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19.

RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS


JUDICIALES. MANIPULACIÓN Y SIMULACIÓN EN LOS
CASOS DE FRANCISCA SEGURA Y TRÁNSITO GAME.
CHILE, SIGLOS XVII Y XVIII

MACARENA CORDERO

REGISTRO JUDICIAL Y EMOCIONES

LA BÚSQUEDA en los archivos judiciales de rastros de dolor en su dimensión


psíquica es fundamentalmente un desafío. Más aún, porque algunos testi-
monios recogidos, al igual que los consignados en registros de policía, “se
encuentran en estado bruto, escritos con una sintaxis aproximativa, susu-
rrados o gritados frente al aparato de policía. Dichos por gente ordinaria
que se ve enfrentada al mismo tiempo al poder y sus falencias de saber
letrado, enuncian la pesadumbre, la pena, la rabia o las lágrimas: son pala-
bras de sufrimiento”.1 Así, los expedientes deben examinarse con una meto-
dología detallista, pues presentan una serie de retos, ya manifestados por
quienes investigan la “cultura popular”.2 Por una parte, se trata de fuentes
mediatizadas, influidas por una serie de intereses y percepciones diversas
de los sujetos involucrados3, con emociones distintas y disonantes, que arti-
culan el relato recogido por un tercero y que es “aparentemente” objetivo,
aunque no por ello atiborrado con sus propias preocupaciones y sentimien-
tos, que de alguna manera se filtran o permean en lo que recoge y trasciende
hasta nosotros:

En los registros participan escribanos, notarios, secretarios de tribunales, jueces,


abogados, procuradores, fiscales y, al menos para los siglos XVII al XIX, también
las partes implicada cuando redactan ellos mismos algunos escritos, dirigidos al
juez o no, que integran registros judiciales conservados […] Y todos ellos sien-
ten, se emocionan y tienen nociones acerca de lo que, en sus tiempos, son o

1
Arlette Farge, Lugares para la historia (Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales,
2008), 23.
2
Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna (Madrid: Alianza Editorial, 1996), 20.
3
Mauricio Rojas, Las voces de la justicia. Delito y sociedad en Concepción (1820-1875). Aten-
tados sexuales, pendencias, bigamias, amancebamientos e injurias (Santiago: Centro de Investi-
gaciones Barros Arana, 2008).

372
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 373

debieran ser, y también, sobre cómo no debieran ser, los sentimientos, las emo-
ciones y las pasiones4.

Asimismo, debo hacer presente que el ambiente imperante en los proce-


sos judiciales desarrollados durante el Antiguo Régimen era de mucha ten-
sión, presión y miedo, puesto que, por un lado, quien concurría a un tribunal
aspiraba a que su interés fuese declarado justo. Pero, por otro, es posible
deducir que ciertas declaraciones de las partes y los testigos eran obtenidas
mediante una situación apremiante5, seguramente a través del temor, emo-
ción innata6 que cualquier sujeto que debía enfrentarse al sistema judicial-
represivo experimentaba, incluso reforzada por el hecho de que el juez
contaba con ventajas comparativas en relación con las partes, pues poseía
potestad.
Es más, estamos en condiciones de sostener que, en general, las de-
claraciones no eran espontáneas, ya que eran producto de un proceso ra-
cionalmente orientado por el juez y el derecho. Por ello, los reos, testigos,
demandantes y demandados declaraban inducidamente (fuese por el fiscal,
juez o por el abogado de las partes, conforme los intereses envueltos), aun-
que esta situación no constituía necesariamente una falla del sistema, sino
que más bien era lo característico de un proceso judicial7.
La posibilidad de llevar adelante un análisis historiográfico a partir de los
expedientes presenta otro obstáculo importante: la ontología del documento
y del testimonio es, las más de las veces, distinta8, pues lo que han manifes-
tado los testigos oralmente frente al juez toma forma escrita, adaptándose o

4
María Eugenia Albornoz, “Recuperando la presencia del sentir en los expedientes judiciales
de Chile. Ecos, olvidos, nudos”, en Sentimientos y justicia. Coordenadas emotivas en la factura de
experiencias judiciales. Chile, 1650-1990 (Santiago: Acto Editores, 2016), 12-26, 19.
5
Michel Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión (Buenos Aires: Siglo XXI edito-
res, 2004).
6
Las emociones son entendidas como “un complejo estado funcional de todo el organismo
que implica a la vez una actividad fisiológica. Un comportamiento expresivo y una experiencia
interna, sin proponer un orden secuencial de estos tres niveles”, en Susana Bloch, Al alba de las
emociones (Santiago: Uqbar editores, 2008), 4. Así, las emociones comparten el rasgo de patro-
nes innatos de todo ser humano, no pudiéndose “entender la conducta en ausencia de aspectos
biológicos”: Mariano Chóliz Montañez, “La expresión de las emociones en la obra de Darwin”,
en F. Tortosa, C. Civera y C. Calatayud (comps.), Prácticas de historia de la psicología (Valencia:
Promolibro, 1995).
7
El desafío es aún mayor, puesto que a partir de estructuras que obedecen a una racionali-
dad propia del derecho, debemos lograr dar a conocer las pasiones humanas, o los claroscuros
que puedan develarnos los sentires. En buenas cuentas, se trata del “redescubrimiento de la
importancia de las emociones en el seno de las mismas redes racionales que sostienen a las
sociedades”. Roger Bartra, “La batalla de las ideas y las emociones”, en Mabel Moraña, Sánchez
e Ignacio Prado (eds.), El lenguaje de las emociones. Afecto y cultura en América Latina (Madrid:
Iberoamericana / Vervuert. 2012), 17-39, 19.
8
Justo Serna y Anaclet Pons, La historia cultural (Madrid: Akal, 2005), 82.
374 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

desvirtuándose de acuerdo con las formas y el lenguaje del escribano que


plasma las declaraciones en el documento. Con ello, además, se pierden las
expresiones faciales, los gestos y silencios que muchas veces ayudan a enten-
der un contexto social jurídico9. Dicho de otro modo, los actos están carga-
dos de significaciones que no podemos descubrir ni analizar, pues solo nos
queda lo plasmado por el escribano en el escrito. Ello conduce, a su vez, a
establecer que la emotividad que se exprese en los escritos presentados
durante el desarrollo del juicio responderá más bien a la sutileza, sensibili-
dad y receptividad del escribano10.
Con todo, y pese a los inconvenientes indicados, en los expedientes judi-
ciales es posible identificar conflictos, valores, emociones y representaciones
de los sujetos que son parte de la demanda, acusación o querella, toda vez
que en el “origen de cualquier acción se halla un sentimiento”11. Dichos sen-
timientos los analizaré a partir de un enfoque de carácter cultural y judicial,
puesto que las emociones son, entre otras cosas, prácticas sociales y también
culturales, en las que podemos captar de qué manera los sujetos delimitan y
redefinen, según las circunstancias, su accionar. Más aún, porque cada per-
sona en el Antiguo Régimen dejaba entrever que actuaba impulsada por sus
pasiones, lo que permitía validar y justificar sus actos12, situación que teóri-
camente se dejó atrás por los intentos racionalistas y modernos por contro-
lar las emociones y así lograr un “hombre civilizado”13. Dicho de otro modo,
es necesario entender que el actuar sobre la base de emociones o sentires
constituía hasta mediados del siglo XIX una forma de “conocer y compren-
der, que estuvo presente, fue nombrada en nuestro pasado occidental durante
siglos, aunque actualmente se encuentre circunscrita a aspectos secundarios
o marginales”14.

9
Tomás Cornejo, “Testimonios y testigos: el problema de la fuente”, en Tomás Cornejo y
Carolina González (eds.), Justicia, poder y sociedad en Chile: recorridos históricos (Santiago: Edi-
ciones Universidad Diego Portales, 2007), 241-266 y 261.
10
Para más detalles respecto al rol de los escribanos y su sensibilidad para rescatar y plas-
mar las emociones de quienes testifican en su presencia u otorgan documentos en su presencia,
ver Aude Argouse, “De los momentos del delito al monumento archivístico: el expediente crimi-
nal del oidor León. Santiago de Chile, 1673-1675”, Revista historia y justicia 1 (2013): 1-27.
11
Manuel Hespanha, “La senda amorosa del derecho. Amor y justicia en el discurso
moderno”, en Pasiones del jurista, amor, memoria, melancolía, imaginación (Madrid: Centro de
Estudios Constitucionales, 1997), 23-74, 27.
12
En este punto se ha seguido a Marcela Aspell de Yanzi Ferreira, “El amor, el coraje y el
perdón. La regulación de la vida cotidiana en Indias. Siglo XVIII”, Cuadernos de historia, Univer-
sidad de Córdoba, Argentina, 5 (1995): 123-147.
13
En el mismo sentido, Aude Argouse, “Confianza y caridad en los protocolos notariales.
¿Emociones solemnes ante el escribano? Santiago de Chile, siglos XVII-XVIIII”, en Sentimientos y
justicia, 28-59.
14
María Eugenia Albornoz, “La justicia, el sentimiento y el sentir. Usos y declinaciones del
verbo en pleitos por injuria en Chile, 1670-1870”, en Sentimientos y justicia, 72.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 375

El objeto de estudio no es el expediente, sino que este es la base para


analizar y comprender precisamente si tras las prácticas judiciales desplega-
das por los participantes es posible descubrir rastros de emociones, entre
ellas el dolor, con el fin de dar sentido e historicidad a las conductas huma-
nas plasmadas allí. Tales experiencias emotivas han quedado entre líneas, y
el escribano, observador externo a los hechos que describe, las plasma casi
imperceptiblemente, pues “los seres humanos tenemos la capacidad de
detectar con bastante precisión estos signos no verbales y nuestros juicios
basados en ellos suelen ser extremadamente concordantes con el de otras
personas”15. Así, el escribano al realizar la escrituración de los hechos que le
exponen o relatan, logra percibir la corporalidad del sujeto declarante y sus
expresiones faciales, las que desliza en el poco espacio que tiene para descri-
bir los acontecimientos. Esos pequeños claroscuros permiten a esta “tercera
o tal vez cuarta observadora” descubrir los sentimientos de quienes actuaron
en el proceso.
Más aún, porque los documentos judiciales revelan una realidad con-
creta y focalizada. De ahí que el reto que me he propuesto sea buscar las
huellas en el corpus documental, en la diversidad de procesos. Cuestión que
es posible porque el expediente tiene en sí una ordenación: materializa un
litigio entre partes, con diversas versiones y pretensiones, con la finalidad de
averiguar y escudriñar una verdad judicial. Además, es posible continuar
con esta investigación debido a que los expedientes analizados no correspon-
den a los seguidos por el Tribunal de la Inquisición, en los que es aún más
difícil lograr descubrir la voz de los acusados, puesto que conforme se han
construido y organizado este tipo de causas, el juez y fiscal son quienes
determinan los medios de pruebas y lo que se puede o no dar a conocer16.
En cambio, la mayoría de los expedientes que nos sirven de base tienen,
en general, un carácter acusatorio, en los que tanto reos, demandantes y
demandados sabían de qué se les incriminaba17, cuestión que constituye una
ventaja metodológica en cuanto que es posible escuchar y comprender la
lógica de los sujetos que intervienen en tales procesos judiciales. Sin perjui-
cio de que la tarea se pueda ver facilitada, además, si quien plasmó en el
expediente los acontecimientos haya prestado la debida atención a la corpo-
ralidad y gestos de quien declaraba.
Pues bien, ¿por qué busco las emociones en los expedientes judiciales?
¿Qué sentido nos puede develar el desentrañar emociones en las prácticas
judiciales? Desde ya debo indicar que la emoción no podrá ser develada del

15
Bloch, Al alba de las emociones, 3.
16
René Millar, La Inquisición de Lima (1697-1820) (Madrid: Editorial Deimos, 1998).
17
Jorge Traslosheros, “Los indios, la Inquisición y los tribunales eclesiásticos ordinarios en
Nueva España, Definición jurisdiccional y justo proceso”, en Ana de Zaballa y Jorge Trasloshe-
ros (coords.), Los indios ante los foros de justicia religiosa en Hispanoamérica virreinal (México:
Universidad Autónoma de México, 2010), 58.
376 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

todo18. No obstante, la manera en que ella ha sido manifestada nos permite


reconstruir qué tipo de sentimiento fue lo que indujo a los demandantes o
demandados a ser parte del proceso judicial. De modo que es la manifesta-
ción de la emoción la que podemos estudiar. Ello nos permite entender que
los sujetos que participan en un litigio judicial lo hacen instrumentalizando
culturalmente sus emociones, según convenga en la ocasión19. En este estu-
dio se busca develar el dolor “es también un vínculo social y los individuos lo
administran de múltiples formas”.20
Así, es posible sostener que, en muchos de los litigios llevados adelante
por las partes, fueron las emociones las que dieron el impulso para conti-
nuar con ellos. Si bien he establecido que un juicio tiene un orden racional, y
las palabras, defensas y demandas se presentan mediante formulismos que
obedecen a patrones preestablecidos, lo cierto es que tras ello se intuyen
sufrimientos, rabias, penas, dolor; en definitiva, emociones que mueven a los
sujetos a actuar de formas determinadas y que, bajo otras circunstancias,
posiblemente no lo hubiesen hecho.
Dicho de otro modo, tras los diversos actos judiciales demandas, quere-
llas, contestación, testimonios, entre otros se expresan emociones que toman
una forma jurídicamente aceptada, en un texto que sigue una formalidad
que busca justamente estar libre de aparentes rasgos emocionales, y cuya
pretensión es mostrar cordura y ponderación ante los hechos expuestos. No
obstante, es posible entrever detrás de cada testimonio y confesión de qué
manera las partes de un juicio han manifestado sus emociones instrumenta-
lizándolas para obtener un resultado acorde a sus pretensiones, puesto que
“el dolor en sus diversos matices, dicho y registrado, existió como un requi-
sito para legitimar y validar el quehacer judicial […]”21, y que los estudios

18
En sentido similar María Eugenia Albornoz, indica: “No existe pretensión de conocer
exactamente qué se sintió, porque es imposible; se trata de comprender los universos concep-
tuales, las palabras e imágenes que se usaron para nombrar, describir y compartir el mundo del
sentir”, en “La justicia, el sentimiento y el sentir”, 63. William Reddy, The Navigation of Feeling:
A Framework for the History of emotions (Cambridge: Cambridge University Press, 2001). Bar-
bara Rosenwein, Emotional Communities in the Early Middle Ages (Ithaca: Cornell University
Press, 2006).
19
Las causas por las que las partes en un juicio actúan en el mismo pueden ser muchas,
entre ellas la rabia, la ira o el dolor. Para más detalles de las causas personales que tienen los
actores en un proceso para iniciar un juicio, ver Daniel Smail, The Consumption of Justice.
Emotions, Publicity and Legal Culture in Marseille, 1264-1423 (Ithaca-London: Cornell Univer-
sity Press, 2003). Carolina González considera que las emociones fueron también utilizadas
estratégicamente por las esclavas negras para conseguir su libertad en el contexto colonial. Para
más detalles, ver: Carolina González, “Me es intolerable su sevicia. Dolor por crueldad y deman-
das por el papel de venta de esclavos negros y mulatos. Santiago, 1770-1800”, en Sentimientos y
justicia, 126-153 y 129.
20
Farge, Lugares para la historia, 23.
21
Albornoz, “Recuperando la presencia del sentir”, 25.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 377

históricos deben dar cuenta e interpretar mediante formas distintas a otras


disciplinas, por ejemplo, la literaria22.

TRAS LA HUELLA DEL DOLOR

Se trata de dar cuenta del dolor, una experiencia que puede ser propia o
ajena23, aunque también se trata de referir la manipulación a que puede con-
ducir su expresión. El dolor, además, tiene valoraciones distintas para quien
lo sufre y para la comunidad de la que es parte, toda vez que esta le concede
una significación colectiva distinta porque “los dichos del sufrimiento no
expresan una relación estable con el mundo: es cosa sabida que la recepción
que se otorga al sufrimiento del otro es infinitamente compleja”24. También es
distinta la valoración de quien debe reflexionar e interpretar los hechos acon-
tecidos en el pasado25, puesto que del mismo modo la propia experiencia nos
conduce a realizar interacciones con elementos valorativos, intelectuales y
emocionales propios, los que deben conciliarse con los ajenos o estudiados26.
El grado de “simpatía” que podemos tener ante el homo dolens.27 Así, el dolor
22
En efecto, como indica Arlette Farge, “podemos pensar, con razón, que este dominio tan
interior y tan íntimo de la desgracia, solo la literatura es capaz de dar, con sus palabras y su
lenguaje, un verdadero estatus del sufrimiento. Yo pienso solamente que la emoción, el dolor, la
desgracia son sentimientos que la historia también debe interpretar, y el relato literario, por
muy sublime que sea, no puede paliar una ausencia de la historia en este ámbito”, en Lugares
para la historia, 29.
23
Javier Moscoso, Historia cultural del dolor (Madrid: Taurus, 2011), 14.
24
Farge, Lugares para la historia, 26.
25
El observador que reflexiona puede operar desde diversas perspectivas. “1. Una mirada
desde la que, él o ella, describe lo que ve al distinguir lo que se distingue. 2. Una mirada en la
que, él o ella, atiende a los procesos que dan origen a lo que ve en lo que distingue; 3. Una
mirada en la que, él o ella, ve que puede tratar a los procesos que resultan en los que ve al distin-
guir lo que distingue como si ocurriesen, de hecho, con independencia de su distinguirlos; 4
Una mirada en la que él o ella, ve lo que está haciendo en cada una de las miradas anteriores por
separado y en conjunto; y 5. Una mirada reflexiva siempre posible que abarca todo lo que distin-
gue o piensa, en cualquier instante de su vivir, en su hacer y su reflexionar, y reflexionar recursi-
vamente sobre todo ello.” A partir de estas cinco miradas que utilizaremos para dar cuenta del
dolor, es posible crear y explicar todo “y en particular del explicar científico y el crear tecnoló-
gico como generadores de mundos en el ámbito del operar del observador en la realización de
su vivir”, en Maturana y Dávalos, El árbol del vivir, 262.
26
Al respecto, Arlette Farge advierte que la narración histórica del sufrimiento requiere de
ciertas precauciones debido a que “es posible dejarse arrastrar rápidamente hacia la fascinada
descripción de una suerte de exotismo de la pobreza, desviarse insensiblemente del camino
hasta adquirir una mirada que vuelve inferiores a quienes se está estudiando”, en Lugares para
la historia, 28.
27
Así, se mezclan las supuestas objetividades del escribano que consignó el relato de las par-
tes y de quien le corresponde analizar los hechos acontecidos en el pasado, con la mirada subje-
tiva de todos los que hablan o dan cuenta de la historia, puesto que de alguna manera al
describir y reflexionar los acontecimientos se transmite una experiencia semejante a la relatada.
378 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

o angustia experimentados por una persona básicamente es una sensación


que puede ser la misma que padezca otro sujeto; si así no fuese, no podría-
mos reconocerla28. Más aún, es factible conocer la experiencia dolorosa,
puesto que existe

identidad psíquica biológica-cultural fundamental al ser conservada de manera


sistemática de una generación a otra, como modo de vivir y convivir en el apren-
dizaje de los niños y niñas, constituyó y constituye la identidad fundamental de
nuestro linaje en torno al cual han surgido y surgen las distintas variedades
humanas que han tenido y tienen lugar en su deriva evolutiva29.

En el contexto colonial, la sociedad vivió entre “sufrimientos reales del


mundo material, las amenazas de castigos eternos”30, como terremotos,
marea roja, ataques de corsarios, pestes, violencia, el infierno, entre otros, en
contrapunto paradojal con celebraciones y fiestas populares, y la esperanza
de la vida eterna. El dolor o dolores padecidos por la sociedad colonial y por
cada uno de los sujetos que la integraban tenían, sin duda, gradaciones
diversas. Aquellos que se entendían tolerables “y aun socialmente bien consi-
derados, en contraste con las estridencias de arrebatos de desesperación que
exceden los límites de lo que dictan las buenas costumbres”31. Más aún,
variaban de acuerdo con lo que cada persona había sufrido y también con el
estatus social al que pertenecía, de modo que algunos podían manifestar el
dolor que habían experimentado, con más o menos énfasis, mientras que
otros lo callaban, puesto que socialmente no era aceptable tanta estridencia
o publicidad del hecho32. Aunque cualquier observador medianamente per-
ceptivo a los gestos, miradas y palabras del doliente podía reconocer la emo-
ción del dolor presente en su vida.
Así, el dolor como subjetividad estaba diferenciado según quién lo pade-
ciera, y en razón del contexto cultural al que pertenecía33, como también de

Livia de Freitas Reis, “La memoria en expansión: textualidades y afectos en el Brasil de fin de
siglo”, en El lenguaje de las emociones, 273-282, 275.
28
Bloch, Al alba de las emociones, 17.
29
Maturana y Dávila, El árbol del vivir, 66.
30
Pilar Gonzalbo Aizpuru y Verónica Zárate Toscano (coords.), Gozos y sufrimientos en la
historia de México (México: El Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María
Luis Mora. 2007), 11.
31
Gonzalbo y Zárate, Gozos y sufrimientos, 12.
32
En sentido similar Gonzalbo y Zárate, Gozos y sufrimientos, 12.
33
En sentido similar Sonya Lipsett-Rivera, The faces of Honor: Sex, Shame, and Violence in
Colonial Latin America (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998) y “Honor, familia y
violencia”, en Gozos y sufrimientos, 185-199. Seguidamente, Maturana y Dávila consideran que
el dolor es de origen cultural en El árbol del vivir, 10.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 379

quién lo reconocía34. A su vez, hubo dolores que constituyeron, para quienes


los experimentaron, felicidad. Pensemos en el hereje arrepentido, en la mor-
tificación del religioso e, incluso, en una enfermedad. Estas fueron experien-
cias interpretadas como el paso previo y necesario para alcanzar la vida
eterna. En el mismo sentido, la devoción mariana tan difundida en el mundo
americano “recordaba a los fieles la importancia que tenían el sufrimiento y
el sacrificio en el camino hacia el perdón, la salvación y la felicidad eterna”35.
Mujeres y hombres de los diversos espacios coloniales entendieron la
experiencia del dolor como una forma de expresar sensibilidad barroca, con-
siderando esta emoción como “el camino a la santidad” o como la expresión
de “vidas ejemplares”, mediante la cual se podía transitar hacia un estado
del alma más perfecto36. Para otros, la diversidad de dolores materiales cons-
tituyó un agobio para sus vidas, algunos de los cuales impactaron social-
mente en la comunidad en que vivían, pues eran interpretados como un
castigo divino o como una prueba a las virtudes de quien padecía la emoción
dolorosa. Seguidamente, la violencia ejercida sobre otros causaba una com-
binación de emociones: dolor, temor, miedo, que recaían no solo en quien se
vio expuesto, sino que también en sus más cercanos, en su familia.
Las subjetividades que es posible develar de las experiencias legadas a
través de los relatos que dirigían los funcionarios judiciales constituyen for-
mas culturales objetivas que podemos analizar37 con la finalidad de dar
cuenta del daño que han sobrellevado quienes han estado expuestos a este
tipo de experiencias significativas, y de qué manera pudieron ser instrumen-
34
Importante es destacar que a partir del siglo XIX y la irrupción de la modernidad, la mani-
festación de las emociones tendrá su propio tipo de reglamentaciones o gradaciones. En efecto,
se produjo un cambio en los paradigmas relativos a la expresión de los sentimientos respecto
del Antiguo Régimen, generándose prejuicios acerca de las maneras en que una persona, depen-
diendo de su contexto, lloraba, reía o tenía ira. Más aún, “Para la sociedad chilena, todo eso
cambió durante la segunda mitad del siglo XIX. Empieza a mutar hacia la década de 1830,
cuando lo que importa es sobrepasar, literalmente dejar atrás, ir más allá de subjetividades sin-
gulares desde el sentir de cada individuo y mostrarse en cambio racional, moderno, eficiente,
austero y decente. Deviene imperativo cuando se trata de diferenciarse de un “pueblo popula-
cho, considerado expresivo, extrovertido, irreprimido, ‘vuelto hacia fuera’, espontáneo, de risa y
llanto fácil, de grito y enojo, de lágrimas y carcajadas, pasional y de pasiones desbordadas […]
No se trata de anular la sensibilidad, que se cultiva y deviene en una exquisitez, sino de canali-
zarla hasta lograr que se pliegue al imperio de la razón, signo inequívoco y único de inteligen-
cia”, en Albornoz, “La justicia, el sentimiento y el sentir”, 83.
35
Estela Roselló, “Las dulces tentaciones y las amarguras de la culpa: fantasías marianas de
un desdichado pecador”, en Gozos y sufrimientos en la historia de México, 45.
36
Norma Durán, “La construcción de la subjetividad en las hagiografías. Un caso de Sebas-
tián de Aparicio”, en Manuel Ramos Medina (coord.), Camino a la santidad, siglos XVI-XX
(México: Centro de Estudios de Historia de México Condumex, 2003), 165-197. Asunción Lav-
rín, Loreto Rosalba (eds.), Monjas y beatas. La escritura femenina y la espiritualidad barroca
novohispana (México: Universidad de las Américas / Puebla y Archivo General de la Nación,
2002).
37
Moscoso, Historia, 18.
380 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

talizadas en el proceso judicial para lograr resultados convenientes para


quien las manipuló. El dolor entre otras emociones pasa a ser el motor de
cambio de la historia individual y también colectiva. Más aún, es factible
sostener que la historia de la humanidad ha estado inmersa “en una cultura
centrada mayormente en relaciones de dominación, sometimiento y control,
y que genera desconfianza, dolor y sufrimiento”38, que generación tras gene-
ración se reproduce impidiendo un convivir armónico y perpetuando el
dolor, el resentimiento y la incapacidad de perdón. Ello abre una gran bre-
cha cultural en relación con el respeto al otro y a uno mismo y, por consi-
guiente, con el amor.
Así, aunque los motivos por los que lloremos o riamos varíen de una
época a otra, lo cierto es que las emociones comparten rasgos que no son
aprendidos socialmente, que son innatos y que, por lo tanto, son estables o
permanentes a través del tiempo, aunque, a su vez, se adaptan a la experien-
cia a las que están asociadas históricamente39. En ese sentido, “la historia
puede entregar esa simultaneidad de vértigo cuando recuerda que todos
somos primero subjetividad encarnada que atraviesa, siempre, conflictos
desde los sentires; y que el relato situado, significador e interpelador de la
experiencia, construye el ser histórico en un contexto dado”40.

LA EXPERIENCIA DEL DOLOR41

En 1674 Francisca, india, solicitó, mediante la intervención del promotor


fiscal del obispado de Santiago, capitán Bartolomé Jorquera, que Beatriz
Escobar devolviera a su hija, a la que siete años antes había entregado para
que sirviese a esta. Para Francisca, la entrega de su hija con la finalidad de
que trabajara no debió ser fácil. Motivos importantes la llevaron a consen-
suar tal situación. Tal vez la pobreza, la posibilidad de que su hija aprendiera
labores domésticas o, simplemente, pudiera disponer de comida todos los
días. Lo cierto es que Francisca, y pese al sufrimiento que debió causar esta
situación, entregó a su hija en el entendido de que sería bien tratada y cui-

38
Maturana y Dávila, El árbol del vivir, 22.
39
Para más detalles, ver Chóliz Montañez, “La expresión de las emociones en la obra de
Darwin”, en Prácticas de historia de la psicología. Bloch, Al alba de las emociones.
40
María Eugenia Albornoz, “La actualidad de una reflexión situada sobre las experiencias de
conflicto”, en Experiencias de conflicto. Subjetividades, cuerpos y sentimientos en Chile siglos XVIII
y XIX (Santiago, Acto Editores, 2015), 133.
41
El dolor es entendido a partir de la categorización realizada por Agnes Heller. Así, se trata
de una categoría de sentimientos ligados a la preservación, que está en el umbral de la supervi-
vencia y por tanto busca su resolución, es una señal para el organismo de que algo no está bien.
El dolor puede ser físico, que no cede hasta que se encuentra qué lo originó y su remedio. Y
mental, que asociado al sufrimiento, sí logra sublimarse y cesar en Teoría de los sentimientos
(Barcelona: Editorial Fontaman, 1980), 18, 84 y 91.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 381

dada. No obstante, siete años más tarde esta madre alzó su voz ante situacio-
nes que le parecieron injustas y que le causaron dolor. Su hija era maltratada
de palabra y obra, se le castigaba como si fuera una esclava42. Por ello pidió
a la máxima justicia del Reino que Luciana fuera sacada de la casa de Bea-
triz y llevada con “su madre legítima pues es justicia”. Así sería bien alimen-
tada y vestida; en otras palabras, se pondría fin al sufrimiento y al daño que
padecía la menor.
Lo expresado por Francisca trasunta dolor por la pérdida, dolor por el
maltrato de palabra, así como por el castigo físico al que ha sido sometida su
hija, quien además debe soportarlo lejos de su madre. Ellas han cumplido un
rol en la matriz cultural de la que forman parte, lo que hace posible y “signi-
ficativa” la demanda interpuesta por Francisca. En efecto, la demanda cons-
tituye una representación dramatizada de la experiencia dolorosa, de lo que
han vivido madre e hija.
La Real Audiencia no esperó a dar traslado a la parte acusada, sino que
inmediatamente proveyó un decreto en el que se ordenó la entrega de Luciana
a su madre. Para cumplir la orden emitida por la Audiencia, un “ministro de
vara” se apersonó con el mandamiento hasta la casa de Antonio Escobar y
Guzmán, padre de Beatriz, quien impidió que Luciana fuese devuelta a Fran-
cisca Segura, con el argumento de que seguramente el protector general del
Reino estaba mal informado, pues la niña no estaba allí para prestar servi-
cios, puesto que en realidad era la hija natural del capitán Alonso de Escobar,
hijo legítimo del dueño de casa y hermano de la demandada.
La situación, entonces, era mucho más compleja de lo que afirmaba la
demandante, pues se trataba del conflicto entre la familia paterna y la madre,
quienes se disputaban los cuidados de una hija, aunque “natural” o ilegítima
de nacimiento, estaba vinculada afectivamente a la familia de su padre. Tal vez
la niña había sido arrebatada a su madre, una india que ante un capitán espa-
ñol no pudo hacer mucho. Sin embargo, esta debió pensar que tenía alguna
posibilidad de recuperar a su hija, y que dirigirse a la Audiencia le daba mayo-
res posibilidades que ante una autoridad o justicia inferior, la que probable-
mente habría sido parcial y desventajosa para los intereses de Francisca43.
Para ello recurrió al drama del dolor, invocando el maltrato y la pérdida.

42
Segura Francisca, india, con Beatriz de Escobar, sobre maltrato de una menor, en Archivo
Histórico de Chile (AN), Fondo Real Audiencia (RA), vol. 2.910, pieza 9, 1674.
43
Los indígenas, de acuerdo a su Estatuto Protector, debían ventilar sus causas judiciales
ante las máximas autoridades coloniales, en el caso de Santiago de Chile, ante la Audiencia. No
obstante, podían renunciar a ello y presentar demandas ante autoridades inferiores, puesto que
se trataba de un privilegio que podían declinar. Para más detalles, ver Macarena Cordero,
“Estrategias indígenas ante los foros de Justicia. Traducción y resignificación de las prácticas
judiciales”, en Macarena Cordero, Rafael Gaune, Rodrigo Moreno, Cultura legal y espacios de
justicia en América, siglos XVI-XIX (Santiago: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,
DIBAM, 2017).
382 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

Paulatinamente y, pese a los formulismos propios de la cultura judicial


colonial, se devela ante el lector la tensión respecto a la tuición de la menor,
el conflicto por los cuidados de la niña. Ello invariablemente provocará dolor
en alguna de las partes litigantes: de la madre, por la pérdida a la que nueva-
mente puede verse expuesta; o bien de su familia paterna, a la que no le ha
importado que la niña sea hija natural de uno de sus hijos, o que la pequeña
sea mestiza.
Los litigantes actuaron infundidos de temor ante la incerteza del fallo y
del desarrollo de los acontecimientos. Se trata del temor a sufrir un nuevo
dolor, pues inevitablemente una de las partes perderá, y ello implica que no
podrá manifestar el cariño y amor por la niña de manera cercana. Ante el
mandamiento de entregar a la niña, los Escobar se negaron, pues esgrimie-
ron que ello podía acarrear un daño y riesgo para Luciana, la que vivía entre
ellos desde que había nacido, siendo criada por su tía Beatriz, quien la que-
ría como si fuera su propia hija. Agregaban que la madre biológica era de
“mal vivir” y que se trataba de una india “perdida”. Con todo, y pese a los
dichos de la familia paterna de Luciana, cabe preguntarse si tales imputacio-
nes constituían motivo suficiente para que Francisca no pudiese criar a su
hija.
Como fuesen las cosas, lo cierto es que Francisca estaba desesperada por
recuperar a Luciana. En efecto, el día en que el ministro de vara acudió a
presentar el mandamiento que ordenaba la entrega de la niña a su madre,
fue acompañado por la demandante, quien, al ver la negativa de los Escobar
de cumplir la orden de la Audiencia, entró sin mediar permiso a los aposen-
tos en los que estaba su hija, aquella pequeña que seguramente veía caminar
por las calles del Santiago colonial de la mano de su tía y la hija de esta y que
extrañaba y quería. Destemplada, “envistió a la dicha su hija para sacarla
arrastrando en presencia de la hija de Beatriz y porque la defendió le quito a
la dicha hija la pollera que tenía puesta y a la dicha mi hija la fui sacando a
tirones hasta cerca del zaguán maltratándole el vestido que tenía puesto y
con las voces y ruidos”44.
Tal era el escándalo que los gritos se escuchaban en la calle, al punto que
el oidor Manuel de León, que pasaba por la calzada, los escuchó y se acercó
a ver qué estaba aconteciendo. Percibió una situación confusa. La india
Francisca tratando de manera violenta de hacer cumplir lo ordenado por la
Audiencia, mientras que el abuelo y la tía de la menor intentando demostrar
que la niña era su familiar y estaba bien cuidada. Más aún, el abuelo indi-
caba que su nieta era honrada y recogida en su casa “pues forma a derecho
al abuelo y padre no se les puede quitar los hijos y nietos para caso alguno y
cuanto y más a una india que padece los defectos ya referidos”.

44
Segura Francisca, india, con Beatriz de Escobar, sobre maltrato de una menor, en AN, RA,
vol. 2910, pieza 9, 1674, fj. 170v.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 383

La pelea que enfrentó a Francisca y a Beatriz fue el motivo de la querella


que Antonio de Escobar y Guzmán presentó contra la india. Querella por
ejercer violencia en contra de su hija y nieta, así como también por contar
una historia falsa. Aquí la representación de la experiencia del dolor se mani-
festó a través de la violencia, imagen contada detalladamente en el expe-
diente para remecer a los jueces y lograr que la madre biológica quedase
como una “perdida” y violenta.
Francisca, quien recurrió al protector de Naturales al entender que
mediante él podía obtener la tuición de su hija, había mentido sobre la reali-
dad de los hechos, pues la niña nunca fue a prestar servicios a la casa de los
Escobar. Por el contrario, fue criada y tenida como una hija más. Segura-
mente, la angustia, el deseo de estar en compañía de su pequeña y el dolor de
la pérdida empujaron a Francisca a construir una historia de injusticia y
dolor, que la movía a solicitar la devolución de su hija.
Pese a los hechos descritos, y al descrédito en que estaba cayendo la
india Francisca por la querella presentada en su contra, el protector de Natu-
rales siguió adelante con la idea de recuperar la tuición de Luciana para
Francisca. Por ello, estratégicamente, solicitó visitar la casa de los Escobar
para comprobar in situ el estatus de Luciana. Cuál sería su sorpresa al com-
probar que

me consta de vista de ojos ser la dicha hija de Francisca llamada Luciana mes-
tiza tenida y reputada por hija del capitán don Alonso de Escobar y nieta de el
dicho capitán Don Antonio y que está en traje de española con toda la decencia
por lo cual a Vuestra Alteza pido y suplico mande hacer en este caso lo que fuere
justo a lo cual pido y costas y en lo necesario […] Bartolomé Jorquera45.

Lamentablemente, desconocemos el desenlace del juicio, aunque sospe-


chamos que Luciana permaneció en poder de su familia paterna, puesto que
el protector de Naturales dio cuenta de que la niña no solo era bien tratada,
sino que, además, era considerada una niña española y como tal se la estaba
criando, todo lo cual tiene un simbolismo importante en el contexto de una
sociedad multiétnica, en la que el color de la piel y las mezclas biológicas
determinaban el estatus de cada sujeto colonial.
Asimismo, el que Francisca fuese descalificada y definida por la familia
Escobar aparentemente una familia de “respeto” y honrada como mujer “per-
dida” y de “mal vivir” debió constituir un motivo importante para la Audien-
cia en cuanto a impedir que la niña volviera con la madre. Lo cierto es que la
madre biológica que con seguridad sufrió las circunstancias del juicio mani-
puló la experiencia dolorosa de la pérdida de la hija, más los maltratos de

45
Segura Francisca, india, con Beatriz de Escobar, sobre maltrato de una menor, en AN, RA,
vol. 2910, pieza 9, 1674. fj. 172.
384 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

obra y palabra, con la finalidad de que su hija le fuese restituida. Por su parte,
los Escobar también debieron sentir dolor al saber que les podían quitar a la
niña. No obstante, la emoción que los llevó a defenderse fue la esperanza de
poder retenerla como también la rabia contra una mujer que ellos considera-
ban de malos hábitos. Así, la causa que la india siguió estratégicamente ante
la Audiencia de Santiago constituyó una teatralización del dolor, de la expe-
riencia de haber perdido una hija, pero que, como otros dolores, podía ser
transitorio.

DOLORES SIMULADOS, ACUSACIONES CRUZADAS

La vida de doña Tránsito Game, mujer legítima de don Narciso Bustos, al


parecer era del todo fácil, placentera y apacible en Pupio, localidad de la
villa de Santa Ana de Briviesca (Petorca). Se trataba de una vida más bien
bucólica, sosegada y sin grandes sobresaltos, en la que se veía pasar las
horas, día tras día, en total placidez. Sin embargo, la noche del 6 de agosto
de 1793 los acontecimientos que se suscitaron cambiaron para siempre los
sentimientos de cada uno de los actores de esta comedia de equivocaciones y
malas intenciones. Esa noche, Narciso Bustos de la Lastra le solicitó a su
mujer, doña Tránsito, que le preparara un ponche, el que contenía aguar-
diente con azúcar. La mujer, presta a “complacer”46 a su marido, preparó con
sus propias manos el brebaje, para entregárselo en su “tienda”.
Narciso tenía mucha sed y estaba “antojado” de este ponche. Al recibirlo
de manos de su mujer, observó lo apetecible que se mostraba la bebida.
Presto a beberla, María Isidora Olivares, la criada libre que trabajaba en casa
de los Bustos, le indicó disimuladamente con un dedo que no lo ingiriera,
dándole a entender “que tenía algún condimento perjudicial a mi salud”47.
En ese momento Bustos se percató de que el color de la bebida era diverso al
natural que tienen este tipo de ponches. Fue así que Narciso Bustos, hábil-
mente, declinó tomar el brebaje. Días más tarde, la casa del matrimonio fue
visitada por Tadeo Noguera, residente de la misma localidad de Pupio, quien
al decir de Bustos:

Afinado este pasague, como si pacífica e inculpable inocencia, no penetrase


causa para que me irrogase tan desmedida injuria por el citado Noguera en socio
de mi prenotada esposa, he recibido indemne de toda sospecha hasta anoche
veinticinco del indicado mes los alevosos insultos acometidos contra la tranquila

46
Bustos de la Lastra Narciso. Injurias. 1793, en Archivo Arzobispal Santiago (AAS), Fondo
Asuntos Diversos, 238, fj. 1.
47
AAS, Fondo Asuntos Diversos, 238, fj. 1.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 385

armonía y buena fe que pública y notoriamente he ocasionado a mi esposa desde


que efectuamos nuestro matrimonio48.

Tras las palabras de Bustos se puede inferir dolor y pena hacia su mujer,
a la que, según sus dichos, respetaba. Y ese dolor que experimentaba y trans-
mitía era por ver dañado su matrimonio por una tercera persona, “socio” de
su mujer.
Seguidamente, Bustos, quien tenía “preludios de sospechas”, interrogó a
su criada, le preguntó por qué le advirtió sobre la bebida. María Isidora le
hizo saber que ese mismo 6 de agosto durante el transcurso de la mañana
Tadeo Noguera había visitado la casa y le entregó a ella un papel doblado
dirigido a doña Tránsito. La criada, curiosa, revisó su contenido y se dio
cuenta de que en él había “solimán crudo”49 o veneno.
Ante ello, la criada María Isidora, impulsivamente, decidió botar el
veneno bajo el mostrador y lo mezcló con la tierra que ahí estaba. Luego
llamó al cajero Fernando Rojas y le mostró lo que había tirado al suelo. Jun-
tos recogieron lo que pudieron del presumible veneno con la intención de
comprobar si lo era. Para ello pusieron en un plato de plata lo que alcanza-
ron a rescatar y lo hirvieron formando un caldo. La sorpresa fue que el caldo
se tornó negro “como el carbón” y una espuma del mismo color brotaba de
él; luego de ello, se hizo muy difícil despegar del plato los restos del incues-
tionable veneno. Tres días no fueron suficientes para que lavado tras lavado
el plato quedara impecable. La criada y el cajero acordaron, para no tener
problemas con su patrona, que esperaba que Tadeo Noguera le hiciese llegar
su encargo, introducir en el papel un poco de almidón molido, para así disi-
mular la inexistencia del veneno.
Bustos, al relatar estos sucesos, dejó entrever que estaba desolado,
sufriente y con dolor. Dolor porque su esposa se vinculará con Tadeo Noguera
y permitiese las injurias o daños, alterando la paz matrimonial que pública y
notoriamente era conocida. Así, por las “desaprobadas intenciones como
igualmente las penosas consecuencias que precisamente deben conspirar en
odio de nuestro matrimonio”50, Bustos se querelló contra Noguera y solicitó
las máximas penas ante el alcalde ordinario Nicolás Rodríguez.
La criada María Isidora Olivares y el cajero Fernando Rojas depusieron
ante el alcalde ordinario, siendo clave el testimonio de la criada, quien había

48
AAS,Fondo Asuntos Diversos, 238, fj. 1.
49
Aunque, dicho sea de paso, el solimán durante el Antiguo Régimen y hasta bien entrado el
siglo XIX, era utilizado como medicamento cáustico, para eliminar callosidades, úlceras, man-
chas u otras alteraciones de la piel. Ver Laurencio Heister, Instituciones Chirurgicas o Cirugía
Completa Universal, tomo IV (Madrid: Imprenta de Pedro Marín, 1781). En el proceso en
comento, el abogado de Tránsito Game indica que todos saben que el solimán “es de uso común
por las mujeres para sus adornos”. AAS, Fondo Asuntos Diversos, 238, fj. 22v.
50
AAS, Fondo Asuntos Diversos, 238, fj. 2.
386 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

sido testigo de todos los acontecimientos. En efecto, había visto la llegada de


Noguera y este había entregado el veneno a ella. A su vez, estaba presente en
los momentos en que su patrona preparaba el ponche, y separó un vaso de
cristal para su marido. Pero ¿qué tenían que decir Tadeo Noguera y doña
Tránsito en este proceso judicial? Tadeo Noguera declaró el 29 de agosto de
1793 que sabía que estaba preso por “cierto asunto que ha pasado con el
cura y vicario de esta villa como también por el divorcio que está siguiendo
este de Don Narciso Bustos y doña Tránsito Game”51. Afirmaba que doña
Tránsito le había solicitado el solimán crudo para envenenar a su marido, el
que había sido enviado con una hija de Peta Laso Cabrera. Como este le
había salido “malo”, doña Tránsito pidió nuevamente, a través de Pedro Pas-
cual Tordesillas, residente de la villa de Cuscus:

le mandase aquello, sin dar a entender que cosa era y el que declara sospecho
que fuese solimán crudo por los antecedentes que tenía los mismos que le había
comunicado doña Tránsito y a más de esto le conocer claramente la distancia tan
grande que esta le profesaba a su marido […]52.

Tadeo negaba que hubiese entregado el solimán a la criada y afirmaba


que era la pequeña mulata hija de Cabrera quien lo había llevado. A su vez,

No pone duda que esta solicitase el solimán crudo respecto a haberle comuni-
cado al que declara quería dar celo temerosa de experimentar algunos malos
ratos de su marido don Narciso por hallarse en cinta cuando se juntó con él y
que siendo un agravio en sumo grado ofensivo y conocer esta el delito gravísimo
que sobre ella carga53.

Los acontecimientos se volvían más complejos y contradictorios. Pues si


bien Tadeo reconocía algunos actos, lo cierto es que agregó otros que indi-
can que tras esta historia hubo mucho dolor real y aparente, ambos instru-
mentalizados por las partes para lograr sus objetivos. Más aún, sabemos que
Bustos presentó una demanda de divorcio54 en contra de su mujer. Sin
embargo, ¿tenía el marido, víctima del supuesto envenenamiento, los sufi-
cientes argumentos para lograr obtener el divorcio vincular?

51
AAS,
Fondo Asuntos Diversos, 238, fj. 7.
52
AAS,
Fondo Asuntos Diversos, 238, fj 7v.
53
AAS, Fondo Asuntos Diversos, 238, fj. 7v.
54
De acuerdo al Derecho Canónico, el divorcio “Estricta y propiamente significa la separa-
ción perpetua o temporal solo en cuanto al lecho y cohabitación, con la permanencia del vín-
culo matrimonial”. Para ello, el mismo cuerpo legislativo contempla una serie de causales que
dan pábulo para solicitar el divorcio vincular por cualquiera de los cónyuges. Para más detalles,
ver Pedro Murillo Velarde, Curso de derecho canónico hispano e indiano (Michoacán: El Colegio
de Michoacán, Facultad de Derecho. 2005), vol. III, libro IV, C173, 600.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 387

Por su parte, la querellada, doña Tránsito, negó cada una de las acusa-
ciones realizadas en su contra. Rabia y mucho sufrimiento debió producirle
esta querella, más aún porque en ella se indicaba que estaba embarazada
antes de casarse, situación que la mujer negó tajantemente, e indicó y pre-
cisó que su marido podía dar fe de ello.
A su vez, doña Tránsito reconoció haber elaborado el ponche y habérselo
entregado a su marido. Precisó que lo blanco que estaba encima era “pasti-
lla”, y aclaró que su marido dos o tres veces había bebido del vaso. Pero negó
haber intentado envenenarlo, como también haber conversado con Tadeo.
Solo admitió que había visto a Noguera una vez en casa de José Díaz. Res-
pecto de Pedro Pascual y la pequeña mulatilla María Calderón, declaró que
los conocía y que le habían llevado cosas a su casa en diversas ocasiones.
Es posible que toda esta historia solo fuera una maquinación del marido,
Narciso Bustos, cuyo propósito era tener los argumentos suficientes para
divorciarse de su mujer. Para ello afirmó sentirse traicionado y apenado.
Sentimientos tal vez falsos, pero necesarios para lograr separar los cuerpos.
Tal vez, esta querella fue usada por el marido con la finalidad de lograr un
arreglo extrajudicial con su legítima esposa y obtener un divorcio ventajoso,
lo que era una práctica bastante extendida en el Antiguo Régimen55. Para
Tránsito, constituía una historia terrible, pues se orquestaban situaciones
que, aseveraba, eran completamente falsas.
Desconocemos qué falló el alcalde ordinario, aunque sí estamos en con-
diciones de estimar que los argumentos entregados por don Juan de Dios
Toro, representante de doña Tránsito Game, echaron por tierra la querella
del marido y el aparente “dolor” sufrido a causa de la supuesta “desfachatez
de su mujer al intentar asesinarlo”. En efecto, la defensa de Toro aclaró,
desde un comienzo, que el solimán no era un veneno, cuestión que evidente-
mente restaba valor a las declaraciones de los testigos. Luego, hizo saber que
la criada declaró en contra de su patrona porque la había pillado en “delitos
caseros”, posiblemente algún hurto menor, y que ello empujó a María Isi-
dora a lanzar la amenaza de que levantaría un falso testimonio si la acusaba
de estos delitos. A su vez, Toro intuye que hay un viejo ajuste de cuentas
entre la criada y Tadeo Noguera, posiblemente un amor no correspondido o

55
En efecto, durante el Antiguo Régimen las partes en conflicto demandaban institucional-
mente y paralelamente negociaban al margen de la justicia institucional. Se puede, por tanto,
distinguir la práctica “extrajudicial”, esto es, los acuerdos alcanzados entre partes sin mediar la
acción institucional, y la “infrajudicial”, que hace alusión a los acuerdos y negociaciones de las
partes en disputa tanto por las vías institucionales como extrajudiciales, con la intención de
obtener el mejor acuerdo privado. Para más detalles ver Alfred Soman, “L’infra-justice á Paris
d’après les archives notariales”, Histoire, économie et société: 1-3 (1982): 369-375; Benoît Garnot,
“Justice, infrajustice, parajustice et extrajustice”, Crime, histoire et sociétés/Crime, History and
Societies 4-1 (2000). Tomás Mantecón, “El peso de la infrajudicialidad en el control del crimen
durante la edad moderna”, Revista de Historia Moderna 28 (2002): 43-76.
388 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

una deshonra, situación aprovechada por Bustos para lograr un divorcio a


su medida.
Por otra parte, Fernando Rojas, el otro testigo en contra de Tránsito,
poco o nada podía aseverar, pues nunca vio a Noguera entregar un papel a la
criada y, en consecuencia, malamente pudo ver el veneno. Solo tuvo conoci-
miento de los hechos porque María Isidora le contó y orquestó toda una “tra-
moya”. Más aún, en el careo que se ordenó realizar entre las partes y los
testigos involucrados, se evidenciaron contradicciones en los diversos testi-
monios, de lo que se pudo constatar que quienes acusaban a Tránsito de
intentar envenenar a su esposo cambiaron sus versiones en repetidas oportu-
nidades y elaboraron nuevos ardides en su contra.
El dolor en este caso ha sido manipulado e instrumentalizado por Bus-
tos como una forma de lograr su fin último, separarse de su mujer. Para ello
ha utilizado a la criada, quien, resentida contra Tadeo Noguera, y aborre-
ciendo a su patrona, se presta para el juego de falsas acusaciones y evidentes
contradicciones en las declaraciones. Por su parte, Tadeo también es preso
del dolor y sufrimiento de estar engrillado y torturado, lo que hizo que con-
fesara cualquier cosa, solo en vistas de obtener su libertad y poner fin al
dolor físico del que era preso y al dolor emocional por ser falsamente acu-
sado de cómplice por una criada que:

busca su ruina, y sin haberse visto en semejantes cuestiones, ausente de mi


patria, parientes, ni amigos que lo favorezcan, solo si de enemigos que lo acusan
[…] Y deseosos de su libertad echa la culpa al que primero se les pone en la
cabeza, y algunos porque se acaben sus penas confiesan delitos que no han
cometido siendo estos por su poco sufrimiento, la menor prisión potro de tor-
mentos para otros demás sin sufrimientos […]56.

A su vez, encontramos el sufrimiento de Tránsito, quien, de un momento


a otro, debió dejar atrás su bucólica y hasta aburrida vida en Pupio, por las
falsas acusaciones en el teatro construido por quien creía su compañero y
protector: su marido.

DESCUBRIENDO EL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES

A lo largo de este capítulo se han identificado conflictos y emociones de los


diversos sujetos o actores que participaron ante los foros de justicia chilenos
del Antiguo Régimen, y ello es factible, pese a que lo analizado han sido pro-
cesos judiciales que están —en apariencia— racionalmente orientados. Sean
jueces, escribanos, demandantes, demandados o testigos, lo cierto es que

56
AAS, Fondo Asuntos Diversos, 238, fj. 25.
19. RASTROS DEL DOLOR EN LOS REGISTROS JUDICIALES 389

todos han experimentado y sentido alguna emoción antes los hechos descri-
tos; emociones que pueden ser disonantes y discordantes, aunque en algunos
momentos coincidentes entre sí, y que son posibles develar al lector puesto
que dichas pasiones y dolores que las partes han experimentado, subyacen
tras las declaraciones y los relatos plasmados durante la tramitación de las
causas.
Más aún, se trata de realidades concretas, que los diversos sujetos han
vivido, y que se manifiestan en diversos niveles, estadios e intensidad, según
lo que cada uno de ellos siente y padece al momento de relatar su historia o
de escuchar el testimonio del otro. Las subjetividades que los actores han
permitido que descubriéramos, constituyen las pretensiones que han hecho
presente ante las justicias y que legitiman su accionar. Y que en esta oportu-
nidad las hemos dado a conocer, sacado del olvido y, a veces, del anonimato
en que se encontraban.
Francisca Segura realizó un esfuerzo por visualizar y narrar el dolor que
como madre experimentaba al no tener cerca a su hija. Si bien, el expediente
está plagado de formulismos jurídicos y mediado por representantes judicia-
les protector y jueces, ciertamente es posible dar cuenta de lo que este juicio
significó para la madre y para los parientes paternos de la niña. Se trata de
un relato reconstruido a partir de fragmentos de diversas emociones, cuyos
significados podemos descubrir dada la forma en que fueron presentados los
acontecimientos. En lo cotidiano y en lo público, se manifestaron diversos
dolores, aunque manipulados por las partes, sobre todo por Francisca, quien
pretende sensibilizar a los jueces y a todos aquellos que quieran oírla, gene-
rando en el imaginario judicial y social la convicción de injusticia hacia esta
madre y su hija, aun cuando no nos es posible ver el dolor en sí.
En el caso de Tránsito, Narciso, Tadeo e Isidora, se manifiestan sufri-
mientos reales y falsos, emocionales y físicos, todos ellos utilizados por Nar-
ciso Bustos con la intención de lograr desembarazarse de su mujer legítima,
Tránsito Game. En efecto, es el divorcio vincular lo que pretende Bustos,
aunque seguramente carecía de los motivos enumerados y contemplados por
el derecho canónico, por lo que se vio forzado a “construir” una historia, en
la que hábilmente involucró a la criada, quien detestaba a su ama, mujer
legítima de Narciso. A su vez enredó en esta situación a Tadeo, probable-
mente por un amor no correspondido o por alguna vieja rencilla no resuelta
entre ellos. Con todo, lo cierto es que se develan ante el lector sufrimientos
aparentes y reales, cruzados por intereses contrapuestos, todos ellos en
busca de lograr alguna interpretación del mundo, de sus precariedades, de lo
bueno o malo que ofrece “la vida”, lo que da cuenta de los límites o vaivenes
de comportamiento de quienes interactúan. Es en este contexto que se mues-
tran las acciones intencionalmente degradantes hacia Tránsito, las que la
denuestan familiar y socialmente al presentarla como una homicida frus-
trada.
390 HOMO DOLENS. CARTOGRAFÍAS DEL DOLOR

Tras el dolor experimentado por estos sujetos ignorados por la historia,


hasta ahora, es posible además observar el vínculo dolor-violencia, el que se
entrevé en los diversos relatos consignados en los expedientes. La pretensión
de “rebajar” en su dignidad a las personas, fuese a la india Francisca o a
doña Tránsito por su marido, revela que se trata de una práctica “aceptable”
de violencia hacia las mujeres57. Fuese porque una es mujer de mala vida, o
la otra una presunta asesina, lo cierto es que se encuentra presente en el
relato la violencia ejercida hacia las mujeres en un contexto complejo y fuer-
temente agresivo en sí mismo, mediante el agravio a su honor. En efecto, la
violencia-dolor puede adoptar diversos rostros.
Paralelamente, los rastros de dolor rescatados de los fragmentos judicia-
les ofrecen al lector la posibilidad de mirar microscópicamente como lo hace
un biólogo en su laboratorio las reales intenciones que hay detrás de las
declaraciones, querellas y testimonios de los participantes, lo que permite
concluir que en muchas ocasiones las partes en los juicios utilizaron las
emociones, en nuestro caso el dolor-sufrimiento, como un dispositivo mani-
pulable e intencionado, tendiente a lograr un objetivo preciso y trazado con
anterioridad a la demanda. Ello no significa que el dolor experimentado sea
del todo falso o aparente, pues no es posible adentrarnos en las conciencias y
pensamientos más ocultos de los involucrados. Con todo, es factible entrever
los claroscuros de los diversos protagonistas, y reconstruir sus historias e
intenciones a partir de la experiencia compartida por todos ellos: el dolor.

57
Lipsett-Rivera, “Honor, familia y violencia”, 185-199.

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