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El Judaísmo y la Sexualidad

El judaísmo considera la sexualidad como no pecaminoso. Establece que el deseo


sexual no debe ser nunca reprimido. La literatura hebrea antigua reconoce la
sexualidad como un hecho fundamental de la vida humana.

Si seguimos el Génesis 1:28, Dios bendijo a la primera pareja y le ordenó crecer y


multiplicarse. La tradición judía considera esto como una obligación positiva. El
hombre está obligado a procrear para asegurar la descendencia. Los rabinos del
Talmud aceptan esta obligación y dicen que el sexo debe disfrutarse. Se reconoce
la necesidad del matrimonio y se establece que los seres humanos deben satisfacer
las necesidades sexuales de su pareja con una actitud de mutuo respeto y
consideración.

El judaísmo busca establecer límites en el sexo, pero evita la excesiva disciplina o


ascetismo. Considera la moderación sexual y el autocontrol como esencial para
llegar a la santidad. El hombre debe lograr dominar sus impulsos, es cuando
entonces el sexo es bello y positivo. Rechaza el concepto de la sexualidad como un
acto pecaminoso o vergonzoso.

Las llamadas conductas sexuales inmorales como la sodomía, el incesto o el


adulterio son consideradas como ofensivas a Dios y la sociedad. Si los impulsos
sexuales son incontrolados e inmoderados afirma que destruyen a los individuos y
a la sociedad.

El matrimonio judío se remonta a la época bíblica. Si seguimos el Génesis 2:18,


después de crear al hombre, Dios decidió que no era bueno que estuviese solo y
creó a la mujer para que le acompañara. Se reconocen los derechos conyugales de
la mujer, pero están totalmente subordinadas las relaciones sexuales a la necesidad
de procrear.

Los judíos compartían los mismos conceptos que los pueblos vecinos en cuanto a
la poligamia y la posición social de las concubinas consintiendo estas prácticas. Sin
embargo, condenaban las perversiones sexuales, el adulterio y el incesto. Se
imponen multas y castigos por violación y seducción según queda reflejado en la
Biblia y se condenan las orgías sexuales que acompañaban los rituales de otros
pueblos.

La legislación bíblica establece otras prohibiciones tales como el que un hombre


use vestidos de mujer o viceversa o que tenga relaciones cuando la mujer está en
su periodo menstrual.

Las autoridades rabínicas establecieron en la época talmúdica una serie de medidas


restrictivas para evitar la promiscuidad. No se consideran adecuados los juegos
entre jóvenes de ambos sexos. El hombre no debe abrazar o besar a una mujer, a
menos de que estuvieran casados. El matrimonio se consideraba el estado ideal
para todo ser humano.
Maimónides estableció en el siglo XII los principio de cómo interpretar el versículo
bíblico, Levítico 18:6. Ningún varón besara a mujer. Sin embargo, se excluyó de la
prohibición del beso a la madre, a la hija, a la hermana o a la tía. Actualmente,
muchos de los judíos ultraortodoxos observan meticulosamente esta ley y se niegan
a abrazar, besar o aun dar la mano a miembros de sexo opuesto, con excepción de
su pareja.

LA MUJER JUDÍA

Podemos ver como la mujer en el Antiguo Testamento participaba activamente en


todas las expresiones de la vida social, política, económica y religiosa.

En los tiempos de Josué, las mujeres se encontraban presentes durante la lectura


de la Torá, que se celebraba en el Monte Eivál, conocido como el monte de la
maldición. “No hubo una sola palabra de todo lo que Moisés había mandado, que
no leyera Josué ante toda la comunidad de Israel, incluyendo a las mujeres y niños,
y aun a los extranjeros que vivían entre ellos”.

Al leer la Torá, durante la festividad de Succót, en la fiesta de las cabañas, se


solicitaba la presencia de las mismas, se decía: “Todo el pueblo deberá reunirse,
tanto los hombres como las mujeres, y los niños y los extranjeros que vivan en sus
ciudades para que escuchen la lectura de la Torá, y aprendan a respetar al Señor,
su Dios y pongan en práctica todo lo que se dice en ella”.

El judaísmo valora la importancia de la mujer, su delicadeza y nobleza, mediante


ciertas obligaciones. Y más allá de las razones elevadas y profundas que éstas
puedan tener, podemos ver cómo ellas se ocupan del cuidado y la protección de la
mujer en la vida familiar y comunal.

Para el judaísmo el recato protege la intimidad y privacidad de la mujer, ensalza su


figura y ayuda a desarrollar su ser interior. Es también importante en la mujer judía
la vestimenta y la conducta refinada, agradable y digna que protegen a la mujer y le
garantizan la preservación de su pureza.

En la época talmúdica la mujer respetable comenzó a permanecer confinada en su


casa. Una mujer que salía era considerada una prostituta. Esto refleja fielmente la
realidad social y la escala de valores de ese momento histórico. Un comentario
hermenéutico, midrásh dice que el hombre es del mundo, del mercado, y la mujer
de la casa, mientras que otro manifiesta que una mujer que cuida su hogar merece
casarse con un gran sacerdote.

El derecho de la mujer a visitar a sus parientes, a asistir a un duelo o a un


casamiento era firmemente respetado. El Talmud determina que las mujeres no
debían aparecer en público, pero en caso de hacerlo, el hombre no debía entablar
conversación con ella aun si fuera su esposa. El anfitrión de los visitantes
masculinos de la casa era el hombre. Ellas comían solas y procedían a realizar las
bendiciones correspondientes.

Todas estas costumbres judías seguían el modelo de la antigua sociedad ateniense,


en donde las mujeres vivían en casas aparte, llamadas casa de mujeres. Estas
viviendas estaban situadas al fondo de la residencia central o en la parte superior
de la misma. Normalmente, esta parte permanecía cerrada bajo llave.

El Zóhar, uno de los pilares de la cabbalá, dice que todo hombre deberá encontrar
una mujer con quien compartir su vida pues a través de esa unión se refuerza su fe
y es allí donde la Divina Presencia, no se separará de él jamás. A través de la unión
con la mujer, Dios penetra en el hombre.

El hombre tiene la obligación de alegrar a su mujer por ser ella el hilo conductor con
el creador. Del Zóhar se desprende, que, para poder entrar en comunión con Dios,
el cabalista deberá casarse primero. Se sostiene que la soltería no conduce al
estado de estar completo. La Shejiná y la mujer son figuras que completan la
esencia masculina, a pesar de ser considerada la mujer por la mayoría de los
cabalistas con un rol eminentemente pasivo.

Todos los códigos religiosos prohíben cualquier manifestación de afecto a una mujer
que no sea la propia. Por ello, el hombre no debe tocar a una mujer extraña ni
sostener su mano. Los judíos observantes evitan por ello cualquier contacto físico
aún con sus propios familiares.

LA HOMOSEXUALIDAD Y EL JUDAISMO

La homosexualidad es un tema de debate dentro del judaísmo. Las primeras


referencias se remontan al libro bíblico Levítico que describe las relaciones
sexuales entre varones como una abominación y podría conllevar la pena
capital como castigo.

La principal visión del judaísmo es considerar la homosexualidad como algo


pecaminoso, al verlo categóricamente prohibido en la Torá. Esta es la visión por
ejemplo del judaísmo ortodoxo, aunque no del judaísmo reformista ni del judaísmo
reconstruccionista.

Como vemos, dentro del mundo judío existen diversas corrientes teológicas. El
Judaísmo reformista, desde 1977, viene abogando en Israel por la aceptación de la
homosexualidad y los derechos de las minorías sexuales,

El judaísmo no prohíbe la homosexualidad, sino los actos homosexuales. El


judaísmo no condena solamente la relación sexual entre miembros del mismo
género; la prohíbe en cualquier manifestación que no sea dentro de la pareja
heterosexual casada. O sea, la postura del judaísmo ante la expresión sexual no es
discriminatoria, sino exclusiva.
Hay que distinguir entre individuos homosexuales y actos homosexuales. El
judaísmo acepta al individuo con tendencias homosexuales como miembro pleno
del pueblo judío. Esto no quiere decir que pueda hacer lo que se le antoje.

La Torá prohíbe expresamente dar expresión física a los deseos homosexuales, ya


sea tanto de índole masculina como femenina. Lo considera una abominación como
se comprueba en el Levítico 18:22. El hecho que uno nazca con determinada
tendencia no lo transforma en una alternativa de vida válida.

La Torá es la que define para el mundo judío cuales son las tendencias válidas y
cuáles no. El hombre fue creado con el poder procreativo con el objetivo de usarlo
para poblar la tierra. Es su deber primario. Desviar ese potencial y usarlo sólo para
el placer personal, atenta contra la naturaleza humana innata de dejar
descendencia.

La prohibición de la Torá de dar expresión a la homosexualidad se puede ver


también no como una condena y discriminación, sino como una mano fuerte de
apoyo y de estímulo para la persona que tiene tendencias homosexuales, diciéndole
que, si realmente quiere, puede lograr superarla y canalizar su sexualidad de una
manera productiva, equilibrada y sana.

Lo que distingue al hombre del animal es que el animal está dominado por su instinto
mientras que el hombre lo domina, canaliza y sublima.

EL MATRIMONIO JUDIO

La sociedad judía es endogámica y el matrimonio sirve para consolidar el linaje. El


levirato es una institución nacida del patriarcalismo, establece según el
Deuteronomio que, si un varón no tiene descendencia, el hermano soltero de más
edad debe contraer nupcias con su cuñada viuda. Esta no puede casarse con un
extraño, de manera que el primogénito que tengan llevará el nombre del hermano
fallecido, para que de esta no forma no desaparezca su estirpe.

El Génesis presenta el matrimonio judío desde dos vertientes: la económica y la


religiosa. Si se realiza el matrimonio, la afectividad pasa a un plano secundario a
favor de los intereses familiares. El padre ejerce la autoridad sobre el destino de los
hijos. La elección del cónyuge se hace con gran detenimiento.

Contraer matrimonio en el mundo judío es formar una empresa que busca lograr la
perpetuación patrimonial familiar y generacional. Contraer matrimonio es una
obligación y se procura que sea antes de cumplir los veinte años. Existe la
excepción a esta norma para todos los judíos que estudian la Torá.

La mujer en el día de su casamiento recibe bajo la jupá una "ketuvá" en la cual están
escritas y especificadas las obligaciones del hombre para con ella. Aquí vemos
cómo los Sabios se han ocupado de proteger a la mujer, incluso respecto de sus
necesidades materiales, como es tener una casa para vivir, ropa, comida, etc.

La pareja para el judaísmo no sólo se une bajo la Jupá, sino que se reúne La pareja
comparte una misma alma que, al nacer, se divide en dos, y al casarse vuelve a
reunirse. En otras palabras, los dos son partes incompletas de una unidad hasta el
momento de reencontrarse en matrimonio.

La institución del matrimonio es una idea Divina que sirve para más que
simplemente formalizar una relación. Deben respetarse las instrucciones que Dios
nos dio, para que el matrimonio funcione. El casamiento judío representa también
la unión entre Dios y el pueblo judío celebrado en el Sinaí por medio de la entrega
de la Torá. Muchas de las costumbres en el casamiento judío reflejan dicho
paralelismo.

Cuando la pareja toma la decisión de casarse, siempre deben consultar con su


Rabino, para establecer si pueden casarse o no por Jupá. Hay que determinar
también si la fecha en la que quieren casarse es permitida para realizar
casamientos.

Para poderse casar ambos deben ser judíos, solteros, y no hijos del adulterio. Esto
es un problema serio en caso de una mujer casada que, aunque tenga el divorcio
civil no haya recibido el Guet (divorcio religioso) y tuvo hijos con otro hombre.

Para casarse, el rabino pide la Ketubá de los padres de ambas partes o en caso de
que estén divorciados, pedirá una copia del Guet. Solicita una copia de las libretas
de matrimonio de los padres o las partidas de nacimiento de los interesados.

La Ketubá es un documento legal en el cual están marcadas las responsabilidades


que el marido asume para con su esposa. El objetivo de la misma es proteger la
dignidad de la esposa judía. Para ser válida debe estar escrita correctamente.

El matrimonio debe ser el fin de todo judío como lo marca la Torá. El judaísmo
consagra la legitimidad de la vida sexual dentro del matrimonio. El que no tiene
descendencia comete un pecado similar a delitos considerados importantes.

La doctrina rabínica establece dentro del matrimonio la frecuencia del coito


conforme a la actividad profesional del varón y fija un periodo de abstinencia no
superior a dos semanas. Sin embargo, existe una corriente restrictiva o ascética que
considera esto lo máximo.

El Talmud valora que el marido ha de atender especialmente las necesidades


sexuales de su mujer: antes de iniciar un viaje, en las vísperas de la menstruación,
la noche de la inmersión en el baño ritual o mikveh. La importancia del deseo
femenino es reconocida incluso durante el embarazo, cuando no existe,
obviamente, posibilidad de una nueva concepción.
Para el judaísmo es inadmisible destruir la semilla mediante la eyaculación en el
exterior de la vagina, en consecuencia, rechaza la masturbación. En el Míshneh
Torah de Maimónides, glosa universal del Derecho Hebreo, se apuesta por la pura
procreación.

Los teóricos del judaísmo dudan sobre la licitud de las prácticas que incrementan el
placer como realizar el coito mediante la penetración por detrás, colocar a la mujer
en la parte superior y prefieren la comúnmente llamada postura del misionero. Como
veremos las tres grandes religiones monoteístas señalan la posición sexual del
misionero como la más natural.

La Poligamia en el judaísmo

La poligamia existía entre los israelitas antes de los tiempos de Moisés, quien
continuó la institución sin imponer límite alguno en el número de mujeres que un
esposo hebreo podía tener.

La Enciclopedia judía dice: “Aunque no existen evidencias de poligamia en la


sociedad judía primitiva, parece ser que la poligamia era una institución bien
aceptada, desde los tiempos más antiguos y extendiéndose comparativamente a
tiempos modernos”.

Otra práctica común era la de tomar concubinas. El Talmud de Jerusalén restringió


el número a la habilidad del esposo de mantener a sus esposas adecuadamente.
Algunos rabinos, sin embargo, aconsejaron que el hombre no tome más de cuatro
esposas. Posteriormente, la poligamia fue prohibida en el judaísmo por los rabinos,
no por Dios.

Sin embargo, los judíos Sefardíes continuaron con la práctica de la poligamia. Esta
era realizada por los judíos ricos en las tierras islámicas, pero raramente por los
judíos que vivían entre cristianos. Si seguimos al profesor de antropología social y
cultural de la Universidad de Haifa, Joseph Ginat, es habitual la poligamia entre los
180.000 beduinos de Israel. También es frecuente entre los judíos del Yemen. Los
rabinos permiten a los judíos casarse hasta con cuatro esposas.

En el Israel moderno, cuando una mujer no puede tener hijos o está mentalmente
enferma, los rabinos le dan al esposo el derecho de casarse con una segunda
esposa sin divorciarse de la primera.

EL ADULTERIO

El adulterio tiene un apartado específico en el Derecho Hebreo. Se consagra la


fidelidad exclusiva de la mujer hacia su marido. Esta unión es más restringida que
la contemplada en el Derecho Canónico, pues incluye las relaciones sexuales ilícitas
y voluntarias con una mujer casada o comprometida. El adulterio se sanciona con
severidad y reporta gravísimas consecuencias para los hijos bastardos, que
encontrarán muchos problemas cuando pretendan casarse.

El adulterio era una práctica relativamente extendida entre los judíos hispánicos,
consecuencia de una cierta relajación moral, especialmente entre las clases
pudientes, y de la convivencia de familias extensas bajo el mismo techo.

Originalmente, el marido tenía derecho a castigar a la mujer adúltera y a su amante.


Cuando se consideraba una ofensa a Dios se requería la intervención del rabino y
de los tribunales de Justicia. Era posible redimirlo mediante el pago de una multa,
aunque no es frecuente, y podría recaer pena de muerte si se realiza tras recibir
una amonestación pública.

Si seguimos la Biblia en el mundo judío se castigaba con la lapidación, mientras que


el Talmud lo hacía con el ahorcamiento. La ordalía de las aguas amargas se aplica
a las sospechosas de adulterio, si fue advertida previamente por el marido. Mientras
que si sólo existen murmuraciones puede obligarla a someterse, dispensarle o
repudiarla.

Se conocen algunos procesos históricos judíos sobre el adulterio en la España


medieval, como el protagonizado en la sinagoga de Zaragoza, el 13 de octubre de
1368 por Lumbre, viuda de Salamon Anagni, perpuntero del rey, ante un tribunal
integrado por don Mayl Alazar, don Salamon Almali y el rabino Jaco Figel y en la
sentencia dice “el qual crimen la dita Ley ha por muy fuert peccado et orrible
entrellos et esto solo pertenescia a jugar a los judges esleydos por la dita aljama”.

La imputada es tenida por convicta y confesa, ya que era probado y manifiesto dicho
crimen, según la Ley, y con arreglo a ésta debía ser ejecutada. Sin embargo, existe
un margen de discrecionalidad que permite conmutar dicha pena por azotes, exilio
y trasquileo en cruz, es decir, dolor, destierro e ignominia.

La gravedad es máxima en el adulterio, según la legislación cristiana, si se incurre


en el tabú de las relaciones sexuales interconfesionales. En el Fuero de Tudela se
limita a una multa leve, siempre y cuando se realice con miembros de las minorías
confesionales. Si un judío mantuviere relaciones con una mujer que no fuera su
legítima esposa, pagará cinco sueldos, idéntica cantidad a la que pesa sobre el
juego furtivo de los dados; por cada hijo extramatrimonial abonará 30 sueldos.

Por el contrario, el adulterio con una cristiana irremisiblemente se castiga con la


hoguera. El Fuero de Teruel en su rúbrica “De la mujer que sea sorprendida con un
infiel” establece esta sanción por el mero hecho de yacer carnalmente: “Si una mujer
es sorprendida con un moro o con un judío y pueden ser capturados, ambos
conjuntamente serán quemados”.
LA PROSTITUCIÓN

Los judíos insatisfechos con su vida marital o sin excesivos escrúpulos requieren
los servicios de meretrices cristianas o musulmanas y disponen de numerosas
oportunidades para consumar sus apetitos. Las fuentes historiográficas ratifican la
presencia de prostitutas judías en la mayoría de las aljamas importantes, tanto de
la Corona de Aragón como de Castilla. Por ejemplo, en Barcelona existía un burdel
en Castell Nou.

Como podemos comprobar, se percibe a una doble moral que hace de la


prostitución un mal necesario. Esta dualidad la ilustra perfectamente el rabíno
Yehuda ben Asher, que relata el debate suscitado durante el siglo XIV en Castilla,
y que dividió la sociedad castellana en dos corrientes: la primera anhelaba erradicar
la prostitución y echar a las cortesanas por considerarlas fuente de pecado; la
segunda. representada por el rabí Isaac Arama, que era permisiva, porque así se
evitaba acudir a prostitutas cristianas y compartir la “semilla divina” con los gentiles,
al tiempo que era un mecanismo de defensa de las doncellas y las mujeres
respetables. Contribuía, pues, a mantener un equilibrio en el ecosistema social.

LA MENSTRUACION

En Levítico 15:19-24 se explica que se considera que la mujer está en un estado de


impureza durante los días de la menstruación. La Torá exige la abstinencia sexual
siete días desde que se inicia el sangrado.

Los rabinos talmúdicos consideran, que los siete días de abstinencia deben
contarse a partir de la desaparición de la menstruación sumando de esta forma doce
días de abstinencia. La práctica usual entre los judíos ortodoxos es que al terminar
la abstinencia la mujer debe sumergirse en un baño o mikva antes de reanudar
relaciones con su esposo. De acuerdo con estas premisas talmúdicas, el encanto
del matrimonio aumenta con este periodo de abstinencia.

El judaísmo comparte con otras culturas el temor a la sangre y disocia la fase


menstrual con la concepción y la vida, lo que convierte a la mujer en excluida social.
Dichos comportamientos imponen periodos de abstinencia y un distanciamiento
físico de los esposos.

Se pone fin a esta abstinencia cuando se realizan diversos actos de purificación


coincidentes con una nueva ovulación. Regula de una manera precisa la vida sexual
de la pareja, si consideramos la etapa pre y postmenstrual para favorecer la
procreación, porque dichas limitaciones, como hemos visto, hacen a la mujer más
deseable a los ojos de su marido.
Una vez transcurrido el séptimo día, si ha desaparecido el flujo vaginal, realizará un
baño purificador de inmersión y lavará sus ropas. Sólo entonces ya es considerada
apta para el matrimonio. Se instauran los días impuros premenstruales y se anima
a la mujer a que realice una exploración de sus órganos reproductores antes de
iniciar una relación sexual para que no sobrevenga incidentalmente una pérdida de
sangre inesperada.

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