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No son pocos, por supuesto, los antecedentes de este choque entre el amor y
el derecho, que se remonta al alba no solo de Occidente, sino de la propia
civilización humana. El conflicto entre deseo y prohibición resulta
consustancial en ambos: el amor se hizo como respuesta a la ley y la ley para
controlar el amor. Me parece que uno no siguió al otro, sino que surgieron
juntos. No existe, por así decirlo, el amor libre. De ahí que tengamos la
miríada de historias, comenzando por el Génesis, sobre transgresiones
cometidas por amantes. El tiempo humano, la historia, nuestro tiempo caído,
comienzan con la infracción y en la infracción, y llevan en sí el recuerdo de
esta: Adán y Eva, Edipo, todos los amantes transgresores de la mitología y la
literatura clásica.
Pasó delante don Quijote y preguntó a otro su delito, el cual respondió con
no menos, sino con mucha más gallardía que el pasado:
—Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas
mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me
burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela tan
intrincadamente, que no hay diablo que la aclare. Probóseme todo, faltó
favor, no tuve dineros, vime a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme
a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy, dure la
vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva
alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo y
nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones
por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su
presencia merece.
Este iba en hábito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy
grande hablador y muy gentil latino (pág. 222).
Con pocas excepciones, las historias de amor del Quijote tienen final. Las
peripecias, las aventuras, después de vueltas y revueltas conducen a algún
tipo de final. En las historias entretejidas de la primera parte, la conclusión es
la tradicional de la comedia en la que los personajes intercambian promesas
matrimoniales. En «El curioso impertinente», la historia tiene un fin trágico.
El amor y el derecho proporcionan un ciclo, un patrón, una forma. No es así
en el caso del galeote, cuya historia, por tener una total falta de restricciones,
de leyes, no puede tener cierre, no puede tener fin. Su historia se disuelve en
la ausencia de forma, porque en ella no se reconoce, y mucho menos se
obedece, ley alguna. Las acciones de don Quijote eliminan el final prescrito
en la sentencia: el periodo de seis años en las galeras. El prisionero no irá a
las galeras, de las que podría, o no, regresar vivo; pero su destino estaría en
ambos casos registrado, inscripto, convertido en parte de un archivo. En
lugar de ello, huye y desaparece, dejando al lector con el recuerdo de su
sarcasmo, de su despreocupación jactanciosa, de su burla a la ley.
Notas
(1). En «The Wild Man goes Baroque», Edward Dudley escribe: «El papel
del amor en el Quijote suele pasarse por alto en favor de consideraciones más
abstractas, pero pudiera muy legítimamente decirse que el amor, o sea, la
relación entre los sexos, es la preocupación básica de todo el libro», en
Edward Dudley y Maximillian E. Novak, eds., The Wild Man Within: An
Image in Western Thought from the Renaissance to Romanticism, The
University of Pittsburg Press, Pittsburg, 1972, pág. 119.
(2). José Antonio Maravall, «The Origins of the Modern State», Journal of
World History, n.º 6, Honolulu, 1961, págs. 788-808. Vendría al caso recordar
que Fernando de Aragón fue uno de los modelos de El príncipe, de
Maquiavelo.
(3). John H. Elliott, Imperial Spain 1469-1716, St. Martin’s Press, Nueva
York, 1967, pág. 75.
(4). Véase Roberto González Echevarría, Myth and Archive: A Theory of
Latin American Narrative, Cambridge University Press, Cambridge, 1990.
Versión española por el Fondo de Cultura Económica (México).
(5). Francisco Tomás y Valiente, El Derecho penal de la monarquía absoluta
(siglos XVI-XVII-XVIII), Tecnos, Madrid, 1969.
(6). Cristóbal de Chaves, Relación de la cárcel de Sevilla, José Esteban, ed.,
Clásicos El Árbol, Madrid, 1983.
(7). Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha
(edición dirigida por Francisco Rico), Instituto Cervantes, Barcelona, 1998,
pág. 227. Todas las citas corresponden a esta edición. En lo adelante se
señalarán solo las páginas.
(8). Richard L. Kagan, Lawsuits and Litigants in Castile, 1500-1700, The
University of North Carolina Press, Chapel Hill, 1981, pág. 127.
(9). «Ejecutar el delito de noche o en despoblado eran circunstancias
agravatorias porque en realidad disminuían los posibilidades de defensa y de
auxilio de la víctima: su cercanía a la alevosía es clara, pero suele aludirse,
especialmente a la de ejecutar el hecho en yermo, con independencia de la
alevosía». Francisco Tomás Valiente, ob. cit. pág. 350.
(10). Ibídem, pág. 252.
(11). Diccionario de Autoridades, v. 3-4, Gredos, Madrid, pág. 38.
(12). «Para la década de 1580, los estudiantes de derecho de Salamanca eran
justo más de tres mil ochocientos, cifra que representaba bastante más de la
mitad del número total de estudiantes matriculados en la universidad…».
Richard L. Kagan, ob. cit., pág. 142. «La mayoría de los educadores del
período creía que el propósito principal de la educación era preparar a los
estudiantes para la vita activa et civile y, en este contexto, el derecho era
considerado la culminación de la formación preliminar en latín, los clásicos,
la retórica y la filosofía. Además, se pensaba que el derecho brindaba a los
estudiantes conocimientos del mundo pacífico, ordenado, de la Roma
imperial, que tantos pensadores y estadistas del siglo XVI pretendían construir
de nuevo como Monarchia Cristiana». Ibídem, pág. 144.
(13). «Además, las universidades de los siglos XVI y XVII, sobre todo las más
grandes, eran famosas por su vida desenfrenada: la bebida, el juego y el ir de
putas eran distracciones comunes». Richard L. Kagan, Students and Society
in early Modern Spain, The Johns Hopkins University Press, Baltimore,
1974, t. I, pág. 203.
(14). Joan Corominas, Diccionario crítico etimológico castellano e
hispánico, Gredos, Madrid, 1980-1991, t. I, pág. 702.
(15). Sigo aquí el artículo de mi buen amigo Stuart B. Schwartz, «Pecar en
las colonias. Mentalidades populares, Inquisición y actitudes hacia la
fornicación simple en España, Portugal y las colonias americanas»,
Cuadernos de Historia Moderna, n.º 18, Universidad Complutense, Madrid,
1997, págs. 51-67.
(16). En la España del siglo XVI, la distinción entre delito y pecado va
borrándose según aumenta la gravedad de la infracción. Así ocurre sin dudas
con el incesto. Como escribe Tomás y Valiente, «delito y pecado serán así
realidades, más que paralelas, convergentes, y su gravedad se gradúa en
cierto modo recíprocamente. En los casos en que la ley humana castiga
acciones como la herejía, el adulterio o el incesto, tales delitos son graves y
pueden penarse severamente porque encierran una grave ofensa a Dios, es
decir, porque son pecados mortales», ob. cit., pág. 221. La definición de
«estupro» procede de Corominas.
(17). «Cuarta Partida, Título II, ley XIII» Cito de Las siete partidas del sabio
rey D. Alfonso, el Nono, copiadas de la Edición de Salamanca del año 1555,
Joseph Thomas Lucas, Valencia, 1758, Partida IV, pág. 27