You are on page 1of 10

El ser, el estar, el caos y la nada

La entropía y e l porqué de la complejidad

Leonardo Tyrtania
Departamento de Antropología
UAM-Iztapalapa, marzo de 2015

Existir es producir entropía y no morir en el intento


¿Habría alguna otra manera de existir en este mundo? Todos los procesos, sean físicos,
bióticos o sociales –en tanto posibles combinaciones entre ellos– enfrentan el dilema del
ser: sólo pueden perpetuarse en un mundo cuya entropía aumenta. El dilema –que no
contradicción– del ser, consiste en realidad en “estar o no estar”; sólo puede resolverse
temporal y localmente, y eso a costa de más disipación, no menos. Sostener un poco de
orden en algún lugar y durante algún tiempo –nada es para siempre– supone producir
más desorden y desgaste en el medio, así como en el interior del sistema, mientras la
disipación aumenta. El desgaste, la entropía (la cantidad de energía no disponible) que
se “produce” en toda transformación energética, obliga a reponer la energía en
cantidades crecientes, porque el potencial de trabajo de la energía nunca se puede
aprovechar al cien por ciento, y porque no es posible recuperarlo una vez gastado. En
este sentido, no existen energías “renovables”, ni “verdes”, ni “limpias”: todas las
formas energéticas alteran el medio a su paso. Se puede reponer un leño con otro leño,
pero hay que volver a buscar ese segundo leño, y para ello es necesario ir cada vez
más lejos. Para obtener energía hay que invertir energía, y eso produce inevitablemente
un mundo cuya entropía aumenta. El punto decisivo es que el proceso evolutivo nunca
es un proceso aislado, auto-sostenido; es un proceso disipativo que no puede seguir sin
un continuo intercambio entre los sistemas participantes, el cual altera el medio en
forma acumulativa.
En la medida en que mantiene el orden, al mismo tiempo que degrada la energía,
el sistema debe enviar al medio parte de la entropía que produce. Un sistema disipativo
tiene que compensar las pérdidas, tanto las de su propio funcionamiento como las de la
búsqueda y aseguramiento, en el caso de sistemas adaptativos, de los flujos
energéticos que requerirá en el futuro. De ahí que sólo pueda operar lejos de y –¡ojo!–
alejándose del equilibrio termodinámico, que es el caos total. Pero al mantener, poner a
prueba y modificar su propia estructura interna, un sistema vivo contribuye al caos en
el medio y eso es un verdadero problema que nos tiene en apuros. La dinámica de la
expansión /contracción energética es de “producción del orden a partir del caos”
(Prigogine 1977) contribuyendo al caos.
Es sumamente difícil reconocer las implicaciones de este razonamiento, porque
estamos acostumbrados a pensar la naturaleza en términos de equilibrio. El concepto
de equilibrio es un resabio de la física aristotélica. Las cosas en reposo que podemos
observar por acá y por allá (esos estados meta-estables dependientes del ambiente
benigno) y los procesos homeostáticos de los sistemas dinámicos (cuando todo parece
regresar a su estado anterior) dan la impresión de que el equilibrio es “causa final” y

1
“destino manifiesto” de todo lo que sucede en el Universo. Pero éste es precisamente el
razonamiento defectuoso que nos impide entender lo que ocurre. Su defecto
incorregible consiste en postular una causalidad que operaría desde el futuro. ¿Es
posible pensar que algo tenga consecuencias en el tiempo hacia atrás? El futuro está en
la “indeterminación entrópica” (Georgescu–Roegen 1996), no en el equilibrio. Cuando llegue
el equilibrio se acabará el futuro y se terminará el tiempo, porque no habrá reloj con
que medirlo.

L a producción de entropía induce creatividad


Si la “producción” de entropía explica el funcionamiento del mundo, entonces la
pregunta es de dónde surge tanto orden. Pues bien, sucede que en ciertas condiciones
–que los físicos llaman “condiciones de frontera”, los biólogos “clausura operativa” y la
teoría de sistemas “auto-organización”–, las pérdidas pueden transferirse a otros
lugares y otros tiempos, de tal modo que pueda darse un balance positivo entre el
orden y el caos a favor del sistema: el medio paga el mantenimiento… mientras puede.
En ningún caso se suspende el principio entrópico. La evolución no “transciende” ni
contradice este principio, antes bien, lo necesita para explicarse. La evolución es una de
las maneras de disipar la energía, un proceso que se inició en el momento de surgir
este Universo (Chaisson 2001). La evolución de la vida participa en la disipación y la
acelera en la medida en que extrae energía y degrada los insumos provenientes del
medio. Pero eso no es todo lo que hace. Crea y mantiene estructuras ordenadas
aumentando la complejidad de sus arreglos, mientras sea posible transferir la energía de
potencial desgastado de unos a otros.
Sin una continua transferencia de entropía al medio la evolución sería
impensable. El mundo sería un conglomerado de cosas rígidas sin relación ni
movimiento. A ese estado se refiere el concepto de equilibrio termodinámico, aquél estado
en el que todo el potencial de cambio ha sido utilizado. La condición dinámica de todos
los procesos evolutivos en curso consiste en que sólo pueden perpetuarse en el interior
de este vórtice del devenir que es el régimen de no equilibrio. El cambio continuo es
necesario para seguir en el juego de la termodinámica, que nadie puede ganar,
tampoco empatar; el logro estriba en seguir en el juego. La evolución es cambio,
aunque no todo cambio sea evolución:

La evolución se concibe como “un cambio cualitativo provocado por la aparición de la


novedad por combinación y por la actuación unidireccional de la ley de entropía. Se debe
a la interconexión de los procesos físicos, químicos, bióticos, económicos y sociales. La
única ley claramente evolutiva en la física es la ley de la entropía” (Georgescu-Roegen
1996:395).

La producción de entropía hace que el mundo cambie a cada instante,


literalmente. Cada parpadeo nuestro hace que haya menos energía disponible en el
Universo y más desorden alrededor. De modo que mantenerse a flote en este mar de
caos exige creatividad. No en los términos metafísicos de una creación ex nihilo, sino en
los de una combinación de procesos de diferente procedencia que, de cualquier modo,
seguirían su propio camino pero que, una vez acoplados, aumentan su consumo

2
energético. Es cierto que la evolución procede por variación al azar y, en este sentido,
es oportunismo puro o –como dijo Samuel Butler– “una chapucería” en ausencia de un
plan. Sin embargo, a lo largo de su trayectoria los sistemas disipativos memorizan sus
éxitos y retienen la información en diferentes códigos elaborados sobre la marcha. Esto
da como resultado a posteriori una característica emergente: una complejidad in
crescendo, proporcional al desgaste entrópico provocado en el medio. La creatividad de
los procesos evolutivos está de sobra ilustrada por la diversidad de las formas de vida.
El mundo se nos muestra espontáneamente caótico, selectivamente ordenado y
sobrecogedoramente diverso.

La complejidad marca la distancia del equilibrio


La interconexión de sistemas de diferente origen y naturaleza produce una variedad de
asociaciones, ecosistemas y redes de interacción. Si se pudiera medir, la complejidad
nos daría el grado de distancia de un sistema del estado de equilibrio termodinámico.
La complejidad es “una propiedad del sistema que indica su estatus disipativo o la tasa de
disipación que sostiene” (Adams 2001:66). La disipación puede ser alta o baja, pero no
cero (excepto en un sistema aislado en estado de equilibrio). Los límites y alcances de la
expansión, por un lado, y la complejidad que la acompaña al surgir “islas del orden”,
por el otro, son inciertos, pero cuando se presentan, la evolución admite procesos de
simplificación y decrecimiento, nunca, sin embargo, de equilibrio. En cuanto al estado
estacionario, se trata de un estado en el que la tasa de disipación permanece constante,
no de que se suspende la disipación como tal. Cuanto más lejos del estado de equilibrio
se encuentra un conjunto –un ejemplo que viene al caso es el de la biosfera terrestre–
más entropía produce.
El caos –que nunca es un asunto externo– es productor de las fluctuaciones
espontáneas, omnipresentes en el Universo desde que éste comenzó su singular y
enigmática expansión /contracción. Si todo fuera tan ordenado como lo postulaba la
ciencia decimonónica, no habría condiciones para el surgimiento de nada nuevo. La
aparición de sistemas complejos interrelacionados e interdependientes –los así llamados
sistemas adaptativos– vía auto-organización obedece a la necesidad que tienen los
sistemas abiertos de extraer cada vez más energía para compensar las pérdidas
entrópicas irreversibles, constantes y crecientes. Los sistemas disipativos (que son los
únicos que pueden evolucionar) extraen la energía y producen la entropía
perturbándose unos a otros hasta agotar sus fuentes de recursos. Un torbellino, una
reacción autocatalítica, un organismo, un ecosistema o una sociedad dependen de
tantos insumos tan variados, que cuando uno sólo de ellos escasea y se agota, hace
que cambie la estructura del sistema entero o, en su caso, que desaparezca. La
entropía circula en todas direcciones y el medio cambia en la medida en la que la
producción de desechos lo afecta. En estas condiciones, no basta con obtener las
calorías necesarias para el presente; se necesita invertir energía en dos cuestiones
vitales más: 1) asegurar el flujo constante de energía-materiales-e-información a futuro
y 2) manejar adecuadamente la deposición de formas de alta entropía. El costo de estas
transferencias es, hay que insistir en ello, un costo creciente, porque contrarrestar las
pérdidas y manejar los desechos exige una inversión de energía siempre nueva. El
desgaste es inevitable, irrevocable y progresivo. En esto consiste, en pocas palabras, el

3
predicamento entrópico de los sistemas termodinámicamente abiertos (open-ended
systems). El apuro consiste en consumir cada vez más energía y no agotar el medio
como fuente de insumos, en transferir la entropía a otros sistemas sin asfixiarlos del
todo, y en no quedar ahogados en la basura. Lo anterior incluye el ruido o “entropía
informática” que también puede ser agobiante.

La evolución es una manera de producir entropía


La vida y su evolución se explican, pues, con la termodinámica de procesos irreversibles, la
cual no lo dice todo, pero necesariamente es la puerta de entrada para emprender el
análisis sistémico. Si no fuera por la entropía no habría necesidad de ingeniárselas para
sobrevivir. Es infantil negar o ignorar el principio entrópico con el que opera la
naturaleza y predicar a cambio el equilibrio, la armonía y la sustentabilidad, como si la
naturaleza fuera un perpetuum mobile de cero desgaste. Proclamar que la humanidad
es una excepción en la naturaleza es otro subterfugio. Por lo que a la dinámica
energética atañe, no existe ninguna diferencia ontológica entre la naturaleza y la
sociedad. La evolución es “un viaje sin retorno para todos” y el boleto de la entropía lo
pagamos por igual. En cuanto a la sociedad, there is no free lunch, como dicen los
economistas: no hay sustentabilidad gratuita, ni conservación sin costos adicionales.
Sólo es posible crecer o decrecer. Un sistema disipativo no puede quedar estancado y
seguir siéndolo.
No hay soluciones milagrosas. Todo consumo implica destrucción y se paga. Las
conclusiones de la energética pueden parecer pesimistas, pero el asunto no tiene nada
que ver con nuestro estado de ánimo individual o colectivo. Quienes califican de
“deprimente” la segunda ley, porque conduce a la “muerte térmica del cosmos”,
tendrían que admitir que las predicciones sobre un futuro tan remoto como el del final
del Big Bang –el cual sigue su curso– son inútiles. Basta con un poco de sentido común
para admitir que el destino final del Universo está completamente fuera de nuestro
alcance. Lo que debería preocuparnos, en cambio, es lo que ocurre mientras tanto aquí
y ahora.
Y sucede que la entropía opera a cada instante y en todo lugar. Eso lleva a la
creación de sistemas inclusivos auto-replicantes (Adams 2001), lo cual se consigue
mediante el comportamiento colectivo. Desde las macromoléculas, pasando por las
colonias de unicelulares y terminando con las sociedades de sociedades, la fecundidad
de la evolución se debe a que los procesos energéticos son irreversibles: desgastantes y
creativos a la vez. La evolución no se dedica a repetir siempre lo mismo. El ADN, por
ejemplo, no se copia ni replica; antes bien, se disgrega y reconstruye. Se trata de un
proceso increíblemente preciso, pero nunca exacto al cien por ciento. Dada la
producción de entropía en todas las transformaciones nada sucede dos veces de la
misma manera. "La disipación de la energía es la fuerza motriz de la evolución", insiste
Ilya Prigogine (1977:442). La dinámica de la expansión /contracción energética, la del
régimen lejos de equilibrio, produce simultáneamente orden y desorden... en proporción
desigual, desde luego, “debido a la actuación unidireccional de la ley de entropía”. Lo
natural es sinónimo de irreversible (Planck 1978). En el ciclo de Carnot sólo un 30% de
energía –si todo va bien– puede recuperarse para el trabajo, lo demás es desperdicio a

4
manos del calor muerto.
El reconocimiento de estas reglas básicas del juego nos permite participar en él de
manera si no consciente, al menos comprometida con la vida. Los principios de la
termodinámica son simples, fundados en ellos surgen mundos complejos y prodigiosos.

El nombre del juego es complejidad


La evolución consiste en escalar niveles de complejidad en un tiempo irreversible que
se acaba para todos. Dado ese apremio –un apuro debido a la entropía–, los sistemas
abiertos se agrupan formando redes de intercambio de todo tipo. Un sistema no puede
aumentar individualmente su metabolismo más allá de cierto límite pero, en tanto
miembro de una colectividad, sí puede aumentar el consumo por vía exosomática. Eso
es justamente lo que ha sucedido con las sociedades humanas a lo largo de su historia
evolutiva (González de Molina y Toledo 2011). El punto es que las sociedades, valga la
redundancia, se asocian no sólo para obtener energía vital, sino para transferir de unas
a otras la entropía que producen.
En cuanto a las sociedades humanas la pregunta es si aprenderán algún día a
relacionarse con su medio de manera prudente, sin amenazar la base biológica de la
vida. ¿Será posible que aprendan a calcular el ritmo de su propia expansión en relación
con los ritmos de expansión y reproducción de los ecosistemas de la biosfera? Lo que sí
aprendieron las sociedades humanas a lo largo de su corta historia evolutiva, es a
conectar distintos ecosistemas entre sí y a transferir el desgaste de un lugar a otro. Sin
embargo, ese truco por sí sólo es ya insuficiente, de modo que hay que hacer algo más
que ir transfiriendo la huella ecológica hacia afuera. No existe un “afuera” en la
naturaleza. Las sociedades humanas en todas sus variantes son tan naturales como los
demás productos de la evolución y participan en los procesos vitales de la biosfera
como uno entre muchos actantes . La dinámica energética y su devenir –la evolución– no
tienen preferencias por ningún componente en especial. Tampoco tiene la evolución
incorporado un piloto automático. Depende mucho del pronóstico del tiempo y del
“medio benigno” local (Adams 2001) que, en nuestro caso, es la biosfera tal como ha
funcionado hasta ahora. Dado que los procesos energéticos son irreversibles, no
lineales y estocásticos, y como operan en el régimen físico fuera del equilibrio, suelen
resolverse en medio de fluctuaciones, crisis y bifurcaciones.
Los problemas de la crisis actual no se pueden enfocar, única ni exclusivamente,
entonces, desde la “ecología”. No se trata solamente de “problemas ambientales” o de
la “destrucción del medio”. Los problemas no son externos ni se explican a partir del
dualismo naturaleza /sociedad. Son, más bien, de “incertidumbre fabricada” (Beck
1998). Las sociedades modernas, aquellas que se embarcaron en la aventura de
manipular la energía no humana en grandes cantidades y al margen de los procesos
vitales, no han sabido hacerse cargo de los desechos que la industrialización produce ni
mucho menos de la injusticia que engendra. Han ignorado consistentemente el lado
oscuro de todo proceso energético. A lo sumo, reconocen que el desorden es “efecto
secundario”, “indeseable” o “contingente” de ese proceso, de modo que la solución que
proponen ahora los mercados consiste en hacer nuevos negocios, esta vez con la

5
contaminación convertida en mercancía, como es el caso de los así llamados “servicios
ambientales”.

“La capacidad humana para desencadenar flujos crecientes de energía no se equipara,


en modo alguno, con su escasa habilidad para controlar los flujos subsecuentes”
(Adams 2001:109). He aquí el problema de fondo. “Las sociedades humanas han
concentrado su atención en los procesos que prometen rendimientos a corto plazo y
han descuidado la calidad de los mecanismos de realimentación para el manejo de los
remanentes” (ibidem).

Los problemas de supervivencia de una especie o, más bien, de sus poblaciones


concretas –para no hablar de esa abstracción que es “la humanidad”– nunca tienen
solución definitiva. Tarde o temprano conducen a callejones sin salida y, si no a la
extinción, a la disgregación y la sub-especiación. En su afán por sobrevivir, las
sociedades humanas, como sistemas disipativos que son, se enfrentan al dilema que
plantea la producción de entropía: sólo pueden sobrevivir aumentando el gasto
energético. Pero el crecimiento no es cuestión de repetir siempre lo mismo, sino que
llega un momento de repartir el gasto entre tamizar la energía de manera más fina y no
ensuciar tanto el medio que nos sostiene. Pues bien, este momento de la curva “S”
(curva de Kuznets) ya llegó. A estas alturas urge asignar presupuestos especiales para
limpiar lo que la industrialización contaminó y sigue contaminando. Esto significaría
sostener la opción de compartir el mundo con las demás formas de vida, dejar de
pensar que la naturaleza ofrece todo gratuitamente y no creernos los dueños de la
biosfera. La sociedad humana no puede contravenir los principios de la energética.
Pensar que la cultura tiene como finalidad la “apropiación de la naturaleza” es un
autoengaño. Somos naturaleza, todo lo demás son consecuencias de esta circunstancia.
Ahora bien, la par somos seres sociales, naturalmente sociales hasta la médula,
impredecibles y creativos como la naturaleza misma. Como tales, tenemos todo lo
necesario para salir del atolladero.
¿O falta algo? ¿Nos faltará un conocimiento más preciso, una tecnología más
potente o, tal vez, un gobierno mundial fuerte? En cuanto al conocimiento, la
información nunca es ni será suficiente como para tomar decisiones a lo seguro y sin
arriesgar nada. La ciencia no es más que una interminable discusión sobre verdades
pasajeras y mutantes. La tecnología que produce suele ser exigente y hasta peligrosa
para con el medio. Las decisiones en cuanto al uso o rechazo de una determinada
tecnología se da en la arena política y en las sociedades modernas en los sótanos del
poder del dinero. Los intereses creados interfieren despiadadamente desvirtuando las
políticas públicas por completo. El consumo del que depende el mercado libre está
desbocado y la basura ya nos alcanzó. El crecimiento poblacional también, aunque no
se mencione mucho el asunto. Por lo demás, el medio del que dependemos,
especialmente el que está modificado por lo social, es voluble y cada vez más inseguro.
¿Sabe la naturaleza algo que nosotros no sepamos? La evolución, la que postulamos
imparcial, multilineal y estocástica (productora de patrones al azar) no tiene
intencionalidad alguna. Reconocer la complejidad de la vida y vernos como parte de la
misma nos ayudaría a ser más realistas en tanto nuestra difícil y comprometida posición
en la biosfera. Con un cambio de actitud –de conquistadores a copartícipes– tal vez se

6
nos ocurrirán algunas respuestas más satisfactorias a los interrogantes que se plantean
en el camino, si bien el “cambio de actitud” no se da gratuitamente.
El problema es grave, se llama ecocidio. Es difícil de detenerlo mientras las
decisiones estén en manos de poderes fácticos. En la actualidad, las trasnacionales y el
capital financiero subordinan los poderes del Estado debido a la tecnología de la que se
apropian. La dinámica del conjunto lleva al colapso de las instituciones, algo que
sucedió con todos los imperios en el pasado (Diamond 2006). La novedad es que en el
contexto de la globalización los peligros se comparten como nunca antes. Algunos
indicadores del estado del mundo sobrepasaron ya el umbral de reversibilidad. Frente a
esta perspectiva general, nada promisoria, la pregunta es cómo podría sostenerse una
población humana en expansión. Hasta ahora el costo del mantenimiento de esta
expansión recae sobre los campesinos del mundo. Según los datos de la FAO el 80% de
la producción agrícola proviene de las pequeñas granjas familiares que utilizan la
tecnología tradicional. La agroindustria solventa el 20% restante con una tendencia al
aumento (FAO 2014). La pregunta sobre la viabilidad ambiental a largo plazo de estos
dos tipos de producción antagónicos no es cuál de ellos produce más y mejores
alimentos, sino cuál produce más desgaste del medio. Es una pregunta difícil de
responder por la imposibilidad de medir la entropía en términos generales. Si el criterio
es la eficiencia medida por mano de obra empleada, los campesinos no son
competitivos en el mercado. Con el mismo criterio de hora /hombre como insumo la
agroindustria produce milagros. Eso, porque no se toma en cuenta en los cálculos el
conjunto de los insumos y egresos. El desgaste del sistema y su medio no se considera
entre los factores económicos. De todos modos, aunque se pudiera calcular todo con
indicadores razonablemente consensados, ¿a quién le interesa la huella ecológica que
deja en el mundo? Las especies, incluida la humana, se reproducen siempre por encima
de las posibilidades del medio.

El punto de inflexión
La dinámica evolutiva de este contínuum que es sociedad-naturaleza es la dinámica de
flujos energéticos. No se trata de un “orden natural de las cosas” predeterminado,
eterno e inamovible, como ya se argumentó más arriba, sino de una indeterminación
entrópica que admite la complejidad de los arreglos, aunque dentro de ciertos límites.
De hecho, la complejidad en sí misma no asegura gran cosa. Está a la vista la
complejidad suicida de la globalización neoliberal que impone la eficiencia económica
medida como la ganancia en el mercado, sin preocuparse en absoluto por lo que sucede
en el mundo. Desde la perspectiva evolucionista la pregunta es por la eficiencia
ecológica de los flujos energéticos que sostienen la vida. La pregunta que marca el
punto de inflexión en el análisis de los procesos evolutivos sociales es por la posibilidad
de un desarrollo basado en baja producción de entropía. ¿Qué importancia pueden
tener las pequeñas unidades productivas que ensayan experimentos de producción
/consumo de bajo costo respetando las condiciones ecológicas locales? Pues sí, la
tienen, y mucha. No sería por primera vez en la historia de la biósfera terrestre que
unidades marginales, variantes no advertidas o formas de vida de bajo perfil
presentasen ventajas del “más apto” cuando las circunstancias ambientales den un
vuelco inesperado.

7
Las ventajas económicas de la agroquímica se deben a la configuración del
mercado, no a la manera de cómo operan los ecosistemas. Cuando hablamos de
mercados alternativos, economías solidarias, precios justos, decrecimiento sereno,
desarrollo regional autónomo, modos de organización para “trabajar juntos” y sumamos
a lo mismo la gran cantidad de experimentos de agricultura ecológica que se practica al
margen de la economía del mercado, hablamos de la variedad de formas y de la
pluralidad de asociaciones que respetan la biodiversidad, materia prima para la
selección. El método preferido de la evolución es ensayo y eliminación del error. Para
que funcione, se necesitan insumos muy variados: no sólo del sol vive una economía.
Los modelos de supervivencia –debería decirse de convivencia– que se elaboran
localmente son fenómenos de autopoiesis, sinónimo ésta última de la selección natural
darwiniana. Los ensayos de diferentes “modos de existencia” (Latour 2013) se
necesitan para que la evolución tenga de donde escoger. Si esperamos, pues, que la
evolución proceda con nosotros incluidos, si fuera posible, debemos esperarlo
activamente: construyendo modos de supervivencia compatibles con las condiciones
ambientales.
Para que la evolución social proceda en la dirección que nos conviene en tanto
especie biológica-social se necesita modelos de producción de alimentos compatibles
con las posibilidades de cada medio, modelos verificados localmente, diversos y en
cantidades importantes. Porque cuando se desarticule o colapse la economía
extractivista basada en el petróleo, los sobrevivientes buscaremos desesperadamente
patrones de producción ecológicamente viables. Sería mejor que nos moviéramos
conscientemente en esta dirección, la del decrecimiento sustentable (Latouche 2009),
porque cuando acabe la economía de casino que vivimos ahora, no serán las tarjetas de
plástico las que nos podrán dar de comer. El complejo agroindustrial-militar-financiero
por más complejo y entrópico que sea no es el que podrá imponer sus reglas de juego a
las del funcionamiento de la biosfera. Lo que sí tiene futuro es la complejidad basada en
ecopoiesis. La ecopoiesis es la auto-organización de sistemas disipativos aplicada, en el
caso que nos ocupa, a los sistemas que producen alimentos y los demás insumos, en
reciprocidad con el medio local, la región, la cuenca y así sucesivamente, hasta integrar
los espacios productivos en una red de economías ecológicamente sostenibles a partir
de una mínima producción de entropía. ¿Utópico? Si la utopía es el “no lugar” fuera del
tiempo, entonces la ecopoiesis es prácticamente lo contrario. Si bien la utopía sirve
para imaginar un mundo posible, es la ecopoiesis la que se encarga de su realización.
Nosotros podemos favorecer condiciones para que suceda, si estamos de acuerdo.

La evolución es un gigantesco experimento autopoiético, proceso de dimensiones


cósmicas, que en sus características constitutivas está fuera del control humano. Aun así,
como individuos, asociaciones o entidades sociales podemos implementar ciertos
“controles” en el sentido de dispositivos para desencadenar o inhibir flujos energéticos
particulares. El factor completamente fuera del control, la variable independiente, es la
producción de entropía en todo lo que sucede. Entender las consecuencias de esto es
entender el margen de creatividad que nos queda. Ese margen no está en “apropiarnos de la
naturaleza”, sino en estar en la vida.

8
Si no aprendemos cómo compartir el mundo –sentencia Bruno Latour– pronto no
habrá más mundo que compartir. Ninguna parte de un todo puede controlarlo, de modo
que deberíamos preocuparnos por la participación en un mundo común. Éste será
resultado de un proceso ecopoiético o no será nada. Un mundo así se construye por sí
mismo a partir de “una visión desde el interior de un tejido de reciprocidades, una
compenetración de percepciones íntimas y modos de subsistir, una visión compartida
de lo que hace falta, aquí y ahora, como una expresión del sentido común de la gente
que habita una casa, un pueblo, un valle o una región” (Rahnema y Robert 2008:87). Es
posible tejer estas reciprocidades, porque ambos, las sociedades humanas y el medio
del que forman parte, son fenómenos naturales en tanto “flujos energéticos que
transportan información” (Adams 2001). En un Universo en expansión, como en un
inmenso océano del caos, en ciertas condiciones singulares surgen “islas de orden”, las
que se deben a la producción de entropía, la que al mismo tiempo aumentan. Sería
ingenuo ignorar el principio entrópico en el funcionamiento de nuestro mundo. Con la
prédica del equilibrio y la harmonía no se podrán exorcizar sus efectos, que son
simultáneamente positivos y negativos. La única ganancia en el juego de la
termodinámica consiste en no quedar fuera de él. Con una población de 6 mil millones
de habitantes en el mundo no es posible seguir saqueándolo sin pagar el precio que el
manejo de la entropía exige. El futuro de un sistema complejo depende de la
información que éste pueda intercambiar con su medio, pero con delicadeza y sin
prisas, pues ya no será la conquista de la naturaleza la que nos conduzca en nombre de
Dios y el progreso a “hacer América” en otros planetas en un luminoso porvenir
intergaláctico.

Bibliografía
Adams, Richard N., El octavo día. La evolución social de la autoorganización de la energía.
UAM, México 2001. (Traducción de The Eight Day. Social evolution as the self-organiza-
tion of energy, University of Texas Press, Austin 1988.)
Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo global. Siglo XXI de España Editores, Madrid 1998.
Chaisson, Eric J., Cosmic Evolution. The Rise of Complexity in Nature. Harward U. Press,
Cambridge 2001.
Diamond, Jared, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen.
Random House Mondadori, México 2007. [Nueva York 2005]
Georgescu-Roegen, Nicholas, La ley de la entropía y el proceso económico. Fundación
Argentaria, Madrid 1996.
FAO, El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2014. Informe anual
disponible en la Red.
González de Molina, Manuel y Victor M. Toledo, Metabolismos, naturaleza e historia.
Hacia una teoría de las transformaciones socioecológicas. Icaria, Barcelona 2011.
Latour, Bruno, Sobre los modos de existencia. Paidós, Madrid 2013.
Latouche, Serge, Decrecimiento y posdesarrollo. El pensamiento creativo contra la
economía del absurdo. El Viejo Topo, Madrid 2009.

9
Planck, Max, Una autobiografía científica. Autores varios, Ensayos científicos, Conacyt,
México 1978.
Prigogine, Ilya, Peter M. Allen y Robert Herman, Long term trends and the evolution of
complexity. En: Laszlo, Ervin y Judah Bierman, editores, Goals in a Global Community.
The Original Background Papers for "Goals of Mnkind". A Report to the Club of Rome.
Pergamon Press, Nueva York 1977:1-63. [Tradución al español en Tyrtania, Leonardo,
Termodinámica de la supervivencia para las ciencias sociales. Antología de textos
básicos. UAM, México 1999.]
Rahnema, Majid y Jean Robert, La puissanee des pauvres (essai), Actes Sud, Paris 2008.
Versión en español: La potencia de los pobres, de Cideci /Unitierra, Chiapas, s.f.,
disponible en la red.

10

You might also like