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Jerónimo de Ayanz y Beaumont, un navarro enterrado en Murcia

Lo conocerán por muchos nombres: Alcides, el caballero de los dedos de cobre, miembro del
Círculo Mágico de El Escorial. Pero en 1553, el año de su nacimiento, aún es sólo Jerónimo de
Ayanz y Beaumont. En Canino nos aproximamos al análisis de una de las figuras más
olvidadas de la historia española. Inventor, pintor, soldado, regidor de Murcia y colaborador
en la Guerra Mágica del Imperio ¡Agárrense que vienen conjuros!
Ayanz viene de padre, claro, Carlos de Ayanz, capitán de la guarnición de Pamplona. Su
madre, Catalina de Beaumont, se encarga de criar al pequeño. Al no ser el primogénito está
destinado a ser soldado. O en otras palabras: morir antes de los treinta por el Rey y la gracia de
Dios.

Sin embargo, la suerte le sonríe. La victoria de la batalla de San Quintín (donde su padre
interviene) anima al Rey a crear un monasterio para conmemorar la batalla, que coincide con la
festividad de San Lorenzo. Los magos de Felipe II localizan el centro exacto de la península
ibérica, y allí deciden levantar un monasterio siguiendo rigurosas instrucciones. Los años
pasan, los festejos para la inauguración se acumulan.
El Escorial en obras
En uno ellos la madre de Jerónimo consigue tener una audiencia con el Rey, quien le recuerda
el gran papel realizado por su marido en San Quintín. La buena de Catalina usa las palabras
adecuadas. “Oh, gran Rey de Jerusalén[inservible título que Felipe II insiste en hacerle recordar a
todo el mundo], acepta a mi hijo como paje personal en la corte. No te defraudará“.
Hinchado de admiración a sí mismo, el Rey accede, y desde 1567 el joven Jerónimo de Ayanz
y Beaumont es instruido en la corte en las dotes de la guerra, pero también las artes, las letras,
las matemáticas y cosmografía. Escolta en más de una ocasión al monarca en las Montañas del
Guadarrama, a la zona conocida como La Silla de Felipe II. Desde allí el Rey contempla las
obras del monasterio, y atiende los avisos de nuevos ataques de extraños perros negros por la
noche, que dificultan el transcurso de las obras. El calor tampoco ayuda al buen humor.
Algunas voces críticas cuestionan el lugar escogido para levantar el monumento. Pero el Rey
no las escucha.

Vista desde La Silla de Felipe II.


El joven Jerónimo tampoco presta atención a las leyendas. Conforme entra en la adolescencia
se hace famoso en la corte ganando combates. Corre la voz de que posee una fuerza
descomunal, capaz de doblar doblones de bronce con un pulgar, de atravesar muros con sus
manos. Uno de los jóvenes poetas de moda, Lope de Vega, le dedica en su obra Lo que
pasa en una tarde un par de versos hablando de su fuerza hercúlea. El
artista Pacheco destaca sus aptitudes artísticas, incluido el canto, pero todo eso no importa: la
vida de Jerónimo está destinada a la guerra.
Sus primeras incursiones militares dan fe de esto: Jerónimo es capaz de parar espadas con la
mano, de saltar más de cuatro metros y escalar murallas con los puños. Mastica herraduras
para desayunar, cuchichean en la corte. Está hechizado por los magos del Rey, sugieren otros.
Sin embargo, contra todo pronóstico cae gravemente herido contra la sublevación
de Guillermo de Orange, tras haber contenido él solo varios regimientos.
La Guerra Mágica
Es 1579. Intenta ponerse en contacto con el Rey al que abanicaba años atrás frente a la
construcción de El Escorial. Afortunadamente, noticias del frente llegan a sus oídos. La
entrada del ejército español a Lisboa está costando más de lo habitual. Jerónimo conoce a
algunos de esos compañeros, soldados que se recorren el territorio del imperio de un extremo
a otro. Observando su cuerpo destrozado, decide trenzarse las heridas abiertas, comprarse una
nueva espada, un caballo y partir (él solo) desde Madrid hasta Lisboa.

La Batalla de Alcántara (1580)


Albricias. La Toma de la ciudad portuguesa se lleva a cabo tres días después sin menores
incidencias. El Rey de España (perdón: el Rey de Jerusalén) celebra la victoria de su antiguo
paje y decide nombrarle Caballero de la Orden de Calatrava. Y como la vida de Jerónimo
estaba volviéndose algo aburrida, un año después averigua la existencia de un complot francés
para asesinar a Felipe II. Gracias a una redada gestionada por sus hombres más fieles, consigue
desarticular toda una operación de espionaje en la corte.
Tras este suceso el Rey le cita con él personalmente. Se acabó eso de cargarse ejércitos con las
manos, Jerónimo, le cuenta. Disculpe, alteza, pero no le sigo. Me refiero, joven Ayanz, a que
mi carta astral me advirtió años atrás que una mujer venida de Navarra trataría de
convencerme para que su hijo entrara a formar parte de la corte. La misma carta astral me
avisó del complot contra la corona de hace unas semanas, y de cómo una sombra con los
dedos de bronce me salvaría de mi muerte. Una soldado con una fuerza sobrenatural.
Y entonces él, Rey de Jerusalén, le revela más cosas. Le habla de que Inglaterra tiene un
poderoso mago al servicio de Isabel I, un tal John Dee, un barbudo insolente y picajoso que
habla del nacimiento del “Imperio Británico”, una auténtica infamia, lo sé, se excusa el Rey
ante el soldado. El Rey le cuenta también que como respuesta ya ha dado órdenes precisas de
que en la biblioteca secreta de El Escorial se acumulen cientos de cuernos de narval (herederos
naturales de los unicornios), piedras de bezares, espejos egipcios, bálsamos de algas y
ungüentos extraños traídos desde más allá de los océanos.
Y todo eso para qué alteza, le pregunta Jerónimo. Para qué va a ser, joven imberbe, le espeta
el Rey a su antiguo paje. Para la Gran Guerra Mágica contra los enemigos del Imperio.

John Dee.
De este modo, dos años después Jerónimo recibe la encomienda de Ballesteros en la Orden de
Calatrava. O, en cristiano, 355,000 maravedíes anuales, más las ganancias que se pueden
acumular por los cargos públicos. Jerónimo sonríe: siempre le había interesado ser
funcionario, y mucho más en el sector de la política. Pero Jerónimo aún se ve a sí mismo
como un soldado, así que a los pocos meses le escribe al Rey, pidiéndole que lo lleve a
defender el Imperio a Flandes, a Italia, a lugares donde puede seguir cobrando anualmente y
demostrar su fuerza. Nada, no te preocupes, le espeta por carta el Rey. Pero podría ir a las
Indias, o, qué diablos, me puedo ir a Navarra, al hogar de mis padres, a defender algún alcázar.
Nada, nada, se excusa el Rey. Tengo otros planes para ti. Cualquier lugar donde puede
demostrar mi valía con la espada será de grato agrado para mí, le responde Jerónimo.
Correcto, le escribe el Rey. Dime, ¿has oído hablar de Murcia?
Armada Vencible
En el año 1584, a la edad de 31 años, Jerónimo llega a la capital del reino murciano, un paraje
dominado por huertas árabes y campesinos que mastican vinagrillos a la orilla del Segura. El
tío de Jerónimo, que es el inquisidor en la ciudad, le pone en contacto con una de las familias
más adineradas de la ciudad, Pagán, cuyos antepasados habían construido una capilla en la
catedral de Murcia. El matrimonio de Luis de Pagán y Salvadora Fajardo había unido dos
poderosas familias murcianas. Tanteando el terreno Jerónimo se casa con Blanca, la hija
mayor del matrimonio, pero ésta muere al cabo de unos meses de celebrarse la boda.

Rigurosa imagen de Murcia en la Edad Media.


Sin descendencia (algunos hablan de la fuerza hercúlea del soldado navarro capaz de reventar
varias camas) Jerónimo decide casarse al año con su cuñada Luisa para afianzar su posición
política. Tres años después, tras muchas comidas pesadas y viajes por la huerta murciana,
Jerónimo es nombrado Regidor de Murcia. Siguiendo las órdenes del Rey, reconstruye las
torres vigía de la costa para evitar los ataques de los turcos. Consigue que el puerto de
Cartagena sea el puerto de invierno de las galeras, pone en funcionamiento nuevos sistemas de
regadío en la huerta. Y así, entretenido, Jerónimo espera.
El mensaje del Rey llega en 1588. Le urge a que se presente en El Escorial. Allí, en las
habitaciones subterráneas, se encuentra con la Orden del Círculo, formada por ilustres
como Ricardo Estanihurst (autor de Toque de Alquimia), Leonardo de Fioravanti (autor
de Della Písica e investigador de la piedra filosofal), Pedro Mercado (gobernador de
Tucumán), Fray José de Sigüenza (poeta y teólogo), el barbero personal del monarca (nunca
se sabe cuándo puede ser útil) y Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial. El Círculo le
pone al día del fracaso: más de mil naves que se han estrellado, dispersado y destruido a manos
de los ingleses. La que supuestamente iba a ser una Armada Invencible para conquistar
Inglaterra ha acabado en desastre.
La Armada Invencible
Es ese mago que tiene la reina inglesa, afirma Juan de Herrera. Domina muchas lenguas
desconocidas, incluidas la del viento, añade José de Sigüenza. Entonces el Rey, parcialmente
avergonzado, les confiesa que muchos años atrás le pidió al tal John Dee que le hiciera una
carta astral. A cambio de aquella carta el Rey le regaló una baratija de obsidiana, un souvenir
que encontraron en tierras mexicanas.
No es una piedra cualquiera, declara entonces inquieto el arquitecto Juan de Herrera, sino un
espejo. Meses después un espía español confirma sus sospechas al Círculo: al parecer, hace
cinco años John Dee usó el espejo para contactar con un ángel llamado Uriel, que avisó que
‘castillos flotantes españoles’ se lanzarían contra las costas inglesas. El maldito mago inglés
también ha empezado a traducir el lenguaje de los seres celestiales y planea usarlos contra las
costas españolas. El ataque será inminente, o no será.

El Círculo no se equivoca. El ataque sucede un año después del fracaso de la Armada


Invencible en forma de una expedición de barcos ingleses que atacan la Coruña. Jerónimo
abandona momentáneamente Murcia y lucha al lado de la legendaria María Pita, quien
consigue retener las tropas inglesas y al pirata Francis Drake, mientras grita aquello de “quien
tenga cojones, que me siga“.
Pocos meses después, el Rey vuelve a convocar a Jerónimo al Escorial. Que no luches más,
Jerónimo, que te quedes quieto y tranquilo en Murcia. Puede que ellos tengan su magia pagana
de su parte, sus druidas y sus amuletos, pero nosotros tenemos que contraatacar de una
manera diferente. ¿Cómo?, le pregunta Jerónimo.
La nueva magia
En 1597 Jerónimo es nombrado asesor de todas las minas de España. La misión que le
encomienda el Rey está clara: mejorar el rendimiento de la industria y emprender una carrera
tecnológica contra el resto de los imperios a las puertas del siglo diecisiete. El estado de los
yacimientos mineros es, cuanto menos, precario. Desde las primeras expediciones en las
Américas las minas de la península han sido declaradas poco rentables, pero Jerónimo
sospecha que, limpiando los casos de corrupción de cada provincia, aún pueden ser de
utilidad.
De este modo el exsoldado decide comprobar personalmente el estado de todas ellas
(quinientas cincuenta minas, para ser exactos; qué ganas le echas, le llegan a decir sus amigos
más íntimos). Los aires tóxicos del interior de la tierra están a punto de acabar con su vida un
par de veces, pero Jerónimo, por si no ha quedado claro hasta ahora, es una persona que no se
rinde fácilmente. Investiga los planos de los monasterios, los antiguos pergaminos árabes y
romanos. Traza bocetos, diseña destiladores de agua para los barcos que parten hacia las
Américas, hornos de fundición y balanzas capaces de medir el peso de una mosca. Encuentra
una manera de explotar los minerales negrillos de Potosí creando un sifón con intercambiador
que le permite desaguar minas inundadas.

Inspirado por los poderes esotéricos del círculo de El Escorial, por los conjuros arcanos
revelados sólo tras descender los setenta y tres escalones del subterráneo del hermético
monasterio, Jerónimo tiene su primera revelación: el empleo del vapor para aguar las minas
puede ser la solución para aclimatar los túneles, Adelantándose cien años, crea un complejo
sistema para refrescar el aire de las profundidades. Dicho sistema queda establecido en la casa
de su mujer Luisa. El aire acondicionado queda instaurado en su casa de Valladolid y de
Murcia. Al contrario que su hermana, Luisa le dará a Jerónimo cuatro hijos.
A mediados de verano se entera de que el Rey está sufriendo unos increíbles dolores y ha sido
trasladado al Escorial. Su cuerpo se ha llenado de úlceras y llagas. Ha sido hechizado, vuelven
a susurrar los supersticiosos. Le realizan diferentes sangrías mientras contempla el Jardín de las
Delicias del Bosco, su cuadro favorito. Algo está mal en ese puto cuadro, le oyen delirar,
hundido en la cama. Tras cincuenta días después de agonía, muere en El Escorial.

Los primeros años de Felipe III no interrumpen las investigaciones de Jerónimo. Observando
diferentes murales traídos de México, el navarro tiene otra visión del más allá: las batallas del
siglo diecisiete se librarán en las cordilleras de los océanos, profetiza, en las profundidades
abisales del espacio marítimo. Y así, una mañana del 2 de agosto de 1602, a las orillas del río
Pisuerga, un hombre recubierto de un extraño traje metálico permanece más de una hora bajo
el agua. Será el primer prototipo de buzo creado en la Historia, pero por supuesto Jerónimo
no se quedará ahí.
En una reunión del Círculo del Escorial presenta el primer prototipo de lo que Jerónimo ha
bautizado como ‘la barca submarina’. Herméticamente cerrada, posee un sistema de
renovación del aire perfumado con agua de rosas, contrapesos para bajar y subir cristales y
guantes negros capaces de salir al exterior para capturar muestras del océano. Imaginad un
ejército de estas balsas, le cuenta al Círculo, submarinos acechando las costas inglesas, cargadas
con nuestros hombres, sorprendiéndoles sin previo aviso.

Pero la influencia del Círculo sobre Jerónimo no termina aquí. Un documento fechado el 1 de
septiembre de 1606 otorga privilegios de invención por nada menos de cincuenta inventos,
incluyendo el primer prototipo de máquina de vapor, cien años antes de que Thomas
Saverypatentara en Inglaterra el dispositivo. En un momento de éxtasis, Jerónimo intenta
explicar al monarca las ventajas que la industrialización de las minas tendría para el reino: los
hombres dejarán de trabajar y sólo tendrán que manejar las máquinas.
Sus ideas, aunque consideradas interesantes, son relegadas a un segundo plano por el nuevo
monarca, quien decide no continuar financiando sus experimentos y apostar por pactos de
matrimonio. Por aquel entonces el Círculo del Escorial empieza a descomponerse.
Ligeramente aislado, sin dinero ni reconocimiento, Jerónimo decide alquilar de manera privada
su submarino para recoger restos de naufragios en el Mediterráneo. Poco a poco, sus amigos
van muriendo.
Libros perdidos
Desde 1610 apenas se tiene constancia de nuevos inventos por parte de Jerónimo. Se le asigna
el estudio del descubrimiento de unas minas, curiosamente cercanas a El Escorial, allí donde
una vez vieron perros negros atacando a los operarios durante la construcción del monasterio.
Jerónimo pasará allí la mayor parte del tiempo, diseñando (según dicen sus compañeros más
cercanos) extrañas máquinas, armas militares, sospechan algunos. Tampoco se separa nunca de
un libro de caballería sobre un hidalgo llamado Alonso Quijano, al parecer la primera entrega
de una serie de aventuras de caballería bastante popular.
Jacinto halla la muerte en una mina de Andalucía por un escape de gas, cosa harto improbable,
comentan algunos de sus allegados, ya que Jacinto conocía demasiado bien aquellas minas
como para dejarse atrapar por los vapores tóxicos del mundo. Cuando entran en sus casas de
Valladolid y de Murcia encuentran que mucha de la correspondencia ha desaparecido.

Los más curiosos cuentan (aunque es difícil creerles) que también hallaron una serie de
correspondencias con un tal Doctor Dee. Por supuesto nadie se acuerda del mago inglés, igual
que tampoco saben que murió años antes en la más absoluta pobreza, rodeado tan sólo por
libros de ocultismo en su biblioteca de Mortlake. El rey inglés Jacobo I, al igual que Felipe III,
no son hombres de ciencia ni creen en la magia, que como todo el mundo sabe es la ciencia
que aún no alcanzamos a entender. Algunos reconocen la correspondencia por la firma que
brujo inglés deja al final de cada manuscrito, un siete abrazado por la izquierda por dos
pequeños anteojos. Cuatrocientos años después la gente reconocerá la firma del mago en otro
espía británico, pero eso es otra historia.
Los restos de Jerónimo de Ayanz permanecen en la capilla de Dávalos de la Catedral de
Murcia, por petición de su mujer Luisa, agradecida por siempre por su amor y por haberle
instalado el aire acondicionado. La historia de Jerónimo terminaría aquí, la historia de uno de
los mayores inventores de España, olvidada por el ostracismo español. Pero lo cierto es que
muchos años después (y cuando hablamos de años después, nos referimos muchos años) se
encuentra una extraña carta escrita por Jacinto de Ayanz a un tal Emmanuel Filberto de
Saboya, donada a la Biblioteca Nacional en 2013.
Según afirman los expertos, más que una carta se trata del inicio de un libro científico, algo
verdaderamente insólito para la época. Al parecer Ayanz estaba escribiendo (en secreto) aquel
manuscrito hasta el último día de su vida. En estas páginas Jerónimo reniega de ideas asumidas
de la física de aquella época, como que el fuego es un elemento de la naturaleza. Según
Jerónimo, el fuego es el resultado de la combustión, energía que puede (y debe) manipularse
para el beneficio de los hombres. El exsoldado argumenta (seguramente inspirado por las
especias de El Escorial, cómo si no puede explicarse esta locura) la existencia de una extraña
oscuridad más allá del sol, aunque no deja muy claro si se trata de un vacío o algo más. Según
afirma, no existe una bola de fuego sobre todos los planetas, como se creía entonces, pero
quizás exista un sistema de planetas alrededor de la Tierra, estrellas que esperan ser
encontradas y conquistadas por el Imperio, conocimientos que en 1613 aún están vetados para
el hombre. Es en esa página cuando el manuscrito termina de forma abrupta, rodeado de
pequeñas anotaciones en los bordes: “Señor, ruega por nosotros“, “Señor, protégenos“.
Quizás el exsoldado había perdido la razón, después de tantos viajes a tantas minas
abandonadas. Quizás había abandonado la fe en Dios. Quién sabe. Algunos eruditos de la
historia antigua de España afirman que tarde o temprano podría encontrarse la continuación
de este libro, así como otros que Jerónimo escribió de su tiempo en el Círculo del Escorial.
Volúmenes imposibles que relatan la historia de un tiempo mágico. Libros que serán
encontrados, en algún momento del futuro más inmediato.

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