legitimidad dinástica, hay un campo jurídicamente inmenso. Por lo
tanto, llamar a esto subordinación colonial, no parece fuera de lugar.
24Y aquí no hemos mencionado sino uno de los aspectos resultantes de esta subordinación.
Tomémonos, casi al azar, algunos ejemplos del trato dado a los pueblos indígenas en la inmediata post
conquista. Por ejemplo, el pueblo de Tepetlaoztoc, cabecera localizada al nordeste de Texcoco, en el
Valle de México. Este pueblo, en los cinco años inmediatos a la conquista, pasó de mano en mano, a
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nombre de tres encomenderos y éstos sacaban del pueblo todo lo que podían, verdaderamente sin
medida ni "tasa": al primero, le daban en cada año treinta pesos de oro, una carga de mantas finas y
3.000 fanegas de maíz; al segundo encomendero, 120 pesos de oro y 21 cargas de mantas finas; al
tercero, 120 pesos de oro, 12 cargas de mantas, 800 cargas de frijoles, 800 cargas de maíz "molido' y
36.600 cargas de maíz común... y así sucesivamente. En los Andes, los kuraka de Chucuito, un gran
señorío pre hispánico, podían protestar (y de hecho lo hicieron, negociando cuanto pudieron), pero la
tasa de la encomienda -pagadera en plata contante y sonante- pasa de 2.000 pesos en 1553, à 18.000
en 1559 y a 80.000 en 1574, como nos recuerda Nathan Wachtel en La vision des vaincus. Otro
ejemplo novohispano : en las siete jurisdicciones del Valle de México y de Puebla que estaban bajo el
control directo de la Corona, el monto del tributo pasó de 21.000 fanegas de maíz y 2.000 pesos, a
12.000 fanegas y 70.000 pesos en los años sesenta del XVI después de la visita de Valderrama. Esta
transformación progresiva de la renta de la encomienda (que Carlos Sempat Assadourian llamó en su
momento “monetización de la renta”) es un hecho impuesto a las sociedades indígenas y está fundado
claramente en las necesidades de mercancías y de fuerza de trabajo de la economía minera y urbana
creada por los europeos. Los europeos necesitan alimentos y trabajadores y a ello están destinados
estos aumentos progresivos de la tasa (renta) de la encomienda, impulsando compulsivamente a los
indígenas a acudir al mercado como ofertores de mercancías y de fuerza de trabajo. Pero, aquí no se
agota, ni mucho menos, el interminable catálogo de las imposiciones: ¿Será necesario también evocar
los repartos de mercancías imperantes en Yucatán? ¿O los obrajes con mano de obra forzada? ¿O la
esclavitud de los indígenas en el norte novohispano? ¿O los trabajadores indígenas forzados en los
yerbales paraguayos? Et ainsi de suite…
25Pero, volvamos por un momento a lo que decíamos antes acerca de la diferencia entre el derecho de
conquista y el de la legitimidad dinástica ¿Es que alguien piensa que los aragoneses o los napolitanos
estarían dispuestos a soportar un aumento de los “pechos”, que los multiplicara por 10 ó por 100 en
veinte años, como le sucedió a los kuraka de Chucuito? Incluso en una sociedad como la castellana,
fundada en ese periodo en la relación renta/privilegio, había límites que no se podían pasar
impunemente. Es evidente que en esta “monarquía compuesta”, no todos los que se hallaban bajo
su imperium tenían los mismos derechos. Y me refiero específicamente el hecho de la pluralidad
jurídica existente en el interior de cada uno de los reinos que componían la monarquía.
26Como es imposible seguir paso a paso en este trabajo toda la evolución del problema que nos
ocupa, pasaremos rápidamente al último siglo de la dominación española en América.

3. La relación colonial en el siglo XVIII


27Veamos ahora como presentaba la obra clásica de Canga Argüelles cual era el papel de las diversas
colonias en relación a la metrópoli a fines del siglo XVIII. Partimos de estos datos, pues no interesa
comprobar como percibían los burócratas y los economistas españoles de la época el papel del
comercio colonial en relación a la economía metropolitana. El cuadro 1 nos muestra, expresados en
millones de duros, las importaciones y las exportaciones a las colonias vistas desde España.
Cuadro 1
España: importaciones y exportaciones desde las colonias americanas a fines del XVIII

importaciones exportaciones

mercancías metálico total

Nueva España 9.000.000 22.000.000 31.000.000 22.000.000

Perú 4.000.000 8.000.000 12.000.000 11.200.000

La Habana / Pto. Rico 9.000.000 - 9.000.000 11.000.000

Río de la Plata 2.000.000 5.000.000 7.000.000 3.500.000

Nueva Granada 2.000.000 3.000.000 5.000.000 5.700.000

Venezuela 4.000.000 - 4.000.000 5.500.000

Totales 30.000.000 38.000.000 68.000.000 59.200.000

28Los datos –aproximativos, pero bastante realistas-de Canga Argüelles son claros: la Nueva España
representa el 46% de las exportaciones totales a la metrópoli y casi el 58% del metálico enviado. Es el
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corazón económico y el área más relevante del imperio. El virreinato peruano (sin el Bajo Perú –
Charcas-que desde 1776 dependerá del nuevo virreinato creado en Buenos Aires) es la segunda
colonia en importancia económica para la Madre Patria. En lo que se refiere a la Nueva Granada, las
cifras de Canga Argüelles para el rubro “mercancías” parecen muy altas (según los datos actuales de
Colmenares y Jaramillo Uribe). El Río de la Plata se ubica ya en el tercer lugar en cuanto al peso del
metálico enviado a España después del Perú (este metal precioso consiste en la plata producida en las
minas altoperuanas y en menor parte, en el oro llegado desde Chile) y La Habana ocupa junto con
México –pero, siendo una colonia mucho menos importante desde el punto de vista demográfico- el
primer lugar como centro exportador de mercancías (se trata sobre todo, de las exportaciones de
azúcar que han crecido en forma constante después de los sangrientos episodios de Saint Domingue en
ocasión de las rebeliones de esclavos). No olvidemos que a fines del XVIII, la Nueva España tenia
alrededor de 6 millones de habitantes, las Antillas españolas no llegaban al millón (800.000
probablemente) y todo el virreinato del Río de la Plata tendría un poco más de un millón de habitantes.
Ello quiere decir que lo que podríamos llamar -con todas las precauciones del caso y tomándolo más
bien en forma metafórica- “capacidad exportadora per capita” sería de de 5,6 duros por habitante en la
Nueva España, de unos 11 duros en La Habana y de 7 duros en el Río de la Plata. ¡Ya vemos bien
porque Cuba era considerada la “perla de las Antillas”!
29Pero, estas cifras dan más de si. Si volvemos al cuadro 1, comprobamos que en dos colonias (la
Nueva España y el Río de la Plata) la relación metálico/mercancías en las cantidades totales importadas
desde la metrópoli es la más alta, siendo además casi exactamente idéntica –un 71% de las
importaciones está constituido por el metal precioso. Los datos originales de las fuentes rioplatenses
confirman en líneas generales estas cifras aproximativas que da Canga Argüelles tomando las fuentes
españolas, pues a fines del siglo XVIII, el metálico representa el 80% de lo exportado desde el Río de
la Plata. Pero, quizás estos números de Canga Argüelles se equivocan en algo que nos parece
fundamental y el trabajo de Josep Fontana viene aquí en nuestra ayuda con cifras mucho más cercanas
a la realidad en lo que se refiere a la relación entre el valor de las importaciones hacia la Madre Patria
y el de sus exportaciones en dirección a las colonias. En efecto, para 1792 tenemos 739,6 millones de
reales de vellón de importaciones desde América (compuesto de 318 millones en mercancías y 421
millones en metálico) y 429 millones de exportaciones desde España a América. Los datos
pormenorizados para el intercambio legal con América durante el lapso 1782/1796 –el mejor momento
del tráfico colonial en la etapa del Libre Comercio-estudiados por John Fisher dan una cifra global de
225 millones de pesos fuertes de exportaciones a las colonias americanas contra unos 545 millones de
importaciones a la península para todo ese periodo.
30Nuestros propios estudios sobre el comercio rioplatense confirman esta relación entre el nivel de las
exportaciones y el de las importaciones o para decirlo más claramente: la metrópoli envía a las
colonias menos de lo que recibe de ellas. Y los datos mexicanos tal como los presenta una fuente como
la obra de Lerdo de Texada también atestan acerca de esta relación desigual. Hay que señalar que esto
debe calcularse tomando en cuenta los precios en España en ambos rubros o en el sentido inverso, los
precios en los puertos americanos también para los dos rubros de entrada y salida; es decir, lo que
hoy llamaríamos precios FOB (free on board). Dado que no se trata de balanzas comerciales de
estados independientes–en ese caso, la diferencia entre lo que se exporta y lo que se importa deberá
ser saldada en algún momento en beneficio del país que más envía-existe aquí un flujo constante de
valor entre las colonias y la Madre Patria. Evidentemente, la relación colonial se basa en este supuesto
obvio.
31En la actualidad, algunos historiadores como Leandro Prados de la Escosura y en menor medida,
Enrique Llopis, opinan que el papel de la relación colonial era ínfimo en el marco de la economía
española de fines del siglo XVIII. Ya sabemos que especialistas como Patrick O’Brien afirmaron en su
momento que “el comercio entre Europa occidental y las regiones de la periferia…constituyen un
elemento insignificante en función de explicar el acelerado crecimiento experimentado par el centro del
sistema mundial después de 1750”. Recientemente Josep María Fradera ha retomado algunos aspectos
de esa polémica en un estudio sobre el colonialismo en el siglo XIX y como veremos, el tema sigue
abierto a la discusión.
32En efecto, varios historiadores, como el propio Fradera, Josep Fontana y Carlos Marichal tienen una
posición distinta y hasta completamente opuesta. Como también parece ser la opinión de John Fisher
que ha realizado uno de los estudios más exhaustivos sobre el comercio colonial en la última etapa del
periodo. Comenta Fisher un documento en el que el ministro Diego de Gardoqui en 1794 señala que el
déficit comercial español con los restantes países europeos (Francia, Inglaterra, Holanda, los estados
alemanes, los estados italianos y Portugal, en ese orden) era de alrededor de 404 millones de reales
anuales –es decir, 20 millones de pesossiendo, además, la mitad de ese déficit atribuible a la
importación de mercancías que serían después re exportadas a América. Pero, Gardoqui agrega
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seguidamente que el tráfico americano dejaba a España unos 184 millones de reales de superávit
neto una vez pagado ese déficit con Europa –pues éste, al contrario de lo que ocurría con el superávit
colonial, si había que compensarlo en algún momento. En ese mismo documento de 1794, el ministro
da cifras acerca de ese superávit español en el intercambio con las colonias hispanoamericanas
(exportaciones a América 332 millones de reales, importaciones de América 938 millones de reales)
que confirman ampliamente los datos que hemos citado precedentemente de los trabajos de Joseph
Fontana y de John Fisher. Cuenca Esteban mostró ya hace tiempo el papel que las entradas monetarias
provenientes de las colonias tenían en el marco de los ingresos ordinarios de la monarquía. En todo
caso, no hay dudas, por ejemplo, que la historia de la Guerra de Independencia en la península –es
decir, la guerra contra los ejércitos napoleónicos-hubiera sido mucho más difícil sin los 30.000.000
pesos que la Nueva España envió (sin ningún tipo de contrapartida) durante esos años a la Madre
Patria, tal como lo ha demostrado Carlos Marichal en un libro reciente, con abundantes cifras y datos
difíciles de desmentir. Como también es indudable que la llamada “Guerra de América” –es decir la
guerra de las colonias norteamericanas contra Inglaterra entre 1779 y 1783, en la cual España
participaría contra la potencia europea-fue financiada en gran parte por la plata llegada desde la
colonia mexicana. Y que, además, todo el sistema defensivo del Caribe español y las Filipinas también
estaban sostenidos económicamente gracias a los situados llegados anualmente desde la Nueva
España, al igual del papel similar que cumplían, en otros contextos regionales, las Cajas Reales de
Lima (guarniciones chilenas y de Panamá), las de Potosí (gastos y guarnición de Buenos Aires) y las de
Santafe de Bogotá y Quito (guarniciones de Cartagena y Guayaquil). Quizás sea cierto que el peso de
la relación colonial fuera efectivamente ínfimo en relación al PBI hispano, pero las finanzas imperiales
no podían pasarse sin sufrir merma del flujo anual de plata americana.
33En efecto, el papel de las colonias americanas fue relevante en función del mantenimiento de la
estructura fiscal imperial durante el último periodo colonial. Podemos decir que una de las
consecuencias de las Reformas Borbónicas fue justamente esa. Siguiendo los detallados estudios
realizados al respecto por Carlos Marichal y sus colaboradores en lo que hace al papel específico de la
Nueva España en este contexto, podemos distinguir tres niveles: primero, la tesorería de la Nueva
España tiene una función central en el mantenimiento de sus fuerzas de defensa y de sus respectivo
“presidios” (fuertes y destacamentos fronterizos) en todo el ámbito virreinal. Segundo, esta tesorería
posee también un papel destacado en toda la estructura defensiva en Asia y el Gran Caribe. En efecto,
como ocurría en otras partes del Imperio hispánico, toda esa panoplia de fuerzas militares y fuertes
que se extienden a lo largo y a lo ancho del espacio caribeño (llegando a también a Guatemala en
algunos momentos) y de las islas Filipinas (incluyendo las Marianas), dependen estrechamente de los
situados enviados desde la Nueva España. Sin situados novohispanos no hay Imperio en Asia ni en el
Caribe, área vital para la continuidad del dominio colonial español y donde se encontraban algunas de
las “joyas” del Imperio hispano, como la isla Cuba (y su producción azucarera). Y tercero, la Nueva
España llego a ser responsable a fines del periodo colonial de casi el 75% del total de las remesas
enviadas desde las colonias a la Tesorería General de España. Señalemos de paso (volviendo
nuevamente sobre la polémica acerca del papel de las colonias americanas en relación a España) que
el total de las remesas americanas destinadas a la Tesorería General (es decir, exclusivamente, los
envíos en manos del estado) se sitúan alrededor del 25% de los ingresos de esa Tesorería durante la
segunda mitad del siglo XVIII –dejando de lado los años de guerra y por lo tanto, de interrupción del
tráfico marítimollegando incluso a superar el 69% [1809] y el 62% [1810] en los momentos más
trágicos de la Guerra de Independencia contra los ejércitos de Napoleón en la Península. Sin ingresos
coloniales, la Guerra de Independencia peninsular hubiera sido muchísimo más dura.
34¿De dónde salen estos ingresos en el caso específico de la Nueva España? Primero tenemos los
ingresos regulares del sistema fiscal que ha sufrido profundas transformaciones a partir de mediados
del XVIII, cuando se inicia la larga serie de innovaciones en la estructura del dominio colonial que
conocemos como “Reformas Borbónicas”. Transformaciones destinadas a acentuar la presión fiscal,
como lo hemos podido comprobar patentemente en nuestras investigaciones sobre el impuesto a la
circulación llamado alcabala. En efecto, en el caso específico de este impuesto, el paso de los
arrendamientos al sistema de percepción directa da como resultado un aumento considerable de la
recaudación de las alcabalas (efectivamente, éstas pasan de 10.248.444 pesos entre 1762 y 1776 a un
total de 26.164.694 pesos en los años 1780-1795). El aumento es imponente y los datos analizados en
el capítulo II del libro citado de Carlos Marichal La bancarrota del virreinato, muestran claramente que
este crecimiento de la presión fiscal no se agota en este caso específico y da como resultado final un
peso de la fiscalidad per capita que resulta incluso superior al de las sociedades europeas de la época.
Segundo aspecto que debe ser analizado: los préstamos y donativos que la Corona exigirá a sus
súbditos coloniales en forma creciente a medida que la crisis fiscal se acentúe en la Península; entre
1781 y 1800 se colectaron en la Nueva España más de 20 millones de pesos en concepto de esos
rubros y recordemos que todos los habitantes (ricos y pobres) debieron hacer frente a esos
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donativos graciosos, incluidas las comunidades indígenas, cuando ya era evidente que no había más
posibilidad de seguir extrayendo ingresos fiscales de otras fuentes. Y last but not least, como si todo lo
anterior no fuera ya excesivo, la Corona acudió al expediente –de funestas secuelas para la
continuidad del sistema de dominación colonial en la Nueva España- de la llamada “Consolidación de
los Vales Reales”.
35Pero, volvamos un poco para atrás. Decíamos antes que existía un flujo constante de valor entre las
colonias y la Madre Patria. ¿En que mecanismo se basa ese flujo? Hay aquí una compleja
concatenación de causas que es imposible estudiar en este –ya demasiado largo-artículo. Pero,
podemos centrarnos en uno de los aspectos más importantes por el papel que juega en la relación
colonial, es decir, la producción minera. Ya sabemos cual es el peso de la exportación de metales
preciosos en la relación colonial. Veamos ahora algunos aspectos de las formas productivas y del costo
de la fuerza de trabajo en esta área tan vital.
36Vayamos a Potosí. El sistema original de la mita había sido alterado mucho durante el transcurso del
siglo XVII y en el siglo XVIII ya quedaba poco de él. Ante todo, las cantidades totales sufrieron una
baja constante, siendo ya unos 12.000 en 1630, para pasar a unos 4.000 en la época del Duque de la
Palata y estabilizarse en una cifra algo superior a los 3.000 indígenas en el siglo
37XVIII. Pero, la mayor alteración y la que va a introducir la forma de explotación más dura de la
fuerza de trabajo, tiene que ver con la implantación del sistema de “tareas” en lugar del de la “jornada
laboral”. Este sistema eliminaría en la práctica -ya que no en la legislación- la división original entre
una semana de trabajo forzado y dos de trabajo libre, pero, sobre todo, fue el que posibilitó que la
minería potosina aumentara la cantidad de mineral procesado con un número de mitayos casi
constante durante toda la segunda mitad del siglo XVIII. Al incrementar el número de cargas que se
exigían de los apiris mediante el sistema de tareas (incremento que con frecuencia resultaba de
alteraciones en el tamaño de los sacos en que los mitayos extraían el mineral), los azogueros obligaron
de hecho a los mitayos a funcionar como trabajadores forzados durante casi todo el año que
permanecían en Potosí; mas, no sólo los mitayos sino también a sus familias que terminaban
asumiendo en parte la obligación para “llenar las tareas”. De este modo, una porción sustancial del
incremento de las cantidades de plata producida en las minas recayó sobre el trabajo desplegado por
los mitayos y por sus familias durante el siglo XVIII (es decir, en última instancia, nuevamente sobre la
comunidad campesina indígena que los sostenía) y no fue el resultado de innovaciones tecnológicas de
fondo. Todo ello se da en el marco de rendimientos en metal fino que había caído a casi una décima
parte de los que imperaban a fines del siglo
38XVI: de 50 marcos de plata pura por cajón, a una cifra que oscilaría entre los 4 y los 8 marcos por
cajón.
39Como se ve, una tecnología atrasada para las pautas de la época –a fines del XVIII casi todos los
ingenios potosinos estaban, además, en manos de arrendatarios que poco interés tenían en mejorar
esas condiciones-con rendimientos decrecientes que se acentúan al llegar a fines del periodo y
con una tasa de sobre explotación (y auto explotación campesina) de la fuerza de trabajo indígena.
Así, uno de los misterios (aparentes) de la continuidad de la actividad minera potosina se basa –en
gran parte- en costos empresariales muy bajos de reproducción de la fuerza de trabajo y por lo tanto,
en un costo final de producción de la plata (mercancía, pero al mismo tiempo, medida de todos los
valores) más barato en relación a los europeos de la época. Alexander von Humboldt se había
asombrado durante su visita a La Valenciana en Guanajuato al comprobar que con una tecnología tan
atrasada respecto a la de Himmelfsfürst en Sajonia (el ilustrado ingeniero prusiano conocía muy bien
esa mina, pero los datos cuantitativos que expone en su obra están tomados aquí de la obra de
Abuissonde Voisins sobre las minas de Freiberg) se podía producir plata en forma comparativamente
más barata, ganando además el doble. ¿Qué hubiera dicho si hubiese descubierto cuales eran las
condiciones de producción en las minas de Potosí?
40Mas, sigamos con nuestra argumentación, ¿qué quiere decir en realidad que la plata tiene en
América un costo de producción más bajo? Pues bien, eso significa que la plata es más barata y que
por lo tanto, todas las mercancías –y en especial, aquellas que han sido importadas desde Europa y
Asia-son más caras. Es decir, hace falta más plata para adquirir las mismas mercancías. He aquí la
explicación de una parte de misterio de la relación colonial y de porqué entran a Europa más valores de
los que salen para América.
41El panorama es idéntico si nos referimos a las mercancías que Europa importa desde los territorios
coloniales. Si hablamos de la grana cochinilla habría que mencionar a los “repartos de mercancías” que
constituyen el sistema económico que posibilita la continuidad de la producción de esa materia tintórea
en la región de Oaxaca en la Nueva España –y los “repartos de mercancías” son la manifestación de un
sistema de comercialización que muy poco tiene que ver con los precios de mercado, constituyendo en
Edición para la cátedra de Historia Americana y Argentina- ISFD Nº 29 – Prof. Viotti 24
realidad una forma coactiva de circulación y de producción de mercancías, aunque hoy algunos
autores, como Jeremy Basques y A. Ouweneel digan que fueron “beneficiosos”, pues integraron los
indígenas al mercado (habría que saber si realmente ellos querían integrarse y esto es quod erat
demostrandum). En otros casos (por ejemplo, el de los cueros rioplatenses), nos encontramos ante
una forma de producción de campesinos pastores y labradores que funcionan sobre todo a partir de la
explotación –y autoexplotación-de la fuerza de trabajo familiar. Otro tanto ocurre con los llamados
“poquiteros”, los productores del añil en la región centroamericana del actual Salvador, que constituye
así mismo un área de producción campesina. En todas estas situaciones, los productos destinados
finalmente a la exportación son adquiridos casi exclusivamente gracias un intercambio de mercancías –
es decir, sin acudir al uso del circulante- que se asemeja mucho a formas coactivas de
comercialización, con precios inflados y aprovechando (o acentuándolo artificialmente) el aislamiento
de las familias campesinas productoras. ¿Y qué decir entonces de la esclavitud imperante en los
ingenios cubanos productores de azúcar o en las haciendas cacaoteras de los mantuanos en
Venezuela?
42Todo este complejo de formas productivas tan alejadas de cualquier cosa que se asemeje al
“mercado libre”, como la producción campesina de los “poquiteros” salvadoreños, la esclavitud de los
africanos en Cuba o la producción indígena de grana en Oaxaca a través de los repartimientos, revela
las peculiares condiciones de producción y los precios finales de intercambio de esas mercancías
cuando entran en contacto con aquéllas, emisarias de los sistemas de producción más avanzados
imperantes en Europa. He aquí, nuevamente, otro aspecto que contribuye a explicar ese flujo
constante de valor entre la economía colonial y la metropolitana.

4. La cuestión colonial vista desde la política


43Parece claro que, económicamente, las “Indias” eran efectivamente colonias. Veamos qué ocurre si
cambiamos la perspectiva.
La conquista y sus derechos
44¿Cuáles son los derechos que tenía la Monarquía Hispana en Nápoles? Son los resultantes
de legitimidad dinástica -derecho por el cual los descendientes de Alfonso el Magnánimo reivindican
su dominium sobre el reino de Nápoles y sobre sus súbditos. Estos, además, como es público y notorio,
pertenecen desde “tiempo inmemorial” al orbe cristiano. Pero, además, tienen sus propios derechos y
sus propias costumbres que el soberano (y sus representantes) deben respetar escrupulosamente; en
Sicilia, por ejemplo, su Parlamento (lejana herencia normanda, posteriormente hispanizada) era el
custodio de esas leyes y costumbres y todos los especialistas de historia siciliana moderna (A.
Marongiu, A. Baviera Albanese, etc.), no dudan en afirmar que condiciona “l’autorità regia”
representada por el “vicerè; otro tanto dice G. Galasso para el caso napolitano. En Aragón, según lo
relata Fernández Albaladejo, un proverbio afirmaba “antes de Reyes hubo Leyes” y las cortes
aragonesas no dudaron en recordárselo una y otra vez a quienes representaban a la Real Persona.
Cuando el duque de Alburquerque, es recibido como vicerè en Palermo el 5 de diciembre de 1627, lo
rodeaban el duque de Terranova, el príncipe de Roccafiorita, el de Pantelleria y otros nobles sicilianos.
Alburquerque se convierte en ese momento en la primera cabeza del reino, pero no puede olvidar que
en estos reinos de la “monarquía compuesta”, él es sólo un primus inter pares.
45Es obvio que no era esa la situación en América durante el primer siglo de dominación europea. Los
pobladores autóctonos habían sido vencidos en una dura guerra de conquista y, por otra parte –y esto
en era un detalle en marco de las concepciones políticas imperantes en el siglo XVI-no eran cristianos y
había que convertirlos. No es mi intención internarme en las (movedizas) arenas de la discusión que
todo esto suscitó, pero las diferencias jurídicas entre los derechos de un señor indígena novohispano y
de un noble napolitano en el siglo XVI, son demasiado evidentes como para extendernos demasiado
sobre el asunto. La conquista militar de pueblos no cristianos (y lejanos o “exóticos”), otorga unos
derechos que son absolutamente incompatibles con los resultantes de la compleja estructuración
jurídica que surge en el marco de la sucesión dinástica sobre pueblos cristianos (y europeos). De estas
diferencias provienen las imposiciones que eran perfectamente “lógicas” en América y hubieran
desatado una rebelión napolitana o aragonesa.
46Desde ya que estas imposiciones, como hemos dicho unas páginas atrás, no podían hacerse
efectivas sin un proceso de negociación; nadie es tan ingenuo como para suponer eso. Pero, se
negociaba, como se diría hoy, “bajo presión” y todos sabían que había una diferencia enorme en el
peso de ambas partes negociantes. No era ésta una discusión entre iguales. Y los señores étnicos
debían ser muy cuidadosos en estas negociaciones. Las disímiles historias de don Francisco Verdugo
Quetzalmamalitzin Huetzin, señor de Teotihuacan y de don Carlos Ometochin, señor de Texcoco, que
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nos cuentan Carmen Bernand y Serge Gruzinski, son sintomáticas en este sentido; podemos ver a
través de ellas la búsqueda difícil (y trágica en el caso de don Carlos, que termina siendo ajusticiado en
la hoguera) de una salida en la estrecha vía que se abría para los líderes étnicos en ese delgado
sendero que transitaba entre el respeto a sus costumbres y sus tradiciones religiosas y las exigencias
de los europeos. Las palabras de don Carlos Ometochin –que probablemente sellaron su aciago
destino- resuenan con claridad “¿Quién son estos que nos deshacen y perturban e viven sobre nosotros
y los tenemos a cuestas y nos sojuzgan?”.
47Porque detrás de todo esto están las matanzas que, sin caer para nada en la “leyenda negra”, es
inadmisible olvidar. La de Cholula, pedagógicamente ideada por la habilidad política de Hernán Cortés.
O la realmente absurda llevada a cabo por el violento Pedro de Alvarado, cuando Cortés lo había
dejado por un tiempo al mando de la situación. Este irrumpe en una fiesta religiosa mexica dedicada a
Huitzilopochtli –que había sido permitida por el propio Alvarado- arranca violentamente las joyas y
ricas vestiduras de los jóvenes oficiantes, a quienes “desnudos, en cueros, con solamente una manta
de algodón a las carnes, sin tener en las manos sino rosas y plumas, con que bailaban, los metieron
todos a cuchillo.” Las límpidas palabras del padre Durán nos eximen de toda hipérbole al recordar el
hecho que se conoce como Matanza del Templo Mayor. ¿Debemos recordar también los hechos
similares ocurridos con los guaraníes en la primera época de Asunción del Paraguay, por ejemplo,
cuando se levantó en líder Arecayá? ¿O las realizadas contra los muiscas en la conquista de la Nueva
Granada? ¿O como relata un cronista como Cristóbal de Molina el accionar de los europeos en
Cajamarca y el Cuzco? : "nunca entendieron sino en recoger oro y plata y hacerse todos ricos; todo lo
que a cada uno le venía a la voluntad de tomar de la tierra lo tomaba, sin pensar que en ello hacía
mal, ni si dañaba o destruía, porque era harto más lo que se destruía que lo que ellos gozaban y
poseían". Hay que decir que, en materia de vesanias resultado de la conquista militar, on n’a que
l’embarras du choix! Es bajo esta presión que deben negociar en los primeros tiempos los líderes
indígenas. Y lo deben hacer, además, en medio de una de las catástrofes demográficas –causada,
sobre todo, por los brotes epidémicos- más terribles de la historia escrita de la humanidad.
La situación a fines del XVIII
48Pero, vayamos ahora a fines del siglo XVIII. Es evidente que las cosas han cambiado, en América y
en el mundo. Y entramos así en la famosa discusión en la que terciaría Ricardo Levene con su
librito Las indias no son colonias. El libro en cuestión, publicado en 1951, pero con el antecedente de
un artículo de 1947 y de una surrealista reunión en la Academia Argentina de la Historia en octubre de
1948, en la cual Levene propuso que los historiadores dejasen de utilizar la palabra colonias en sus
trabajos, ante el asombro de un historiador de medianas luces, pero sensato, como Emilio Ravignani,
quien se animó a decir que “considera la expresión ‘época colonial’ correcta y que la seguirá
empleando”. Otro de los académicos, el doctor Pueyrredón, afirmó que “sólo debía decirse ‘periodo
español’, suprimiéndose también el vocablo ‘dominación’ ”. En realidad, todo esto debe ser entendido
en el marco de la hola de “hispanismo” que fait rage en esos años como respuesta de las elites
argentinas frente a la “invasión” de la inmigración europea (especialmente italiana). Fue más o menos
en ese momento cuando algunos intelectuales como Leopoldo Lugones, Ernesto Quesada, Ricardo
Rojas y Manuel Gálvez descubrieron que el gaucho, en vez de ser un delincuente mestizado y bárbaro
–como pensaba Sarmiento- era un auténtico héroe civilizador, profundamente hispano. Menéndez y
Pelayo (como Miguel de Unamuno) no dudarían después –en leyendo a los autores citados- y así
hablarían del gaucho como “el luchador español que después de haber plantado la cruz en Granada, se
fue a América a servir de cruzada a la civilización” [sic]. Remitimos aquí al trabajo de Raul Fradkin,
publicado en los Annales, “Les centaures de la pampa…”. En fin, dejemos esto aquí, pues en la misma
época que Levene discutía estas cosas, otras trágicas cruzadas estaban en plena acción “civilizadora”
en España; esa coincidencia no es en absoluto casual en el marco de esas dos naciones “católicas”,
dado que ambas se imaginaron a si mismas en algún momento como constituyendo “el faro de
Occidente”, pero no es aquí nuestra preocupación fundamental.
49¿Y cuales son los argumentos que esgrime Levene? La “prueba” que el imaginaba más sólida era la
Real Orden de la Junta Suprema de Sevilla de enero de 1809, que había proclamado que « los vastos y
preciosos dominios que España posee en las Indias no son propiamente Colonias o Factorias como las
de otras naciones sino una parte esencial e integrante de la monarquía española ». Esta Real Orden y
aquella otra proclama gaditana del 15 de abril de 1810 “los dominios españoles de ambos hemisferios
forman una sola y misma monarquía, una misma y sola nación, y una sola familia y que, por lo mismo,
los naturales que sean originarios de dichos dominios europeos o ultramarinos son iguales en derechos
á los de esta península”, no son más que manotazos de ahogado y puro cálculo político de un pequeño
grupo de liberales (y de una mayoría de conservadores puros y duros) encerrados en la Isla de León,
protegidos por las fortificaciones de Puerta de Tierra y por la flota británica. Tanto el asturiano Flórez
Estrada, como el ya citado José Canga Argüelles han escrito encendidas páginas para alabar estas
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liberales decisiones. Pero, pero… Los acontecimientos que le siguieron mostrarían hasta el cansancio
cuales eran los límites concretos que estaban dispuestos a permitir los liberales peninsulares en la
relación con sus pares americanos y decimos bien a sus pares, pues éstos, o sea, las elites blancas
americanas, eran los únicos a los que, a regañadientes, como se verá, se consideraba como iguales.
50Cuando en Cádiz hubo que hacer cálculos electorales, tout d’un coup, la igualdad desapareció
rápidamente, en especial, a través de la muy especiosa discusión acerca de los derechos políticos de
las “castas” y sobre todo, de los pardos y mulatos (y hay que señalar que en este rubro, los magros
representantes de las elites blancas hispanoamericanas no se destacaron justamente por su tolerancia
racial). Y llegamos así a una aritmética electoral extraña que otorgó una mayoría aplastante a los
peninsulares en las Cortes provisionales de octubre de 1810: más de 200 representantes peninsulares
frente a 28 americanos. Hubieran debido ser idealmente 149 á 100 en las Cortes ordinarias elegidas de
acuerdo al decreto del 23 de mayo de 1812, pero la guerra insurgente y otras circunstancias
impidieron la realización de las elecciones en muchos lugares. De todos modos, América estaría
siempre en minoría. Y efectivamente, las Cortes se abren con una escuálida representación americana.
Pero, sin hacer historia contrafáctica, ¿cuál habría sido el futuro de esta relación en el –supuesto- caso
de que no hubiera habido proceso independentista? ¿Es necesario que recordemos también que pasó
con los diputados cubanos en 1837? Josep Maria Fradera publicó en 1995 un trabajo incluido ahora en
su libro Gobernar colonias que relata con precisión cómo y porqué fueron expulsados de España esos
representantes de las elites blancasde la isla en 1837. Ahora, su libro en preparación sobre el imperio
hispano durante el siglo XIX, nos aportará muchos más datos sobre este periodo y ese episodio. Larra,
a quien humor no le faltaba, diría lapidariamente en esos momentos que tal parecía que “la
constitución no era un género ultramarino”…
51Obviamente, decir todo esto no es olvidar que las elites blancas americanas se sentían a fines del
XVIII miembros de todo derecho de la gran nación española. Y por ello en los primeros tiempos de las
revoluciones de independencia no se llamaron ni mexicanos, ni chilenos, ni obviamente colombianos,
sino “españoles americanos”. Pero, una cosa es ese sentimiento de pertenencia de las elites a la nación
española y otra la subordinación colonial.
52En una palabra, todo hace pensar que había una relación “colonial” y que, además, ésta tenía alguna
importancia en el marco de la economía española y europea de la época. Suponer que la corona y las
elites económicas y políticas metropolitanas –tanto sea que hablemos de los liberales gaditanos, como
de los legitimistas más duros- se opusieron con las armas en la mano desde 1810 al movimiento
independentista hispano americano, sacrificando hombres y recursos que no sobraban, meramente por
deporte o por testarudos, nos parece una forma bastante poco sagaz de pensar un problema histórico.
Alguna importancia tendrían que tener estas colonias a ojos de los contemporáneos para que durante
quince años se enviara gente a la muerte por intentar preservarlas. Así lo demuestra la percepción de
la relación colonial que tenían personajes tan relevantes como Canga Argüelles y Gardoqui; éstos, por
las funciones que cumplían, estaban obligados a un conocimiento adecuado del papel del intercambio
colonial en el contexto de la economía española de aquellos años. Y un poco más tarde, cuando resultó
evidente que Gran Bretaña aspiraba a reemplazar a España en la provisión del mercado americano, sus
cabezas dirigentes parecían también apreciar esta cuestión con bastante claridad. Si no, habría que
pensar que las guerras coloniales –y no nos referimos solo las que se originaron en el proceso de
independencia de ibero América- están motivadas únicamente por la incapacidad de los hombres para
entender en que mundo viven y por su perseverante voluntad de ejercer el mal sin razón.

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