La arquitectura es la expresión del ser de las sociedades, del
mismo modo que la fisonomía humana es la expresión del ser de los individuos. Sin embargo, esta comparación debe ser re- mitida sobre todo a las fisonomías de personajes oficiales (pre- lados, magistrados, almirantes). En efecto, sólo el ser i4egJ de la sociedad, aquel que ordena y prohibe con autoridad, se expresa en las composiciones arquitectónicas propiamente dichas. Así, los grandes monumentos se alzan como diques que oponen la lógica de la majestad y de la autoridad a todos los elementos confusos: bajo la forma de las catedrales y de los palacios, la Iglesia o el Estado se dirige e impone silencio a las multitudes. Es evidente que los monumentos inspiran la sabiduría social y a menudo induso un verdadero temor. La toma de la Bastilla es simbó!ica de ese estado de cosas: es difícil explicu ese movi- miento multitudinario salvo por la animosidad del pueblo con- tra los monumentos que son sus verdaderos amos.
Igualmente, cada vez que la composición arquitectónica se halla
en otros lugares además de los monumentos, ya sea en la fiso- nomía, el vestido, la música o la pintura, podemos inferir ~-.... predominio de un gusto por la autoridad humana o ¡\Íj¡\;Ufl8 Las grandes composiciones de algunos pintores e -~'.~
1') Gcorges !3ataillc
voluntad de amoldar el espíritu a un ideal oficial. La desapari-
ción de la construcción académica en pi mura, por el contrario, es la vía abierta para la expresión (y con ello para la exaltación) de los procesos psicológicos más incompatibles con la estabili- dad social. Es lo que explica en gran medida las encendidas reacciones que despierta desde hace más de medio siglo la trans- fornución progresiva de la pintura, hasta emonces caracteriza- da por una especie de esqueleto arquitectónico disimulado. Es evidente además que el ordenamiento m::Hemático im- puesto a la piedra no es otra cosa que la culminación de una evolución de las formas terrenales, cuyo sentido se ofrece en el orden biológico por el paso de la forma simiesca a la forma humana, que presenta ya todos los elementos de la arquitec- tura. En el proceso morfológico, los hombres no representan aparentemente más que una etapa intermedia entre los mo- nos y los grandes edificios. Las formas se volvieron cada vez más esdticas, cada vez más dom.inantes. Asimismo, el orden humano sería desde su origen solidario con el orden arquitec- tónico, que sólo es su desarrollo. Si nos referimos a la arqui- tectura, cuyas producciones monumentales son actualmente los verdaderos amos sobre roda la Tierra, reuniendo bajo su sombra a multitudes serviles, imponiendo la admiración y el asombro, el orden y la coerción, nos referimos de alguna manera al hombre. Actualmente toda una actividad terrestre, y sin duda la más brillante en el orden intelectual, apunta por otro lado en ese sentido, denuncúndo la insuficiencia del pre- dominio humano: así, por extraño que pueda parecer tratán- dose de una criatura tan elegante como el ser humano, se abre una vía -indicada por los pintores- hacia la monstruosidad bestial; como si no hubiera otra posibilidad de escapar del presidio arquitectónico.