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Juan Gabriel Arrieta Zambrano, O.

Carm
Síntesis tomada de KASPER, Walter. Caminos hacia la unidad de los cristianos: escritos de
ecumenismo I. Sal Terrae, 2014. Pág. 484- 520

34. María y la unidad de la Iglesia


La Modernidad marca el comienzo de una peregrinación común hacia la unidad, por la que Jesús
oró antes de su muerte cuando le pidió al Padre que todos sus discípulos fueran uno. El movimiento
ecuménico no es sencillamente una empresa y un esfuerzo humano, sino un impulso del Espíritu
Santo con vistas a la realización del testamento que Jesús legó al final de su vida terrena.

I. María y la unidad de los cristianos

María y la unidad de la Iglesia trata sobre ella y el movimiento ecuménico hacia la plena unidad
visible. Los católicos comparten la veneración de Nuestra Señora sobre todo con los hermanos y
hermanas ortodoxos, Nuestra Señora fue descuidada con frecuencia; y el testimonio bíblico sobre
ella, ignorado. Algunos opinaban incluso que debían completar la reforma rechazando lo que los
reformadores habían conservado de la antigua tradición común.

María: gracia y esperanza. Esta declaración conjunta no era susceptible de suscitar consenso
pleno; no obstante, existió un grado inesperadamente elevado de consenso respecto al papel
especial de María en la historia de la salvación, la vida de la Iglesia y el discipulado cristiano.

María, lejos de estar ausente de tales diálogos, se halla muy presente; las Iglesias han avanzado
en su acercamiento por lo que respecta a la doctrina sobre Nuestra Señora. Esta ya no separa;
antes bien, reconcilia y une en su hijo Jesucristo. Hay razones para confiar en que Nuestra Señora
ayudará a superar las dificultades que actualmente pesan sobre las relaciones. De esta suerte, con
ayuda de Dios se podrá continuar la común senda de peregrinación ecuménica, que comienza bajo
el impulso del Espíritu divino y que hasta ahora ha sido bendecida con tantos buenos frutos. María
será también hoy y en el futuro ayuda para los cristianos en situaciones difíciles, como las que en
la actualidad encontramos en la senda de peregrinación ecuménica.

II. María, signo de esperanza

«María y la unidad de la Iglesia», María: gracia y esperanza en Cristo, María representa un signo
singular y un testigo singular del centro y el corazón de la buena noticia del Evangelio, del centro
del discipulado cristiano. Simboliza algo de lo que hoy carecemos y, sin embargo, es lo que más
necesitamos: gracia y esperanza, cabalmente también en el camino hacia la unidad de la Iglesia.
Mirar a María significa dirigir nuestro pensamiento a la eternidad, ver el eterno plan divino para la
redención del género humano y reconocer la sobreabundante gracia de Dios, en virtud de la cual
él no deseaba las trágicas consecuencias del pecado original. La humanidad solo puede sobrevivir
mediante el sí de Dios a nosotros y al mundo, solo puede sobrevivir mediante la gracia divina.

En este eterno plan de salvación, María tiene su lugar y su misión. En la anunciación representa a
todo el género humano, gracias a este sí salido de sus labios, Dios pudo venir al mundo. María es
signo, testigo, profetisa y receptora de la gracia divina. Nos dice: sin la gracia de Dios nada es
posible, nada puede hacerse, ni nosotros ni el mundo puede sobrevivir. Debemos estar agradecidos
a Dios por todo lo que somos, también se debe ensalzar el sí que nos dice a cada uno, no seremos
salvados por nuestros humildes méritos y esfuerzos, ni por nuestra más o menos decente conducta
moral, ni por nuestro quehacer humano, sino solo por la gracia.

Lo que vale para cada uno de nosotros vale también para toda la comunidad de los fieles, la Iglesia.
la Iglesia perdura y vive, porque ella está personificada por María, la favorecida, la elegida, la
llamada, la bendita, la llena de la gracia divina. Como Iglesia, somos el pueblo y el templo de Dios.
El verdadero centro y corazón del ecumenismo es, por eso, el ecumenismo espiritual, en el que
hacemos nuestra la oración del Señor en la víspera de su pasión: «Que todos sean uno». La meta
del movimiento ecuménico no en la unidad en el sentido de nuestro proyecto, sino en la unidad
donde, cuando y como Dios la quiera. El ecumenismo es el proyecto de Dios. No somos dueños de
este proceso. Pero se sabe que todo el que ora en nombre de Cristo puede estar seguro de que su
oración será escuchada.

III. María, modelo del discipulado

Una madre nunca deja de ser madre. Así, Nuestra Señora acompaña con su maternidad todo el
camino de su hijo hasta el final de la vida terrena de este. También en este sentido es María un
ejemplo, un modelo, un tipo de nuestro discipulado. Cada uno de nosotros tiene su vocación y
misión personal, su carisma personal; cada cual tiene su lugar, cada cual tiene su tarea, su
relevancia en la Iglesia y en el mundo para la realización del plan salvífico de Dios. Cada uno de
nosotros tiene asimismo la misión de colaborar en la realización de la última voluntad de Cristo: la
unidad de sus discípulos. Como hermanos y hermanas debemos ayudarnos mutuamente, entonces
podemos colaborar entre nosotros dando testimonio de nuestra fe católica y explicando con
paciencia y cariño nuestra posición cuando otros tienen dificultades para entenderla, podemos
aprender unos de otros, la verdad sin amor puede ser dura y repulsiva, pero el amor sin verdad
puede ser insincero, por eso, deberíamos decir la verdad en el amor, esto es, no con arrogancia,
sino con respeto, sensibilidad y paciencia. Podemos y debemos dar testimonio de lo que
compartimos, que es mucho más que lo que nos separa, cuando Jesús abandonó este mundo, no
quiso que nos quedáramos huérfanos, Antes bien, nos dejó a su madre como madre de todos los
cristianos. En un sentido determinado y correctamente entendido, la hizo madre de la Iglesia. Y
como por regla general toda madre es el centro de la unidad de su familia, así también Nuestra
Señora es madre de la unidad de la Iglesia.

IV. María, týpos de la unidad

Como primera discípula de Cristo, simboliza lo que la Iglesia es o debería ser: el sí inequívoco al sí
de Dios en una vida de pureza y santidad, de oración y amor. Ella nos dice lo que debemos hacer.
no hubo ni hay más causa para las divisiones en la Iglesia que el hecho de que no hemos vivido
como Jesús nos encargó y seguimos viviendo como si nuestro amor y nuestra fe fueran demasiado
débiles. María no nos conduce a lo que a todos nos gusta, sino en ocasiones también al pie de la
cruz. De ahí que no haya otro medio para reencontrar el camino hacia la unidad plena que ser lo
que María fue, o sea, seguidora fiel de su hijo.

Encontraremos la unidad de la Iglesia a través de la unidad con él; en la medida en que estemos
unidos con él, estaremos también unidos entre nosotros. María es madre de la Iglesia y de la unidad
de la Iglesia, porque es nuestra incansable intercesora ante su hijo, María no quiere existir separada
de Cristo ni sin Cristo; ella es una de sus primeras discípulas y la humilde sierva de Dios. María
acompaña con su maternal solicitud a la Iglesia en su peregrinación y en su itinerario, María es la
madre de la esperanza, María es para nosotros testigo de la gracia y la esperanza, María es la
mujer de la esperanza bendita, María se contó entre los apóstoles y discípulos que, después de la
ascensión del Señor a los cielos, impetraron la venida del Espíritu prometido.

En nuestro mundo actual necesitamos esperanza. La esperanza se ha convertido en un bien


escaso, sin esperanza nadie puede vivir, ningún individuo ni tampoco la Iglesia, sin esperanza no
hay entusiasmo ni valentía para perseguir grandes metas y realizar grandes planes Nuestra Señora,
la mujer de la esperanza bendita, porque ella nos muestra a Jesús y nos conduce a él como luz del
mundo, como camino, verdad y vida, Ella nos acompaña y ayuda, nos guía y alienta a aquello por
lo que Jesús oró y nos dejó como testamento: que todos seamos uno.
35. Pablo: legado y encargo del ecumenismo en Oriente y Occidente

Pablo es el fundamento sobre el que conjuntamente nos alzamos en Oriente y Occidente.


Tesalónica nos invita como pocos otros lugares a que, reflexionemos sobre el legado y el encargo
que él nos ha dejado. En primer lugar, del legado cultural y la tarea cultural a la que en la actualidad
hemos de enfrentarnos en común; y luego sobre lo que Pablo tiene que decirnos hoy en lo relativo
a la eclesiología y qué significa esto para nuestro esfuerzo presente en pro de la unidad de la
Iglesia.

I. Un personaje multicultural

Pablo no estaba familiarizado solo con una cultura, sino con varias, Era, si se quiere, un personaje
multicultural. Pablo era un judío helenístico que reflexionaba sobre el conocimiento de Dios y
hablaba de un culto a Dios conforme a la razón fe y la cultura.

Nos exhorta a no tener Miedo a los actuales centros de ciencia y cultura y a mostrar que la fe y la
razón no se excluyen mutuamente, sino que más bien están entrelazadas, Pablo vio en el avance
del cristianismo desde Asia a Europa la guía y providencia divina. Este camino desde Jerusalén a
Roma a través de Atenas imprimió al cristianismo una impronta duradera.

Una des helenización por principio, como la que quería la teología liberal, privaría al cristianismo
no solo de su historia, sino también, con ella, de su sustancia Pablo se convirtió en uno de los
padres fundadores, es más, en el padre fundador de Europa. Solo la fe común en Jesucristo unió
a los distintos pueblos del continente europeo, El centro del mensaje de Pablo lo ocupan la muerte
y la resurrección de Jesucristo, con la resurrección de Jesús de entre los muertos, todo se ha
renovado, mediante el bautismo somos conformados con la muerte y resurrección de Cristo y
devenimos hombres nuevos.

Pablo no es un entusiasta que quiera saltarse la cruz, dice de sí mismo que transporta en su propio
cuerpo la agonía de Jesús, es un acontecimiento pascual que lleva de la muerte a la vida nueva en
la medida en que anuncia la novedad de Jesucristo, Él ha desmitologizado y desdivinizado el
mundo, distinguiéndolo de Dios y liberándolo y renovándolo al mismo tiempo.

Pablo se encuentra en el inicio de un desarrollo histórico que entretanto ha derivado en su contrario,


en lo anticristiano. Pablo, sacó al mundo antiguo de sus goznes, ahora un mundo que se entiende
a sí mismo como autónomo y secular trata de sacar de sus goznes a la fe en Dios y al cristianismo.
En el lugar de la divinización del ser humano coloca la humanización de Dios en tanto en cuanto
hace de este una proyección del ser humano, poniendo así al hombre en el lugar de Dios. Según
Pablo, la ciudad a la que pertenecemos no está aquí en la tierra, sino en el cielo, se trata de que el
Espíritu de Jesucristo transforme todo lo humano según la imagen de Cristo conformándonos con
él y convirtiéndonos así en hombres nuevos. Pues allí donde está el Espíritu, allí hay libertad.

II. El legado eclesiológico del apóstol

La Iglesia, en cuanto espacio colmado por Jesucristo, debe llenar el universo. Desde el punto de
vista de Dios y según su eterno plan salvífico, la Iglesia es una, como también lo es en Jesucristo.
Así como Cristo no puede estar dividido, así tampoco puede estarlo la Iglesia. Así, Pablo censura
decididamente divisiones, banderías y disputas en la Iglesia «Uno es el cuerpo, uno el Espíritu...
Uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios, Padre de todos».

III. Distanciamiento y cisma

Oriente y Occidente comparten los dogmas fundamentales de la fe cristiana. En el fondo siempre


han constituido dos concepciones diferentes del orden eclesial: el sistema de Iglesia imperial que
intraeclesialmente apostó en mayor medida por el principio de la sinodalidad, y el sistema de orden
occidental, en el que el papel directivo del ministerio petrino se perfiló con mayor nitidez.

Los actuales esfuerzos ecuménicos se entienden como un proceso opuesto de reacercamiento y


reconciliación. Es de esperar que el proceso de reacercamiento y reconciliación no dure tanto como
el distanciamiento y la larga noche de la ausencia de comunión. la secularización moderna y el
avance del islam sitúan a todas las Iglesias ante retos parecidos, a los que no podremos hacer
frente con éxito desde la rivalidad o el enfrentamiento, sino solo en común.

IV. La motivación del ecumenismo

La motivación principal es el encargo de Jesucristo de «que todos sean uno».

La Iglesia católica entiende el movimiento ecuménico como un impulso del Espíritu Santo, al
principio se trataba de asegurarnos de que, a pesar de la larga separación, los pilares
fundamentales del puente entre Oriente y Occidente se mantenían en pie y tampoco el puente se
había hundido por completo. Se puso de relieve la fundamental afinidad en las doctrinas de la
eucaristía, los sacramentos y el sacerdocio.

V. El papel del obispo de Roma

Intenta abordar sobre la base de la primera, la decisiva cuestión controvertida de cuál debe ser el
papel del obispo de Roma en la Iglesia universal.

Representa un importante paso hacia delante para ambas partes, pero también un desafío. En el
principio de primacialidad siempre debe ir asociado con el de sinodalidad. A este respecto se ha
producido desde el concilio, con la creación de la institución del sínodo de obispos, un progreso,
pero todavía es susceptible de desarrollo adicional el diálogo se ha centrado en la decisiva cuestión
controvertida: «El papel del obispo de Roma en la Iglesia universal durante el primer milenio».

El obispo de Roma no disfruta solo de un primado de honor. Es determinante que el obispo de


Roma coopere, mientras que para los demás patriarcas se habla de aprobación Las evoluciones
divergentes siguen alzándose como una montaña, y sería poco menos que un milagro que en
alguno de los próximos diálogos pudiéramos superar esta barrera.

VI. Una nueva forma de ejercicio del ministerio petrino

Roma no debe exigir de Oriente en lo que atañe a la doctrina del primado más de lo que se formuló
y vivió en el primer milenio.

La meta no puede ser una Iglesia unitaria ni tampoco la asunción del sistema jurídico occidental
por Oriente, las Iglesias orientales tienen derecho a regirse según sus propios ordenamientos entre
la función espiritual del primado y la función administrativa del patriarca. En este sentido, una
autonomía patriarcal máxima es conciliable con el primado de Roma, se trata de una preparación
lejana para un futuro concilio ecuménico en el sentido originario del término, que no podría decidir
sino el restablecimiento de la comunión plena. se requiere, aparte del trabajo histórico y teológico,
una profunda conversión. Sin conversión no es posible el ecumenismo. El ecumenismo es, en
último término, una tarea espiritual, la unidad de la Iglesia es un regalo y un don del Espíritu Santo.
No se puede lograr a la fuerza.
Cuarta Parte
El ecumenismo y la unidad de Europa

36. La unidad de la Iglesia y la unidad de Europa

El compromiso de la Iglesia católica con el diálogo ecuménico es irrevocable, la declaración no se


ocupa en primer lugar del diálogo ecuménico ni pretende posicionarse detalladamente al respecto.
Su verdadero tema es el diálogo interreligioso.

I. El movimiento ecuménico como punto luminoso

El movimiento ecuménico representaría a buen seguro un punto luminoso en una centuria por lo
demás muy sangrienta y en varios sentidos sombría. El ecumenismo es uno de los grandes retos
y tareas para el nuevo siglo. No existe alternativa alguna al acercamiento interconfesional.

II. Servicio a la paz en Europa

El tema de la unidad de todos los cristianos es central y fundamental para todas las Iglesias. La
Biblia da testimonio del Dios uno habla de una sola humanidad, en la que todas las personas son
por principio iguales ante Dios con independencia de su sexo, nacionalidad, cultura, raza y clase
social. Esta Iglesia una se entiende a sí misma como comienzo, embrión, signo, instrumento y
anticipación de la única humanidad reconciliada; por eso, la unidad de la Iglesia no es un tema
marginal y secundario, la unidad es una categoría básica del mensaje bíblico, que con ello excluye
todo relativismo y pluralismo indiferenciado de religiones e Iglesias.

La unidad de la Iglesia no es un fin en sí; guarda relación con la unidad y la paz de la humanidad,
tiene que ver en especial con la unidad y la paz dentro de Europa. Europa necesita un alma y tiene
que redescubrir los profundos estratos cristianos de su alma. Tanto hoy como en el futuro, esto
únicamente es posible en comunión ecuménica, pues la voz de la Iglesia solo tiene posibilidades
de ser escuchada en la algarabía moderna y posmoderna si los cristianos estamos
ecuménicamente unidos.

III. Testimonio conjunto

Aunque nosotros como cristianos católicos estamos agradecidos por la fidelidad de Dios, que nos
ha permitido conservar la estructura fundamental apostólica de la Iglesia, todos juntos hemos de
reconocer humildemente que no cumplimos la voluntad de Jesucristo. En este sentido, todas las
Iglesias estamos en camino. La apuesta por el ecumenismo parte de la esperanza de que, con la
ayuda del Espíritu de Dios, semejante diversidad reconciliada será posible también en las
cuestiones controvertidas.

37. La situación ecuménica en Europa

¿qué es Europa y qué significa Europa desde el punto de vista ecuménico?, ¿qué es el
ecumenismo y en qué situación se encuentra hoy en Europa?

I. Europa, un reto ecuménico

Europa es una realidad fruto de la historia, una comunidad de destino y de valores surgida
históricamente, la pregunta por la identidad de Europa solo se puede contestar echando una mirada
a la historia europea, que está indisolublemente ligada a la historia del cristianismo.

Por una parte, a través de la idea moderna de los derechos humanos universales, la herencia
cristiana continuó determinando en gran medida la cultura europea moderna; por otra parte, existen
fuerzas radicales que intentan emanciparse justamente de estas raíces cristianas y en último
término de la fe en Dios. El cristianismo es una de las raíces decisivas de Europa. Sin el
cristianismo, Europa nunca habría llegado a ser Europa. No solo la unidad de Europa, sino también
su división se funda en la historia del cristianismo, el actual proceso de unificación europea es una
singular oportunidad histórica para que vuelva a unirse lo que es afín, sin el cristianismo, Europa
no puede volver a unirse.

II. El ecumenismo, un camino hacia el futuro

¿qué es y qué persigue el ecumenismo? ¿En qué punto se encuentra el ecumenismo? ¿En qué
situación se halla hoy el ecumenismo en Europa?

El verdadero fruto del movimiento ecuménico no son los múltiples textos de consenso y
convergencia, sino, los cristianos de las diferentes confesiones ya no se consideran hoy unos a
otros rivales ni tampoco se ven ya en general con indiferencia; se tienen por hermanos y hermanas
que se han puesto conjuntamente en camino por la senda de la peregrinación ecuménica.

El auténtico dilema y el auténtico problema de la situación ecuménica consiste en que ya no


estamos de acuerdo en qué es el ecumenismo y cuál es su meta. Ya no sabemos qué es lo que
queremos ni qué lo que deberíamos querer, pues no hay consenso sobre la meta.

Detrás de las diferentes nociones de unidad se esconden dispares concepciones de Iglesia. Porque
no existe consenso entre nosotros acerca de qué es la Iglesia y qué debería ser según la voluntad
fundadora de Jesucristo, tampoco estamos de acuerdo en qué significa la unidad de la Iglesia.

El dolor y el anhelo de muchos deben representar para nosotros un impulso y una obligación, Se
trata de un ecumenismo en la verdad y la caridad, el ecumenismo es el camino hacia el futuro.

III. Dos tareas ecuménicas en Europa

La mejor manera de hacer ecumenismo es vivir el Evangelio.

El ecumenismo no es únicamente un asunto académico ni tampoco solo una cuestión de praxis


común. El ecumenismo, es más: se trata de una tarea espiritual de la que no solo son responsables
algunos, sino todos los cristianos. El compromiso ecuménico significa sumarse a la oración de
Jesús y orar en su nombre por la unidad.

La unidad de la Iglesia no es un fin en sí, sino signo e instrumento de la unidad y la paz en el mundo,
al movimiento ecuménico le corresponde hoy la responsabilidad de ser signo e instrumento de una
cultura europea renovada y de un orden de paz que estén fundados en la justicia y la solidaridad,
la fe cristiana es un acto libre, el derecho a decidir con libertad la propia fe fundamenta al mismo
tiempo la libertad de todos para buscar la verdad y confesar públicamente la verdad conocida.

Solo un cristianismo ecuménicamente comprometido puede hacer creíble el lema de la tercera


asamblea europea ecuménica: «La luz de Cristo ilumina a todos los hombres». Cristo es la luz del
mundo.

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