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Leonardo Tyrtania
Departamento de Antropología
UAM-Iztapalapa, marzo de 2015
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“destino manifiesto” de todo lo que sucede en el Universo. Pero éste es precisamente el
razonamiento defectuoso que nos impide entender lo que ocurre. Su defecto
incorregible consiste en postular una causalidad que operaría desde el futuro. ¿Es
posible pensar que algo tenga consecuencias en el tiempo hacia atrás? El futuro está en
la “indeterminación entrópica” (Georgescu–Roegen 1996), no en el equilibrio. Cuando llegue
el equilibrio se acabará el futuro y se terminará el tiempo, porque no habrá reloj con
que medirlo.
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energético. Es cierto que la evolución procede por variación al azar y, en este sentido,
es oportunismo puro o –como dijo Samuel Butler– “una chapucería” en ausencia de un
plan. Sin embargo, a lo largo de su trayectoria los sistemas disipativos memorizan sus
éxitos y retienen la información en diferentes códigos elaborados sobre la marcha. Esto
da como resultado a posteriori una característica emergente: una complejidad in
crescendo, proporcional al desgaste entrópico provocado en el medio. La creatividad de
los procesos evolutivos está de sobra ilustrada por la diversidad de las formas de vida.
El mundo se nos muestra espontáneamente caótico, selectivamente ordenado y
sobrecogedoramente diverso.
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predicamento entrópico de los sistemas termodinámicamente abiertos (open-ended
systems). El apuro consiste en consumir cada vez más energía y no agotar el medio
como fuente de insumos, en transferir la entropía a otros sistemas sin asfixiarlos del
todo, y en no quedar ahogados en la basura. Lo anterior incluye el ruido o “entropía
informática” que también puede ser agobiante.
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manos del calor muerto.
El reconocimiento de estas reglas básicas del juego nos permite participar en él de
manera si no consciente, al menos comprometida con la vida. Los principios de la
termodinámica son simples, fundados en ellos surgen mundos complejos y prodigiosos.
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contaminación convertida en mercancía, como es el caso de los así llamados “servicios
ambientales”.
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nos ocurrirán algunas respuestas más satisfactorias a los interrogantes que se plantean
en el camino, si bien el “cambio de actitud” no se da gratuitamente.
El problema es grave, se llama ecocidio. Es difícil de detenerlo mientras las
decisiones estén en manos de poderes fácticos. En la actualidad, las trasnacionales y el
capital financiero subordinan los poderes del Estado debido a la tecnología de la que se
apropian. La dinámica del conjunto lleva al colapso de las instituciones, algo que
sucedió con todos los imperios en el pasado (Diamond 2006). La novedad es que en el
contexto de la globalización los peligros se comparten como nunca antes. Algunos
indicadores del estado del mundo sobrepasaron ya el umbral de reversibilidad. Frente a
esta perspectiva general, nada promisoria, la pregunta es cómo podría sostenerse una
población humana en expansión. Hasta ahora el costo del mantenimiento de esta
expansión recae sobre los campesinos del mundo. Según los datos de la FAO el 80% de
la producción agrícola proviene de las pequeñas granjas familiares que utilizan la
tecnología tradicional. La agroindustria solventa el 20% restante con una tendencia al
aumento (FAO 2014). La pregunta sobre la viabilidad ambiental a largo plazo de estos
dos tipos de producción antagónicos no es cuál de ellos produce más y mejores
alimentos, sino cuál produce más desgaste del medio. Es una pregunta difícil de
responder por la imposibilidad de medir la entropía en términos generales. Si el criterio
es la eficiencia medida por mano de obra empleada, los campesinos no son
competitivos en el mercado. Con el mismo criterio de hora /hombre como insumo la
agroindustria produce milagros. Eso, porque no se toma en cuenta en los cálculos el
conjunto de los insumos y egresos. El desgaste del sistema y su medio no se considera
entre los factores económicos. De todos modos, aunque se pudiera calcular todo con
indicadores razonablemente consensados, ¿a quién le interesa la huella ecológica que
deja en el mundo? Las especies, incluida la humana, se reproducen siempre por encima
de las posibilidades del medio.
El punto de inflexión
La dinámica evolutiva de este contínuum que es sociedad-naturaleza es la dinámica de
flujos energéticos. No se trata de un “orden natural de las cosas” predeterminado,
eterno e inamovible, como ya se argumentó más arriba, sino de una indeterminación
entrópica que admite la complejidad de los arreglos, aunque dentro de ciertos límites.
De hecho, la complejidad en sí misma no asegura gran cosa. Está a la vista la
complejidad suicida de la globalización neoliberal que impone la eficiencia económica
medida como la ganancia en el mercado, sin preocuparse en absoluto por lo que sucede
en el mundo. Desde la perspectiva evolucionista la pregunta es por la eficiencia
ecológica de los flujos energéticos que sostienen la vida. La pregunta que marca el
punto de inflexión en el análisis de los procesos evolutivos sociales es por la posibilidad
de un desarrollo basado en baja producción de entropía. ¿Qué importancia pueden
tener las pequeñas unidades productivas que ensayan experimentos de producción
/consumo de bajo costo respetando las condiciones ecológicas locales? Pues sí, la
tienen, y mucha. No sería por primera vez en la historia de la biósfera terrestre que
unidades marginales, variantes no advertidas o formas de vida de bajo perfil
presentasen ventajas del “más apto” cuando las circunstancias ambientales den un
vuelco inesperado.
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Las ventajas económicas de la agroquímica se deben a la configuración del
mercado, no a la manera de cómo operan los ecosistemas. Cuando hablamos de
mercados alternativos, economías solidarias, precios justos, decrecimiento sereno,
desarrollo regional autónomo, modos de organización para “trabajar juntos” y sumamos
a lo mismo la gran cantidad de experimentos de agricultura ecológica que se practica al
margen de la economía del mercado, hablamos de la variedad de formas y de la
pluralidad de asociaciones que respetan la biodiversidad, materia prima para la
selección. El método preferido de la evolución es ensayo y eliminación del error. Para
que funcione, se necesitan insumos muy variados: no sólo del sol vive una economía.
Los modelos de supervivencia –debería decirse de convivencia– que se elaboran
localmente son fenómenos de autopoiesis, sinónimo ésta última de la selección natural
darwiniana. Los ensayos de diferentes “modos de existencia” (Latour 2013) se
necesitan para que la evolución tenga de donde escoger. Si esperamos, pues, que la
evolución proceda con nosotros incluidos, si fuera posible, debemos esperarlo
activamente: construyendo modos de supervivencia compatibles con las condiciones
ambientales.
Para que la evolución social proceda en la dirección que nos conviene en tanto
especie biológica-social se necesita modelos de producción de alimentos compatibles
con las posibilidades de cada medio, modelos verificados localmente, diversos y en
cantidades importantes. Porque cuando se desarticule o colapse la economía
extractivista basada en el petróleo, los sobrevivientes buscaremos desesperadamente
patrones de producción ecológicamente viables. Sería mejor que nos moviéramos
conscientemente en esta dirección, la del decrecimiento sustentable (Latouche 2009),
porque cuando acabe la economía de casino que vivimos ahora, no serán las tarjetas de
plástico las que nos podrán dar de comer. El complejo agroindustrial-militar-financiero
por más complejo y entrópico que sea no es el que podrá imponer sus reglas de juego a
las del funcionamiento de la biosfera. Lo que sí tiene futuro es la complejidad basada en
ecopoiesis. La ecopoiesis es la auto-organización de sistemas disipativos aplicada, en el
caso que nos ocupa, a los sistemas que producen alimentos y los demás insumos, en
reciprocidad con el medio local, la región, la cuenca y así sucesivamente, hasta integrar
los espacios productivos en una red de economías ecológicamente sostenibles a partir
de una mínima producción de entropía. ¿Utópico? Si la utopía es el “no lugar” fuera del
tiempo, entonces la ecopoiesis es prácticamente lo contrario. Si bien la utopía sirve
para imaginar un mundo posible, es la ecopoiesis la que se encarga de su realización.
Nosotros podemos favorecer condiciones para que suceda, si estamos de acuerdo.
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Si no aprendemos cómo compartir el mundo –sentencia Bruno Latour– pronto no
habrá más mundo que compartir. Ninguna parte de un todo puede controlarlo, de modo
que deberíamos preocuparnos por la participación en un mundo común. Éste será
resultado de un proceso ecopoiético o no será nada. Un mundo así se construye por sí
mismo a partir de “una visión desde el interior de un tejido de reciprocidades, una
compenetración de percepciones íntimas y modos de subsistir, una visión compartida
de lo que hace falta, aquí y ahora, como una expresión del sentido común de la gente
que habita una casa, un pueblo, un valle o una región” (Rahnema y Robert 2008:87). Es
posible tejer estas reciprocidades, porque ambos, las sociedades humanas y el medio
del que forman parte, son fenómenos naturales en tanto “flujos energéticos que
transportan información” (Adams 2001). En un Universo en expansión, como en un
inmenso océano del caos, en ciertas condiciones singulares surgen “islas de orden”, las
que se deben a la producción de entropía, la que al mismo tiempo aumentan. Sería
ingenuo ignorar el principio entrópico en el funcionamiento de nuestro mundo. Con la
prédica del equilibrio y la harmonía no se podrán exorcizar sus efectos, que son
simultáneamente positivos y negativos. La única ganancia en el juego de la
termodinámica consiste en no quedar fuera de él. Con una población de 6 mil millones
de habitantes en el mundo no es posible seguir saqueándolo sin pagar el precio que el
manejo de la entropía exige. El futuro de un sistema complejo depende de la
información que éste pueda intercambiar con su medio, pero con delicadeza y sin
prisas, pues ya no será la conquista de la naturaleza la que nos conduzca en nombre de
Dios y el progreso a “hacer América” en otros planetas en un luminoso porvenir
intergaláctico.
Bibliografía
Adams, Richard N., El octavo día. La evolución social de la autoorganización de la energía.
UAM, México 2001. (Traducción de The Eight Day. Social evolution as the self-organiza-
tion of energy, University of Texas Press, Austin 1988.)
Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo global. Siglo XXI de España Editores, Madrid 1998.
Chaisson, Eric J., Cosmic Evolution. The Rise of Complexity in Nature. Harward U. Press,
Cambridge 2001.
Diamond, Jared, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen.
Random House Mondadori, México 2007. [Nueva York 2005]
Georgescu-Roegen, Nicholas, La ley de la entropía y el proceso económico. Fundación
Argentaria, Madrid 1996.
FAO, El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2014. Informe anual
disponible en la Red.
González de Molina, Manuel y Victor M. Toledo, Metabolismos, naturaleza e historia.
Hacia una teoría de las transformaciones socioecológicas. Icaria, Barcelona 2011.
Latour, Bruno, Sobre los modos de existencia. Paidós, Madrid 2013.
Latouche, Serge, Decrecimiento y posdesarrollo. El pensamiento creativo contra la
economía del absurdo. El Viejo Topo, Madrid 2009.
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Planck, Max, Una autobiografía científica. Autores varios, Ensayos científicos, Conacyt,
México 1978.
Prigogine, Ilya, Peter M. Allen y Robert Herman, Long term trends and the evolution of
complexity. En: Laszlo, Ervin y Judah Bierman, editores, Goals in a Global Community.
The Original Background Papers for "Goals of Mnkind". A Report to the Club of Rome.
Pergamon Press, Nueva York 1977:1-63. [Tradución al español en Tyrtania, Leonardo,
Termodinámica de la supervivencia para las ciencias sociales. Antología de textos
básicos. UAM, México 1999.]
Rahnema, Majid y Jean Robert, La puissanee des pauvres (essai), Actes Sud, Paris 2008.
Versión en español: La potencia de los pobres, de Cideci /Unitierra, Chiapas, s.f.,
disponible en la red.
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