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y pertenencia cultural
MARIANO C. MELERO DE LA TORRE
UNED, Madrid
misma de ese bien común. Como apun- dominada por la lógica sistémica de la eco-
tábamos al principio, los grandes Estados nomía capitalista y del aparato burocrático
nacionales se formaron y democratizaron del Estado. Estos sistemas tienden a obe-
en torno a una idea de identidad nacional decer solamente a sus propios imperativos
que bien podemos considerar como una de dinero y de poder, y hacen añicos el
forma de vida concreta. Según Ortega y modelo de una comunidad que se deter-
Gasset, la forma de vida nacional era, mina a sí misma a través de la práctica
durante el siglo XIX, «un modo integral de política común de los ciudadanos. En estas
ser hombre» 6, de tal manera que perte- condiciones, los derechos liberales y los
necer a una cultura nacional quería decir derechos a recibir prestaciones sociales se
ser íntegramente hombre al modo que dic- otorgan en términos paternalistas, pues
taba esa cultura, pues afectaba e impreg- resultan funcionales para la instituciona-
naba todas las dimensiones de lo humano. lización de los sistemas económico y admi-
Sin embargo, esta forma de recabar la par- nistrativo. Como consecuencia, Habermas
ticipación ciudadana se hizo siempre impi- caracteriza la orientación predominante de
diendo que determinados grupos naciona- los ciudadanos frente al gobierno en tér-
les minoritarios pudieran participar en la minos de «alto output-bajo input», es decir,
definición misma de la forma de vida por una renuncia privatista a la parte activa
nacional supuestamente compartida. Y no del papel de ciudadano, que queda de este
sólo ellos. Si el grupo de las mujeres, el modo reducido a la categoría de un «clien-
de los ateos o el de los no propietarios te» pasivo del Estado social, cuyas únicas
hubieran tenido la oportunidad de parti- contribuciones al bien común se limitan
cipar en la cultura común del país, no al voto y a los impuestos. Frente a esta
habrían elegido, a buen seguro, el mismo situación, la sugerencia comunitarista de
tipo de fines compartidos que sirvieron reavivar la participación política mediante
para la identificación nacional. No parece la persecución pública de fines compar-
entonces que sea suficiente, para aumentar tidos le parece a Habermas demasiado
el nivel de compromiso político, incluir a concreta y simple. Las condiciones moder-
los grupos tradicionalmente marginados nas, según él, no permiten a los ciudadanos
en la persecución de unos fines compar- otra extensión de sus derechos de parti-
tidos que no tienen nada que ver con sus cipación política que por vía de integrarse
propios intereses. en, y ejercer influencia sobre, la circulación
¿Será suficiente, entonces, para aumen- informal de una opinión pública discursi-
tar el compromiso político de la ciudada- vamente formada. Sin embargo, para
nía, con sustituir esos fines compartidos, Habermas, esto sería suficiente con tal de
racial y culturalmente sesgados, por una que el Estado permaneciera atento a las
cultura política común que contenga úni- orientaciones de esa opinión pública en la
camente los principios democráticos y de formación institucionalizada de la volun-
justicia reconocidos en la constitución? tad política. Con un sistema jurídico abier-
Habermas piensa que sí. Según su modelo to a la opinión pública, dice Habermas,
deliberativo, la participación política no los ciudadanos se verán a sí mismos, al
necesita enraizarse en una cultura distinta mismo tiempo, destinatarios y autores de
de la que proporcionan los procedimientos las leyes que los gobiernan. En el modelo
para la formación democrática de la volun- de política deliberativa que defiende
tad común. La falta de participación polí- Habermas, la actualización democrática de
tica activa proviene, según Habermas, no los derechos a través de la opinión pública
del abandono de la política de los fines permite que el sistema jurídico deje de ser
compartidos, sino de una integración social únicamente un medio para el control buro-
Es suficiente con la inclusión de los grupos ticos puede sustituir a la identidad nacional
nacionales minoritarios en una esfera como fuente de la identidad cívica y, por
pública política donde puedan discutir en ende, de la participación política?
igualdad de condiciones con los otros gru- En Suiza, como en la mayoría de los
pos nacionales sobre los fines compartidos, Estados multinacionales —y como es de
otorgándoles en todo caso a dichas mino- suponer que ocurra en una hipotética fede-
rías un grado superior de representación ración europea—, los distintos grupos
en aquellos ámbitos de la política que nacionales sienten lealtad hacia el Estado
resulten más sensibles para su identidad en su totalidad, no tanto porque éste repre-
cultural. Lo que en ningún caso permite, sente una cultura política común, sino por-
en opinión de Habermas, una teoría liberal que reconoce y promueve su existencia
de los derechos es la diferenciación del como naciones diferentes, con culturas
status legal en función del grupo cultural políticas diferenciadas. En las sociedades
de pertenencia, pues el marco de la Cons- donde se da este tipo de pluralidad cul-
titución de un Estado democrático de dere- tural, la «ciudadanía común» implica, en
cho permite la coexistencia en régimen de la práctica, apoyar la cultura de la nación
plena igualdad a múltiples formas de vida, mayoritaria.
siempre que éstas se solapen en una cul- Habermas teme que si no separamos
tura política común no identificada con el Estado de la cultura, la sociedad domi-
ninguna de ellas. Al igual que el último nante se apropiará del aparato coercitivo
Rawls, Habermas afirma que lo que une estatal para recortar o terminar con las
a las sociedades pluralistas modernas es formas de vida de las minorías culturales.
una concepción compartida de la justicia, Creo, sin embargo, que es precisamente
que él identifica con los principios cons- la distinción entre Estado y cultura la que
titucionales. permite a la sociedad dominante actuar
Sin embargo, no está claro que dicha desde el gobierno como si no existiera nin-
cultura política compartida, por sí misma, guna otra cultura societal distinta en el
sea una razón para que dos o más grupos país. Un Estado multinacional que con-
nacionales permanezcan unidos en un país, cede un mismo status de derechos a todos
y, en ningún caso, para que dos países sepa- los ciudadanos, con independencia de su
rados decidan unirse. Nunca han tenido pertenencia cultural, puede parecer «neu-
las naciones en el mundo occidental una tral» entre los diversos grupos nacionales,
cultura política tan semejante como en pero de hecho favorece a una cultura
nuestros días, sin que esto haya producido determinada, que generalmente es la
ningún efecto significativo en su deseo por mayoritaria, cuando decide cuál será la len-
conservar su independencia nacional gua oficial del país o el curriculum obli-
—aparte de las necesarias concesiones gatorio en las escuelas públicas. La impli-
impuestas por la economía «global». Como cación del Estado y la cultura es inevitable,
reconoce el propio Habermas en el caso por lo que el argumento de imparcialidad
de la unificación europea, los procesos que utiliza Habermas para defender el mis-
democráticos sólo funcionan de hecho mo derecho a coexistir de todos los grupos
dentro de los grupos nacionales. ¿Por qué nacionales no puede hacerse efectivo sin
no habría entonces de ocurrir otro tanto reconocer a los grupos minoritarios los
en los Estados que contienen diversos gru- derechos de autogobierno necesarios para
pos nacionales con un fuerte sentimiento protegerse de las decisiones ético-políticas
de identidad diferenciada? ¿Por qué supo- de la mayoría.
ne Habermas que un consenso meramente Según el modelo de Habermas, la actua-
formal en torno a los principios democrá- lización democrática de los derechos per-
mite que el sistema jurídico quede pene- hay más de una comunidad política, y que
trado por la ética de la comunidad cultural, el Estado en su conjunto no puede hacer
procurando así el reconocimiento legal de prevalecer su autoridad sobre las comu-
la forma (o formas) de vida que existen nidades nacionales que lo constituyen. En
(o coexisten) dentro del país. Lo que no mi opinión, un derecho liberal de autogo-
tiene en cuenta Habermas es que, si esa bierno debería asegurar que todos los gru-
comunidad es multinacional, entonces la pos nacionales tengan la posibilidad de
formación democrática de los derechos mantenerse como cultura distinta —lo cual
tendrá que desembocar necesariamente en significa, en términos de Berlin, ser posee-
el reconocimiento de distintos status lega- dores de «libertad negativa», o, en palabras
les por razón del grupo cultural para las de Kymlicka, de «protecciones exter-
diversas minorías nacionales. Este resul- nas»—.
tado parece insoslayable si nos atenemos Naturalmente, la concesión de este
al hecho de que las minorías nacionales derecho pone en peligro la unidad de la
no quieren participar en una política comunidad política. ¿Deberíamos enton-
común, sino que —con objeto de fomentar ces, en beneficio de la unidad social, defen-
la igualdad entre la mayoría y la minoría— der el mismo status de derechos para todos
se les reconozca como sociedades políticas los ciudadanos? No lo creo. Como señala
diferenciadas, con derechos lingüísticos y Kymlicka, la ciudadanía común en los
autonomía territorial. Estados multinacionales transforma los
Para Habermas, como para muchos grupos potencialmente autogobernados en
liberales, los derechos de autogobierno mayorías y minorías numéricas, lo que no
representan una amenaza para la función sólo no ayuda a conjurar el peligro de frag-
integradora de la ciudadanía, pues cons- mentación, sino que más bien contribuye
tituyen el caso más claro y completo de a crearlo. Por contra, pienso que es posible
ciudadanía diferenciada en función de la generar un fuerte sentimiento de solida-
pertenencia cultural. Las reivindicaciones ridad y compromiso mutuo dentro de una
de autogobierno no exigen un aumento en comunidad política compuesta por grupos
los derechos de representación, como nacionales autogobernados, siempre que
ocurre en el caso de aquellos grupos que esa comunidad se presente como el con-
están en situación de desventaja dentro de texto en el se nutren las identidades sepa-
la comunidad política, ni tampoco un mero radas que la integran. Cualquier sociedad
reconocimiento de la diversidad cultural tiende a sentirse como un todo, «más sen-
existente en el país, como sucede en las tirse como un todo», dijo Ortega, «no
reivindicaciones de los inmigrantes. Lo que excluye que, a la vez, sienta ese su todo
reivindican los grupos nacionales es que como parte de otro más amplio» 11.
NOTAS
1
En esta primera acepción del concepto, me ajusto J. B. Schneewind y Q. Skinner, Phylosophy in History,
a la definición que ofrece Quentin Skinner de libertad Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 194).
política: «el ámbito de libertad de acción de que disponen 2
J. Habermas, «Struggles for Recognition in the
los agentes individuales dentro de los límites impuestos Democratic Constitutional State», en A. Gutmann
sobre ellos por su pertenencia a una sociedad política» (ed.), Multiculturalism, Princeton, Princeton University
(Q. Skinner, «The idea of negative liberty», en R. Rorty, Press, 1994, p. 137.
3
J. Muguerza, «De la conciencia al discurso: ¿un contraste entre los dos conceptos de libertad negativa
viaje de ida y vuelta?», en J. A. Gimbernat (ed.), La y positiva», Four Essays on Liberty, Londres, Oxford
filosofía moral y política de Jürgen Habermas, Madrid, University Press, 1969, p. 130.
Biblioteca Nueva, 1997, p. 81. 6
J. Ortega y Gasset, Europa y la idea de Nación,
4
Estas ideas están recogidas en varios artículos de Madrid, Alianza, 1985, p. 73.
Taylor; entre ellos, cabe mencionar los dedicados a 7
Habermas expone estas ideas, fundamentalmente,
la filosofía política en sus Philosophical Papers, vol. 2, en los artículos «Ciudadanía e identidad nacional»,
Cambridge, Cambridge University Press, 1985; Facticidad y validez, Madrid, Trotta, 2000; y «Struggles
«Cross-Purposes: The Liberal-Communitarian Deba- for Recognition...», Multiculturalism, op. cit.
te», incluido en sus Philosophical Arguments, Cambrid- 8
Javier Muguerza ha lamentado en varias ocasiones
ge, MA, Harvard University Press, 1995, pp. 181-204,
la descalificación que Habermas prodiga a «los fueros
y «The Politics of Recognition», en A. Gutmann (ed.),
de la privacidad». Véase, por ejemplo, «Entre el libe-
Multiculturalism, op. cit., pp. 25-75.
ralismo y el libertarismo (Reflexiones desde la ética)»,
5
En un pasaje de su célebre artículo «Two concepts
en J. Muguerza, Desde la perplejidad, México, Madrid,
of liberty», Berlin afirma: «El autogobierno puede ofre-
cer, frente a otros regímenes, una mejor garantía para Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1990, así
la preservación de las libertades civiles, y como tal como el ya citado «De la conciencia al discurso...».
ha sido defendido por los libertarios. Sin embargo,
9
W. Kymlicka, Ciudadanía multicultural, Barcelo-
no existe una conexión necesaria entre la libertad indi- na, Paidós, 1996, pp. 80 y ss.
vidual y la regla democrática. La respuesta a la pre- 10
W. Kymlicka, Ciudadanía multicultural, op. cit.,
gunta «¿Quién me gobierna?» es lógicamente distinta pp. 42-43.
de la pregunta «¿hasta dónde interfiere el gobierno 11
J. Ortega y Gasset, Europa y la idea de Nación,
en mis asuntos?». En esta diferencia consiste el enorme op. cit., p. 83.