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UNIVERSIDAD NACIONAL DE
SAN MARTÍN
FACULTAD DE INGENIERÍA AGROINDUSTRIAL
E. A DE INGENIERÍA AGROINDUSTRIAL–TARAPOTO
ASIGNATURA: PSICOLOGÍA
CICLO: I
Por otro lado también se define que la afectividad, es pues no una función psíquica
especial, sino un conjunto de emociones, estados de ánimo, sentimientos que
impregnan los actos humanos a los que dan vida y color, incidiendo en el pensamiento,
la conducta, la forma de relacionarnos, de disfrutar, de sufrir, sentir, amar, odiar e
interaccionando íntimamente con la expresividad corporal, ya que el ser humano no
asiste a los acontecimientos de su vida de forma neutral.
ansiedad.
estados de ánimo o humor.
emociones.
sentimientos y pasiones.
Desde el punto de vista psíquico es una pasión que siente nuestro ánimo y que está
especialmente asociada al cariño y amor pero sin connotaciones de tipo sexual, es decir,
no solamente tiene una intensidad moderada sino que el destinatario no es la persona
con la cual mantenemos una relación amorosa, para él están destinados mayormente la
pasión y el amor.
En general se suele identificar y relacionar el afecto con la emoción, pero son
fenómenos distintos aunque, sin duda, relacionados. Mientras la emoción es una
respuesta individual interna que informa de las probabilidades de supervivencia
que ofrece una situación, el afecto es un proceso de interacción social entre dos
o más personas.
Dar afecto implica realizar un trabajo no remunerado en beneficio de los demás:
hacer un regalo, visitar a un enfermo, explicar un concepto o una idea a un
compañero de curso, demandan un esfuerzo: el afecto es algo que se transfiere. Por eso
se dice que las personas dan afecto y reciben afecto. Las emociones, en cambio, no se
dan ni se quitan: se experimentan.
Hoy por hoy la psicología tiende a afirmar que el afecto es una necesidad básica,
fundamental. De hecho, no hay ninguna duda que el desarrollo personal es
precario, incompleto, sin desarrollo emocional, afectivo. Casi en forma intuitiva los
padres conocen este hecho; estimulan a los bebés y a los niños y están pendientes
de su desarrollo físico, intelectual y social afectivo.
Existen una gran cantidad de símbolos de afecto aunque los más recurrentes y usados
por los seres humanos son los besos, las caricias, los abrazos, las sonrisas, entre otros.
1. Alegría
2. Tristeza
3. Deseo
Trató de que esas partes fueran puramente corporales, de que estuvieran al nivel del
apetito, es decir, no acompañadas por la conciencia. Las emociones, estrictamente
hablando, suponen una idea del objeto; el amor, por ejemplo, es un modo de la
conciencia que incluye una idea del objeto amado.
Podemos mencionar las definiciones de los afectos, según Spinoza:
La psicología desde los tiempos más remotos ha ido indagando sobre este aspecto de
las emociones y afectos que evidenciamos las personas en diversas situaciones que nos
propone la vida.
La filosofía lo ha hecho también, y con la evolución y el paso del tiempo, la ciencia, ha
hecho grandes avances y aportes al encontrar que hay diversas áreas de nuestro
cerebro que están asociadas a los afectos que una persona puede tener.
Lo único que se puede decidir con la cabeza cuando de emociones se trata la cosa es el
comportamiento que desarrollaremos ante esas situaciones y sobre los afectos que
surjan mediante.
Otra cuestión que también es posible de manejar es la de promover los afectos, tomando
decisiones que por ejemplo beneficien nuestra vida y la del resto en algún aspecto, y
entonces generen consecuentemente un sentimiento de bienestar.
Donde existe una falta de control de la expresión afectiva que suele ser
desproporcionada. Frecuentemente se asocia a la incontinencia emocional. Se da en
demencias, trastornos degenerativos o solamente como rasgo de personalidad del
sujeto.
Son trastornos del lenguaje afectivo que aparece en sujetos con alteraciones o lesiones
del hemisferio derecho, refiriéndose al sector no proposicional del lenguaje.
Significa falta de palabra para los afectos, haciendo referencia a los trastornos con
incapacidad para expresar los afectos con palabras y se refiere al sector proposicional
del lenguaje.
Estos síntomas deben ser más o menos constantes durante un periodo de tiempo de al
menos dos semanas para poder diagnosticar un Episodio depresivo mayor.
Trastorno afectivo menos grave que el anterior pero es precisamente esta diferencia de
intensidad en sus síntomas lo que hace que en muchas ocasiones la distimia se confunda
con un problema de carácter o “mal humor”.
Se caracteriza por los mismos síntomas que el Episodio depresivo mayor pero estos
síntomas son menos intensos y deben de estar presentes al menos durante dos años
para poder ser diagnosticado.
Cuando se aprecia en una persona que “no es como antes”, “está siempre irritado”, “se
levanta con el pie izquierdo”, “se ha vuelto muy callado”, “está amargado” y esto ocurre
desde hace tiempo (al menos dos años) puede padecer una distimia. Sobre todo son las
personas que le rodean los que se dan más cuenta de que “algo raro pasa” ya que las
personas distímicas se muestran irritables con facilidad, se vuelven puntillosas y
critican por pequeñeces.
El principal problema de la distimia al pasar desapercibida y ser confundida con un
problema de carácter es que puede llegare a cronificarse si no se trata e incluso puede
desarrollarse y convertirse en un Episodio depresivo mayor con consecuencias más
graves.
Se caracteriza por cambios cíclicos en el estado del ánimo que van desde la depresión a
la manía. En fase depresiva el paciente se encuentra con los mismos síntomas que en el
Episodio depresivo mayor, sin embargo la fase maniaca es todo lo contrario a la fase
depresiva y se caracteriza por:
El sentimiento que estos autores sacan a relucir porque entienden que tiene relevancia
moral es la filantropía. La filantropía es el sentimiento que inclina a considerar a los
demás, a tratarlos con benevolencia, a ser amables con ellos; como todo esto es positivo,
parece que la filantropía conduce al hombre rectamente. Sin embargo, entre los autores
escoceses se aprecia una valoración pesimista de este sentimiento. Después de sostener
la importancia de la filantropía, cayeron en la cuenta de que no es posible fiarse de ella,
porque en las relaciones humanas la filantropía no se mantiene sino que abre paso
enseguida a sentimientos negativos que la desdibujan y se dirigen hacia abajo como
decía antes.
Entre los moralistas sentimentales escoceses se cuentan David Hume, pensador muy
conocido e influyente, y Adam Smith, que es también muy importante por su
contribución a la ciencia económica. Ellos sostienen que la filantropía tiende a ser
sustituida por otro sentimiento, al que llaman vanidad. El filósofo benevolente tiene
sentido de la propia vanidad, y como es respetado por los demás incurre en vanagloria.
La filantropía deriva en vanidad y ésta en otro sentimiento todavía más negativo que es
la envidia. El vanidoso acaba siendo envidioso.
En suma, para vivir filantrópicamente hay que manifestar el propio dolor de una
manera moderada, y el que lo sufre directamente no puede desahogar su dolor
profundo, sino que tiene que manifestar su propia manifestación de dolor ante el que le
demuestra su simpatía filantrópica. Así pues, la filantropía pasa a ser -al margen de que
se transforme en vanidad y envidia- frialdad sentimental. Si el amigo no experimenta
demasiado dolor por la muerte del padre de otro, este último también debe darse
cuenta de que el sentimiento de aquel es débil, por lo que también ha de mostrarse
parco en su manifestación de pena.
En definitiva, la mostración social de los sentimientos debe ser muy tenue, lo que se
corresponde con un cambio del carácter de los ingleses, por eso la moral sentimental
escocesa fue sustituida por lo que podría llamarse frialdad emocional. Si uno consulta
la historia de Inglaterra, se da cuenta de que en los siglos XVI y XVII los ingleses eran
apasionados. Pero la idea de que la moral se basa en los sentimientos conduce en
definitiva a la frialdad. Por tanto, hay también una especie de conflicto entre el modo de
comportarse y los sentimientos internos. Es notorio que en Inglaterra del s. XIX la moral
victoriana implica la escasez en la manifestación de los sentimientos.
Sin embargo, en nuestros días se apela a los sentimientos porque se consideran que son
lo más vital, lo más interior, que hay en el hombre. Si el hombre tiene que guiarse por
los sentimientos, ello se debe a que es la única vía que resta después de la crisis de la
inteligencia y de la voluntad. Ahora bien, guiarse por los sentimientos equivale a dejarse
conducir por aquello cuyo desencadenamiento no somos capaces de conducir, por eso,
de la moral sentimental siguió la moral victoriana contemporánea con la frialdad
emotiva de la burguesía de negocios, después de esta última, el sentimentalismo actual
comporta que el hombre se atiene a lo que le gusta y evita lo que le disgusta. Esta es la
moral hedonista que se guía por la búsqueda de lo que agrada. Este tipo de moral lleva
consigo una disminución de objetivos, porque los bienes meramente placenteros no son
los más altos. Si la filantropía terminó en la frialdad sentimental y en el cálculo de
intereses, al final, la moral del placer es la fórmula de conducta de intensidad más baja.
Con esto se responde a la pregunta inicial.
La moral hedonista inhabilita al hombre para su forma de vida más alta, más íntima,
que es la donación de sí. Dejarse conducir por los sentimientos lleva a una vida
superficial que prescinde de los altos objetivos. La consecuencia de ello es la sociedad
de consumo, que se atiene a los sentimientos más sensitivos, es decir, los que tienen
que ver con el comer o con los placeres sexuales. A estos sentimientos, la filosofía
antigua los llama pasiones del alma, acontecimientos de la vida humana que son
superficiales, hasta el punto de que guiarse por ellos únicamente elimina el ethos. Ética
viene de ethos, como moral de mos (mos y ethos significan prácticamente lo mismo en
griego y en latín).
Los sentimientos y las emociones nos permiten tomar conciencia del medio en el que
vivimos, sean agradables o desagradables. Basar el comportamiento en el momento de
la emoción o mientras dura el sentimiento, pueden ayudarnos mucho, pero en el
momento en que se desvanecen o cambian, si no hemos sido capaces de administrarlos
conforme a nuestra memoria invocativa, pueden transformarse en enemigos.
La moral nos marca una pauta de cómo reaccionar ante un sentimiento. Es lo que
acabará dictándonos qué hacer, si satisfacerlos o inhibirlos, basada en la imagen moral
que damos al resto de personas. Cuando decidimos inhibirlos puede ser de forma
temporal o radical, pero lo verdaderamente importante es encontrar la vía de solución
que nos libere de la carga. Es la única manera que nos permitirá
actuar responsablemente con los sentimientos, tanto en palabras como en acciones.
Esta es una manera de aprender a respetarse a sí mismo y a respetar a otros. El
sentimiento obedece al campo de lo inconsciente, en caso contrario la reacción ante el
estímulo sería la consecuencia lógica: Su satisfacción inmediata. No existe otra manera
de someter el sentimiento a nuestra voluntad, y aun así, las consecuencias no siempre
son como esperábamos, ya que las cognificaciones pertenecen a otro campo distinto: al
racional. La interrelación entre lo inconsciente y racionales marca nuestros actos en el
campo físico. Usando adecuadamente las facultades mentales, encontraremos siempre
el cauce apropiado que satisfará nuestros sentimientos.
Los sentimientos son más duraderos que las emociones, pero las emociones son
más intensas que los sentimientos.
Los sentimientos son el resultado de las emociones.
Las emociones son reacciones psicofisiológicas ante diversos estímulos,
mientras que los sentimientos son evaluaciones conscientes de nuestras
emociones.
El odio, el amor, la venganza, etc., pueden tener carácter pasional cuando tienen tal
intensidad que incluso escapan al control de la voluntad, si ésta no se aplica con una
disciplina férrea. Con la pasión el ser humano se abandona a las inclinaciones de su vida
afectiva, mientras que deja un poco de lado los contenidos racionales de su
comportamiento: «Impera el corazón sobre la razón.» Bajo el influjo de las pasiones el
ser humano tiene una vida afectiva más intensa, por lo que muchos románticos del siglo
XIX proponían abandonarse a las propias pasiones, sin autocontrol, para sentir con toda
fuerza la vida anímica, la cual sería la principal fuente para tener una auténtica
conciencia de la existencia. Sin embargo, bajo el influjo de las pasiones se produce una
cierta pérdida de libertad, ya que puede llegar un momento en que el sujeto se sienta
casi obligado a desarrollar conductas y comportamientos que van en contra de la moral
más elemental o, incluso, de la trayectoria vital que se había trazado.
De todos modos, no resulta fácil luchar contra determinadas pasiones, a pesar de que
sepamos que seguir sus tendencias puede ser muy perjudicial para nosotros. Las
pasiones, al igual que otros procesos afectivos, producen cambios psicológicos de cierta
importancia en la persona que las experimenta. Esta sufre una cierta deformación en
sus ideas, de modo que sobrevalora todos aquellos contenidos que están de acuerdo
con la pasión, mientras que los que están en desacuerdo quedan automáticamente
eliminados, o cuando menos, permanecen indiferentes. Por tanto, la pasión produce
una deformación como consecuencia de la cual, sólo se consideran los aspectos que
están de acuerdo con la pasión, mientras que se infravaloran o no se tienen en cuenta
los que van en contra de la misma. De este modo se pueden justificar, ante uno mismo,
los comportamientos pasionales.
Algunas personas son más apasionadas que otras; es decir, están más sometidas que la
mayoría al influjo de las pasiones. Serían aquellas en las que la vida afectiva mantiene
una cierta supremacía sobre los contenidos de corte más racional, y que actúan más en
relación a sus sentimientos y tendencias que a su forma de pensar. Estas personas
suelen ser impulsivas y sensibles y muchas veces se ven inmersas en conflictos
psicológicos, debidos a esta discrepancia entre su forma de pensar y su modo de actuar
o de comportarse.
También se relaciona las pasiones con el apetito sensible concupiscible, que es la
tendencia hacia un bien sensible. Encontramos las pasiones en 6 ámbitos: "Amor",
"Deseo", "Gozo", "Odio", "Aversión" y "Tristeza".
«Entiendo por pasiones escribe Aristóteles, apetencia, miedo, ira coraje, envidia,
alegría, amor, odio, deseo, celos, compasión y, en general, todo lo que va acompañado
de placer o dolor».
Alteración del ánimo, sí, mas también, como señala el propio Aristóteles, del cuerpo: «el
alma dice no hace ni padece nada sin el cuerpo, por ejemplo, encolerizarse,
envalentonarse, apetecer, sentir en general […] parece que las afecciones del alma se
dan con el cuerpo: valor, dulzura, miedo, compasión, osadía, así como la alegría, el amor
y el odio. El cuerpo, desde luego, resulta afectado conjuntamente en todos estos casos»;
una forma de entender la pasión, en suma, no es similar a las emociones; porque la
pasión, si bien es de una enorme intensidad, pero no tanto como las emociones, pero si
en cambio mucho más duradera que éstas, lo que la acerca a los sentimientos, y a su vez
las distingue de estos la intensidad que es mucho mayor que los sentimientos. Kant ha
reparado con pleno acierto esta diferencia entre emociones y pasiones:
«La inclinación difícil o absolutamente invencible por la razón del sujeto, es una pasión.
Por el contrario, la representación racional de si se debe entregarse o resistirse a él, es
la emoción» Las dos son siempre, según él, enfermedades del alma, pero la diferencia
entre ambas es muy sutil: por una parte, la emoción se halla siempre referida al
presente, en tanto que la pasión se extiende también al futuro, lo que apunta al carácter
pasajero de la primera y marcadamente persistente en el caso de la segunda. Y por otro
lado, si bien la pasión ejerce un dominio prácticamente absoluto sobre la razón del
individuo, eso no significa, empero que, como la emoción, sea irreflexiva. Si ésta, como
dice Kant, «es una ataque por sorpresa de la sensación», lo que la torna precipitada y de
una intensidad tal que imposibilita la reflexión, la pasión, en cambio, se toma su tiempo
y reflexiona sobre los medios para alcanzar su fin. Porque si las emociones son nobles
y francas, las pasiones son astutas y solapadas. Y así, por ejemplo, lo que la ira, en tanto
que emoción, no hace en el momento, ya no lo hará; por el contrario, la pasión del odio
puede dejar transcurrir un tiempo considerable antes de asestar el golpe al odiado, y
ello no sin antes haber examinado cuidadosamente el cuándo, el dónde y el cómo.
«La emoción escribe Kant obra como el agua que rompe su dique; la pasión, como un
río que se sepulta cada vez más hondo en su lecho […] La emoción debe considerarse
como una borrachera que se duerme; la pasión como una demencia, que incuba una
representación que anida en el alma cada vez más profundamente».
Mas si la pasión es una demencia o una enfermedad que, además, como añade Kant,
rechaza todo tratamiento médico aunque, por lo demás, resulta dudoso que lo haya; si
eso es así, entonces no cabe duda que frente al aturdimiento irreflexivo, pero
momentáneo de la emoción, la pasión es enfermedad del alma más grave y de peor
pronóstico.
Por otro lado frente a las pasiones así entendidas es contra las que reclamaban los
estoicos, el apoyo de la razón para lograr eliminarlas y alcanzar, precisamente, la apatía,
es decir, la ausencia de pasiones:
«No ceder ante las pasiones corporales, considera Marco Aurelio es uno de nuestros
deberes, porque es propio del movimiento racional e inteligente marcar sus confines y
no dejarse vencer por el movimiento sensorial e impulsivo; debido a que estos dos
movimientos son propios de animales, pero frente a ellos se quiere ser preponderante
y no resultar inferior ».
«Toda pasión es un movimiento del espíritu que carece de razón o que la desobedece».
Santo Tomás de Aquino, que parece seguir en este punto, como en tantos otros; dice
que el pensamiento de Aristóteles, resume acertadamente las diferencias entre la
posición de éste y la de los estoicos:
«Sobre esta cuestión los estoicos y los peripatéticos tuvieron diferentes opiniones, pues
los estoicos afirmaban que todas las pasiones eran malas y los peripatéticos decían que
las posiciones moderadas eran buenas, los estoicos no distinguían entre el sentido y el
entendimiento, y, en consecuencia, tampoco entre el apetito intelectivo y el sensitivo.
Por eso no distinguían las pasiones del alma de los movimientos de la voluntad, por
cuanto las pasiones del alma están en el apetito sensitivo y los simples movimientos de
la voluntad se hallan en el intelectivo; más llamaban voluntad a todo movimiento
razonable de la parte apetitiva, y pasión al movimiento que salía de los límites de la
razón. Y, por eso, Tulio, siguiendo la opinión de éstos en el III De tusculanis
questionibus, llamaba a todas las pasiones enfermedades del alma. Por lo cual arguye
que los que están enfermos no están sanos, y los que no están sanos son insipientes. De
ahí que a los insipientes también les llame insanos. En cambio, los peripatéticos llaman
pasiones a todos los movimientos del apetito sensitivo. Por eso las juzgan buenas
cuando están reguladas por la razón, y malas cuando no están gobernadas por ella. Por
lo cual Tulio, en el mismo libro, certifica que las pasiones no se llaman enfermedades o
perturbaciones del alma, sino cuando les falta la regulación de la razón».
Por lo demás tiene razón Kant, que frente a la ciega emoción, la pasión no es nunca
irreflexiva, y eso por mucho que sea la razón la que se encuentre al servicio de ella,
buscando siempre los medios para tratar de satisfacerla, en lugar de ser la pasión la
que, como en la concepción platónica de las pasiones nobles, le sirva a ella. Pero Kant
se mueve en una concepción de las pasiones muy distinta a aquella que
considerándolas, en gran medida, equivalentes a las emociones, domina en la
Antigüedad y aún mucho tiempo después.
Es decir que no son, propiamente hablando, voluntarias ni causadas por el alma misma;
y aun añadiría Descartes que es emociones el término que con más precisión las
definen. Mas las pasiones dirá el filósofo francés son todas buenas en su propia
naturaleza, siempre que pongamos mucho cuidado en evitar su mal uso o su exceso:
«El alma escribe Descartes, puede tener sus placeres aparte, pero los que le son
comunes con el cuerpo dependen enteramente de las pasiones. Cierto que también
pueden hallar en ella las mayores amarguras cuando no saben emplearlas bien y la
fortuna les es contraria, pero en este punto la cordura muestra su principal utilidad,
pues enseña a domeñar de tal modo las pasiones y a manejarlas con tanta habilidad que
los males que causan son muy soportables e incluso es posible sacar gozo de todos
ellos».
«Las acciones del alma surgen sólo de las ideas adecuadas; las pasiones, en cambio, sólo
dependen de las inadecuadas».
Es decir, las acciones son deseos que se refieren al alma en tanto posee ideas adecuadas,
mientras que las pasiones son deseos que no se refieren al alma más que en la medida
en que concibe las cosas de forma inadecuada, y nacen no de la potencia del hombre,
sino de las cosas externas a él.
Tenemos pues que, las pasiones, según Espinosa, son siempre malas e innecesarias. La
pasión como se dice en la «Definición general de los afectos», en la Tercera parte de la
Ethica, no es más que una idea confusa que debemos sustituir por razones en cuyo caso
dejará de ser pasión:
«Un afecto que es pasión, deja de ser pasión tan pronto como formamos de él una idea
clara y distinta».
Más tales palabras no han de ser entendidas, seguramente, como una abdicación de la
razón en general o como la afirmación de que siempre actuamos guiados por la pasión.
Probablemente Hume no quiere decir que la razón se halla sometida de hecho y de
derecho al imperio de la pasión, sino únicamente que en topando con las pasiones no le
queda más remedio que plegarse a ellas, esto es, que cuando razón y pasión coinciden
en un mismo objeto y se enfrentan, podríamos decir, a causa de él, la primera no tiene
otra alternativa que dejar paso a la segunda.
«Dado que la sola razón no puede nunca producir una acción o dar origen a la volición,
deduciendo que esta misma facultad es tan incapaz de impedir la volición como de
disputarle la preferencia a una pasión o emoción».
Una pasión sólo es irrazonable cuando se basa en suposiciones falsas o no elige los
medios suficientes y adecuados para alcanzar su objetivo; mas en ese caso, la pasión
acata de inmediato el dictado de la razón y se somete a ella.
Hegel entiende por pasión la actividad guiada por intereses particulares y hasta
egoístas y fines especiales, en los que se concentra toda la energía de la voluntad y el
carácter y a los que se sacrifica todo lo demás; pero en la medida en que esas
determinaciones de la voluntad no tienen un contenido meramente privado, sino que
impulsan actos universales. De ahí que no hay por qué pensar que las pasiones sean
siempre innecesariamente opuestas a la moral. Es verdad que en tanto que miran al
interés propio podrían parecer egoístas y malas, pero que el interés sea particular no
implica que se oponga al interés universal.
«Si resistimos a nuestras pasiones, ello se debe más a su debilidad que a nuestra fuerza»
Según Espinosa, en quien, como acabamos de ver, encontramos también una ajustada y
estrecha correspondencia entre acción y pasión, las pasiones básicas son alegría, deseo
y tristeza; el resto de pasiones y afectos surgen de la combinación de éstas.
Pero existen muchas otras clasificaciones. Así, Descartes, además de las tres apuntadas
por Espinosa, considera fundamentales también la admiración, el amor y el odio. Por
otro lado, hemos visto ya las que señala Aristóteles, y Cicerón, siguiendo en esto a los
estoicos, distingue cuatro: dos referidas al bien: deseo y placer; y otras dos referidas a
un mal: miedo y aflicción. Bien y mal futuros, en el caso del deseo y del miedo, y
presentes en el del placer y la aflicción.
Kant, por su parte, distinguirá dos géneros de pasiones: las pasiones ardientes, que
nacen de la inclinación natural o innata (inclinación a la libertad e inclinación sexual),
y pasiones frías, procedentes de la cultura y, por tanto, adquiridas (afán de honores,
afán de dominación y afán de poseer). El resto de las pasiones concretas encajarían
siempre en alguno de esos cinco grandes grupos. Y, en fin, en la Escolástica, y
concretamente Santo Tomás se distinguirá entre pasiones irascibles y concupiscibles,
siendo el objeto de la potencia concupiscible el bien y el mal sensible, en el sentido de
lo deleitable y lo doloroso, y ocupada asimismo la potencia irascible del bien y el mal,
más en tanto que pueda resultar arduo o dificultoso conseguir uno y evitar el otro.
Sí lo tiene, en cambio, señalar que hacia el siglo XVII y a lo largo del XVIII encontramos
un nuevo concepto de pasión, tal como lo hayamos reflejado en los moralistas de la
época; o acaso cabrían decir con más justicia que, como opina Abbagnano, son
precisamente ellos quienes lo crean. Las pasiones serán vistas ahora como inclinaciones
o tendencias dotadas de una gran intensidad, por las que el sujeto se ve dominado e
incluso arrastrado, aun en contra de su voluntad. Esa inclinación (tal vez un afecto, una
emoción, un deseo, un sentimiento incluso), controla y dirige la vida del individuo,
convirtiéndose en el rasgo más destacado de su personalidad, toda la cual se encuentra
al servicio de ella, pues el sujeto no vive, diríamos, más que para satisfacer la pasión que
le domina, de tal manera que si la mera emoción no tiene otro horizonte que el
momento presente, la pasión, por el contrario, se halla siempre orientada hacia el
futuro.
Es, sin duda, en este sentido de pasión en el que está pensando, por ejemplo, cuando
Rochefoucauld afirma que:
«La duración de nuestras pasiones depende tan poco de nosotros, como la duración de
nuestra vida».
Ahora bien: todas las precedentes pasiones pueden producirse en nosotros sin que
advirtamos en modo alguno si el objeto que las causa es bueno o malo. Pero cuando se
nos presenta una cosa como buena para nosotros, es decir, como conveniente, esto nos
hace sentir amor por ella; y cuando se nos presenta como mala y nociva, esto nos mueve
al odio.
De la misma consideración del bien y del mal nacen todas las demás pasiones;
más, para ponerlas por orden, se distingue los tiempos, y conceptuando que nos
llevan a considerar el futuro mucho más que el presente o el pasado, se comienza por
el deseo.
Más no sólo cuando se desea adquirir un bien que no se tiene aún, o bien evitar un mal
que se cree puede ocurrir, sino también cuando se desea simplemente la conservación
de un bien o la ausencia de un mal, que es a lo único que puede alcanzar esta pasión,
es evidente que esta se refiere siempre al futuro.
Más cuando se nos presenta como perteneciente a otros hombres, podemos juzgarlos
dignos o indignos de él; y cuando los juzgamos dignos, ello no produce en nosotros
otra pasión que la alegra, porque significa para nosotros algún bien el ver que las cosas
ocurren como deben. Hay sólo la diferencia de que la alegría que procede del bien es
seria, mientras que la que procede del mal va acompañada de risas y de burla. Pero si
los juzgamos indignos, el bien mueve a la envidia, y el mal a la piedad, que son dos
especies de tristeza. Y es de observar que las mismas pasiones que se refieren a los
bienes o a los males presentes pueden con frecuencia referirse también a los futuros,
pues el pensar que van a ocurrir los representa como presentes.
Podemos también considerar la causa del bien o del mal, tanto presente como pasado.
Y el bien que nosotros mismos hemos hecho nos produce una satisfacción interior
que es la más dulce de todas las pasiones mientras que el mal produce el
arrepentimiento, que es la más amarga.
Mas el bien que han hecho otros da lugar a que sintamos simpatía hacia ellos, aunque
no nos lo hayan hecho a nosotros; y si es a nosotros, a la simpatía se une el
agradecimiento.
De la misma manera, el mal hecho por otros, no siendo contra nosotros mismos, nos
produce sólo indignación; y cuando es contra nosotros, nos mueve también a la ira.
Por otra parte, el bien que está o que ha estado en nosotros, en cuanto afecta a
la opinión que los demás pueden tener de nosotros, nos produce vanagloria, y el
mal, y la vergüenza.
Y a veces la duración del bien causa el hastío o la saciedad, mientras que la del mal
disminuye la tristeza. Por último, del bien pasado proviene la añoranza, que es una
especie de tristeza, y del mal pasado proviene la alegría que es una especie de gozo.
Los futuros profesionales de la educación, en términos generales, consideran que las
pasiones y los sentimientos deben impregnar todos los proceso relacionados con el
aprendizaje y la formación de aquellos que van a formar en el futuro.
La atención a los valores afectivos (sentimientos y pasiones) dentro de la formación del
profesorado universitario, tanto más necesaria por ser éstos determinantes del
comportamiento del ser humano, se recogen de manera explícita en la investigación
llevada a cabo y por lo tanto los sentimientos y la emociones han de formar parte de
los elementos curriculares y, como tales, deben recibir un tratamiento específico dentro
del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Los centros educativos no pueden olvidar la realidad de los jóvenes que están
formando, ni desentenderse de la emergencia de los valores afectivos que estos
alumnos plantean y del papel tan fundamental que juegan los sentimientos y las
pasiones para buscarles soluciones. Somos conscientes que la tarea no es fácil y no por
ello deja de ser urgente. La necesidad y las bases para formar alumnos educados en lo
afectivo ya han sido planteadas en éste y en otros trabajos. Solamente apuntamos, que
la solución debe ser un compromiso que debemos adoptar no sólo la administración
educativa, sino el profesorado y como no, el alumnado que formamos en nuestras
universidades.
http://www.definicionabc.com/social/afectividad.php
http://www.importancia.org/afectividad.php
http://definicion.mx/afectividad/
Definición de sentimiento - Qué es, Significado y
Concepto http://definicion.de/sentimiento/#ixzz4Mj0xljW3
http://www.importancia.org/sentimientos.php