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BAUTISMO,

EUCARISTÍA Y
MINISTERIO
(B.E.M)

Lima 1982

Ana Blanch Orfila

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El texto BEM, es el documento ecuménico que mayor trascendencia ha tenido en este aspecto
y que posiblemente junto con el decreto Unitatis Redintegratio, ha servido de pilar para la
elaboración de otros documentos y acuerdos entre las diferentes Iglesias cristianas.
Se podría definir este documento como un intento de hacer teología desde el punto de vista
ecuménico pero para que ello ocurra, se hace necesaria, una apertura hacia el otro, superando ciertos
aspectos considerados barreras que dificultan este ecumenismo. En especial estos obstáculos residen
en los sacramentos del bautismo, eucaristía y el ministerio, de ahí el nacimiento de este documento.

Posiblemente, el tema del ministerio, sea el más complejo de todos los tratados en el documento
BEM, porque quizás, entraña más dificultades y desajustes que los otros dos sacramentos:

 El Ministerio ordenado

Una de las grandes diferencias que forman parte del debate, reside en la terminología empleada
en las diferentes iglesias y que requiere de su aclaración, a la hora de emplearlas en el texto BEM:
- Carisma, dones concedidos por el Espíritu Santo.
- Ministerio, se refiere al servicio que todo el pueblo de Dios está llamado a realizar
- Ministerio ordenado, se refiere a personas que han recibido un carisma y que la iglesia
instituye para un servicio a través de la ordenación.
- Sacerdote, es un nombre no utilizado universalmente.

La Iglesia necesita de unas personas que garanticen su dependencia con Jesucristo, y que
constituyan un foco de su unidad. Además que la Iglesia no ha existido nunca sin personas que
ostenten una responsabilidad y autoridad concretas.
Sabemos que los Doce tenían una misión especial; ser testigos de la vida y de la resurrección del
Señor, guías de la comunidad y en la fracción del pan y en el servicio, esto nos demuestra que ya
desde el principio existían funciones diferenciadas en la comunidad.

En el Nuevo Testamento, el término “apóstol” se empleaba no solo a los Doce, sino también a
un amplio grupo de discípulos, a Pablo.

Se puede decir que los apóstoles, son los que prefiguran a la vez a toda la Iglesia y su papel es
único e irrepetible y los ministerios están fundamentados en los de estos.
Jesucristo sigue hoy llamando a unas personas al ministerio ordenado, al igual que lo hizo con los
apóstoles.

Si la realidad de un ministerio ordenado, existía desde el principio, las Iglesias, deben


guardarse de atribuir sus formas de ministerio directamente a la voluntad y a la institución del
mismo Jesucristo.

Todos los miembros de la comunidad creyente, ordenados y laicos, están ligados entre sí, pues la
comunidad necesita ministros ordenados y por otro lado, estos, no pueden llevar a cabo su vocación
si no es en y para la comunidad. Su función consiste en reunir y construir el Cuerpo de Cristo, y es en
la eucaristía cuando este se convierte en foco que une a Cristo y a los miembros de su cuerpo

El Nuevo Testamento dice poco acerca de la regulación de la eucaristía, no hay una


indicación explicita sobre la presidencia de esta.

El texto nos indica respecto a la autoridad del ministro, que esta nace en Jesucristo quien la ha
recibido del Padre y la confiere en el Espíritu Santo a través de la ordenación. Esta autoridad se
puede comprender solo, como don y tiene responsabilidad ante Dios, de ahí que los ministros no
deban ser ni autócratas y deben estar vinculados a los fieles en la interdependencia y la reciprocidad.

Dos peligros deben evitarse por eso: la autoridad no puede ejercerse si no es con miras a la
comunidad, y esta autoridad no debe reducirse hasta hacerlos dependientes de la opinión de la
comunidad.
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Jesucristo es el sacerdote único de la Nueva Alianza que dio su vida en sacrificio, por lo que, la
Iglesia puede ser descrita de igual forma como sacerdocio.

El Nuevo Testamento no utiliza los términos de “sacerdocio” o “sacerdote”, pues se reservan


al único sacerdocio de Jesucristo por un lado y al sacerdocio de todos los bautizados por otro.

La Iglesia deberá descubrir los ministerios que pueden ser ejercidos por los hombres y os que
pueden ser ejercidos por los hombres, pues donde Cristo está presente no hay barreras humanas,
pues en Cristo no hay hombre ni mujer.

Las Iglesias que practican la ordenación de mujeres, lo hacen en razón de su comprensión


del Evangelio y del ministerio. Su ministerio está bendecido igualmente por el Espíritu Santo, y
ninguna ha tenido que retroceder en su decisión.

Se puede concluir diciendo que el ministerio nace en el mismo centro de la comunidad creyente y
este debe ser ejercido de forma comunitaria, evitando los peligros sobre la autoridad de los mismos.

 Las formas del ministerio ordenado.

El Nuevo Testamento, no describe una forma única de ministerio sino una variedad de formas
que existían en lugares y tiempos diferentes, llegando en el S.II y III a establecerse una triple forma
del ministerio; obispo, presbítero y diácono, aunque estos han ido evolucionando a lo largo de la
historia, sufriendo modificaciones.
Es importante ver los cambios que han ido ocurriendo a lo largo de la historia de la Iglesia
respecto al triple ministerio, desde un obispo que era el foco de la unidad en la comunidad a una
evolución del obispo más centrado a ejercer la episcopé sobre varias comunidades locales a la vez,
llevando a asignar nuevos papeles a los presbíteros y diáconos.

En el plano local la organización ministerial sufrió variaciones según las circunstancias y la


historia, varios de estos ministerios son atribuidos a hombres y mujeres y su finalidad era
proclamar la Palabra de Dios, transmitir y salvaguardar el contenido original del Evangelio,
fortalecer la fe, entre otras.

Se puede decir que este triple ministerio hoy puede servir de expresión de la unidad que
buscamos y un medio para llegar a la Iglesia, pues las Iglesias necesitan personas que expresen,
ejecuten las tareas del ministerio en las tres funciones. Pero esta triple forma de ministerio, necesita
de una reforma, pues en ciertos aspectos estas tres funciones se han debilitado y se duda de la
relación que existe entre ellas y provoca cuestiones para todas las Iglesias.
El ministerio ordenado debería ejercerse desde un modo personal, comunitario y desde un modo
colegial.

Cada Iglesia debe preguntarse qué aspecto del ejercicio del ministerio ordenado se ha visto
más oscurecido en su seno a lo largo de la historia, porque el reconocimiento de estas tres
dimensiones está claro y la triple organización ministerial también fue aceptada desde el
pasado y se sigue practicando hoy día.

Las funciones de cada uno de los tres ministerios es la siguiente:


- Los obispos, predican la Palabra, presiden la celebración de los sacramentos, son ministros
pastorales y de supervisión, continuidad y unidad de la Iglesia.
- Los presbíteros, son ministros pastorales de la Palabra y de los sacramentos en una
comunidad eucarística local, Son predicadores y maestros de la fe, curan las almas, son
responsables de la disciplina en la comunidad y preparan a los miembros para la vida
cristiana y el ministerio.
- El diácono, representa su vocación de servicio en el mundo, preocupándose de las
necesidades de las personas y sociedad.
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Actualmente, existe una tendencia en muchas Iglesias, a recuperar el diaconado como ministerio
ordenado con el fin de que sea ejercido de por vida.

La comunidad que vive en el poder del Espíritu, posee una variedad de carismas, y esta los
reconoce como dones, pero el ministerio ordenado considerado en sí mismo un carisma, no puede
ser un impedimento a la variedad de los carismas de la comunidad, sino que deberá ayudar a la
comunidad a descubrirlos.

Podemos concluir, este apartado diciendo que desde el principio de la Iglesia se aceptó el triple
ministerio ordenado, aunque si bien es cierto que en el Nuevo Testamento no viene reflejada una sola
forma de ministerio y tampoco que la organización jerárquica de la Iglesia tenga que ser exactamente
con el modo triple de ministerio.

 La sucesión apostólica

Respecto a la sucesión apostólica, el texto marca el hecho de que la Iglesia vive en la


continuidad con los apóstoles y lo que éstos proclamaron, de hecho se reconoce así en el Credo, pero
conviene distinguir entre la tradición apostólica de toda la Iglesia y la sucesión del ministerio
apostólico. Quizás este sea un punto complicado y que requiere de discusión entre la confesión
católica que entiende la sucesión apostólica como la transmisión en cadena en los obispos y la
protestante que se centra más en la sucesión de la apostolicidad en cuestiones doctrinales y
predicación del Evangelio.

Conviene distinguir tradición apostólica de toda la Iglesia y sucesión del ministerio


apostólico.

Cuando algunas Iglesias descuidan la transmisión regular del ministerio ordenado, deben
preguntarse si no tienen que cambiar su concepción de la continuidad en la tradición apostólica,
mientras que cuando el ministerio ordenado no sirve a la proclamación de la fe apostólica, las
Iglesias deben reflexionar sobre si sus estructuras ministeriales precisan o no de una reforma.
El documento refleja ya un acercamiento cuando en el punto 37 confirma que las Iglesias que
poseen la sucesión por el episcopado reconocen cada vez más que una continuidad en la fe
apostólica, en el culto y la misión ha sido conservada en las Iglesias que no han guardado la forma del
episcopado histórico, aunque para un buen acercamiento en las posturas, ambas deber observar
estas consideraciones.

 La ordenación

La Iglesia ordena a algunos miembros al ministerio, en nombre de Cristo, por la invocación


del Espíritu y la imposición de las manos, tratando así de ser fiel a la misión y enseñanza de los
apóstoles. La ordenación refleja una acción efectuada por Dios y por la comunidad.

Queda claro que las Iglesias siguen prácticas diferentes en la ordenación y que sería
falso privilegiar a una de ellas como exclusiva. Por otra parte, si las Iglesias están dispuestas a
reconocerse mutuamente en el signo de la sucesión apostólica, debería aceptarse que la antigua
tradición sea reconocida y observada igualmente.

Una larga y antigua tradición cristiana, sitúa la ordenación en el contexto del culto y
especialmente de la eucaristía. El acto de la ordenación por la imposición de manos, es: invocación
del Espíritu Santo (epíclesis), signo sacramental, reconocimiento de los dones y compromiso. La
ordenación es una invocación a Dios, un signo que concede el don del ministerio y un reconocimiento
por la Iglesia de los dones del Espíritu a la vez que un compromiso de la Iglesia y del que recibe la
ordenación.

Cada fiel es llamado por diferentes vías, pero es un llamamiento personal del Señor a
consagrarse al ministerio ordenado. Dios puede servirse para el ministerio ordenado, tanto de
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personas que viven en el celibato como de personas casadas, personas con dedicación plena o que
tengan otras ocupaciones, los fieles llamados al ministerio requieren de una formación previa y una
vez realizada la ordenación, esta no se repite jamás, sin embargo las Iglesias deben revisar sus
prácticas debido a las nuevas formas de ministerio que se celebran por acercarse al mundo moderno.

 Hacia el reconocimiento mutuo de los ministerios ordenados.

Con el objetivo de poder llegar a un reconocimiento entre las diferentes Iglesias de los
ministerios ordenados, en primer lugar es necesario una actitud de predisposición y un esfuerzo
entre todas ellas.

Las Iglesias deberán examinar las formas de ministerio ordenado y su fidelidad a la


intencionalidad con la que nacieron estos ministerios en su origen.
La cuestión de la sucesión apostólica es un tema de importancia a tratar y se pueden llegar a
reconocer mutuamente sus ministerios si tienen clara la intención de transmitir el ministerio de la
Palabra y de los sacramentos en continuidad con los tiempos apostólicos. Esta transmisión, debería
realizarse conforme a la tradición apostólica con la invocación del Espíritu y la imposición de manos.
Para poder llegar a este reconocimiento, las Iglesias tendrán que superar diferentes
momentos:
- Las que conservan la sucesión episcopal, han de reconocer el contenido apostólico del
ministerio ordenado en las Iglesias que no han conservado tal transmisión.
- Además, las Iglesias que carecen de sucesión episcopal, les corresponde hacer que la
continuidad con la Iglesia de los apóstoles encuentre una expresión profunda en la sucesión
de la imposición de manos por los obispos y este signo fortalecerá y profundizará esta
continuidad.
- Las ordenaciones de hombres y mujeres en algunas Iglesias o solamente hombres en otras,
crean un obstáculo en el reconocimiento de los ministerios, pero lejos de que suponga un
impedimento, si existe una apertura de las Iglesias, debe verse como la posibilidad de que el
Espíritu hable a una iglesia a través de la clarificación de la otra. El acto ecuménico debe
servir para afrontar este problema.
- Por último, el reconocimiento mutuo de las Iglesias y sus ministerios implica una decisión por
parte de las autoridades y un acto litúrgico donde se vea públicamente está unidad buscada.
La eucaristía sería el momento apropiado para tal acto pero de momento basta con
proclamar mutuamente el reconocimiento, un paso importante para poder llegar al
cumplimiento del Evangelio de Juan 17, 21 “Padre, que todos sean uno”.

A modo de conclusión, una vez leída la tercera parte del documento BEM, este refleja la
necesidad de los cristianos de buscar un acercamiento en las diferentes confesiones que de forma
esperanzadora, apartando desprecios y violencias de antaño, buscan la comprensión del otro,
consiguiendo lo que en otra época de nuestra historia hubiera sido impensable; la elaboración de
documentos conjuntos como el que nos atañe, en busca de una comunión cristiana, y para que ello
suceda, tenemos que aprender a conocernos para así poder unirnos en un único camino, Cristo.

«Cuando la Iglesia escucha, cura, reconcilia, ella llega a ser lo que es en lo más luminoso
de sí misma: diáfano reflejo de un amor» (hermano Roger de Taizé).

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