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PROGRAMA
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
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Pastoral parroquial
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La escolástica medieval se hizo eco del triple oficio de Cristo, pero tampoco llegó
a formular una doctrina completa sobre la división tripartita de los principales servicios
cristianos. Por ejemplo, san Buenaventura describe el triple oficio en varias ocasiones!.
Para santo Tomás, «la potestad espiritual es doble, una sacramental y otra jurisdiccional»,
aunque no faltan en el Angélico textos relativos al oficio pastoral en los que describe la
triple función. En el Comentario a San Mateo (c. 28) escribe: «Euntes ergo docete omnes
gentes. Hic iniungit officium; et triplex iniungit officium. Primo, docendi; secundo
baptizandi; tertium officium informandi quantum ad mores». En la Suma se expresa así:
«Quantum ad alios pertinet, alius est legislator, et alius sacerdos, et alius rex, sed haec
omnia concurrunt in Christo tanquam in fonte omnium gratiarum». Pero tampoco faltaron
escolásticos que enumeraron otros muchos officia Christi diferentes, llegando algunos a
señalar diez, como es el caso de Gregorio de Valencia.
Con la reforma protestante se vuelve a considerar bíblicamente el ministerio
pastoral en su triple vertiente, al situar el servicio profético junto a los otros dos, el
sacerdotal y el real, ambos expuestos ampliamente en la tradición anterior. Calvino es quien
mejor describe la doctrina del ministerio. A partir de 1545 -escribe J. Fuchs-, el reformador
ginebrino «introdujo la doctrina de las tres funciones en la teología de la Iglesia
reformada». En ese tiempo Lutero sólo hablaba de dos funciones de Cristo como «rex» y
«sacerdos». Calvino llegó a admitir que el papado posee los tres títulos de Cristo, aunque
los ejerce «fríamente y con escaso fruto». Su concepción pastoral se basa en Jesucristo
«ministro y mediador» del NT. En la edición de 1560 de su Institutiones escribe que «el
oficio y cargo que le ha sido dado (a Cristo) por el Padre cuando vino al mundo consiste en
tres partes, ya que le fue dado como profeta, rey y sacrificado. Desde entonces, la doctrina
del triple oficio es clásica entre los teólogos protestantes, sobre todo calvinistas. Los
luteranos la aceptaron plenamente en el s. XVII.
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El Catecismo Romano, editado por primera vez en 1566, afirma que «Jesucristo,
nuestro Salvador, en el instante mismo de su encamación asumió el triple oficio de profeta,
sacerdote y rey»21. En la católica penetró modernamente la doctrina del triple oficio a
finales del s. XVIII, sin duda por influencia protestante. Al menos en el año 1758, M.
Gerbert afirma que los teólogos de entonces (se refiere, más bien, a los protestantes)
distinguían las tres funciones. En 1789, año de la Revolución francesa, D. Schrarnm
describe la obra de Cristo basado en esta lluvia e gracias celestiales»28. En la encíclica
Mediator Dei, también de Pío XII, se afirma el triple oficio pastoral de la Iglesia, que «tiene
de común con el Verbo encamado el fin, la obligación y la función de enseñar a todos la
verdad, regir y gobernar a los hombres, ofrecer a Dios el sacrificio aceptable y grato»29.
Los tratados escolares sobre la Iglesia escritos hasta el Vaticano II han defendido, bien la
división bipartita del oficio pastoral, bien la división en tres partes30.
En la teología pastoral previa al Vaticano II se aceptaron tres ministerios o
acciones pastorales: la pastoral profética o acción eclesial de la palabra, la pastoral litúrgica
o acción pastoral del culto y la pastoral hodegética (de hodos, camino) o acción pastoral de
la caridad. Son tres aspectos de la misión de la Iglesia. F.-X. Arnold y P.-A.
Liégé fueron los grandes pastoralistas de las acciones eclesiales. El Vaticano II
expresa en múltiples ocasiones la división tripartita de las acciones pastorales. Los tres
munera Ecclesiae son continuación del triple munus Chisti. Así, la constitución Lumen
gentium aplica el triple servicio pastoral a todo el pueblo de Dios, es decir, al sacerdocio
común de los fieles y al sacerdocio jerárquico (LG 10-12), ya que Cristo es «maestro, rey y
sacerdote nuestro, cabeza del nuevo y universal pueblo de Dios» (LG 13). Según el
Concilio, son los obispos quienes participan de un modo más eminente en la triple potestad,
puesto que, como sucesores de los apóstoles, presiden «en nombre de Dios la grey, de la
que son pastores como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de
gobierno» (LG 20). Esta triple potestad episcopal la reciben «en forma eminente» con la
consagración u ordenación episcopal. Los presbíteros, en virtud del sacramento del orden,
«han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del NT, a imagen de Cristo, sumo y
eterno sacerdote, para predicar el evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto
divino» (LG 28; PO 4-7 y OT 4). «Son cooperadores del orden episcopal en la triple
función sagrada que por su propia naturaleza corresponde a la misión de la Iglesia» (AG
39). Al definir el Vaticano II a los laicos, afirma que son «los fieles que, en cuanto
incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes, a
su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el
mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde» (AA 31).
En definitiva, la misión de la Iglesia, en de acción pastoral, consiste en hacer «comunidades
vivas de fe, de liturgia y de caridad» (AG 19; cf. 14-15. 20 Y 39).
De hecho la división tripartita de la acción pastoral ha sido uno de los logros en la
renovación teológico-pastoral Se basa en la herencia eclesiológico-dogmática de poderes
quicos aludidos, traducidos en acciones eclesiales son anunciadas así: el ministerio
profético, que el poder del magisterio, es servicio de la evangelización, catequesis y
homilía; el ministerio liturgico, incluye el poder del orden la celebración de los cristianos
en varios aspectos: eucaristía, sacramentos y horas; y el ministerio hodegético, el, de es el
servicio cristiano en la organización y dirección eclesial y la promoción caritativa total
como servicio cristiano al mundo.
- División cuatripartita de la acción pastoral Práctica: Al estudiar el lugar que la
liturgia ocupa en la acción la Iglesia como «culminación» y «fuente» a la luz de la
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1. Evangelización (kerigma)
2. Catequización (didaskalía)
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I. LA PARROQUIA
1. Origen de la parroquia
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La palabra p. procede del griego paroikía o bien del verbo paroikéo, que en el
griego clásico significa «vivir junto a». En la traducción griega del A. T., llamada de los
Setenta, equivale dicho verbo a ser extranjero, vivir como forastero o peregrinar (la Vulgata
traduce al latín por peregrinar). Así la paroikía o p. equivale en el A. T. a la comunidad del
pueblo de Dios que vive en el extranjero sin derecho de ciudadanía. En el N. T. existe este
vocablo dos veces, con el mismo significado que en los 16 textos en que aparece en el A.
T. Para los hebreos la paroikía tenía una significación parecida a la de sinagoga o
asamblea. Para los escritores apostólicos de la Iglesia primitiva había una identificación
entre paroikía, Iglesia, reunión o asamblea cultual. Hasta el s. IV la palabra latina paroikía
era la comunidad local de cristianos dirigida y presidida por un presbítero o por un Obispo.
Desde el s. VI se emplea el término diócesis para designar a un conjunto de comunidades
cristianas gobernadas por un Obispo. Pero de hecho, hasta el S. XIII, hay una cierta
confusión entre los términos p. y diócesis. En la Iglesia local primitiva es siempre el
Obispo, rodeado de su presbiterio o equipo sacerdotal, quien tiene la responsabilidad
jerárquica total. Con todo, hacia el s. IV, debido al gran número de cristianos y a que Roma
era ya una gran ciudad, no cabía en la iglesia laterana del Papa toda la reunión cristiana
para la Santa Misa dominical. Se crean entonces diversos lugares de culto con diferentes
títulos, que dan origen a las parroquias; eran las estaciones itinerantes que el Papa recorría
en determinados días del año litúrgico, con lo cual manifestaba la unidad de la Iglesia local.
Los sacerdotes encargados de estas Iglesias titulares, que acabaron por tener liturgia propia,
formaban parte del presbiterio del Obispo. Fuera de las murallas de las ciudades también se
crearon iglesias p., con una mayor independencia de la iglesia episcopal. Extendida al
campo la evangelización en el s. IV, era natural que también ahí se crearan p., que en un
principio eran más centros de misión y catecumenado; los lugares de culto, así, se fueron
multiplicando. A partir del s. VIII, cuando ha ido desapareciendo el catecumenado como
institución, la parroquia tiene ya unos matices definidos tanto en las ciudades como en el
campo, semejantes a los que tiene hoy. Al mismo tiempo, la p., especie de micro-diócesis,
tiende a convertirse en un auténtico beneficio. Al disminuir la labor misionera,
consecuencia de la extensión ya masiva del cristianismo, todo el quehacer parroquial se
centra más en lo sacramental y en lo administrativo. La unidad evangelizadora y
catecumenal de la Iglesia local se atenúa, aunque siempre hay que continuar la catequesis y
predicación a los ya cristianos. Crece el derecho parroquial y decae la misión; se desarrolla
el beneficio canónico, y la liturgia, a veces con poco sentido bíblico, tiende a convertirse en
ocasiones en pura rúbrica. A lo largo de la historia hay muchos intentos y realizaciones para
renovar la vida parroquial, paralelos a la actividad pastoral, las reformas litúrgicas, los
grandes concilios, etc. Hay que señalar, p. ej., la gran labor realizada por el Concilio de
Trento, que recordó a los párrocos la obligación de predicar y de la continua catequesis, fijó
la obligación de residencia, etc. Modernamente hay que resaltar, en relación con el tema, a
S. Pío X, el movimiento litúrgico, los movimientos y asociaciones de apostolado y
espiritualidad entre los laicos, etc.
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iglesia de Roma aparece la ciudad dividida en titulus ya desde el siglo III, en lo que se
considera un antecedente de la parroquia. Algunas de las actuales parroquias romanas
aseguran existir desde esa época. Y en Europa no es difícil encontrar parroquias con más de
mil años de existencia continuada e ininterrumpida, aunque han usado diversos templos en
tan gran lapso de tiempo.
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1.5 La cuasiparroquia
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2. El párroco
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3. El vicario parroquial
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Iglesia en zonas urbanas, industriales, obreras, turísticas, etc., precisamente donde sólo
existía de un modo jurídico. En 1931. publicó G. Le Bras un manifiesto con el que se
abrieron perspectivas nuevas para inventariar y explicar «los efectivos del catolicismo en
las diversas regiones de Francia». Desde 1931 a 1940 G. Le Bras prácticamente solo. Pero
más tarde se despertó un movimiento de renovación en la acción pastoral total, en el que
influyeron factores como el empuje de la Mission de France fundada en 1941; la
experiencia de los sacerdotes obreros surgida por confrontaciones obtenidas en los frentes
de la segunda guerra mundial, los campos de concentración y la resistencia francesa a la
ocupación alemana; la renovación de la misión parroquial en los años 1943-1945 y el
despertar de la AC especializada por ambientes. Profeta de esta nueva pastoral fue H.
Godin, quien atisbó, poco antes de morir en 1944, una concepción apostólica de la Iglesia
basada en un nuevo dinamismo misionero, una preocupación social, un análisis realista de
la situación religiosa y una colaboración activa del estamento seglar. Basados en estas
aportaciones, y por caminos convergentes, llegaron a unas conclusiones semejantes F.
Boulard y J.-F. Motte, el primero desde sus trabajos socio-religiosos y el segundo desde su
experiencia en las misiones generales.
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a) Nivel diocesano
Sin la coordinación de todo el clero que trabaja en una diócesis bajo la dirección
del obispo a través de estructuras pastorales intermedias, no es posible una pastoral de
conjunto. La teología del presbyterium, expresada conciliarmente en LG (n. 28) y en CD (n.
28), se recoge en PO (n. 7). La carta apostólica Ecclesiae sanctae al señalar las normas de
los decretos sobre el oficio de los obispos y de los sacerdotes, concreta el sentido que deben
poseer dos organismos diocesanos fundamentales: el consejo presbiteral y el consejo
pastoral.
1. El consejo presbiteral
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con la naturaleza sacramental del oficio de los presbíteros, que, en virtud de la ordenación,
se constituyen en «necesarios colaboradores y consejeros» de los obispos (PO 7).
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Las comisiones de pastoral pueden ser coordinadas por una secretaría técnica o
centro diocesano, que, a su vez, recoge las consultas del consejo de pastoral. Este centro
diocesano es en realidad un «centro de acción pastoral», como lugar en donde se establece
el contacto entre la línea horizontal de las comisiones y la vertical del obispo, vicario y
consejo presbiteral.
b) Nivel infradiocesano
1. Zona pastoral
Para llevar a cabo la acción pastoral son necesarias las zonas pastorales,
estructuras intermedias entre la parroquia y la diócesis en zona urbana -afirma F. J. Calvo-
es un conjunto en que los ambientes gozan de cierta homogeneidad por depender de los
mismos centros de influencia». En la zona pastoral interesan todos, especialmente la
mentalidad, la vivencia y la practica religiosa. La importancia de la zona es decisiva, ya que
en ella convergen la mayor parte de los problemas y necesidades. Con la zona es demasiado
pequeña, el arciprestazgo es limitado y la diócesis es demasiado grande para que los
problemas sean tratados convenientemente. La zona es necesaria en la regiones de cara a
una pastoral de conjunto. La zona pastoral urbana es mas difícil de precisar. Evidentemente,
para evangelizar en una ciudad hay que tener en cuenta todo su conjunto, así como la
presencia de barrios enteros homogéneos. De hecho, ya existen las vicarías de zona en
muchas urbes, de reciente creación, y los arciprestazgos, antiguas estructuras canónicas
territoriales.
En la zona debe existir un responsable que coordine los esfuerzos de las parroquias
y arciprestes en una pastoral de conjunto, abierta a la orientación total diocesana. Pueden
ayudarle los delegados de zona de los sectores de la pastoral que trabajan directamente con
las comisiones pastorales diocesanas. El responsable y los delegados de zona, junto con los
arciprestes, constituyen el consejo o comisión pastoral de zona. El objetivo de esta
comisión reside en reflexionar sobre los problemas humanos y religiosos de la zona, para
marcar los objetivos concretos de la acción pastoral. El análisis de la realidad exige la
ayuda de los sociólogos. Una vez analizada la realidad, se traza la correspondiente
orientación pastoral, que, de ordinario, exigirá una adecuación de la mentalidad de los
agentes o responsables a dicha situación.
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2. Arciprestazgo
3. Consejo parroquial
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frente (CIC can. 536), simboliza el objetivo de la comunidad, ayuda a tomar decisiones,
transmite información válida y anima a los miembros de la parroquia.
c. Nivel supradiocesano
1. El colegio episcopal
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pastoral (como por ejemplo la parroquia, el movimiento, la comunidad de base, etc.) tendrá
manifestaciones muy diversas, según las actitudes que haya detrás. Frecuentemente, en los
diálogos pastorales, no se tiene muy en cuenta todo esto y, en estos casos, la conversación
gira alrededor del mismo tema, y queda a nivel de palabras, puesto que el significado de
éstas es diferente o, incluso, opuesto. El diálogo en estos casos es un diálogo estéril puesto
que se está hablando teóricamente de lo mismo pero en la práctica se habla de realidades
diversas.
Muchas veces, por una falta de profundidad, o bien por entender la unidad como
un valor que es necesario salvar por encima de todo, no se hace un diálogo a nivel de estas
actitudes por el miedo que, al descubrir puntos de partida diversos, se pueda romper la
comunión. Es comprensible este miedo y la voluntad de conservar la unidad en la
comunión. Ahora bien, si no se plantean los problemas en su momento, más tarde o más
temprano, saldrán a la superficie y, entonces la solución es mucho más complicada porque,
con el tiempo, los problemas tienden a deteriorarse.
2. Criterios orientadores
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que ha pasado por el fracaso. Debido a este fracaso, actualmente unos han vuelto al trabajo
individualista, otros han pactado con el desencanto, y finalmente, otros están
desconcertados. El futuro lo están abriendo aquellos que no han caído ni en el
individualismo ni el desencanto. Esto se puede hacer en la medida que recuperemos la
conciencia y la perspectiva de la misión encomendada por Jesucristo a la Iglesia.
Un tercer elemento está en el reencuentro de la fraternidad y de la radical igualdad
bautismal de los presbíteros, religiosos y laicos en el proyecto común de la Iglesia, aunque
con las respectivas tareas específicas de cada uno al servicio del bien común. Donde se da
este elemento se va produciendo una reconstrucción comunitaria. A pesar de que no abunda
mucho la práctica comunitaria, en aquellos lugares donde se realiza nos muestra que es un
factor decisivo.
Un cuarto elemento es la necesidad del grupo concreto y real. La existencia del
grupo realiza una función autocrítica o de profundización de los pensamientos e
intenciones, como resultado de un diálogo abierto y crítico. Realiza también una función
terapéutica o de recuperación emocional y afectiva de los miembros de la comunidad, como
resultado de vivir la experiencia de la comunicación en profundidad. Finalmente, el grupo
realiza también una función operativa, o de relanzamiento, una y otra vez, al mundo de las
realidades cotidianas, a fin de dar testimonio desde la confianza y la alegría salvadora que
dan la Palabra de Dios, la oración y la eucaristía.
Un quinto elemento es la necesidad de releer la experiencia de la pequeña
comunidad y de la iglesia local a la luz de la experiencia de Jesucristo, encarnado, muerto y
resucitado. Los momentos de encarnación comunitaria han de ser iluminados a la luz de la
teología de la encarnación del Hijo de Dios. Los momentos de fracaso y crisis pueden
superarse gracias a la luz que proyecta sobre la vida la teología de la cruz. Los momentos
de superación de la crisis, encuentran su horizonte a la luz de la teología del Cristo glorioso.
La historia de la comunidad, muy a menudo, vive en la propia carne este camino de
Jesucristo. Esto es muy positivo teológicamente puesto que da sentido y seguridad en la
vivencia de la fe comunitaria hacia la madurez, a la que apunta el Evangelio integral. Este
acompañamiento cristológico y la lectura teológica correspondiente, hacen que los
momentos de encarnación comunitaria y los de superación de las crisis, no se conviertan en
falsamente eufóricos, y que los momentos de crisis no se conviertan en fatalistas o
depresivos. En definitiva, estos elementos aportan a la comunidad de fe la sabiduría de la
cruz y la ponderación.
Un sexto elemento es la necesidad de realizar una reflexión teológica sobre la
propia experiencia de la comunidad. Esta teología ha de partir, en un primer momento, de
un análisis antropológico y teológico sobre la propia comunidad, desde los aspectos
positivos y desde los desafíos que planean sobre ella. En un segundo momento hay que
buscar criterios teológicos para avanzar. Estos criterios han de ser de orden antropológico,
cristológico, eclesiológico, pastoral y espiritual. A la luz de estos criterios es necesario
replantear la acción en general, los servicios comunitarios a fin de que no le falle nada a la
comunidad; es necesario replantear también la experiencia de la vida trascendente, la
mística comunitaria y la pastoral de conjunto, de cara a avanzar en la praxis cristiana y
poder hacer la verdad.
Un séptimo elemento es la necesidad de una espiritualidad. Por supuesto no nos
referimos a las escuelas de espiritualidad son legítimas pero libres, sino a un nivel mucho
más profundo: el de la urgencia del arraigo comunitario en el Espíritu Santo, mediante la
contemplación y la oración. Las escuelas de espiritualidad son legítimas pero no se pueden
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existencialista, a una pastoral estructurada en función del bien común. El segundo nos
conduce a edificar la comunidad desde sus fundamentos. Ambos criterios conducen a
participar en la elaboración de los proyectos pastorales comunes, a elaborar la tarea pastoral
de los otros, y a trabajar, contemplar y celebrar conjuntamente, es decir, eclesialmente.
Comencemos, pues, una reflexión sobre las estructuras organizativas básicas que
configuran la Iglesia de hoy, es decir, alrededor de aquellas mediaciones que son cotidianas
en la vida de la Iglesia.
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Las comunidades de base son pequeñas comunidades que pretenden establecer una
relación, concreta y existencial, entre la vida real y la fe de los que la forman.
Por ellas mismas no son una contraposición a la parroquia, comunidad de
comunidades, pero sí son una alternativa a la parroquia de signo burocrático y
administrativo.
Históricamente algunas de las comunidades de base han tenido un fuerte
componente de contestación a la situación establecida, y se han mantenido más por una
crítica de la situación ideológica (de poder económico, de dominio, etc.), que no por la
alternativa positiva que significaban para el bien común de la Iglesia Universal.
Otras comunidades de base han nacido como un intento de encontrar respuesta
ante los diversos desafíos planteados por la realidad. Aunque estas comunidades de base se
han desarrollado por todo el mundo, es en Latinoamérica donde han adquirido un desarrollo
cuantitativo significativo para la vida de la Iglesia Universal.
La clave teológica para la viabilidad de las comunidades de base está en la
capacidad de realizar todos los elementos de la vida cristiana en el interior de la pequeña
comunidad. El estatuto, pues, de las comunidades de base es el estatuto teológico de la
Iglesia (LG. 26).
Puestas estas condiciones, que son generales para todas las estructuras pastorales,
hemos de afirmar la validez de las comunidades de base para la renovación de la pastoral.
Las parroquias responden a una necesidad de vivir la fe y el seguimiento de
Jesucristo en apertura a toda la comunidad, sin distinción de edades, sexo, ideologías y
situaciones sociales. En este sentido ponen de relieve la catolicidad de la fe.
El arraigo de las comunidades de base en la Iglesia Local y en la Iglesia Universal
ha de ser un elemento constitutivo y definidor de las mismas.
Las comunidades de base pueden realizar esta integración al igual que las
parroquias territoriales o personales. Realizada esta integración, reúnen las condiciones
para ser consideradas como estructuras básicas de la pastoral.
Las comunidades de base también responden a una necesidad vital de la persona,
principalmente en las grandes ciudades, donde el anonimato de las personas ha hecho que
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ninguna duda de que, esta mediación, lleva en su interior una intuición y una llamada a toda
la Iglesia, para que toda ella, sea evangelizadora.
d) Parroquias, comunidades de base y movimientos apostólicos
En los apartados anteriores hemos descrito y valorado las posibilidades y
dificultades de cada una de estas mediaciones pastorales. Hemos de afirmar también que,
actualmente, estas mediaciones estructurales básicas de la acción pastoral son nece- sarias y
complementarias porque ayudan a la vivencia de la fe y al aprendizaje del estilo de vida de
Jesucristo. Lo que ocurre es que lo hacen respondiendo a situaciones diversas. Podemos
decir que las contradicciones que hemos vivido, manifiestan que la situación está madura
para una búsqueda de la complementariedad.
Las mediaciones estructurales educativas, cuando se convierten en un fin para ellas
mismas, dan lugar a la confrontación y a la neutralización. Por esta razón, la realidad de la
base eclesial, que gira alrededor de estas estructuras, necesita un replanteamiento en
función de la especificidad y, al mismo tiempo, en función de la complementariedad.
A menudo se plantean como un dilema, por falta de profundidad antropológica y
teológica, muchas alternativas que son complementarias. Es necesario, pues, analizar la
realidad de estas tres mediaciones organizativas de la comunidad cristiana, en función de la
especificidad y la complementariedad. El tema teológico de fondo es la relación entre la
comunión y la evangelización.
Las parroquias, las comunidades de base y los movimientos apostólicos son tres
estructuras que responden a situaciones diversas y acentúan aspectos diversos. En una
perspectiva global, y de bien común son complementarias. Un diálogo que no sea ni irenista
ni autoritario puede ayudar a profundizar esta complementariedad.
Detrás de las estructuras puede haber un mismo espíritu pastoral, y un mismo
trabajo pedagógico, si se sabe distinguir entre las necesidad de unos equipos de base, que
tienen como finalidad la formación de los cristianos, en su multidimensionalidad y
solidaridad, y la necesidad de unos equipos de acción eclesial, que se preocupan de que no
le falte nada a la comunidad global.
Los equipos de base eclesial pueden existir en el interior de las tres mediaciones.
Tienen como finalidad, establecer un diálogo entre la vida concreta, con todas las
cuestiones existenciales que ella suscita, y la fe cristiana. Son equipos gratuitos, en el
sentido de que tienen como valor supremo la persona humana vista a la luz del designio de
Dios. En principio, no pretenden nada más que ayudar a la persona a ser la misma en su
crecimiento y fruto de este crecimiento personal, se deriva la exigencia de un compromiso,
asumido-consciente y personalmente, de servicio y transformación de las estructuras, al
servicio de las personas, y un compromiso eclesial o de disponibilidad comunitaria. Estos
equipos se pueden dar en las tres mediaciones, pero caso las personas que forman-el no
siempre. En grupo pueden desarrollar un servicio durante cierto tiempo. Al estar detenidos
en cuanto a su crecimiento personal se refiere, corren el peligro, a la larga, de agotarse,
cansarse' e incluso quemarse.
Frecuentemente esto no pasa. La Teología Pastoral estructural educativa ha de ser
crítica respecto de toda organización, a fin de que la organización esté al servicio de la
persona, y consecuentemente, ha de ayudar a potenciar estos equipos de base o de
solidaridad. La experiencia pastoral puede ayudar mucho a valorar la importancia de esta
afirmación'
Los equipos de acción eclesial tienen como finalidad la función de cubrir
necesidades que el desarrollo de las comunidades comporta, como por ejemplo, los equipos
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futuro. A nivel rural la comarca natural puede dar soporte a este estilo pastoral. El
instrumento clave es doble: por un lado la configuración del grupo mediante el pacto de la
cooperación, y por todo lado, el Consejo de Pastoral como instrumento comunitario al
servicio de la solidaridad. En los casos en los que se dan estas dos condiciones, el Consejo
de Pastoral u otros instrumentos parecidos, vigilan la marcha de la evangelización, de la
catequesis, de las celebraciones litúrgicas; dan soporte a los movimientos de niños, de
jóvenes y de adultos, más amplios que la parroquia; enlazan el arciprestazgo con la vida de
la diócesis; convocan asambleas generales comarcales en las cuales abordan el balance de
la situación, se revisa y se planifica de cara al futuro. Esto supone un rodaje largo que no
siempre es creciente, puesto que existen las crisis correspondientes, pero es un camino
viable.
El éxito de estas experiencias pastorales depende en gran medida del soporte que
tengan desde las estructuras diocesanas y, en especial, del obispo local. En su
funcionamiento cotidiano, también, en gran parte' de la labor integradora que los
presbíteros de los diferentes núcleos del arciprestazgo. No obstante, cada vez más la
comarca condicionará la vida de los pueblos que la integran porque habrá más servicios
centralizados en el núcleo comarcal principal. Por eso, la vida socio-cultural conducirá cada
vez más a que, sin perder la iniciativa espontánea de cada pueblo, se tienda a compartir la
realidad, la fe y la vida eclesial de todos los núcleos parroquiales de la comarca.
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