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Pastoral Parroquial y Especializada

Seminario Mayor Cristo Buen Pastor


Puerto Salgar - Cundinamarca
2018

PROGRAMA

1. La parroquia, el párroco y el vicario


2. La pastoral de conjunto
3. Pastoral infantil, juvenil y universitaria
4. Proyectos y grupos de promoción social
5. La pastoral familiar
6. Los ministerios laicales
7. La pastoral profética
8. La pastoral educativa
9. La pastoral vocacional
10. La pastoral de los consagrados
11. La pastoral ecuménica

BIBLIOGRAFÍA

• FLORISTAN, CASIANO. Teología práctica. La acción pastoral (Salamanca


1998)
• PRAT Y PONS. Tratado de Teología pastoral (Salamanca, 2005).
• CHECA, RAFAEL. La pastoral de la espiritualidad cristiana (Burgos, 2000).
• SANDRIN, LUCIANO. Teología pastoral (Madrid, 2014).
• CALVO, ROBERTO. Diccionario del animador Pastoral (Burgos, 2005).
• CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO (CIC).
• CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (CEC).
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INTRODUCCIÓN

Se entiende por acción pastoral o acción eclesial la actualización de la praxis de


Jesús por la Iglesia, de cara a la implantación del reino de Dios en la sociedad, mediante la
constitución del pueblo de Dios en estado de comunidad cristiana. Esta amplia tarea implica
diversas funciones, denominadas acciones pastorales o acciones eclesiales, es decir,
ministerios de la Iglesia en diferentes ámbitos de realización. A lo largo de la historia, la
Iglesia ha dividido estas funciones de diversos modos, de acuerdo a una determinada
interpretación bíblica, visión cristológica, comprensión de la ec1esiología, función de la
jerarquía, corresponsabilidad de los laicos y análisis de la sociedad o del mundo.

1. División tripartita de la acción pastoral

a) Fundamentación neotestamentaria del triple oficio La trilogía profeta, sacerdote


y rey ha servido con frecuencia para explicar la misión de Cristo, de sus discípulos y de la
Iglesia. A su vez, «las connotaciones profética, sacerdotal y regia, aplicada a Jesucristo y a
su ministerio, es decir, a su misión salvífica -escribe A. Favale-, tienen su más concreta
expresión en la alegoría o imagen joánica del buen pastor (Jn 10, 3). Desde estos
presupuestos, la doctrina eclesiológica del magisterium, ministerium y regimen se derivó
frecuentemente del «triple oficio de Cristo» como maestro o doctor (función sacerdote o
sacrificador (función cultual) y rey o pastor (función regia). Este triple oficio de Cristo dio
lugar posteriormente a los tres poderes jerárquicos: el magisterio o poder de enseñar lo da
el orden o poder de santificar la vida cristiana por la «administración de los sacramentos»;
y la jurisdicción o poder de gobernar a los bautizados para «dirigir la grey cristiana». De
ahí se extrajo modernamente el triple ministerio de la palabra, de los sacramentos y de la
dirección o kybernesis (acción de guiar un barco). Estos se denominaron asimismo
funciones pastorales: la profética (anuncio de la palabra), la litúrgica (celebración del culto)
y la caritativa (servicio de la comunidad).
Los intentos de fundamentar esta triple división en dos textos neotestamentarios
parecen forzados exegéticamente. El primer texto de Juan «y?, soy el camino, la verdad y la
vida». Según un intento de interpretación, a todas luces exagerado, Jesús es maestro como
verdad, rey como camino y sacerdote como vidas.
El segundo es de (28, 18-20): «Se me ha dado plena autoridad en el Cielo y en la
tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que yo estoy
con vosotros cada día, hasta el fin de esta edad». En este texto podrían observarse tres
cosas: la adhesión al mensaje del reino, el acto del bautismo y la puesta en práctica del
evangelio en la Al menos se expresa un mandato de proyección misionera mediante el
empleo de tres verbos de acción: hacer discípulos, bautizar y enseñar, pero se trata más de
una «síntesis cristiana» que de un «programa pastoral». El escriturista F. Prat anotó que
Cristo aparece como rey en los sinópticos, profeta en Juan y sacerdote en la carta a los
Hebreos?

b) Visión patrística del triple oficio de Cristo

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Algunos sostienen que el NT da pie para deducir el denominado triplex munus


Christi, aunque nunca se presenta en la Escritura una trilogía sistemática de las tres
funciones. No obstante, algunos Padres de la Iglesia se hacen eco esporádicamente de esta
trilogía, preocupados por relacionar el triple oficio de Cristo con algunos textos del AT,
para aplicar sus consecuencias a la condición cristiana. Así, Eusebio de Cesarea (265-340)
afirma que el triple oficio real, sacerdotal y profético es participado por todos los cristianos
del mismo Cristo, rey, sacerdote y profetas. Juan Crisóstomo (344-407), dirigiéndose al
cristiano le dice: «Tú te haces rey, sacerdote y profeta por el bautismo; rey, por la victoria
sobre tus malas acciones y la destrucción de los pecados; sacerdote, por la ofrenda de ti
mismo a Dios, la inmolación de tu cuerpo y de tu persona (2 Tit 2,2); profeta, por el
conocimiento del futuro, por la inspiración y la signación». Pedro Crisólogo (406- 450)
afirma de un modo semejante que los tres oficios de Cristo enriquecen al cristiano.
También Jerónimo (347-420) conoce la distinción de los tres oficios, prefigurados ya en la
ley y que aplicará a los cristianos!!. Agustín de Hipona (354-430) compara extensamente el
profetismo, sacerdocio y realeza de la antigua alianza con la nueva Próspero de Aquitania
reconoce en Samuel la imagen de Cristo en el ejercicio de su triple oficio real, sacerdotal y
profético. Este testimonio patrístico se mantiene firme hasta el s. IX. Con todo, los Padres
no formularon una trilogía sistemática de ministerios pastorales.

c) Evolución teológica del triple oficio

La escolástica medieval se hizo eco del triple oficio de Cristo, pero tampoco llegó
a formular una doctrina completa sobre la división tripartita de los principales servicios
cristianos. Por ejemplo, san Buenaventura describe el triple oficio en varias ocasiones!.
Para santo Tomás, «la potestad espiritual es doble, una sacramental y otra jurisdiccional»,
aunque no faltan en el Angélico textos relativos al oficio pastoral en los que describe la
triple función. En el Comentario a San Mateo (c. 28) escribe: «Euntes ergo docete omnes
gentes. Hic iniungit officium; et triplex iniungit officium. Primo, docendi; secundo
baptizandi; tertium officium informandi quantum ad mores». En la Suma se expresa así:
«Quantum ad alios pertinet, alius est legislator, et alius sacerdos, et alius rex, sed haec
omnia concurrunt in Christo tanquam in fonte omnium gratiarum». Pero tampoco faltaron
escolásticos que enumeraron otros muchos officia Christi diferentes, llegando algunos a
señalar diez, como es el caso de Gregorio de Valencia.
Con la reforma protestante se vuelve a considerar bíblicamente el ministerio
pastoral en su triple vertiente, al situar el servicio profético junto a los otros dos, el
sacerdotal y el real, ambos expuestos ampliamente en la tradición anterior. Calvino es quien
mejor describe la doctrina del ministerio. A partir de 1545 -escribe J. Fuchs-, el reformador
ginebrino «introdujo la doctrina de las tres funciones en la teología de la Iglesia
reformada». En ese tiempo Lutero sólo hablaba de dos funciones de Cristo como «rex» y
«sacerdos». Calvino llegó a admitir que el papado posee los tres títulos de Cristo, aunque
los ejerce «fríamente y con escaso fruto». Su concepción pastoral se basa en Jesucristo
«ministro y mediador» del NT. En la edición de 1560 de su Institutiones escribe que «el
oficio y cargo que le ha sido dado (a Cristo) por el Padre cuando vino al mundo consiste en
tres partes, ya que le fue dado como profeta, rey y sacrificado. Desde entonces, la doctrina
del triple oficio es clásica entre los teólogos protestantes, sobre todo calvinistas. Los
luteranos la aceptaron plenamente en el s. XVII.

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El Catecismo Romano, editado por primera vez en 1566, afirma que «Jesucristo,
nuestro Salvador, en el instante mismo de su encamación asumió el triple oficio de profeta,
sacerdote y rey»21. En la católica penetró modernamente la doctrina del triple oficio a
finales del s. XVIII, sin duda por influencia protestante. Al menos en el año 1758, M.
Gerbert afirma que los teólogos de entonces (se refiere, más bien, a los protestantes)
distinguían las tres funciones. En 1789, año de la Revolución francesa, D. Schrarnm
describe la obra de Cristo basado en esta lluvia e gracias celestiales»28. En la encíclica
Mediator Dei, también de Pío XII, se afirma el triple oficio pastoral de la Iglesia, que «tiene
de común con el Verbo encamado el fin, la obligación y la función de enseñar a todos la
verdad, regir y gobernar a los hombres, ofrecer a Dios el sacrificio aceptable y grato»29.
Los tratados escolares sobre la Iglesia escritos hasta el Vaticano II han defendido, bien la
división bipartita del oficio pastoral, bien la división en tres partes30.
En la teología pastoral previa al Vaticano II se aceptaron tres ministerios o
acciones pastorales: la pastoral profética o acción eclesial de la palabra, la pastoral litúrgica
o acción pastoral del culto y la pastoral hodegética (de hodos, camino) o acción pastoral de
la caridad. Son tres aspectos de la misión de la Iglesia. F.-X. Arnold y P.-A.
Liégé fueron los grandes pastoralistas de las acciones eclesiales. El Vaticano II
expresa en múltiples ocasiones la división tripartita de las acciones pastorales. Los tres
munera Ecclesiae son continuación del triple munus Chisti. Así, la constitución Lumen
gentium aplica el triple servicio pastoral a todo el pueblo de Dios, es decir, al sacerdocio
común de los fieles y al sacerdocio jerárquico (LG 10-12), ya que Cristo es «maestro, rey y
sacerdote nuestro, cabeza del nuevo y universal pueblo de Dios» (LG 13). Según el
Concilio, son los obispos quienes participan de un modo más eminente en la triple potestad,
puesto que, como sucesores de los apóstoles, presiden «en nombre de Dios la grey, de la
que son pastores como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de
gobierno» (LG 20). Esta triple potestad episcopal la reciben «en forma eminente» con la
consagración u ordenación episcopal. Los presbíteros, en virtud del sacramento del orden,
«han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del NT, a imagen de Cristo, sumo y
eterno sacerdote, para predicar el evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto
divino» (LG 28; PO 4-7 y OT 4). «Son cooperadores del orden episcopal en la triple
función sagrada que por su propia naturaleza corresponde a la misión de la Iglesia» (AG
39). Al definir el Vaticano II a los laicos, afirma que son «los fieles que, en cuanto
incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes, a
su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el
mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde» (AA 31).
En definitiva, la misión de la Iglesia, en de acción pastoral, consiste en hacer «comunidades
vivas de fe, de liturgia y de caridad» (AG 19; cf. 14-15. 20 Y 39).
De hecho la división tripartita de la acción pastoral ha sido uno de los logros en la
renovación teológico-pastoral Se basa en la herencia eclesiológico-dogmática de poderes
quicos aludidos, traducidos en acciones eclesiales son anunciadas así: el ministerio
profético, que el poder del magisterio, es servicio de la evangelización, catequesis y
homilía; el ministerio liturgico, incluye el poder del orden la celebración de los cristianos
en varios aspectos: eucaristía, sacramentos y horas; y el ministerio hodegético, el, de es el
servicio cristiano en la organización y dirección eclesial y la promoción caritativa total
como servicio cristiano al mundo.
- División cuatripartita de la acción pastoral Práctica: Al estudiar el lugar que la
liturgia ocupa en la acción la Iglesia como «culminación» y «fuente» a la luz de la

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constitución Sacrosanctun Concilium (n. 10), propuse en Teología de la acción pastoral


(Madrid 1968) una distinción elemental -corriente entre franceses- un antes de la liturgia
(evangelización y catequesis) y un compromiso de caridad?. Aunque esta división era
tripartita (ministerio profético, litúrgico y ,para hablar de .una división en cuatro partes, al
añadir la edificación de comunidad misma a las tres acciones anteriores. En 1985, al
estudiar la pastoral litúrgica como parte de la acción pastoral, propuse la división en partes
correspondientes a cuatro momentos: dos antes de liturgia (tiempo de la evangelización y
de la catequesis) y dos después (tiempo de la comunidad y del servicio al
mundo). Recientemente E. Alberich señala «cuatro formas fundamentales de presencia
eclesial»: diaconía, koinonía, kerigma y liturgia. «De este modo -afirma-, la Iglesia se
presenta en el mundo como el lugar por excelencia del servicio, de la del de la fiesta, en
correspondencia con cuatro categorías antropológicas de base: el pensamiento, la acción, la
relación son modos equivalentes de subrayar la y el de estas cuatro formas de ser en el
mundo signo eclesial del Remo». D. Borobio indica asimismo cuatro dimensiones de
analizar el puesto de la liturgia en la acción de la Iglesia: la palabra o profética (martyría:
predicación, del culto o litúrgica (leiturgía: alabanza Dios y hombre), la dimensión de la
caridad ; al prójimo) y la dimensión de comunión o directiva (koinonia o servicio).

a) La misión profética o pastoral de la palabra (martyría).

La misión profética (martyría) lleva anuncio y verificación del un sentido amplio,


la fe teologal. Se muestra en este, el servicio de la palabra o de finalidad de este ministerio
es mostrar a Jesús como profeta. La de Dios y revelar el horizonte la fe, desentrañar el
sentido la evangelización, la catequesis y la .o del Incluye Interpretación teológica.

1. Evangelización (kerigma)

La primera acción o praxis cristiana es la proclamación, con hechos y palabras, del


evangelio del reino a los pobres y, desde la justicia con los pobres, a todos los hombres, con
un propósito de conversión al evangelio y a su mensajero Jesucristo. En cuanto primera y
fundamental acción pastoral, la evangelización debe ser testimonio y profesión de fe en la
experiencia humana, signo de interrogación espiritual, manifestación del sentido de la
humanidad y anuncio explícito de la obra de Jesucristo, revelador del Dios cristiano.

2. Catequización (didaskalía)

Un segundo momento de la praxis profética viene dado por la necesidad de una


teoría y práctica cristianas de la iniciación o reiniciación a la fe y por el proceso permanente
y creciente de profundizar la fe por parte de la comunidad cristiana y de todos sus
componentes. La catequesis debe explicitar el sentido ofrecido por la revelación con una
reinterpretación actual; enseñar los puntos esenciales de la fe en su historia, contenidos y
actualidad; educar popularmente la vigencia de la fe y de los sacramentos y contribuir a la
actualización del discurso cristiano.

3. Interpretación teológica (krisis)

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Es el polo crítico y profético del discernimiento, donde se ilumina la vida a la luz


del sentido cristiano ofrecido por Jesús. Es llamada a conversión y a transfiguración
constantes. La interpretación debe analizar críticamente la vida de los cristianos y de la
Iglesia, iluminar lo cotidiano y confrontar la fe con la cultura, la técnica, la ciencia, etc.
b) La fraternidad vivida o pastoral comunitaria (koinonía) La misión de la
fraternidad vivida (koinonía) es servicio de caridad ad intra. Desvela el misterio de la
comunión y revela la paternidad de Dios en la fraternidad cristiana. Su objetivo es hacer
crecer a la comunidad entera. Jesús aparece como maestro. Los creyentes se congregan en
la comunión mediante el instrumento organizativo de la comunidad cristiana. Se reúnen en
asamblea para conocer experiencialmente la sabiduría de Dios y poder confrontarla con
todos los problemas del proceso humano histórico, con objeto de construir una nueva
fraternidad.
La misión de la Iglesia o de las comunidades cristianas es la evangelización, que
anuncia la salvación de Dios, ocurrida en Cristo y esperada por la humanidad. Esto exige
aceptar, como sujeto colectivo, su obediencia a las exigencias liberadoras de la palabra de
Dios desde la esperanza cristiana en el Espíritu santo; denunciar proféticamente cualquier
situación real de opresión, experimentando en carne propia las miserias del pueblo, y
anunciar la plena libertad y el Reino de justicia prometido por Dios, abriendo vías
continuas de reforma y de cambio o de conversión.

c) La vida sacramental o pastoral litúrgica (leitourgía)

La misión litúrgica abarca todo el conjunto de la celebración de los misterios


cristianos. Su propósito es celebrar el culto cristiano. Es servicio de esperanza. Revela el
agradecimiento a Dios y muestra que el mundo no es catástrofe. Aparece Jesús como
sacerdote de la nueva alianza. También es llamada esta función doxología.
La liturgia, etimológicamente, es algo que se hace, es decir, actividad, acción o
praxis. La liturgia es la acción simbólica cristiana de la asamblea, reunión en un momento
dado de la comunidad de creyentes. En resumen, es acción simbólica actualizadora de la
praxis pascual de Jesús el Cristo, que comprende toda la acción liberadora de Jesús (o de su
causa) hasta su muerte, sin olvidar la acción de Dios en la resurrección y donación del
Espíritu.

d) El compromiso liberador o pastoral social (diakonía)

Por último, la misión liberadora (diakonía) es función «sociopastoral». Es servicio


de caridad ad extra. Revela el misterio de la edificación del reino fuera de las fronteras de
la Iglesia, a través de una sociedad más humana, a saber, más justa y libre. Jesús aparece
como primogénito de la nueva creación.
Esta acción pastoral cubre la amplia etapa del ejercicio de la existencia en el
mundo. Todos los conocimientos y técnicas están al servicio de la transformación de la
realidad o liberación, mediante la praxis de la justicia. Aquí entra la lucha contra toda
opresión, dominación o dependencia de cara a la creación de una nueva sociedad.

I. LA PARROQUIA

1. Origen de la parroquia

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La palabra p. procede del griego paroikía o bien del verbo paroikéo, que en el
griego clásico significa «vivir junto a». En la traducción griega del A. T., llamada de los
Setenta, equivale dicho verbo a ser extranjero, vivir como forastero o peregrinar (la Vulgata
traduce al latín por peregrinar). Así la paroikía o p. equivale en el A. T. a la comunidad del
pueblo de Dios que vive en el extranjero sin derecho de ciudadanía. En el N. T. existe este
vocablo dos veces, con el mismo significado que en los 16 textos en que aparece en el A.
T. Para los hebreos la paroikía tenía una significación parecida a la de sinagoga o
asamblea. Para los escritores apostólicos de la Iglesia primitiva había una identificación
entre paroikía, Iglesia, reunión o asamblea cultual. Hasta el s. IV la palabra latina paroikía
era la comunidad local de cristianos dirigida y presidida por un presbítero o por un Obispo.
Desde el s. VI se emplea el término diócesis para designar a un conjunto de comunidades
cristianas gobernadas por un Obispo. Pero de hecho, hasta el S. XIII, hay una cierta
confusión entre los términos p. y diócesis. En la Iglesia local primitiva es siempre el
Obispo, rodeado de su presbiterio o equipo sacerdotal, quien tiene la responsabilidad
jerárquica total. Con todo, hacia el s. IV, debido al gran número de cristianos y a que Roma
era ya una gran ciudad, no cabía en la iglesia laterana del Papa toda la reunión cristiana
para la Santa Misa dominical. Se crean entonces diversos lugares de culto con diferentes
títulos, que dan origen a las parroquias; eran las estaciones itinerantes que el Papa recorría
en determinados días del año litúrgico, con lo cual manifestaba la unidad de la Iglesia local.
Los sacerdotes encargados de estas Iglesias titulares, que acabaron por tener liturgia propia,
formaban parte del presbiterio del Obispo. Fuera de las murallas de las ciudades también se
crearon iglesias p., con una mayor independencia de la iglesia episcopal. Extendida al
campo la evangelización en el s. IV, era natural que también ahí se crearan p., que en un
principio eran más centros de misión y catecumenado; los lugares de culto, así, se fueron
multiplicando. A partir del s. VIII, cuando ha ido desapareciendo el catecumenado como
institución, la parroquia tiene ya unos matices definidos tanto en las ciudades como en el
campo, semejantes a los que tiene hoy. Al mismo tiempo, la p., especie de micro-diócesis,
tiende a convertirse en un auténtico beneficio. Al disminuir la labor misionera,
consecuencia de la extensión ya masiva del cristianismo, todo el quehacer parroquial se
centra más en lo sacramental y en lo administrativo. La unidad evangelizadora y
catecumenal de la Iglesia local se atenúa, aunque siempre hay que continuar la catequesis y
predicación a los ya cristianos. Crece el derecho parroquial y decae la misión; se desarrolla
el beneficio canónico, y la liturgia, a veces con poco sentido bíblico, tiende a convertirse en
ocasiones en pura rúbrica. A lo largo de la historia hay muchos intentos y realizaciones para
renovar la vida parroquial, paralelos a la actividad pastoral, las reformas litúrgicas, los
grandes concilios, etc. Hay que señalar, p. ej., la gran labor realizada por el Concilio de
Trento, que recordó a los párrocos la obligación de predicar y de la continua catequesis, fijó
la obligación de residencia, etc. Modernamente hay que resaltar, en relación con el tema, a
S. Pío X, el movimiento litúrgico, los movimientos y asociaciones de apostolado y
espiritualidad entre los laicos, etc.

1.1 La parroquia en el derecho canónico

Una de las figuras de la organización eclesiástica más conocida es la parroquia.


Por parroquia se suele entender la división organizativa inferior a la diócesis, y subordinada
al Obispo diocesano. Existen parroquias en la Iglesia desde tiempos muy remotos; en la

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iglesia de Roma aparece la ciudad dividida en titulus ya desde el siglo III, en lo que se
considera un antecedente de la parroquia. Algunas de las actuales parroquias romanas
aseguran existir desde esa época. Y en Europa no es difícil encontrar parroquias con más de
mil años de existencia continuada e ininterrumpida, aunque han usado diversos templos en
tan gran lapso de tiempo.

La definición de parroquia la da el canon 515 § 1:

Canon 515 § 1: La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida


de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo
diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio.
El Catecismo de la Iglesia Católica, por su parte, define la parroquia citando
literalmente el canon 515 § 1, y añade: «Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse
para la celebración dominical de la eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la
expresión ordinaria de la vida litúrgica, la congrega en esta celebración; le enseña la
doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas: “No
puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de
todos se dirige a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los
espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes”
(S. Juan Crisóstomo, incomprehensibile 3,6)» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2179).
La Instrucción "El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial" de la
Congregación para el Clero, de 4 de agosto de 2002, destaca que la parroquia constituye
como la célula de la diócesis, y que constituye el ámbito de la cura pastoral ordinaria de los
fieles cristianos.

1.2 Naturaleza canónica de la parroquia

Se puede comparar la definición del Código de Derecho Canónico con la que da el


mismo Código de la diócesis:
Canon 369: La diócesis es una porción del pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral
se encomienda al Obispo con la cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su
pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía,
constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia
de Cristo una, santa, católica y apostólica.
Se observan las siguientes diferencias:
a) La diócesis es “una porción del Pueblo de Dios”, mientras que la parroquia es
“una determinada comunidad de fieles”.
b) En la parroquia la cura pastoral se encomienda al párroco como pastor propio,
bajo la autoridad del Obispo diocesano. En la diócesis, el cuidado pastoral se encomienda al
Obispo con la cooperación del presbiterio.
c) En la diócesis “verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una,
santa, católica y apostólica”. No se dice nada similar de la parroquia.
Naturalmente, lo dicho se debe aplicar de modo general a las Iglesias particulares,
de las que la diócesis es el paradigma (cfr. canon 368). A la vista de las diferencias y
similitudes, podemos extraer algunas notas de la naturaleza de la parroquia.

1.3 Necesidad de la parroquia

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La Iglesia particular existe y subsiste para hacer presente la Iglesia universal. La


parroquia, sin embargo, queda constituida como la determinación del deber del Obispo de
proveer al cuidado pastoral de los fieles a él encomendado. El derecho ha de determinar el
modo de concretar el cuidado pastoral de los fieles; y -desde tiempos remotos- se considera
que una de las formas más prácticas es hacerlo a través de la institución de parroquias.
Hoy día parece difícil suponer una organización eclesiástica que no tenga en
cuenta a la parroquia, pero eso no es obstáculo para afirmar que la parroquia es contingente,
mientras que la diócesis -o en general la Iglesia particular- es necesaria. O dicho en
términos acrisolados, la Iglesia particular es de derecho divino, mientras que la parroquia es
de derecho eclesiástico. Al calificar de derecho divino a la Iglesia particular, no nos
referimos a esta diócesis o aquella en particular, sino al hecho de que existan Iglesias
particulares, aunque cada una es de derecho eclesiástico.
Se entiende así que el derecho canónico haga posible que el Obispo diocesano
pueda proveer de manera distinta a la parroquia para la atención de una determinada
comunidad de fieles (cfr. canon 516 § 2). Entendemos que este canon se refiere a una
imposibilidad por el escaso número de fieles, a la dispersión de los fieles en un territorio
muy amplio, al poco número de católicos en un territorio muy poblado, a la diversidad de
idiomas que se hablan en la diócesis, o a cualquier otro motivo legítimo.
Siempre debe subsistir, sin embargo, la existencia de un presbiterio que tiene como
función colaborar con el Obispo en el cuidado pastoral de las almas a él encomendadas.
Como se viene diciendo, esta función se puede concretar de muchas maneras; una de ellas
es la distribución de los fieles y del clero en parroquias.

1.4 Determinación de los fieles de la parroquia

La actual legislación canónica pone de relieve la naturaleza no necesariamente


territorial de la organización eclesiástica. En el caso de la parroquia, el Código de Derecho
Canónico prevé que las parroquias serán por regla general territoriales, pero “donde
convenga, se constituirán parroquias personales en razón del rito, de la lengua o de la
nacionalidad de los fieles de un territorio, o incluso por otra determinada razón” (canon
518).
En el Código de Derecho Canónico está prevista la posibilidad de erigir una
parroquia para estudiantes universitarios (cfr. canon 813). Se trata de una parroquia
personal, erigida en razón a la pertenencia a una Universidad. Algunas diócesis han erigido
parroquias para sordos. Son dos ejemplos de parroquias personales erigidas “por otra
determinada razón” prevista en el canon 518.
En el Decreto de erección de una parroquia personal se deben establecer con
claridad los criterios que adscriben a los fieles a la parroquia. Estos criterios cumplirán una
función similar a la exacta descripción de los límites territoriales que se suele hacer en la
erección de las parroquias territoriales: determinan los fieles que pertenecen a la parroquia,
y crean los lazos jurisdiccionales entre los párrocos y los fieles. También habrá de
determinar el Decreto de erección si la jurisdicción sobre los feligreses es cumulativa con
los párrocos territoriales, o por el contrario es exclusiva.

1.5 La cuasiparroquia

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En circunstancias especiales se puede constituir una cuasiparroquia. Se trata de


una comunidad de fieles que, por circunstancias peculiares, no se puede constituir en
parroquia:
Canon 516 § 1: A no ser que el derecho prevea otra cosa, a la parroquia se
equipara la cuasiparroquia, que es una determinada comunidad de fieles dentro de la Iglesia
particular, encomendada, como pastor propio, a un sacerdote, pero que, por circunstancias
peculiares, no ha sido aún erigida como parroquia.
La cuasiparroquia cumple funciones similares a la de la parroquia. En el decreto de
erección el Ordinario habrá de determinar las funciones del cuasipárroco, y quizá
determinar aquellos órganos parroquiales que se habrán de constituir.

2. El párroco

Es conocido que la parroquia es “una determinada comunidad de fieles constituida


de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo
diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio” (canon 515). La cura
pastoral de la parroquia, por lo tanto, estando bajo la autoridad del Obispo diocesano, se
encomienda a un párroco como pastor propio. El párroco, por lo tanto, adquiere una
importancia capital en la organización diocesana. El párroco tiene funciones jurídicas de
gran relevancia, por no hablar de la trascendencia de sus funciones pastorales para la vida
de las comunidades diocesanas.
De acuerdo con el canon 519:
Canon 519: El párroco es el pastor propio de la parroquia que se le confía, y
ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada bajo la autoridad del
Obispo diocesano en cuyo ministerio de Cristo ha sido llamado a participar, para que en esa
misma comunidad cumpla las funciones de enseñar, santificar y regir, con la cooperación
también de otros presbíteros o diáconos, y con la ayuda de fieles laicos, conforme a la
norma del derecho.

2.1 Designación del párroco

El párroco debe reunir los siguientes requisitos:


a) Ha de ser persona física (cfr. canon 520 § 1).
b) Ha de ser presbítero (canon 521 § 1).
c) Debe destacar además por su sana doctrina y probidad moral, estar dotado de
celo por las almas y de otras virtudes (canon 521 § 2).
La provisión del oficio de párroco corresponde al Obispo diocesano y a quienes
están al frente de las Iglesias particulares asimiladas a la diócesis (cfr. cánones 523 y 369).
El Administrador diocesano no puede realizar el nombramiento de párroco, salvo que haya
pasado un año de la vacante de la diócesis o de que quedó impedida, o salvo que se trate de
conceder la institución o la confirmación a los presbíteros que han sido presentados o
elegidos legítimamente para una parroquia (canon 525).
Para el nombramiento del párroco, el Obispo diocesano puede escoger libremente
entre quienes reúnan los requisitos indicados (cfr. canon 523). El Código de Derecho
Canónico establece dos excepciones al respecto: si alguien goza de derecho de presentación
o elección, o el nombramiento de un religioso como párroco.

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En algunas circunstancias alguna persona puede gozar de derecho de presentación


para una parroquia: a veces son fruto de viejos privilegios históricos, pero lo más habitual
es que se refiera al caso previsto en el canon 520, o situaciones similares. En el canon 520
se prevé que el Obispo puede establecer un acuerdo por el que se encomienda una
parroquia a un instituto religioso clerical o a una sociedad clerical de vida apostólica. El
acuerdo se ha de realizar por escrito, y en él se establece el sistema de nombramiento de
párroco. Generalmente se concede el derecho de presentación al Superior provincial del
instituto o sociedad. Existen acuerdos semejantes entre diócesis diversas (entre diócesis de
tierras de misión y otras en países de tradición católica, por ejemplo), o entre diócesis y
Ordinariatos castrenses o la Prelatura personal del Opus Dei. En estos casos se concede el
derecho de presentación. Por este acuerdo, se encomienda una parroquia a otra institución.
Al producirse la vacante en la parroquia, el Superior provincial del instituto de vida
consagrada que tiene encomendada la parroquia tiene el derecho de presentar un nombre
para que sea designado párroco.

2.2 Procedimiento de elección del párroco

El nombramiento de párrocos corresponde al Obispo diocesano y también a aquél


que se le equipara en derecho de acuerdo con el canon 368. No corresponde al Vicario
General ni a los demás Ordinarios de la diócesis. Como ya ha quedado indicado, el
Administrador diocesano no tiene facultades de nombrar párroco, salvo que la diócesis
lleve más de un año vacante o impedida. Sí puede confirmar a los legítimamente
nombrados o presentados (cfr. canon 525).
Al producirse la vacante, el Obispo ha de oír al Arcipreste sobre la idoneidad de
los candidatos, e igualmente puede oír a otros presbíteros o laicos y hacer las
investigaciones que considere oportunas. Después de estas investigaciones, el Obispo puede
proceder al nombramiento del párroco.
El nombramiento de párroco habitualmente ha de ser por tiempo indefinido;
pueden designarse párrocos para un tiempo determinado si así se ha previsto por la
Conferencia Episcopal (cfr. canon 522). Parece recomendable en estos casos que en el
propio nombramiento se incluya una cláusula de prórroga automática del nombramiento en
el caso de que la diócesis esté vacante; piénsese que si al terminar el plazo la diócesis está
vacante, puede que sea necesario esperar un año para designar al mismo párroco o a otro,
con todos los inconvenientes de orden práctico y jurídico que de ello se derivan.
El designado adquiere las obligaciones y derechos de párroco al tomar posesión,
de acuerdo con el canon 527. El párroco debe emitir la profesión de fe al tomar posesión
(cfr. canon 833, 1, 5).

2.3 Obligaciones del párroco

Es difícil sintetizar en unas líneas los derechos y obligaciones que competen al


párroco, porque son tan amplias como lo es la vida de la Iglesia. El párroco, como afirma el
canon 519, “ ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada bajo la
autoridad del Obispo diocesano”. Por lo tanto, sus competencias son las que se refieren a la
vida cristiana en la comunidad que tiene encomendada. Ya se ve que cualquier relación de
derechos y obligaciones del párroco siempre será una reducción, pues la tarea más

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importante es nada menos que el cuidado de la vida cristiana en la comunidad que el


Obispo diocesano le ha encomendado.
En atención a la importancia pastoral de su misión, el Código de derecho canónico
dedica dos extensos cánones, los cánones 528 y 529, a dar indicaciones al párroco sobre el
cumplimiento de sus funciones. De acuerdo con ellos:
§ El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su
integridad a quienes viven en la parroquia (canon 528 § 1).
§ Procurará que la Santísima Eucaristía sea el centro de la vida parroquial
(canon 528 § 2).
§ El párroco debe procurar conocer a los fieles que se le encomiendan (canon
529 § 1).
§ El párroco procurará promover la función propia de los laicos, y cooperará
con el Obispo diocesano (canon 529 § 2).
• Las funciones anteriores constituyen obligaciones verdaderas para el
párroco, aunque son de difícil concreción. Por eso, además, el Código de derecho canónico
da una relación de las obligaciones más concretas del párroco:
• La administración de ciertos sacramentos (canon 530, y canon 1108 para el
matrimonio).
• Obligación de residir en la parroquia, salvo que haya justa causa (canon
533).
• Debe aplicar la Misa por el pueblo a él confiado los días de precepto (canon
534).
• Ha de llevar con orden los libros parroquiales y el archivo de la parroquia
(canon 535).
• Debe presentar la renuncia una vez cumplidos los setenta y cinco años. El
Código de derecho canónico en este caso hace aquí un ruego a los párrocos, sin imponerles
la obligación de presentar la renuncia. Por otro lado, la renuncia, una vez presentada no es
automática, puesto que el Obispo decidirá sobre ella, ponderando todas las circunstancias
(canon 538 § 3).
• Ha de procurar que se predique la homilía los días en que está indicado
(canon 767 § 4).
• Debe cuidar de la formación catequética de los fieles (cánones 776 y 777).
• Ha de guardar en lugar decoroso los Santos Óleos (canon 847 § 2).
• Ha de cuidar la debida preparación de los padres y padrinos de los niños que
se vana bautizar (canon 851, 2).
• Ha de cuidar la debida preparación de quienes acceden por vez primera a la
Eucaristía (canon 914).
• Ha de llevar un libro con las cargas, obligaciones y cumplimientos de las
obras pías (canon 1307).

Por su parte, el derecho canónico le da el derecho a ausentarse de la parroquia por


tiempo de un mes en concepto de vacaciones, salvo que obste una causa grave (canon 533 §
2). Igualmente, en caso de renuncia por edad tiene el derecho a la conveniente sustentación
y vivienda (canon 538 § 3). Puede parecer descompensada esta relación de derechos, en
comparación con las obligaciones del párroco, pero se debe tener en cuenta que el párroco
tiene los derechos y deberes de los clérigos (cfr. cánones 273 a 289).

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2.4 Algunas figuras especiales

Para cubrir la amplia gama de necesidades y circunstancias del Pueblo de Dios, el


derecho canónico prevé otras instituciones jurídicas que sirven para atender a los fieles
cristianos en las parroquias.

2.4.1 El administrador parroquial

De acuerdo con el canon 539, si el párroco está imposibilitado de ejercer sus


funciones por cautiverio, destierro o deportación, incapacidad, enfermedad u otra causa, el
Obispo diocesano ha de proveer cuanto antes con un administrador parroquial. Este es un
sacerdote que supla al párroco. Adquiere los derechos y obligaciones del párroco, y se le
prohíbe perjudicar los derechos del párroco o causar daño a los bienes parroquiales (canon
540).
Si en la parroquia hay constituido vicario parroquial, adquirirá él las funciones del
administrador parroquial hasta que el Obispo provea el nombramiento del administrador
parroquial. Si no hay vicarios parroquiales, se hace una remisión al derecho particular (cfr.
canon 541).

2.4.2 Los párrocos solidarios

El canon 517 § 1 establece que es posible designar a varios sacerdotes como


párrocos de una o más parroquias de modo solidarios: son los llamados párrocos in solidum
o párrocos solidarios. En los casos en que existan estos nombramientos, se debe tener en
cuenta que:
a) De entre los párrocos solidarios, el Obispo ha de designar uno que dirija la
actividad pastoral y responda ante el Obispo (canon 517). El canon 544 designa a este
sacerdote moderador. Este canon da normas particulares sobre su designación, renuncia e
imposibilidad de ejercer el cargo.
b) El canon 543, además, determina el modo de distribuir entre los párrocos in
solidum los derechos y obligaciones propias del párroco.

3. El vicario parroquial

- Canon 545 § 1. Cuando sea necesario u oportuno para el buen desempeño de la


cura pastoral de una parroquia, además del párroco, puede haber uno o varios vicarios
parroquiales que, como cooperadores del párroco y partícipes de su solicitud, unidos al
párroco por una misma voluntad y empeño, trabajen bajo su autoridad en el ministerio
pastoral.
§ 2. Se puede constituir un vicario parroquial bien para que ayude en el desempeño
de todo el ministerio pastoral en una parroquia o en una determinada parte de ella o a un
grupo concreto, bien para destinarlo a un ministerio específico que haya de realizarse a la
vez en varias parroquias.
- Canon 546 Para que alguien sea designado válidamente vicario parroquial, se
requiere que haya recibido el orden sagrado del presbiterado.

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- Canon 547 El Obispo diocesano nombra libremente al vicario parroquial,


después de oír, si lo juzga oportuno, al párroco o a los párrocos de las parroquias para las
que se constituya, y también al arcipreste, sin perjuicio de lo prescrito en el c. 682 § 1.
- Canon 552 Con causa justa, el vicario parroquial puede ser removido por el
Obispo diocesano o por el Administrador diocesano, sin perjuicio de lo que prescribe el c.
682 § 2.

3.1 Obligaciones y derechos del vicario parroquial

- Canon 548 § 1. Las obligaciones y derechos del vicario parroquial se determinan


por los cánones de este capítulo, y además por los estatutos diocesanos y el documento del
Obispo diocesano, y en especial por el mandato del párroco.
§ 2. Si no se establece otra cosa en el documento del Obispo diocesano, el vicario
parroquial, por razón de su oficio, tiene la obligación de ayudar al párroco en el
cumplimiento de todo el ministerio parroquial, excepto la aplicación de la Misa por el
pueblo, y de suplir al párroco, si llega el caso, conforme al derecho.
§ 3. El vicario parroquial ha de informar regularmente al párroco sobre las
iniciativas pastorales proyectadas o emprendidas, de manera que el párroco y el vicario o
los vicarios puedan proveer en unidad de esfuerzos a la cura pastoral de la parroquia, de la
que son conjuntamente responsables.
- Canon 549 En ausencia del párroco, si el Obispo diocesano no ha provisto de
otro modo conforme a la norma del c. 533 § 3, y no se ha constituido un Administrador
parroquial, debe observarse lo que prescribe el c. 541 § 1; en este caso, el vicario tiene
todas las obligaciones del párroco, excepto la de aplicar la Misa por el pueblo.
- Canon 550 § 1. El vicario parroquial está obligado a vivir en la parroquia, o en
una de ellas, si ha sido constituido para varias; sin embargo, por causa justa, el Ordinario
del lugar puede permitir que resida en otro sitio, sobre todo en la casa donde habiten juntos
varios presbíteros, con tal de que no sufra ningún perjuicio el cumplimiento de las
funciones pastorales.
§ 2. Cuando sea posible, cuide el Ordinario del lugar de que el párroco y los
vicarios tengan cierta convivencia en la casa parroquial.
§ 3. Por lo que se refiere al tiempo de vacaciones, el vicario parroquial tiene el
mismo derecho que el párroco.
- Canon 551. Respecto a las oblaciones que los fieles entregan al vicario con
ocasión del ministerio pastoral cumplido, deben observarse las prescripciones del c. 531.

II. LA PASTORAL DE CONJUNTO

Por pastoral de conjunto entendemos una pastoral articulada (corresponsable por


todo el Pueblo de Dios), integral (que abarque las cuatro dimensiones de la Iglesia:
kerygma, koinonía, liturgia y pastoral y que llegue a todos los sectores (por edades) y
ambientes (sociológicos). Es decir, pastoral de conjunto es la implicación de toda la
Diócesis en una misma comunión para la misión.

1. ¿Qué exigencias comporta este proyecto?

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a) Experiencia personal y comunitaria de fe: una fe que se experimenta vida


cotidiana; sin divorcios entre lo que se cree y lo que se hace; fe que potencia todas las
dimensiones y campos de nuestra vida personal y que se expresa en la comunidad; fe
renovada y rica en contenidos; fe celebrada y orada; fe hecha testimonio y compromiso; fe
evangelizadora y misionera; fe formada y adulta, que sabe dar razón de lo que cree, fe en
sentido bíblico como aceptación personal y libre de la presencia de Dios en mi vida. Y una
fe encarnada en la cultura de nuestro tiempo: "Una fe no plenamente acogida, no
enteramente pensada, ni fielmente vivida, no es fe" (S.S. Juan Pablo II). Una fe con
presencia pública en los nuevos areópagos (mass media), mundo socio-político y cultural,
mundo laboral, opción por los más pobres y marginados.

b) Vivencia fuerte de eclesialidad: una Iglesia de comunión y corresponsabilidad,


entre laicos, religiosos y presbíteros; una Iglesia reunida en torno al misterio de la
Eucaristía; una Iglesia en misión, y evangelizadora; una Iglesia que comparte carismas y
vocaciones; una Iglesia encarnada y comprometida en un suelo y cultura determinados y
que sabe leer los signos de los tiempos; una Iglesia de bautizados adultos donde cada cual
realiza su papel y misión; una Iglesia que valora, acompaña y hace nacer diversas
vocaciones de especial consagración y a la vida sacerdotal. En este sentido, se pide el
redescubrimiento vivencial de la Iglesia particular: Jesucristo, por el Espíritu que convoca;
Evangelio proclamado; Mesa eucarística compartida; compromiso coherente fe-vida;
corresponsabilidad de ministerios-vocaciones-carismas y funciones; obispo al servicio de la
verdad, comunión y caridad. Hay que potenciar todas las dimensiones de la Iglesia
particular: Kerygma, koinonía, diakonía, liturgia. Hacer posible comunidades cálidas y
evangelizadoras (uniendo identidad y misión).

c) Necesidad de programación conjunta: la pastoral de conjunto es una pastoral


articulada, integral, sectorial y ambiental. No es un conjunto de pastorales realizadas
individualmente o aisladamente y, más que métodos o técnicas, expresa un espíritu de
comunión fraterna y de misión evangelizadora coordinados. No hay que tener miedo a
afrontar los nuevos retos y abrir, con imaginación, caminos y formas también nuevas de
creatividad y solidaridad. Ojalá que esta pastoral de conjunto sepa y pueda articular la
Diócesis en toda su riqueza y complejidad. Se necesita una renovación pastoral: ni sólo
mantenimiento-conservación (nostalgia-seguridades); ni sólo intimista-espiritualista
(escapismo fideísta); ni sólo popular horizontalista; ni sólo de cirugía estética (marketing).
Sí, orgánico-global, de conjunto y articulada, de comunión y corresponsabilidad, de misión
y evangelización, sinodal y contextuada. Renovación misionera de las parroquias.

d) Fuerte dosis de solidaridad y esperanza, haciendo realidad nuevas actitudes:


para seguir anunciando, con hechos y palabras, que es posible la mejor y mayor de las
utopías: el encuentro con el Evangelio, capaz de cambiar nuestras personas y nuestras
vidas. Lo más valioso que ofrecemos sigue siendo el Señor Jesús. Desde Él, día a día, será
posible el nacimiento de la civilización del Amor y de la Vida, en la que tanto insistía S. S.
Juan Pablo II. Un Nuevo método pastoral: de persona a persona; uniendo palabra y
testimonio vital. Con cuatro puntos cardinales: Fe en Cristo (N), cambio de vida (S),
eclesialidad (E) y pastoral de misión (O).

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e) Vivencia de una parroquia como comunidad de comunidades: la parroquia que,


de alguna manera, representa a la Iglesia visible establecida por todo el mundo (SC 42) y
que es como una célula de la Diócesis (AA 10), que tiene la misma triple misión que le ha
sido encomendada al pueblo de Dios: profética y de evangelización (testimonio de fe),
sacerdotal y de celebración (consagración de la realidad temporal), y real y de compromiso
(construcción de la Iglesia de la caridad). La parroquia concebida como comunidad de
comunidades se sitúa en la óptica de la unidad, comunión, corresponsabilidad y
evangelización. Y es capaz de aglutinar en ella pequeñas comunidades y grupos de base,
movimientos y asociaciones especializados e instituciones.
f) Consolidar los arciprestazgos como unidades básicas diocesanas para la
pastoral de conjunto. Entre las funciones del arciprestazgo, como se ha dicho, se encuentran
las de promocionar, coordinar y ejecutar programaciones pastorales; favorecer la
fraternidad sacerdotal y apostólica; potenciar equipos de vida y trabajo apostólicos entre
sacerdotes, religiosos y laicos; compartir recursos materiales y humanos; hacer realidad una
pastoral de sectores y ambientes; conservar y difundir el patrimonio eclesial, cultural,
documental y artístico. Desde la renovación de las parroquias y la consolidación de los
Arciprestazgos, tal vez será posible la reestructuración territorial y sectorial en las
denominadas Unidades de Atención Pastoral, tan necesarias como difíciles de diseñar.

g) Necesidad de tejer la diócesis desde la colaboración, el diálogo y la


articulación de fuerzas y carismas. Todos somos necesarios. Y todos nos necesitamos.
Todos estamos llamados a encontrarnos, a dialogar y a compartir lo mejor de nosotros
mismos. Todos tenemos encomendada la cuádruple misión eclesial: ser signos vivos de
comunión; profetas y evangelizadores; sacerdotes y fermento de consagración de todas las
realidades al Señor; y, finalmente, reyes, con el compromiso de llevar todo a Dios.

2. Historia de la pastoral de conjunto

Las primeras preocupaciones modernas de la pastoral de conjunto nacieron en


Alemania a principios de este siglo. En 1905 el diputado berlinés M. Fassbender propuso la
coordinación pastoral en las grandes ciudades. Cuatro años más tarde publicó H. Swovoda
un importante trabajo sobre la situación pastoral urbana basado en algunas estadísticas, con
la intención de aportar unas «líneas directrices de la cura de almas en las grandes
ciudades». De acuerdo con M. Fassbender y H. Swoboda, creó el fundador de Cáritas L.
Wertmann en 1911 en Friburgo de Brisgovia, dentro de dicha organización, una
«asociación libre para la ayuda de Cáritas en la pastoral». A partir de 1934 se transformó en
una institución nacional de ayuda pastoral. Hacia 1921 erigió K. Rudolf en Viena un
instituto de pastoral en donde se han celebrado anualmente, desde 1931, sesiones pastorales
para coordinar la mentalidad de sus diversos responsables. Debido a la prohibición nazi de
los organismos eclesiales nacionales, se crearon desde 1933 oficinas diocesanas de
pastoral.

En el ámbito francés, los movimientos apostólicos de Acción Católica hicieron


notar que la pastoral tradicional, por individualista, invertebrada y ajena a la realidad del
mundo, no respondía a las urgencias de una obligada evangelización. Después que J. Cardin
fundase en 1924 la Juventud Obrera Católica (JOC) con el propósito de evangelizar la
obrera, creció en todas partes el apostolado seglar. Se trataba de Implantar de nuevo la

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Iglesia en zonas urbanas, industriales, obreras, turísticas, etc., precisamente donde sólo
existía de un modo jurídico. En 1931. publicó G. Le Bras un manifiesto con el que se
abrieron perspectivas nuevas para inventariar y explicar «los efectivos del catolicismo en
las diversas regiones de Francia». Desde 1931 a 1940 G. Le Bras prácticamente solo. Pero
más tarde se despertó un movimiento de renovación en la acción pastoral total, en el que
influyeron factores como el empuje de la Mission de France fundada en 1941; la
experiencia de los sacerdotes obreros surgida por confrontaciones obtenidas en los frentes
de la segunda guerra mundial, los campos de concentración y la resistencia francesa a la
ocupación alemana; la renovación de la misión parroquial en los años 1943-1945 y el
despertar de la AC especializada por ambientes. Profeta de esta nueva pastoral fue H.
Godin, quien atisbó, poco antes de morir en 1944, una concepción apostólica de la Iglesia
basada en un nuevo dinamismo misionero, una preocupación social, un análisis realista de
la situación religiosa y una colaboración activa del estamento seglar. Basados en estas
aportaciones, y por caminos convergentes, llegaron a unas conclusiones semejantes F.
Boulard y J.-F. Motte, el primero desde sus trabajos socio-religiosos y el segundo desde su
experiencia en las misiones generales.

Según F. Boulard, la pastoral de conjunto se desarrolló antes del Vaticano II en


tres etapas. La primera supuso el descubrimiento de la ruptura entre vida y religión. La
descristianización que se operaba en Europa no afectaba sólo a individuos, sino a masas
enteras. La parroquia, aislada en su acción, se sentía incapaz de afrontar una urgente
evangelización; era necesaria una acción pastoral con una dimensión social, dentro de un
plazo mínimo de tiempo apostólico correspondiente a una generación. En la exhortación
que dio Pio XII en 1955 a los cuaresmeros de Roma, les invitaba a «guardarse del
individualismo», ya que hasta entonces se trabajaba apostólicamente «demasiado aislados,
demasiado desligados y desunidos». La consigna pontificia para la conjunción de fuerzas
vino un poco más tarde, del mismo Pío XII, cuando invitó a «una razonable coordinación
de los ministerios en un cuadro suficientemente amplio».

En una segunda etapa se descubrió la interioridad de la pastoral de conjunto. Era


necesario situar el trabajo apostólico del sacerdote y del seglar dentro de una pastoral
global, con objeto de orientar equilibradamente la pastoral parroquial. Fue decisivo el
congreso nacional de la Union des Oeuvres de Francia en 1956, bajo el tema Pastorale,
oeuvre commune, en el que se tomó conciencia de ampliar la visión pastoral, integrar las
fuerzas apostólicas, situar la parroquia y el arciprestazgo dentro de la zona humana y
coordinar a los responsables.

Por último, en un tercer tiempo, se descubrió la dimensión diocesana de la


pastoral. Se necesitaba integrar las fuerzas de la Iglesia y de sus instituciones y de poner en
marcha los sectores de la pastoral. Desde 1959, varios obispos franceses comenzaron a
intercambiar sus experiencias de pastoral de conjunto. En 1962, por decisión del mismo
episcopado, se crearon en Francia nueve regiones apostólicas.

La pastoral de conjunto, denominada también orgánica, fue estudiada en Italia por


G. Ceriani. En Alemania le prestó atención V. Schurr con la pastoral de ambiente
(Umtweltseelsorge). En España fueron pioneros de la pastoral de conjunto un grupo de
sacerdotes de varias diócesis, preferentemente del Sur, cuyas reflexiones fueron publicadas

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en un sugestivo trabajo. En enero de 1967, el secretariado nacional de pastoral organizó la


primera sesión nacional sobre pastoral de conjunto, según las directrices de F. Boulard,
maestro principal de la semana. En realidad, entre nosotros no se desarrolló demasiado la
conjunción de la pastoral.

3. Naturaleza de la pastoral de conjunto

En el primer congreso internacional de pastoral, celebrado en Friburgo en 1961, F.


Boulard definió la pastoral de conjunto como «un esfuerzo paciente para poner en marcha
libremente, de cara al mundo al que salvar, a todos los hijos de la Iglesia en todas sus
instituciones y recursos, bajo la autoridad del obispo, que tiene la misión de coordinarlos y
dirigirlos, y que así puede ejercer con plenitud su carga pastoral».

Cuando se analiza el sentido de la pastoral de conjunto se observa que se identifica


teológicamente con el de pastoral y sociológicamente con el de programación o
planificación. No olvidemos que los primeros planificadores o programadores de la pastoral
de conjunto fueron sociólogos. Los pastoralistas prefieren hablar de planes de pastoral o de
planificación. Nadie afirma, sin embargo, que la pastoral de conjunto se reduzca a una
organización. Es cuestión de descubrir los problemas de la evangelización en una región.
«El camino práctico para realizar concretamente esas opciones pastorales fundamentales de
evangelización -afirma el documento de Puebla- es el de una pastoral planificada. La acción
pastoral planificada es la respuesta específica, consciente e intencional, a las necesidades de
la evangelización. Deberá realizarse en un proceso de participación en todos los niveles de
las comunidades y personas interesadas, educándolas en la metodología y análisis de la
realidad, para la reflexión sobre dicha realidad a partir del evangelio; la opción por los
objetivos y los medios más aptos y su uso más racional para la acción evangelizadora».

La pastoral de conjunto no nace, por supuesto, de una mera planificación, sino de


la conjunción de las acciones diferentes y complementarias que se dan en la base. Hoy son
absolutamente necesarias en la Iglesia la participación y la corresponsabilidad, dentro de un
estilo democrático y con un talante autocrítico. A veces tenemos la sensación de estar
comenzando siempre por falta de un planificación continuada. Otras veces advertimos
cansancio en reuniones mal preparadas, cuya finalidad se desconoce. Finalmente, hay con
frecuencia ausencia de disciplina que lime asperezas, promueva el que se cuente con los
otros, se acepte el pluralismo, etc. La conjunción de la acción pastoral exige movilidad, de
y estructurados, intercambio de experiencias, convivencias revisadas, aceptación de
responsabilidades personales, solidaridad encima de opiniones propias, etc. Evidentemente,
no podemos olvidar una serie e objetivos pastorales, imprescindibles a la hora de una
sensibilidad respecto de la situación, concientización evangelización y educación de la fe,
opción por los pobres y marginados formación de comunidades y grupos, celebraciones
vivas y presencia activa de los cristianos en la transformación del mundo.

4. Planificación de la pastoral de conjunto

Planificar significa literariamente trazar planos, es decir, gráficas, modelos


numéricos o esquemas verbales. En las ciencias sociales y morales equivale a proyectar un
modulo abarca objetivos, conocimiento de la realidad, y formulación de estrategias. En un

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sentido amplio, planes o hacer una determinada política. La planificación es esencial a


cualquier actividad, ya se haga de una forma artesanal o de un modo científico. La acción
pastoral, como toda acción, necesita un proyecto operativo o plan concreto de actuación
que relacione de un modo todas las tareas que intervienen en el proceso de la acción. El
proyecto es un planteamiento eurístico o indagatorio de una representación o conocimiento,
a saber, una planteamiento hermenéutico. Todo proyecto emerge de la misma praxis cuando
se comparan diversas tareas y se correlacionan entre sí. Sin embargo, el proyecto, aunque
se deduce de la realidad en un transformado o remodelado con una serie de conocimientos
o interpretaciones teóricos, para que, a su vez, vuelva a orientar a la praxis; El proyecto es
básico en la relación dialéctica que se da entre teoría y praxis.

5. Estructuras de la pastoral de conjunto

La programación de una pastoral de conjunto se puede llevar a la práctica


solamente con una organización y, esta variará mucho de unas Iglesias locales a otras;
incluso los pasos sucesivos serán diferentes según los lugares, las fuerzas con las que se
cuenta y el pastoral existente. Sin embargo, hay una serie de estructuras básicas en toda
planificación pastoral según diversos niveles.

a) Nivel diocesano

Sin la coordinación de todo el clero que trabaja en una diócesis bajo la dirección
del obispo a través de estructuras pastorales intermedias, no es posible una pastoral de
conjunto. La teología del presbyterium, expresada conciliarmente en LG (n. 28) y en CD (n.
28), se recoge en PO (n. 7). La carta apostólica Ecclesiae sanctae al señalar las normas de
los decretos sobre el oficio de los obispos y de los sacerdotes, concreta el sentido que deben
poseer dos organismos diocesanos fundamentales: el consejo presbiteral y el consejo
pastoral.

1. El consejo presbiteral

La constitución y funcionalidad del consejo presbiteral aparece en los decretos


conciliares Christus Dominus (n. 27) y Presbyterorum ordinis (n. 7) y en el «motu proprio»
de 1966 Ecclesiae sanctae (n. 15)13. El Concilio propone que «se constituya, de manera
acomodada a las circunstancias y necesidades actuales, en la forma y norma que determine
el derecho, una junta o senado de sacerdotes que representen al colegio presbiteral, cuyo fin
sea ayudar eficazmente con sus consejos al Obispo en el gobierno de la diócesis» (PO 7).
Con esta decisión, el Vaticano II restauró una institución de la Iglesia primitiva, en la cual
los presbíteros formaban un colegio, a modo de senado, para ayudar al Obispo, primer
responsable del ministerio diocesano. La necesidad del consejo presbiteral es obvia en
nuestra situación actual, ya que en toda diócesis es necesario un grupo restringido de
presbíteros en representación de todo el clero, que colabore con el obispo en el «régimen
de la diócesis», mediante un coloquio y diálogo en común. Así se evitan excesivos
personalismos, del obispo o del vicario.

Cinco notas fundamentales caracterizan al consejo presbiteral: En primer lugar, es


una institución imperada. Esta prescripción obligatoria de derecho eclesiástico concuerda

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con la naturaleza sacramental del oficio de los presbíteros, que, en virtud de la ordenación,
se constituyen en «necesarios colaboradores y consejeros» de los obispos (PO 7).

En segundo lugar, es un órgano representativo que se establece y funciona como


expresión del presbiterio, no como mero instrumento personal del obispo. La
representatividad ha de ser cualitativa no meramente numérica. Deben estar representados
los diversos ministerios (párrocos, coadjutores, capellanes, etc.), las zonas pastorales, las
instituciones (cabildo, seminario y curia), las generaciones sacerdotales e incluso las
«tendencias» dentro del clero. El consejo presbiteral ha de representar a todo el presbiterio
diocesano de forma justa y eficaz. Sus miembros se nombran por elección de los mismos
sacerdotes. El obispo se reserva habitualmente la designación de algunos componentes.

En tercer lugar, es un organismo consultivo peculiar, que canaliza el diálogo de los


presbíteros con su obispo y de los presbíteros entre sí. Con todo, no es un contrapeso
democrático a la autoridad del obispo, ni una concesión paternalista del obispo a los
presbíteros. La finalidad del consejo presbiteral se cumple cuando el Obispo escucha a sus
sacerdotes y consulta dicho consejo «sobre las cosas referentes a las necesidades de trabajo
pastoral y al bien de la diócesis». Con este senado se actualiza la curia diocesana. El
consejo presbiteral; sin embargo, no es plenamente ya que no legisla ni sino que actúa
como órgano. Pero a la hora de emitir información y juicio, todos los miembros deben tener
plena libertad de expresión.

En cuarto lugar, el consejo presbiteral es cooperador del obispo en el «régimen de


la diócesis». Las de se refieren al campo de la acción pastoral y al bien de la diócesis. En
realidad, no es fácil distinguir el consejo presbiteral del pastoral, ya que ambos tienen casi
los mismos fines. La diferencia reside su composición, puesto que en el consejo de pastoral
puede haber laicos.

Por último, el consejo presbiteral es un organismo permanente, ya que representa


al presbiterio, el cual la estructura institucional de la diócesis. Esta permanencia es distinta
de la que tienen los miembros que la componen. En «sede vacante» cesan todos los
miembros. Y, por supuesto, pueden ser removidos por el obispo.

En resumen, el consejo presbiteral es un órgano representativo diocesano,


consecuencia de la comunión jerárquica entre el obispo y los presbíteros, obligatoriamente
prescrito, con función consultiva y de diálogo con el obispo, «para proveer lo más posible
al bien pastoral de la porción del pueblo de Dios que se le ha encomendado» (CIC 495).

2. El consejo diocesano de pastoral

El consejo diocesano de pastoral surgió de las decisiones contenidas en el decreto


conciliar Christus Dominus (n. 27) y en el «motu propio» Ecclesiae sanctae. Se sitúa este
consejo en el interior de la curia diocesana, con la finalidad de «estudiar todo lo referente al
trabajo pastoral, sopesarlo y sacar las conclusiones prácticas, con objeto de promover la
conformidad de la vida y actos del pueblo de Dios con el evangelio.

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A diferencia del consejo presbiteral, que es «preceptivo» o imperado, el de


pastoral es «recomendado», aunque con todo encarecimiento. También se diferencian estos
dos consejos en su «justificación que el de pastoral se fundamenta en la unidad del pueblo
en virtud del bautismo, mientras que el presbiteral se basa en la unidad de ordenación de los
presbíteros por el sacramento del orden. Asimismo, distinto «fin» de estos consejos. El
consejo presbiteral ayuda al Obispo, mediante sus consejos, «en el gobierno de la diócesis
el consejo de pastoral es un organismo técnico-consultivo, cuya actividad se limita al
trabajo pastoral, con exclusión de su participación el gobierno de la diócesis. Finalmente,
tienen una «estructura» diferente, al ser más unitario el presbiteral y más variado en su
organización el de pastoral.

En primer lugar, el consejo diocesano de pastoral está formado por personas


designadas por el obispo o elegidas por diversos sectores, o asociaciones apostólicas. En
realidad, no forman parte del mismo como mera representatividad, sino por su experiencia
y técnica. La preside Obispo y. está compuesto por sacerdotes, religiosos y El número de
miembros ha de estar en relación con la importancia de las tareas pastorales diocesanas.
Cada tres años se procede a una renovación de sus componentes.

En segundo lugar, es una entidad estable, con actividades «intermitentes o


permanentes». Para un mejor funcionamiento puede establecerse un «pleno», una
«comisión permanente» y un «secretariado general». El pleno se reúne un par de veces al
año; la comisión permanente, más a menudo.

En tercer lugar; estar representadas en el consejo de pastoral y los «sectores


pastorales» (parroquias, apostolado bíblico, litúrgico y ecuménico, apostolado seglar,
espiritualidad promoción social y caritativa, misiones, emigración, turismo, vocaciones,
etc.).

En resumen, el consejo diocesano de pastoral, que tiene voz consultiva como el


consejo presbiteral, es un instrumento técnico de trabajo al servicio del obispo y de todas
las instituciones pastorales de la diócesis. En esta actividad está incluso subordinado al
senado de los presbíteros, que goza de una competencia consultiva más amplia. En todo
caso, la duplicidad de dos consejos diocesanos (el presbiteral y el de pastoral) complica la
realización del ministerio pastoral. Debiera existir un solo «consejo diocesano», mediante
la fusión de los dos consejos actuales.

3. Las comisiones diocesanas de pastoral

Las comisiones diocesanas de pastoral son organismos ejecutivos, de naturaleza


permanente en cuanto a su institución, personas y actividades, que llevan a cabo la acción
pastoral de la Iglesia local, bajo la dirección del obispo y de los consejos diocesanos. El
«motu proprio» Ecclesiae sanctae afirma que para el objeto y fin del consejo pastoral, es
conveniente que se haga un estudio previo que preceda a los trabajos en común, con la
ayuda, si el caso lo requiere, de las instituciones u oficinas que trabajen para ese fin» (n.
15,4).

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Esta coordinación quedará garantizada si los directores de secretariados y


comisiones de pastoral, a quienes puede suponerse técnicos o especialistas en sus
respectivos campos de la acción pastoral, son designados miembros del consejo de pastoral,
para que este organismo tenga suficiente asesoramiento cualificado.

Las comisiones de pastoral pueden ser coordinadas por una secretaría técnica o
centro diocesano, que, a su vez, recoge las consultas del consejo de pastoral. Este centro
diocesano es en realidad un «centro de acción pastoral», como lugar en donde se establece
el contacto entre la línea horizontal de las comisiones y la vertical del obispo, vicario y
consejo presbiteral.

El centro diocesano de acción pastoral es, en primer lugar, un órgano de estudio y


de dirección que investigue los problemas reales de la diócesis y prepare los planes
pastorales con una amplia visión. Cuando esta tarea supera las posibilidades de una
diócesis, parece que el de pastoral sea regional. En segundo lugar, es un órgano de acción.
Por este centro pasan todas las decisiones que sea eficaz, ha de ser reducido en personal
cualificado. Es así mismo, en tercer lugar, un órgano de formación y orientación, no de
vigilancia o control, de todos los agentes de la pastoral.

b) Nivel infradiocesano

1. Zona pastoral

Para llevar a cabo la acción pastoral son necesarias las zonas pastorales,
estructuras intermedias entre la parroquia y la diócesis en zona urbana -afirma F. J. Calvo-
es un conjunto en que los ambientes gozan de cierta homogeneidad por depender de los
mismos centros de influencia». En la zona pastoral interesan todos, especialmente la
mentalidad, la vivencia y la practica religiosa. La importancia de la zona es decisiva, ya que
en ella convergen la mayor parte de los problemas y necesidades. Con la zona es demasiado
pequeña, el arciprestazgo es limitado y la diócesis es demasiado grande para que los
problemas sean tratados convenientemente. La zona es necesaria en la regiones de cara a
una pastoral de conjunto. La zona pastoral urbana es mas difícil de precisar. Evidentemente,
para evangelizar en una ciudad hay que tener en cuenta todo su conjunto, así como la
presencia de barrios enteros homogéneos. De hecho, ya existen las vicarías de zona en
muchas urbes, de reciente creación, y los arciprestazgos, antiguas estructuras canónicas
territoriales.

En la zona debe existir un responsable que coordine los esfuerzos de las parroquias
y arciprestes en una pastoral de conjunto, abierta a la orientación total diocesana. Pueden
ayudarle los delegados de zona de los sectores de la pastoral que trabajan directamente con
las comisiones pastorales diocesanas. El responsable y los delegados de zona, junto con los
arciprestes, constituyen el consejo o comisión pastoral de zona. El objetivo de esta
comisión reside en reflexionar sobre los problemas humanos y religiosos de la zona, para
marcar los objetivos concretos de la acción pastoral. El análisis de la realidad exige la
ayuda de los sociólogos. Una vez analizada la realidad, se traza la correspondiente
orientación pastoral, que, de ordinario, exigirá una adecuación de la mentalidad de los
agentes o responsables a dicha situación.

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2. Arciprestazgo

El arciprestazgo es una división territorial diocesana, que abarca varias parroquias,


con objeto de unir la acción pastoral de todos los sacerdotes que trabajan en dicha
demarcación. Al frente del arciprestazgo está el arcipreste, llamado también vicario
foráneo o decano (CIC 553), nombrado por el obispo a propuesta de los sacerdotes que
ejercen su ministerio en esa parcela pastoral, después de una correspondiente votación.
Puede ser elegido arcipreste cualquier sacerdote del arciprestazgo. Es nombrado para un
tiempo determinado. Su función principal es «fomentar y coordinar la actividad pastoral
común en el arciprestazgo» (Canon 551, así como la de velar por la dignidad personal y la
responsabilidad apostólica de los sacerdotes de esta demarcación. El nuevo código sigue
aquí al pie de la letra la recomendación del «motu proprio» Ecclesiae sanctae de Pablo VI.
Ya el Concilio habló de la creación de algunos «colaboradores más inmediatos de los
obispos» con una tarea de carácter «supraparroquial», de cara a un ministerio determinado
o a un territorio preciso (CD 29).

El título de arcipreste apareció en el S. VI, aplicado al sacerdote responsable de


una zona misionera con la ayuda de su presbiterio local. La figura del arcipreste territorial,
autoridad intermedia entre el obispo y el párroco, se desarrolló a partir del S. IX. Poco a
poco se extendió a toda la Iglesia. Con todo, su autoridad disminuyó a causa de la
prepotencia pastoral adquirida por el archidiácono, equivalente a vicario del obispo y, a
menudo, rival del mismo prelado. En realidad, los arciprestes nunca tuvieron jurisdicción.
Su responsabilidad fue - y sigue siendo- de mera vigilancia administrativa.
En teoría, el arciprestazgo es hoy pieza clave en la pastoral de conjunto, como
eslabón, con la zona pastoral, entre la diócesis y la parroquia. Según Mons. Delicado, «el
arciprestazgo es la coordinación de la pastoral parroquial y la zona es la de la pastoral. En
la práctica no es fácil que las parroquias pertenecientes a un mismo arciprestazgo adopten
una línea pastoral común, dado el pluralismo hoy existente en la Iglesia y en la sociedad.
Por otro lado, la responsabilidad del arcipreste de mera inspección es apenas relevante
frente a la autoridad que posee el párroco. Ni siquiera el nuevo Código ha dado un paso
decisivo en la configuración de la zona pastoral, como institución superior a la parroquia.
La pastoral sigue siendo eminentemente parroquial.

3. Consejo parroquial

El consejo parroquial es un grupo de feligreses, elegidos en representación de la


comunidad parroquial para ayudar al párroco, como corresponsables, en el ministerio
pastoral. De ordinario son laicos comprometidos (entre 10 y 25) que se reúnen
periódicamente para analizar los asuntos de la parroquia, fomentar la participación de todos
los feligreses y llevar a cabo, en la práctica, el proyecto pastoral. Es un órgano permanente,
representativo, consultivo, de estudio y de ayuda al párroco y a la comunidad. Sus
funciones principales residen en conocer la realidad a evangelizar, programar la acción
pastoral, coordinar todas las tareas y revisar lo programado y realizado.

El consejo parroquial tiene, en primer lugar, funciones de liderazgo para evitar el


dirigismo personalista del párroco (o de otra persona que hace sus veces) o el
espontaneísmo de una igualdad pasiva mal entendida. Este liderazgo, con el párroco al

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frente (CIC can. 536), simboliza el objetivo de la comunidad, ayuda a tomar decisiones,
transmite información válida y anima a los miembros de la parroquia.

En segundo lugar, el consejo parroquial tiene funciones de representación, al estar


compuesto por personas elegidas desde la asamblea parroquial y por los responsables de los
diferentes comités o comisiones de pastoral (evangelización, catequesis, liturgia, acción
social y caritativa, economía, acogida, relación con otras comunidades, juventud, etc.)
existentes en la parroquia. Forman parte del mismo todos los sacerdotes que ordinariamente
trabajan en la parroquia, así como una representación de las eventuales religiosas que
colaboran en las tareas pastorales locales. Los miembros del consejo han de ser personas
con sentido crítico, capacidad organizativa, representación popular, cercanía a los
problemas reales, mínima preparación cristiana y preocupación evangelizadora.

En tercer lugar, el consejo parroquial tiene la tarea de la planificación, en el


sentido de que ayuda a concretar los objetivos anuales, distribuir tareas y planear.

El consejo se forma después que haya en la parroquia un cierto espíritu


comunitario, es decir, den los pasos por medio de unos «cursillos de sensibilización
pastoral» y surgen algunas comisiones. En todo caso, el primer consejo parroquial ha de ser
transitorio o provisional. Todo consejo parroquial deberá tener su propio estatuto o
reglamento, de acuerdo a las necesidades diocesanas existentes, que regule su composición,
competencias y funcionamiento, según las dimensiones de la parroquia y su grado de
madurez pastoral.

c. Nivel supradiocesano

1. El colegio episcopal

El Papa y los obispos se unen entre sí a la manera de un colegio o asamblea


estable, expresión e instrumento de la acción correspondiente de los obispos para el cuidado
pastoral del pueblo de Dios. El colegio episcopal es una estructura originaria y
constitucional de la Iglesia. El Sínodo de los Obispos 1985 afirma que la acción colegial
tomada en sentido estricto, implica la actividad de todo el colegio juntamente con cabeza
sobre toda la realidad, siempre ha habido en la historia de la Iglesia una acción colegial de
los obispos, a una como se observa en los primeros concilios provinciales o en la
participación de varios obispos en los ritos de ordenación episcopal de nuevos pastores Y
en las relaciones fraternas entre los Obispos de diversas Iglesias locales (LG 22). Esta
corresponsabilidad episcopal tiene tan hondas raíces que el colegio de los obispos, cuya
cabeza es el Papa, «es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia
universal» (LG 22), momento solemne de ese ejercicio es el que se realiza en los concilios
ecuménicos (LG 22). Pero más importantes que las jurídicas son las apostólicas, que se la
promoción y defensa de la unidad de la fe y de la disciplina común, y, sobre todo, en la
evangelización del mundo entero (LG 23).

2. El sínodo de los obispos

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El término synodos -semejante a concilio- significa asamblea, marcha conjunta. En


los primeros siglos equivale a reunión de representantes cualificados de una Iglesia o de
varias para poner en común experiencias y problemas y lograr soluciones comunes. El
fenómeno sinodal aparece en el s. II y se extiende por toda la Iglesia en los s. III y IV. De
este modo se muestra la Iglesia como comunión de Iglesias locales, al mismo tiempo que se
revisa la fe y se denuncian las desviaciones. Evidentemente, se dan diferentes modelos de
sínodos, tanto en Occidente como en Oriente. En realidad, el sínodo es un momento central
de una Iglesia (diocesana, regional o nacional) para deliberar y tomar decisiones de cara a
su futuro, escoger sus responsables, manifestar su unidad y celebrar su comunión con toda
la Iglesia universal. La sinodalidad es, junto a la colegialidad y la conciliaridad, una
expresión fundamental de la comunión cristiana. Tanto las Iglesias orientales como las
originadas por la Reforma poseen un organización sinodal. En cambio no se manifiesta tan
clara la sinodalidad en la Iglesia católica latina a causa de la preponderancia del papado.
Ciertamente, el antiguo Código de 1917 dedicó un capítulo a los «concilios plenarios y
provinciales» y otro al «sínodo diocesano», pero estas asambleas tenían una escasa
importancia pastoral.
Puede afirmarse que el Vaticano II ha revalorizado el principio sinodal dentro de
la Iglesia católica (LG 22), especialmente con la creación del sínodo de los obispos «como
representación de todo el episcopado católico», para ayudar al papa en «la solicitud de la
Iglesia universal» (CD 5). Se pretendía así que el concilio se prolongase en una especie de
sínodo permanente como «signo de colegialidad» o expresión del «collegialis affectus»
(LG 23). Mediante el «motu proprio» Apostolica sollicitudo (15.10.1965) erigió Pablo VI el
sínodo episcopal o «consejo estable de obispos», de carácter consultivo, cuya función es
obrar «en nombre de todo el episcopado católico» y manifestar «al mismo tiempo que todos
los obispos en comunión jerárquica son partícipes de la solicitud de toda la Iglesia» (CD 5).
De este modo, representantes del colegio episcopal se asocian de modo eficaz con el papa
«en la tarea y responsabilidad del gobierno eclesial». Desde entonces el sínodo se ha
reunido varias veces, ha abordado temas importantes y ha emitido algunos documentos de
relieve, pero no ha modificado apenas el modo del gobierno papal.
El sínodo de obispos intenta ser un instrumento de planificación en la pastoral de
conjunto de la Iglesia universal, al facilitar la comunicación de ideas y experiencias entre el
papa y los obispos. Ya se vio en el Vaticano la importancia que tuvo el intercambio de
criterios entre los miembros del colegio episcopal y entre las conferencias episcopales.
Según el estatuto de su creación, uno de los fines generales del sínodo, además de aconsejar
y colaborar con el Papa en la marcha de la Iglesia, consiste en «facilitar la concordia de
opiniones, al menos sobre los puntos esenciales de la doctrina y sobre el modo de actuar en
la vida de la Iglesia» (AS 11). Así, los catolicismos nacionales podrán confrontarse mejor
con el bien común de la Iglesia universal. Sin embargo, después de un recorrido levemente
ascendente del primer sínodo en 1967 al de 1974 sobre la evangelización, la institución
sinodal ha perdido importancia y significación, debido al influjo que tiene la curia vaticana
en su desarrollo, en detrimento del papel de las conferencias episcopales.
Según el nuevo código de 1983 , el sínodo «es una asamblea de obispos escogidos
de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar
la unión estrecha entre el romano pontífice y los obispos, y ayudar al papa con sus
consejos» (c. 342), respecto de la fe y las costumbres, la disciplina y la acción de la Iglesia
en el mundo.

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Se han celebrado varios sínodos. El primer sínodo se celebró en 1967 con la


participación de 199 sinodales; se trataron cinco asuntos: principios de la revisión del
Código, opiniones doctrinales peligrosas, seminarios, matrimonios mixtos y reforma
litúrgica. Luego se han celebrado varios sínodos, el último fue el de la familia en 2014-
2015 que dio como fruto Amoris Laetitia. Actualmente se ha convocado un sínodo sobre la
juventud y la vocación.

3. Las conferencias episcopales

Las conferencias episcopales nacionales surgieron en algunos países como


conventus episcoporum hacia la mitad del siglo pasado (Bélgica en 1830 y poco después
Alemania, Austria, Hungría, Irlanda, etc.), al comprobar muchos obispos la dificultad de
realizar la acción pastoral en su diócesis sin abordar ciertos problemas de nivel nacional. Se
veía necesario el acuerdo episcopal en temas doctrinales y pastorales, especialmente los
referentes a las relaciones entre Iglesia y Estado. Como en tantas otras ocasiones, la
práctica pastoral precedió una vez más a la teología. Cuando se inaugura el Vaticano II
había 42 conferencias episcopales. Recordemos el papel decisivo que en el desarrollo del
concilio jugaron los episcopados nacionales.
El Vaticano II impulsó la constitución de las conferencias episcopales al constatar
que «en los tiempos actuales no es raro que los obispos no puedan cumplir su cometido
oportuna y fructuosamente si no estrechan cada día más su cooperación con otros obispos»
(CD 37). Recibieron su estatuto oficial con el decreto Christus Dominus (28.10.1966). Las
conferencias episcopales intentan facilitar las relaciones entre las Iglesias locales y la Santa
Sede, ya que contribuyen a la solidaridad de los obispos en la responsabilidad colegial de la
Iglesia. «Sin el ministerio del papa -escribe H. Teissier-, las Iglesias particulares podrían
estallar en una polvareda de Iglesias nacionales. Pero sin la realidad de las Iglesias
particulares en cada nación y región o en cada continente no habría catolicidad». Son,
además, el órgano apropiado de la cooperación de los obispos de una nación o incluso de
varias naciones entre sí. La clave de su eficacia reside en la conjunción de fuerzas y
criterios, tanto en la doctrina como en las acciones pastorales. «En las conferencias
episcopales - afirma el sínodo de obispos de 1985 - los obispos de la misma nación o
territorio ejercen unidos su oficio pastoral». Su posible riesgo está en la mecanización de su
funcionamiento y en el acantonamiento regionalista. Pero las conferencias no están para
resolver cuestiones de mero trámite, sino para hacer que la Iglesia de un país progrese
intensa y extensamente. Para lograrlo, son importantes los diversos secretariados nacionales
como instrumentos de contacto con los problemas reales de la comunidad cristiana en una
nación. Es lamentable ver a una conferencia episcopal centrarse en problemas de escaso
interés vital. Frente al riesgo de un particularismo cerrado, es necesaria la cohesión de las
conferencias con la catolicidad de la Iglesia. La fidelidad al Concilio y la eficacia en las
decisiones del sínodo serán garantías frente al excesivo nacionalismo y aislamiento de las
Iglesias locales. Al suprimirse ahora muchas barreras entre los pueblos, aumenta la
posibilidad de coordinación entre diversas conferencias episcopales para constituir
organismos continentales. Recordemos la existencia del CELAM (Consejo Episcopal
Latino Americano), AMECEA (Assotiation of Member Episcopal Conferences in Eastem
Africa), SECAM (Symposium of Episcopal Conferences of Africa and Madagascar),
FABC (Federation of Asian Bishops' Conferences), CCEE (Consilium Conferentiarum

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Episcopalium Europae) y NCCB de Estados Unidos (National Conference of Catholic


Bishops).
El debate sobre las conferencias episcopales se ha originado recientemente. En su
Informe sobre la fe de 1985, el cardenal J. Ratzinger afirma que «las conferencias
episcopales no tienen una base teológica, no forman parte de la estructura imprescindibles
de la Iglesia tal como la quiso Cristo; solamente tienen una función práctica, concreta». A
la vista de esta grave afirmación, el sínodo de los obispos de ese mismo año sobre los frutos
del Vaticano II sugiere que al ser las conferencias episcopales «útiles y necesarias en el
trabajo pastoral actual de la Iglesia», se haga «un estudio de su estatuto teológico». En
enero de 1988 se envió a las conferencias episcopales un instrumento de trabajo para su
discusión sobre su propio estatuto. La realidad es que ha sido hasta hoy tema de discusión
más entre canonistas que entre teólogos. Lo cierto es que desde un punto de vista pastoral,
las conferencias episcopales son tan útiles como necesarias. Recuérdense los sínodos de
Iglesias nacionales tenidos en Dinamarca, Holanda, Alemania Federal y del Este, Suiza,
Austria, etc. Pero «no se puede negar -escribe J. Kerkhofs- que luego de un entusiasmo
inicial, muchas de estas formas colegiadas de consejos, en las cuales se invierten grandes y
prolongados esfuerzos, se van paulatinamente desangrando o no dan los resultados
esperados, en parte por cansancio, en parte por polarización de grupos de creyentes, pero
siempre muy condicionadas por la actitud de rechazo de la santa Sede, que en lugar de
estimularlas positivamente, bloquea la mayor parte de las aspiraciones más importantes de
estas reuniones eclesiales»

III. LA PASTORAL ESTRUCTURAL

Las estructuras pastorales son necesarias siempre que contribuyan a la educación


de las personas en el estilo de vida de Jesucristo, y sean mediaciones que permitan
testimoniar el Reino de Dios, con palabras, hechos y lenguaje secular, en nuestra sociedad
marcada fuertemente por un paganismo práctico.
Aquí reflexionaremos alrededor de la necesidad de estas mediaciones estructurales
y educativas, alrededor de la renovación de las mismas, y sobre la relación que tienen con
la pastoral profética y la pastoral litúrgica.
El objetivo, por tanto, hacer una reflexión teológico-pastoral sobre la vida y la
organización de la Iglesia. Serán unas reflexiones de carácter general sobre los diferentes
tipos de comunidades y su validez para el aprendizaje comunitario del estilo de vida de
Jesucristo. Este aprendizaje del seguimiento de Jesucristo no es otro que la iniciación a la
profundidad de la Palabra de Dios, la iniciación a la oración, a la celebración sacramental
de la fe y la preparación para dar testimonio en el mundo.
En función de este objetivo, en un primer momento reflexionaremos sobre la
situación presente, las diferentes actitudes existentes respecto a la organización de la vida
de la Iglesia, y sobre los criterios que pueden orientar los esfuerzos de renovación
estructural eclesial. En un segundo momento analizaremos las mediaciones estructurales
básicas (parroquias, comunidades de base y movimientos apostólicos), las estructuras
intermedias (arciprestazgo, etc.), y las estructuras diocesanas.
En la reflexión que haremos nos guiarán dos elementos clave: la fidelidad crítica a
la experiencia vivida por la Iglesia a lo largo de su historia, y una libertad de imaginación y
creatividad. La primera sin la segunda nos conduciría a una repetición del pasado. La

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segunda sin la primera no partiría de la memoria histórica y nos podría conducir a un


desarraigo. Ambas establecen un diálogo del presente con el pasado para preparar el futuro.

1. ACTITUDES RESPECTO DE LA ORGANIZACIÓN DE LA VIDA


COMUNITARIA

Muchos de los problemas comunitarios, planteados en los estudios sociológicos


consultados o en las encuestas mencionadas anteriormente, brotan de unas actitudes
existenciales cuyas fuentes son diversas. Es importante, pues, antes de reflexionar sobre las
estructuras pastorales como tales, establecer un diálogo a nivel de las diversas actitudes que
las originan.
Existen, en primer lugar, unas actitudes que podemos denominar reduccionistas
que son aquellas que, o bien no atienden lo suficiente a la vida real de las personas o de las
comunidades, o bien no atienden suficientemente al mensaje cristiano del amor gratuito de
Dios. Estas actitudes son defectuosas por falta de solidez cristológica y antropológica.
Existen también, unas actitudes de fondo que podemos denominar ambiguas, y son
aquellas que conducen a hacer cosas al ritmo del momento, pero sin profundidad teológica
y antropológica. No son reduccionistas pero están faltas de fundamentación y de horizonte.
Esta manera de ser tiene el riesgo de originar una pastoral bien intencionada, incluso en la
dirección correcta, pero que fácilmente cae en el defecto de la superficialidad y el
activismo.
Finalmente, siempre mezcladas con las actitudes precedentes, existen intentos de
profundidad antropológica y teológica en aquellas actitudes que están atentas a la vida real
de las personas y el mensaje cristiano, vivido en la solidaridad eclesial, simultáneamente.
Esta línea de fondo subraya las mediaciones pedagógicas y eclesiales de cara a realizar un
trabajo educativo. Estas actitudes acentúan el servicio a la persona, afirman un proyecto
liberador y salvador, y tienden a un trabajo comunitario y conjuntado.
Muchos teólogos han hecho su aportación sobre esta problemática en estos últimos
años, pero fue el Congreso Teológico, organizado por la Fundación Concilium, sobre El
Futuro de la Iglesia, en el año 1970, el que inició un diálogo profundo, no cerrado todavía,
puesto que muchas de las cuestiones allí planteadas continúan abiertas a ulteriores
aportaciones y aclaraciones sobre el caminar de la Iglesia en este nuevo milenio.
Según el modelo de Iglesia con el que se opera, resulta un tipo diverso de
organización estructural comunitaria, pero hay unos acentos -que ha destacado el profesor
Rovira en un artículo suyo- que deberían estar presentes, en todo proyecto pastoral
comunitario, para ser fieles al Vaticano II: Ha de ser un modelo a) universal particular (que
incluya hasta pequeñas comunidades); b) un modelo convivencial, de acogida, de servicio y
misión; c) más corresponsable que clericalizado; d) de mensaje anunciado y realizado, más
que de privilegios ideales y consignas; e) tendente a la formación de cristianos responsables
en el mundo y en la Iglesia, sin que este modelo deje de ser un signo visible para las masas;
f) tendente a la formación de cualidad de vida nueva para el hombre: cualidad
contemplativa y ética que corresponda a la capacidad de respuesta libre, que es la fe, como
forma de vida parecida a la de Jesús, Señor; g) seguro de que es la fuerza de la Palabra y
del Espíritu, sobre todo a través de la celebración de la fe, la que forma la comunidad, y no
los medios de este mundo.
Estas actitudes pastorales, que acabamos de describir, informan las mediaciones y
los proyectos organizativos pastorales, de manera que, la misma mediación organizativa

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pastoral (como por ejemplo la parroquia, el movimiento, la comunidad de base, etc.) tendrá
manifestaciones muy diversas, según las actitudes que haya detrás. Frecuentemente, en los
diálogos pastorales, no se tiene muy en cuenta todo esto y, en estos casos, la conversación
gira alrededor del mismo tema, y queda a nivel de palabras, puesto que el significado de
éstas es diferente o, incluso, opuesto. El diálogo en estos casos es un diálogo estéril puesto
que se está hablando teóricamente de lo mismo pero en la práctica se habla de realidades
diversas.
Muchas veces, por una falta de profundidad, o bien por entender la unidad como
un valor que es necesario salvar por encima de todo, no se hace un diálogo a nivel de estas
actitudes por el miedo que, al descubrir puntos de partida diversos, se pueda romper la
comunión. Es comprensible este miedo y la voluntad de conservar la unidad en la
comunión. Ahora bien, si no se plantean los problemas en su momento, más tarde o más
temprano, saldrán a la superficie y, entonces la solución es mucho más complicada porque,
con el tiempo, los problemas tienden a deteriorarse.

2. Criterios orientadores

Esta problemática urge la necesidad de un planteamiento directo y claro. Este


planteamiento no ha de llevar a una confrontación sin diálogo comunicativo, ni ha de
intentar asumir un irenismo sin diálogo de autenticidad. En el primer caso, los resultados
son todavía más negativos porque se alejan más las posturas. En el segundo caso, el
resultado es inútil porque no se han abordado los verdaderos problemas y los sentimientos
desde los cuales se viven estos problemas.
El planteamiento correcto es aquel que busca unos criterios intelectuales y
afectivos que permitan un diálogo desde la profundidad de las vivencias que cada uno ha
tenido. Evidentemente este diálogo no es fácil, pero es el único que puede aglutinar todos
los elementos positivos de las diferentes experiencias vividas.
Intentaremos formular algunos de estos criterios que pueden servir para el inicio
de un diálogo en profundidad, y para pasar de unas actitudes de oposición a unas actitudes
de convergencia. Con toda seguridad existen más criterios de los que aquí describimos,
pero solamente pretenden iniciar el camino.
Un primer elemento es la convicción, según la cual, la unidad de acción de la
Iglesia no se puede alcanzar mediante la organización sino mediante la respuesta vital de la
Iglesia a las necesidades concretas de las personas y de la humanidad. Esto supone una
conversión al Evangelio ya que quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que esté
dispuesto a perderla por el Evangelio la encontrará. Este texto no sólo tiene una
interpretación personal sino también, y fundamentalmente, comunitaria. Sin embargo estos
últimos años nos hemos dedicado demasiado a cuestiones internas, normalmente
intrascendentes y neutralizadoras, cuando realmente el mundo de hoy está reclamando, de
la comunidad cristiana, aportaciones concretas a favor de la humanidad como signo de la
esperanza teologal. De hecho existen comunidades cristianas que se dedican a servir al
mundo y, como consecuencia de este servicio humilde se han reencontrado internamente
ellas mismas. En el futuro las cosas tendrán que ir cada vez más en esta dirección.
Un segundo elemento se da en el hecho de que no podemos dar respuesta a las
necesidades existenciales si no hacemos que la aportación sea una respuesta de todo el
Pueblo de Dios, a la manera del fermento en medio de la masa. La pastoral de conjunto no
es lo mismo que un conjunto de pastorales. No es tampoco una idea nueva, sino una idea

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que ha pasado por el fracaso. Debido a este fracaso, actualmente unos han vuelto al trabajo
individualista, otros han pactado con el desencanto, y finalmente, otros están
desconcertados. El futuro lo están abriendo aquellos que no han caído ni en el
individualismo ni el desencanto. Esto se puede hacer en la medida que recuperemos la
conciencia y la perspectiva de la misión encomendada por Jesucristo a la Iglesia.
Un tercer elemento está en el reencuentro de la fraternidad y de la radical igualdad
bautismal de los presbíteros, religiosos y laicos en el proyecto común de la Iglesia, aunque
con las respectivas tareas específicas de cada uno al servicio del bien común. Donde se da
este elemento se va produciendo una reconstrucción comunitaria. A pesar de que no abunda
mucho la práctica comunitaria, en aquellos lugares donde se realiza nos muestra que es un
factor decisivo.
Un cuarto elemento es la necesidad del grupo concreto y real. La existencia del
grupo realiza una función autocrítica o de profundización de los pensamientos e
intenciones, como resultado de un diálogo abierto y crítico. Realiza también una función
terapéutica o de recuperación emocional y afectiva de los miembros de la comunidad, como
resultado de vivir la experiencia de la comunicación en profundidad. Finalmente, el grupo
realiza también una función operativa, o de relanzamiento, una y otra vez, al mundo de las
realidades cotidianas, a fin de dar testimonio desde la confianza y la alegría salvadora que
dan la Palabra de Dios, la oración y la eucaristía.
Un quinto elemento es la necesidad de releer la experiencia de la pequeña
comunidad y de la iglesia local a la luz de la experiencia de Jesucristo, encarnado, muerto y
resucitado. Los momentos de encarnación comunitaria han de ser iluminados a la luz de la
teología de la encarnación del Hijo de Dios. Los momentos de fracaso y crisis pueden
superarse gracias a la luz que proyecta sobre la vida la teología de la cruz. Los momentos
de superación de la crisis, encuentran su horizonte a la luz de la teología del Cristo glorioso.
La historia de la comunidad, muy a menudo, vive en la propia carne este camino de
Jesucristo. Esto es muy positivo teológicamente puesto que da sentido y seguridad en la
vivencia de la fe comunitaria hacia la madurez, a la que apunta el Evangelio integral. Este
acompañamiento cristológico y la lectura teológica correspondiente, hacen que los
momentos de encarnación comunitaria y los de superación de las crisis, no se conviertan en
falsamente eufóricos, y que los momentos de crisis no se conviertan en fatalistas o
depresivos. En definitiva, estos elementos aportan a la comunidad de fe la sabiduría de la
cruz y la ponderación.
Un sexto elemento es la necesidad de realizar una reflexión teológica sobre la
propia experiencia de la comunidad. Esta teología ha de partir, en un primer momento, de
un análisis antropológico y teológico sobre la propia comunidad, desde los aspectos
positivos y desde los desafíos que planean sobre ella. En un segundo momento hay que
buscar criterios teológicos para avanzar. Estos criterios han de ser de orden antropológico,
cristológico, eclesiológico, pastoral y espiritual. A la luz de estos criterios es necesario
replantear la acción en general, los servicios comunitarios a fin de que no le falle nada a la
comunidad; es necesario replantear también la experiencia de la vida trascendente, la
mística comunitaria y la pastoral de conjunto, de cara a avanzar en la praxis cristiana y
poder hacer la verdad.
Un séptimo elemento es la necesidad de una espiritualidad. Por supuesto no nos
referimos a las escuelas de espiritualidad son legítimas pero libres, sino a un nivel mucho
más profundo: el de la urgencia del arraigo comunitario en el Espíritu Santo, mediante la
contemplación y la oración. Las escuelas de espiritualidad son legítimas pero no se pueden

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Pastoral parroquial
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imponer a toda la comunidad. Sin embargo, la comunidad y su acción han de estar


arraigadas en el Espíritu, puesto que sin el Espíritu Dios queda muy lejos, Jesucristo
permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia es una simple organización
más, la autoridad es un despotismo, la misión una propaganda, el culto un puro recuerdo y
la praxis cristiana es una moral de esclavos... pero en El, y con una colaboración
indisociable, todo el mundo gime y sufre dolores de parto para alumbrar el Reino, el
hombre lucha contra la carne, Jesucristo resucitado está aquí, el Evangelio es poder de vida,
la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio evangelizador, la
misión es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, la acción humana queda
divinizada. Solamente, pues, una espiritualidad entendida así, puede dar cualidad a la vida y
al desarrollo organizativo y pedagógico de la comunidad en una perspectiva global.
Un octavo elemento es la necesidad de dar primacía a la caridad. Es verdad que la
comunidad, tal como indica 1 Corintios, capítulo 12, está constituida por diversos carismas
y servicios. Ahora bien, también es cierto que la misma carta, y a continuación, añade -en el
capítulo 13- que la primacía no la tiene ningún carisma sino la caridad (ágape). El mismo
texto hace una descripción detallada sobre cómo se debe entender la caridad a la luz de la
revelación. Este elemento puede dar la clave a muchas situaciones comunitarias que están a
o bien no aciertan a encontrar el camino del futuro. Sin duda, una reconversión comunitaria
al amor gratuito e incondicional, tal y como lo describe 1 Corintios, puede ofrecer caminos
y una salida creadora a la auto-edificación comunitaria.
En el análisis crítico que haremos de las diferentes estructuras pastorales,
tendremos en cuenta estos criterios y los que hemos formulado al hablar de la Teología
Pastoral fundamental. Estos últimos nos dan el marco teológico y nos sitúan en la gran
tradición de la Iglesia. Los primeros nos ofrecen un marco operativo, nos sitúan en la
fidelidad al momento presente y nos dan ponderación para poder seguir adelante.

3. Las mediaciones pastorales estructurales educativas

Las mediaciones estructurales educativas son necesarias para vehicular la pastoral


profética, la pastoral litúrgica y la acción caritativa de la comunidad de fe. Su condición de
validez es que respondan al deseo de Dios, a unos criterios pastorales, y estén al servicio de
la vida.
A pesar de la renovación que se ha producido en las estructuras de la Iglesia, en
especial a partir del Concilio Vaticano II, es necesario afirmar que todavía son inadecuadas.
Aunque, ciertamente, la reforma no se puede hacer a partir de un cambio radical, sino que
debe ir respondiendo a las nuevas situaciones de la comunidad cristiana, a partir de una
reflexión teológico-pastoral sobre la experiencia vivida. También es cierto que se hace
necesario aprender del pasado, porque cada generación no puede, ni debe, inventar todo de
nuevo. La fidelidad da solidez, pero la imaginación creadora da capacidad de respuesta a
las nuevas situaciones que se viven. Esta actitud abierta al futuro es aún una fidelidad
mayor, ya que da respuesta a la vida y a las nuevas necesidades de la persona humana y de
la comunidad.
Es necesario, pues, que dos criterios operativos nos ayuden a reflexionar sobre el
significado y el valor de la organización eclesial, al servicio del Evangelio y de la vida
humana. El primero es el espíritu de catolicidad y la pastoral de conjunto. El segundo es el
criterio de la fidelidad a la vida de la base eclesial y a las necesidades urgentes del mundo.
El primer criterio nos conduce a pasar de una pastoral rutinaria, o en el mejor de los casos

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existencialista, a una pastoral estructurada en función del bien común. El segundo nos
conduce a edificar la comunidad desde sus fundamentos. Ambos criterios conducen a
participar en la elaboración de los proyectos pastorales comunes, a elaborar la tarea pastoral
de los otros, y a trabajar, contemplar y celebrar conjuntamente, es decir, eclesialmente.
Comencemos, pues, una reflexión sobre las estructuras organizativas básicas que
configuran la Iglesia de hoy, es decir, alrededor de aquellas mediaciones que son cotidianas
en la vida de la Iglesia.

a) La parroquia, estructura básica de la pastoral


La parroquia es una casa abierta a todo el pueblo, que acoge al conjunto humano
que habita en un territorio, sin distinción de edades, culturas, ideologías, etc. En el caso del
mundo rural es una estructura natural. En el caso de las ciudades se plantean más
problemas, pero, no obstante, también puede llegar a ser una casa abierta y acogedora,
reflejo de la comunión universal y trascendente, a partir de la vida del pueblo y las
necesidades de la comunidad. Aunque se puede, y tal vez se debe buscar alternativas más
diversificadas y amplias, mediante centros de culto, centros de catequesis y diaconías o
lugares de acogida, es necesario reconocer que, con unas bases psicológica, sociológica y
teológicamente correctas, las posibilidades de la parroquia-comunidad continúan abiertas y
puedan realizar un trabajo provechoso al servicio de la pastoral de la Iglesia.
En su vertiente positiva y abierta al futuro, la parroquia aparece no tanto como un
territorio, sobre el que se ejerce un dominio, sino como la casa de la fe, abierta a todos:
lugar de oración, de celebración sacramental de la fe y de aprendizaje del estilo de vida de
Jesucristo. En ella se puede aprender y se puede vivir el seguimiento de Jesucristo, y
podemos iniciarnos al testimonio cristiano en el mundo.
En la parroquia también se realizan todas las dimensiones de la pastoral (pastoral
profética, litúrgica y educativa): se reúne una comunidad para la contemplación de la
Palabra de Dios, para la oración, una comunidad eucarística, una comunidad de ministerios
y servicios diversificados, una comunidad de comunidades.
En su vertiente positiva, la parroquia es, pues, una oferta abierta y universal de la
oferta de la vida cristiana. Asegura la posibilidad de recibir el anuncio cristiano, de
compartirlo, de crecer en la iluminación catequética, de celebrar la eucaristía y los
sacramentos, de relacionarse con la sociedad en general, a través de la apertura de sus
puertas a todos, y en este sentido es un espacio que subraya la comunión.
El problema de la estructura parroquial está en la dificultad de integrar toda la vida
de la base, los grupos diversos que la componen y la diversidad de medios. En algunos
casos se integra esta realidad plural, pero se hace superficialmente. Es necesario añadir otra
dificultad: se trata de la complejidad de ir a la búsqueda de caminos auténticamente
evangelizadores, adecuados a la realidad de los diversos medios.
Estas dificultades, y las que se derivan de las mismas, pueden ser superadas
mediante la corresponsabilidad real y operativa de los presbíteros, religiosos, religiosas y
laicos, que forman la comunidad. Para ello es importante poner en marcha los Consejos de
Pastoral y, lo que es más difícil, mantener el dinamismo correcto de este instrumento de
diálogo pastoral, aconsejado por el Concilio Vaticano II a nivel diocesano y, posteriormente
aconsejado también a nivel parroquial.
Esto supone un cambio de mentalidad. Muchos, cuando piensan en la parroquia,
están pensando en un territorio. El Concilio Vaticano II se refiere a la comunidad
parroquial cuando habla de las asambleas locales de los fieles.

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Esta visión positiva de la parroquia no siempre ha funcionado en la práctica. Unas


veces se confunde la parroquia con el territorio. Otras, se han consumido las energías en los
elementos organizativos y se han olvidado las necesidades de las personas. En otros
momentos los elementos ideológicos han estado por encima de las necesidades pastorales.
También, ha habido instantes que, por falta de profundidad teológica, ha sido un
lugar de actividades más que un lugar de educación de la vida. Finalmente, algunas veces,
ha ejercido más un dominio que un servicio. Cuando las cosas han funcionado de esta
manera, la parroquia en lugar de ser una célula viva de la Iglesia, o comunidad cristiana
estable y abierta al mundo, se ha convertido en un espacio administrativo, incluso
burocrático y esclerotizado.
La renovación de la parroquia pasa por un pacto de cooperación comunitario entre
todo el pueblo cristiano, los grupos de vida y los grupos de acción intra-eclesial, coordinado
por un Consejo de Pastoral y el equipo de presbíteros, a través del cultivo de la
corresponsabilidad. La parroquia renovada es esencial para la renovación de la Iglesia en
general.
b) Las comunidades de base, elementos dinamizadores de la vida eclesial

Las comunidades de base son pequeñas comunidades que pretenden establecer una
relación, concreta y existencial, entre la vida real y la fe de los que la forman.
Por ellas mismas no son una contraposición a la parroquia, comunidad de
comunidades, pero sí son una alternativa a la parroquia de signo burocrático y
administrativo.
Históricamente algunas de las comunidades de base han tenido un fuerte
componente de contestación a la situación establecida, y se han mantenido más por una
crítica de la situación ideológica (de poder económico, de dominio, etc.), que no por la
alternativa positiva que significaban para el bien común de la Iglesia Universal.
Otras comunidades de base han nacido como un intento de encontrar respuesta
ante los diversos desafíos planteados por la realidad. Aunque estas comunidades de base se
han desarrollado por todo el mundo, es en Latinoamérica donde han adquirido un desarrollo
cuantitativo significativo para la vida de la Iglesia Universal.
La clave teológica para la viabilidad de las comunidades de base está en la
capacidad de realizar todos los elementos de la vida cristiana en el interior de la pequeña
comunidad. El estatuto, pues, de las comunidades de base es el estatuto teológico de la
Iglesia (LG. 26).
Puestas estas condiciones, que son generales para todas las estructuras pastorales,
hemos de afirmar la validez de las comunidades de base para la renovación de la pastoral.
Las parroquias responden a una necesidad de vivir la fe y el seguimiento de
Jesucristo en apertura a toda la comunidad, sin distinción de edades, sexo, ideologías y
situaciones sociales. En este sentido ponen de relieve la catolicidad de la fe.
El arraigo de las comunidades de base en la Iglesia Local y en la Iglesia Universal
ha de ser un elemento constitutivo y definidor de las mismas.
Las comunidades de base pueden realizar esta integración al igual que las
parroquias territoriales o personales. Realizada esta integración, reúnen las condiciones
para ser consideradas como estructuras básicas de la pastoral.
Las comunidades de base también responden a una necesidad vital de la persona,
principalmente en las grandes ciudades, donde el anonimato de las personas ha hecho que

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Pastoral parroquial
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cada uno se convierta en una isla. Es la necesidad de concretar la comunidad y la necesidad


de compartir afectiva y efectivamente.
Así como la parroquia tiene una larga tradición histórica, las comunidades de base
son unas estructuras sociológicamente más recientes, aunque eran muy normales y
habituales en la primera Iglesia. En la versión actual, las comunidades de base responden a
problemáticas muy diversas. Por eso, existe una gran variedad de modelos, que no podemos
analizar en este trabajo, pero que son el signo de una gran vitalidad y desarrollo de este
instrumento pastoral al servicio de la vida. En el número 58 de la Evangelii Nuntiandi
podemos encontrar una descripción y una valoración teológica de los diversos modelos.
El valor fundamental de las comunidades de base es la acentuación de la
comunión, a nivel de relaciones interpersonales, la posibilidad de elaborar unas actividades
evangelizadoras adecuadas y la capacidad de traducir estas actividades en proyectos
operativos humanamente evaluables.
El problema de esta estructura pastoral puede venir de la falta de autocrítica y
apertura a la catolicidad. En este caso, la comunidad de base, más que en una estructura
pastoral, se convertiría en un grupo de terapia.
Esta posible dificultad puede ser superada mediante la relación con las otras
comunidades y con la Iglesia Local, reunida alrededor del obispo.
Las contradicciones que hemos vivido, como consecuencia de considerar a la
parroquia o a la comunidad de base como alternativas absolutas, han limitado la vida de la
parroquia y la vida de las comunidades de base. La experiencia que hemos acumulado
sugiere un cambio de actitudes que, dejando la confrontación o la coexistencia sin diálogo,
inicie un análisis objetivo de las dos estructuras en la línea de la convergencia y la
complementariedad. Este diálogo, que no ha de ser abstracto sino concreto y a partir de la
realidad vivida, será beneficioso para estas dos estructuras básicas de la pastoral.
c) Los movimientos apostólicos, mediaciones educadoras y evangelizadoras
Los movimientos apostólicos son organizaciones pastorales de base para educar la
fe de sus miembros, a partir de la vida, y para testimoniar el Evangelio en el mundo, a partir
del compromiso de los mismos. Su intuición fundamental procede de la Acción Católica y
de la Juventud Obrera Católica que fundó el presbítero belga Joseph Cardijn.
Históricamente no son estructuras que nacen al margen de la Iglesia, sino que
surgen de la vitalidad cristiana y de la clarividencia pastoral de algunos pastores ante el
proceso de secularización del mundo. Responden, pues, a la necesidad urgente de construir
unos puentes de comunicación entre la comunidad cristiana, las diversas situaciones y los
diversos medios del mundo secular.
En su dimensión más profunda pretenden realizar una doble labor: aportar al
interior de la Iglesia los problemas y las expectativas del mundo, y aportar al interior del
mundo la luminosidad y la esperanza del Evangelio eclesial.
Si el mundo fuera cristiano, quizás, esta mediación educadora no haría falta, ya
que habría bastante con las comunidades de vida cristiana. Sin embargo, las circunstancias
presentes urgen la necesidad de estas estructuras pastorales de manera que, si no existieran.
hoy se tendrían que inventar.
No es que as parroquias y las comunidades de base no puedan realizar una tarea
evangelizadora. Sería totalmente injusto afirmar que estas estructuras pastorales no dan
frutos evangelizadores. Pero, la comunidad cristiana no puede esperar que el mundo venga
a su encuentro, es ella la que ha de ir al encuentro del mundo contemporáneo.

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Este ir al encuentro del mundo contemporáneo, ha de realizarlo cada cristiano en


su vida cotidiana, con plena libertad y creatividad. Pero la pastoral que quiera ser
educadora, ha de suministrar a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se
quieran comprometer en contextos sociales más difíciles, unos medios pedagógicos que
acompañen esta labor de evangelización de los ambientes.
Hemos vivido, y continuaremos viviendo, una fuerte polémica que pretende
enfrentar a los movimientos apostólicos con las parroquias y viceversa. Esta polémica, de
manera frecuente, es más visceral que racional. No obstante, no faltan críticas a realizar
respecto a los movimientos apostólicos porque la experiencia que hemos vivido, al igual
que las parroquias y las comunidades de base, es una experiencia ambigua, como lo es toda
realización humana.
En cuanto a los aspectos positivos podemos señalar, entre otros, los siguientes: el
haber situado el cristianismo en medio del mundo; la capacidad de vivir la fe en el flujo de
la vida y haber establecido un diálogo real entre la vida concreta y la fe; el haber educado
personas solidarias y críticas; la creación de un lenguaje teológico nuevo; la acentuación de
la dimensión pedagógica de la organización, etc.
Entre los desafíos o contradicciones de los movimientos apostólicos podemos
subrayar éstos: el número de sus miembros; la pérdida de la identidad cristiana que a veces
se ha producido; la dificultad de encontrar los momentos catecumenales adecuados; la
acusación de falta de espiritualidad; la absolutización de la propia experiencia; la
dedicación que supone, etc.
Así como la parroquia es una estructura pastoral con una larga experiencia
histórica, los movimientos apostólicos tienen una experiencia corta y es todavía difícil el
hacer una valoración pastoral objetiva, crítica y sistemática de los mismos.
La dificultad de los movimientos apostólicos puede venir de la carencia de
relación y comunión con otras realidades eclesiales.
Unos podrían perder una serie de elementos fundamentos y podrían perder el
arraigo teológico de la vida cristiana, la propia experiencia en el conjunto de la
eclesialidad, hasta dificultad puede ser superada mediante la coordinación interna
diocesana, nacional, estatal e internacional. Es importante el instrumento pedagógico que
esto representa cuando es vivido de una manera correcta y madura.
Los movimientos apostólicos son necesarios en la situación de pluralidad que vive
él mundo, dividido en culturas y subculturas. Pero es sobre todo, en la búsqueda de una
relación abierta con el mundo obrero, con el mundo rural, con el mundo universitario y con
la juventud en general, cuando la necesidad pastoral de los movimientos apostólicos se hace
más urgente. De otro modo, la Iglesia corre peligro de hacerse sectorial en el mundo que se
está configurando.
Los movimientos apostólicos acentúan el protagonismo del laicado, la dimensión
responsable y evangelizadora, dentro de una pastoral misionera, por parte de todos los
componentes de la Iglesia. Hemos visto, en los capítulos anteriores que esta dimensión
misionera constituye la prueba, para la correcta validez, de la vida interna de la comunidad
cristiana. Dicho de otra forma, la comunidad que se reúne para orar y para celebrar la fe, es
enviada al mundo para testificar la Buena Nueva y para comunicarla a toda la humanidad
Esta no es una labor de unos pocos sino que es la responsabilidad de todos los bautizados.
Los movimientos apostólicos son una mediación pastoral, educadora y
evangelizadora que ha realizado su finalidad con más o menos acierto, pero no cabe

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Pastoral parroquial
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ninguna duda de que, esta mediación, lleva en su interior una intuición y una llamada a toda
la Iglesia, para que toda ella, sea evangelizadora.
d) Parroquias, comunidades de base y movimientos apostólicos
En los apartados anteriores hemos descrito y valorado las posibilidades y
dificultades de cada una de estas mediaciones pastorales. Hemos de afirmar también que,
actualmente, estas mediaciones estructurales básicas de la acción pastoral son nece- sarias y
complementarias porque ayudan a la vivencia de la fe y al aprendizaje del estilo de vida de
Jesucristo. Lo que ocurre es que lo hacen respondiendo a situaciones diversas. Podemos
decir que las contradicciones que hemos vivido, manifiestan que la situación está madura
para una búsqueda de la complementariedad.
Las mediaciones estructurales educativas, cuando se convierten en un fin para ellas
mismas, dan lugar a la confrontación y a la neutralización. Por esta razón, la realidad de la
base eclesial, que gira alrededor de estas estructuras, necesita un replanteamiento en
función de la especificidad y, al mismo tiempo, en función de la complementariedad.
A menudo se plantean como un dilema, por falta de profundidad antropológica y
teológica, muchas alternativas que son complementarias. Es necesario, pues, analizar la
realidad de estas tres mediaciones organizativas de la comunidad cristiana, en función de la
especificidad y la complementariedad. El tema teológico de fondo es la relación entre la
comunión y la evangelización.
Las parroquias, las comunidades de base y los movimientos apostólicos son tres
estructuras que responden a situaciones diversas y acentúan aspectos diversos. En una
perspectiva global, y de bien común son complementarias. Un diálogo que no sea ni irenista
ni autoritario puede ayudar a profundizar esta complementariedad.
Detrás de las estructuras puede haber un mismo espíritu pastoral, y un mismo
trabajo pedagógico, si se sabe distinguir entre las necesidad de unos equipos de base, que
tienen como finalidad la formación de los cristianos, en su multidimensionalidad y
solidaridad, y la necesidad de unos equipos de acción eclesial, que se preocupan de que no
le falte nada a la comunidad global.
Los equipos de base eclesial pueden existir en el interior de las tres mediaciones.
Tienen como finalidad, establecer un diálogo entre la vida concreta, con todas las
cuestiones existenciales que ella suscita, y la fe cristiana. Son equipos gratuitos, en el
sentido de que tienen como valor supremo la persona humana vista a la luz del designio de
Dios. En principio, no pretenden nada más que ayudar a la persona a ser la misma en su
crecimiento y fruto de este crecimiento personal, se deriva la exigencia de un compromiso,
asumido-consciente y personalmente, de servicio y transformación de las estructuras, al
servicio de las personas, y un compromiso eclesial o de disponibilidad comunitaria. Estos
equipos se pueden dar en las tres mediaciones, pero caso las personas que forman-el no
siempre. En grupo pueden desarrollar un servicio durante cierto tiempo. Al estar detenidos
en cuanto a su crecimiento personal se refiere, corren el peligro, a la larga, de agotarse,
cansarse' e incluso quemarse.
Frecuentemente esto no pasa. La Teología Pastoral estructural educativa ha de ser
crítica respecto de toda organización, a fin de que la organización esté al servicio de la
persona, y consecuentemente, ha de ayudar a potenciar estos equipos de base o de
solidaridad. La experiencia pastoral puede ayudar mucho a valorar la importancia de esta
afirmación'
Los equipos de acción eclesial tienen como finalidad la función de cubrir
necesidades que el desarrollo de las comunidades comporta, como por ejemplo, los equipos

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de catequesis, de las diferentes edades, el grupo de preparación de la liturgia, el grupo de


caritas, grupos de acción social, la comisión económica, etc.
Estos equipos de acción son funcionales y de servicio. Su marcha de plan, en gran
parte, de que los equipos de base funcionen correctamente y de una manera adulta. Tanto
las parroquias, como las comunidades de base y los movimientos, necesitan de este doble
instrumento organizativo a fin de cuidar la viabilidad de la comunidad cristiana en una
perspectiva de futuro. Aunque tengan diferentes nombres, el espíritu que anima estas
mediaciones ha de ser el mismo.
Estas tres mediaciones de base se necesitan mutuamente puesto que, teniendo
especificidades diversificadas, se complementan mutuamente. La parroquia, si quiere ser
eficaz, necesita de las comunidades de base y de los movimientos de evangelización. La
comunidad de base necesita de una relación comunitaria más amplia, que puede encontrar
en la parroquia-comunidad abierta, y necesita de una solidaridad evangelizadora más
amplia en los diversos medios, y esto lo puede encontrar en los movimientos
evangelizadores. Los movimientos de evangelización necesitan de la comunidad abierta, de
la asamblea de todos los hijos de Dios; y pueden hacer experiencia de comunión a través de
la solidaridad con las comunidades de base y las parroquias.
Esta complementariedad supone un cambio de actitudes interiores por parte de
todos. En especial, supone un crecimiento en la corresponsabilidad de todos los miembros
de la Iglesia, la promoción de agentes de pastoral con base teológica y una re- conversión
del presbítero de la comunidad, el cual ha de ejercer una función de síntesis comunitaria en
vez de una síntesis de todas las funciones de la misma comunidad.
e) El arciprestazgo, nueva dimensión de la unidad pastoral
La conexión entre la vida de la base cristiana -parroquias, comunidades de base y
movimientos apostólicos- y los organismos eclesiales, requiere una estructura intermedia
que enlace ambas realidades pastorales: el arciprestazgo. El arciprestazgo no es una
mediación substantiva sino funcional, no obstante, es de vital importancia para las
comunidades.
El arciprestazgo, sea territorial o sea funcional, puede realizar una labor
integradora de la comunidad a un nivel más amplio, pero todavía de dimensiones humanas.
Su objetivo es hacer converger la vida de la base eclesial, y todo su dinamismo apostólico
personal, grupal e institucional, hacia un proyecto común.
Es a nivel arciprestal cuando se puede realizar un plan conjunto sintiendo su
necesidad, reflexionándolo, asimilándolo, adaptándolo, ejecutándolo y revisándolo Las
estructuras de base se pueden relacionar entre ellas' puesto que una parroquia puede
aglutinar al pueblo en general de base que haya, a los movimientos evangelizadores,
relacionándolos a nivel de consejo al servicio de la asamblea dominical de todos los fieles y
del pueblo en general. De esta manera las minorías activas están al servicio de la masa a la
manera del fermento.
Ahora bien, eso no siempre es fácil por diversas causas. En los ambientes rurales,
a causa del control social que critica todo intento de hacer algo que destaque respecto a los
demás. En los ambientes urbanos, a causa de las limitaciones que supone la masificación de
la ciudad, con las repercusiones que esto genera de cara a la parroquia, para dar soporte a
todas las iniciativas que no siempre son convergentes.
Es a nivel arciprestal, mediante una dinámica de grupo correcta y personalizadora,
donde se puede dar soporte a todas estas iniciativas vivas de la base eclesial, y se pueden
encontrar medios de relación, comunicación y convergencia. De esta manera, un equipo

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arciprestal integrado por presbíteros, religiosos y laicos para situarlos en un proyecto de


conjunto.
Hay una objeción de entrada a esta propuesta. Muchos afirman que no estamos
educados para la colaboración. Otros dicen que la práctica esto no ha funcionado.
Finalmente otros dirán que el trabajo conjuntado frena la fuerza de las individualidades.
Son objeciones existentes y reales. Sin embargo, una manera de actuar, a pesar de la fuerza
de la inercia, siempre se puede cambiar. Lo que falta es estar convencidos de que con el
cambio mejoraremos. El cambio siempre da miedo porque supone entrar en el terreno de lo
desconocido pero la grandeza de la persona humana se manifiesta, entre otras cosas, en su
capacidad para mejorar a todos los niveles. La historia es un álbum de situaciones en las
que se alternan mejoras con regresiones pero va adelante gracias a los que tienen la osadía
de mirar hacia el futuro y de perder el miedo. Por eso, el estilo individualista que ha
imperado hasta ahora puede ser transformado mediante la práctica de un nuevo estilo más
participativo.
La segunda objeción contra el trabajo de conjunto, procede del fracaso que
muchas veces ha supuesto. Eso también es cierto. No es lo mismo hablar de trabajo de
conjunto por primera vez que hacerlo después de haber tenido experiencias que no han
tenido éxito. Así como la primera objeción se puede superar con la convicción de que las
cosas son como son hasta que dejan de serlo, esta segunda dificultad supone una terapia. Es
una objeción que no se puede superar con teorías. Solamente se puede superar con
experiencias de signo positivo. No existe otro camino.
La tercera dificultad es positiva. El trabajo de conjunto, no es una defensa del
individualismo, pero tampoco del gregarismo a personal. Solamente un intento que recoja
todas las potencialidades de cada persona y de todos los componentes del colectivo, tiene
un camino abierto al futuro. El trabajo comunitario es siempre multidimensional, y por lo
tanto, supone siempre un diálogo crítico y participativo. En principio, es mucho más
limitado que el trabajo individual puesto que éste no exige ninguna adaptación. Ahora bien,
el trabajo individual, exceptuando el caso de los genios y de los santos, está lleno de
peligros. El primer peligro es la falta de crítica y autocrítica, lo cual genera muchos errores
que se podrían haber evitado. El segundo peligro es el cansancio emotivo y afectivo que
genera un tipo de personalidad, tal vez muy eficaz, pero frecuentemente corrosiva. El tercer
peligro es la falta de operatividad, puesto que el que trabaja en solitario, mientras tiene
capacidad de imaginación creadora va aportando, pero cuando se agota, no tiene suficientes
elementos estimulantes de cara a la renovación y al propio reciclaje.
Sería necesario, pues, a pesar de la experiencia de fracaso que ha experimentado la
pastoral de conjunto, iniciar de nuevo unos intentos de recuperación. Existen razones
psicológicas que abonan este estilo pastoral. Las hay también de orden sociológico, porque
la complejidad de la vida actual hace que no haya nadie tan autosuficiente como para dar
respuesta a toda la problemática. Pero la razón fundamental que ratifica esta recuperación
es de orden evangélico. La misión es encomendada a la Iglesia, y el signo que puede avalar,
ante el mundo de hoy, la autenticidad de esta misión es la acción conjuntada de la
comunidad. Esta acción ha de superar el individualismo sin caer en el gregarismo
apersonal. Esté aprendizaje será sin duda difícil' pero el futuro nos llama a caminar en esta
dirección.
Existen experiencias, aunque todavía no muchas que atestiguan esta prohibido. Sin
citar ninguna por su ubicación geografía, y que no quiero personalizar, pienso que es
conveniente hacia alguna referencia a estas experiencias que con su realización, señalan el

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futuro. A nivel rural la comarca natural puede dar soporte a este estilo pastoral. El
instrumento clave es doble: por un lado la configuración del grupo mediante el pacto de la
cooperación, y por todo lado, el Consejo de Pastoral como instrumento comunitario al
servicio de la solidaridad. En los casos en los que se dan estas dos condiciones, el Consejo
de Pastoral u otros instrumentos parecidos, vigilan la marcha de la evangelización, de la
catequesis, de las celebraciones litúrgicas; dan soporte a los movimientos de niños, de
jóvenes y de adultos, más amplios que la parroquia; enlazan el arciprestazgo con la vida de
la diócesis; convocan asambleas generales comarcales en las cuales abordan el balance de
la situación, se revisa y se planifica de cara al futuro. Esto supone un rodaje largo que no
siempre es creciente, puesto que existen las crisis correspondientes, pero es un camino
viable.
El éxito de estas experiencias pastorales depende en gran medida del soporte que
tengan desde las estructuras diocesanas y, en especial, del obispo local. En su
funcionamiento cotidiano, también, en gran parte' de la labor integradora que los
presbíteros de los diferentes núcleos del arciprestazgo. No obstante, cada vez más la
comarca condicionará la vida de los pueblos que la integran porque habrá más servicios
centralizados en el núcleo comarcal principal. Por eso, la vida socio-cultural conducirá cada
vez más a que, sin perder la iniciativa espontánea de cada pueblo, se tienda a compartir la
realidad, la fe y la vida eclesial de todos los núcleos parroquiales de la comarca.

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