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reflexión día 3

Así había comenzado su vida encarnada el Niño


Jesús. Consideremos el alma gloriosa y el santo
cuerpo que había tomado, adorándolos
profundamente. Admirando en el primer lugar el
alma de ese divino Niño, consideremos en ella la
plenitud de su gracia santificadora; la de su
ciencia beatífica, por la cual desde el primer
momento de su vida vio la divina esencia más
claramente que todos los ángeles y leyó lo pasado
y lo porvenir con todos sus arcanos
conocimientos.

No supo nunca por adquisición voluntaria nada


que no supiese por infusión desde el primer
momento de su ser; pero él adoptó todas las
enfermedades de nuestra naturaleza a que
dignamente podía someterse, aún cuando no
fuesen necesarias para la grande obra que debía
cumplir. Pidámosle que sus divinas facultades
suplan la debilidad de las nuestras y les den nueva
energía; que su memoria nos enseñe a recordar
sus beneficios, su entendimiento a pensar en Él,
su voluntad a no hacer sino lo que Él quiere y en
servicio suyo.
Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su
cuerpo. Que era un mundo de maravillas, una
obra maestra de la mano de Dios. No era, como el
nuestro, una traba para el alma: era por el
contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso
que fuese pequeño y débil como el de todos los
niños, y sujeto a todas las incomodidades de la
infancia, para asemejarse más a nosotros y
participar de nuestras humillaciones.

El Espíritu Santo formó ese cuerpecillo divino


con tal delicadeza y tal capacidad de sentir, que
pudiese sufrir hasta el exceso para cumplir la
grande obra de nuestra redención. La belleza de
ese cuerpo del divino Niño fue superior a cuanto
se ha imaginado jamás; la divina sangre que por
sus venas empezó a circular desde el momento de
la encarnación es la que lava todas las manchas
del mundo culpable. Pidámosle que lave las
nuestras en el sacramento de la penitencia, para
que el día de su Navidad nos encuentre
purificados, perdonados y dispuestos a recibirle
con amor y provecho espiritual.
REFLEXIÓN DIA 4
Desde el seno de su madre comenzó el Niño
Jesús a poner en práctica su entera
sumisión a Dios, que continuó sin la menor
interrupción durante toda su vida. Adoraba a
su Eterno Padre, le amaba, se sometía a su
voluntad; aceptaba con resignación el estado
en que se hallaba conociendo toda su
debilidad, toda su humillación, todas sus
incomodidades. ¿Quién de nosotros quisiera
retroceder a un estado semejante con el
pleno goce de la razón y de la reflexión?,
¿quién pudiera sostener a sabiendas un
martirio tan prolongado, tan penoso de todas
maneras? Por ahí entró el Divino Niño en su
dolorosa y humilde carrera; así empezó a
anonadarse delante de su Padre, a
enseñarnos lo que Dios merece por parte de
su criatura, a expiar nuestro orgullo, origen
de todos nuestros pecados y hacernos sentir
toda la criminalidad y desórdenes del orgullo.
Deseamos hacer una verdadera oración;
empecemos por formarnos de ella una
exacta idea contemplando al Niño en el seno
de su madre. El divino Niño ora y ora del
modo más excelente. No habla, no medita ni
se deshace en tiernos afectos. Su mismo
estado, aceptado con la intención de honrar
a Dios, es su oración y ese estado expresa
altamente todo lo que Dios merece y de qué
modo quiere ser adorado de nosotros.
Unámonos a las oraciones del Niño Dios en
el seno de María; unámonos al profundo
abatimiento y sea este el primer efecto de
nuestro sacrificio a Dios. Démonos a dios no
para ser algo como lo pretende
continuamente nuestra vanidad sino para ser
nada, para quedar enteramente consumidos
y anonadados, para renunciar a la
estimación de nosotros mismos, a todo
cuidado de nuestra grandeza, aunque sea
espiritual, a todo movimiento de vanagloria.
Desaparezcamos a nuestros propios ojos y
que Dios sólo sea todo para nosotros.
REFLEXION DIA 5
Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño
Jesús en el seno de su purísima Madre; veamos
hoy la vida que llevaba también María durante
el mismo espacio de tiempo. Necesidad hoy de
que nos detengamos en ella si queremos
comprender, en cuanto es posible a nuestra
limitada capacidad, los sublimes misterios de la
encarnación y el modo como hemos de
corresponder a ellos.
María no cesaba de aspirar por el momento en
que gozaría de esa visión beatífica terrestre: la
faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver
aquella faz humana que debía iluminar el cielo
durante toda la eternidad. Iba a leer el amor filial
en aquellos mismos ojos cuyos rayos deberían
esparcir para siempre la felicidad en millones de
elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días, a
todas horas, cada instante, durante muchos
años. Iba a verle en la ignorancia aparente de la
infancia, en los encantos particulares de la
juventud y en la serenidad reflexiva de la edad
madura... Haría todo lo que quisiese de aquella
faz divina; podría estrecharla contra la suya con
toda la libertad del amor materno; cubrir de
besos los labios que deberían pronunciar la
sentencia a todos los hombres; contemplarla a
su gusto durante su sueño o despierto, hasta
que la hubiese aprendido de memoria... ¿Cuán
ardientemente deseaba ese día!
Tal era la vida de expectativa de María... era
inaudita en sí misma, más no por eso dejaba de
ser el tipo magnífico de toda vida cristiana, no
nos contentemos con admirar a Jesús
residiendo en María, sino pensemos que en
nosotros también reside por esencia, potencia y
presencia.
Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de
nosotros, por las buenas obras que nos hace
capaces de cumplir, y por nuestra cooperación
a la gracia; por la manera que el alma del que
se halla en gracia es un seno perpetuo de
María, un Belén interior sin fin. Después de la
comunión Jesús habita en nosotros, durante
algunos instantes, real y sustancialmente como
Dios y como hombre, porque el mismo niño que
estaba en María está también en el Santísimo
Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una
participación de la vida de María durante esos
maravillosos meses, y una expectativa llena de
delicias como la suya?
REFLEXION DIA 6
Jesús había sido concebido en Nazaret,
domicilio de San José y de María, y allí era
de creerse que había de nacer, según todas
las probabilidades. Más Dios lo tenía
dispuesto de otra manera y los profetas
habían anunciado que el Mesías nacería en
Belén de Judá, ciudad de David. Para que se
cumpliese esa predicción, Dios se sirvió de
un medio que no parecía tener ninguna
relación con este objeto, a saber: la orden
dada por el emperador Augusto de que
todos los súbditos del imperio romano se
empadronasen en el lugar de donde eran
originarios. María y José como
descendientes que eran de David, no
estaban dispensados de ir a Belén, y ni la
situación de la Virgen Santísima ni la
necesidad en que estaba José del trabajo
diario que les aseguraba la subsistencia,
pudo eximirles de este largo y penoso viaje,
la estación más rigurosa e incómoda del
año. No ignoraba Jesús en qué lugar debería
nacer e inspiraba a sus padres que se
entreguen a la Providencia, y que de esta
manera concurran inconscientemente a la
ejecución de sus designios. Almas interiores
observad este manejo del divino Niño,
porque es el más importante de la vida
espiritual: aprended que quien se haya
entregado a Dios ya no ha de pertenecerse a
sí mismo, ni ha de querer en cada instante
sino lo que Dios quiera para él; siguiéndole
ciegamente aún en las cosas exteriores,
tales como el cambio de lugar donde quiera
que le plazca conducirle. Ocasión tendréis
de observar esta dependencia y esta
fidelidad inviolable en toda la vida de
Jesucristo, y este es el punto sobre el cual
se han esmerado en imitarle los santos y las
almas verdaderamente interiores,
renunciando absolutamente a su propia
voluntad.
REFLEXION DIA 7
Representémonos el viaje de María y José hacia
Belén, llevando consigo aún no nacido, al
creador del universo, hecho hombre.
Contemplemos la humildad y la obediencia de
ese Divino Niño, que aunque de raza judía y
habiendo amado durante siglos a su pueblo con
una predilección inexplicable obedece así a un
príncipe extranjero que forma el censo de
población de su provincia, como si hubiese para
él en esa circunstancia algo que le halagase, y
quisiera apresurarse a aprovechar la ocasión de
hacerse empadronar oficial y auténticamente
como súbdito en el momento en que venía al
mundo.
El anhelo de José, la expectativa de María son
cosas que no puede expresar el lenguaje
humano. El Padre Eterno se halla, si nos es lícito
emplear esta expresión, adorablemente
impaciente por dar a su hijo único al mundo y
verle ocupar su puesto entre las criaturas
visibles.
El Espíritu Santo arde en deseos de presentar a
la luz del día esa santa humanidad, que El mismo
ha formado con divino esmero.
REFLEXION DIA 8
Llegan a Belén José y María buscando
hospedaje en los mesones, pero no
encuentran, ya por hallarse todos ocupados,
ya porque se les deshace a causa de su
pobreza. Empero, nada puede turbar la paz
interior de los que están fijos en Dios.
Si José experimentaba tristeza cuando era
rechazado de casa en casa, porque pensaba
en María y en el Niño, sonreíase también
con santa tranquilidad cuando fijaba la
mirada en su casta esposa. El ruido de cada
puerta que se cerraba ante ellos era una
dulce melodía para sus oídos.
Eso era lo que había venido a buscar. El
deseo de esas humillaciones era lo que
había contribuido a hacerle tomar la forma
humana. Oh! Divino Niño de Belén! Estos
días que tantos han pasado en fiestas y
diversiones o descansando muellemente en
cómodas y ricas mansiones, ha sido para
vuestros padres un día de fatiga y vejaciones
de toda clase. ¡Ay! el espíritu de Belén es el
de un mundo que ha olvidado a Dios.
¡Cuántas veces no ha sido también el
nuestro! Pónese el sol el 24 de diciembre
detrás de los tejados de Belén y sus últimos
rayos doran la cima de las rocas escarpadas
que lo rodean. Hombres groseros, codean
rudamente al Señor en las calles de aquella
aldea oriental y cierran sus puertas al ver a a
su Madre.
La bóveda de los cielos aparece purpurina
por encima de aquellas colinas frecuentadas
por los pastores. Las estrellas van
apareciendo unas tras otras. Algunas horas
más y aparecerá el Verbo Eterno.
REFLEXION DIA 9
La noche ha cerrado del todo en las campiñas de
Belén. Desechados por los hombres y viéndose sin
abrigo, María y José han salido de la inhospitalaria
población, y se han refugiado en una gruta que se
encontraba al pie de la colina. Seguía a la Reina de los
Ángeles el jumento que le había servido de
cabalgadura durante el viaje y en aquella cueva
hallaron un manso buey, dejado ahí probablemente
por alguno de los caminantes que había ido a buscar
hospedaje en la ciudad.
El Divino Niño, desconocido por sus criaturas va a
tener que acudir a los irracionales para que calienten
con su tibio aliento la atmósfera helada de esa noche
de invierno, y le manifiesten con esto su humilde
actitud, el respeto y la adoración que le había negado
Belén. La rojiza linterna que José tenía en la mano
iluminaba tenuemente ese paupérrimo recinto, ese
pesebre lleno de paja que es figura profética de las
maravillas del altar y de la íntima y prodigiosa unión
eucarística que Jesús ha de contraer con los
hombres.. María está en adoración en medio de la
gruta, y así van pasando silenciosamente las horas de
esa noche llena de misterios. Pero ha llegado la media
noche y de repente vemos dentro de ese pesebre
antes vacío, al Divino Niño esperado, vaticinado,
deseado durante cuatro mil años con tan inefables
anhelos. A sus pies se postra su Santísima Madre en
los transporte de una adoración de la cual nada puede
dar idea. José también se le acerca y le rinde el
homenaje con que inaugura su misterioso e
imperturbable oficio de padre putativo del redentor de
los hombres.
La multitud de ángeles que descienden del cielo a
contemplar esa maravilla sin par, deja estallar su
alegría y hace vibrar en los aires las armonías de esa
"Gloria in Excelsis", que es el eco de adoración que se
produce en torno al trono del Altísimo hecha
perceptible por un instante a los oídos de la pobre
tierra. Convocados por ellos, vienen en tropel los
pastores de la comarca a adorar al "recién nacido" y a
prestarle sus humildes ofrendas.
Ya brilla en Oriente la misteriosa estrella de Jacob; y
ya se pone en marcha hacia Belén la caravana
espléndida de los Reyes Magos, que dentro de pocos
días vendrán a depositar a los pies del Divino Niño el
oro, el incienso y la mirra, que son símbolos de la
caridad, de la oración y de la mortificación. Oh,
adorable Niño! Nosotros también los que hemos hecho
esta novena para prepararnos al día de vuestra
Navidad, queremos ofreceros nuestra pobre adoración;
no la rechacéis: venid a nuestras almas, venid a
nuestros corazones llenos de amor.
Encended en ellos la devoción a vuestra Santa
Infancia, no intermitente y sólo circunscrita al tiempo
de vuestra Navidad sino siempre y en todos los
tiempos; devoción que fiel y celosamente propagada
nos conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado
y sembrando en nosotros todas las virtudes cristianas.

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