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“AÑO DE LA CONSOLIDACIÓN

DEL MAR DE GRAU”

UNIVERSIDAD NACIONAL DE
SAN MARTÍN
FACULTAD DE INGENIERÍA AGROINDUSTRIAL
E. A DE INGENIERÍA AGROINDUSTRIAL–TARAPOTO

ASIGNATURA: PSICOLOGÍA

TEMA: “AFECTIVIDAD: SENTIMIENTOS Y PASIONES”

DOCENTE: PSICÓLOGA. AMALIA AMES ARISTA

ESTUDIANTES: SAMUEL J. MONTALVO BARDALES

CICLO: I

FECHA DE PRESENTACIÓN: 12/10/2016

MORALES --- SAN MARTÍN


2016
La afectividad, las pasiones y los deseos, tres de los grandes fenómenos humanos en
torno a los cuales ha girado la historia del pensamiento occidental, a lo largo de la cual
han inspirado toda suerte de discusiones, tragedias y hasta comedias. Desde Aristóteles
hasta los filósofos contemporáneos, de Sófocles a Dante, de la religión al arte pasando
por la literatura e incluso al interior de la ciencia misma, la pregunta fundamental del
pensamiento humano ha sido y seguirá siendo la que concierne a la causa final, o más
bien primera de nuestras acciones. Pregunta cuya respuesta puede adquirir tantos
matices como saberes ha creado la propia humanidad y que indefectiblemente, ha de
situarse en lo más profundo y complejo de la naturaleza humana, de su ser, de su
existencia.
Preguntarse por la causa primera de nuestras acciones, implica la existencia de una
conciencia que sabe de ellas y que las juzga, según ciertos parámetros éticos ya
interiorizados, como buenas o malas, como correctas o incorrectas, como convenientes
o inconvenientes. Es la existencia de la conciencia y del juicio moralista lo que nos
distingue de las demás especies y a la vez, lo que nos permite afirmar que ninguna
experiencia humana, por compleja, incomprensible o enigmática que parezca, puede
escapar a ellos. Por tanto, toda experiencia humana está precedida de una conducta.
Es ésta la idea que esperamos poder sostener en lo que viene a continuación: que en
tanto experiencias subjetivas, la afectividad, las pasiones y los sentimientos,
constituyen la amalgama que da origen a toda conducta.
Para tal efecto comenzaremos por intentar dar una breve definición de cada uno de
estos términos a la luz de la psicología y la filosofía, disciplinas que permanecerán
presentes en el transcurso de este escrito no con el ánimo de intentar una «fusión» de
conceptos o posiciones que sirva como «respuesta» a la pregunta por la causa primera
de nuestras acciones sino, fundamentalmente, en aras de ampliar nuestro saber con
respecto a lo humano, a su complejidad y a sus vicisitudes, y así poder reconocer el
entramado de fuerzas que lo constituyen y de las cuales procede su actuar.
Con frecuencia se confunde los términos emociones,
pasiones y sentimientos; razón por la cual se
muestra una descripción inicial que más abajo
profundizaremos:
- Emociones: cambios súbitos en el estado de humor.
Duran horas.
- Pasiones: respuesta afectiva a algo que sucede
afuera y nos afecta. Duran días, a veces semanas.
- Sentimientos: afectos profundos, interviene la
inteligencia y la voluntad, no cambian a lo largo de los
años.

La Psicología define a la afectividad como aquella


capacidad de reacción que presenta un sujeto ante los
estímulos que provengan del medio interno o externo
y cuyas principales manifestaciones serán los
sentimientos y las emociones.

 Además se usa el término afectividad para


designar la susceptibilidad que el
ser humano experimenta ante determinadas
alteraciones que se producen en su entorno.
El predominio de las relaciones de pareja y de
familia.
 La inhibición de las funciones conscientes.
 Dirigir el sexo, las tendencias y el querer hacia "objetivos" determinados.
 Oscilar entre dos polos sexuales: lo agradable - lo desagradable, odiable, o
asqueroso.

En un lenguaje menos formal y más coloquial, cuando se habla de afectividad, todos


sabemos que se está haciendo referencia a aquellas muestras de amor que un ser
humano brinda a las personas que quiere y porque no también a otras especies que
también sean parte de su entorno querido, tal es el caso de las mascotas domésticas,
por citar algunos seres que no son humanos y por los que normalmente también
expresamos emociones positivas.

Por otro lado también se define que la afectividad, es pues no una función psíquica
especial, sino un conjunto de emociones, estados de ánimo, sentimientos que
impregnan los actos humanos a los que dan vida y color, incidiendo en el pensamiento,
la conducta, la forma de relacionarnos, de disfrutar, de sufrir, sentir, amar, odiar e
interaccionando íntimamente con la expresividad corporal, ya que el ser humano no
asiste a los acontecimientos de su vida de forma neutral.

La afectividad por tanto confiere una sensación subjetiva de cada momento y


contribuye a orientar la conducta hacia determinados objetivos influyendo en toda su
personalidad.
Según Henry Ey la máxima interrelación entre el psiquismo y lo somático se da en la
afectividad y solamente desde el punto de vista didáctico se puede dividir la afectividad
en parcelas independientes y cuyas manifestaciones principales son:

 ansiedad.
 estados de ánimo o humor.
 emociones.
 sentimientos y pasiones.

Desde Platón y Aristóteles y a lo largo de los siglos, los


afectos y emociones han sido considerados desde muy
diversos puntos de vista. Así en la Época Clásica la razón
era la característica esencial de la persona y la afectividad
se asimilaba al caos. Santo Tomás de Aquino y Descartes
dan gran impulso a la valoración independiente de la
afectividad. Rousseau consolida su valor autónomo y la
obra de James y Lange estimularon su investigación desde
el punto de vista fisiológico conductual.

Las teorías neurológicas se inician con Canon comenzando a proponerse diversos


modelos de circuitos de las emociones. Papez describe un complejo circuito del que
dependía la afectividad y la conducta emocional. Según este autor los procesos
emocionales radicarían en el hipocampo que al ser excitado enviaría impulsos al
hipotálamo, núcleos talámicos y giro angulado, cerrándose el circuito con nuevas vías
al hipocampo.
Posteriormente se asume la importancia del córtex en los procesos emocionales y
afectividad, vinculando la emoción a la motivación.

El afecto es una de las pasiones de nuestro ánimo, es la inclinación que manifestamos


hacia algo o alguien, especialmente de amor o de cariño, a una persona, una mascota,
un objeto, un trabajo, entre otros.
Ejemplo: “Laura me demostró su afecto llamando todas las noches para saber cómo me
sentía luego de sufrir el accidente”.

Desde el punto de vista psíquico es una pasión que siente nuestro ánimo y que está
especialmente asociada al cariño y amor pero sin connotaciones de tipo sexual, es decir,
no solamente tiene una intensidad moderada sino que el destinatario no es la persona
con la cual mantenemos una relación amorosa, para él están destinados mayormente la
pasión y el amor.
En general se suele identificar y relacionar el afecto con la emoción, pero son
fenómenos distintos aunque, sin duda, relacionados. Mientras la emoción es una
respuesta individual interna que informa de las probabilidades de supervivencia
que ofrece una situación, el afecto es un proceso de interacción social entre dos
o más personas.
Dar afecto implica realizar un trabajo no remunerado en beneficio de los demás:
hacer un regalo, visitar a un enfermo, explicar un concepto o una idea a un
compañero de curso, demandan un esfuerzo: el afecto es algo que se transfiere. Por eso
se dice que las personas dan afecto y reciben afecto. Las emociones, en cambio, no se
dan ni se quitan: se experimentan.
Hoy por hoy la psicología tiende a afirmar que el afecto es una necesidad básica,
fundamental. De hecho, no hay ninguna duda que el desarrollo personal es
precario, incompleto, sin desarrollo emocional, afectivo. Casi en forma intuitiva los
padres conocen este hecho; estimulan a los bebés y a los niños y están pendientes
de su desarrollo físico, intelectual y social afectivo.

Los afectos son importantes en la vida del ser humano porque:


De esto se desprende que los seres humanos, independientemente de que seamos más
o menos sensibles, siempre necesitamos de la afectividad para vivir, para
desarrollarnos y para seguir adelante a pesar de los obstáculos que a veces nos pone el
destino, porque aunque el día en el trabajo no haya sido de lo más brillante, sabemos
que encontraremos contención y olvido en casa cuando nos abracemos a ese ser
querido que nos está esperando.

La afectividad, entonces, es parte fundamental de la vida porque es la que en definitivas


cuentas nos ayudará a ser mejores personas y a no sentirnos jamás solos.

En contrapartida, cuando este aspecto de nuestra vida no se encuentra en armonía,


seguramente, nos costará mucho más crear vínculos con las personas y expresar
nuestros sentimientos.

Existen una gran cantidad de símbolos de afecto aunque los más recurrentes y usados
por los seres humanos son los besos, las caricias, los abrazos, las sonrisas, entre otros.

Para el neurobiólogo Antonio Damasio, la emoción y las reacciones relacionadas están


vinculadas con el cuerpo, mientras que los sentimientos lo están con la mente. Algunos
autores consideran que, mientras que la emoción es un proceso individual, el afecto es
un proceso interactivo que involucra a dos o más personas, si bien no existe una división
estricta entre ambos conceptos. En otros autores, las afecciones se refieren al cuerpo,
mientras que las emociones están vinculadas a la mente, como lo considera Spinoza. De
ahí que deba tenerse siempre presente el contexto concreto en que se tratan estos
temas.

La afectividad es la necesidad que tenemos los seres humanos de establecer vínculos


con otras personas. Un clima afectivo adecuado constituye un factor de protección ante
posibles conductas de riesgo.
Asimismo, una adecuada expresión de los afectos a lo largo del desarrollo evolutivo de
los hijos, incide en otros factores de carácter individual, favorece el desarrollo saludable
del auto concepto, la autoestima, la aceptación personal, la seguridad en sí mismo, etc.
Por lo tanto, la expresión de afecto en la familia es fundamental. Al principio, cuando
los hijos son pequeños y se relacionan a través de las sensaciones que perciben, las
herramientas a utilizar son el contacto físico, la voz, la cercanía, etc. Más adelante,
cuando aprenden a hablar, los mensajes de valoración y cariño han de estar presentes.
De esta forma se les trasmitirá la seguridad afectiva que permitirá un desarrollo
madurativo correcto.
Según Baruch de Spinoza, las afecciones fundamentales son tres:

1. Alegría
2. Tristeza
3. Deseo
Trató de que esas partes fueran puramente corporales, de que estuvieran al nivel del
apetito, es decir, no acompañadas por la conciencia. Las emociones, estrictamente
hablando, suponen una idea del objeto; el amor, por ejemplo, es un modo de la
conciencia que incluye una idea del objeto amado.
Podemos mencionar las definiciones de los afectos, según Spinoza:

 El deseo es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida como


determinada a obrar algo por una afección cualquiera dada por ella.
 La alegría es la transición del hombre de una menor a una mayor perfección.
 La tristeza es la transición del hombre de una mayor a una menor perfección.
 La admiración es la imaginación de alguna cosa en la cual el alma permanece
absorta, porque esta imaginación singular no tiene conexión con las demás.
 El desprecio es la imaginación de alguna cosa que toca tan poco al alma, que el
alma misma, por la presencia de la cosa, es movida a imaginar lo que en la cosa
misma no existe, más bien que lo que en ella existe.
 El amor es una alegría acompañada por la idea de una causa externa.
 El odio es una tristeza acompañada por la idea de una causa externa.
 La propensión es una alegría acompañada por la idea de alguna cosa que es, por
accidente, causa de alegría.
 La aversión es una tristeza acompañada por la idea de alguna cosa que es, por
accidente, causa de tristeza.
 La devoción es la entrega total a una experiencia, por lo general de carácter
místico. La irrisión es una alegría nacida de que imaginamos que hay algo
despreciable en la cosa que odiamos.
 La esperanza es una alegría inconstante nacida de la idea de una cosa futura o
pretérita de cuyo suceso dudamos hasta cierto punto.
 El miedo es una tristeza inconstante, nacida de la idea de una cosa futura o
pretérita, de cuyo suceso dudamos hasta cierto punto.
 La seguridad es una alegría nacida de la idea de una cosa futura o pretérita
acerca de la cual ha desaparecido toda causa de duda.
 La desesperación es una tristeza nacida de la idea de una cosa futura o pretérita
acerca de la cual ha desaparecido toda causa de duda.
 El gozo es una alegría, acompañada por la idea de una cosa pretérita que sucedió
sin que se la esperase.
 El remordimiento de conciencia es una tristeza acompañada por la idea de una
cosa pretérita que sucedió sin que se la esperase.
 La conmiseración es una tristeza acompañada por la idea de un mal que ha
sucedido a otro a quien imaginamos semejante a nosotros.
 La aprobación es el amor hacia alguien que ha hecho bien a otro.
 La indignación es el odio hacia alguien que ha hecho mal a otro.
 La sobreestimación es estimar a alguien, por amor, en más de lo justo.
 El menosprecio es estimar a alguien, por odio, en menos de lo justo.
 La envidia es el odio en cuanto afecta al hombre de tal manera que se entristece
con la felicidad de otro, y, por el contrario, se goza en el mal de otro.
 La misericordia es el amor, en cuanto afecta al hombre de tal manera que se goza
en el bien de otro, y, por el contrario, se entristece con el mal de otro.
 La satisfacción de sí mismo es una alegría nacida de que el hombre se considera
a sí mismo y considera su propia potencia de obrar.
 La humildad es una tristeza nacida de que el hombre considera su propia
impotencia o flaqueza.
 El arrepentimiento es una tristeza acompañada por la idea de algo que creemos
haber hecho por un libre decreto del alma.
 La soberbia consiste en estimarse, por amor de sí, en más de lo justo.
 La abyección consiste en estimarse por tristeza en menos de lo justo.
 La gloria es una alegría acompañada por la idea de alguna acción nuestra que
imaginamos que los demás alaban.
 La vergüenza es una tristeza acompañada por la idea de alguna acción que
imaginamos que los demás vituperan.
 La nostalgia es el deseo o apetito de poseer una cosa, sustentado por el recuerdo
de esta cosa y al mismo tiempo reprimido por el recuerdo de otras cosas que
excluyen la existencia de la cosa apetecida.
 La emulación es el deseo de una cosa que se engendra en nosotros porque
imaginamos que otros tienen el mismo deseo.
 El agradecimiento o gratitud es un deseo o afán de amor con que nos esforzamos
en hacer bien a aquel que nos ha hecho un bien, con igual afecto de amor.
 La benevolencia es un deseo de hacer bien a aquel por quien sentimos
conmiseración.
 La ira es un deseo que nos incita, por odio, a hacer mal a quien odiamos.
 La venganza es un deseo que nos incita, por odio recíproco, a hacer mal a quien
afectado por igual afecto, nos ha inferido un daño.
 La crueldad o sevicia es un deseo por el cual alguien es incitado a hacerle mal a
quien amamos o a aquel por quien sentimos conmiseración.
 El temor es un deseo de evitar un mal mayor, del que tenemos miedo, mediante
otro menor.
 La audacia es un deseo por el cual alguien es incitado a hacer algo corriendo un
peligro que sus iguales tienen miedo de arrostrar.
 La pusilanimidad, se dice, es propia de aquel cuyo deseo es reprimido por el
temor de un peligro que sus iguales osan arrostrar.
 La consternación, se dice, es propia de aquel cuyo deseo de evitar un mal, es
reprimido por la admiración que le produce el mal que teme.
 La humanidad o modestia es un deseo de hacer aquello que agrada a los
hombres y de abstenerse de aquello que les desagrada.
 La ambición es un deseo inmoderado de gloria.
 La gula es un deseo inmoderado o también amor de comer.
 La embriaguez es un deseo inmoderado y amor de beber.
 La avaricia es un deseo inmoderado y amor de riquezas.
 La lujuria es también deseo y amor de ayuntamiento carnal.

La psicología desde los tiempos más remotos ha ido indagando sobre este aspecto de
las emociones y afectos que evidenciamos las personas en diversas situaciones que nos
propone la vida.
La filosofía lo ha hecho también, y con la evolución y el paso del tiempo, la ciencia, ha
hecho grandes avances y aportes al encontrar que hay diversas áreas de nuestro
cerebro que están asociadas a los afectos que una persona puede tener.

La afectividad es imposible pensarla de modo consciente, es decir, no podemos


decidirla mentalmente, nos damos cuenta que la experimentamos pero es imposible
tener un control sobre la misma, van surgiendo de manera espontánea y natural a lo
largo de nuestra vida y a causa de las diferentes situaciones que nos va colocando el
destino delante y que debemos sí o sí atravesar.

Lo único que se puede decidir con la cabeza cuando de emociones se trata la cosa es el
comportamiento que desarrollaremos ante esas situaciones y sobre los afectos que
surjan mediante.

Otra cuestión que también es posible de manejar es la de promover los afectos, tomando
decisiones que por ejemplo beneficien nuestra vida y la del resto en algún aspecto, y
entonces generen consecuentemente un sentimiento de bienestar.

La afectividad siempre se producirá en un marco interactivo, porque quien siente afecto


por alguien es porque también, de parte del otro, recibe el mismo afecto. O sea que el
afecto es siempre la respuesta a un estímulo que también trae afecto, raramente
podamos sentir o manifestar afecto por aquel que no nos quiere o que se hace el
indiferente ante nosotros.
Ejemplo: “Su predisposición para ayudar siempre a mi familia es una de las causas
fundamentales de mi afecto para con él”.

Se distinguen los siguientes trastornos:


En la que el sujeto no experimenta apenas sensaciones afectivas en sus relaciones con
el mundo exterior y vivencias. Sucede en cuadros de autismo y esquizofrénicos. Hay que
diferenciarlo de la apatía que es la falta de reactividad emocional.

Referida a la incapacidad para experimentar o expresar placer. Es un criterio de


depresión.

Donde la afectividad no es la adecuada a la situación pudiendo distinguirse dos


aspectos, la vivencia afectiva y la expresión externa de ella, siendo frecuente en la
esquizofrenia en la que frecuentemente se da la denominada ambivalencia afectiva,
donde se producen dos afectividades de signo contrario a la vez.

Donde existe una falta de control de la expresión afectiva que suele ser
desproporcionada. Frecuentemente se asocia a la incontinencia emocional. Se da en
demencias, trastornos degenerativos o solamente como rasgo de personalidad del
sujeto.

Son trastornos del lenguaje afectivo que aparece en sujetos con alteraciones o lesiones
del hemisferio derecho, refiriéndose al sector no proposicional del lenguaje.

Significa falta de palabra para los afectos, haciendo referencia a los trastornos con
incapacidad para expresar los afectos con palabras y se refiere al sector proposicional
del lenguaje.

Debido al frecuente uso del término depresión ha quedado un poco desvirtuado


y muchas veces a cualquier estado de ánimo negativo se le llama depresión.
Sí es cierto que casi todos los trastornos mentales, hay más de trescientos, producen
síntomas depresivos y probablemente será por esta razón por la que el termino
depresión se use con tanta frecuencia. Sin embargo y según las clasificaciones
internacionales para el diagnóstico de los trastornos mentales CIE-10 y DSM la
depresión se engloba dentro de los trastornos afectivos o estados del ánimo entre los
que se encuentran son los siguientes:

Trastorno afectivo grave que se manifiesta en más de un 15% de la población en países


desarrollados y esta cifra va en aumento. Se caracteriza por:

 Tener un ánimo depresivo la mayor parte del día


 Disminución acusada del interés por las actividades cotidianas
 Pérdida del apetito y como consecuencia pérdida de al menos un 5% del peso
 Alteraciones graves en el sueño
 Agitación o enlentecimiento motor
 Fatiga o cansancio la mayor parte del día
 Sentimientos de inutilidad y culpa excesivas e inapropiadas.
 Disminución de la capacidad para concentrarse e indecisión
 Pensamientos recurrentes respecto a la muerte sobre todo cuando el episodio
depresivo tiene un carácter grave.

Estos síntomas deben ser más o menos constantes durante un periodo de tiempo de al
menos dos semanas para poder diagnosticar un Episodio depresivo mayor.

Trastorno afectivo menos grave que el anterior pero es precisamente esta diferencia de
intensidad en sus síntomas lo que hace que en muchas ocasiones la distimia se confunda
con un problema de carácter o “mal humor”.
Se caracteriza por los mismos síntomas que el Episodio depresivo mayor pero estos
síntomas son menos intensos y deben de estar presentes al menos durante dos años
para poder ser diagnosticado.
Cuando se aprecia en una persona que “no es como antes”, “está siempre irritado”, “se
levanta con el pie izquierdo”, “se ha vuelto muy callado”, “está amargado” y esto ocurre
desde hace tiempo (al menos dos años) puede padecer una distimia. Sobre todo son las
personas que le rodean los que se dan más cuenta de que “algo raro pasa” ya que las
personas distímicas se muestran irritables con facilidad, se vuelven puntillosas y
critican por pequeñeces.
El principal problema de la distimia al pasar desapercibida y ser confundida con un
problema de carácter es que puede llegare a cronificarse si no se trata e incluso puede
desarrollarse y convertirse en un Episodio depresivo mayor con consecuencias más
graves.
Se caracteriza por cambios cíclicos en el estado del ánimo que van desde la depresión a
la manía. En fase depresiva el paciente se encuentra con los mismos síntomas que en el
Episodio depresivo mayor, sin embargo la fase maniaca es todo lo contrario a la fase
depresiva y se caracteriza por:

 Una euforia anormal y excesiva


 Energía incrementada excesivamente (el paciente está hiperactivo y no se cansa
nunca)
 Irritabilidad
 Pensamientos y habla acelerados
 Ideas de grandeza (delirios de grandeza)
 Falta de juicio
 Disminución de la necesidad de sueño
 Aumento del deseo sexual

Las clasificaciones de los trastornos del afecto se basan principalmente en cómo y


cuánto tiempo aparecen unos síntomas en un paciente. Son puramente descriptivas y
útiles para acotar los trastornos mentales pero no se refieren al por qué de los mismos.
Es decir, cuando se le diagnostica a una persona un Episodio de depresión se le dice que
padece unos síntomas pero no se le está hablando de las causas de su depresión. La
Psicoterapia Integrativa además de tener en cuenta los síntomas depresivos que
presenta el paciente comunes a todos los pacientes depresivos investiga
individualmente cómo vive, interpreta y siente ese paciente concreto lo que le ocurre y
que le hace producir esos síntomas comunes, es decir, investiga y trata lo que hay detrás
de los síntomas de esa persona en concreto.
Sentimiento se refiere tanto a un estado de ánimo como
también a una emoción conceptualizada que
determina el estado de ánimo. Por tanto, «estado del
sujeto caracterizado por la impresión afectiva que le
causa determinada persona, animal, cosa, recuerdo o
situación en general». En ciencia cognitiva se ha
comprobado que el funcionamiento normal del cerebro
cambia según el estado de ánimo subyacente, y que en
ocasiones incluso las decisiones racionales de las
personas pueden verse notoriamente afectadas por los
sentimientos. Los sentimientos son el resultado de
las emociones y pueden ser verbalizadas (palabras). Las emociones son expresiones
neurofisiológicas, del sistema nervioso y de estados mentales.
El sentimiento podría definirse como la autopercepción de la mente que hace de un
determinado estado emocional, que a su vez se ve influido por factores
neurofisiológicos.
El sentimiento es el resultado de las emociones. Esta respuesta está mediada
por neurotransmisores como la dopamina, la noradrenalina y la serotonina. Forma
parte de la dinámica cerebral del ser humano y de los demás animales, capacitándoles
para reaccionar a los eventos de la vida diaria al drenarse una sustancia producida en
el cerebro, hay muchos sentimientos.
Los sentimientos están vinculados a la dinámica cerebral y determinan cómo
una persona reacciona ante distintos eventos. Se trata de impulsos de la sensibilidad
hacia aquello imaginado como positivo o negativo.
En otras palabras, los sentimientos son emociones conceptualizadas que determinan el
estado de ánimo. Cuando éstos son sanos, es posible alcanzar la felicidad y conseguir
que la dinámica cerebral fluya con normalidad. En el caso contrario, se experimenta un
desequilibrio emocional que puede derivar en el surgimiento de trastornos tales como
la depresión.
Los cambios en las cargas emocionales determinan las características de los
sentimientos. Las emociones pueden ser breves en el tiempo, pero generan
sentimientos que subsistan a lo largo de los años.
Las emociones son polarizaciones que hace nuestra mente de los hechos. En ausencia
de emociones emergen los sentimientos. Como necesidad y demanda de las emociones
que ya no se experimentan y a las que hemos estado sometidos durante un tiempo,
suficiente como para ayudarnos a conceptualizar que dichas interacciones son buenas.
Así es como nuestro estado de ánimo toma forma. Los sentimientos sanos permiten una
dinámica cerebral fluida, dando como resultado un estado anímico feliz.

Es obligado referirse a una doctrina aparecida en Inglaterra, sobre todo en Escocia, a lo


largo el siglo XVIII, y que duró hasta la primera parte del siglo XIX, llamada moral
sentimental. Aludimos a esta doctrina porque los pensadores escoceses notaron que los
sentimientos no se pueden sustituir, y por otro lado se dan cuenta de que los
sentimientos aunque fueran profundos tienden hacia abajo. Son dominantes en el
sentido de que dirigen al hombre según una dinámica que no es positiva.

El sentimiento que estos autores sacan a relucir porque entienden que tiene relevancia
moral es la filantropía. La filantropía es el sentimiento que inclina a considerar a los
demás, a tratarlos con benevolencia, a ser amables con ellos; como todo esto es positivo,
parece que la filantropía conduce al hombre rectamente. Sin embargo, entre los autores
escoceses se aprecia una valoración pesimista de este sentimiento. Después de sostener
la importancia de la filantropía, cayeron en la cuenta de que no es posible fiarse de ella,
porque en las relaciones humanas la filantropía no se mantiene sino que abre paso
enseguida a sentimientos negativos que la desdibujan y se dirigen hacia abajo como
decía antes.

Entre los moralistas sentimentales escoceses se cuentan David Hume, pensador muy
conocido e influyente, y Adam Smith, que es también muy importante por su
contribución a la ciencia económica. Ellos sostienen que la filantropía tiende a ser
sustituida por otro sentimiento, al que llaman vanidad. El filósofo benevolente tiene
sentido de la propia vanidad, y como es respetado por los demás incurre en vanagloria.
La filantropía deriva en vanidad y ésta en otro sentimiento todavía más negativo que es
la envidia. El vanidoso acaba siendo envidioso.

Según esto, al basar las relaciones humanas en la filantropía, el intento se frustra al


aparecer la vanagloria, es decir, porque las ganas de quedar bien son alimentadas al
recaer sobre uno mismo la benevolencia. Además, de las comparaciones entre sujetos
humanos surge la envidia, la cual hace imposible la convivencia. La envidia es un
sentimiento tan negativo que lleva al homicidio. Es el caso de Caín y Abel. La envidia de
Caín a Abel le llevó a cometer el primer asesinato que registra la Biblia. Cuando Dios se
dirige a Caín y le pregunta por Abel, Caín le contesta: "¿Acaso soy el guardián de mi
hermano?". En esta reacción se nota que el cariño entre hermanos, una forma alta de
filantropía, ha sido sustituido en Caín por otro sentimiento completamente dispar.

Si esto es así, la pretensión de guiar la vida de un modo elevado y honesto, con


sentimientos positivos, no es capaz de aguantar la pluralidad humana. Si todos los
hombres pretenden ser filantrópicos, el rendimiento social de ello viene a ser
completamente negativo. Por consiguiente el rendimiento moral de los sentimientos
positivos es nulo, más aún, contradictorio: se trueca en su contrario. De aquí se concluye
que uno no se puede fiar de sus sentimientos, puesto que cuanto más profundos son
más se modifican según una dinámica dialéctica. Por eso Adam Smith en su Tratado de
los Sentimientos Morales, dictamina que la filantropía sólo se puede vivir de un modo
muy matizado, así por ejemplo, si a algún conocido se le ha muerto su padre, lo propio
de un amigo filantrópico es que vaya a darle el pésame, con la intención de compartir
su sentimiento. Sin embargo, como es obvio, su sentimiento de pesar es inferior al del
huérfano, por lo cual concluye Smith que aquel a quien se le ha muerto su padre tiene
que ser muy parco en su manifestación de dolor, ya que no puede pretender que el
amigo lo experimente con la misma intensidad que él.

En suma, para vivir filantrópicamente hay que manifestar el propio dolor de una
manera moderada, y el que lo sufre directamente no puede desahogar su dolor
profundo, sino que tiene que manifestar su propia manifestación de dolor ante el que le
demuestra su simpatía filantrópica. Así pues, la filantropía pasa a ser -al margen de que
se transforme en vanidad y envidia- frialdad sentimental. Si el amigo no experimenta
demasiado dolor por la muerte del padre de otro, este último también debe darse
cuenta de que el sentimiento de aquel es débil, por lo que también ha de mostrarse
parco en su manifestación de pena.

En definitiva, la mostración social de los sentimientos debe ser muy tenue, lo que se
corresponde con un cambio del carácter de los ingleses, por eso la moral sentimental
escocesa fue sustituida por lo que podría llamarse frialdad emocional. Si uno consulta
la historia de Inglaterra, se da cuenta de que en los siglos XVI y XVII los ingleses eran
apasionados. Pero la idea de que la moral se basa en los sentimientos conduce en
definitiva a la frialdad. Por tanto, hay también una especie de conflicto entre el modo de
comportarse y los sentimientos internos. Es notorio que en Inglaterra del s. XIX la moral
victoriana implica la escasez en la manifestación de los sentimientos.

De este conflicto entre el estado sentimental interno y la manera de comportarse,


comporta que los sentimientos profundos no pueden ser guías del comportamiento
humano. A esta conclusión Adam Smith añade otra. En efecto, si la filantropía no es la
base de la convivencia ni de la conducta humana, hay que sustituirla de inmediato para
poner también coto a la envidia. Esto significa que la conducta humana debe ser guiada
únicamente por el propio interés. De aquí surge la teoría del libre mercado, una noción
ya desarrollada por Adam Smith. Conviene organizar la vida social eliminando los
sentimientos y sustituyéndolos con las leyes del mercado, sólo así cabe esperar el logro
de la armonía social. En conclusión, la teoría del libre mercado se inscribe en la
convicción de Smith de que es imposible basar la vida social en los sentimientos. La
famosa "mano invisible" de Smith sólo se entiende si esa mano no es sentimiento
alguno.

Sin embargo, en nuestros días se apela a los sentimientos porque se consideran que son
lo más vital, lo más interior, que hay en el hombre. Si el hombre tiene que guiarse por
los sentimientos, ello se debe a que es la única vía que resta después de la crisis de la
inteligencia y de la voluntad. Ahora bien, guiarse por los sentimientos equivale a dejarse
conducir por aquello cuyo desencadenamiento no somos capaces de conducir, por eso,
de la moral sentimental siguió la moral victoriana contemporánea con la frialdad
emotiva de la burguesía de negocios, después de esta última, el sentimentalismo actual
comporta que el hombre se atiene a lo que le gusta y evita lo que le disgusta. Esta es la
moral hedonista que se guía por la búsqueda de lo que agrada. Este tipo de moral lleva
consigo una disminución de objetivos, porque los bienes meramente placenteros no son
los más altos. Si la filantropía terminó en la frialdad sentimental y en el cálculo de
intereses, al final, la moral del placer es la fórmula de conducta de intensidad más baja.
Con esto se responde a la pregunta inicial.

La moral hedonista inhabilita al hombre para su forma de vida más alta, más íntima,
que es la donación de sí. Dejarse conducir por los sentimientos lleva a una vida
superficial que prescinde de los altos objetivos. La consecuencia de ello es la sociedad
de consumo, que se atiene a los sentimientos más sensitivos, es decir, los que tienen
que ver con el comer o con los placeres sexuales. A estos sentimientos, la filosofía
antigua los llama pasiones del alma, acontecimientos de la vida humana que son
superficiales, hasta el punto de que guiarse por ellos únicamente elimina el ethos. Ética
viene de ethos, como moral de mos (mos y ethos significan prácticamente lo mismo en
griego y en latín).

Los anuncios de la televisión muestran especialmente lo agradable y lo que desagrada.


Se anuncia un buen carro, una buena cerveza. Ahora bien, si lo más importante en la
vida son las emociones volátiles que comporta la cerveza o elegir entre el whisky y la
ginebra se pierde la profundidad vital, y es imposible que el hombre se conduzca a sí
mismo.

Después de esta breve historia de los sentimientos en la época moderna, y de la


conclusión de esta historia en la sociedad de consumo, en la que están inmersos los
países industrializados y que parece ser la aspiración de los demás, la única
consecuencia posible es que no nos podemos conformar con ello. No podemos
compartir el ideal de ganar dinero a gran velocidad, precisamente para poderse retirar
cuanto antes y dejar de trabajar, dedicándose simplemente a la dulce vita, como dirían
los italianos. Pero esta disconformidad sólo puede ser real si se restablece la fuerza del
espíritu. El hombre tiene que aprender a pensar y a ejercer su voluntad. En la medida
en que crezca en ello, aparecen sentimientos insospechados que derivan del amor a la
verdad y el bien. El amor a la verdad es propio de la inteligencia y es acompañado por
sentimientos profundos con los cuales se incrementa y se ratifica. El que no ama la
verdad ignora esos sentimientos que nunca le acontecerán. Tan sólo experimenta
emociones que tienen que ver con la sensibilidad cuyo abuso lleva a la droga, el último
recurso de la moral hedonista.

El hedonismo al sentir su insuficiencia vital, recurre a la exageración. De esta manera


aparece una dinámica descrita por San Agustín. La exageración hedónica, con la que se
confiesa que al hombre no le bastan los placeres sensuales, y a la vez que no está a su
alcance el ejercicio de la voluntad y de la inteligencia, tiene una contrapartida muy clara,
cuya experiencia acontece por ejemplo cuando se bebe demasiado: al día siguiente
aparecen fuertes dolores de cabeza. Cuando uno come demasiado también se siente
mal. Lo mismo en las relaciones sexuales, que cuando se exageran dan lugar al despecho
y a la cosificación. Tratar a una persona como objeto de placer equivale a considerarla
tan sólo como una cosa. La consecuencia negativa de exagerar los placeres sensibles se
llama estragamiento. La sensación del estragamiento afecta al espíritu y al cuerpo y se
hace más intensa cuando se está metido en la droga. En el caso del drogadicto el
estragamiento significa que el sistema nervioso se estropea por completo.

En suma, pretender guiarse por los sentimientos no es válido. Ni la filantropía, ni la


frialdad que la sustituye, ni el hedonismo que se centra en los sentimientos superficiales
son aceptables. Es preciso recurrir al amor a la verdad y a los bienes más altos, hacer
crecer con hábitos positivos la capacidad de bien y de verdad. De esa manera aparece
lo que cabe llamar afectos, que son movimientos más espirituales que los sentimientos,
los cuales son más bien psicosomáticos. Los afectos tienen un matiz espiritual evidente
porque son despertados por la verdad y la admiración. El amor a la verdad lleva consigo
un sentimiento que el hedonista no conoce. La admiración une la verdad y la belleza.
Cuando la verdad resplandece captamos la belleza. Admiramos y la admiración nos
anima a seguir profundizando en la verdad. Un afecto positivo es superior a los
sentimientos psicosomáticos.

La admiración sustituye con ventaja a la filantropía. La verdadera dignidad del ser


humano es su carácter de persona. A la persona se la ama con un amor que lleva consigo
el gozo. El gozo es un afecto espiritual que desconoce el hedonista, el cual siente placer
pero no puede gozarse con una cerveza. El amor es un acto de la voluntad que se goza
en la verdad del otro que es radical porque consiste en su realidad personal. El gozo va
acompañado por un sentimiento positivo que seguramente es uno de los más
importantes, a saber el respeto. El respeto evita esa degradación de la filantropía en
vanidad y envidia de que hablan los moralistas escoceses. La conducta moral es moral
en cuanto es guiada por la inteligencia y la voluntad. La admiración conduce en último
término a un sentimiento que acompaña a la adoración. La cerveza no se puede adorar.
En la adoración intervienen la inteligencia y la voluntad que se dirige al Bien Supremo,
que es el más admirable. Es preciso recuperar la experiencia de la adoración.

Básicamente, los sentimientos se clasifican en positivos (cuando promueven las buenas


obras) y negativos (si fomentan las malas acciones). Es común, asimismo, que se
recomiende luchar contra estos últimos para alcanzar la paz interior. Buenos o malos,
sin embargo, ambos grupos comparten la imposibilidad de ser transmitidos con
precisión.
Esta división de los sentimientos según parámetros de la moral y la ética resulta muy
inestable, ya que varía considerablemente dependiendo de los ojos que la miran. La
lucha por entender el bien y el mal es probablemente el legado más antiguo que
acarreamos como especie; nadie en su sano juicio se atrevería a admitir públicamente
que hace el mal a los demás, así como muy pocas personas se privarían de gritar a los
cuatro vientos que ayuda a los desfavorecidos.
Pero, ¿cómo saber si un sentimiento es positivo o negativo? Basándonos en los ejemplos
más populares, podemos decir que desear la muerte a alguien es malo, mientras que
alegrarnos por el nacimiento de un bebé sano es bueno.
Cuando un niño es maltratado por un mayor, se crea en él un odio que, en muchos casos,
lo lleva a desear con todas sus fuerzas que su agresor muera. Claro está que no se trata
de pensamientos alegres o constructivos, y que siempre es preferible trabajar para
canalizar la ira de manera sana, pero sin duda resulta difícil calificar de la misma forma
los sentimientos de una víctima hacia su abusador que la envidia de alguien por el coche
de su vecino.
Esto nos lleva a una clasificación más compleja, que intenta ahondar en las razones que
dan origen a los sentimientos, para determinar, de alguna forma, si son justificables. A
pesar de todos los estudios que puedan realizarse acerca de la sensibilidad humana, se
trata de un terreno que parece imposible de dominar, especialmente cuando entran en
juego, por ejemplo, el amor, el odio, la frustración y la pasión.
Con respecto a los sentimientos de la gente hacia la infancia, es difícil encontrar un par
de ojos que no se iluminen ante la noticia de un embarazo, o al ver la sonrisa inocente
de un niño. Sin embargo, esta alegría que la mayoría siente al pensar en un nacimiento
no parece hacer caso a ciertas problemáticas muy relacionadas con la procreación
humana, tales como la sobrepoblación y la pobreza.

A continuación se muestran algunos ejemplos de los sentimientos más resaltantes en la


vida del ser humano:
 odio: la pasión de odio hacia alguien que nos privó de salud (por ejemplo en un
accidente), sostenida en el tiempo se transforma en un sentimiento de odio.-
amor de familia hacia los hijos, esposo/a, nietos.
 amor de amistad (amistades profundas)
 amor a un club de deportes
 amor a la patria, y lo que ello representa. Amor a la ciencia, a un deporte.
 amor a la tierra, y lo que ello representa. A los valores. A la verdad.
 amor a Dios, a lo bueno, a la belleza, al arte.
 rencor: sentimiento de ira (pasión), acumulada por meses o años. Enferma a la
persona.
 bondad: decisión de ayudar a otros, concretada en la vida cotidiana
 gratitud: hacia alguien que nos ayudó en un momento difícil, y estamos
agradecidos de por vida.
Para Lersch las características fundamentales de los sentimientos pueden ser:
 Interdependencia afectiva entre un mundo interior y uno exterior. Son propios
del hombre, característico de lo humano
 Carecen de objetividad
 Tienen tonalidades positivas y negativas, vivencias del yo agradables o
desagradables
 Son estados pasivos del yo vivenciados como (+) o (-). Estar alegre o triste
 Sólo pueden ser comunicados subjetivamente, de sujeto a sujeto a través de
simpatía y empatía.
 Referidos a vivencias internas, a diferencia de los procesos cognitivos
pensamiento se dirigen a la captación de mundo externo o Su carácter es
inobjetivado,
 Son atmosférico e imprecisos. (“siento como”)
 No aprehensibles desde el punto de vista conceptual (hay diferencias de género)
 Por lo general, los sentimientos (a diferencia de las emociones) no tienen
correlato fisiológico observable, no son tan agudas y pueden no haber sido
determinados por algún evento identificable.

En función del temperamento y la personalidad unas


personas son más proclives a mantener más tiempo un
tipo de sentimiento que en otros. En función de esas
tendencias algunos psicólogos de la personalidad han
propuesto clasificaciones de la personalidad en
términos de esas tendencias en la dinámica de los
sentimientos.
El psicólogo Carl Jung en su libro Tipos
psicológicos propuso la existencia de cuatro funciones
principales en la consciencia entre las cuales se
encuentra la función sentimiento. Las tres funciones
restantes son la sensación, la intuición y
el pensamiento. Estas cuatro funciones son modificadas
por dos actitudes principales: introversión y extraversión. A partir de esta teoría se
desarrolló el Indicador Myers-Briggs que cuenta con 16 combinaciones tipológicas (8
tipos más que en la tipología junguiana clásica) de las cuales cuatro son del tipo
sentimiento:

 INFP: introvertido, intuitivo, sentimiento, perceptivo


 ISFP: introvertido, sensitivo, sentimiento, perceptivo
 ENFJ: extrovertido, intuitivo, sentimiento, calificador
 ESFJ: extrovertido, sensitivo, sentimiento, calificador
Los dos primeros pertenecen al sentimiento introvertido con orientación intuitiva y
sensitiva respectivamente, y los dos últimos al sentimiento extrovertido con
orientación intuitiva y sensitiva, también respectivamente.

Los sentimientos son los condicionamientos que impone la psicodinámica a niveles


espirituales, permitiendo únicamente cierto abanico de actividad sobre determinadas
cosas o situaciones.
Lo que sentimos no es bueno ni malo, lo podemos clasificar en positivo y negativo, en
relación a lo que nos provoca. El sentimiento tiene como base la memoria evocativa,
restringida a nuestra parte biográfica. Esto quiere decirse que para situaciones nuevas,
que no tengan similitudes pasadas con nuestra experiencia, tendremos un
comportamiento inocente, al mismo grado que un infante se comporta con lo novedoso.
A raíz de esa experiencia tomamos conciencia del suceso. Lo que llega a conformar el
sentimiento, puede evocarse por largo tiempo, desapareciendo generalmente cuando
la memoria invocativa tiene recuerdos que permiten administrarlo en un período
indeterminado (largo o corto).

Los sentimientos y las emociones nos permiten tomar conciencia del medio en el que
vivimos, sean agradables o desagradables. Basar el comportamiento en el momento de
la emoción o mientras dura el sentimiento, pueden ayudarnos mucho, pero en el
momento en que se desvanecen o cambian, si no hemos sido capaces de administrarlos
conforme a nuestra memoria invocativa, pueden transformarse en enemigos.

La memoria invocativa puede hacernos evocar emociones y llegar a conformar una


manera de sentir, no obstante, este tipo de autodominio puede llegar a dar la falsa
sensación de control sobre nuestra propia psique.

Las personas más cercanas a nosotros, conocen cómo reaccionamos frente a


determinadas situaciones; y hasta con sólo ver en nuestro rostro un simple gesto,
pueden llegar a enfatizar cómo nos sentimos.

La moral nos marca una pauta de cómo reaccionar ante un sentimiento. Es lo que
acabará dictándonos qué hacer, si satisfacerlos o inhibirlos, basada en la imagen moral
que damos al resto de personas. Cuando decidimos inhibirlos puede ser de forma
temporal o radical, pero lo verdaderamente importante es encontrar la vía de solución
que nos libere de la carga. Es la única manera que nos permitirá
actuar responsablemente con los sentimientos, tanto en palabras como en acciones.
Esta es una manera de aprender a respetarse a sí mismo y a respetar a otros. El
sentimiento obedece al campo de lo inconsciente, en caso contrario la reacción ante el
estímulo sería la consecuencia lógica: Su satisfacción inmediata. No existe otra manera
de someter el sentimiento a nuestra voluntad, y aun así, las consecuencias no siempre
son como esperábamos, ya que las cognificaciones pertenecen a otro campo distinto: al
racional. La interrelación entre lo inconsciente y racionales marca nuestros actos en el
campo físico. Usando adecuadamente las facultades mentales, encontraremos siempre
el cauce apropiado que satisfará nuestros sentimientos.

Las emociones y los sentimientos a menudo son


confundidos por muchas personas, debido a que
estos conceptos comparten ciertas similitudes;
incluso en algunos casos se usan estas palabras
de manera indistinta para referirse a lo mismo.
Por ejemplo, una persona podría decir que tiene
un sentimiento de felicidad; pero al mismo
tiempo referirse a la felicidad como una
emoción.

A fin de aclarar algunas dudas, a continuación explicaremos las principales diferencias


entre sentimiento y emoción:

 Los sentimientos son más duraderos que las emociones, pero las emociones son
más intensas que los sentimientos.
 Los sentimientos son el resultado de las emociones.
 Las emociones son reacciones psicofisiológicas ante diversos estímulos,
mientras que los sentimientos son evaluaciones conscientes de nuestras
emociones.

Mientras que en el caso de los animales hablamos de sensaciones puramente físicas o


relacionadas con el impulso, en el caso de los seres humanos hablamos de sentimientos,
aquellas expresiones que son combinación tanto de las sensaciones físicas como de las
construcciones psicológicas y anímicas que una persona realiza ante determinados
eventos. En este sentido, podemos señalar que los sentimientos son una importante
característica del ser humano ya que moldean y transforman su personalidad, su
carácter, su autoestima, su visión del mundo de muy diferentes maneras.

Cuando hablamos de sentimientos hacemos referencias a las diferentes formas en las


que el cuerpo y la psiquis o la mente se expresan ante determinadas situaciones. Así,
algunos de los sentimientos más comunes son la alegría, la tristeza, la ira, la paciencia,
la tranquilidad, la ansiedad. Todos ellos se demuestran a través de diferentes rasgos
físicos (por ejemplo, la alegría a través de una sonrisa o la tristeza con lágrimas), del
mismo modo que también se representan a nivel psicológico cambiando el estado de
ánimo, el autoestima, la seguridad de una persona.

Se entiende que la importancia de los sentimientos reside en el hecho de que son


diversas formas a través de las cuales la persona demuestra cómo diferentes
situaciones o vicisitudes afectan su personalidad y su carácter. Así, los sentimientos son
los fenómenos que nos constituyen desde lo más simple a lo más complejo como
individuos únicos, capaces de sentir muy diversas cosas y completamente diferente, por
ejemplo, a las máquinas. Los sentimientos hacen que una persona se diferencie de una
roca ya que la misma, al no ser un ser vivo, no recibe ningún tipo de reacción ante el
cambio. Los sentimientos humanos nos colocan, además, mucho más cerca a nuestro yo
más íntimo ya que es el momento de mayor sentimentalidad aquel en el cual los
estímulos surgen y se hacen claramente visibles.
Las pasiones son inclinaciones o tendencias de gran
intensidad, que no proceden de la voluntad, que se
experimentan desde la pasividad, como «viéndose
arrastrado por ellas», excepto cuando se intenta
luchar activamente contra las mismas. Las pasiones
se distinguen de las emociones y sentimientos por
tener mayor o, al menos, la misma intensidad que
éstos, y porque tienen una mayor duración, y dan a
la persona que las experimenta la sensación de ser
dirigido y dominado por ellas. Tienen un carácter
más indiferenciado que los sentimientos y están
orientadas fundamentalmente a conseguir el objeto
que desencadena su aparición, por lo que mantienen
una cierta proyección de futuro. Las emociones, por
el contrario, están cerradas en el presente.

El odio, el amor, la venganza, etc., pueden tener carácter pasional cuando tienen tal
intensidad que incluso escapan al control de la voluntad, si ésta no se aplica con una
disciplina férrea. Con la pasión el ser humano se abandona a las inclinaciones de su vida
afectiva, mientras que deja un poco de lado los contenidos racionales de su
comportamiento: «Impera el corazón sobre la razón.» Bajo el influjo de las pasiones el
ser humano tiene una vida afectiva más intensa, por lo que muchos románticos del siglo
XIX proponían abandonarse a las propias pasiones, sin autocontrol, para sentir con toda
fuerza la vida anímica, la cual sería la principal fuente para tener una auténtica
conciencia de la existencia. Sin embargo, bajo el influjo de las pasiones se produce una
cierta pérdida de libertad, ya que puede llegar un momento en que el sujeto se sienta
casi obligado a desarrollar conductas y comportamientos que van en contra de la moral
más elemental o, incluso, de la trayectoria vital que se había trazado.

De todos modos, no resulta fácil luchar contra determinadas pasiones, a pesar de que
sepamos que seguir sus tendencias puede ser muy perjudicial para nosotros. Las
pasiones, al igual que otros procesos afectivos, producen cambios psicológicos de cierta
importancia en la persona que las experimenta. Esta sufre una cierta deformación en
sus ideas, de modo que sobrevalora todos aquellos contenidos que están de acuerdo
con la pasión, mientras que los que están en desacuerdo quedan automáticamente
eliminados, o cuando menos, permanecen indiferentes. Por tanto, la pasión produce
una deformación como consecuencia de la cual, sólo se consideran los aspectos que
están de acuerdo con la pasión, mientras que se infravaloran o no se tienen en cuenta
los que van en contra de la misma. De este modo se pueden justificar, ante uno mismo,
los comportamientos pasionales.

También se suelen asociar a las pasiones algunos mecanismos psicológicos, como la


catatimia o deformación de las percepciones, causada por el estado de ánimo (por
ejemplo, cuando se quiere a una persona se la puede ver más guapa de lo que es en
realidad). También son frecuentes los mecanismos psicológicos de proyección,
mediante los cuales se atribuye a otras personas sentimientos o tendencias propias, que
esas personas no poseen. Por ejemplo, un enamorado puede considerar como gestos o
pruebas de amor en la persona querida lo que solamente son comportamientos
comunes, sin que tengan ese significado concreto.

Algunas personas son más apasionadas que otras; es decir, están más sometidas que la
mayoría al influjo de las pasiones. Serían aquellas en las que la vida afectiva mantiene
una cierta supremacía sobre los contenidos de corte más racional, y que actúan más en
relación a sus sentimientos y tendencias que a su forma de pensar. Estas personas
suelen ser impulsivas y sensibles y muchas veces se ven inmersas en conflictos
psicológicos, debidos a esta discrepancia entre su forma de pensar y su modo de actuar
o de comportarse.
También se relaciona las pasiones con el apetito sensible concupiscible, que es la
tendencia hacia un bien sensible. Encontramos las pasiones en 6 ámbitos: "Amor",
"Deseo", "Gozo", "Odio", "Aversión" y "Tristeza".

La pasión (del verbo en latín, patior, que significa sufrir o sentir) es


una emoción definida como un sentimiento muy fuerte hacia una persona, tema, idea u
objeto. Así, la pasión es una emoción intensa que engloba el entusiasmo o deseo por
algo. El término también se aplica a menudo a un vivo interés o admiración por una
propuesta, causa, actividad, y otros. Se dice que a una persona le apasiona algo cuando
establece una fuerte afinidad, a diferencia del amor que está más bien relacionado con
el afecto y el apego.

Las pasiones se tratarían, pues, de una situación en la


que algo se ve afectado y modificado, de forma pasiva
diríamos por una determinada acción.

De este modo, cabría decir que una pasión es algo,


sencillamente, que se padece; y en ese orden de cosas,
tan pasión sería un dolor de muelas como un amor a lo
Romeo y Julieta. Pero muy pronto el concepto comenzó
a utilizarse para designar, precisamente, esos intensos estados afectivos que provocan
una importante alteración del ánimo.

«Entiendo por pasiones escribe Aristóteles, apetencia, miedo, ira coraje, envidia,
alegría, amor, odio, deseo, celos, compasión y, en general, todo lo que va acompañado
de placer o dolor».

Alteración del ánimo, sí, mas también, como señala el propio Aristóteles, del cuerpo: «el
alma dice no hace ni padece nada sin el cuerpo, por ejemplo, encolerizarse,
envalentonarse, apetecer, sentir en general […] parece que las afecciones del alma se
dan con el cuerpo: valor, dulzura, miedo, compasión, osadía, así como la alegría, el amor
y el odio. El cuerpo, desde luego, resulta afectado conjuntamente en todos estos casos»;
una forma de entender la pasión, en suma, no es similar a las emociones; porque la
pasión, si bien es de una enorme intensidad, pero no tanto como las emociones, pero si
en cambio mucho más duradera que éstas, lo que la acerca a los sentimientos, y a su vez
las distingue de estos la intensidad que es mucho mayor que los sentimientos. Kant ha
reparado con pleno acierto esta diferencia entre emociones y pasiones:

«La inclinación difícil o absolutamente invencible por la razón del sujeto, es una pasión.
Por el contrario, la representación racional de si se debe entregarse o resistirse a él, es
la emoción» Las dos son siempre, según él, enfermedades del alma, pero la diferencia
entre ambas es muy sutil: por una parte, la emoción se halla siempre referida al
presente, en tanto que la pasión se extiende también al futuro, lo que apunta al carácter
pasajero de la primera y marcadamente persistente en el caso de la segunda. Y por otro
lado, si bien la pasión ejerce un dominio prácticamente absoluto sobre la razón del
individuo, eso no significa, empero que, como la emoción, sea irreflexiva. Si ésta, como
dice Kant, «es una ataque por sorpresa de la sensación», lo que la torna precipitada y de
una intensidad tal que imposibilita la reflexión, la pasión, en cambio, se toma su tiempo
y reflexiona sobre los medios para alcanzar su fin. Porque si las emociones son nobles
y francas, las pasiones son astutas y solapadas. Y así, por ejemplo, lo que la ira, en tanto
que emoción, no hace en el momento, ya no lo hará; por el contrario, la pasión del odio
puede dejar transcurrir un tiempo considerable antes de asestar el golpe al odiado, y
ello no sin antes haber examinado cuidadosamente el cuándo, el dónde y el cómo.

«La emoción escribe Kant obra como el agua que rompe su dique; la pasión, como un
río que se sepulta cada vez más hondo en su lecho […] La emoción debe considerarse
como una borrachera que se duerme; la pasión como una demencia, que incuba una
representación que anida en el alma cada vez más profundamente».
Mas si la pasión es una demencia o una enfermedad que, además, como añade Kant,
rechaza todo tratamiento médico aunque, por lo demás, resulta dudoso que lo haya; si
eso es así, entonces no cabe duda que frente al aturdimiento irreflexivo, pero
momentáneo de la emoción, la pasión es enfermedad del alma más grave y de peor
pronóstico.

Por otro lado frente a las pasiones así entendidas es contra las que reclamaban los
estoicos, el apoyo de la razón para lograr eliminarlas y alcanzar, precisamente, la apatía,
es decir, la ausencia de pasiones:

«No ceder ante las pasiones corporales, considera Marco Aurelio es uno de nuestros
deberes, porque es propio del movimiento racional e inteligente marcar sus confines y
no dejarse vencer por el movimiento sensorial e impulsivo; debido a que estos dos
movimientos son propios de animales, pero frente a ellos se quiere ser preponderante
y no resultar inferior ».

Y de modo similar dirá Cicerón que

«Toda pasión es un movimiento del espíritu que carece de razón o que la desobedece».

Aristóteles, en cambio, no las considera malas en sí mismas, sino que, al contrario,


pueden ser buenas siempre que se hallen controladas por la razón y contenidas en un
justo término medio alejado de todo extremo, sea por exceso o por defecto.

Santo Tomás de Aquino, que parece seguir en este punto, como en tantos otros; dice
que el pensamiento de Aristóteles, resume acertadamente las diferencias entre la
posición de éste y la de los estoicos:

«Sobre esta cuestión los estoicos y los peripatéticos tuvieron diferentes opiniones, pues
los estoicos afirmaban que todas las pasiones eran malas y los peripatéticos decían que
las posiciones moderadas eran buenas, los estoicos no distinguían entre el sentido y el
entendimiento, y, en consecuencia, tampoco entre el apetito intelectivo y el sensitivo.
Por eso no distinguían las pasiones del alma de los movimientos de la voluntad, por
cuanto las pasiones del alma están en el apetito sensitivo y los simples movimientos de
la voluntad se hallan en el intelectivo; más llamaban voluntad a todo movimiento
razonable de la parte apetitiva, y pasión al movimiento que salía de los límites de la
razón. Y, por eso, Tulio, siguiendo la opinión de éstos en el III De tusculanis
questionibus, llamaba a todas las pasiones enfermedades del alma. Por lo cual arguye
que los que están enfermos no están sanos, y los que no están sanos son insipientes. De
ahí que a los insipientes también les llame insanos. En cambio, los peripatéticos llaman
pasiones a todos los movimientos del apetito sensitivo. Por eso las juzgan buenas
cuando están reguladas por la razón, y malas cuando no están gobernadas por ella. Por
lo cual Tulio, en el mismo libro, certifica que las pasiones no se llaman enfermedades o
perturbaciones del alma, sino cuando les falta la regulación de la razón».

Por lo demás tiene razón Kant, que frente a la ciega emoción, la pasión no es nunca
irreflexiva, y eso por mucho que sea la razón la que se encuentre al servicio de ella,
buscando siempre los medios para tratar de satisfacerla, en lugar de ser la pasión la
que, como en la concepción platónica de las pasiones nobles, le sirva a ella. Pero Kant
se mueve en una concepción de las pasiones muy distinta a aquella que
considerándolas, en gran medida, equivalentes a las emociones, domina en la
Antigüedad y aún mucho tiempo después.

Y así, Descartes las definirá:

«Como percepciones, o sentimientos, o emociones del alma que se refieren


particularmente a ella y que son motivadas, mantenidas y amplificadas por algún
movimiento de los espíritus».

Es decir que no son, propiamente hablando, voluntarias ni causadas por el alma misma;
y aun añadiría Descartes que es emociones el término que con más precisión las
definen. Mas las pasiones dirá el filósofo francés son todas buenas en su propia
naturaleza, siempre que pongamos mucho cuidado en evitar su mal uso o su exceso:

«El alma escribe Descartes, puede tener sus placeres aparte, pero los que le son
comunes con el cuerpo dependen enteramente de las pasiones. Cierto que también
pueden hallar en ella las mayores amarguras cuando no saben emplearlas bien y la
fortuna les es contraria, pero en este punto la cordura muestra su principal utilidad,
pues enseña a domeñar de tal modo las pasiones y a manejarlas con tanta habilidad que
los males que causan son muy soportables e incluso es posible sacar gozo de todos
ellos».

El estoico Espinosa vuelve, en cambio, a valorarlas de un modo negativo,


considerándolas ideas inadecuadas o nacidas de ellas:

«Las acciones del alma surgen sólo de las ideas adecuadas; las pasiones, en cambio, sólo
dependen de las inadecuadas».

Es decir, las acciones son deseos que se refieren al alma en tanto posee ideas adecuadas,
mientras que las pasiones son deseos que no se refieren al alma más que en la medida
en que concibe las cosas de forma inadecuada, y nacen no de la potencia del hombre,
sino de las cosas externas a él.

Tenemos pues que, las pasiones, según Espinosa, son siempre malas e innecesarias. La
pasión como se dice en la «Definición general de los afectos», en la Tercera parte de la
Ethica, no es más que una idea confusa que debemos sustituir por razones en cuyo caso
dejará de ser pasión:

«Un afecto que es pasión, deja de ser pasión tan pronto como formamos de él una idea
clara y distinta».

En Hume volvemos a encontrar un concepto de «pasión» bastante lato, en el que no


parece establecerse una distinción nítida entre las pasiones y los afectos en general, ni
tampoco, por supuesto, entre aquéllas y las emociones. Sin embargo, resulta obligado
referirse al famoso Slave passage del Tratado, por cuanto que pudiera pensarse que con
él se lleva a cabo una reivindicación del mundo pasional, frente a tantos detractores
como ha tenido, sino incluso su entroniza miento por encima de la propia razón:

«No nos explicamos estrictamente ni de un modo filosófico leemos cuando hablamos


del combate entre la pasión y la razón. La razón es, y sólo debe ser, esclava de las
pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas».

Más tales palabras no han de ser entendidas, seguramente, como una abdicación de la
razón en general o como la afirmación de que siempre actuamos guiados por la pasión.
Probablemente Hume no quiere decir que la razón se halla sometida de hecho y de
derecho al imperio de la pasión, sino únicamente que en topando con las pasiones no le
queda más remedio que plegarse a ellas, esto es, que cuando razón y pasión coinciden
en un mismo objeto y se enfrentan, podríamos decir, a causa de él, la primera no tiene
otra alternativa que dejar paso a la segunda.

La conclusión de todo esto es obvia:

«Dado que la sola razón no puede nunca producir una acción o dar origen a la volición,
deduciendo que esta misma facultad es tan incapaz de impedir la volición como de
disputarle la preferencia a una pasión o emoción».

Una pasión sólo es irrazonable cuando se basa en suposiciones falsas o no elige los
medios suficientes y adecuados para alcanzar su objetivo; mas en ese caso, la pasión
acata de inmediato el dictado de la razón y se somete a ella.
Hegel entiende por pasión la actividad guiada por intereses particulares y hasta
egoístas y fines especiales, en los que se concentra toda la energía de la voluntad y el
carácter y a los que se sacrifica todo lo demás; pero en la medida en que esas
determinaciones de la voluntad no tienen un contenido meramente privado, sino que
impulsan actos universales. De ahí que no hay por qué pensar que las pasiones sean
siempre innecesariamente opuestas a la moral. Es verdad que en tanto que miran al
interés propio podrían parecer egoístas y malas, pero que el interés sea particular no
implica que se oponga al interés universal.

«Si resistimos a nuestras pasiones, ello se debe más a su debilidad que a nuestra fuerza»

Según Espinosa, en quien, como acabamos de ver, encontramos también una ajustada y
estrecha correspondencia entre acción y pasión, las pasiones básicas son alegría, deseo
y tristeza; el resto de pasiones y afectos surgen de la combinación de éstas.

Pero existen muchas otras clasificaciones. Así, Descartes, además de las tres apuntadas
por Espinosa, considera fundamentales también la admiración, el amor y el odio. Por
otro lado, hemos visto ya las que señala Aristóteles, y Cicerón, siguiendo en esto a los
estoicos, distingue cuatro: dos referidas al bien: deseo y placer; y otras dos referidas a
un mal: miedo y aflicción. Bien y mal futuros, en el caso del deseo y del miedo, y
presentes en el del placer y la aflicción.

Kant, por su parte, distinguirá dos géneros de pasiones: las pasiones ardientes, que
nacen de la inclinación natural o innata (inclinación a la libertad e inclinación sexual),
y pasiones frías, procedentes de la cultura y, por tanto, adquiridas (afán de honores,
afán de dominación y afán de poseer). El resto de las pasiones concretas encajarían
siempre en alguno de esos cinco grandes grupos. Y, en fin, en la Escolástica, y
concretamente Santo Tomás se distinguirá entre pasiones irascibles y concupiscibles,
siendo el objeto de la potencia concupiscible el bien y el mal sensible, en el sentido de
lo deleitable y lo doloroso, y ocupada asimismo la potencia irascible del bien y el mal,
más en tanto que pueda resultar arduo o dificultoso conseguir uno y evitar el otro.

«Así, pues, es evidente que en el concupiscible hay tres combinaciones de pasiones; a


saber: amor y odio, deseo y huida, gozo y tristeza. Igualmente hay tres en el irascible; a
saber: esperanza y desesperación, temor y audacia, y la ira, a la que no se opone ninguna
pasión. Hay, por tanto, según Santo Tomás, once pasiones diferentes en especie: seis en
el concupiscible y cinco en el irascible, bajo las cuales quedan incluidas todas las
pasiones del alma».

Sí lo tiene, en cambio, señalar que hacia el siglo XVII y a lo largo del XVIII encontramos
un nuevo concepto de pasión, tal como lo hayamos reflejado en los moralistas de la
época; o acaso cabrían decir con más justicia que, como opina Abbagnano, son
precisamente ellos quienes lo crean. Las pasiones serán vistas ahora como inclinaciones
o tendencias dotadas de una gran intensidad, por las que el sujeto se ve dominado e
incluso arrastrado, aun en contra de su voluntad. Esa inclinación (tal vez un afecto, una
emoción, un deseo, un sentimiento incluso), controla y dirige la vida del individuo,
convirtiéndose en el rasgo más destacado de su personalidad, toda la cual se encuentra
al servicio de ella, pues el sujeto no vive, diríamos, más que para satisfacer la pasión que
le domina, de tal manera que si la mera emoción no tiene otro horizonte que el
momento presente, la pasión, por el contrario, se halla siempre orientada hacia el
futuro.

Es, sin duda, en este sentido de pasión en el que está pensando, por ejemplo, cuando
Rochefoucauld afirma que:

«La duración de nuestras pasiones depende tan poco de nosotros, como la duración de
nuestra vida».

Cuando nos sorprende el primer encuentro de un objeto, y lo juzgamos nuevo o muy


diferente de lo que conocíamos antes o bien de lo que suponemos que deba ser, lo
admiramos y nos impresiona fuertemente; y como esto puede ocurrir antes que
sepamos de ninguna manera si este objeto nos es conveniente o no, paréceme que la
admiración es la primera de todas las pasiones; y no tiene pasión contraria porque,
si el objeto que se presenta no tiene nada en sí que nos sorprenda, no nos
conmueve en modo alguno y le consideramos sin pasión.

A la admiración va unida la estimación o el desprecio, según que lo que admiramos


sea la grandeza de un objeto o su pequeñez. Y podemos así estimamos o
menospreciamos a nosotros mismos; de donde resultan las pasiones, y luego los
hábitos de magnanimidad o de orgullo y de humildad o de bajeza.
Pero cuando estimamos o despreciamos otros objetos que consideramos como causas
libres capaces de hacer bien o mal, de la estimación nace la admiración, y del simple
desprecio el desdén.

Ahora bien: todas las precedentes pasiones pueden producirse en nosotros sin que
advirtamos en modo alguno si el objeto que las causa es bueno o malo. Pero cuando se
nos presenta una cosa como buena para nosotros, es decir, como conveniente, esto nos
hace sentir amor por ella; y cuando se nos presenta como mala y nociva, esto nos mueve
al odio.

De la misma consideración del bien y del mal nacen todas las demás pasiones;
más, para ponerlas por orden, se distingue los tiempos, y conceptuando que nos
llevan a considerar el futuro mucho más que el presente o el pasado, se comienza por
el deseo.
Más no sólo cuando se desea adquirir un bien que no se tiene aún, o bien evitar un mal
que se cree puede ocurrir, sino también cuando se desea simplemente la conservación
de un bien o la ausencia de un mal, que es a lo único que puede alcanzar esta pasión,
es evidente que esta se refiere siempre al futuro.

Basta pensar que es posible la adquisición de un bien o la evitación de un mal para


sentirse movido a desearlo. Pero cuando se considera además, si hay pocas o muchas
apariencias de conseguir lo que se desea, lo que nos hace ver que hay muchas,
provoca en nosotros la esperanza, y lo que nos hace ver que hay pocas suscita
temor, una especie del cual son los celos.
Cuando la esperanza es suma, cambia de naturaleza y se llama seguridad o
certidumbre, y al contrario, el temor extremado se torna en desesperación.

Y podemos, pues, esperar y temer, aunque el acontecimiento de lo que va a ocurrir no


depende en modo alguno de nosotros; pero cuando se nos presenta como
dependiente de nosotros, puede haber dificultad en la elección de los medios o en
la ejecución. De la primera resulta la irresolución, que nos dispone a deliberar y tomar
consejo. A la segunda se opone el valor, o la intrepidez, una especie del cual es la
emulación. Y la cobardía es opuesta al valor, como el miedo o el terror a la intrepidez.
Y si nos determinamos a una acción antes de disiparse la irresolución, esto produce el
remordimiento de conciencia, que no se refiere a tiempo futuro, como las pasiones
precedentes, sino al pasado.

Y la consideración del bien presente, suscita en nosotros la alegra; la del mal, la


tristeza, cuando se trata de un bien o un mal que se nos aparece como propio.

Más cuando se nos presenta como perteneciente a otros hombres, podemos juzgarlos
dignos o indignos de él; y cuando los juzgamos dignos, ello no produce en nosotros
otra pasión que la alegra, porque significa para nosotros algún bien el ver que las cosas
ocurren como deben. Hay sólo la diferencia de que la alegría que procede del bien es
seria, mientras que la que procede del mal va acompañada de risas y de burla. Pero si
los juzgamos indignos, el bien mueve a la envidia, y el mal a la piedad, que son dos
especies de tristeza. Y es de observar que las mismas pasiones que se refieren a los
bienes o a los males presentes pueden con frecuencia referirse también a los futuros,
pues el pensar que van a ocurrir los representa como presentes.

Podemos también considerar la causa del bien o del mal, tanto presente como pasado.
Y el bien que nosotros mismos hemos hecho nos produce una satisfacción interior
que es la más dulce de todas las pasiones mientras que el mal produce el
arrepentimiento, que es la más amarga.

Mas el bien que han hecho otros da lugar a que sintamos simpatía hacia ellos, aunque
no nos lo hayan hecho a nosotros; y si es a nosotros, a la simpatía se une el
agradecimiento.

De la misma manera, el mal hecho por otros, no siendo contra nosotros mismos, nos
produce sólo indignación; y cuando es contra nosotros, nos mueve también a la ira.

Por otra parte, el bien que está o que ha estado en nosotros, en cuanto afecta a
la opinión que los demás pueden tener de nosotros, nos produce vanagloria, y el
mal, y la vergüenza.
Y a veces la duración del bien causa el hastío o la saciedad, mientras que la del mal
disminuye la tristeza. Por último, del bien pasado proviene la añoranza, que es una
especie de tristeza, y del mal pasado proviene la alegría que es una especie de gozo.
Los futuros profesionales de la educación, en términos generales, consideran que las
pasiones y los sentimientos deben impregnar todos los proceso relacionados con el
aprendizaje y la formación de aquellos que van a formar en el futuro.
La atención a los valores afectivos (sentimientos y pasiones) dentro de la formación del
profesorado universitario, tanto más necesaria por ser éstos determinantes del
comportamiento del ser humano, se recogen de manera explícita en la investigación
llevada a cabo y por lo tanto los sentimientos y la emociones han de formar parte de
los elementos curriculares y, como tales, deben recibir un tratamiento específico dentro
del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Los centros educativos no pueden olvidar la realidad de los jóvenes que están
formando, ni desentenderse de la emergencia de los valores afectivos que estos
alumnos plantean y del papel tan fundamental que juegan los sentimientos y las
pasiones para buscarles soluciones. Somos conscientes que la tarea no es fácil y no por
ello deja de ser urgente. La necesidad y las bases para formar alumnos educados en lo
afectivo ya han sido planteadas en éste y en otros trabajos. Solamente apuntamos, que
la solución debe ser un compromiso que debemos adoptar no sólo la administración
educativa, sino el profesorado y como no, el alumnado que formamos en nuestras
universidades.
 http://www.definicionabc.com/social/afectividad.php
 http://www.importancia.org/afectividad.php
 http://definicion.mx/afectividad/
 Definición de sentimiento - Qué es, Significado y
Concepto http://definicion.de/sentimiento/#ixzz4Mj0xljW3
 http://www.importancia.org/sentimientos.php

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