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El Ojo Breve / Melanie Smith / Pablo Vargas-Lugo

Por

Abraham Cruzvillegas

(31-Ene-2001).-

Melanie Smith y Pablo Vargas-Lugo muestran en la galería OMR su


producción más reciente. Sin ningún nexo formal o conceptual,
sus respectivas obras permiten interpretaciones asociadas a
algunos aspectos de la representación y de la percepción visual. La
relación entre la apariencia y la esencia de las cosas y de las obras
en sí mismas como objetos y enunciados fluye por caminos
tangentes y múltiples, el lenguaje atraviesa también ambos
proyectos.

Melanie ha encontrado en la pintura una serie de recursos que le


permiten enunciar de manera directa la naturaleza de la obra, sus
cualidades, sin permitirse generar ilusión representacional
ninguna. En todo caso presenta agudezas ópticas que provocan
mareos y suspiros vertiginosos. A veces refieren al Op Art o al
neoplasticismo de Mondrian. Tal vez a propósito de este último
puede decirse que Melanie también describe el movimiento
frenético y el cambiante ritmo de la realidad en una imagen que
puede remitir a la retícula urbana y su tránsito incesante como al
abismo místico de la contemplación de las estrellas.

Melanie Smith subraya la bidimensionalidad de la pintura con


materiales que no generan texturas, olores ni seducciones táctiles:
los ojos son convocados con exclusividad por estas pinturas,
aplica esmaltes acrílicos con pistola de aire sobre tambores de
madera comprimida en procesos casi industriales, cercanos a la
pintura de vehículos, muebles o anuncios, de ahí el acento en la
cosidad de cada obra, así como en la ausencia de "expresividad" o
un modo único de proceder. En esta crítica a la modernidad
vertical de la tradición pictórica, Smith recompone su discurso
colocando nombres, palabras que acuden al borde extraño del
vocabulario de la decoración de interiores y la mercadotecnia.
Algunos de sus títulos son: Raspberry Ripple, Fuzzy Friction I,
Authentic Atzcapotzalco Tardío II, Green Lush (Fluorescent),
Tropicana Mix No. 2.
También presenta fotografías impresas en formatos similares a las
pinturas (120 x 120 cm. como promedio) en las que nombra las
analogías entre las formas y las ideas, afirmando que son una cosa
y la misma. En una de ellas observamos el interior de una tienda
de autoservicio con una acumulación de champús en primer plano.
En otra vemos la Ciudad de México desde las alturas de un
hospital (Vista del ABC, 2000). Cuando parece que estas fotos
hablan sobre una etnografía contemporánea, descubrimos que
también hay colores, formas, patrones y espasmos hipnóticos que
trascienden a las anécdotas sobre el contexto y la cultura popular.

Pablo Vargas-Lugo escapa de interpretaciones llanas gracias al


establecimiento de pautas de lectura de su obra. Sus dibujos,
esculturas y collages son lo que miramos. Un árbol dibujado a
línea suspende entre sus ramas una estación espacial (Viajero,
2000); en un reconocimiento fiel del detalle fino de la naturaleza,
se desploma el abrumador silencio del objeto (orgullo de la ciencia
y la tecnología) que contempla desde el espacio sideral al mundo
en su conjunto, sus líneas se confunden con las de la fronda
generosa del abeto o de la jacaranda. Estas impresiones digitales
compuestas en su atomización por fragmentos de papel
fotográfico, colgados con tachuelas, a la manera de un conjunto
de posters en el cuarto del aficionado, han sido empalmadas
gracias el uso del Photoshop, prodigio de los lenguajes que no nos
pertenecen, pero que nos permiten ser momentáneamente
virtuosos.

Los collages de Vargas-Lugo, en cambio, son absolutamente


artesanales, evidencian la destreza del artista al tiempo que
iluminan sus lucubraciones sobre el trabajo mismo de recortar y
pegar, asociado a la idea de la creación como el acto sublime de
nombrar a las ideas y darles forma. Uno de ellos se llama
Golgotha.

Dos esculturas singulares exigen sitio en nuestra mirada. Piezas


de cartón armadas o modificadas para representarse a sí mismas
como recipientes de nuestra atención miran hacia todos lados
mostrando sus interiores, señalando puntos con colores brillantes
de papeles pegados sobre sus superficies neutrales. Una de ellas
recuerda la forma de los ataúdes, la otra no. Ambas se llaman
Visión estrábica.

La obra central de esta selección de obras de Vargas-Lugo es un


montaje de piezas de cartón corrugado sobre el muro, de formas
romboidales escasamente separadas de la pared en su arista
superior, reflejando luces enigmáticas de los colores que hay en
sus reversos. Son estrictamente un paisaje, pero -con más rigor-
hay que decir que son pedazos de cartón. El artista insiste en la
textualidad y la fuerza de la idea aparejada a los aspectos
tangibles de la obra nombrándola con errores ortográficos de un
lenguaje ajeno: Piramid Panoram. De lo que percibimos generamos
ideas ilusorias, creemos no ver más que reflejos. Sin embargo,
ajeno y todo, allí está como quiera que se llame, Kefrén, Micerinos
o Gizeh.

Galería OMR. Plaza Río de Janeiro 54, Colonia Roma. Tel. 55-11-
11-79.

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