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Para otros usos de este término, véase Conversión (desambiguación).

Conversión es la práctica religiosa por la que una persona adopta como propias las creencias
de la comunidad de creyentes a la que se incorpora. Cuando dicha práctica se realiza por
alguien que tenía una creencia religiosa previa y diferente de la que asume, desde ese
momento pasa a ser considerado por la comunidad creyente abandonada como un apóstata o
un renegado.
Debe distinguirse del rito de paso o iniciación, el conjunto de acciones rituales con que
el neófito o catecúmeno es reconocido públicamente como miembro de la comunidad, y que
en la mayor parte de las culturas se produce acompañando al tránsito biológico que tiene lugar
tras el nacimiento o tras la niñez, por tanto sin haber tenido otra creencia religiosa previa.

Conversión al cristianismo [editar]


En el Nuevo Testamento [editar]
En el Nuevo Testamento, se utiliza el término griego ἐπιστρεφω (epistrepho), que quiere decir
‘volverse a’, y se relaciona con Jesús o Dios.
La conversión de San Pablo, producida tras su caída del caballo en el camino de Damasco, es
la más famosa y espectacular de las descritas en el Nuevo Testamento (Hechos de los
Apóstoles).

Edad Media en España


En la Edad Media, la conversión de judíos, producida en diferentes circunstancias, algunas
sinceras y otras forzadas masivamente en el contexto de pogromos, como la revuelta antijudía
de 1391 en España, trajo como consecuencia la existencia de comunidades de conversos de
origen judío, que en España fueron denominados cristianos nuevos. Los problemas sociales
suscitados provocaron enfrentamientos como la revuelta anticonversa de Toledo de 1449, tras
la que se exigieron los estatutos de limpieza de sangre, un régimen de discriminación legal
contra los conversos. La existencia de criptojudíos o judaizantes (se les dio el nombre
de marranos a los de la corona de Castilla y el reino de Portugal) y el recelo aplicado
universalmente contra todos los conversos, judaizaran o no, se mantuvo durante todo
el Antiguo Régimen en España, y justificó la creación de laInquisición española y el decreto
de expulsión de los judíos de España de 1492. En Mallorca se conformó una comunidad
endogámica de cristianos nuevos con características muy particulares (chuetas).
En el caso de los musulmanes, tras la revuelta mudéjar de 1499-1502, se produjo el bautismo
forzoso de todos los que quedaron en España, pasando a ser denominadosmoriscos, que tras
nuevas revueltas (Rebelión de las Alpujarras de 1568-1571) fueron dispersados por el interior
de la Península y definitivamente objeto de la expulsión de los moriscos de 1609.

Conversiones al catolicismo en el mundo anglosajón en el siglo


XX
Durante el siglo XX surgió en el mundo anglosajón un renacimiento espiritual que afectó a
relevantes escritores conversos, entre los que se encuentran:

 Maurice Baring
 Hilaire Belloc
 Robert Benson
 Chesterton
 Christopher Dawson
 T. S. Eliot
 Graham Greene
 Ronald Knox
 C. S. Lewis
 Malcolm Muggeridge
 Dorothy Sayers
 Edith Sitwell
 J. R. R. Tolkien
 Evelyn Waugh
 Siegfried Sassoon, etc.

Conversión al islam
Un neo-musulmán o musulmán convertido recientemente al islam es denominado Muallaf. El
más importante de los cinco pilares del islam (la creencia en un solo Dios, y en que Mahoma
es su profeta), es el que marca la conversión, que se produce desde el momento en que el
nuevo creyente hace sinceramente esa profesión de fe, llamada shahada.1
En la España musulmana medieval los conversos al islam eran llamados muladíes.

Conversión al judaísmo
Primero el Arrepentimiento.
La norma judía que regula la manera aceptable de convertirse al judaísmo se denomina giur.
La decisión de convertirse al judaísmo debe provenir del propio convencimiento, demostrado
por lo que se dice y hace.

Procedimiento
Los requerimientos, dictados por la halakha son los siguientes:

 Circuncisión.
 Baño ritual por inmersión.
 Entender y aceptar las obligaciones de ser un judío observante.
Como consecuencia de la conversión, el prosélito pasa a ser parte del pueblo judío, con
algunas restricciones existentes en algunas de las denominaciones judías.

Conversión al sijismo[editar]
Para convertirse al sijismo se debe demostrar conocimiento y entendimiento de los contenidos
de Gurú Granth Sahib y demostrar madurez para seguir el código de conducta sij2
Existe una ceremonia de iniciación en la cual se realizan una serie de oraciones y actos
rituales, enumerados a continuación:3

 Lectura de las normas y obligaciones.


 Aceptación de las normas y obligaciones.
 Oraciones en torno al amrit, o néctar, que se prepara añadiendo azúcar a un bol con agua,
por parte de los cinco piare.
 Repartición del néctar a los iniciados.
 Oración y compromiso de los iniciados.
 Comida compartida (Kara Parshad).
QUÉ ES LA CONVERSIÓN SEGÚN LA BIBLIA?

I- La palabra "Convertir" significa "Cambiar", "Transformar".

Hechos 3:19 dice: "Por tanto, arrepentios y convertios, para que sean borrados vuestros
pecados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la presencia de Dios."

Hechos 2:38 dice: "Arrepentios y sed bautizados cada uno de ustedes en el nombre de
Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo".

Si usted lee estos dos textos con un poco de detenimiento se dará cuenta de varias
cosas:

1. Son textos paralelos.

2. Son pronunciados por la misma persona (El apóstol Pedro).

3. Arrepentimiento y Conversión no es lo mismo, aunque sin arrepentimiento no hay


conversión.

4. La conversión se efectúa cuando una persona que ha aceptado a Cristo como su


salvador, se arrepiente y se bautiza por su autoridad. Juan 3:3-5 "...Respondiendo Jesús y
le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo n puede ver el reino de
Dios. Nicodemo le dijo:¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede
entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?. Jesús respondió: En verdad,
en verdad te digo que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino
de Dios".

5. Se necesita arrepentimiento y conversión para que nuestros pecados sean perdonados


o borrados.

6. Con la conversión viene al creyente el Espíritu Santo y tiempos de refrigerio de parte de


Dios.

II- La Palabra de Dios es la que produce la Conversión.

1. Salmos 19:7 "La ley de Jehová es perfecta, QUE CONVIERTE EL ALMA"

2. Santiago 1:18 "Él de su voluntad NOS HIZO NACER por la palabra de verdad, para
que seamos las primicias de sus criaturas"

3. 1 Pedro 1:23 "Pues habéis nacido de nuevo, node simiente rruptible, sino de
incorruptible, es decir,mediante la palabra de Dios que vive y permanece para siempre"

III- Abrir ojos, mudarse y cambiar de dueño.


1. Hechos 26:16,18 "Pero levántate y ponte en pie, porque te he aparecido con el fin de
designartecomo ministro y testigo, no sólo de las cosas que has visto, sino también de
aquellas en que me apareceré a tí,

librándote del pueblo judío y de los gentiles, a los cuales yo te envío,

Para que abras sus ojos a fin de QUE SE CONVIERTAN de las tinieblas a la luz, y del
dominio de satanás a Dios, para que reciban, por medio de la fe en mí, el perdón de
pecados y herencia entre lsque han sido santificados"

2. Tal como el texto enseña, convertise es un proceso mediante el cual, una persona que
estaba ciego por el Dios de este siglo (2Corintios 4:4), ahora puede ver.

3. Es también una mudanza del reino de las tinieblas al reino de la luz


(Colosenenses 1:13).

4. Es un cambio de dueño. Antes nuestro amo era satanás, pero en la conversión salimos
de sus dominios y pasamos a los de Dios.

5. Convertirse es recibir limpieza de pecados y herencia entre los santificados.

Usted puede convertirse a Cristo hoy, y mudarse de las tinieblas a la luz, cambiar de
dueño y recibir el Espíritu Santo como regalo de parte del Padre. Le invitamos a que lo
haga ahora mismo, pues si oyeres hoy su voz, no endurezcas tu corazón (Hebreos 3:15)
II. Psicología de la conversión
Tipos de conversión, crisis, obstáculos y desenlace

Por: P. Miguel Ángel Fuentes, V.E. | Fuente: Foro de Teología Moral San
Alfonso

El término conversión ha pasado a designar propiamente una transformación radical,


amplia, profunda y permanente de una persona; una reestructuración de la vida moral en
torno a un nuevo núcleo. "Por eso muchas veces comienza por ser una reorganización
interna de los principios intelectuales que presiden la vida moral y afectiva del individuo.
La transformación ha de ser amplia y profunda en el complejo de la actividad pensante y
moral del individuo, como lo fue en los que llamamos grandes convertidos: San Pablo, San
Agustín, Raimundo Lulio, etc."3

No tomamos en cuenta aquí las conversiones superficiales, es decir, aquellas que no son
permanentes y duraderas; éstas en el fondo pueden llamarse falsas o menos auténticas.

1. Tipos de conversión

No todas las facultades del convertido se convierten o transforman en el mismo momento o


con la misma profundidad; pero siempre repercuten en todo su ser. De ahí que pueda
establecerse una clasificación. De este modo tenemos:

1) Según el término en que desemboca la conversión se habla de conversiones a la fe (en


ellas es la inteligencia la que primariamente se transforma con un nuevo contenido
intelectual), conversiones a la gracia (se trata del paso a la gracia después de una vida de
pecado; aquí es la voluntad y la vida pasional o afectiva las que parecen principalmente
transformadas), y conversiones a la perfección (designando con esto el trabajo serio por la
santidad; en espiritualidad se habla en este sentido de "segunda conversión").

2) Según el modo en que se producen, se pueden distinguir las conversiones comunes u


ordinarias (aquellas que se realizan sin sobrepasar los límites de lo normal, de lo ordinario,
sin fenómenos extraordinarios), las conversiones extraordinarias (las que se producen de
modo misterioso, con predominio de influjos extraordinarios de la gracia, y son a veces el
comienzo de una vida intensamente mística), las conversiones graduales y prolongadas
(aquellas en que todo el proceso toma su tiempo, como en el caso de Newman o de Vernon
Johnson), las conversiones fulgurantes o repentinas (como la de San Pablo, Alfonso
Ratisbona, Paul Claudel), y las conversiones con luchas y contrastes (que parecen
caracterizarse por largas luchas interiores, como los casos de San Agustín, Libermann).

3) Por razón de la causa cabe distinguir entre conversiones intelectuales-discursivas (en


éstas predomina psicológicamente el trabajo lento y discursivo de la inteligencia como se
ve, por ejemplo, en Newman –descrita en su Apologia pro vita sua–, Manning –Por qué me
convertí al catolicismo–; el trabajo intelectual no es el único porque siempre la voluntad y
afecto, presupuesta la racionalidad de la fe, empujan y determinan en este trabajo),
conversiones intuitivas (en estas parece como si la luz se hiciera en un momento de
intuición, en el cual el convertido es ilustrado repentinamente por Dios; así, por ejemplo,
San Pablo camino a Damasco –cf. He 9,1-9–, el judío Alfonso Ratisbona mientras visitaba
la iglesia de Sant’Andrea delle Fratre en Roma, etc.), y las conversiones volitivas (aquellas
en que el factor principal parece ser la voluntad deliberada; éstas son más frecuentes en la
conversión a la vida de la gracia y en las conversiones a la perfección).

2. El proceso psicológico

La conversión se caracteriza –psicológicamente hablando– por un doble "sentimiento": una


sensación de crisis y un fuerte deseo de Dios.

Toda conversión comienza por una crisis o una situación relacionada con alguna especie de
sufrimiento (que puede ser físico, moral o espiritual), es decir, con una dialéctica interior.
Junto a esto se da una convicción más o menos profunda y al menos confusa de que sólo en
Dios el alma puede encontrar tranquilidad en esa lucha. Si sólo se da el aspecto de crisis, el
proceso no terminaría en conversión sino en desesperación y tal vez en el suicidio.

Las formas más comunes de la crisis son tres:

1) Crisis moral: parte de la experiencia del pecado, como conciencia de bancarrota moral y
sentido de suciedad; se caracteriza por el remordimiento causado por los pecados
cometidos, por el sentimiento de vacío interior y por el ansia de paz interior. Muchas veces
el alma se comporta inicialmente como huyendo de esa mirada hacia su adentro. Un
testimonio más que elocuente es este texto de las Confesiones de San Agustín: "Narraba
estas cosas Ponticiano, y mientras él hablaba, tú, Señor, me trastocabas a mí mismo,
quitándome de mi espalda, adonde yo me había puesto para no verme, y poniéndome
delante de mi rostro para que viese cuán feo era, cuán deforme y sucio, manchado y
ulceroso. Veíame y llenábame de horror, pero no tenía adónde huir de mí mismo. Y si
intentaba apartar la vista de mí, con la narración que me hacía Ponticiano, de nuevo me
ponías frente a mí y me arrojabas contra mis ojos, para que descubriese mi iniquidad y la
odiase. Bien la conocía, pero la disimulaba, y reprimía, y olvidaba"4

2) Crisis espiritual: se da más bien en la segunda conversión o despegue hacia la santidad.


Se caracteriza por la conciencia de la mediocridad y superficialidad de vida. No es más
fácil que la conversión del pecado a la gracia; porque a este converso le parece que se le
pide todo y que abandone todo y no entiende el verdadero sentido de la libertad. Es la crisis
que no pasó, por ejemplo, el joven rico del Evangelio.
3) Crisis física: tiene lugar por una catástrofe inesperada tal como el enfrentarse a la muerte
de un ser querido, una enfermedad, un fracaso, o cualquier sufrimiento que obliga al alma a
plantearse el sentido de la vida, o la dirección de su vida. René Bazin ha escrito en Etapas
de mi vida: "Dios es el Pastor. El dolor es su perro. A veces muerde con fuerza, pero es
para su bien". Cuando el dolor golpea a la puerta de un hombre "el alma se ve de improviso
obligada a mirar dentro de sí misma, a examinar las raíces de su ser y escrutar en los
abismos de su espíritu... La historia de las conversiones de todos los tiempos está llena de
documentos que confirman el papel redentor que a menudo juega el dolor"5,. Así Máximo
Acri encontró a Dios en los campos de concentración, Francesco Cornelutti lo hizo ante la
vista de sus seres queridos moribundos, el oficial de las S.S. alemanas Olvald Pohl, en la
cárcel de criminales de guerra antes de su ejecución.

Para introducir la crisis que lleva a una persona a la conversión, Dios se sirve de medios
sumamente diversos, no atándose a ningún medio humano. A veces es el ejemplo de una
persona santa, cuya presencia y modo de ser golpea y acusa al converso (ejemplo de esto
tenemos en la conversión de Agostino Gemelli6); otras veces, es algo puramente fortuito,
que los lleva a pensar sobre la vida y el destino (como vemos, verbigracia, en la conversión
del barón de Eckersdorff7).

Junto con esta crisis se da en la psicología del convertido el deseo de purificación del
pecado, de alcanzar la paz del alma, o directamente deseo del mismo Dios. A veces toma la
forma de "que se es buscado por Alguien" y suele mezclarse con cierto miedo a entregarse
a ese Alguien por temor a ser totalmente "devorado" o "absolutizado" por Él; hay sobre esto
magníficas descripciones como la de Francis Thompson en El Lebrel del Cielo o Miguel de
Unamuno en El Cristo de Velázquez.

Escribe Thompson (en la versión de Carlos Sáenz):

Le huía noche y día


a través de los arcos de los años,
y le huía a porfía
por entre los tortuosos aledaños
de mi alma...

He escalado esperanzas,
me he hundido en el abismo deleznable,
para huir de los Pasos que me alcanzan:
persecución sin prisa, imperturbable,
inminencia prevista y sin contraste.

Los oigo resonar... y aún más fuerte


una Voz que me advierte:
"Todo te deja, porque me dejaste".

Unamuno dice algo semejante:


...Y con amor furioso
persigues a quien amas, y si te huye
le acosas con ahínco y acorralas
sin dejarle vivir; de sed se muere,
y tiembla detenerse en los arroyos
ante tus fieros ojos en acecho
de víctimas. Temblando a lo que anhela,
cree sentir tras las rocas resoplidos
de tu resuello, y cuando, al fin, rindiéndose,
de ojos cerrados, tu zarpazo espera,
parado el corazón, de hielo el rostro,
siente tu sangre que la sed le apaga,
siente el abrazo de la dulce muerte
que le lleva a la vida a que escapaba,
y que es comerte ser por ti comido.
¡Rey del desierto, León de Judá!

3. Obstáculos para la conversión

Los obstáculos que más frecuentemente retrasan el acto de fe y la conversión suelen ser de
dos órdenes: intelectivos o morales.

1) Obstáculos de orden intelectual. Propiamente no se trata de obstáculos racionales sino de


prejuicios de orden filosófico e intelectual. La Iglesia no tiene miedo a la razón; al
contrario, mientras más rigurosa es la razón más abre camino para una aceptación serena de
la fe. La fe, lejos de suprimir la razón y la libertad del espíritu, la refuerza
maravillosamente. Es elocuente a este respecto el diálogo entre la atea –luego conversa–
Greta Palmer y Mons. Fulton Sheen: "La segunda vez que se encontraron le dice estas
palabras: ‘No se preocupe de ponerme argumentos racionales a favor del Catolicismo.
Estoy ya dispuesta a admitir que el entendimiento es un arma despuntada, incapaz de tener
razón en los argumentos que más me molestan. El hombre, en efecto, ha comenzado a
razonar desde el primer momento en que comenzó a existir y ha terminado en Hiroshima.
Hábleme de la fe, sólo de la fe; independientemente del entendimiento’. Mons. Fulton
Sheen le responde: ‘No se puede menospreciar la razón. Este es el error cometido por los
seguidores de Hitler. Precisamente por esto hay gente que cree que un hombre en Moscú,
en Idaho, puede ser un Dios, sólo por el hecho de que él afirma que lo es. Deje que le diga
lo que nosotros los católicos creemos y, si su razón lo rechaza, váyase en paz, que yo la
bendigo. Pero le ruego, como amigo, que no se niegue a emplear el entendimiento’"8.

Armando Carlini, otro converso, decía: "Sólo el hombre religioso, sólo el Filósofo cristiano
está plenamente libre en el pensamiento. Como la mayor parte de los convertidos, he
hallado en la Iglesia católica una libertad que ensancha el espíritu, exactamente lo contrario
de lo que temen muchos de aquellos que están fuera de la llamada construcción dogmática
de la Iglesia. Jamás me he sentido limitado, encajonado, estorbado por el sistema
dogmático de la Iglesia"9.
Los obstáculos son, pues, prejuicios. Especialmente tienen lugar en almas imbuidas de
racionalismo, panteísmo, materialismo, agnosticismo o escepticismo. Junto a la profesión
de estas doctrinas hay que señalar también otras causas, como por ejemplo: la ignorancia
religiosa, la falta de un mínimo espíritu de reflexión, la deficiente preparación filosófica
que incapacita para pensar metafísicamente; la inadaptación mental en sus formas de
hipercrítica, escrupulosidad intelectual, etc. También hay que añadir los defectos de un
espíritu exclusivamente técnico o defectuosamente especializado que intenta aplicar
métodos apropiados para unas ciencias (por ejemplo, matemáticas o fenomenológicas) al
campo filosófico o histórico.

Significativo es el testimonio de la ya citada conversa Greta Palmer: "Leí libros mucho más
precisos que los de Chesterton. Leí también obras anticatólicas. Pero, examinadas
críticamente, éstas presentaban siempre puntos vulnerables. Las razones del catolicismo
presentadas por Santo Tomás no ofrecían, en cambio, motivos de excusa. Mi conversión
estuvo llena de repugnancia. Llamé a todas las puertas para asegurarme de que tras ellas
había algo más que el vacío, antes de llegar a admitir que esta única puerta estuviese de
verdad abierta sobre los secretos del universo. Descubrí que toda dificultad, toda duda que
quedaba de mi ateísmo había sido respetuosamente examinada y resuelta siglos antes de
que yo existiera. Vi que no existe hecho o hipótesis de la moderna física y astronomía que
no puedan ser confortablemente recibidos en brazos de la Iglesia. Descubrí que,
históricamente hablando, la gente parece querer dejar la Iglesia porque está deseosa de
cosas prohibidas, pero no deseosa de verdades profundas"10.

2) Obstáculos morales. A pesar de cuanto pudiera parecer los principales obstáculos para la
conversión –incluso para la conversión a la fe– no vienen del intelecto sino de la voluntad.

Entre estos hay que indicar, en primer lugar, el orgullo. Manuel García Morente ha escrito:
"Ante el problema de Dios los filósofos modernos suelen sentir extraordinario pavor y
tiemblan literalmente cuando en el horizonte de sus meditaciones surge majestuosa, pero
indeseada para ellos, la imponente noción del ser por sí, acaso porque en esta coyuntura la
filosofía moderna no tiene la conciencia muy limpia"11.

También hay que añadir el deseo de gloria humana, como dice el mismo Jesús: ¿Cómo
podéis creer vosotros que buscáis la gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene
sólo de Dios? (Jn 5,43-44). Asimismo la falta de docilidad a Dios y la sensualidad que
quiere seguir apegada a sus desordenes morales, etc.

4. El desenlace de la conversión

La conversión sincera trae para el convertido una experiencia totalmente única que se
manifiesta en forma de "descubrimientos"; en efecto, los convertidos –según sus propios
testimonios– experimentan uno o varios de estos efectos12:

–El descubrimiento de la razón: muchos temen inicialmente que "creer" signifique


renunciar a la libertad de espíritu y a la propia razón, pero terminan dándose cuenta de que
la fe, lejos de suprimir la razón y la libertad del espíritu, refuerza uno y otra.

–El descubrimiento de nuevos horizontes: "Ha pasado más de un año de mi conversión –


escribía George Harrison– y cada semana se abren nuevas puertas, se consiguen nuevas
experiencias, las raíces se profundizan"13. El general Pohl, antes de su ejecución confesó
que siempre había temido que el catolicismo fuese la negación de su personalidad, pero
después de aceptarlo en la cárcel dejó escrito: "el catolicismo es, en su misma esencial, el sí
a todo el hombre, al hombre en la plenitud de su vida"14.

–El descubrimiento de una religión ideal: o sea, de la verdad que satisface en plenitud la
mente y el corazón.

–El descubrimiento de la libertad: el convertido vuelve a sentirse dueño de sí mismo y al


mirar hacia atrás comprende que fue verdadera esclavitud la presunta libertad sin Dios, que
antes poseía. Mons. Knox escribió: "Había supuesto que el resultado inmediato de mi
sumisión a Roma sería la impresión de tener mi libertad coartada de mil maneras... Estaba
dispuesto a sufrir esto; en cambio, ¡es curioso!, sucedió precisamente todo lo contrario: me
sentí, y me sigo sintiendo, invadido por una maravillosa sensación de libertad, la magnífica
libertad de los hijos de Dios"15.

–El descubrimiento de la luz, la vida y el sentido: muchos convertidos descubren que la


vida, las cosas y los acontecimientos humanos adquieren un nuevo significado, y que viejos
problemas encuentran en el cristianismo soluciones sencillas pero totalmente satisfactorias.
Sobre su propio caso dijo Owen Francis Dudley: "Me habían dicho que, si me hacía
católico, mi mente se vería cohibida y mi religión sofocada; que no podría volver a pensar
por mi propia cuenta. Pero he visto lo contrario: que la Iglesia católica me coloca sobre una
plataforma de verdad, desde la que hasta una pobre mente como la mía, puede elevarse a
alturas inconmensurables. He hallado la verdad que libera al hombre. Me habían dicho que
en la Iglesia católica todo se estancaba o estaba en decadencia. En cambio, he visto que la
misma vida de Dios late en todas las venas del Cuerpo Místico. Fue como salir de una
pequeña habitación cerrada, con las ventanas atrancadas, y hallarme, de buenas a primeras,
sobre la cima de un alto monte, en torno al cual soplan todos los vientos del cielo. Aquí he
hallado la vida"16.

–El descubrimiento del gozo: Chesterton al convertirse afirmó: "Es demasiado hermoso
para ser verdadero; pero es verdadero"17. "El cristianismo –dijo por su cuenta Luis
Santucci– es capaz de sepultar con una palada de gozo un abismo de dolores"18. Cuanto
más largo y sembrado de dificultades esté el camino de la fe, tanto mayor es la alegría que
se experimenta cuando se ha llegado a la meta.

PSICOLOGÍA Y TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN


R.P. Dr. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
LA CONVERSIÓN ESTUDIO
TEOLÓGICO Y PSICOLÓGICO
Y. M. J. CONGAR

NOCIÓN DE «CONVERSIÓN» CV/QUE-ES

La conversión, en el amplio sentido de la palabra, es un cambio


del o de los principios que rigen la síntesis o la dirección de
nuestra vida. Conversión, de por sí, no significa conversión a
Dios, ni siquiera hacia el bien. Uno puede convertirse al mal, o
convertirse al racionalismo o al marxismo; hay conversiones
del catolicismo al protestantismo y hasta al judaísmo o a
religiones fuera de la tradición judeo-cristiana. Tomada en esta
acepción tan general, la categoría de los «convertidos» se
identifica, en suma, con la de los hombres que los
anglosajones llaman «twice born» para distinguirlos de los
«once born». Hay, en efecto, un nacimiento común a todos:
aquel por el que recibimos la existencia de hombres, según las
cualidades de la naturaleza humana; así venimos al mundo.
Algunos tienen un segundo nacimiento a un determinado
mundo de valores, a los que libremente se abren y entregan.

Uno descubre, por ejemplo, la miseria de los hombres o la


justicia; se siente conmocionado, golpeado de tal forma, que
consagrará su vida a luchar por lo que ha descubierto. Para
que haya «conversión» es necesaria algo más que una pura
información intelectual o incluso una convicción especulativa.
Un encuestador, un sociólogo, pueden saber todo sobre la
miseria o el hambre de los hombres y, sin embargo, no
«convertirse» para remediarlas. Es necesaria una experiencia
personal y llevados a cambiar algo en sus vidas. Recordemos,
por ejemplo, la diferencia existente entre el sencillo atestado y
el testimonio. El testigo tiene la sensación de ser requerido por
la verdad, de tal forma, que llegaría a comprometerse
onerosamente por sostener una afirmación en la que el hecho
se duplica para él con un valor. Para que verdaderamente haya
conversión es menester que el valor que se apoderó de
nosotros sea de tal naturaleza, que oriente nuestra vida dando
un sentido a nuestro destino.

CONVERSIÓN MORAL Y CONVERSIÓN RELIGIOSA:

La conversión moral es un cambio de nuestros principios éticos


o un paso de no practicarlos a practicarlos. Ciertas filosofías
han propuesto un ideal que reclamaba una conversión así: el
estoicismo, por ejemplo, y Plotino. La conversión propiamente
religiosa tiene puntos de semejanza con la conversión moral.
Pero es diferente. No supone únicamente que la vida tiene un
sentido que puede «convertirse», sino que ese sentido esté
determinado por un Dios personal y que el principio de la
«conversión» sea la realización de la verdadera relación que
ese Dios quiere que establezcamos con El.

A menudo, conversión religiosa y conversión moral están


íntimamente mezcladas; la conversión moral se produce en el
interior de una fe, que en principio nunca se había dejado de
profesar, pero a cuyas exigencias se conformaba poco o nada.
Este caso, al que algunos dan el nombre de "conversión
mística", es el de Francisco de Asís, Ignacio de Loyola y Pascal.
Es también el caso de las "segundas conversiones" de que
hablan los autores espirituales. Sin embargo, nos parece que
en estos casos existe siempre -al principio de la conversión
moral o acompañándolo- un nuevo descubrimiento del Dios
vivo, de Cristo y de la verdadera relación religiosa: luego...
conversión religiosa. Se puede reducir a conversión moral el
paso de los que, en el latín eclesiástico de la época de los
Padres, recibían el nombre de conversi. Es decir, los que en
vez de la vida del "mundo" abrazaban una vida según los
consejos evangélicos, sobre todo el de la castidad, sin por ello
tomar el hábito monástico.

LA CONVERSIÓN EN LA SAGRADA ESCRITURA

a) Vocabulario

Dos verbos hebreos y dos griegos expresan la idea de


conversión. En hebreo: sub, volver: en sí no tiene valor
religioso, pero al emplearlo fue tomando el significado de
conversión expresado por su sustantivo derivado tesubah.
Convertirse es volver a Dios. Así aparece frecuentemente.
Ejemplos: Am 4, 6 ss.; Is 9, 12; 19, 22, Jer 3; Ez 33; Dt 4, 30;
Dan 9, 13. Naham, apenarse, arrepentirse. Ejemplos: 1 S 15,
29; Sal 110, 4; Jer 8, 6. Es empleado acompañado y siguiendo
a sub. por ejemplo en Jer 38, 18-19. Griego: sub es
generalmente traducido en los Setenta como epistréfein, que
tiene el mismo sentido: volver, volver de nuevo, tornar a,
venir... luego, convertirse. Cf. Os 14, 2 s.; Am 4, 8; Jon 2, 13;
ls 55, 7; 6, 10 (citado por Mt 13, 15; Mc 4, 12; Act 28, 27); Jer
31, 14; Dt 30, 10. En el Nuevo Testamento se habla, por
ejemplo, de volver de las tinieblas a la luz (Act 26, ]8). Se
vuelve de (apó, ek) (Act 8, 22; Ap 2, 21 s.; 9, 20 s.; 16, I l;
Heb 6, 1) y se vuelve hacia (Epí, prós). Cf. I Pe 2, 25, donde el
verbo está empleado sin preposición, como en Lc 22, 32: Act
3, 19; Metanoein, substantivo metanoia, era bien conocido en
el griego clásico con el sentido de: cambiar de espíritu o
intención; cambiar la orientación del propio pensamiento.
Tampoco le es extraño el sentido de arrepentimiento, que se
acentuó en la época helenística. La traducción de los Setenta
de "a metanoein" un sentido fuerte y técnico de conversión,
siendo equivalente a epistréfein, cuando esta palabra se
emplea en sentido moral y religioso. También en los Setenta se
traduce algunas veces sub por metanoein: así en Ecl 48, 16; ls
46, 8. De modo que el verbo metanoein estaba preparado para
usarse en el Nuevo Testamento como expresión técnica para
expresar: cambiar de espíritu, volverse hacia (Dios),
convertirse; y esto con toda la densidad del sub de los
profetas, conservando, sólo secundariamente, el valor de pena
y arrepentimiento. Varias veces, en los Setenta (Jer 38, 18-19)
y en el Nuevo Testamento, las palabras metan. y epist.
aparecen unidas, señal esto de su similar sentido. En esta casi
equivalencia, sin duda met. expresa preferentemente el cambio
de actitud interior, y epist. el de relación con otro (Dios).

En latín, la palabra conversio expresaba bien la idea de volver,


dar la vuelta, convertirse; pero metanoia fue traducida por
poenitere, poenitentia. De lo que se han seguido dos
inconvenientes: 1) No se conserva la tan expresiva imagen del
sub hebreo y del metanoein griego. 2) Aunque paenitere venía
realmente de paena con el sentido de «no estar satisfecho de»,
se vio como absorbido por la palabra poena de la que incluso
tomó la grafía, y así recibió un predominante sentido de:
compensación onerosa, aflicción, reflejando sólo uno de los
valores y no precisamente al más profundo del empleo bíblico
de metanoia. "Penitencia" sugiere en primer lugar obras de
penitencia.

b) Teología bíblica de la conversión

El doctor E. Würthwein distingue, hasta llegar a oponerlas, la


concepción de penitencia que tenían en Israel antes de los
profetas y la de conversión que éstos predicaron. Existían,
realmente, en Israel costumbres penitenciales ocasionales o
legalizadas y ritualizadas en las instituciones cultuales, y que
incluían ayuno, lamentaciones, súplicas e incluso signos
exteriores tales como saco, cilicio y ceniza. Hasta se decretaba
una penitencia general, que alcanzaba incluso a los niños y
animales (cf. Jon 3, 7 s.; Jdt 4, 10 s.). Pero llegan los profetas
y dicen: todo esto no es volver a Dios (cf. /Am/04/06-11). Para
los profetas, lo esencial y lo que cualifica todo lo demás es
realizar el auténtico encuentro religioso. Es una relación
personal entre un hombre que se compromete todo él, es
decir, su «corazón» o su conciencia, y el Dios vivo, es decir, el
Dios que tiene una voluntad, un plan, que llama y exige. Es el
contacto o relación por los que verdaderamente Yahvé es el
Dios de Israel e Israel el pueblo de Dios. Un individuo, un
pueblo, se convierte cuando para él Dios es realmente Dios...
Esta relación se concreta en tres puntos: obedecer la voluntad
de Dios, fiarse plenamente de El, apartarse del mal que Dios
odia. De hecho, las exigencias son extremadamente concretas
en el plano del comportamiento humano. La Alianza pide que
se observe plena justicia, que se trate a los demás como
hermanos, sobre todo a los pobres y débiles, etc. Esto es el
verdadero ayuno... (cf. /Is/58/04b-07; Zac 7, 5 s.). En
resumen, los profetas predican menos la «penitencia» que la
«conversión»; para ellos todo se decide en el plano teologal y
no en el ético-ascético.

Hay algunos textos que escapan a este esquema. Los profetas


conocen y admiten los ritos penitenciales (Is 22, 12 s.; Jl 2,
12). E. Würthwein sitúa también durante el exilio el
monumental caso de Ezequiel, que tradujo un sentimiento
pastoral muy vivo de la responsabilidad personal y de la
posibilidad que el hombre tiene de orientarse hacia la justicia o
la injusticia. La neta distinción establecida por Würthwein,
ciertamente, es exacta, en el fondo; tiene sus equivalencias en
otros campos: Templo y Presencia de Dios, sacrificios y fiestas,
etc. Es verdad: los profetas han comprendido y demostrado
que es un modo de practicar la religión, que en realidad aleja
de Dios, o que es cómplice del movimiento del pagano que
cada uno llevamos dentro, para huir de Dios, representárnoslo
a nuestra propia imagen humana, en fin, hacernos un ídolo;
cuando la verdadera religión consiste en dejarse modelar por
Dios a su imagen y dejarse interrogar totalmente por El, en el
absoluto de la fe y del amor. Sin embargo, hay un peligro en
esquematizar la oposición señalada: el de no ver más que la
relación de fe y hesed, que es la sustancia de la conversión en
la que coinciden los profetas, pero incluyendo, y no
excluyendo, la realidad concreta de la «penitencia» como
tristeza por el pecado, contrición, enmienda y satisfacción.

Los autores protestantes dicen, algunas veces, que lo contrario


del pecado no es la santidad, sino la fe. No; es la justicia.
Inconscientemente, tienden con frecuencia a llevar a otros
campos el debate de las obras y la fe -algo hay de esto en el
admirable Eros y Agapè de A. Nygren-, y no ven bastante el
estatuto de una fe que se hace verdadera por las obras (12).
No se trata, pues, sino de completar las indicaciones de
Wurthwein sobre la predicación profética de la verdadera
conversión a Dios, porque esta predicación incluye también
enunciados sobre la detestación y el repudio del pecado. En
resumen, sobre la verdadera penitencia a la que lleva la
relación de fe, justicia, fidelidad, misericordia y conocimiento
de Yahvé.
En el Nuevo Testamento, la idea de conversión es
absolutamente fundamental. El Evangelio comienza con la
llamada de Juan Bautista, tomada luego por Jesús al principio
de su predicación: «arrepentíos (metanoeite), pues el Reino de
Dios está cerca» (Mt 3, 2; cf. Mc 1, 4; después, Mt 4, 17; Mc 1,
15). Es una llamada a un cambio de vida profundo e interior,
que corresponde al acto decisivo y completamente inaudito de
Dios viniendo a liberarnos y perdonar los pecados. La
conversión a que invitan, primero Juan y después Jesús, obliga
a revisar por completo el sentido de la vida propia con relación
a este acto decisivo de Dios. Es la respuesta del hombre a la
soberana iniciativa de Dios; implica primeramente un
arrepentimiento o una penitencia para abandonar el pecado
(Mt 3, 8; dignas obras de penitencia); inmediatamente la fe
por la que uno se entrega totalmente a Dios («Arrepentíos y
creed en la Buena Nueva»: Mc 1, 15; Act 20, 21; 26, 18; Heb
6, 1); finalmente, consecuencias para toda la vida, que será
renovada por completo. La vida tendrá otro estilo, el que
conviene al Reino de Dios y que se resume maravillosamente
en una actitud de «no posesión», de pureza, disponibilidad y
confianza; un a priori de afectuosa apertura..., en resumen,
una actitud de infancia espiritual.

Este mensaje evangélico tiene un valor absoluto y definitivo


para todos los hombres hasta el fin del mundo. Los apóstoles lo
han hecho resonar a través del espacio y el tiempo: todo
hombre es llamado a hacer penitencia y a convertirse, al
anuncio de un heraldo de la Buena Nueva (Mc 6, 12; Mt 12,
41; Lc 5, 32 par.; 24, 47; Act passim). San Pablo y San Juan
han pensado en las implicaciones teológicas de la vida cristiana
como conversión: fundamentalmente, los dos tienen la misma
teología. Aunque San Juan no emplea las palabras metanoein,
metanoia, sin embargo, presenta, en el sentido más estricto
del término, la theo-logia más profunda de la conversión como
acto y proceso por los que el fiel se deja engendrar y formar
por Dios, en dependencia de Jesucristo. El mismo San Pablo ha
desarrollado progresivamente, a través de sus Epístolas, una
síntesis teológica de la conversión cristiana, uniendo los tres
aspectos siguientes. Primero, la fe, que es no tanto una
consecuencia de la penitencia-conversión, cuanto su principio.
Inmediatamente, el bautismo y el hombre nuevo: San Pablo
toma ideas judías sobre el bautismo de los prosélitos, pero el
Bautismo cristiano adquiere todo su sentido en Jesucristo y su
Pascua. Finalmente, todo un programa de vida al que
comprometen la fe y el Bautismo: éste, que nos configura con
la muerte y resurrección de Cristo, tiene un contenido moral
más concreto y exigente; uno se convierte, para servir a Dios
(cf. I Tes 1, 9-10; Gál; Rom 1, 25; 12, 1-2); uno se
compromete por la fe y el bautismo a un género de vida que
consiste en hacer morir el hombre viejo y realizar en nosotros
el hombre nuevo (2 Cor 4, 16; I Ts 1, 9-10, 4, 4-5. 9-12; Rm
1, 25-31 y caps. 12 y 13, etc). Nada más teologal, sacramental
y ético a la vez que la conversión en San Pablo; nada más acto
de Dios comprometiendo al hombre a un continuado esfuerzo;
nada como la conversión que se realice una vez y, sin
embargo, tiene que realizarse sin cesar...

COMPONENTES DE LA CONVERSIÓN Y PUNTOS DE VISTA EN


QUE SE PUEDEN CONSIDERAR LOS HECHOS

Consideremos ahora la realidad de la conversión tal como la


presentan cada día los hechos, en nuestros países o en los
países antes llamados de misión. La conversión es un paso
personal que afecta la vida de un hombre moralmente adulto,
es decir, de un hombre cuyo principio de síntesis moral es
personalmente poseído y puede ser libremente elegido o
ratificado. La conversión incluye todo un conjunto de
movimientos psicológicos y morales; de motivaciones
intelectuales y afectivas. Hay preparaciones, positivas, que
abren el espíritu a ciertos valores, y negativas, que ayudan a
superar ciertas actitudes de retroceso: entre estas causas hay
que situar de modo muy especial el papel del sufrimiento, de
los «callejones sin salida», de todo lo que significa para
nosotros decepción, herida... Hay etapas, relevos: San Agustín
pasó por el neo-platonismo; Görres volvió al catolicismo a
través de la idea de unidad política, y muchos hombres de su
tiempo a través de la Iglesia como fuerza de estabilidad y de
orden (Von Haller, por ejemplo). Las preparaciones juegan su
papel, después ceden su lugar a otra cosa, que permanece...
Los factores del medio cultural y sociológico tienen también su
influencia, sobre todo el sentido de inhibición, como se
comprueba en los estudios referentes a los medios obreros
europeos o a las condiciones de conversión en algunos países
de misión, sobre todo en aquellos donde está instalado y reina
el Islam. Ciertos casos conocidos por el autor llevarían a
preguntarse si a veces en las conversiones confesionales no
juega su papel un determinado atavismo... Valdría la pena
estudiarlo.

Todo esto demuestra que las conversiones encierran una


realidad humana muy compleja: moral, social, histórica, quizá
incluso genética, y cuyo estudio sería también muy
interesante. Si no siempre, sí en muchos casos podría hacerse
una historia puramente psicológica de las conversiones, y los
más exigentes teólogos nos dejan, a este respecto, en plena
libertad. También se podría, con una base suficientemente
documentada, realizar una clasificación y tipificación de las
conversiones, si, a pesar de su extremada variedad, se pueden
reducir a algunos tipos y si esta clasificación presenta
verdadero interés. Una posible clasificación, tomada desde el
punto de vista psicológico o de motivos psicológicamente
determinantes, es ésta:

1. Conversiones en que domina la inquietud, la necesidad de


encontrar la verdad y las motivaciones intelectuales: caso
frecuente en las conversiones confesionales, por ejemplo
Newman, Cornelia de Vogel.

2. Conversiones en que predomina la voluntad de realizar un


ideal puro: muchas conversiones del paganismo o del Islam al
cristianismo.

3. Conversiones de tipo emocional, especialmente numerosas


en las reuniones de evangelización de los pentecostales, del
Ejército de Salvación... Hay también conversiones lentas y
conversiones repentinas, pero en estas últimas el brusco
momento decisivo ha sido frecuentemente precedido por
preparaciones y seguido de todo un largo trabajo: el caso, por
ejemplo, de Teodoro Ratisbonne (visión de la Virgen, Roma,
1842). Sucede entonces que las razones siguen al momento
decisivo en que se da la «vuelta» moral o religiosa, que es lo
esencial de la conversión; el nuevo principio de síntesis se
adquiere repentinamente o de un solo golpe por una
iluminación instantánea, y la estructura de los razonamientos o
de las respuestas sólo llega después. Tal es, por ejemplo, el
caso de un P. Robert Bracey, y especialmente, más ilustrado y
formulado por él mismo en términos de insuperable verdad, el
de Paul Claudel. Transcurrieron cerca de cuatro años entre su
iluminación (Navidad 1886) y su primera confesión (1880).
Animus que debía razonar las dificultades y sacar las
conclusiones, tenía que estar retrasado respecto a Anima.

Hay conversiones completamente personales. La Iglesia


católica les da preferencia. Algunas conversiones en masa,
como la de los monjes anglicanos de Caldey en 1913, no son
en realidad sino la pluralidad de conversiones personales, más
o menos ligadas y simultáneas. Por el contrario, el psicólogo y
el sociólogo deben hacer un lugar a las conversiones
verdaderamente colectivas. Las ha habido en la historia (¡los
sajones!), y sin duda existen aún en la historia misionera
contemporánea, casos de grupos sociales que siguen en masa
a su jefe. Existen también los «Revivals» o las campañas de
evangelización de tipo «evangelical» que desembocan en
movimientos más o menos colectivos de conversiones
repentinas: acción de Moody, de Evan Roberts con los
«Revivals» del país de Gales, de 1904-1905, campañas de Billy
Graham, sesiones de llamada del Ejército de Salvación... Las
grandes misiones de los siglos XVII, XVIII y XIX en la Iglesia
católica han presentado, a veces, rasgos semejantes a los
«Revivals» protestantes. En el fondo, se trata de una
predicación que imita la de los grandes profetas de Israel. "EI
"Despertar" es la vuelta a la obediencia a Dios» (Finney).

Sería peligroso insistir demasiado en los aspectos


espectaculares, incluso algo románticos, de una conversión
repentina, sobre todo si es fruto de un choque sentimental. En
tales conversiones se arriesga dejar para el futuro todos los
verdaderos problemas. En realidad, toda la vida cristiana es
conversión. Cada fiel debe esforzarse en llegar a ser, día tras
día, lo que es y a realizar su ser espiritual en profundidad. Hay
que ver bien a lo que obliga el bautismo de niños; por un lado,
compromete a cada cristiano y, por otro, a la Iglesia, para que
prosiga un esfuerzo de auténtica pastoral. El bautismo exige,
imprescindiblemente, instrucción y conversión. En la Iglesia
anterior a Constantino, cuando era peligroso ser cristiano,
estaba formada principalmente por hombres convencidos; sin
duda, lo más frecuente es que el Bautismo se diera sólo a
personas previamente convencidas y convertidas:
representaba, realmente, no sólo desde el punto de vista
dogmático, sino también desde el psicológico y moral, un
segundo nacimiento. Hoy, en que se confiere a los niños recién
nacidos, corre el riesgo de aparecer sólo como un aspecto del
nacimiento común; el nacimiento por el que entramos en el
mundo, en determinada sociedad, que en nuestros países es
«cristiana»... Pero la obligación de instrucción y conversión
permanece indisolublemente ligada: sencillamente, debe
realizarse después por medio de un caminar personal, ya que
no se realizó antes. La vida del cristiano lleva consigo la
obligación rigurosa de llegar a ser verdaderamente cristiano,
ya que lo hicieron sin elección personal. Es decir, hay una
obligación de conversión...

Se han propuesto diversas «explicaciones» psicológicas para el


hecho de la conversión: la presión social, el debilitamiento del
tonus vital, el subconsciente, la sexualidad, etc. Estas
explicaciones se basan generalmente en un aspecto real de las
conversiones -en el plano fenomenológico-, pero son
demasiado limitadas o parciales para percibir el hecho en su
totalidad, sobre todo si se le mira en su relación con la
totalidad de la existencia y con su significación.

Explicaciones frecuentemente dominadas, en las obras de


psicología religiosa, por la preferente atención concedida por E.
D. Starbuck -iniciador de estos estudios- a la adolescencia
como momento privilegiado para la conversión (Psychology of
Religion, Londres, 1889); o también por el punto de vista, tan
querido a los protestantes, de la conversión repentina y
definitiva con predominio del sentimiento de pecado del que
uno se libera por un «surrender» (entrega) total a la gracia, a
la voluntad y al servicio de Dios. William James (Varieties of
Religious Experience, 1902) veía la conversión como la última
consecuencia de una incubación inconsciente de ideas y
sentimientos que terminan apareciendo o más bien explotando,
saliendo a la superficie de la conciencia, movidos por nuestra
tendencia de reemplazar los elementos caducos o dispersos de
nuestra síntesis mental, por un principio más fuerte y más
unificador: y esto bajo el choque de una emoción, de una
percepción nueva o de un conjunto de circunstancias que sacan
a luz el desgaste, la desorganización y la ausencia de cohesión
de nuestro anterior sistema...

Un psicólogo contemporáneo, R. H. Thouless (An introduction


fo the Psychology of Religions, Oxford, 1923, caps. 13 y 14),
aun distinguiendo varias clases de conversiones, algunas de las
cuales desbordan esta explicación, la toma después en forma
diferente: sentimientos, habitualmente frenados por una
resistencia que se opone a su afirmación y a su éxito, rompen
esta resistencia y se afirman en el plano de la vida consciente.
Este esquema se aplica en particular a las conversiones
juveniles, en las que actúa el deseo de escapar a ciertos
hábitos de pecado que pesan precisamente en la edad en que
se busca conquistar y afirmar la propia síntesis. Pero el mismo
Thouless reconoce que así no tiene en cuenta las conversiones
intelectuales, que son el mayor número de conversiones
confesionales.

Algunos psicoanalistas han dado a los hechos de conversión


una interpretación demasiado sencilla: los candidatos a la
conversión serían seres de psiquismo inseguro, desprovisto de
unidad innata. La necesidad de unificarse les lleva a subordinar
o expulsar una parte de sí mismos en beneficio de la otra
parte. Además, como no se bastan a sí mismos, se buscan un
amigo poderoso que les complete, les apacigüe y permita
compensar sus fracasos. Pero esta solución para su angustia se
produce a costa del valor humano. Hay en estas
consideraciones de los psicólogos mucho, al menos
parcialmente, de exacto; pero dependen mucho más de la
simple descripción que de la explicación. Es cierto que la
conversión se opera a menudo en el término de una crisis
caracterizada por un cierto desequilibrio del que se quiere salir,
o por una pérdida de seguridad interior. Por eso la conquista de
la personalidad por el joven, la vergüenza de un pecado -
sentida hasta el paroxismo-, o bien una pena, enfermedad,
guerra, fracaso, cautividad, hasta una sencilla emigración, son
momentos propicios para la conversión. Es cierto que la
conversión representa la conquista de un principio de síntesis
más satisfactoria, y es una integración. Todavía es preciso ver
en qué condiciones y sentido se realizan esa conquista y esa
integración.

Como para todo lo que se desarrolla en la vida psíquica del


hombre, es normal que los psicólogos, que exploran el
consciente y el subconsciente, puedan dar una traducción
psicológica de los hechos. Pero nos parece que hay dos clases
de consideraciones que piden se pueda y deba ir más allá de
esas explicaciones.

1. La verdad representada por el método fenomenológico. La


conciencia tiene un contenido, una intencionalidad. No es
cuestión solamente de analizar y así «explicar» después el
modo cómo suceden las cosas. Es preciso considerar y tratar
de «comprender» el contenido y la significación de lo que pasa.
Ahora bien, los convertidos experimentan y afirman ciertas
cosas, y la convergencia de sus experiencias y afirmaciones
tiene valor propio: creemos quc se puede sacar de ello una
prueba que tiene certeza moral, del tipo de las pruebas por
testimonios convergentes, en favor no sólo de la existencia de
Dios, sino de su acción en las almas y de la realidad de ciertos
hechos místicos. En efecto, una afirmación se repite en los
relatos de conversión, menos sin duda en las "conversiones"
juveniles -de las que los psicólogos se han ocupado con más
gusto-, que en las conversiones «místicas»: la afirmación de la
acción soberana de una persona viviente, pero trascendente e
invisible. La historia que han vivido, no solamente les parece
dirigida hacia Dios, sino llevada por El, y lo que ellos atestiguan
de sus iniciativas y de esta conducta responde, de modo
notable, a lo que los teólogos llaman la acción de la gracia. La
aportación última por la que todo se esclarece y decide, no
proviene de ellos, sino de la acción de Otro que está dentro de
sí mismos (1). Del mismo modo un fenomenólogo de la religión
concluía: "No podemos describir la estructura de la conversión
sin añadirle esta acción divina como elemento de
comprensión". Quizá no sea acertado hablar, como el padre
Mainage, de un «dualismo» que existiera en el alma del
convertido; sin embargo, no hay nada tan atestiguado como la
certeza o evidencia moral experimentada por tantos
convencidos, de que lo que les sucede no es
fundamentalmente de ellos, sino de Dios.

2. Desde el punto de vista fisiológico o médico, Juan Bautista


murió, sencillamente, de una hemorragia. Desde el punto de
vista teológico, su muerte es un martirio que corona su
testimonio del Verbo encarnado; esa muerte pertenece a la
historia de la salvación y tiene un valor sagrado. Este ejemplo
nos ayuda a comprender que un mismo hecho puede suscitar
apreciaciones diferentes, situadas en planos diferentes, debidos
a medios de conocimiento y criterios diferentes. En una
conversión, el psicólogo puede ver el desenlace de una crisis
cuyo proceso analiza más o menos exacta y completamente;
puede también señalar el momento en que una explicación
sacada de las «leyes» ordinarias de las costumbres humanas
se detiene ante datos que sobrepasan la medida o el orden
natural. Así desemboca -y debe reconocerlo, como un posible
más allá de su explicación- en un punto, a partir de cual el
apologeta hablará quizá de milagro moral. Por el contrario, no
habría nada más engañoso, y hasta ridículo, que pretender
«explicar» con algún conflicto interior un hecho como la
conversión de San Pablo. Jung es lo bastante gran psicólogo
como para no quitarle ningún mérito, aunque digamos que sus
intenciones con respecto a ese tema (citados por Thouless, ed.
1950, págs. 189 ss.), aun conteniendo algunos elementos
válidos, son lastimosamente inadecuadas.
La apreciación teológica de las conversiones tiene criterios
propios. En primer lugar dogmáticos, procedentes de las
afirmaciones de la Revelación y de la fe sobre la realidad de
Dios y su acción. En segundo lugar espirituales y morales, que
tengan en cuenta la calidad de la vida, pureza y frutos
espirituales de las motivaciones, de la fecundidad y beneficios
superiores que de ello se deriven. Porque una conversión que
viene de Dios no es sólo un hecho fisiológico, es un hecho
espiritual; no es sólo un término, un refugio, después de la
tormenta; la conversión abre una fuente de vida para los
demás, entra en la inextinguible historia de la caridad y del
retorno de la creación a Dios por caminos de luz, de libertad,
de cruz y de amor.

TEOLOGÍA DE LA CONVERSIÓN

a) La teología clásica apenas se ha ocupado de la conversión.


Unicamente al estudiar el acto decisivo de la justificación. Las
dos principales referencias son: Santo Tomás de Aquino, Suma
Teológica, Iª, IIae, q. 113 (y lugares paralelos), y el Concilio
de Trento, ses. Vl, sobre todo los capítulos 5.° y 6.°. La
justificación, que es el caso límite, manifiesta con toda fuerza
las afirmaciones de la teología sobre la conversión al suponerla
un acto gracioso y soberano de Dios: se realiza en el bautismo
de los niños pequeños, sin que allí se produzca actividad
alguna humana y consciente por su parte. Estamos en
presencia de la conversión como acto espiritual de Dios (de la
gracia) en estado puro. Es bastante curioso observar cómo el
pensamiento protestante, que partía de una afirmación de pura
gracia y de pasividad del hombre, ha llegado a insistir, de una
parte, en el elemento «experiencia» de la conversión, y, por
otra, a poner en duda, y frecuentemente a rechazar, el
bautismo de los niños por razones teológicas. Pero los
protestantes, fieles a las afirmaciones tradicionales sobre el
valor sacramental del bautismo, incluso del bautismo de los
recién nacidos, distinguen entre la regeneración producida en
el bautismo por el acto de Dios (cf. Jn 3, 7) y la conversión,
que implica una libre actividad del hombre (cf. Act. 3, 19).
De hecho, lo que ordinariamente se llama conversión se
produce en la vida consciente de un adulto y trae consigo,
generalmente, todo un proceso de preparaciones y
acercamientos progresivos. No es corriente que sea
absolutamente instantánea y que se cubra por completo con la
justificación. En ese caminar progresivo, la teología, al menos
la de la tradición agustino-tomista, afirma la necesidad de
gracias actuales de Dios, es decir, de mociones sobre la
inteligencia y la voluntad del hombre, o de disposiciones
externas que se ordenaban a su salvación. Es éste un punto de
técnica teológica que recientemente se ha puesto, una vez
más, sobre el tapete en el transcurso de una controversia
suscitada por la obra del padre H. Bouillard, Conversion et
gráce chez saint Thomas d'Aquin, París, 1944.

b) Pero si la teología católica afirma sin ambigüedades el papel


primordial y decisivo de una fuerza venida de Dios: la gracia -
que previene al hombre sin mérito de su parte, de tal forma,
que el propio comienzo de la conversión es fruto de la gracia-,
afirma con igual energía la realidad y la parte de la libertad
humana. La teología, desde San Agustín, se ha esforzado
incluso en analizar todo lo posible el juego alternado entre la
gracia y la libertad. Abundan los ensayos explicativos. Puede
leerse, por ejemplo, el de Fenelón, en su VI Lettre sur la
religion. Hablar de juego alternado entre gracia y libertad no es
demasiado feliz: deja entrever que una se construye luchando
contra la otra, cuando en realidad la gracia hace efectiva la
libertad... Sin entrar en los detalles de un análisis fruto de un
estudio más técnico, nos mantendremos muy cerca de los
textos bíblicos y la experiencia de los convertidos que
muestran el Dios de la gracia, y la libertad de hombre,
aproximándose uno a otro en una especie de diálogo y de
condicionamiento recíproco: algo así como el juego del dominó,
en el que uno de los participantes no puede colocar un seis
hasta que el otro no ha colocado otro seis... La religión bíblica,
religión de la Alianza, tiene una estructura de diálogo. Cuando
se estudia, sobre todo en el Evangelio de San Juan, las
«llegadas» a la fe, se ve que: puestas en presencia de lo que
será para ellas la verdad de Jesucristo, quien las acerca
primeramente bajo la forma de un signo o un encuentro, las
almas comienzan a decidirse a favor o en contra según una
disposición fundamental, cuya realidad decisiva es, en
definitiva, una psicología de apertura o de cierre sobre sí
mismo. La cuestión es saber cuál es el sentido de nuestro
amor. Si es abierto a las llamadas y exigencias del Otro,
llegará hasta la caridad. El amor a Dios sobre todas las cosas
se convierte, a la luz de la fe, en el nuevo principio de síntesis,
apto para modelar y unificar toda nuestra personalidad. Porque
el movimiento de conversión lleva hasta allí. Puede aplicársele
lo que ·Kierkegaard dice de la fe: «Creer no es una empresa
como otra cualquiera, un calificativo más que se aplica al
mismo individuo (nosotros añadiríamos: una idea más...); no,
cuando se arriesga a creer, el mismo hombre se convierte en
otro.»

En una carta del 21 de julio de 1849 a Alberic de Blanche,


marqués de Raffin, -Donoso Cortés decía: "El misterio de mi
conversión (porque toda conversión es un misterio) es un
misterio de ternura. Yo no amaba a Dios, y Dios ha querido
que le ame; y porque le amo, aquí estoy, convertido»
(CV/DONOSO-Cortes).

c) La teología analiza los actos típicos de la conversión-


justificación. Son, según Santo Tomás de Aquino y el Concilio
de Trento: la fe, el temor y la esperanza conjugados, el amor
inicial, el arrepentimiento y el propósito firme. Salta a la vista
que todo proviene de la fe... Los teólogos, por otra parte,
saben que la vida no siempre respeta las clasificaciones, y
sobre todo que es sintética y concreta, no analítica.

..................

1. El padre Lacordaire escribía en una carta del 11 de mayo de


1824, a propósito de su propia conversión: "Un momento
sublime es aquel en que el último rayo de luz penetra en el
alma y reúne en un centro común las verdades esparcidas. Hay
siempre una tal distancia entre el momento que sigue y el
momento que precede a aquel, entre lo que se era antes y lo
que se es después, que se ha inventado la palabra gracia para
expresar este relámpago que viene de lo alto» (FOISSET, Vie
du P. Lacordaire t. 1, pág. 61).

Y. CONGAR
EVANGELIZACION Y CATEQUESIS
CELAM-CLAF.MAROVA.MADRID-1968.Págs. 65-82

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