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Elogio de la afectividad

Tomás Melendo
Índice

Índice
I. Introducción
1. ¿Es posible conocer la afectividad?.............................................................6
2. ¿Cómo abordar su estudio?.......................................................................13
3. Un punto de partida.....................................................................................16
4. Descripción inaugural: el afecto como pasión............................................19
5. La complejidad de nuestras emociones.....................................................21
6. Cuando el amor no es un sentimiento........................................................27
II. ¡Adentro!
1. Por qué la afectividad..................................................................................37
2. Por qué la afectividad hoy...........................................................................42
3. Motivos complementarios y/o más desarrollados.......................................46
4. Hacia el fondo de la cuestión......................................................................52
III. ¿Definir los sentimientos?
1. Análisis introductorio...................................................................................61
2. La música ambiental de nuestro vivir.........................................................67
3. Componentes de la vida afectiva................................................................71
4. Las tendencias humanas: una aproximación.............................................75
IV. ¿Clasificar los sentimientos?
1. Primer ensayo.............................................................................................86
2. La riqueza del mundo afectivo....................................................................98
3. Reducción de la afectividad a su raíz primigenia.....................................102
4. Los sentimientos y el tiempo.....................................................................105
5. Los «metasentimientos»...........................................................................109
V. El ambiguo valor de las emociones
1. A modo de conclusión provisional.............................................................116
2. Sobre sentimentalismos, subjetivismos y egoísmos................................119
3. Emotividad fecunda y emotividad desbocada..........................................123
VI. La afectividad en cuanto tal
1. Dimensiones humanas desatendidas.......................................................132
2. Raíces de la afectividad propiamente dicha.............................................135

2
3. Afectos espirituales...................................................................................141
4. Confirmación autorizada… y sumamente relajante..................................147
5. Niveles de la afectividad humano-personal..............................................149
VII. Unidad de la vida afectiva
1. La afectividad… ¡humana!........................................................................155
2. La ordenación jerárquica de la afectividad...............................................160
3. La afectividad completa e integrada.........................................................166
VIII. Peculiaridades y estructura de la afectividad humana
1. Rasgos diferenciadores de la afectividad humana...................................177
2. Conocimiento real.....................................................................................182
3. Voluntad libre............................................................................................188
4. Dotación genética y afectividad................................................................194
5. La formación biográfica de la afectividad.................................................201
6. Educación y afectividad............................................................................210
7. La voluntad-inteligente, clave de todo el entramado................................213
IX. En la raíz de la raíz
1. La compleja unidad de la persona humana..............................................221
2. Inteligencia, voluntad y sensibilidad.........................................................223
3. La opción entre el ser o el yo: fundamentos.............................................229
4. Cuando el yo se convierte en absoluto.....................................................233
X. Cómo aprovechar la afectividad
1. En la vida vivida........................................................................................243
2. Tendencias y afectos específicamente humanos.....................................251
3. Esbozo simplificado del manejo de la afectividad....................................256
Advertencia final

3
Sección Primera
El complejo mundo de los
afectos: una visita inicial

4
I. Introducción

¡Pongámonos en forma!

¡Alerta!
Existen muchas maneras de leer o estudiar un escrito, como también las
hay de observar la realidad. Muy a menudo, no advertimos la existencia
de algo o dejamos sin percibir ciertas propiedades o caracteres de una
persona, animal o cosa, sencillamente porque no los estamos buscando.
Con los libros sucede algo parecido. Es preciso poner la mente en estado
de búsqueda para encontrar lo que pueden enseñarnos. Si esto no sucede,
resulta bastante fácil que nos quedemos sin ni siquiera advertir cuestiones
claras y claramente expuestas, pero que no nos dicen nada.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado y cada uno de los que
siguen, me gustaría que intentaras responder, con calma y, si es
necesario, por escrito, a las preguntas que en ellos te plantee… y que no
te pongas nervioso si ves que ni siquiera te suenan.
No te molestes si de vez en cuando vuelvo a recordarte estas ideas.

 Es célebre la afirmación de San Agustín respecto a la naturaleza del


tiempo: «Si no me lo preguntas, lo sé; si me lo preguntas, no lo sé»
(Cfr. Confesiones, XI, 14, 17). ¿Te sucede algo parecido con la
afectividad? ¿Te sientes con fuerzas para definirla?
 Para que intuyas lo acertado o no de tu respuesta, ¿serías capaz de
distinguir entre pasión, afecto, emoción, sentimiento, estado de ánimo,
temple, tono vital y otras realidades similares? No te preocupes si todas
o algunas de las palabras o expresiones anteriores te suenan a chino;
como diría Sócrates, el primer paso para llegar a conocer algo es tener
conciencia de que lo ignoramos: «Sólo sé que no sé nada».
 Adviertas o no claramente en qué consiste, ¿consideras que la vida
afectiva o sentimental, como se la llama a menudo, juega un papel
relevante en el conjunto de la existencia humana? ¿Por qué?
 En tu opinión, ¿existe una sede o facultad propia y exclusiva de los
sentimientos? En caso afirmativo, ¿cuál sería? De lo contrario, ¿dónde
reside o se desenvuelve la vida afectiva?; o, con palabras más claras:
¿dónde percibes tus sentimientos y estados de ánimo?
 ¿Sabrías determinar la causa de los sentimientos, emociones o
afectos? ¿Y de cada uno en particular: alegría, tristeza, esperanza,
ilusión, desazón, desánimo…? ¿Te parece que el término causa es el
adecuado para formular esa pregunta o más bien habría que hablar de

5
razón o motivo… si es que existe alguna diferencia? Expón tus
argumentos a favor y/o en contra de cada una de las posibilidades.
 ¿Consideras que el amor es un sentimiento o incluso el sentimiento
supremo o fundamental? En caso de que tu respuesta sea negativa,
¿tienen algo que ver el amor y la afectividad? ¿Cuál sería, aquí, el
significado del término amor?
 ¿Piensas que la afectividad del varón y la de la mujer son distintas?
Si te parece que sí, ¿a qué achacas esas discrepancias: al modo propio
de ser de unos y otras, a la diversidad físico-biológica anclada en la
dotación genética, a la cultura y educación, a la suma de todos estos
factores…?
Como en las demás cuestiones, te sugiero que no des como
respuesta lo que suele decirse, lo que piensa la gente, sino que te
esfuerces en examinar tu propia experiencia y la de quienes te rodean y
contestes en función de lo que así adviertas.

Una vez llegado aquí, tienes mi permiso para comenzar a estudiar cuanto
sigue.
Si no has leído lo anterior, en vez de darte yo ese permiso, puedes tomártelo
por ti mismo.
Al fin y al cabo, no hay mucha diferencia… y, además, no te habrás podido
enterar ni de una cosa ni de la otra.
Pero seguro que, con el esfuerzo previo, aprovecharás más tu estudio.

1. ¿Es posible conocer la afectividad?

Las dificultades

El estudio de la afectividad lleva aparejados varios problemas, que


se convierten en insuperables si no los sacamos a la luz e intentamos
ponerles remedio.
Esos obstáculos podrían resumirse en tres:

1. Complejidad
De entrada, la afectividad se nos presenta como una realidad
difusa, compleja y global, que empapa toda nuestra persona.
No obstante, tenemos que estudiarla de manera analítica, paso a
paso, aislando elementos que solo gozan de vida y ejercen su función
en el conjunto de la existencia de cada ser humano.
Es como si tomáramos la fibra de un tejido o de un órgano, la
examináramos separadamente… y pretendiéramos estar conociéndolos
—la fibra, el tejido y el órgano— de manera correcta y definitiva.

2. Ignorancia de las causas o motivos


En relación con los fenómenos emotivos o pasionales, y con
sus síntomas o manifestaciones, es fundamental distinguir entre la
6
causa y/o el motivo de los mismos: pelar cebollas puede ser la causa de
que se me salten las lágrimas, a pesar de estar muy contento; la
muerte de una madre o de un amigo sería, con toda razón, un motivo
de tristeza, que también puede provocar el llanto.
Pero no solo solemos ignorar esa diferencia clave, que más tarde
explicaré; sino que, con demasiada frecuencia, la relación entre causa y
efecto o motivo y efecto —es decir, entre lo que ha originado un
sentimiento o emoción y el sentimiento en sí mismo— no se nos
presenta lo bastante clara, o incluso la desconocemos por completo.
Y como el ser humano tiene una tendencia relativamente desarrollada
a entender la realidad explicando o descubriendo sus fundamentos,
cuando esto resulta imposible o muy arduo, el saber obtenido también
es bastante pobre.
A veces, esta ignorancia nos lleva a intentar superar nuestro
desconocimiento asignando un nombre a la realidad medio sabida, lo
que no siempre es positivo, y provoca nuevas dificultades.
Es lo que sugiere Lukas:
Pero al espíritu investigador del hombre no le gusta lo desconocido.
Cuando no puede explicar una cosa, procura al menos ponerle un nombre;
y cuando algo recibe un nombre empieza a tomar forma1.

3. Dificultades con el lenguaje…


Por eso, además de los mencionados, hay que contar con el
problema de la terminología. No solo el general, que atañe a todo
intento de expresión a través del lenguaje articulado, y el específico de
su uso en la vida sentimental, de por sí más bien imprecisa y, además,
difícilmente cognoscible incluso para aquel que la experimenta y más
ardua todavía de transmitir a los otros 2. Ni tampoco el que deriva de
que, frente a lo que sucede en otras disciplinas, que poseen un
vocabulario propio y exclusivo, el de los sentimientos se encuentre aún
bastante contaminado con su utilización en la vida ordinaria,
excesivamente imprecisa y cambiante. Sino una dificultad añadida, muy
propia de nuestra época.
De momento, me limito a esbozar esta última, por una razón muy
particular: porque lo que veremos en relación al lenguaje sucede de
forma muy similar con los sentimientos y con sus causas y/o motivos.
Lo apuntaré a medida que desarrolle la cuestión.
3.1. En relación con el lenguaje, los tiempos más recientes
han visto cómo las palabras adquirían una importancia y autonomía que
no habían tenido durante siglos. En cierto sentido, ya no son
1
LUKAS, Elisabeth, Tu familia necesita sentido, Ed. S.M., Madrid, 1983, p. 12.
2
Cfr. CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 26. El texto completo será transcrito al final del capítulo, en NUEVA AYUDA
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL.

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propiamente un vehículo que conduce nuestra inteligencia hacia la
realidad que pretende transmitirnos quien habla o escribe, sino un
punto de llegada, algo sustantivo u consistente, que vale por sí mismo,
con independencia del conocimiento y las realidades o fenómenos que lo
sustentan.
O, dicho de otra forma: casi sin darnos cuenta, nos hemos
acostumbrado a quedarnos en las palabras. De un tiempo a esta parte,
el lenguaje se ha absolutizado, dando lugar a una especie de mundo
cerrado y autónomo: cuando alguien nos habla o cuando leemos un
escrito, en vez de dirigir nuestra mirada y capacidad de comprensión
hacia las realidades que nuestro interlocutor piensa y conoce
efectivamente, sin advertirlo apenas nos detenemos en las palabras
mismas… como si estas fueran la más auténtica realidad; y este efecto
se ve incrementado por la existencia de realidades virtuales.
Expuesto todavía de otra manera: hoy día, los seres humanos
pensamos que conocemos algo cuando entendemos o podemos repetir
más o menos de memoria un conjunto de afirmaciones sobre
determinado suceso o situación, cuando tenemos algo que decir acerca
de ellos. Pero no solemos prestar atención a la realidad misma de ese
otro algo que hay más allá de las palabras y al que estas deberían
conducirnos.
Una de las más graves derivaciones de este hecho, bastante fácil de
comprobar, es que el lenguaje se ha convertido tal vez en el
instrumento de mayor alcance para manipular el conocimiento y la
conducta: para transformar una realidad en otra, simplemente
alterando los términos utilizados; para confundir a las personas; para
hacer pasar como de ley una mercancía averiada o viceversa…
¿Consecuencias? El uso fraudulento de los vocablos y expresiones, la
manipulación del lenguaje, conduce a bastantes personas a dar por
bueno lo que, si se expresara de la manera adecuada y pudiera ser bien
conocido, sin duda sería rechazado. O, al contrario, hace que se
convierta en desagradable o en tabú lo que por sí mismo no lo es.
Las escaramuzas decisivas entre lo políticamente correcto e
incorrecto, por poner un solo caso, se desarrollan muy a menudo en el
campo de batalla del lenguaje.
3.2. De modo análogo, y por eso he querido detenerme en
este punto, los sentimientos y los estados de ánimo se han
transformado en lo decisivo, sin tener en cuenta lo que los ha
provocado, que es lo que en realidad determinaría su valor y su
conveniencia o inoportunidad.
Componen también una suerte de mundo separado y concluso. Hoy
importa más si me siento alegre o triste que la causa o el motivo de uno
u otro sentimiento.

8
Pero, de hecho, la simple emoción no dice mucho por sí misma: es
correcto, e incluso un deber, que llore cuando se ha muerto un ser
querido y que me alegre por el triunfo profesional de un amigo;
mientras que no sería bueno ponerme contento, por envidia, cuando el
mismo amigo fracasa o cuando fallece una persona, incluso aunque
estuviera convencido de que ese individuo daña a la nación, a otros
ciudadanos, a mi familia, etc.

La simple emoción no dice mucho por sí misma: es


correcto que llore cuando se ha muerto un ser querido y
que me regocije por el triunfo profesional de un amigo;
mientras que no sería bueno alegrarme, por envidia,
cuando ese amigo fracasa o cuando perece un ser
humano

4. Y posible solución
Todo lo anterior lleva a sostener que, en la actualidad, ponerse
de acuerdo sobre el significado de los distintos vocablos y expresiones
es algo que debe cuidarse con gran esmero y, muchas veces, la clave
para entenderse mutuamente. Lo iremos haciendo a medida que
avancemos en nuestros análisis; y, sobre todo, intentaré dejar claro lo
que entiendo por afectividad.

Antes de comenzar cualquier estudio o conversación, o


conforme se va desarrollando, conviene llegar a un
acuerdo sobre el significado de los términos que se
utilizan: de lo contrario, aquello puede convertirse en
un diálogo de sordos… o, lo que suele ser casi peor, en
un debate televisivo

Pero tanto o más importante es que, desde este mismo instante, te


empeñes en ir más allá de las palabras y frases. Más concretamente,
que, en lugar de intentar aprender lo que ellas dicen, te esfuerces por
descubrir y conocer la realidad que está por detrás y a la que remiten:
los sentimientos; y que, de manera análoga, pongas todo tu empeño en
averiguar de dónde o de qué deriva una determinada emoción o estado
de ánimo.
O, si quieres que lo exponga con términos más operativos y
cercanos: que no plantees la tarea que te dispones a afrontar como el
estudio de una especie de asignatura, sino como una incursión en un
aspecto relevante de toda existencia humana y, más en particular, de la
tuya.
Estudiar una nueva asignatura no presenta a veces demasiado
interés; conocer los recovecos de tu vida afectiva, y saber así un poco
más de ti mismo y de cuantos te rodean, puede resultar apasionante.

9
Del mismo modo, goza de más relevancia el motivo que
nos lleva a estar hundidos o eufóricos, desganados o
llenos de vitalidad… que esas mismas emociones o
estados de ánimo

Más sobre el lenguaje

1. Lo negativo
A todo lo visto se añade un hecho comprobado desde antiguo,
al que ya aludí: la ambigüedad del lenguaje.
Esto significa:
1. Que el lenguaje nunca es unívoco: una palabra para designar
una realidad.
2. Sino análogo: una misma palabra indica dos o más realidades
relativamente similares, pero no idénticas.
3. O equívoco: una palabra señala dos o más realidades… que no
tienen nada que ver entre sí.
Es decir, que, según el período histórico, la situación geográfica, las
costumbres al uso y la propia biografía, un mismo término adquiere
matices y significados distintos e incluso opuestos.
O, visto desde el otro lado, que la misma realidad puede nombrarse
de maneras muy diferentes.
Uno de los ejemplos más claros de esto último —dos o más voces
para indicar lo mismo— lo ofrece el tema que ahora empezamos a
estudiar.
3.1. Para designar una emoción se utilizan términos tan
distintos como pasión, afecto, sentimiento o, de forma más genérica y
difusa, vivencia.
3.2. Y, según los autores y las escuelas, esos vocablos pueden
significar exactamente lo mismo o gozar cada uno de matices propios
que lo diferencian de los otros3.

2. Lo positivo
A pesar de todo, el lenguaje es el medio principal del que
disponemos para comunicarnos. Y no es tan malo como a veces
pensamos o yo pueda haber inducido a creer. Incluso las imprecisiones
a que acabo de aludir ayudan a menudo a captar determinados
aspectos y conexiones de las realidades a que se refieren y nos
muestran que, en el universo, nada es tan claro y distinto como algunos
filósofos pretenden… y que es maravilloso dejar a la realidad ser como
es, aunque no podamos comprenderla perfectamente.
3
En NUEVA AYUDA PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL, al término del capítulo, recojo algunos
ejemplos de lo que el texto apunta.
10
Al tratar de la afectividad, sobre todo al compararla con otros
fenómenos más localizados, el uso del idioma debería servirnos de
entrada para advertir su carácter global y omniabarcante: el hecho de
que, al margen de su causa o motivo, afecte o impregne a toda la
persona.
Y, así, cuando digo que me duele la cabeza o el estómago, que me
han dado una buena noticia, que siento una especie de pinchazo en el
corazón, que he conocido a una persona amena o pesada, que la
situación nacional es desastrosa o que está mejorando, que la
hipocresía gana terreno en la vida de hoy…, aquello a lo que me refiero
es siempre algo particular y hasta cierto punto localizado, en mí o en el
mundo: la cabeza, el corazón, el estado de la nación, un conocido, la
sociedad actual, etc.
Por el contrario, si afirmo que (yo) estoy eufórico; que me siento
desencantado o pletórico; que (yo) estoy hundido o deprimido; que el
balance económico de la empresa me descorazona, que el dolor de
estómago prolongado acabó por bajarme el tono vital, que esta
acumulación de ejemplos empieza a ponerme nervioso y a cansarme…,
de un modo u otro y con mayor o menor fuerza estoy indicando que lo
implicado en lo que expreso soy todo yo, mi entera persona.
2.1. Es decir, no solo que yo soy el sujeto de lo que
experimento, pues también lo soy cuando me duele el pié, en el sentido
de que ese miembro no duele (él) en general o en abstracto: ¡me duele
a mí!
2.2. Sino que todo el yo queda honda y pasivamente afectado,
modificado por el sentimiento que me embarga.
2.3. Cosa asimismo distinta de los casos en que yo actúo,
caminando, pensando o decidiendo y llevando a cabo, activamente,
determinada tarea.
De manera sintética y eficaz, Sarró resume las tres situaciones,
manifestando la peculiaridad del fenómeno afectivo o sentimental:
En el dolor me duele mi cuerpo, la tristeza está en mí, pero no viene de
mi yo; en fin, pensar o querer son actos míos, en el sentido de que nacen
de mi yo4.

Cuando manifiesto que estoy o me siento triste o alegre


o enfadado, no añado nunca la porción de mi cuerpo o
de mi alma tocada por la tristeza, la alegría o la rabieta.
Soy yo —mi ser completo e íntegro— el sujeto afectado
por esos sentimientos

Sensación ≠ sentimiento

4
SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH, Philip, La estructura de la
personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XXI.
11
Por tales motivos, solemos hablar de una sensación de dolor o de
placer, en principio, localizados; mientras que a la depresión, la euforia,
el desencanto, la apatía, la felicidad… los llamamos sentimientos,
estado de ánimo, y con expresiones similares, justo para indicar que
afectan difusamente a todo nuestro ser: pues ánimo se encuentra
etimológicamente emparentado con alma, y con el alma, en el lenguaje
habitual, se suele apuntar a toda la persona.
Una prueba relativamente sencilla es que, en ambos casos, puedo
introducir una frase que rectifique la afirmación precedente, pero el
alcance de esa enmienda resulta, en uno y otro, muy distinto.
Compárense estos tres ejemplos:
1. Después del larguísimo paseo con ella, me dolían
enormemente las piernas, pero estaba radiante de felicidad.
2. Conforme me hablaba, iba poniéndome más y más contento,
aunque la postura en ese taburete era muy incómoda y casi no
aguantaba el dolor de espalda.
3. Estuve extasiado oyendo la sinfonía durante las dos primeras
horas, pero tanto tiempo de pie hizo que me aburriera.
En el primer y segundo supuesto, una sensación molesta no logra
cambiar el estado de ánimo, la tonalidad vital de mi persona. En el
tercero, por el contrario, la sensación de cansancio acaba por superar el
sentimiento de gozo y lo transforma en su opuesto.
A esto último apunta Frankl en su famoso ensayo El hombre en busca
de sentido, en relación con el dolor y la alegría:
El sufrimiento humano actúa como un gas en una cámara vacía; el gas
se expande por completo y regularmente por todo el interior, con
independencia de la capacidad del recipiente. Análogamente, cualquier
sufrimiento, fuerte o débil, ocupa la conciencia y el alma entera del
hombre. De donde se deduce que el “tamaño” del sufrimiento humano es
absolutamente relativo. Y a la inversa, la cosa más menuda puede generar
las mayores alegrías5.

Los sentimientos o emociones afectan a nuestra


persona entera, se difunden por toda ella y la empapan,
dándole un cariz particular

¿Una causa para cada sentimiento?

El análisis del lenguaje común nos ayuda también a advertir la falta


de relación estricta entre lo que se supone que tendría que ser el
motivo de un sentimiento, emoción o estado de ánimo y el efecto
realmente producido. O, con palabras más sencillas: a veces sabemos
por qué nos sentimos de un modo u otro, pero es más corriente que lo
ignoremos o no lo tengamos del todo claro.
5
FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 71.
12
1. Por ejemplo, a menudo somos conscientes de que unas
buenas calificaciones, un éxito profesional, el chico o la chica que
acabamos de conocer, el aumento de sueldo o la comprensión de un
problema constituyen la razón de que estemos más optimistas y
veamos el mundo de color rosa.
2. Pero con mayor frecuencia aún se escuchan afirmaciones del
estilo:
2.1. «Hoy todo me ha salido redondo en el trabajo y, sin
embargo, estoy más desanimado que ayer»; «a pesar del dolor de
cabeza casi insoportable, me siento muy optimista»; «el espectáculo
era descorazonador, pero yo me iba creciendo ante los obstáculos»…
1.2. O, en otro ámbito cercano: «no tengo ni la menor idea de
por qué me encuentro tan deprimido y con tantas ganas de llorar»; «no
había cambiado nada en nuestra relación, pero rebosaba felicidad por
todos mis poros»; «anoche me invadió una alegría desproporcionada,
que no sé cómo explicar», «no consigo ni imaginar el motivo de que
aquella actuación, aparentemente normal, me conmoviera hasta lo más
íntimo»…
Todo lo cual es síntoma y prueba de lo que por ahora pretendo poner
de relieve: que a menudo ignoramos el origen de nuestros
sentimientos, emociones, estados anímicos, etc., pues en ellos no
influye tanto ni solo lo que llamamos causa o motivo, sino también la
disposición general de la persona; y, como consecuencia, que se nos
hace muy difícil comprender a fondo en qué consiste la afectividad.

Muchas veces no sabemos de qué dependen nuestros


sentimientos o emociones

2. ¿Cómo abordar su estudio?

Siendo esta la situación, bastantes de las orientaciones que suelen


ofrecerse para conocer mejor cualquier realidad humana —la persona,
la libertad, la singularidad, el amor…— alcanzan aquí una resonancia
muy particular, por lo que deben seguirse con mayor atención e interés.

La visión de conjunto y el «oído atento al ser de las


cosas»

En concreto, conviene no olvidar jamás que aquello que se estudia


posee un contexto determinado o forma parte de un todo más amplio y
complejo, que nunca lograremos conocer por completo, pero debe ser
muy tenido en cuenta, porque es lo que confiere el significado definitivo
a cada uno de los elementos que lo integran. Y en el caso de los

13
sentimientos, esas precauciones han de llevarse al extremo; de lo
contrario, nos perderemos en divagaciones ajenas a la realidad.
Dicho con las menos palabras posibles: al analizar cualquiera de los
componentes del mundo afectivo nunca deberíamos perder de vista la
entera persona en la que esos fenómenos tienen lugar6.
Como ya apunté, el estudio directo, pleno e inmediato de la
afectividad en su totalidad, como algo global que penetra y matiza
cuanto somos y hacemos, resulta imposible para un entendimiento
limitado, como el nuestro: necesariamente debemos avanzar por
etapas, analizando unos factores que, al aislarlos, impiden descubrir su
auténtica naturaleza y el papel que les corresponde en el conjunto de
cada persona, sin la que nada son ni ejercen función alguna.
Por eso, desde el primer instante, hemos de procurar mantener bien
visible el horizonte sobre el que se recorta cada uno de los elementos
considerados —la vida íntegra de la persona—, pues solo de este modo
nos acercaremos a su significado definitivo.
Y todo lo anterior, según decía, de una forma muy peculiar y
acentuada, que no cabe identificar sin más con lo que ocurre al
reflexionar sobre otras realidades.

Al analizar cualquiera de los componentes del mundo


afectivo nunca deberíamos perder de vista la totalidad
de la persona en la que se desenvuelven esos
fenómenos

Algunos casos diversos, para realzar el contraste

Según acabo de sugerir, con la afectividad ocurre algo distinto que


con otras esferas del obrar humano. En los demás casos, resulta más
sencillo definir la actividad propia de determinados órganos o
facultades.
Esto es facilísimo cuando se trata de miembros físicos, como los pies
o las manos, o incluso de órganos sensibles, como el oído, la vista, el
tacto, etc.
En otras circunstancias se torna algo más complicado, pero siempre
menos que cuando investigamos la afectividad. Señalo un par de casos
entre los que no resultan tan simples ni tan complejos: la voluntad y la
inteligencia.
1. Aunque es cierto que la voluntad no puede ser plenamente
comprendida si prescindimos de su sujeto —la persona humana—,
también lo es que cabe hacer afirmaciones sobre ella con relativa
independencia del resto de las potencias o facultades de la persona.

6
Cfr. CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 37.
14
1.1. Por ejemplo, resulta legítimo sostener —aunque hoy suela
olvidarse— que el acto más propio y característico de la voluntad es
amar: querer el bien para otro, afirmarlo en su ser, decirle un sí sin
reservas ni condiciones.
1.2. O que, en cierto modo, la voluntad lleva las riendas de
toda la persona y la va convirtiendo en buena o mala, honrada o
deshonesta, cruel o compasiva… y, en consecuencia, la mueve a obrar
de una u otra manera.
2. Y algo análogo ocurre con nuestra inteligencia:
2.1. Tampoco puede entenderse del todo sin apelar a los
sentidos externos e internos, como la memoria y la imaginación, a la
propia voluntad y a los afectos…
2.2. Pero cabe señalar una actividad como la más específica de
ella: entender, conocer-comprendiendo; y también unos caracteres
definidos e inconfundibles, que la distinguen de los sentidos o, en otra
esfera, de posibles entendimientos más perfectos, como el de los
ángeles o Dios, según sostiene la religión cristiana, o el de otros seres
asimismo superiores, en el decir de distintas tradiciones o de lo que hoy
se encuadra en la expresión ambigua de ciencia ficción o en la tampoco
muy precisa de esoterismo.

El estudio de la afectividad es diverso que el de otros


ámbitos del ser humano, como la inteligencia o la
voluntad

Volver una y otra vez sobre lo ya aprendido

La razón es relativamente sencilla. Podemos alcanzar un saber


aproximado de lo que son el conocer y el querer porque, aunque esas
operaciones pongan en juego a casi toda la persona, su núcleo radica
en una facultad determinada: el entendimiento o la voluntad.
Por el contrario, frente a la pretensión de bastantes expertos, la
afectividad no tiene una facultad propia, sino que engloba un sinfín de
potencias y facultades, atracciones, desganas y repulsas, actos y
reacciones o resonancias de esas operaciones, aspectos físico-
orgánicos, psíquicos y espirituales… que, por separado, expresan algo
de sí mismos, pero prácticamente nada de los sentimientos o
emociones, de los estados de ánimo, del tono vital característico, tal
como los experimentamos día a día, minuto a minuto.
De ahí la necesidad de mantenerse en estado de espera a medida que
vamos adquiriendo las primeras nociones sobre este tema, de
contrastarlas constantemente con lo que cada uno vive y de que, tras
cada adquisición de un conocimiento de cierta envergadura, se repasen
los anteriores, con el fin de integrarlos en la nueva visión y de hacer
que lo recién aprendido adquiera mayor precisión y relieve.
15
Se trata, más que nunca, de repetir sin cansancio el difícil recorrido
que va de lo universal a los particulares que lo encarnan y desde estos
hacia el universal que, al menos parcialmente, los explica.

Conforme avancemos en el estudio de la afectividad,


hemos de revisar nuestros conocimientos anteriores
para intentar comprenderla cada vez mejor

Dividir el estudio en dos fases

Pero no solo parece conveniente realizar esa tarea de revisión


continua, sino incluso abordar el análisis de la afectividad en dos fases
sucesivas:
1. Una inicial, para conocer los elementos y mecanismos
imprescindibles que nos permitan indagar en las emociones y
sentimientos y empezar a comprenderlos.
2. Y otra, posterior, en la que se determine la naturaleza, el
alcance y el papel de cada una de esas piezas y se obtenga un
panorama global y mínimamente adecuado de la vida afectiva.
Sin duda, este modo de enfocar el asunto lleva consigo algunas
repeticiones, que, aunque inevitables, pudieran provocar cansancio o
aburrimiento. Máxime cuando, por tratarse de cuestiones
frecuentemente ajenas a los planteamientos habituales, más de una vez
volveré sobre lo ya visto, con la intención de agregarle un único nuevo
matiz, para más adelante estudiarlo de nuevo y reforzar lo ya sabido o
añadir otra dimensión inédita o antes solo esbozada.
Como contrapartida, la comprensión de la afectividad, una vez
adquirida o en la medida en que se va logrando, otorga al hombre de
hoy un saber de sí mismo y de sus congéneres muy superior al que
obtiene mediante el estudio de las restantes esferas del ser humano.
De hecho, según nos enseña la experiencia, la vida sentimental
implica de tal manera a la totalidad de la persona que su estudio
constituye la mejor vía para llegar a comprender al varón y a la mujer,
también en sus diferencias y complementariedad recíprocas, sin dejar
de lado ningún elemento o aspecto significativo.

Probablemente nada nos permita conocer mejor al


varón y a la mujer que el estudio de sus afectos y
emociones

3. Un punto de partida

«Uno» entre muchos


16
El entrecomillado del «uno» pretende sugerir que, en cierto modo,
el análisis que voy a bosquejar podría ser sustituido por bastantes
otros, relativamente distintos.
¿Por qué?
Porque solo aspira a que el lector compare lo que escribo con su
propia experiencia y se haga una idea preliminar de lo que entiendo por
emociones y sentimientos. Para que después, tras lograr ese acuerdo de
base, profundicemos poco a poco, hasta entender mejor la vida
sentimental.
La consecuencia es que nadie debería desanimarse por no alcanzar
una plena comprensión de lo que estudia o por estar en desacuerdo con
ello. Basta con que el asunto le vaya resultando familiar y no del todo
ajeno a su propia vida vivida.
De momento, tampoco yo pretendo exponerlo de forma rigurosa y
acabada.

Existen modos muy distintos de abordar el estudio de la


afectividad

Lo que dicen las autoridades

Así planteada la cuestión, y puesto que podríamos comenzar por


cualquier lado, veamos con cierto detalle lo que sostienen un par de
autores contemporáneos, expertos en el uso del lenguaje.
1. María Moliné, en su Diccionario del uso del español, escribe:
Afecto. (Del lat. “affectus”, participio de “affícere”, poner en cierto
estado, de “fácere”, HACER; v. “desafecto”.)
® En sentido amplio, *sentimiento o *pasión. Cualquier estado de
ánimo que consiste en alegrarse o entristecerse, amar u odiar: 'Los afectos
que mueven el ánimo'. (“Sentir, Tener; Cobrar, Coger, Tomar”)7.

2. A su vez, en una de las últimas ediciones de su Diccionario,


Zingarelli define el afecto como:
Cualquier modificación de la conciencia del yo debida a la acción
de algo o de alguien fuera de mí8.

3. Un tercer experto —Scola—, ahora en el ámbito de la filosofía,


aporta algunos datos complementarios y un poco más complicados.
En concreto, comenta que la definición de Zingarelli
… conserva la sustancia del significado etimológico de la palabra latina
afectio. Esta deriva de afficere y con ella se conecta affici aliqua re (ser
afectado por algo). El significado más elemental es ser afectado por algo
que está fuera del yo (ej.: affici aegritudine = ser afectado por una

7
MOLINÉ, María, Diccionario del uso del español, Gredos, Madrid, 1982.
8
Cit. por SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 14.
17
enfermedad). La experiencia afectiva aparece entonces en el plano
fenomenológico como una modificación del sujeto dependiente de una
provocación exterior9.

La verdad es que, si reflexionamos un poco, esto es lo que


experimentamos cuando decimos que algo nos ha afectado, que nos
turba, excita o conmociona. Advertimos que el conocimiento de una
realidad provoca en nosotros una especie de trepidación interior, a la
que normalmente siguen, como en cadena, otro cúmulo de experiencias
y/o actividades, nuevas sacudidas, actuaciones, vivencias, etc.

Nos sentimos afectados cuando el conocimiento, el


recuerdo o el presagio de algo o alguien provocan en
nosotros una conmoción interior, normalmente seguida
de otras acciones, experiencias, nuevas actividades…

Una puntualización

Si no sucede así, si el sentimiento no sigue la secuencia inicial de


conocimiento-perturbación-advertencia de ese cambio, tenemos la
impresión de que falta algo. Por eso nos extrañamos y decimos, más o
menos: «ignoro lo que me pasa, pero me siento…», cosa que no suele
ocurrir cuando sí sabemos la razón o motivo de nuestras emociones.
Todo indica, pues, que los afectos normales implican en su comienzo
los tres elementos indicados. De ahí que la definición de Zingarelli tenga
también un límite o una deficiencia muy claros. Y es que parece reducir
el fenómeno completo de la emoción a la simple conciencia, al mero
conocer.

1. Da la impresión de que, al emocionarnos, se diera un único


cambio: el de nuestra percepción o conocimiento. Y es cierto que toda
emoción o estado de ánimo se forja de ordinario sobre la base de una
sensación, de una imaginación, de un recuerdo, de la anticipación de un
futuro que nos atrae o repele… Pero esto es más bien algo previo al
sentimiento en cuanto tal.
2. Pues, en realidad, todos advertimos que, cuando me turbo o
conmuevo, además del simple saber y como consecuencia de él, otra
cosa ha variado en mí y que ahí radica propiamente la emoción: por
ejemplo, al conocerlos y recordarlos, descubro que soy atraído por
alguien o que algo me produce repugnancia, que la carne se me ha
puesto de gallina o el pulso se me ha acelerado, que el corazón late con
más fuerza y rapidez o, al contrario, que me quedo sin voz o sin
aliento…
Y, además —según acabo de confirmar y sostiene con acierto
Zingarelli—, soy bastante consciente de todos o buena porción de esos
cambios, aunque los perciba de manera confusa.
9
SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 14.
18
Lo compendia con enorme elegancia uno de los mayores especialistas
en estos temas, Philipp Lersch, al definir la afectividad como
… el reflejo de lo percibido en los estados subjetivos 10.

Ninguna emoción o afecto se reduce, por tanto, a


simple conocimiento; implica también una modificación
de otro tipo y la conciencia de ese cambio

Y dos modos de entender los sentimientos

Por otro lado, solemos hablar de sentimientos, emociones o, más


aún, de afectividad, de dos maneras:

1. O para referirnos fundamental o exclusivamente a lo que aquí


acabo de llamar afecto y, todavía más en particular, al impacto y la con-
moción inicial que uno experimenta y, en todo caso, a la re-acción
inmediata que le sigue… y basta.

2. O para aludir a eso y al cúmulo de fenómenos que una


emoción, sentimiento o estado de ánimo suele llevar consigo:
reacciones, actividades, nuevos sentimientos, más y más operaciones,
etc.11

Hablamos de los sentimientos o afectos, bien como un


fenómeno concreto y relativamente simple, bien como
un conjunto más amplio, que se deriva de ese fenómeno
inicial

4. Descripción inaugural: el afecto como pasión

Para empezar a describir ese conjunto, y aunque de entrada resulte


extraño, acudiré a un filósofo clásico, adaptando su lenguaje a un modo
de expresarse más actual.
Tomás de Aquino define el afecto de manera muy similar a Zingarelli:
como una passio, una pasión.
¿Por qué? Pues porque considera las emociones «como el efecto
particular de un agente sobre un paciente: passio est effectus agentis in
patiente»12.
En este sentido el afecto sería, antes que nada, la modificación o
impresión que algo deseable produce sobre el apetito.

10
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 19.
11
Que es lo que esbozaré dentro de unos momentos, en el apartado: 5. La
complejidad de nuestras emociones.
12
TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica I-II, q. 26, a. 2 c.
19
Con otras palabras: el tipo básico de emoción es el que tiene lugar
cuando una o más de nuestras tendencias o inclinaciones —a la comida
o a la bebida, al conocimiento, al amor, a la entrega a otras personas o
a cierto ideal, al éxito profesional o social, al descanso o a la diversión…
— son modificadas por algo que les resulta apetecible o, más en
general, conveniente.
Immutatio appetitus ab appetibili significa algo así como una
variación, excitación o despertarse de nuestra capacidad de anhelar,
producida por el conocimiento de un bien deseable en el ámbito
estético, ético, cognoscitivo, vital… y un gran etcétera 13.

En un primer momento, el afecto puede describirse


como la impresión o modificación que algo apetecible
provoca en nosotros

Por defecto… o por exceso

Me interesa dejar claro desde ahora dos aspectos que no suelen


considerarse correctamente y cuya importancia estimo fundamental,
por lo que volveré a analizarlos más de una vez y, de forma ya
definitiva, en la parte final del escrito:
1. En primer término, que el anhelo que está en la base de
nuestras emociones o afectos:
1.1. No deriva forzosa y exclusivamente de lo que solemos
entender como necesidad o indigencia: de comida, de cariño, de dinero,
de éxitos…
1.2. Sino también de la tendencia provocada por nuestra
propia abundancia o grandeza como personas, que nos inclina a buscar
bienes más altos para nosotros mismos o para los demás: una mejor
distribución de las riquezas, la implantación universal de medios que fa-
vorezcan la salud o ayuden a superar las enfermedades, la alegría o la
felicidad de nuestros amigos, el consuelo para quienes sufren, etcétera.
Dicho de otro modo. Nuestras inclinaciones no son siempre el
resultado de una carencia, sino, en muchos casos, de una
sobreabundancia, correlativa a nuestra condición de personas.
Tendemos a buscar y procurarnos lo que nos falta, pero también —y
resulta más propiamente humano y más característico de la persona,
aunque por desgracia no sea lo más habitual— a dar o compartir
aquello de lo que gozamos.
2. Además, como explicaré una y otra vez, lo que conmociona o
mueve inicialmente nuestras tendencias es su propio bien, cosa que, de
entrada, dota a la vida emocional con un signo afirmativo o bueno: es
muy positivo experimentar emociones.

13
Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica I-II, q. 26, a. 2 c.
20
Los afectos pueden tener su origen en un estado de
carencia o de sobreabundancia

De complacencia…

Conclusión preliminar y muy relevante, que no debería perderse de


vista a lo largo de todo el escrito: por sí misma, la afectividad es algo
bueno, que ayuda a un adecuado despliegue de la vida humana.
Su función, mientras hagamos un uso adecuado de ella, consiste en
reforzar y potenciar la energía y la constancia de los dinamismos
gracias a los que obtenemos aquello que perseguimos y nos perfecciona
como personas.
1. Y, así, cuando después de un rato de estudio logramos
resolver un problema que se nos atrancaba, el placer derivado de ese
éxito nos anima, a pesar del cansancio, a acometer la resolución de los
siguientes. De manera análoga, la rabia que aviva en nosotros una
situación injusta, activa las energías imprescindibles para acabar con
esa iniquidad. O, por poner un último ejemplo, el recuerdo del gozo
alcanzado cuando vencimos la pereza y nos lanzamos a escalar una
montaña dura y escarpada, nos da fuerzas para intentarlo con otra de
todavía mayor dificultad y riesgo.
2. Como cualquiera puede advertir con solo examinar su
propia vida, sin el refuerzo del placer, la ira o la memoria del gozo
experimentado, es posible que no lográramos nuestros objetivos o no
emprendiéramos otras empresas similares.

La afectividad tiende por naturaleza a reforzar y


potenciar la energía y constancia de los dinamismos
que llevan al hombre hacia su plenitud personal

O de rechazo

Eso no quita que puedan darse, y se den de hecho, sentimientos de


tipo contrario: de repugnancia, temor, desdén, etc. Pero sí que apunta a
algo muy interesante, que completa la idea de que la afectividad es
buena.
A saber, que tales rechazos y, en general, las emociones
desagradables no se producirían si no existiera en nosotros una
aspiración global hacia lo bueno (a nuestra propia perfección, a la de las
personas a quienes amamos y, hasta cierto punto, a la de todo el
universo), que se concreta en multitud de inclinaciones a bienes más
particulares y determinados.
Según sostiene Proust, en su En busca del tiempo perdido,
… si no hubiéramos sido felices, aunque no fuera más que gracias a la
esperanza, las desventuras se verían privadas de crueldad.

21
Nuestros afectos o emociones no son siempre
producidos por una carencia o privación, sino también
por el ansia de crecer como personas y comunicar a los
demás los bienes que poseemos o esperamos adquirir

5. La complejidad de nuestras emociones

Con todo, si de momento he acudido a Tomás de Aquino es por el


análisis que realiza del cúmulo de fenómenos que, normalmente, se
desencadena cuando tiene lugar lo que él llama immutatio y nosotros
podríamos traducir por impresión, excitación, impacto, choque,
conmoción o palabras similares.
Pensemos, por ejemplo, en lo que nos sucede al enamorarnos.
Tomás de Aquino distinguiría en este hecho —como en cualquier otro
afecto, tomado ahora en la acepción más amplia— cinco o seis
componentes o estadios, no necesariamente lineales ni sucesivos, sino,
como casi todo lo que nos ocurre, mutuamente implicados unos en
otros y con el conjunto de nuestra vida: mezclados, por decirlo de
manera más sencilla, aunque menos propia.

1. Impresión

El primer elemento es justo el ya insinuado: la immutatio o


impresión. Una alteración, cambio o excitación, que, en el caso del
enamoramiento, puede ser muy densa, vehemente y notable, tanto por
su intensidad y la diversidad de componentes como por las
consecuencias que provoca en el resto de nuestra existencia.
El enamorado y la enamorada, impresionados por el encuentro con la
otra persona, sufren un impacto y una transformación muy particular,
que tal vez los amigos o conocidos puedan tomar a broma o convertir
en objeto de burla, pero que él o ella advierten de manera irresistible
como algo de gran trascendencia, capaz de imprimir un giro de ciento
ochenta grados a todo lo que son, quieren, ambicionan y hacen.
Dos o tres puntualizaciones.
1.1. En el ejemplo del enamoramiento, esta primera
sacudida es seguida con frecuencia por una amplia serie de realidades
distintas.
Pero no siempre ocurre así. Hay casos en que casi lo único que
sucede es justo que sentimos algo: tristeza, congoja, desgana, alegría,
entusiasmo, aburrimiento, exaltación, etc.
Y, por lo mismo, tal vez sea a esta impresión percibida en nosotros a
lo que corresponda con más propiedad el término emoción, afecto,
sentimiento… utilizados de momento como sinónimos.
22
1.2. Añado todavía que, al utilizar el vocablo impresión no
me refiero tanto a una percepción, sino también y sobre todo a un
cierto cambio (advertido) que algo o alguien imprime en nosotros.
De ahí que palabras como emoción o similares suelan emplearse
cuando descubrimos un golpe y una mudanza en nosotros.
Por el contrario, si lo percibido es que «seguimos como estábamos»
—lo cual no suele lograrse sin cierto desarrollo de la capacidad de
autoobservación, precisamente porque no hay cambio ni, con él,
desconcierto o sorpresa—, hablaremos más bien de estado de ánimo.
1.3. Me parece que el núcleo del asunto al que acabo de
aludir —a saber: que la emoción no se reduce a mero conocimiento—
queda bien recogido en expresiones del tipo: «la noticia (simple saber)
me produjo una impresión extraordinaria (conmoción o sentimiento)»;
«sí, la verdad es que tiene un novia muy guapa» (mera constatación
cognoscitiva»), frente a: «al ver que ella se fijaba en mí, me puse a
temblar como un tonto» (obviamente: conocimiento + impacto-y-
conmoción… ¡y qué conmoción!).
Volveré sobre todo ello.

El primer componente de cualquier sentimiento es la


immutatio o impresión: es decir, la alteración o cambio
que se produce en nosotros

2. Afinidad o adaptación recíproca

Normalmente, esa primera impresión va acompañada y/o


seguida de un conjunto de reacciones, cuya suma constituye la totalidad
del sentimiento en su significado más pleno.
Manteniéndonos en el ejemplo que estoy desarrollando, al
estremecimiento o choque que tiene lugar en nosotros y percibimos al
enamorarnos se encuentra aparejada lo que Tomás de Aquino denomina
coaptatio y hoy calificaríamos tal vez como una densa y honda empatía
o incluso algo más amplio y profundo.
Es decir, experimentamos una adaptación o afinidad entre la realidad
que nos afecta —en este supuesto, otro ser humano— y nosotros
mismos.
Y esto, de dos maneras fundamentales:
2.1. Bien porque cambiamos y nos adecuamos a aquello que
nos ha impactado.
2.2. Bien —y es lo más común en el ejemplo propuesto: el
amor-enamoramiento a primera vista— porque nos sentimos ya
conformes o adecuados a la persona o realidad en cuestión… ¡y por eso
nos asombra e impresiona tan hondamente y reaccionamos con tanta
intensidad!
23
Al enamorarnos, la mutua conformidad —que no es identidad, sino
más bien conveniencia o complementariedad— resulta tan patente y
repentina que nos parece descubrir una especie de armonía
preestablecida entre quien experimenta la passio o el afecto, quien se
enamora con pasión, y la persona de quien ha quedado prendado o
prendada.
Con palabras distintas: al margen de lo que ocurra más adelante,
quien de veras se siente enamorado percibe que la otra persona es
justo aquella a la que desde siempre había estado esperando (su media
naranja, solía decirse, aludiendo de forma indirecta al mito de
Aristófanes narrado por Platón) y piensa asimismo, no sin algo de
razón, que ese ser maravilloso ha venido a la existencia justo para ella
o para él.
No se trata, pues, de una correspondencia coyuntural o aleatoria,
sino de una afinidad casi absoluta, que difícilmente se percibe ni supone
como resultado del azar.

En toda emoción experimentamos una adaptación o


afinidad entre la realidad que nos afecta y nosotros
mismos

3. Complacencia-deseo

Y, entonces, tiene lugar lo más significativo y característico del


afecto: lo que en latín se denomina complacentia (complacencia).
En castellano solemos traducir este término como deseo; un vocablo
que, por desgracia, no reproduce los matices del original latino.
¿Por qué?
Porque la totalidad de la emoción que venimos analizando podría
describirse como un «sentirse tan con-forme, tan co-adaptado y, por
eso, tan a gusto y dichoso… que uno quiere ir a más».
Pero, en ese complejo fenómeno, la complacentia latina subraya
sobre todo «el placer de la mutua afinidad», la alegría de percibir que
estamos hecho el uno para el otro o el haberse adaptado a lo que nos
impresionó o, en su caso, nos turbó; mientras que el deseo castellano
pasa como de puntillas por encima de este aspecto y acentúa sobre
todo el anhelo de proseguir e intensificar esa afinidad, así como de
aumentar el deleite que provoca: las ganas de unirnos más entre
nosotros y hacer más prolongados y más hondos el gozo y la
satisfacción que eso lleva consigo.
En cualquier caso, la complacencia o el deseo constituyen el rasgo
más sobresaliente del afecto, hasta el punto de que los clásicos la
utilizaron para definir el tipo más simple y elemental de respuesta
afectiva: lo que, a partir de un determinado momento de la historia se

24
llamó, dando a esta voz un sentido muy amplio, amor naturalis o amor
natural, que hoy traduciríamos como inclinación acorde con la
naturaleza de una realidad dada.
Pienso que, de momento, no hay que explicar más. Es tan obvia la
presencia del deseo en cualquier amor, que muchos de nuestros
contemporáneos reducen el amor, en la más alta de sus acepciones, al
simple deseo de contacto físico.
Sí conviene repetir:
3.1. Que el afecto que aquí expongo como modelo es una
emoción compleja y positiva.
Que no lo hago por mero gusto, sino que responde al hecho
fundamental que antes apunté. A saber, que, considerada en sí misma,
la afectividad es algo muy bueno e imprescindible para el desarrollo de
la vida humana.
Y, por consiguiente, que en la base de todo sentimiento —también de
los más destructivos, aunque de manera indirecta—, se encuentra la
atracción hacia un bien… que, en las circunstancias en que no se logre,
origina precisamente esa sensación de tristeza o sinsentido y, en su
caso, la ira que llevaría a eliminar lo que se opone a su conquista.
Pero si el ser humano no ansiara determinados bienes, tampoco po-
dría sufrir y afligirse por el hecho de no alcanzarlos o de perderlos,
como sucede, por poner un solo caso, con la salud.
3.2. A lo que habría que agregar que en ese complacerse
hay ya cierta modificación de la facultad y, por consiguiente, una
emoción.
Con otras palabras: la confirmación de aquello que me ha
impresionado o su rechazo constituye cierto movimiento o, mejor, la
actualización o el desperezarse de la potencia o potencias que en cada
caso se pongan en juego.
Normalmente, cuando se trate de personas, se actualiza la voluntad,
que dice gozosa: «sí, es maravilloso que existas», así como un conjunto
de apetitos sensibles, que disfrutan noble y notablemente con la belleza
física de aquel o aquella que nos impresiona, con el timbre de su voz,
su manera de andar o de sentarse o de mirar, de encender o coger un
cigarrillo o llevarse una copa a los labios, etc.

Lo más importante y característico del afecto es lo que


en latín se denomina complacentia (complacencia) y en
castellano solemos traducir como deseo

4. Tendencia

Volviendo a la descripción que estoy bosquejando, si la


complacentia es concebida básicamente como deseo, no extrañará que
25
su consecuencia natural sea la intentio, también en su acepción
etimológica de tender hacia (in-tendere).
Tras el impacto inicial, la advertencia de ese golpe y de la con-moción
o movimiento interior que lleva consigo, florecen el conjunto de
acciones que nos inducen a in-tentar unirnos de forma más plena con la
realidad que nos afectó.
También ahora el lenguaje erótico —entendido en su sentido más
noble— aporta un conocimiento suficiente de lo que acabo de afirmar.

La emoción da lugar a un conjunto de acciones que nos


inducen a unirnos de forma más plena con la realidad
que nos afectó o a alejarnos de ella

5. Placer-gozo

A continuación, si todo sucede como debería —que es una de


las condiciones de un ejemplo no demasiado mal elegido—, la real
posesión de lo deseado suscita en nosotros un nuevo sentimiento
gratificante: un deleite o placer relativamente distintos y de ordinario
más intensos que los experimentados hasta entonces, entre los que los
clásicos incluían, como el más noble de todos, el gozo o gaudium.
Lejos de ser rechazado, como a veces se sostiene, es justo este
deleite lo que culmina o complementa el pleno valor positivo de la
afectividad. Según explica Roqueñi:
Tan importante considera Tomás de Aquino la energía y fuerza implícita
en las emociones que le lleva a afirmar que aquel anhelo o tendencia ya
consumada —es decir, el deleite— perfecciona la operación humana como
un fin completivo, esto es, “en cuanto que a este bien que es la operación
sobreviene otro bien, que es el deleite, el cual comporta el sosiego del
apetito en el bien presupuesto (... y, además) indirectamente, en cuanto el
agente, al deleitarse en su acción, atiende a ella con más vehemencia y
con mayor solicitud la ejecuta”14.

A continuación vendría el gozo o deleite

6. Quietud o reposo

Por fin, con la alegría del anhelo satisfecho se restablece la


paz, reposo o quietud (la quies latina), que es la respuesta última a la
inicial immutatio.

Y, por fin, cuando logra su objetivo, la emoción


desemboca la quietud o reposo consiguientes

Algo que, espero, no habrá sucedido al lector que deseara una


explicación acabada de lo que es una emoción o sentimiento, pues en
14
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p. 44.
26
estas líneas solo he pretendido esbozar algunos de sus rasgos más
comunes, sin ni siquiera cuidar la pulcritud de los elementos
considerados.
Poco, muy poco, es lo dicho; y muchísimo lo que me queda por
agregar e incluso por corregir.

6. Cuando el amor no es un sentimiento

… en las antípodas del término de llegada

Solo para dejar constancia de hasta qué punto la cuestión es


compleja y en muchos casos se aleja del modelo que acabo de diseñar,
copiaré parte de lo que Scola escribe inmediatamente después de
examinar, a su manera, lo que aquí he expuesto con mis propios
términos, añadiendo también ahora algunos comentarios.
Tal vez de este modo comencemos a advertir algo cuya importancia
no cabe exagerar y que entenderemos mejor a lo largo del estudio.
A saber:
1. Que el amor correctamente comprendido o en su acepción
más propia —que la mayoría de nuestros contemporáneos calificaría
como un sentimiento: más aún, como el sentimiento por antonomasia,
el sentimiento supremo—, se muestra como algo muy distinto: no como
un sentimiento o afecto que nos sucede, sino como un acto o una
acción de la voluntad que nosotros realizamos o ejercemos y
manifiesta, incrementa y completa nuestra grandeza como personas.
2. Y que, por eso mismo, goza de unos caracteres que, sin
anular la legitimidad de lo ya visto, deben considerarse contrarios a lo
que hasta ahora he apuntado.
3. Repito: si los sentimientos son más bien una re-acción pasiva
o re-activa, el amor es fundamentalmente una acción… bastante activa,
por tanto, aunque vaya precedido y seguido, y en parte esté provocado,
por los atractivos de la persona amada, las emociones que despierta en
nosotros y un cúmulo de otras realidades.
Al respecto, no puede ser más certero el juicio de Marías:
Cuando niego que el amor sea un sentimiento, lo que me parece un
grave error, quizá el más difundido, no niego la importancia enorme de los
sentimientos, incluso de los amorosos, que acompañan al amor y son algo
así como el séquito de su realidad misma, que acontece en niveles más
hondos15.

El afecto o sentimiento es pasivo, mientras que el amor,


en su acepción más propia, es eminentemente activo
15
MARÍAS, Julián, La educación sentimental, Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 26.
27
Para entendernos mejor

Aquí es donde se manifiesta del modo más virulento el problema


terminológico, que es también conceptual: de comprensión; y por eso
pido un poco de atención extra y de paciencia, si por ahora no se
entiende del todo lo que estoy exponiendo.
Pero anticipo que, en cierto modo, el análisis que ahora comenzamos
cumplirá su cometido si, al término, sabemos distinguir correctamente
entre los dos significados del término amor (el amor-sentimiento-pasivo
y el amor-acto o amor electivo o personal)… que normalmente se
utilizan de manera indistinta, con el conjunto de problemas teóricos y
vitales que ese error lleva consigo.
Resumo, pues:
1. Lo que durante siglos se ha conocido como pasión no
corresponde a lo que hoy calificamos primariamente con ese vocablo. El
termino pasión se reserva en la actualidad a un tipo particular de
sentimiento o excitación: muy fuerte, intenso, vehemente y ardoroso
(apasionado), aunque no siempre duradero, sino más bien al contrario.
2. A su vez, tal como voy a exponerlos a partir de ahora, porque
estimo que es lo más pertinente:
2.1. Los afectos, emociones o sentimientos deben concebirse
como una pasión, en el sentido clásico y pasivo de ser-afectado, y una
re-acción o conjunto de re-acciones también pasivas o, al menos, no-
voluntarias.
2.2. Mientras que el amor, en su acepción más propia y noble,
es el acto por antonomasia de libertad inter-personal y, como
consecuencia, resulta siempre mucho más activo que pasivo o re-activo.
(Insisto en que no hay que preocuparse por no entender o no estar de
acuerdo con mis afirmaciones. Más adelante expondré con calma lo que
ahora solo apunto).

Afecto = pasión + re-acción o re-acciones (todo


fundamentalmente pasivo).
Amor = acto (eminentemente activo)

«Amor» re-activo (o pasivo) y amor activo

Reitero, para evitar confusiones y no empobrecer la riqueza de la


afectividad —y porque con bastante frecuencia ni se alude a ello—, que
existen dos tipos de amor muy diferentes, que a menudo se mezclan y
con-funden en el pensamiento y en la vida de cualquier persona.
A uno de ellos me he referido principalmente hasta ahora: se trata
del amor como pasión, afecto o sentimiento, conocido también como
amor de deseo o inclinación.
28
En los párrafos que siguen quiero dejar claro, por el contrario, que en
los dominios de la voluntad existe, además, otro género de amor,
llamado normalmente amor electivo o propiamente personal, y apuntar
algunos de los caracteres que lo diferencian del de deseo.
Y más adelante profundizaré en la naturaleza de ambos y en lo que
los distingue entre sí.

Existen dos tipos de amor muy diferentes, que a


menudo se mezclan y con-funden en la vida de
cualquier persona

El «otro» amor

1. Un amor distinto
Así presenta Scola esta dualidad:
Sobre esta base elemental [lo que hemos considerado en párrafos
anteriores] se inserta […] un segundo nivel del afecto que genera una
respuesta libre y querida de amor16.

Esa respuesta no es, por tanto, algo que el sujeto padece o ante lo
que re-acciona sin apenas poner nada de su parte. Sino que, según
veremos, constituye el mayor y más autónomo acto de libertad que un
varón o una mujer pueden llevar a cabo y, en consecuencia, el modo de
obrar más pleno y activo, el que más los perfecciona y, derivadamente,
el que engendra mayor felicidad.
Esto, que tiene lugar en cualquier acto de auténtico amor, se
manifiesta con más claridad cuando, por los motivos que fuere, se ama
y busca eficaz y efectivamente el bien para una o más personas que nos
producen repugnancia, nos son antipáticas o incluso nos han hecho
algún daño real de más o menos calibre… que nos inclinaría a no
amarlas ni perseguir su bien.

2. Ejercicio supremo de libertad


Prosigue Scola, y no importa que se entienda bastante poco,
ya que será estudiado de nuevo más adelante:
Es el nivel de la voluntas ut ratio [del ejercicio de la voluntad una vez
que ya ha intervenido y deliberado el entendimiento o razón], en que el
amor se convierte en una elección [activa] libre y consciente 17.

Y añade:
Tomás lo llama amor de dilectio o de benevolencia precisamente porque
sigue a una electio18.

16
SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 22.
17
SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 22.
18
SCOLA, Angelo, Identidad y diferencia, Encuentro, Madrid, 1989, p. 23.
29
Es decir, a una elección, considerada por algunos como la máxima
manifestación del obrar libre. Cuestión que, de nuevo, se muestra más
patentemente cuando —¡porque queremos, poniendo en juego nuestra
libertad!— decidimos hacer un bien a alguien por quien no sentimos una
particular inclinación o que incluso nos repele: ayudar a levantarse al
jugador que durante un partido nos ha puesto intencionadamente una
zancadilla, a consecuencia de la cual también él ha caído al suelo; pres-
tar unos apuntes a un compañero o compañera que, tiempo atrás, no
quiso dejarnos los suyos; apoyar a un colega que nos hizo una
jugarreta, etc.

3. Acto por excelencia


Aquí se marca la contraposición a la que desde hace un rato
pretendo referirme y que estimo muy importante tener en cuenta, entre
otros motivos, porque —como dije— la distinción entre los dos
significados del amor se ignora habitualmente en nuestra cultura, con
consecuencias vitales a veces muy graves y dolorosas:
El amor de deseo es una passio afectiva, algo que se padece sin
poderlo eludir, un sentimiento; el amor electivo, por el contrario, es
elección efectiva, un acto u operación.

El amor de deseo es una passio afectiva, algo que se


padece sin poderlo evitar, un sentimiento; al contrario,
el amor de elección es un acto eminentemente libre

O, con términos equivalentes y ya utilizados:


3.1. Los afectos, emociones o sentimientos son, en su núcleo
más íntimo y primordial, pasivos o/y re-activos.
3.2. En el extremo opuesto, el amor en su acepción más
rigurosa —que iré esbozando poco a poco y he tratado con detenimiento
en otros escritos19—, es eminentemente activo: la operación suprema y
supremamente autónoma, eficiente… y libre; y de ahí que el amor, en
este segundo sentido más propio y elevado, jamás puede coaccionarse.
Todo lo anterior se manifiesta con claridad también en otras
situaciones, en que la mujer o el varón hacen que su libertad —la
elección de un modo particular de obrar— prevalezca sobre sus
inclinaciones y reacciones espontáneas, entre las que figuran los
sentimientos. Las palabras que siguen, referentes al perdón —máxima
expresión de amor, por otra parte—, tal vez nos ayuden a entenderlo:
Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad.
Pueden dar origen a reacciones desproporcionadas y violentas, que nos
sorprenden a nosotros mismos. Una persona herida, hiere a los demás. Y,
como muchas veces oculta su corazón detrás de una coraza, puede parecer
dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Solo necesita

19
Cfr. por ejemplo, MELENDO, Tomás, El verdadero rostro del amor, EIUNSA,
Pamplona 2006; Ocho lecciones sobre el amor humano, Rialp, Madrid, 4ª ed., 2002.
30
defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas
experiencias.
Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner
orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón.
Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimos darlo.
Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente
que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas, no
es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro
estado psíquico. Se puede perdonar llorando.
Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el
sufrimiento pierde ordinariamente su amargura, y puede ser que
desaparezca con el tiempo. “Las heridas se cambian en perlas” 20.

4. Y estrictamente personal
Sin esta doble consideración, viene a concluir Scola, toda
doctrina sobre la afectividad quedaría coja, incapaz de explicar lo que es
el ser humano en una de sus dimensiones esenciales —la emotividad,
los sentimientos o afectos, entre los que hoy se engloba el amor— y de
enseñarle a utilizarla para su propio bien y, sobre todo, para el bien de
quienes lo rodean.
¿Por qué motivos?
En esencia, porque el amor auténticamente humano y personal no
pertenece a la esfera de lo antes delineado: la pasión, el sentimiento…
que uno padece sin poder resistirse; sino que, como estoy insinuando,
se coloca en sus antípodas: es el acto más libre y activamente activo
que puede ponerse en acto —algo parecido al perdón que ha servido de
ejemplo—, aunque a menudo, como apunté, vaya también precedido de
una atracción ejercida sobre la voluntad y sobre los apetitos sensibles,
así como de las re-acciones que experimenta el sujeto que ama como
consecuencia de sus actos de amor.

Junto al amor como afecto, pasión o sentimiento, hay


que situar el amor como acto voluntario, máximamente
activo y personal

Para entenderlo a fondo, igual que para


comprender muchas de las afirmaciones que irán
surgiendo a lo largo del escrito, resulta
imprescindible poseer un conocimiento lo más
adecuado posible de la persona humana y, muy en
particular, de su grandeza o dignidad.
Aunque algunos de esos puntos serán esbozados en
los capítulos que siguen, aconsejo vivamente, para
quien lo estime necesario, la lectura de MELENDO,

20
BURGGRAF, Jutta, «Aprender a perdonar», en OTERO, Oliveros (Coord.), Retos de
futuro en educación. Aprender a perdonar, EIUNSA, Madrid, 2004, pp. 164-165.
31
Tomás, Invitación al conocimiento del hombre,
EIUNSA, Madrid 2009.

De todos modos, ahora nos interesa seguir esclareciendo en qué


consisten los afectos o sentimientos propiamente dichos.

Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez
[… y, en este caso, casi seguro que no se ha comprendido casi nada].
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso ir y venir, leer más
de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción… bastante satisfactoria.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

Cuando se refiere al conocimiento, reflexionar equivale a


considerar de nuevo lo ya conocido para comprobar con más
detalle si se adecua o no a la realidad y hasta qué punto lo
comprendemos.
Para eso es necesario que la inteligencia se distancie de sí
misma y vea como manifiesto en ella su propio conocimiento
de la realidad. Algo así como cuando nos vemos reflejados en
un espejo o en las tranquilas aguas de un lago.

 Puesto que en estas primeras páginas no he pretendido sino


acercarme al complejo fenómeno de los sentimientos, tienes todo el
derecho a no estar de acuerdo con lo escrito… o incluso el deber, porque
has puesto en juego tu propia capacidad de conocer, basado en tu
experiencia y en la de quienes te rodean. En cualquier caso, para
proseguir el estudio con aprovechamiento, sería muy bueno que hicieras
una lista lo más exhaustiva posible de:
1. Lo que consideras equivocado en cuanto
acabas de leer.
2. Lo que piensas que debe matizarse.
3. Lo que te parecen lagunas imperdonables de la
exposición.
4. El modo en que, dando por medianamente
válido lo que yo pienso, proseguirías tú el estudio.
5. Los temas que piensas que no deben omitirse
cuando se habla de la afectividad.
 Con plena voluntariedad y conciencia, he utilizado a un autor
medieval para esbozar los fenómenos que se encuentran ligados a las
emociones. Y he propuesto ciertos términos capaces de traducir al
castellano actual los que él utiliza en latín. ¿Podrías buscar tú otros

32
vocablos con los que expresar lo mismo, e incluso hacerlo de una
manera más correcta?
 Aunque lo estudiaremos después, ¿qué elementos te parece que
forman parte ineludible de esa vivencia que denominamos emoción,
sentimiento, pasión o «vivencia»?
 Intenta completar la esquemática descripción que he hecho, al
menos de dos maneras:
1. Añadiendo otros fenómenos que, según tu
experiencia, tienen lugar en algunas o en todas las emociones: miedo,
vergüenza, enfado, ilusión…
2. Tomando como ejemplo para el bosquejo una
emoción o sentimiento distintos, como pudieran ser el terror, el pánico,
la fobia, la repugnancia, el odio… o lo que menos te agrade (también
una emoción positiva, si lo prefieres).
 En la descripción del enamoramiento que he esbozado, el término
de todo el proceso era la recuperación de la paz o la quietud, del
equilibrio.
1. ¿Te parece que es un modo correcto de
explicarlo? O, con palabras más explícitas: el enamorado, correspondido
o no, ¿experimenta un reposo absoluto o más bien al contrario, una
desazón inesperada e insuperable… o ambas cosas al mismo tiempo?
2. ¿Serviría ese mismo modelo para entender
todas las emociones? ¿Y el conjunto de la vida humana? ¿Es cierto que
los varones y mujeres perseguimos a toda costa el equilibrio, la falta de
tensión?
3. Realiza cuantas puntualizaciones y distinciones
consideres necesarias.
 ¿Qué opinas de estas palabras de Wittgenstein, que él mismo
relaciona con uso del lenguaje en la vida afectiva?:
En el concepto de experiencia vivida, como en el de evento, proceso,
estado, algo, hecho, descripción y narración, creemos encontrarnos con
un fundamento sólido y más profundo que todos los métodos y juegos
especiales del lenguaje. Pero estas palabras en extremo generosas tienen
también un significado extremadamente débil. En efecto, se refieren a una
enorme cantidad de casos especiales, lo que no las hace más sólidas sino
más fluidas (WITTGENSTEIN, L. Remarks on the Philosophy of Psychology, I,
G.E.M. ANSCOMBE – G.H. von WRIGHT (eds.), Blackwell, Oxford 1980, §
648).

Nueva ayuda para la reflexión personal

 Como adelantaba en nota a pie de página, incluyo en esta sección


algunas citas que romperían la secuencia de las ideas en el cuerpo del
escrito y dificultarían su comprensión, pero que pueden servirte de
apoyo para entender mejor el complejo fenómeno de la afectividad.
Al contrario de lo que sucede en el texto, donde normalmente
expongo aquello que pienso, algunas de estas citas expresan las
opiniones de otros autores, más o menos lejanas a las mías, pero que
tienes derecho a conocer, para que puedas formarte un criterio propio. A
ti te corresponde, pues, establecer si lo que en ellas se afirma es o no

33
correcto, con independencia de que concuerde más o menos con mis
convicciones.
● El primer texto fue redactado hace más de treinta años, pero
conserva buena parte de su actualidad. Deberías contrastarlo con el que
copiaré justo después de él:
La deuda de la psicología con el lenguaje es debida a que los términos
que utiliza la Psicología están emparentados con el lenguaje precientífico,
en grado mucho más considerable de lo que ocurre con otras ciencias, por
ejemplo, con la física. Mientras que los conceptos básicos de las Ciencias
Naturales se hallan emancipados de su primer origen en intuiciones
concretas de la vida cotidiana, esto no ocurre con la Psicología y menos
aún con la orientación fenomenológica. Antes que los psicólogos, el
lenguaje ha diferenciado sentimiento, emoción, humor, temperamento,
carácter, apetito, amor, convivencia, ambición, odio, etc., y así miles de
términos. La psicología depura estos conceptos y les asigna un puesto
dentro de una concepción sistemática, pero sin romper los lazos con la
terminología tradicional (SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH,
Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, pp.
XXIV y XXV).
El lenguaje coloquial es muchas veces impreciso, pero también de una
riqueza en matices a los que el lenguaje técnico no alcanza. […] Un
discurso que no tenga en cuenta tales matizaciones puede ajustarse a un
modelo teórico previamente construido; pero en la medida en que
renuncia a la consideración de parámetros socioculturales, resulta
inaplicable en los contextos pragmáticos, en los que los psicólogos,
psicopatólogos y psiquiatras clínicos hemos de desenvolvernos (CASTILLA
DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed.,
2003, p. 337).

● En estos otros párrafos recojo las descripciones de Castilla del Pino


de las realidades más cercanas a la vida sentimental:
SENTIMIENTO. Estado del sujeto caracterizado por la impresión afectiva
que le causa determinada persona, animal, cosa, recuerdo o situación en
general. El sentimiento, al ser de menos intensidad que la emoción, es
experimentado por el sujeto como algo que le acontece exclusivamente en
el plano de él mismo como sujeto, más concretamente en el nivel anímico
(CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets,
Barcelona, 2ª ed., 2003, p. 346).
EMOCIÓN. Los sentimientos son emociones, y por débiles que sean […],
revelan la emoción que sentimos. Pero en lenguaje coloquial los
sentimientos de cierta intensidad y brusquedad son los que se denominan
emociones. La emoción ha de irrumpir bruscamente, y también atenuarse
rápidamente, aunque más despaciosamente que como se inició. En el
lenguaje coloquial la emoción es un sentimiento brusco e intenso, y
respecto de lo que se califica sin más de sentimiento no habría más que
una diferencia de grado, de magnitud. Lo que ocurre es que el límite entre
emoción y sentimiento es imprecisable. También las manifestaciones
corporales —rubor, lágrimas, aceleración del pulso, respiración
entrecortada, y demás—, esto es, del resto del organismo, deben ser
notadas expresamente por el sujeto emocionado. En la emoción se
experimenta tanto la experiencia (mental) cuanto las perturbaciones que
tiene lugar en el organismo merced a ella (que es otra experiencia a su
vez). […] Mientras las experiencias son infinitas, y dependen de la
evaluación cognitiva que de ellas se hace, las respuestas emocionales son
escasas, prácticamente por un mismo patrón de activación visceral, de
mayor o menor intensidad (CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los
Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed., 2003, pp. 342-343).
SENTIMIENTOS. 1. Conjunto o repertorio de estados sentimentales de
que puede disponer un sujeto situado en las más diversas relaciones con
personas, animales, cosas, situaciones. Alguien tiene buenos y/o malos
34
sentimientos. Puede usarse como sinónimo de afectos. 2. Los
sentimientos son «objetos mentales» del que los experimenta, y […]
connotaciones que al sujeto le provoca el objeto. El asco, la antipatía que
a Juan le suscita Antonia, son connotaciones de Juan (por eso pueden ser
distintas de las que Antonia suscita a Pepe) (CASTILLA DEL PINO, Carlos,
Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed., 2003, pp. 346-
347).
AFECTIVIDAD. 1. Con este término se alude al plano o sistema
sentimental o emocional del sujeto en general (el otro plano es el
cognitivo). Al plano de la afectividad corresponden el estado de ánimo, los
sentimientos, las emociones, los afectos, el humor, el talante, el temple,
etcétera. En psicopatología es un término muy usado, y atiende tanto a
las alteraciones del estado de ánimo cuanto a la de las emociones y/o
sentimientos (CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos,
Tusquets, Barcelona, 2ª ed., 2003, p. 339).
AFECTO. 1. En el lenguaje coloquial alude al sentimiento positivo, de
simpatía o amistad, que alguien profesa a alguien o a algo. «Le tiene
mucho afecto.» Implica perdurabilidad. El afecto no es versátil, y si lo es,
dice mucho, y negativamente, de la persona. El afecto, pues, implica
cierta vinculación, como es el caso de una amistad profunda y mantenida.
2. En sentido restringido y en el lenguaje corriente, se aplica al
sentimiento intermedio entre la mera simpatía, el cariño y el amor: «A J le
tengo afecto», supone que no se le tiene cariño (CASTILLA DEL PINO, Carlos,
Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed., 2003, p. 339).
AFECTOS. 1. El conjunto de los sentimientos. […] 3. En este texto,
afecto es sinónimo de sentimiento, y, por tanto, incluye también los
sentimientos de aversión (como el odio, la antipatía, el asco) (CASTILLA DEL
PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed.,
2003, p. 339).
● Siguen ahora un conjunto de citas en las que se advierte que me
aparto decididamente de la escuela de Freud, de la psicodinámica en
general y de Castilla del Pino en concreto, por cuanto elevan a principio
supremo la homeostasis, pretendiendo que el ser humano aspira radical
y exclusivamente a mantener o reconquistar el equilibrio psico-biológico.
A esta pretensión se oponen, entre otros muchos, Frankl, Lukas, Caruso,
Cardona Pescador…, quienes afirman que cierta tensión es fundamental
para el desarrollo de la vida humana y para la misma salud psíquica.
● Como simple botón de muestra:
Igor Caruso dice que el estar en paz consigo mismo fue declarado
criterio de salud psíquica y de ahí se derivó a considerar el placer como
soporte biológico de la paz del alma. La aplicación del principio del placer
supone una generalización sofística, una absolutización ilícita de lo
científico-natural y médico-psicológico. ¿No son a veces el displacer y la
desgracia mucho más necesarios para la salud del alma que el placer y la
euforia? (CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid,
1998, pp. 144-145).

● Y también:
… resulta especialmente peligrosa […] la corriente del reduccionismo, la
cual, al generalizar el principio de homeostasis, intenta subdividir según el
principio de placer todo acto humano orientado a un sentido. En realidad,
es un nihilismo disfrazado de psicología (LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La
búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003, p. 54).

● Y más amplio y contundente:


Que hasta hoy la higiene psíquica haya estado más o menos regida por
un principio fallido es algo que solo podrá importar en tanto que haya
salido del convencimiento de qué es lo primordialmente necesario para el
hombre, ya sea paz y equilibrio interior, ya sea distensión a cualquier
35
precio. Pero reflexiones y experiencias únicas han demostrado que el
hombre, mucho más que distensión, necesita tensión: una cierta tensión
sana, dosificada. Esa tensión que experimenta, por ejemplo, a través de la
exigencia procedente de un sentido en la vida, de una tarea que hay que
cumplir, especialmente si se trata de la exigencia de un sentido de la
existencia cuya satisfacción está única y exclusivamente reservada,
solicitada y encomendada a ese único hombre. Una tensión pareja no
daña la salud mental, sino que, al contrario, favorece un estado
mentalmente sano. Tanto es así, que esta tensión —la “noodinámica”,
como a mí me gusta llamarla— constituye todo lo que es humano, porque
“ser humano” significa “estar en tensión”, de manera irrevocable e
indispensable, entre el ser y el deber (Frankl, 13) (LUKAS, Elisabeth,
Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003, pp. 50-
51).

36
II. ¡Adentro!

♫ ♪ No te rindas todavía, no te rindas, por favor… ♪ ♫

¡Alerta!
Como ya te dije, existen muchas maneras de estudiar un escrito. A
menudo no advertimos la existencia de algo sencillamente porque no lo
estamos buscando.
Algo parecido sucede con los libros. Hay que desperezar la mente para
encontrar lo que pueden enseñarnos.
Si esto no ocurre, nos quedaremos sin advertir un buen número de
cuestiones —¡a veces interesantes!— que hay en ellos.
Por eso, también antes de comenzar el presente apartado, me gustaría
que intentaras responder, con tranquilidad y, si es necesario, por escrito,
a estas preguntas… de nuevo sin perder la paz si no das con las
respuestas adecuadas.

 Imagino (o, más bien, deseo) que, aunque no lo hubieras hecho


antes, la lectura de las páginas que preceden habrá despertado en ti la
curiosidad por conocer la actitud ante los sentimientos en las distintas
etapas de la historia (si no te ha ocurrido, te ruego que no me lo digas).
En cualquier caso, y por lo que sabes de las lecturas, obras pictóricas y
esculturas, teatro, películas… ¿consideras que los seres humanos han
concedido siempre una importancia similar a sus emociones y estados
de ánimo?; ¿no te parece que conocer mínimamente la historia de la
afectividad es un buen medio para comprenderla mejor?
 En lo que a ti atañe, ¿cuál es la actitud respecto a los sentimientos?
¿Los tienes muy en cuenta o más bien tiendes a hacer caso omiso de
cómo te encuentres, considerando que lo que importa es lo que hagas y
no tanto cómo te sientas antes de hacerlo, al hacerlo o dejarlo de
hacer… o incluso después de haberlo hecho?
 ¿Sabes cómo provocar o calmar un sentimiento? ¿Te desconciertas
o pones nervioso cuando descubres en ti alguna emoción incontrolada o
incontrolable?
 ¿Estimas relevante y positivo que una persona tenga corazón? ¿A
qué te refieres con ese término: a la capacidad de amar, a la de
conmoverse, a una fusión o interconexión de ambas…?
 Te parece que esa cualidad —tener corazón— ¿es más o menos
importante que ser inteligente, hábil, con aptitudes para relacionarse
con otros o para trabajar, etc., o más bien que se encuentra ligada a
todas ellas? (Como ves, la pregunta está relacionada con lo que, de un
tiempo a esta parte, se denomina «inteligencia emocional». Pero de

37
nuevo te pido que no respondas en función de lo que se dice o has leído,
sino de lo que tú piensas y experimentas).
 A tu entender, las emociones y sentimientos ¿son algo que facilitan
o dificultan la acción? Si lo consideras conveniente, matiza tu respuesta,
distinguiendo unas situaciones de otras.

Te repito que, si no estoy del todo equivocado, con la reflexión sobre las
preguntas que acabas de leer, te has preparado para aprovechar mejor el
estudio de lo que sigue.

1. Por qué la afectividad

¿La afectividad?

Muy probablemente, el intento de justificar la conveniencia de


llevar a cabo un análisis de la afectividad, anteponiéndolo o incluso
dejando momentáneamente de lado otras dimensiones del sujeto
humano, resulte innecesario.
Como escribe von Hildebrand,
… tener un corazón capaz de amar, un corazón que puede conocer la
ansiedad y el sufrimiento, que puede afligirse y conmoverse, es la
característica más específica de la naturaleza humana. El corazón es la
esfera más tierna, más interior, más secreta de la persona21.

Apunto, de todos modos, algunas de las razones de más peso para


realizar ese estudio.

Propia y característica de cada ser humano

En primer término, hemos de conocer las emociones o sentimientos


porque, de hecho, se trata de algo constitutivo e irreemplazable en cada
uno de nosotros; de algo que, con más o menos conciencia, todos
experimentamos y que influye poderosamente en la orientación de
nuestra existencia, en nuestra conducta global y en cada uno de
nuestros quehaceres.
Y no de cualquier modo: la afectividad —lo que por ahora llamo senti-
mientos, pasiones, emociones, estado de ánimo, temple, etc.— penetra
y da un tono particular y único, exclusivo de ella, a los restantes
ámbitos que conforman al varón y a la mujer y a cada uno de sus actos,
en las distintas etapas de su vida.
Prácticamente en todo lo que hacemos o dejamos de hacer, en lo que
pensamos, en lo que anhelamos o queremos o rechazamos o
menospreciamos… está presente, con más o menos vigor y conciencia,
para bien o para mal, un factor sentimental o emotivo.

21
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 15.
38
Precisamente en el inicio de su pequeña obra inédita, Ordo amoris,
había escrito Scheler:
Me encuentro en un inmenso mundo de objetos sensibles y espirituales
que conmueven incesantemente mi corazón y mis pasiones. Sé que tanto
los objetos que llego a conocer por la percepción y el pensamiento, como
aquellos que quiero, elijo, produzco, con que trato, dependen del juego de
este movimiento de mi corazón22.

Algo parecido, aunque más matizado, afirma Yepes:


El puesto de la afectividad y los sentimientos en la vida humana es muy
central. Son ellos los que conforman la situación anímica interior e íntima,
los que impulsan o retraen de la acción, y los que en definitiva juntan o
separan a los hombres. Además, la posesión de los bienes más preciados y
la presencia de los males más temidos significan eo ipso que nos embargan
aquellos sentimientos que dan o quitan la felicidad23.

Y, para cambiar totalmente de escenario, agrego unas palabras de


Tom Morris, en su conocido libro, titulado Si Aristóteles dirigiera la
General Motors. Al parecer, también la productividad económica se
relaciona estrechamente con la liberación de afectos positivos:
La belleza libera. Renueva, vigoriza e inspira. Todos los ejecutivos lo
saben y a veces obran en consecuencia, y por eso eligen escenarios de
gran belleza para las reuniones de suma importancia. Para agasajar a un
cliente o para planificar el futuro se necesita el mejor entorno posible, un
lugar que nos lleve a dar lo mejor de nosotros mismos. A nivel intuitivo,
todos sabemos que la belleza desempeña un papel que no puede
compararse con nada más en su impacto en el espíritu humano, ya que
libera todas nuestras energías y reflexiones más profundas y nos conecta
con nuestros afectos más elevados24.

Prácticamente en todo lo que hacemos o dejamos de


hacer está presente un factor sentimental o emotivo

Con gran influjo en nuestro modo de percibir la realidad

Pero hay más. Muy frecuentemente, nuestro primer contacto con el


mundo y con cada uno de sus componentes, nuestra percepción inicial
de todo ello, es de tipo sentimental o emotivo; bastante a menudo,
nuestra afectividad selecciona, canaliza y modula de entrada cuanto
llega hasta nosotros, haciendo que lo conozcamos de un modo u otro…
o que no le prestemos la menor atención.
1. Si nos encontramos ante realidades que a primera vista nos
agradan, ese sentimiento intensifica nuestro discernimiento y nos
permite apreciar detalles de bondad o belleza o virtud que a otros

22
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, p. 21.
23
YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia
humana, EUNSA, Pamplona 1996, p. 59.
24
MORRIS, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005,
p. 94.
39
pasarían inadvertidos, o bien impide que captemos aspectos negativos
patentes.
2. Por el contrario, el surgir de una sensación de repulsa ante
aquello que se nos presenta como molesto o desagradable, hace que ni
siquiera reparemos en algo o alguien, que apartemos la vista o que
distorsionemos su conocimiento y obtengamos de ellos una imagen
deformada y empobrecida.
Con palabras de un notable psicólogo y neurólogo argentino, Abelardo
Pithod, al que citaré con frecuencia en este ensayo:
Desde el sentimiento de autoestima que acompaña —o no— a una
persona, a las distorsiones en la percepción del prójimo debido a oscuros
sentimientos de antipatía, la afectividad es un ingrediente decisivo en la
“construcción” de nuestro mundo. Como dice J. Nuttin, en términos de
análisis fenomenológico, el Yo (el self de la psicología norteamericana) se
“llena” de contenidos provenientes del Mundo en el que habita y al que él
mismo ha contribuido a construir. Así, la realidad es percibida como
amenazante por la persona con tendencias paranoides, como triste por el
depresivo, o como carente de sentido, y tantos otros modos de proyección
del estado afectivo del Yo. Es aquello de que todo es del color del cristal
con que se mira25.

3. Y aún más: la primera impresión de las personas, objetos o


situaciones, que habitualmente se halla condicionada o incluso
determinada por los sentimientos, con bastante frecuencia acaba por
convertirse en definitiva.
3.1. No es extraño que, al ver acercarse a alguien, antes
incluso de hablar con él o después de intercambiar una mirada o un par
de frases, se instale en nosotros un sentimiento de agrado o desagrado
(me cae bien o mal), de confianza o desconfianza (es o no es de fiar),
de admiración o menosprecio (qué suerte haberlo conocido; ni siquiera
vale la pena cambiar con él dos palabras), etc.
3.2. Y esta opinión, no rara vez injustificada e incorrecta, no
sabemos, queremos o podemos eliminarla, justo por la presión que
ejercen nuestros sentimientos. Cosa que, como leíamos en la cita de
Pithod, llega a límites insospechados en las personas con un desajuste
psíquico más o menos grave: neuróticos, paranoicos, etc.
A todo ello apuntan, de manera global pero significativa, y aplicadas
a un estado de ánimo o sentimiento concretos, las palabras que siguen:
… las emociones pueden afectar con gravedad los principios que dirigen
la conducta. De esta forma «al hombre afectado por una pasión le parecen
las cosas mayores o menores de lo que son en realidad»; su juicio es
severamente lesionado y, consiguientemente no puede actuar. Tal es el
caso, por ejemplo, del hombre triste, afectado por un mal presente: «todo
lo elegible se hace menos elegible por causa de la tristeza (...) y todo lo
que debe huirse se torna más repulsivo a causa de ella».

25
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 176-7.
40
La tristeza es una de las pasiones más graves y dañinas para la
naturaleza humana; tiene varios efectos nocivos, entre los que Tomás de
Aquino destaca: la privación de la facultad de aprender; la pesadez del
ánimo, contrariando con ello a la voluntad; el debilitamiento de toda
operación, interior y exterior; y, por si fuera poco, perjudica gravemente la
salud corporal. Sin embargo, «la tristeza respecto de todo mal digno de
evitarse es útil, pues tiene una doble causa de huida, puesto que el mal
debe huirse por sí mismo, y de la tristeza todos huyen, como todos
apetecen el bien y la delectación en el bien»26.

Con terminología más técnica, y desde el campo de la psiquiatría,


expone Castilla del Pino:
La mayor parte de las interpretaciones de una expresión emocional son
sesgadas, es decir, erróneas. La fuente de los malentendidos proviene no
de un error exclusivamente cognitivo —la expresión p se toma como
significativa del estado emocional q, y no es el caso—, sino de la ilatimia,
concepto que acuñó Eugen Bleuler para destacar la incidencia de la
afectividad en la distorsión de los procesos de conocimiento
(racionalización, defensas perceptivas, etcétera). Este proceso se advierte
de manera muy límpida en las interpretaciones del miedoso, del suspicaz o
del desconfiado. En el miedoso toda expresión ajena puede contener una
amenaza, clara o disimulada; en el suspicaz, un vituperio; en el
desconfiado, un engaño27.

Con frecuencia, nuestra primera toma de contacto con


la realidad es de tipo sentimental o emotiva y modifica,
para bien o para mal, nuestra percepción

Testimonios cualificados

Cuanto he apuntado hasta ahora no es un fenómeno coyuntural,


sino algo que baña —con matices y variaciones de tono— toda la
historia de la humanidad en cada uno de sus miembros, y que ha sido
reconocido por pensadores, literatos, artistas, sociólogos, psicólogos…
de cualquier tiempo y condición.
1. Platón, por ejemplo, concedía una enorme importancia al
influjo de la afectividad en el conjunto de la vida humana.
2. Aristóteles, por su parte, venía a afirmar que un aspecto
muy relevante de la educación —tal vez su clave— consistía en
conformar los sentimientos, en darles forma y ponerlos de acuerdo con
la razón, para que, de manera casi natural, las personas se sintieran
atraídas por lo realmente bueno y pudieran realizarlo prontamente, sin
error, con el mínimo de esfuerzo o, en el culmen, con sumo gusto y
agrado: es el núcleo de la doctrina de las virtudes, tan ligadas a la
afectividad.
3. Agustín de Hipona escribe sin vacilar:
26
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p. 45.
27
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, pp. 68-69.
41
Si algunos tienen a gala no verse exaltados o excitados, ni dominados o
doblegados por sentimiento alguno, en lugar de obtener la serenidad
verdadera, pierden toda la humanidad. Porque no se es recto por ser duro,
ni se alcanza un estado de ánimo perfecto por ser insensible28.

4. Y algo muy similar sucede con Tomás de Aquino. Para él,


según explica Paul J. Wadell:
… la integridad moral requiere […] que aprendamos a amar lo que es
realmente bueno y a odiar el verdadero mal, y hacer ambas cosas con
pasión y entusiasmo. La gente virtuosa siente fervor para lo realmente
bueno; del mismo modo que aborrece apasionadamente el mal y la
falsedad. Su virtud no es insulsa, sino inspirada. Estas personas no hacen
el bien por un sentido del deber ni por temor, sino porque realmente aman
el bien, de la misma manera que evitan el mal porque lo desprecian29.

5. Muchos siglos más tarde, después de los vaivenes


experimentados en el aprecio de los sentimientos, a veces ensalzados
hasta el extremo y otras vilipendiados o despreciados, Lewis recoge la
convicción platónico-aristotélica y defiende con ardor la necesidad de
educar la afectividad, como una de las exigencias primordiales de la
formación global y radical de la persona.
Así, en el contexto concreto de los primeros años de vida escolar,
afirma, por ejemplo:
Por cada alumno que precisa ser protegido de un frágil exceso de
sensibilidad hay tres que necesitan que se los despierte del letargo de la
fría mediocridad. El objetivo del educador moderno no es el de talar
bosques, sino el de irrigar desiertos. La correcta precaución contra el
sentimentalismo es la de inculcar sentimientos adecuados. Agostar la
sensibilidad de nuestros alumnos es hacerlos presa fácil del proselitista de
turno. Su propia naturaleza les empujará a vengarse, y un corazón duro no
es protección infalible frente a una mente débil30.

6. En la misma línea, aunque el texto incluya afirmaciones que


matizaré más adelante, se mueve López Ibor, cuando escribe:
Existe una forma de contacto superior, a través de la más pura vida del
espíritu; pero existen contactos más inferiores a través de los instintos y
de los afectos. Su inferioridad no le quita importancia, sino todo lo
contrario, ya que en la vida cotidiana, instintos y afectos la integran y aun
la dominan en buena parte.
Es más fácil penetrar en un ser a través del plano afectivo que a través
del plano de la pura razón. Aquel ofrece una permeabilidad especial.
Incluso algo más que permeabilidad, un ansia de contacto, que no es tan
ingente en el plano racional, menos dinámico y de arquitectura más
contemplativa. Amistad, amor, odio y toda la variada escala de los
sentimientos son vía de penetración en nuestros semejantes31.

7. A lo que cabría añadir, como el mejor colofón, si atendemos a


la popularidad de su pensamiento en este campo, las siguientes
28
AGUSTÍN DE HIPONA, De Civitate Dei, 14, 9, 6.
29
WADELL, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid, 2002, p. 171.
30
LEWIS, Clave Staple, La abolición del hombre, Encuentro, Madrid, 1990, p. 18.
31
LÓPEZ IBOR, Juan José, Rebeldes, Rialp, Madrid, 1965, p. 78.
42
palabras de Dietrich von Hildebrand, también necesitadas de
correcciones:
Mientras respete la cooperación […] entre el corazón, el intelecto y la
voluntad, la afectividad nunca puede ser demasiado intensa. Y en un
hombre cuyo centro de respuesta al valor y al amor ha superado
victoriosamente el orgullo y la concupiscencia, la afectividad nunca puede
ser demasiado grande. Cuanto más grande y profunda sea la capacidad
afectiva del hombre, mejor. No hay un grado en la capacidad de amar que
pueda constituir un peligro o, más bien, lo constituye en la misma medida
que una gran fuerza de voluntad o una elevada capacidad intelectual.
Cuanto más grande es el hombre, más profundo es su amor, como dijo
Leonardo da Vinci32.

Todos los grandes de la historia de la humanidad han


concedido un lugar relevante a la vida afectiva,
sentimental o emotiva

2. Por qué la afectividad hoy

Ensalzamiento de la afectividad en la civilización


contemporánea

En la época actual —es decir, ahora, cuando estás leyendo estas


líneas—, existen motivos complementarios para conocer de una manera
especial en qué consisten nuestros sentimientos y emociones; cuál es
su naturaleza en general y cómo se modula y manifiesta cada uno:
temor, pánico, vergüenza, ansiedad, alegría, gozo, satisfacción,
despecho, inquietud, embeleso, rencor, exultación, resquemor, envidia,
zozobra, desazón, pena, entusiasmo, delirio, frenesí, éxtasis…
1. Tales razones podrían resumirse diciendo que la afectividad ha
alcanzado hoy un relieve inusitado, en los estudios teóricos y, sobre
todo, en la vida vivida (la vita vissuta, que dicen los italianos) de la
mayoría de nuestros contemporáneos.
2. O, con otras palabras, bastaría recordar que una gran porción
de los ciudadanos de nuestro mundo actúa más en función de lo que
siente o experimenta (placer, dolor, tristeza, atracción, repugnancia,
agrado, desprecio, satisfacción, inquina, resentimiento…) que de la
bondad o maldad objetivas de su conducta, que debería percibir a
través de la inteligencia, pero que bastante a menudo no advierte, justo
porque lo impiden los sentimientos.
3. Lo que arroja, de momento, el siguiente saldo: en la
actualidad se cuentan por miles los artículos y libros (ensayos, novelas,
tratados…), y por millones las personas que, a sabiendas o no, hacen de
los sentimientos el punto de referencia fundamental de sus decisiones y
32
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 111.
43
del conjunto de su obrar, aquello que real y definitivamente los lleva a
comportarse de uno u otro modo.
En semejante sentido, con gracejo y eficacia, ya en el 2003 sostenía
Choza:
El hombre del siglo XX es un animal sentimental. Por eso la
fenomenología puede analizar su estructura ontológica desde el punto de
vista de los sentimientos, y por eso la teología moral contemporánea puede
tomar los sentimientos como punto de partida 33.

Y ejemplificaba:
Ana Karenina y Madame Bovary, mucho más que Romeo y Julieta, están
en el mismo frente de batalla que su contemporáneo Nietzsche,
proclamando las mismas tesis que él, y, por eso, en el mismo frente que
Husserl, Heidegger y Scheler, cuando proclaman que la vivencia es anterior
a la ciencia, que la realidad de las cosas y del mundo es lo que aparece en
la vivencia y no lo que se recoge en las teorías científicas, y que la
afectividad, el ordo amoris, como Scheler lo denomina, el orden del sentir y
del querer, es lo que determina el orden del pensar, del actuar y del ser 34.

La afectividad ha alcanzado hoy un relieve inusitado en


los estudios teóricos y en la vida vivida de la mayoría de
nuestros contemporáneos

Mis propias dificultades

Todo lo anterior resultaría más que positivo, puesto que los


sentimientos lo son, si no hubiera que añadir algo de particular
categoría, que invierte la situación y la hace incluso peligrosa: se trata
del hecho capital de que la afectividad se encuentra hoy bastante mal-
tratada, en la teoría y en la vida.
1. Dicho con otras palabras y en perfecta consonancia con lo
apuntado en páginas anteriores: al ser la afectividad algo estupendo, su
desarrollo y ejercicio constituyen una ayuda incomparable para el
conjunto de la vida humana y para el logro de sus fines… siempre que
se sitúe en la dirección adecuada.
Por el contrario, precisamente por su enorme potencial
perfeccionador, cuando se la entiende y despliega de forma incorrecta,
su capacidad de dañar al hombre resulta también muy grande.
Todo lo cual multiplica la conveniencia de estudiar con todo el
detenimiento de que seamos capaces cuanto atañe a la afectividad.
2. Pero a esto hay que añadir un nuevo motivo: si es verdad lo
que acabo de sostener, si la percepción y el manejo de los sentimientos
no es hoy el que le corresponde, probablemente el lector —igual que el
33
CHOZA, Jacinto, en AA.VV., Sentimientos y comportamiento, Fundación
Universitaria San Antonio, Murcia, 2003, pp. 36-37.
34
CHOZA, Jacinto, en AA.VV., Sentimientos y comportamiento, Fundación
Universitaria San Antonio, Murcia, 2003, p. 35.
44
que escribe estas líneas, hasta que cayó en la cuenta de su despiste—
participará de ese modo de entenderla y vivirla, con lo que le resultará
más complejo aceptar las correcciones que propondré hacia el final de
estas páginas.
Y eso me lleva, de nuevo, a pedir comprensión, paciencia y apertura
de ánimo, antes de juzgar quién y hasta qué punto tiene la razón, en la
medida en que alguien la tenga y seamos capaces de advertirlo.
En cualquier caso, nadie podrá «quitarnos lo bailao», como se dice en
mi Andalucía: es decir, lo aprendido al reflexionar juntos sobre un
ámbito tan relevante de nuestra vida y personalidad.

Precisamente por su enorme potencial perfeccionador,


cuando la afectividad entiende y despliega de forma
incorrecta, su capacidad de dañar al hombre resulta
también muy grande

La afectividad maltratada o «desbocada»…

Expongo primero el hecho.


1. Ante todo, en el ámbito de la experiencia asequible a
cualquiera de nosotros.
1.1. Basta echar una mirada a nuestro alrededor para advertir,
por ejemplo, que demasiadas personas reaccionan o reaccionamos
vehementemente ante estímulos que, considerados con cierta
imparcialidad, no resultan proporcionados a la violencia de la respuesta:
ante un coche que se cruza sin aviso previo, ante el empujón
involuntario cuando se detiene un autobús, ante el viandante que
impide el paso por andar con excesiva parsimonia…
La agresividad parece haberse disparado en la civilización que nos
acoge, en el plano individual y de las sociedades y distintas naciones.
1.2. E igualmente, sin pretenderlo siquiera, descubrimos un
respetable número de varones y mujeres aquejados por la tristeza, el
desaliento, la insatisfacción, el desamparo… o que parecen simplemente
soportar resignados la vida que llevan, pese a que en ella abunden a
menudo los deleites y placeres que deberían proporcionar la felicidad.
2. Si nos trasladamos ahora a los dominios de los expertos, son
ya un buen número los psicólogos y psiquiatras que, interrogados sobre
los conflictos de nuestra civilización, y como fruto de su experiencia clí-
nica, aseguran que una proporción notable de los trastornos psíquicos
deriva de la falta de conocimiento y de habilidad para habérselas con
los propios afectos: para relacionarse con ellos y manejarlos,
atemperarlos o provocarlos, tenerlos más o menos o nada en cuenta,
según requieran las circunstancias.

45
Y otros muchos profesionales ocupados directamente del trato con
personas, así como pensadores y ensayistas de relieve, concuerdan en
sostener que una mala comprensión y un uso incorrecto de la
afectividad destrozan hoy día multitud de vidas.

Una proporción notable de los trastornos psíquicos


actuales deriva de la falta de conocimiento y de
habilidad para manejar los propios afectos

Y hondamente modificada

Señalan, además, otro extremo, que también es un estímulo para


analizar despacio los sentimientos tal como suelen vivirse (o
vivenciarse) hoy día. Se trata de que la afectividad contemporánea —y,
muy en particular, la de la mujer—, en la casi totalidad de sus
componentes, pero sobre todo en los relacionados con la libido, ha
cambiado de forma bastante neta con motivo de la revolución sexual de
fines de los 60 y del conjunto de movimientos derivados o aparejados a
ella.
En este sentido, como recuerda Pithod, muchas de las afirmaciones
clásicas respecto a lo más o menos específico de la sensibilidad
femenina merecen una revisión a fondo, que lleva también a poner
entre interrogantes la veracidad de lo que —probablemente debido a
razones no del todo objetivas— se venía calificando como lo propio de la
mujer en este campo (el «eterno femenino») y, por simetría, lo más
característico del varón (a lo que se hacía menos caso).
Por acudir a un solo detalle, normalmente se ha sostenido —tras las
huellas de Aristóteles y, en general, de la mayor parte de los clásicos
griegos y sus sucesores— que, en lo que atañe al ejercicio de la
sexualidad, la mujer es más pasiva y el varón más activo: que este
suele tomar y llevar la iniciativa.
Si tal observación parecía confirmada por los hechos hace tan solo
cuarenta años, hoy es casi obvio que culturalmente ha cambiado, al
menos en Occidente; y que bastantes mujeres, no solo por la forma de
vestir y de moverse o simplemente de estar, sino también en lo que
atañe al inicio y despliegue de la conquista o seducción, se muestran
más diligentes que muchos varones y, con frecuencia, bastante más
agresivas: cosas que, hasta no hace mucho, se consideraban
típicamente masculinas.
No intento decir con ello que semejantes comportamientos hayan
pasado a formar parte de la nueva naturaleza de la mujer, o que le
resulten beneficiosos o dañinos, o que el conocimiento pretérito atribuía
a su modo de ser lo que no pasaba de ser incidencia de la cultura.
Ni afirmo esto… ni lo contrario. Me limito a constatar que, por los
motivos que fuere, un muy alto porcentaje de las mujeres actuales

46
sienten y, como consecuencia, se comportan de manera distinta a las
de hace unos decenios; es decir, a sabiendas de cuánto me juego al
afirmar esto, como entonces lo hacían los varones.
Además, según Pithod,
… este cambio no se limita al solo sexo, abarca la afectividad toda. Es
toda la dinámica instintivo-emocional la que muta de signo. El cambio en la
actitud sexual interesa también a la actitud maternal (o paternal, pero
sobre todo a aquella). Se extiende a la concepción del matrimonio, a la
relación marital monogámica, a la estabilidad conyugal, etc. Las mujeres
casadas “miran” cada vez más libremente a otros hombres que no son sus
maridos. A su vez los hombres se sienten halagados si los otros hombres
miran a sus mujeres…35

No está de más averiguar el porqué de todo ello. Es lo que


pretendo esbozar, siquiera en sus líneas más básicas y elementales.

La sensibilidad contemporánea ha cambiado de forma


bastante neta con motivo de la revolución sexual de
fines de los 60 y los movimientos y actitudes unidos a
ella

Ayuda para la reflexión personal

 Tal vez el contenido de estas últimas páginas haya despertado en ti


sentimientos contrapuestos. Es probable que hayas leído con agrado el
conjunto de testimonios a favor de la afectividad, así como la
importancia que otorgo a su desarrollo. Pero puede que no te haya
gustado tanto lo que digo acerca de su equivocado despliegue y uso en
nuestros días.
 Si fuera así, en cierto modo me alegro. Indica que quizá participes
justamente de lo que estoy intentando poner de relieve: que lo relativo
a la vida sentimental no se maneja hoy de la manera correcta… y de ahí
que incluso te irrite —¡afectividad!—cualquier presunto ataque contra
ella.
 Te pediría que siguieras leyendo sin prejuicios y que esperes cuanto
consideres conveniente (si puedes, hasta el final del libro) para emitir un
juicio de valor.
 De momento, centrándome en cuestiones más particulares, ¿qué
opinas respecto al cambio de sensibilidad en la mujer que acabo de
mencionar? Sobre todo si estás de acuerdo en que lo ha habido, procura
exponer con detalle los aspectos que estimes más relevantes.
 En cualquier caso, me gustaría que reflexionaras sobre la
sensibilidad femenina y masculina… ¡de forma imparcial!: se trata de
describirlas, no de juzgar sin son mejor o peor que su complementaria.

35
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 61.
47
3. Motivos complementarios y/o más desarrollados

 Aunque lo he esbozado ya, tal vez antes de comenzar la lectura


podrías pensar o leer algo sobre la distinta valoración de los
sentimientos a lo largo de la historia de la humanidad o, al menos, de
Occidente, que, de ordinario, es lo más conocido. Supongo que asocias
romanticismo con sensibilidad y emotividad o incluso sentimentalismo.
¿Qué opinas de ello?
 ¿Cómo te parece que encaran nuestros contemporáneos su vida
afectiva? ¿Y los especialistas? ¿Qué relación existe entre unos y otros?
Si consideras que hay divergencias en el modo de enfocarla, ¿a quienes
darías la razón?
 ¿Piensas que lo que se siente es el motivo de más peso o, al menos,
el más auténtico para obrar de una u otra manera? En caso contrario,
¿cuál sería el criterio último de nuestro comportamiento? ¿Te parece
correcto apelar a la razón? ¿Y a la voluntad? ¿A qué, entonces?
 Con independencia de lo que pienses en teoría, ¿sabes cuál es
habitualmente el motivo que te lleva a obrar de una manera o de otra…
o simplemente a no hacer nada? Si nunca has pensado en ello, ¿no te
parece que vale la pena hacerlo, para conocerte un poco mejor y, si es
necesario, aumentar tu eficacia en la vida?
 ¿Estimas que la guía principal en lo que piensas y haces es la razón,
la inteligencia? Si la respuesta fuera negativa, ¿qué te mueve
normalmente?
 ¿Cuál es el papel de la voluntad en la vida humana? ¿Y en la tuya?
 ¿Te consideras sentimental? ¿Y sensiblero o sensiblera… si es que
estos términos te dicen algo? Al margen de lo que hayas contestado,
¿opinas que es bueno o malo tener sentimientos? Matiza lo que haya
que matizar.

En la teoría

Desde el punto de vista teórico, y sin entrar en excesivos detalles,


algunas pinceladas sobre la historia del tratamiento de la emotividad en
las épocas inmediatamente precedentes a la nuestra ayudarán a
esclarecer lo que sucede hoy día.
Resumo, simplificando bastante:
1. La afectividad como tal fue olvidada y casi despreciada
durante el largo período que conocemos como racionalismo. Para los
representantes de esta corriente de pensamiento —Descartes y Hegel,
entre otros— la realidad entera debía poder interpretarse y conocerse
racionalmente.
Como consecuencia, lo que no se adecuaba férreamente a las leyes
lógicas de la mente humana, lo que no resultaba «claro y distinto» fue
expulsado del mundo de lo existente o considerado irrelevante. Y como
la afectividad es más bien indefinida y brumosa, o bien se tachaba de
no propiamente humana o bien se transformaba en un remedo de lo

48
racional —«una idea confusa», por ejemplo—, cuya importancia era por
lo mismo casi nula y a la que no valía la pena prestar atención ni en la
vida vivida ni en la investigación y el estudio.
2. Durante el Romanticismo, por el contrario, la dinámica
afectiva, vivida con intensidad, reforzada por todos los medios y
constantemente perseguida, magnificada y engrandecida, ocupa el lugar
central en las biografías y en los anhelos de las personas.
3. Y a lo largo de los siglos XIX y XX, por fijar una fecha un tanto
aproximada, ese claro redescubrimiento de la emotividad, engrandecido
por la conciencia culpable de haberla olvidado en épocas precedentes,
lleva a muchos estudiosos a centrar su atención en ella.
En virtud de lo que popularmente se denomina la ley del péndulo, la
mayoría de estos expertos le concede una importancia muy superior a
la que de hecho posee, llegando casi a hacer de ella un absoluto, sin
que con esta afirmación pretenda negar —ya he repetido lo contrario—
el gran relieve de que en efecto goza en el conjunto de nuestras
existencias.
A título de simple ejemplo, entre las afirmaciones un tanto
desmesuradas a que acabo de aludir incluiría estas de Powell, no muy
distantes en apariencia de las que antes transcribí de otros autores:
La vital importancia de todo esto resultará evidente si se considera por
un momento: 1) que casi todos los placeres y sufrimientos de la vida están
profundamente relacionados con las emociones; 2) que, en la mayoría de
los casos, la conducta humana es resultado de fuerzas emocionales (aun
cuando todos sintamos la tentación de dárnoslas de intelectuales y explicar
a base de motivos racionales y objetivos todas nuestras preferencias y
acciones; y 3) que la mayoría de los conflictos interpersonales provienen
de tensiones emocionales (p. ej., ira, celos, frustraciones, etc.), y la
mayoría de los “encuentros” interpersonales se logran mediante algún tipo
de comunión emocional (p. ej., empatía, ternura, sentimientos de afecto y
de atracción...). En otras palabras, tus emociones y el modo que tengas de
afrontarlas probablemente determinen tu éxito o tu fracaso en la aventura
de la vida36.

Bastantes ensayistas actuales transforman la vida


afectiva en la clave de cualquier biografía humana

En la misma teoría, reforzada por la vida

A su vez, tal como dije, la mayoría de la gente de la calle, de los


ciudadanos de a pie, ha ido acogiendo y acentuando el planteamiento
que acabo de bosquejar.
1. Y de esta suerte, los teóricos, apoyados en gran medida por
los medios de comunicación, realimentan su visión del asunto, con lo
que se produce una especie de círculo o espiral, que acaba por
36
POWELL, John, ¿Por qué temo decirte quién soy?, Sal Terrae, 15 ed., 1989, p. 64.
49
transformar la vida afectiva —lo que cada quien siente en un momento
u otro— en el núcleo en torno al que gira toda nuestra existencia y en la
clave para decidir acerca de ella.
Es la época en que se ponen de moda expresiones como «actúa
según lo que te dicte el corazón»; o en la que los anuncios más
diversos, igual que hoy, comienzan a utilizar como reclamo el «date un
gusto o un respiro», «dedícate un minuto», «tú te lo mereces»,
«alégrate la vida», «vive a tope», «sácale todo su jugo al instante»… y
expresiones muy similares.
2. Todo lo cual adquiere tintes un tanto trágicos —como vengo
advirtiendo— porque, al adoptar perspectivas que me parecen
reduccionistas, el mundo de los sentimientos resulta a menudo mal-
tratado: así, la fisiología, representada entre otros por William James,
asegura que las emociones —un fenómeno en realidad muy rico y
complejo— no son sino la percepción de los propios cambios
fisiológicos; y de manera similar proceden, entre otros, ciertos
neurólogos y una enorme cantidad de filósofos «abstractos».
Mas ninguno de ellos logra alcanzar resultados concluyentes, que de
veras nos ayuden a ser mejores y disfrutar más de nuestra existencia. Y
esto, por un motivo muy claro, cuyos escollos estoy intentando evitar
desde que me puse a escribir las presentes páginas:
2.1. Falta una adecuada antropología, una visión del hombre
como persona, que permita situar la vida afectiva en el lugar que le
corresponde en el conjunto de la existencia humana, así como explicar
su enorme complejidad.
2.2. Precisamente por eso, una de las tareas principales de
este escrito es encontrar el lugar adecuado de la afectividad en el
conjunto o integridad de nuestras personas y de nuestras vidas,
consideradas justo como todos-globales en los que los distintos
elementos y mecanismos —y, de manera muy incisiva, la afectividad—
inter-actúan decisivamente unos en otros.
Al respecto, afirma Polo, con expresiones un tanto técnicas, pero
certeras e inteligibles:
El hombre no es una máquina; por tanto, la antropología no puede
plantearse analíticamente. Para alcanzar la verdad del ser humano es
preciso atenerse a su complejidad. Sin duda, cabe estudiar analíticamente
al hombre (en otro caso, por ejemplo, no habría medicina), pero así no se
considera realmente su plenitud (el hígado, enfocado analíticamente,
separado del cuerpo, no es el hígado vivo). Lo característico de la verdad
del hombre es su integridad dinámica. El hombre es una unidad que no se
reconstituye partiendo de su análisis. Las diferencias en el hombre son
internas, tanto si lo consideramos somática como anímica y
espiritualmente. Un punto no tiene ni puede tener intimidad; el hombre es
intimidad antes que composición.
Los posmodernos dicen que el hombre es desde fuera. Pero con ello
niegan la evidencia, porque es evidente que el hombre es desde dentro.

50
Tenemos pruebas de la interioridad humana que ni Derrida puede negar:
los sentimientos no son exterioridades. No se puede tener una idea clara y
distinta del sentimiento, porque es bastante confuso desde el punto de
vista analítico. La antropología tiene que plantearse el problema de la
unidad, que es a la vez el problema de lo radical, pero no analíticamente.
Si no lo hace, no hay tal antropología37.

De manera análoga, aunque desde una perspectiva muy distinta,


asegura Castilla del Pino:
No me arredra decir que no he encontrado una teoría de los
sentimientos que me satisfaga (también ésta [se refiere a la que él
propone] ha de ser mejorada, si no sustituida). He hallado descripciones
perfectas de determinados sentimientos, pero no una teoría que incluya de
manera coherente las cuestiones enumeradas. Si la gente siente sin
necesidad de un saber explícito acerca de lo que significa sentir y tener
sentimientos, los psicólogos y psiquiatras necesitamos un corpus teórico
que sirva en nuestra investigación y en nuestra práctica profesional, como
nos sirve el mapa en un territorio poco o nada conocido 38.

Falta una antropología de la persona, capaz de situar


las emociones y sentimientos en el lugar que les
corresponde en el conjunto de la existencia humana y
de explicar su enorme complejidad

De nuevo en la práctica

Como fácilmente podemos comprobar y ya he repetido, bastantes


de nuestros contemporáneos toman sus decisiones, desde las más
menudas hasta las más trascendentes, con base exclusiva en lo que
sienten; o, con las expresiones que más suelen utilizarse, según lo que
les apetece, les agrada, les interesa, les mola… o sus contrarios.
A la vista del descalabro afectivo generalizado al que me vengo
refiriendo, parece que sería preferible que esto no ocurriera. Pues,
según afirma con razón María del Rosario González Martín:
… los sentimientos no son el criterio verdad, ni de autenticidad: son algo
que nos sucede a la vez que parte de uno mismo39.

Pero, de hecho, es lo que hay.


En este sentido, me gusta contar una anécdota nimia, pero
significativa.
Cuando en cursos y conferencias comento que tengo siete hijos, es
bastante habitual que algunas personas, en general desconocidas, me
pregunten o afirmen: «a ti te gustan mucho los niños, ¿no?». Suelo

37
POLO, Leonardo, Quién es el hombre, Rialp, Madrid, 1997, pp. 47-48.
38
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, pp. 13-14.
39
GONZÁLEZ MARTÍN, Mª del Rosario, La educación de los sentimientos, en AA.VV.,
Sentimientos y comportamiento, Fundación Universitaria San Antonio, Murcia, 2003,
p. 232.
51
hacer una pausa, mirarlas directamente durante largos segundos, y
después, según el sitio y las circunstancias, añadir en tono de broma:
«gustarme, gustarme, a mí lo que verdaderamente me gusta es el
jamón de pata negra y el rioja» (manjares exquisitos en el país donde
nací y vivo: cambie cada cual, según sus preferencias culinarias o las
costumbres del lugar).
La reacción suele ser cordial, y no me cuesta mucho hacerles
entender que un hijo —¡una persona!— no debe nunca convertirse en
cuestión de gustos, antojos o apetencias. «A mis hijos —agrego de
inmediato— los quiero con toda el alma» (y querer expresa un acto muy
serio y profundo, radicado en la voluntad y que afecta a la persona
entera, como he explicado otras veces y aquí mismo ya he dicho).
A continuación expongo que, para no distorsionar la realidad,
conviene que exista proporción entre el verbo empleado —
manifestación a su vez de los ámbitos de nuestra persona que ponemos
en juego— y aquello a que lo referimos.
1. Y es que, en ocasiones, el que algo me apetezca o no,
justifica de sobra mi elección y mi conducta: como, hasta cierto punto y
según los casos, en lo que atañe a la comida y la bebida, la marca y el
color de un automóvil o de una habitación, el modo de vestir o de
arreglarse.
2. En otras, sin embargo, es preciso poner en juego
dimensiones más altas, conjugar con plena conciencia el quiero y el no
quiero, cargados de honda hondura y densa densidad: así debe
hacerse, en principio, con cuanto se refiere al matrimonio, el número de
hijos, las líneas fundamentales de su educación, el voto en la vida
política, un cambio de trabajo, la elección de los propios amigos, la
religiosidad o la falta de ella…

«Los sentimientos no son el criterio verdad, ni de


autenticidad: son algo que nos sucede a la vez que
parte de uno mismo» (R. Martínez)

El peligro

Sea como fuere, lo que podría preocupar de cuanto estoy


esbozando es que buena parte de quienes viven de la manera indicada,
aun cuando no se sientan felices actuando así, considera esa primacía
prácticamente absoluta de los sentimientos como normal e incluso, en
cierto modo, como lo más característico o lo único de auténtico valor del
ser humano: lo que lo distingue de otras realidades.
Por apelar a un detalle que parecería banal, pero lleno de
resonancias, es muy frecuente que en las películas de ciencia-ficción se
dé por supuesto que los replicantes conocen intelectualmente y tienen
cierta voluntad, aunque programada o dirigida… lo cual da también una

52
idea de la pobreza de nuestra cultura a la hora de concebir lo que es el
entender y el querer libre.
Como consecuencia, y siempre de acuerdo con el pensamiento
dominante, lo que marca la diferencia entre ellos y nosotros es que
puedan o no sentir, destacando entre los sentimientos, como el más
característico y diferenciador, el amor. Si un mutante llega a sentir
amor cambia radicalmente de condición y, en virtud de ese sentimiento
—pues como tal se considera—, entra con todo derecho en la esfera de
los humanos.

Un paréntesis ineludible

Por su enorme relevancia y porque suele afirmarse lo contrario,


vuelvo a advertir que, aunque muy relacionado con ellos, en su sentido
fuerte y cabal, el amor no es un sentimiento ni un simple conjunto, más
o menos abigarrado, de afectos o emociones, sino que coloca su núcleo
más específico, lo radicalmente indispensable, en otra esfera muy
superior: en los dominios activos de la voluntad, caracterizadores de la
persona en cuanto persona. Y que esta confusión teórico-práctica está
en la base del malestar que aqueja a muchos de nuestros
contemporáneos.

En su esencia más íntima, el amor no es un sentimiento


ni un conjunto de sentimientos, fundamentalmente
pasivos, sino un acto decidido y decisivo de la
voluntad… y bien activo, por tanto

4. Hacia el fondo de la cuestión

Ruptura de la armonía

Pero ahora me interesa dejar claro uno de los motivos de más peso
que, a mi parecer, explican el desvarío y la hipertrofia de la afectividad
que ya dos veces he mencionado.
Sé por experiencia que lo que voy a exponer resulta difícil de aceptar,
y por eso pido excusas y un poco de paciencia y la serenidad suficiente
para atender a las razones que siguen, aunque uno se sienta
personalmente interpelado, tocado o incluso ofendido, cosa que, como
es lógico, no responde a mis intenciones.
Me arriesgo a ello por puro amor a lo que considero verdadero,
aunque no esté de moda incluso entre personas muy queridas. Como se
dice que afirmaba Aristóteles, «si Platón es mi amigo, más lo es la
verdad: amicus Plato, sed magis amica veritas».

53
1. En la raíz de cuanto antecede, me parece descubrir cierta
ruptura de la armonía entre los distintos elementos que integran a la
persona humana, algunos de los cuales han crecido de manera
desmesurada, mientras que otros se han quedado raquíticos y
disminuidos.
Concretando más, y por ir directamente al grano, diría que la
hipertrofia o el despliegue incontrolado de la afectividad, tal como se la
entiende y vive hoy día, acompaña a (¿o se deriva de?) una mengua o
adormecimiento de dos facultades —el entendimiento y la voluntad—,
que bastantes de nosotros apenas hemos desarrollado o, al menos, no
de la forma más certera.
1.1. Y esto, en lo que atañe a la inteligencia, a pesar del
presunto espíritu crítico tan de moda, que no raramente es justo el
fruto de la manipulación de quienes pretenden imponer un totalitarismo
teorético y vital.
(Sé que lo que acabo de sostener suena duro y ofensivo, y por eso
vuelvo a pedir disculpas, calma y la paciencia para seguir leyendo y,
sobre todo, comparando lo que se estudia con la realidad).
1.2. Por otra parte, probablemente a causa de los equivocados
planteamientos kantianos, la voluntad goza en nuestros días de muy
mala prensa: se la asocia de manera casi instintiva al esfuerzo sin
sentido y al voluntarismo drástico y frío, casi inhumano, y, como
consecuencia, se entiende como falta de espontaneidad y de
autenticidad.
Un simple indicio. No hace todavía muchos años, solía hablarse en
España de «la satisfacción del deber cumplido». Hoy es difícil escuchar
semejante afirmación, sobre todo entre los más jóvenes. Si volvemos a
Kant, y a su errónea defensa del «deber por el deber», que le lleva a
sostener que un comportamiento deja de ser moralmente lícito en
cuanto quien realiza esa acción experimente un mínimo de gozo,
bienestar o placer, y si se piensa que la voluntad consiste en eso —en
obrar a palo seco y contracorriente, cabría decir—, ¿quién podría no
protestar airado contra ella y repudiarla?

El desarrollo incontrolado de la afectividad acompaña a


una atrofia o adormecimiento de las dos facultades
superiores del hombre: el entendimiento y la voluntad

Más a fondo todavía

Pero existe un error de comprensión aún más radical y difundido,


ahora también entre los pensadores y los distintos expertos en estos
temas. Debido a causas diversas de orden histórico, filosófico y cultural,
se ha olvidado algo que considero de la mayor importancia y no me

54
cansaré de repetir… como el sufrido lector está ya comprobando. A
saber, que:
1. El acto por excelencia de cualquier voluntad y, en particular,
de la voluntad humana, no es el empeño ni la constancia ni la fortaleza
ni ninguna otra actividad dura e implacable de ese tipo, sino el amor,
recio y jugoso al mismo tiempo.
Insisto, porque lo considero clave: el acto fundamental de la voluntad
es el amor, en el sentido más noble de este término, ya antes
recordado. Afirmar el ser, querer el bien del otro en cuanto otro y
entregarse a él… con o sin esfuerzo: esto —que nos cueste más o
menos— es muy, pero que muy secundario, aunque hoy día tienda a
dársele una importancia desmesurada, casi exclusiva.

2. Pero la voluntad humana es limitada, como cualquiera puede


advertir por propia experiencia; y de ahí que el amor meramente
voluntario (el-simple-acto-de-voluntad), por más sincero que fuere,
resulte insuficiente y deba ser completado, prolongado y reforzado:
2.1. Por determinados afectos, como la ternura, la
delicadeza, la compasión, el cariño…
2.2. Por manifestaciones externas de esos sentimientos:
caricias, miradas de amistad y gratitud, peticiones de comprensión y
perdón o expresiones de simpatía o de condolencia…
2.3. Y, sobre todo, por las obras o actividades que efectiva y
eficazmente construyen los bienes que pretendemos otorgar al ser
querido y que son las que muchas veces exigen constancia, tenacidad,
superación costosa de los obstáculos, tensiones, etc.
De hecho, si no sentimos nuestro amor y lo expresamos mediante los
gestos oportunos es probable que realmente no queramos a quien
decimos amar o, al menos, que no lo amemos con la intensidad y del
modo en que debemos hacerlo.
Y, si ese amor no se concreta en obras, también es muy posible que
se reduzca a meras palabras vacías: «obras son amores y no buenas
razones», afirma con acierto el refrán popular.

Si no sentimos nuestro amor, lo expresamos mediante


los gestos oportunos y lo transformamos en obras… es
probable que realmente no queramos a quien decimos
amar

Y más aún

Retomando la cuestión de fondo, creo conveniente aclarar, en


contra de lo que a menudo se afirma, que la bondad de un acto no
reside ni primaria ni esencialmente en el esfuerzo o dificultad que lleva

55
consigo ni, mucho menos, como algunos se empeñan en repetir, en una
especie de oposición a la naturaleza.
Tomás de Aquino, por citar a un autor poco sospechoso al respecto,
sostenía sin tapujos, aunque con el lenguaje propio de su tiempo, que
… la esencia de la virtud reside más en el bien que en la dificultad40

… y que,
… por tanto, no todo lo que es más difícil es más meritorio, sino que
[para que valga más], si es más difícil, ha de serlo de tal forma que sea al
mismo tiempo mayor bien41.

En esta misma línea, no duda en recordar que lo propio de la virtud,


una palabra hoy no muy de moda, es hacernos dueños de nuestras
inclinaciones naturales, de forma que podamos seguirlas sin dificultad,
con menos posibilidad de equivocarnos y disfrutando al obrar de la
manera adecuada.
En términos más actuales, cabría resumir la esencia de la ética
diciendo que su misión es facilitar y hacer agradable e incluso divertido
el ejercicio del bien; por consiguiente, quien no disfruta como un enano
al obrar correctamente, todavía tiene mucho que aprender y ejercitar
para llegar a ser realmente bueno.

El acto por excelencia de cualquier voluntad es el amor:


confirmar al otro en su ser

Confusión vital

Como se habrá advertido, el error de base a que acabo de aludir —


fuente a su vez de otros muchos desaciertos y malestares— consiste en
concebir de forma incorrecta la voluntad. Más concretamente,

1. En abrir un abismo insalvable entre ella y su acto más


propio, que es el amor, como si nada tuvieran que ver una y otro.

2. Y en entenderla, al modo kantiano, como una instancia


férrea e inhumana que se opone y tiende a fastidiar a las tendencias
naturales, en particular, las sensibles; y, como consecuencia, sofoca lo
mejor y más auténtico que existe en cada hombre y lo obliga a realizar
acciones poco o nada agradables, arbitrariamente calificadas como
buenas… ¡en función casi exclusiva del esfuerzo o incluso de la
repugnancia que llevan consigo!
Las consecuencias prácticas de este error son muchas. Por ejemplo:
2.1. Lo que hoy se califica equivocadamente como
educación de la voluntad tiene poco o nada que ver con el amor, y

40
TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, 123, 12, ad 2.
41
TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, 27, 8, ad 3.
56
mucho con la fortaleza o con la fuerza de voluntad, al estilo espartano,
estoico… o hitleriano.
2.2. Y el uso de esta potencia se confunde sin razón con el
tan justamente denostado voluntarismo o con el cerrilismo seco,
irracional, fanático e intransigente, a los que más tarde aludiré de
nuevo.
2.3. Con lo que se origina, de manera instintiva y arraigada,
un radical rechazo de cuanto huela o suene a voluntad… sin sospechar
siquiera que su acto más propio es justo el amor.
Como consecuencia, en los asuntos que más afectan a nuestra vida
vivida, bastantes de nosotros quedamos al arbitrio de los sentimientos
en estado puro, desligados de la inteligencia y de la voluntad; y, por
eso, por carecer de una guía que lo oriente de manera estable y
coherente, nuestro comportamiento se transforma en fuente de
desilusiones y molestias, cuando debería serlo de disfrute y dicha.

Al no comprender bien la naturaleza de la voluntad y su


relación con el amor, se malinterpretan y utilizan
incorrectamente también los sentimientos

¡La represión!

Aunque merecería un estudio más detallado, me limitaré a sugerir


una de las manifestaciones más netas de esa afectividad desasistida del
entendimiento y, sobre todo, de la voluntad, del auténtico amor.
¡Ojalá logre explicarme, porque, si no ando muy equivocado, la
cuestión tiene interés!
El término represión se utiliza hoy día con mucha frecuencia, como
fruto de una incorrecta divulgación de los hallazgos de psicólogos y
psiquiatras. Y el matiz que la acompaña es claramente negativo:
reprimir… ¡lo que sea! va siempre seguido —según se dice— de
consecuencias prácticamente irreparables.
Y, ¡mire usted por dónde!, me da la impresión de que esa afirmación
es acertada. Lo que ya no lo es tanto es el modo indiscriminado como
se aplica el vocablo reprimir. Y, en el fondo, según acabo de señalar, la
confusión proviene de no entender correctamente lo que es la voluntad,
cómo se ejerce y cuál es su acto más propio.
Pues, en realidad, y sin utilizar expresiones muy técnicas ni difíciles,
hay represión, con las consecuencias que suelen señalarse u otras
parecidas, cuando un apetito sensible en busca de su objeto y del
correspondiente deleite resulta violentamente sofocado por otra
instancia, ¡también sensible!, pero de signo contrario.
En términos filosóficos, cuando los apetitos irascibles sofocan a los
concupiscibles. Con modos de decir más habituales y propios de nuestra
57
época, cuando algo que no me apetece o interesa dejo de hacerlo
porque sí, sin descubrir las razones que aconsejan su omisión ni buscar
y dejar claros los motivos de amor que inducen a obrar de ese modo. Es
decir, justo cuando no intervienen la inteligencia ni la voluntad
amorosa, por más que a eso se le llame voluntarismo.
Sin embargo, el carácter agresivo y los frutos lamentables
desaparecen cuando la acción prevista deja de llevarse a cabo porque el
entendimiento advierte que, en fin de cuentas, su realización acarrearía
daños a mí mismo y a las personas queridas y, justo por ese motivo,
¡por amor!, decido abstenerme del placer que me atrae o, en el
extremo contrario, opto por llevar a cabo algo que me incomoda y
molesta. Es decir, justo cuando sí interviene la voluntad con su acto
más propio: amar.
Aunque el ejemplo no es todo lo bueno que quisiera, la primera
situación es similar a la de un hermano de 10 ó 12 años que, por la
fuerza y sin aducir razones, impide a otro de 5 ó 6 llevar a cabo algo
que este desea pero que el mayor de ellos considera equivocado y
dañino; la segunda, a la de un buen amigo que, haciendo ver los males
que se seguirían de ello, induce a otro a no hacer —¡porque tras
asimilar los argumentos ofrecidos por su amigo ya no quiere hacerlo!—
lo que, en fin de cuentas, desembocaría en un mal.

Hay represión justo cuando no intervienen la


inteligencia ni la voluntad amorosa… por más que a eso
se le llama «voluntarismo»

Como no puedo extenderme más, aduzco el testimonio de dos


especialistas: A. Pithod, un psicólogo-neurólogo, y G. Torelló,
psiquiatra42.
Pithod:
Hay una afectividad sensible y una afectividad espiritual, que deriva de
la voluntad, pues toda inclinación lleva consigo una afección o emoción.
[…] La actividad sensible puede integrarse con la afectividad superior. Pero
en el caso de que en lugar de asunción haya represión, sub-desarrollo o
malformación, aparecerán perturbaciones […] La represión que del
concupiscible puede hacer el irascible sin intervención del apetito racional,
es causa de perturbaciones43.

Torelló, aplicado a un tema donde la acusación de represión suele ser


más frecuente, asegura:
La observación libre de prejuicios del comportamiento humano ha hecho
posible que la psicología más reciente reconozca que la represión [léase
dominio] del instinto es tan humana y natural como la satisfacción del
mismo, y que la una y la otra son causa de salud o enfermedad, de

42
Elimino de la citas, a veces sin utilizar corchetes, lo que de momento resultaría
no inteligible.
43
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 138-140.
58
serenidad o de inquietud, de placer o de disgusto, según la relación que
mantienen con la entera escala de valores específicamente humanos.
Respecto al llamado “instinto” sexual, tiene el “amor” un papel decisivo: la
continencia “por amor” produce calma y libertad de espíritu, lo mismo que
la relación sexual llevada a cabo también “por amor”. La disposición íntima
de la persona, que plasma y colorea el mundo entero, se traduce en las
relaciones interpersonales y, especialmente, en el modo de ser y de existir-
con-el-otro-del amor44.

La eliminación de un acto que provocaría placer genera


perturbaciones cuando se realiza de forma violenta y
sin amor; esa misma supresión, presidida por el amor y
originada en él, es fuente de satisfacción, gozo y
crecimiento personal

Advertencia final

1. Repito, porque lo expuesto en los últimos párrafos pudiera


inducir a extraer la conclusión contraria, que nada de ello elimina el
papel positivo e indispensable de la afectividad en la vida humana y,
como consecuencia, la necesidad de cuidarla y desarrollarla.
2. Recuerdo con von Hildebrand que no existe
… ninguna duda sobre el hecho de que la afectividad es una realidad
importante en la vida de la persona45.

3. Y añado, para que quede aún más claro, que incluso un


exceso cuasi patológico de emotividad puede tener también, junto con
otros menos deseables, sus efectos positivos.
Con palabras de Pithod:
El neuroticismo puede ser fuente de cierta particular superioridad, por
ejemplo en las actividades estéticas, pues disponer de un alto grado de
emotividad (que es como el meollo de la persona neurótica) puede
coadyuvar al arte. De hecho muchos talentos musicales, literarios,
artísticos en general, han mostrado históricamente signos de nerviosismo o
emotividad extrema en sus distintas manifestaciones. Dentro de ciertos
límites puede ser un concomitante eventualmente útil a la vida estética 46.

Y, para casos más graves, valga el testimonio de Heinz Kohut, citado


también por Pithod:
Algunas personas pueden llevar vidas satisfactorias y creativas a pesar
de la presencia de conflictos neuróticos serios y, a veces, incluso a pesar
de la presencia de una neurosis invalidante. Y, por el contrario, existen
otras que, a pesar de la ausencia de conflictos neuróticos, no están
protegidas contra la sensación de falta de significado de su existencia,
incluyendo, en el campo de la psicopatología propiamente dicha, la agonía
de la desesperanza y el letargo de la depresión vacía generalizada, esto es,

44
TORELLÓ, Juan Bautista, Psicología abierta, Rialp, Madrid, 1972, pp. 91-92.
45
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 58.
46
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 84.
59
en forma más específica... de ciertas depresiones del final de la edad media
de la vida47.

La afectividad es una realidad excelente, de suma


importancia en la vida de la persona y no puede ser
subsumida en el intelecto o en la voluntad

Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar y comprender lo que
sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso
leer más de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una
inesperada satisfacción.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

 El descubrimiento de la inteligencia emocional —aunque a veces


quede reducido a una especie de prontuario sobre el modo de manejar
nuestros sentimientos— ha puesto de nuevo sobre el tapete las
relaciones entre afectividad y conocimiento, por largo tiempo casi
olvidadas. ¿Consideras que esa relación es de ayuda recíproca o que
más bien las emociones y el saber se perjudican mutuamente o que
depende de las circunstancias?
 Como la respuesta no puede ser simple, intentemos desglosar los
interrogantes:
 A tu parecer, ¿cuándo los sentimientos facilitan y cuándo dificultan
un conocimiento más pleno?
 ¿Piensas que para conocer bien una realidad es preferible la frialdad
objetiva de quien no se apasiona ante ella? ¿Y si se trata de una
persona? Expón tu opinión, matizando lo que estimes necesario.
 Y el conocimiento, ¿cómo interviene en la afectividad?
 En concreto, ¿te parece conveniente conocer la propia afectividad?
Es decir: saber lo que está pasando en tu interior cuando experimentas
ciertas emociones que no puedes desentrañar. ¿De qué serviría —si es
que sirve para algo— identificarlas mejor?
 ¿Recuerdas a alguna persona que dé la impresión de tener una
afectividad un tanto extraña o desorbitada? ¿En qué te basas para hacer
semejante afirmación? ¿Lo consideras positivo, negativo o una mezcla
de ambas cosas?
 ¿Qué piensas de tu propia vida afectiva? ¿Te adviertes demasiado
emotivo/a o, por el contrario, incapaz de responder emocionalmente
ante situaciones que exigirían esa respuesta?

47
Cit. por PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken,
Buenos Aires, 2006, p. 100.
60
 ¿Has oído hablar del conocimiento por connaturalidad? Con
independencia de tu respuesta, te aconsejo que pongas los medios para
familiarizarte con este tema, sumamente esclarecedor respecto a lo que
estamos tratando.

Nueva ayuda para la reflexión personal

 Un texto que nos podría hacer pensar:


Es interesante destacar que las últimas teorías educativas han venido
insistiendo en la importancia de educar los sentimientos y las emociones
del niño y del adolescente, como base o fundamento para una formación
integral. D. Goleman, por ejemplo, habla de una inteligencia emocional
que es la potencia propia a desarrollar durante las primeras etapas de la
vida humana desde la acción educativa. Esta y otras teorías más, si bien
son el resultado de una justificada reacción contra el intelectualismo
predominante en la pedagogía contemporánea, parten de una
antropología específica que, al final, desemboca en una simple y reducida
operatividad humana y poco orientadora para una verdadera educación.
Por el contrario, desde la antropología tomista se puede mostrar que el
niño y el adolescente —más que por la virtud de la prudencia en sí o por
una inteligencia emocional— pueden gobernar sus emociones mediante los
hábitos afectivos que cualifican las potencias tendenciales inferiores: estos
son, la templanza y la fortaleza (ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la
afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, pp. 19-20).
● Otro, muy distinto, pero también sugerente:
El médico debe manejar una concepción del hombre que le permita el
diálogo con filósofos, teólogos y psicólogos, sociólogos y economistas,
historiadores y pedagogos, sin perder jamás de vista que todos los
conocimientos psicológicos que ingreses en la Medicina deben estar
supeditados al servicio del hombre en tanto este es, como decía nuestro
LETAMENDI, “un ser susceptible de enfermedad o muerte prematura”
(SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH, Philip, La estructura de la
personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XXXVIII).

● Y, en otro ámbito menos alejado de lo que pudiera parecer, Clavell


ha puesto el dedo en la llaga, con una profundidad que merecería más
atención de la que ahora podemos dedicarle. Según comenta, existe hoy
… una indiferencia muy difundida respecto a la verdad y las
posibilidades de alcanzarla, que se advierte también entre muchos
jóvenes. Sus intereses van con frecuencia en la línea de la caridad, del
amor, de la benevolencia, descuidando la verdad, perdiendo
inconscientemente la unidad de verdad y amor que se observa quizá de
modo especial en los escritos de San Juan y de San Pablo.
Se nota además en muchas personas, en parte como consecuencia de
planes educativos, una falta del hábito de pensar. Domina en su interior
una imagen de tipo científico y técnico de la realidad, pero poco elaborada
y coherente, y más bien fragmentaria. Por otra parte, sin conexión con lo
anterior, hay una carga, quizá algo confusa pero muchas veces sana, de
una renovada sensibilidad hacia los verdaderos valores. La comunicación
audiovisual les ha acostumbrado a reacciones de tipo sentimental ante las
imágenes, pero no les ha llevado a pensar. De ahí que no pocos jóvenes
tengan una sincera actitud de fe, y a la vez manifiesten notables lagunas
en el conocimiento de la doctrina revelada.
A mi entender, estos hechos son una manifestación de la crisis de la
verdad que afecta a nuestra época (CLAVELL, Lluís, «Necesidad de la

61
filosofía para la teología en la actualidad», en Seminarium, núm. 3, 2000,
pp. 523-524).

● A lo que poco después añade:


Esta crisis de la verdad es probablemente el punto más grave de la
actual situación […] porque disuelve la experiencia más fundamental de la
persona: el esfuerzo por conocer la verdad, la tarea moral para llegar a la
plenitud humana, la contemplación de la belleza sin encerrarse en las
solas sensaciones estéticas, y por fin la dimensión más fundamental que
está presente en los demás aspectos y que los aúna: la experiencia
religiosa. No hay Dios en sí mismo, sólo dioses subjetivos (CLAVELL, Lluís,
«Necesidad de la filosofía para la teología en la actualidad», en
Seminarium, núm. 3, 2000, pp. 525-526).

62
III. ¿Definir los sentimientos?

Un nuevo impulso

Jugando un poco con las palabras, estimo que si algo


resulta claro respecto a los sentimientos es… que no
son ni están nada claros

¡Alerta!
Como ya te dije, existen muchas maneras de abordar un escrito, una obra
de arte, un proyecto o la misma realidad natural. Muy a menudo, no
advertimos la existencia de algo… sencillamente porque no lo
pretendemos seriamente.
Con los libros sucede algo parecido. Hay que poner la mente a trabajar
para descubrir lo que encierran. Sin esa actitud, resulta bastante fácil que
todo aquello no nos diga nada.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado, sería bueno que
intentaras responder, sin prisas ni agobios, a estas cuestiones.

 A pesar de lo que digo más arriba, en el recuadro, estamos aquí


para intentar aclararnos, y, concretamente, para esclarecer en qué
consiste la afectividad. Habrá, entonces, que preguntarse de nuevo:
 ¿A qué llamo yo —es decir, tú—, normalmente, una emoción? ¿La
distingo de una pasión y de un sentimiento? ¿Y de un estado de ánimo?
 ¿No podría ocurrir que, intentando poner en claro esas diferencias,
aunque no lograra un resultado definitivo, acabara por conocerme mejor
a mí mismo y al resto de las personas?
 Si la afectividad es tan importante como estamos viendo, ¿no vale
la pena hacer un esfuerzo para intentar comprenderla? ¿O todavía eres
de los que imaginan que las vidas humanas pueden sacarse adelante
por medio de simples técnicas, sin penetración intelectual y cordial, sin
poner en juego la cabeza y el corazón?

Perdón si te he ofendido, y… ¡manos a la obra!

1. Análisis introductorio

Una realidad huidiza

63
Por una parte, no nos resulta fácil descubrir en qué consisten los
sentimientos: ni en general ni cada uno de ellos.
Un síntoma de lo más elemental y ya apuntado. Cuando una persona,
incluidos tú y yo, quiere explicar un estado afectivo relativamente
complejo —de dejadez y desgana, pongo por caso, pero también de
alegría o euforia inesperadas—, suele iniciar la conversación con una
frase del tipo: «la verdad es que no sé lo que me pasa, pero desde hace
días…».
Y algo parecido ocurre con quienes investigan de manera científica o
filosófica la vida afectiva.
Por ejemplo, Teodoro Haecker ha dedicado toda una monografía al
análisis de la afectividad48. Pues bien, conforme la estudia, uno va
advirtiendo qué complicado resulta definir los afectos, emociones o
como deseemos llamarlos. Se trata de realidades esquivas, inestables,
con perfiles poco netos, tornadizos, vaporosos...
Como contrapartida, podríamos argüir que, mal que bien, todos
sabemos a qué conmoción o trepidación del alma (o, al contrario, a qué
carencia de tono y de energía, o a qué placentera distensión y relax tras
el aguijón de una tensión molesta o de una ilusión alcanzada)
pretendemos referirnos cuando empleamos palabras como
sentimientos, emociones, pasiones, agitaciones, sacudidas,
excitaciones, subidones o bajones, estados de ánimo, etc. Vocablos
que, aunque en sí mismos no son sinónimos, solemos emplear, y así lo
haré por ahora, como prácticamente equivalentes.
Y sabemos a qué atenernos al hablar de nuestras emociones porque,
en efecto, las estamos de continuo sintiendo o experimentando. Sobre
todo, es verdad, en determinados instantes o períodos de nuestra
existencia; pero también en condiciones más normales: casi a lo largo
de todo el día, mientras permanecemos despiertos, y, a veces, incluso
en sueños, aunque no lo descubramos del todo hasta el momento de
espabilarnos… como cuando nos despertamos aterrados «sin saber por
qué».
Como explica Castilla del Pino:
Por tenues que sean los sentimientos que experimentamos, estamos
siempre bajo sus efectos. No hay relación con un objeto empírico o mental
que no dispare un sentimiento por elemental que sea, por ejemplo, de
agrado o desagrado, lo que al decir de muchos constituye el esbozo, el
rudimento de un valor acerca del objeto al que apenas si dedicamos
atención alguna. En pocas palabras: no hay no sentimiento. Siempre, claro
está, que esté activado el sistema del sujeto en lo que concierne al nivel de
vigilancia, el simple estar despierto, que hace que el organismo disponga
también de los instrumentos y funciones cognitivas. No hace falta, sin
embargo, un nivel de conciencia hipervigil. Por eso, experimentamos
sentimientos durante aquellas etapas del sueño (sueño REM) en las que se
sueña y en las que el nivel de vigilancia o de conciencia, aunque

48
HAECKER, Theodor, La metafísica del sentimiento, Rialp, Madrid, 1959.
64
descendido, es suficiente aún para permitir relaciones del sujeto con sólo
sus objetos internos49.

No logramos definir lo que es una emoción o un


sentimiento, pero los experimentamos de continuo

Una terminología ambigua

A ello se une, como ya he apuntado, que la terminología no está


muy definida en el presente y menos todavía si atendemos a la historia
de la civilización occidental.
De todos modos, existen cuatro o cinco vocablos o expresiones
compuestas que, en el lenguaje de los expertos, sirven para referirse al
conjunto de nuestra vida afectiva: emociones, sentimientos,
exaltaciones o depresiones, estremecimientos, excitaciones, tono vital,
estados de ánimo, pasiones (en el sentido clásico y en el actual)…
Como consecuencia, en su momento habrá que establecer, de forma
hasta cierto punto arbitraria, el significado que damos a cada uno de
esos términos o giros lingüísticos y, muy en concreto, a la afectividad.
Adelanto, por ahora, algunas puntualizaciones, más que nada para
descubrir nuevos aspectos de la vida sentimental o afectiva.
1. Ya hemos visto que afecto y emoción connotan algo pasivo;
suscitan la idea de que una realidad externa pasajera —o su recuerdo,
imaginación o el presentimiento de su amenaza— me mueve o cambia
interiormente.
Con una diferencia, no obstante:
1.1. El afecto resulta más propiamente pasivo: se refiere a
la impresión que recibo cuando conozco y soy afectado por algo.
1.2. Mientras que la emoción (del latín e-movere o ex-
movere) señala el movimiento interior —más o menos intenso— que
surge de (ex-) la impresión producida en mí.
2. Al contrario, la expresión compleja estado de ánimo alude a
una disposición sedimentada, más honda y estable —como se está:
estado— y no a algo que transita o se mueve. Por ese motivo, suele
relacionarse con el temperamento.
3. Por su parte, el término pasión es tal vez hoy el más
equívoco. Mientras hace siglos indicaba algo común a todo afecto —que
el sujeto es afectado pasivamente por—, en la actualidad acentúa,
sobre todo en los dominios del amor, el ardor o la intensidad extrema
de ciertas emociones.
4. Finalmente, como enseguida apuntaré, el vocablo
sentimiento parece poner de relieve una cualidad esencial de toda

49
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 99.
65
emoción, afecto y estado de ánimo: que, en efecto, lo siento, lo noto o
percibo. Y por eso en ocasiones se reserva para las vivencias afectivas
que uno advierte, pero parecen no ir acompañadas de conmociones
fisiológicas o corpóreas.
Por el contrario, algunos califican como emoción a las variaciones
fisiológicas que suelen acompañar a todo sentimiento, pero justo en la
medida en que no son percibidas por el sujeto: en este contexto, una
emoción se transformaría en sentimiento en la medida y proporción en
que su sujeto la experimentara.

Aunque los términos utilizados para indicar los afectos


o emociones no estén claramente determinados, entre
todos ellos nos ayudan a comprender mejor en qué
consiste la vida sentimental o afectiva

Lo que «no» es un sentimiento… aunque se relacione


con él

Podemos intentar esa descripción ateniéndonos, de entrada, al


vocablo más utilizado en el presente contexto: sentimiento.
En primer lugar, puesto que sentimiento deriva de sentire (sentir), es
fácil relacionarlo con la percepción o el conocimiento, con el darnos
cuenta de algo. Y, además, según nos muestra la experiencia, de un
algo que nos habla de nosotros mismos, que tiene lugar, por así decir,
en nuestro interior y, sobre todo, que a nosotros se refiere, valorando el
modo como nos encontramos.
Por tales motivos, ese particular caer en la cuenta se distingue sin
excesivos problemas tanto de la sensación o conocimiento sensible
como del conocimiento intelectual considerados en general, sin más
precisiones.
1. El objeto propio de las sensaciones, lo que advertimos a tra-
vés de ellas, si las consideramos aisladas, es siempre (con plena
conciencia de la redundancia) un contenido sensible: color, olor, sabor,
dolor, etcétera.
Esto también ocurre, a su modo, incluso cuando se trata de las
sensaciones del propio organismo, agrupadas en general bajo el nombre
de propiocepción.
Como dice Fabro:
El sentimiento se distingue del simple “sentir” propio de la sensibilidad
externa o interna en cuanto que mientras el sentir transmite “contenidos”
objetivos, el sentimiento reproduce la situación del sujeto, por ejemplo, de
satisfacción o insatisfacción50.

50
FABRO, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del alma),
Rialp, Madrid, 1982, p. 111.
66
2. Por otro lado, muy pocas personas confundirían los
sentimientos con el conocimiento intelectual, también ahora aunque se
trate del auto-conocimiento.
Lo más característico de este, al menos en teoría y en buena parte de
los casos, es que —si se lo considera aisladamente, cosa que no debería
hacerse, pero se hace a menudo— se trata de algo frío, objetivo, que
raras veces nos excita o con-mueve.

La afectividad sería, pues, un tipo de conocimiento de sí


mismo… que no constituye un propio y mero
conocimiento

¿Qué agrega el sentimiento al simple conocer?

Si esto es así, y empleando categorías clásicas, cabría considerar el


conocimiento de sí mismo —el intelectual y el sensible, y la conjunción
de ambos, que solemos llamar autopercepción— como una suerte de
género del que el sentimiento constituye una especie y, sobre todo y
por lo mismo, al determinarlo o precisarlo más, agrega otros
componentes.
Y también cabría enfocar la cuestión desde el extremo
complementario: desde los componentes agregados; es decir, desde la
con-moción que todo sentimiento es o lleva consigo (justo en cuanto se
percibe).
Por ambos lados llegaríamos a:
1. Empezar afirmando que el sentimiento o la emoción son, en sí
mismos, una determinada disposición o estado o movimiento de
nuestras tendencias, impulsos, apetitos… en cuanto que han sido
afectados por alguna realidad externa o interna (afecciones o afectos).
2. Pero agregando de inmediato que, para hablar propiamente
de emociones y, más aún, de sentimientos, es preciso que ese estar
siendo tocado sea percibido —que uno se sienta afectado— y re-accione
ante ello.
3. Y, además —cosa que hasta el momento no había dicho de
forma tan clara como pretendo hacerlo ahora—, que semejante
sentirse es, en fin de cuentas, un sentirse bien o mal, en la acepción
más amplia de estos términos; experimentar placer o displacer, bien-
estar o mal-estar, agrado o des-agrado.
Fabro lo resume del siguiente modo:
El placer comporta en los seres finitos un elemento cognoscitivo que es
la aprensión de cierto bien real o aparente, para alcanzar o ya alcanzado, y
un elemento afectivo, es decir, el sentimiento de bienestar que es la
complacencia de la esfera emocional51.
51
FABRO, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del alma),
Rialp, Madrid, 1982, p. 114.
67
En fin de cuentas, el sentimiento puede describirse
como un sentirse bien o mal, experimentar placer o
displacer, bien-estar o mal-estar, agrado o des-agrado

No solo sentir-se

Concluyendo:
1. En una primera consideración, es propio del sentimiento el dar
a conocer algo del sujeto al sujeto mismo.
2. Pero, aunque resulte muy relevante, el hecho de que el
sentimiento indique siempre algo subjetivo (el modo como uno «se
siente» = «se conoce + está», «conoce cómo está»), no basta para
describirlo de manera adecuada.
La sensación de frío o calor, pongo por caso, no constituye
propiamente un sentimiento y muy pocas veces se lo considera como
tal; ni tan siquiera lo son, en su acepción más estricta, las sensaciones
de mero dolor o placer o mareo o vértigo… si es que estas percepciones
o las anteriores pudieran darse separadas52: y esto deja todavía más
claro que los límites entre simples sensaciones y sentimientos resultan
difusos, y la definición neta de unas y otros es poco menos que
imposible.

Aunque resulte muy relevante, el hecho de que el


sentimiento indique siempre algo subjetivo no basta
para describirlo de manera adecuada

Sino sentir-«se» bien o mal…

Para advertir en qué consiste un sentimiento o una emoción, tal


vez lo más sencillo sea partir de la experiencia de lo visto hasta ahora y
sacar a la luz el elemento nuevo y específico que interviene en la vida
emotiva.
Dejando a un lado los otros componentes que ya analizamos,
semejante elemento puede calificarse, inicialmente y de manera un
tanto vaga, como un deseo, que se convierte en e-moción y sentimiento
Y agrega, por contraposición: «Por el contrario, en Dios el placer es la felicidad de
la plena posesión de sí mismo, sumo bien, acompañada por una única simple y
suprema alegría: […] “por tanto, Dios goza siempre de una alegría única y simple”
(ARISTÓTELES, Et. Nic., VII, 13, 1154 b 26) porque el placer consiste en la quietud más
que en el movimiento».
En cualquier caso, semejante quietud nada tiene que ver con la ausencia de
actividad, sino justo con su culminación operativa. Como AGUSTÍN DE HIPONA afirmara
de Dios: semper agens, semper quietus (Confesiones, 1, 4).
52
Al parecer, según nos dice nuestra experiencia y aseguran los estudiosos
cualificados, es imposible una percepción sin cierta dosis de sentimiento (Cfr. Castilla
DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª ed., 2003, p.
56).
68
en la medida en que lo advierto en mí… porque «se mueve», es decir,
en cuanto que se despereza o despierta, intensifica, apacigua o
desaparece.
Con lo que, un tanto simplificadamente, el sentimiento sería la
percepción de que un deseo se ha activado o intensificado y, más tarde,
sucesivamente, de la satisfacción por estar acercándose o por haber
conseguido aquello que se anhelaba, o el desencanto por estar
alejándose de ello o no haberlo logrado.
O, también, desde el extremo contrario, la activación o
apaciguamiento o intensificación o relajación o reposo total de una
tendencia o anhelo, pero justo en cuanto está siendo advertido.

El sentimiento sería la percepción de que un deseo se


ha activado o intensificado (o al contrario) y de la
satisfacción o el desencanto por haber conseguido o no
aquello que se anhelaba (o, de nuevo, al contrario: de lo
que se iba dejando de desear)

2. La música ambiental de nuestro vivir

Un balance de nuestro estado interior

En consecuencia, si no me equivoco, ya lo enfoquemos como


conocimiento ya como con-moción, lo que de entrada hay que añadir
para pasar del género a la especie es que:
1. El sentimiento implica siempre relación con una o más
tendencias o inclinaciones y, por tanto, según apunté y veremos de
nuevo, posee por fuerza una connotación valorativa: de perfección o
imperfección… advertidas.
2. Y, por consiguiente, la conciencia de que nos está sucediendo
o estamos experimentando algo bueno o malo, no necesariamente en
sentido moral, y no siempre, o muy pocas veces, de forma clara y
distinta.
Con toda razón, pues, Marina considera el sentimiento como un
balance de nuestro estado global: si nos sentimos bien o mal… con
determinados matices.
A lo mismo apunta, de forma poética y certera, Miguel-Ángel Martí:
Nuestra vida se tiñe de nuestro sentimiento vital, que es la forma que
tenemos de percibir la propia existencia, o, dicho con términos más
plásticos, el sentimiento vital es la música ambiental de nuestro vivir53.

Por eso, para empezar a situarnos en un terreno ya más técnico y


preciso, cabría describir el sentimiento como «la percepción de que una
53
MARTÍ GARCÍA, Miguel-Ángel, La afectividad, EIUNSA, Madrid, 2000, p. 23.
69
o más tendencias han sido activadas —y lo que eso implica para su
sujeto— o del estado que origina o “va originando” el cumplimiento o
frustración de tales tendencias», a las que en breve me referiré
extensamente.
Y en este una (o más), desde el punto de vista real y fenomenológico
habría que invertir la importancia —subordinando el una al más—,
puesto que la situación y el estado reales de cualquier ser humano en
cada momento de su biografía resultan siempre enormemente
complejos, porque ponen en juego varias o muchas tendencias.

«El sentimiento es la música ambiental de nuestro vivir»

O sentirse bien-y-mal al mismo tiempo

Como consecuencia, la descripción tan elemental que realicé en los


primeros pasos de este escrito comienza a mostrar algunas de sus
muchas carencias o simplificaciones.
Pues, en efecto:
1. Es muy difícil, casi imposible, que se despierte y dispare una
sola tendencia.
1.1. Lo normal es que entren en actividad un número más o
menos elevado de ellas, relacionadas entre sí.
1.2. Más todavía, suele ocurrir que vibra toda la persona, en el
estado concreto en que en tal instante se halla.
Por otro lado:
2. Aunque en principio bastaría con hablar de «tendencia
percibida», es preferible explicitar, como ya he apuntado y enseguida
advertiré de nuevo, que a esa percepción se encuentra aparejado:
2.1. Un balance valorativo espontáneo e inevitable, justo
porque la tendencia natural y no viciada tiene como objeto su bien
(nadie desea o anhela algo malo precisamente en cuanto malo), y en
presencia del mismo experimenta cierta complacencia, así como en su
ausencia una clara desazón.
2.2. Y un balance complejo. Pues, según acabo de sugerir,
difícilmente se espabila o desata una sola tendencia. Y porque en cada
nueva activación plural no solo se encuentra resumida la persona
íntegra como es hoy y ahora, sino su biografía completa, todo su
pasado.
La afirmación, tan importante, de que quien actúa no es una u otra
de las facultades, sino el individuo o el sujeto, puede traducirse diciendo
que, en todas y en cada una de nuestras acciones, pasiones y
reacciones —del tipo que fueren, aunque de formas diversas y con
distinta intensidad— se pone en juego todo lo que hemos vivido y

70
asimilado a lo largo de nuestra existencia: en el plano individual,
familiar, social, etc.; es justamente aquí donde se insertaría el difícil y
tan relevante discurso relativo a la educación, la cultura, la historia, el
lenguaje… en el que después me detendré.

Las emociones o estados de ánimo no suelen ser


puramente positivas o negativas, sino, muy a menudo,
una mezcla de ambas cualidades… y de bastantes más

Sentir-se vivo

Así enfocado, y según García-Morato, podría describirse el


sentimiento humano como la percepción de que estamos mejorando o
empeorando como personas o adelantando en unos aspectos y
retrocediendo en otros.
Con sus propias palabras, el sentimiento sería:
La reacción del ser espiritual ante la propia vitalidad. En nuestro interior
hay un enjambre de fuerzas que chocan y se entrecruzan. Los sentimientos
son la manera que tenemos de percibirlas y así sabemos qué pasa. En el
ánimo, cada persona experimenta el eco del desarrollo o menoscabo de su
ser, y la satisfacción o insatisfacción de sus impulsos vitales54.

O también, con expresiones del mismo autor:


Se podría concluir diciendo que la afectividad es la resonancia activa, en
la conciencia de la persona, de su relación existencial con el ambiente y de
su estado vital. Y que esto se muestra en los sentimientos, emociones,
pasiones y motivaciones, que se vivencian personal y subjetivamente de
acuerdo con nuestro temperamento, carácter, cultura, lucha personal,
etc.55

De manera general, a través de los sentimientos


advertimos si nuestra vida funciona o no… o
simplemente medio-funciona o funciona solo a ratos

El sentimiento como vivencia

Tras cuanto llevamos visto, quizás resulte ilustrativo encuadrar el


sentimiento, con toda la complejidad que implica, en los dominios de las
vivencias, tan de moda de un tiempo a esta parte.
En efecto, según sostiene Küng:
Todos conocemos la sociedad en que estarnos insertos. El trabajo ya no
ocupa el centro de ella, pues ha sido desplazado por la vivencia. En gran
medida, la vivencia se ha transformado en una meta en sí. Hay infinidad de
cosas que no necesitamos, pero desearíamos tener: desde la vestimenta al

54
GARCÍA-MORATO, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
EUNSA, Pamplona 2002, p. 52.
55
GARCÍA-MORATO, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
EUNSA, Pamplona 2002, p. 20.
71
automóvil nuevo, el valor de la vivencia es a menudo más importante que
el de uso. El sentido de la vida ya no lo proporciona el trabajo, sino la
búsqueda de experiencias agradables y la “estetización” de la vida
cotidiana. Todo debe ser más placentero, más bello y más ameno, pues
“todo lo que divierte está permitido”.
No es de sorprender que en nuestra sociedad, a la par del mercado de
trabajo, el mercado de las experiencias se haya convertido en un factor
dominante de la vida cotidiana, donde la oferta es cada vez más refinada y
la demanda más rutinaria56.

Apunté antes que el sentimiento es un sentir-se e incluso un sentirse-


sintiendo. Cabría también describirlo como un vivir-se viviendo, puesto
que la vida sensible, a diferencia de la simplemente vegetativa, implica
el sentir y el sentirse; es decir: el sentirse sintiendo, que equivale
entonces al sentirse viviendo, con lo que la emoción se introduce
claramente en los dominios de las vivencias.
Pues, siguiendo el resumen que realiza Malo,
… la vivencia puede definirse como la iluminación de la vida desde
dentro, o sea, como el darse cuenta en mayor o menor medida del propio
vivir57.

Siempre en el decir de Malo, esta descripción inicial puede


desarrollarse en los tres pasos que siguen y que expongo con palabras
literales, omitiendo lo que estimo menos pertinente:
1. La vivencia presupone, ante todo, la comunicación o el
diálogo del ser vivo con la realidad circunstante a través de los instintos,
en el animal, y de las tendencias, en el hombre […].
2. En segundo lugar, puesto que la simple relación instintiva
o tendencial no basta para la comunicación, el individuo animal necesita
percibir o darse cuenta del ambiente o del mundo […]. La percepción hace
descubrir al animal en el ambiente conjuntos de significado; por ejemplo,
el reclamo del macho percibido por la hembra en celo, el agua percibida
por el animal sediento… El grado de percepción depende de la capacidad
para descubrir esos significados: el grado más elemental es la percepción
sensorial, común a todos los animales; el más elevado es la comprensión
intelectual […].
3. La vivencia está integrada por tres elementos: a) la
percepción de la realidad circunstante como positiva o negativa en relación
a los instintos animales y a las tendencias humanas; b) el centro vital del
sujeto, es decir, el núcleo de donde salen las inclinaciones en busca de lo
que las satisface; c) la conducta activa consiguiente a la interiorización del
mundo percibido. Estos elementos se unen entre sí de acuerdo con el
esquema pregunta-respuesta y forman el círculo funcional de la vivencia58.

La expresión círculo funcional de la vivencia fue acuñada por Philip


Lersch. Con ella quería indicar que

56
KÜNG, Hans, Acerca del sentido de la vida, Conferencia pronunciada en el
Congreso de Radiooncología en Baden-Baden el 18 de noviembre de 1995.
57
MALO PÉ, Antonio, Introducción a la psicología, EUNSA, Pamplona 2007, p. 36.
58
MALO PÉ, Antonio, Introducción a la psicología, EUNSA, Pamplona 2007, p. 36.
72
… los hechos anímicos de la pulsión, de la percepción del mundo, del
sentimiento y de la conducta activa no son elementos aislados, sino que
forman un conjunto que se desarrolla través de un feed-back continuo59.

Que es otro modo de referirse a la idea central que guía mi propia ex-
posición y que cabría sintetizar en dos afirmaciones complementarias:
1. La complejidad del mundo afectivo y la unidad estructurada de
la persona, por un lado.
2. Y, por otro, la inevitable y continua interrelación entre cada
uno de nosotros y todo lo que nos circunda, que provoca un constante
cambio en nuestro interior y en el entorno o, al menos, en la
significación que atribuimos a este.

La vivencia puede definirse como la iluminación de la


vida desde dentro, o sea, como el darse cuenta, en
mayor o menor medida, del propio vivir

3. Componentes de la vida afectiva

 Confío en que ahora empieces a saber mejor en qué consisten por


dentro las emociones. A partir de este instante, nuestro esfuerzo se
dirigirá, como anuncié, a perfilar ese saber… en la medida en que
resulta posible.
Y, para hacerlo con más fruto, te preguntaría:
 ¿Cómo interviene el conocimiento en el constituirse o en la
modificación de nuestros sentimientos? ¿Es su papel más importante
que el de las tendencias, o más bien al contrario?
 En particular, ¿puede decirse que sin conocimiento nunca habría
emociones? Dando por cierta esta afirmación, el conocimiento a que se
refiere, ¿es de un tipo especial… o más bien es lo conocido lo que marca
la diferencia entre el saber sin más, incluso el conocimiento propio, y las
emociones, estados de ánimo, etc.?
● Tal vez convenga plantear también la pregunta contraria: ¿es
posible el conocimiento sin que intervengan para nada las dimensiones
afectivo-tendenciales del ser humano? Pienso que puedes y debes
matizar tu respuesta y que, en todo caso, es muy oportuno que
reflexiones sobre esta cuestión.
 Normalmente, a las inclinaciones o apetitos de los animales los
llamamos instintos, mientras que los del hombre se denominan
tendencias o, de forma más genérica e impropia, pulsiones. ¿Por qué?
¿Sabrías enumerar, si es que las hay, las principales diferencias entre
tendencias e instintos?
 Teniendo en cuenta que los animales también conocen y que en
ellos existen apetitos, ¿experimentarán también emociones o
sentimientos? En caso afirmativo, ¿son tales vivencias iguales que las
del hombre?; ¿todas, solo algunas o más bien ninguna?
59
MALO PÉ, Antonio, Introducción a la psicología, EUNSA, Pamplona 2007, pp. 36 y
37.
73
 Expón —o, al menos, repasa en tu mente— cuanto se te ocurra al
respecto. Intenta guiarte por tu experiencia, por lo que has leído en
otros lugares y, también, por lo que, si has estudiado la Bibliografía
recomendada, sabrás acerca de la persona humana y su diferencia —
infinitamente infinita, como propuso Pascal— con los animales y las
plantas.
Recuerda que cuantas más preguntas te formules, más respuestas
encontrarás por ti mismo y en el texto.

Dos elementos en toda emoción

En el sentimiento intervienen, pues, dos factores, que ahora me


limito a enunciar y enseguida estudiaré con más detalle, y cuya
disposición podría invertirse, según se otorgue más importancia al
orden cronológico o de surgimiento de las emociones o a los
fundamentos en que estas se basan y sin los que resultarían imposibles.
Esos elementos son:

1. El conocimiento.
2. Las tendencias o inclinaciones, que dan lugar a los deseos o
rechazos.

El conocimiento

Resulta fácil de comprobar, puesto que nadie habla de sentimiento


o afecto si no percibe nada en su interior.
En relación a este extremo, conviene puntualizar que:
1. Por una parte, no es cierto que, si careciéramos de tendencias
o inclinaciones, no sentiríamos nada, puesto que la percepción de frío,
calor, estabilidad o inestabilidad corporal, equilibrio, cansancio, dolor,
etc., a las que con rigor cabe llamar sensaciones o percepciones, no van
por fuerza e inmediatamente aparejadas a una tendencia y, por eso, en
sentido estrictísimo, no serían sentimientos.
Pero admito sin reparos, pues me parece certero, que también aquí
podría hablarse de cierta tendencia al bienestar físico —emparejada con
el instinto vital de conservación: vivir y vivir bien—, que es justo lo que
tiñe con un cariz emotivo lo que en su acepción más rígida he calificado
de meras sensaciones.
Asimismo, como vimos, es muy posible que sin un sentimiento de
interés, incluso mínimo, nuestra atención no se dirigiera a nada ni a
nadie, con el fin de conocerlos. Los clásicos subrayaron este hecho,
cristalizado en el adagio «ubi amor, ibi oculus»: el afán de conocer
depende del amor que despiertan en cada persona las distintas
realidades.
En todo caso, se trata de cuestiones que ya apunté y que ahora no
puedo desarrollar con más calma.
74
Sin tendencias o apetitos podríamos tener sensaciones,
pero no sentimientos

2. Sin embargo, los sentimientos propiamente dichos —las


emociones o palpitaciones o estados de ánimo— sí que se encuentran
ligados a esas inclinaciones, y pueden calificarse con más propiedad
como sentimientos en la medida en que más comprometan a la persona
en cuanto tal.
2.1. Esto equivale a sostener que, de manera más directa, se
relacionan con la perfección o el fin del hombre, real o percibido o, al
menos, barruntado como tal.
2.2. Y es justo esa remota referencia a nuestro destino o bien
final lo que hace que nos impliquen o comprometan: que nos hagan
vibrar o con-movernos de una manera íntima y total.
De ahí deriva, en parte, su gran relevancia y la atención que les estoy
prestando: pues probablemente dedicaré a este tema más espacio que
a cualquiera de los que preceden.
Cabe, entonces, concluir que los sentimientos surgen cuando está en
juego un valor, propio o ajeno, que nosotros percibimos o vislumbramos
como tal y de algún modo nos afecta.

En cualquier sentimiento está en juego un valor que nos


afecta

Comprometido ¿con…?

Mi condición de metafísico me lleva a referir principalmente esos


valores a la unidad, verdad, bondad y belleza, que acompañan a todo lo
que es, en proporción directa a su grandeza.
Pero no es muy distinto lo que sostiene Harold Bloom en ¿Dónde se
encuentra la sabiduría? A saber:
La mente retorna siempre a su necesidad de belleza, verdad,
discernimiento60.

Más claro todavía, ¡y para explicar cómo asegurarse el éxito en los


negocios!, resulta Morris (tomo la cita de Si Aristóteles dirigiera la
General Motors):
Durante toda la historia, y en todas las culturas del mundo, ha habido
cuatro dimensiones básicas de la experiencia humana, que en la actualidad
son tan importantes como lo han sido a lo largo de los siglos. Son las
claves para lograr la felicidad personal en el trabajo, así como una
excelencia corporativa sostenible. […]
Cada una de las expresiones lleva a un objetivo, una finalidad que es en
sí misma una sólida base para la satisfacción humana duradera. Estas
bases son:

60
Citado por MORRIS, Tom: cfr. nota siguiente.
75
1) La dimensión intelectual, que aspira a la verdad.
2) La dimensión estética, que aspira a la belleza.
3) La dimensión moral, que aspira a la bondad.
4) La dimensión espiritual, que aspira a la unidad.
Lo intelectual, lo estético, lo moral y lo espiritual: verdad, belleza,
bondad y unidad. Estos son los elementos que estructuran toda la vida
humana y nos proporcionan cuatro bases para la excelencia humana
sostenible. A menudo, y en nuestro detrimento, las olvidamos en el mundo
de los negocios61.

Nada de lo anterior está muy lejos de la afirmación de Einstein:


Los ideales que han iluminado mi camino y que me han dado siempre
nuevo valor para afrontar la vida con alegría han sido la verdad, la belleza
y la bondad62.

Y, en general, podría hablarse de cualquier tipo de valores que, en


efecto, lo sean o se perciban como tales.

Los sentimientos surgen cuando está en juego un valor,


que, al ser advertido como tal, nos afecta más o menos

Los apetitos o inclinaciones

Estableciendo cierto paralelismo con lo analizado en relación al


conocer, comprobamos que tampoco solemos hablar de sentimiento, en
su significado más propio, cuando se trata de una percepción en la que
no está implicada tendencia alguna ni, como consecuencia y según ya
apunté, cierta impresión…
1. De déficit o carencia, en el momento inicial de activarse.
Al advertir, por ejemplo, que no gozamos de los conocimientos
y la autoridad imprescindibles para explicar correctamente en qué
consiste la vida afectiva o para arreglar un problema conyugal o
familiar, experimentamos simultáneamente la desazón y el malestar
que esa falta o privación de capacidad lleva aparejada.
2. O de cumplimiento o de frustración:
2.1. Según uno perciba que se acerca o no al objetivo
anhelado, cosa que puede ocurrir repetidas veces y de maneras
opuestas en el despliegue de un mismo proceso: hay momentos en que
la meta parece al alcance de la mano o que, al menos, se van dando los
pasos que dirigen hacia ella, mientras que en otro u otros instantes se
alza un obstáculo imprevisto que está punto de echar a perder todo lo
avanzado, etc.

61
MORRIS, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005,
pp. 33-34.
62
Cit. por MORRIS, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta,
Barcelona, 2005, p. 108.
76
2.2. Y según se alcance o no, de manera ya definitiva, el tér-
mino al que apuntaba ese deseo.
Antes de acabar el presente epígrafe, creo imprescindible insistir en
que este modo de enfocar el asunto, aunque inevitable, resulta
excesivamente analítico: intenta aislar y definir un elemento puro, que,
de hecho, se da siempre en conjunción con otros muchos de la vida
humana.
Por eso, si nuestra pretensión fuera observar lo que efectivamente
ocurre, deberíamos actuar al contrario: partir del todo de la vida, del
complejo emocional-cognoscitivo-operativo tal como lo advertimos, para
después discernir sus componentes.
Es lo que normalmente realiza la literatura, el cine y más en general,
el arte, que por tales motivos suelen ser más eficaces que las
explicaciones teoréticas, como la que estoy desarrollando.

El sentimiento lleva aparejada una percepción de


plenitud o de carencia

4. Las tendencias humanas: una aproximación

 Si las tendencias son un elemento esencial o básico sobre el que se


construyen las emociones, cuanto mejor las conozcamos, más fácil será
comprender en qué consisten los sentimientos. Intenta, por tanto:
 Antes que nada, hacerte una idea lo más perfecta posible de lo que
es una tendencia o inclinación, en su acepción más general; desde el
ámbito meramente físico (la inclinación o pendiente de una cuesta, por
ejemplo, o la de una piedra a caer hacia abajo), hasta el vegetal o
animal (la tendencia a moverse, a alimentarse, a reproducirse, a evitar
lo que resulta dañino…) y el ser humano: el afán de saber, de sentirse
querido o protegido, de amar y entregarse a los otros, etc.
 Procura, después, distinguir lo mejor que puedas, qué es lo que
caracteriza a las tendencias que te atreverías a calificar como más
propias del hombre, por contraposición con todas las restantes y, en
particular, con las de las plantas y animales.
 Y, con lo que hemos visto y con lo que ya sabías, haz un esfuerzo
por determinar cuál es el papel de las tendencias humanas en la vida
afectiva.
De nuevo deberías considerar que todo lo que averigües, aunque sea
equivocado, hará más fecundo el estudio posterior y el conocimiento de la
afectividad humana —la tuya y la de los demás—, que es lo que de veras
importa.

Para seguir avanzando en el esclarecimiento de lo que son las


emociones, me parece importante recordar algunos extremos un tanto
más técnicos y, por eso, más difíciles de comprender.

77
No hay que preocuparse en exceso, pues todo ello irá resultando más
inteligible conforme avancemos y, como de costumbre, volvamos sobre
lo anteriormente leído.

¿Qué son?

Hace un buen rato que vengo hablando de tendencias, apetitos,


inclinaciones… No me ha parecido necesario explicar de inmediato en
qué consistían, porque los mismos términos indican lo que la
experiencia habitual confirma: que nos sentimos a menudo solicitados o
impelidos a realizar determinadas acciones, o a omitirlas, con el fin de
conseguir algo o, en su caso, aunque derivadamente, de evitarlo.
Desde esta perspectiva, el término apetito resulta muy significativo:
1. Por un lado, apela a ese estado orgánico-psíquico que nos
impulsa a buscar comida: algo que nos sacie, eliminando el estado y la
sensación de mal-estar o des-equilibrio orgánico.
2. Por otro, empleado de manera genérica, es utilizado también
para aludir, con más o menos propiedad, a cualquier tendencia,
inclinación o pulsión: a esas ganas de ver un partido de fútbol o
baloncesto o una película, de estar con unos amigos, con la mujer o la
novia, de cambiar de ocupación, de intentar eliminar a Dios de nuestra
conciencia o de tratarlo con más intimidad, de aprender matemáticas o
filosofía o física, de librarnos de una situación embarazosa, de romper a
cantar, de bailar, de morirnos o de vivir a tope…
Todos esos deseos o apetitos, que en los animales atribuiríamos a sus
instintos, en los seres humanos están provocados por las distintas
tendencias, que más tarde procuraré enumerar, distinguir y relacionar
de nuevo, porque solo así es como existen: en mutua interconexión y
dependencia y en unión con el resto de la vida de cada individuo.

¿Cómo se caracterizan?

Entre los rasgos capitales de las tendencias humanas, cabe apuntar


por ahora, de acuerdo con nuestra experiencia, y con el fin de
completarlos y concretarlos más tarde:

1. Multiplicidad no armónica
Que son múltiples y no siempre se encuentran en armonía.
Centrándome adrede en una esfera muy particular:
1.1. Tenemos inclinaciones a echar una mano a quienes nos
rodean, complicándonos la existencia… y a vivir una vida lo más
tranquila y regalada posible.
1.2. A mantener o mejorar la línea… y a comer en exceso o no
hacer ejercicio físico regular y continuado.

78
1.3. A pasar desapercibidos, incluso por timidez… y a ser el
perejil de todas las salsas, enfadándonos cuando no nos tienen en
cuenta o nos parece que no aprecian lo que valemos.
1.4. A multiplicar el número de nuestros amigos y conocidos…
y a aislarnos en nuestro propio mundo, donde aparentemente reina la
paz y el sosiego.
1.5. ¡Y pare usted de contar, porque el elenco sería infinito!

2. No deterministas
Que, en condiciones normales, las tendencias humanas
pueden seguirse o no, incluso aunque las experimentemos con una gran
intensidad, a diferencia de lo que sucede con los instintos, que se
imponen al animal de forma casi maquinal o automática, sin que este
pueda resistirse.
Recojo de momento un texto significativo, en espera de tratar este
asunto con más detalle. Como fruto de sus vivencias en distintos
campos de concentración y de su práctica como psiquiatra, Frankl
asegura:
Sin ninguna duda, el hombre es un ser finito y su libertad limitada. No
se trata, pues, de librarse de los condicionantes (biológicos, psíquicos,
sociológicos), sino de la libertad para adoptar una postura personal frente a
esos condicionantes. Ya lo afirmé con claridad en cierta ocasión: «Como
profesor de dos disciplinas, neurología y psiquiatría, soy plenamente
consciente de en qué medida el hombre está sujeto a las condiciones
biológicas, psicológicas y sociales. Pero además de profesor en estos dos
campos soy superviviente de otros cuatro —de concentración, se entiende
— y como tal quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para
desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar» 63.

3. Finalizadas
Que, como repetía Aristóteles, toda tendencia inclina hacia su
bien propio y en él se deleita64, aunque deba ser educada, pues, en el
hombre, lo natural es la educación… y aunque una falta de educación o
una educación incorrecta la desvíe de tal objetivo:
3.1. La vista aspira a ver (y a ver lo digno de verse), el oído a
escuchar sonidos armónicos, el gusto a paladear manjares o bebidas
exquisitas o exóticas…
3.2. El entendimiento, aunque a veces no lo parezca, a
conocer más y mejor (¡aquí sí que es imprescindible la educación!).
3.3. El apetito sexual, a unirse con una persona del sexo
complementario (más aún: con el propio cónyuge, si hemos hecho
madurar esta tendencia, humanizándola, de manera análoga a como
actuamos con las restantes; sé que no es lo que algunos querrían leer,
63
FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 149.
64
Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1094a 2-3: «El bien es lo que todos
apetecen».
79
pero no sería honrado —justamente con ellos— si callara lo que, tras
muchas horas de reflexión y vida vivida, es en mí una convicción
arraigada).
3.4. Y asimismo existen, entre otras muchas, inclinaciones a la
comodidad, a gozar de la temperatura adecuada, a moverse o
descansar, a buscar la horizontal, a relajarse cuando nuestros músculos
soportan una tensión excesiva…: es decir, a lo que, en principio, sería el
bien-estar físico.

4. Estructuradas
A todo lo cual es imprescindible añadir que, como medio he
sugerido, el hombre no actúa determinado por sus instintos, sino que
en él intervienen otros factores, que de manera genérica, podemos
llamar formación o carencia de ella. Y, por tanto, que el bien a que me
vengo refiriendo puede ser:
4.1. Incluso para la misma tendencia particular, un bien real o
solo aparente.
4.2. Y, para el conjunto de la persona: global o enterizo, por
cuanto, en efecto, mejora al individuo en su totalidad; o parcial, porque
no perfecciona al ser humano en cuanto tal, sino solo de un aspecto u
otro.
Es decir, porque no conviene a la totalidad de la persona, aunque el
apetito concreto quede a gusto y disfrute: pongamos el ejemplo sencillo
del alcohol, del exceso de azúcar o de sal, de condimentos, etc.
4.3. Como es obvio, en cualquiera de estos dos últimos casos,
si atendemos al progreso radical de la persona como persona, el bien
solo parcial o aparente puede en definitiva ser un mal respecto al bien
real o al global y superior: al de la persona en cuanto tal, en cuanto
persona.

Las tendencias humanas son múltiples y no siempre


armonizadas, no predeterminadas, orientadas hacia un
fin y estructuradas

Sus dos estados principales

Aunque de momento no se entienda el porqué del excursus, y aun


tratándose de cuestiones un tanto técnicas, solicito un voto de
confianza para desarrollar algunos rasgos característicos de las
tendencias humanas, que en su momento manifestarán su importancia.

1. La «pura» tendencia
Con las tendencias sucede algo muy parecido a lo de aquella
potencia que, quien más quien menos, estudiamos al cursar filosofía,

80
cuando nos hablaron de Aristóteles y —¡cómo no!— de «la potencia y el
acto».
Muy probablemente, las explicaciones de entonces nos llevaron a
pensar que la potencia resulta suprimida cuando adviene o se ejerce el
acto: así solemos o solíamos entender que lo que estaba en potencia
pasa a estar en acto.
Pero no. La potencia no es eliminada cuando pasa al acto
correspondiente, sino que permanece como potencia, pero actualizada
(no puedo detenerme a explicarlo, pero confío en que se comprenda
con los ejemplos que aduciré de inmediato).
En este caso, como también en el de la inclinación o aspiración, el
malentendido surge por poner un excesivo énfasis y fijar nuestra
atención exclusivamente en el movimiento… que es, en efecto, donde
más clara se ve la distinción entre potencia y acto, pero no la única ni
mejor situación donde acto y potencia conviven y se complementan ni,
por consiguiente, donde se advierte de modo más ajustado la
naturaleza respectiva de una y otro.
1.1. Como acabo de decir, suele definirse el movimiento como
paso de la potencia al acto. Y con ello se da la impresión que
comentaba: que el acto sustituye a la potencia.
1.2. Pero en realidad, moverse —en el sentido indicado— es la
transición del estar solo en potencia a estar en acto: es decir, de
potencia sin acto que la actualice a potencia actualizada por el acto que
le es propio.
La potencia, por tanto, sigue ahí, pero con su acto: no es
reemplazada por él, sino solo actualizada o ejercida.

La potencia no es eliminada cuando «pasa al acto»


correspondiente, sino que permanece como potencia o
capacidad, pero actualizada

2. La tendencia ya cumplida
Pues algo similar ocurre con las tendencias que están en la base
de los sentimientos: que no son suprimidas cuando alcanzan el bien al
que están inclinadas. Más bien se actualizan, y permanecen en ese
estado: el de actualizadas o, en este caso, colmadas o satisfechas.
2.1. Por el contrario, podría decirse que la tendencia o
inclinación se ha esfumado cuando, si esto ocurriere, se acabara el gozo
derivado de la adquisición y posesión de su bien propio.
Así lo afirma Garrido:
La inclinación o propensión del apetito es tal, que no se agota en tender
a la busca del bien ausente, sino que incluye el gozo y el descanso en la
posesión del bien presente. Apetecer es tanto desear lo que no se tiene
como gozar de lo que se tiene. Para que la apetencia se extinga no basta

81
que se haya extinguido el deseo; tiene que extinguirse también el placer,
que es como su corona. Si es verdad que el término “apetito” alude por
antonomasia al primero de estos dos momentos, el de inquietud y deseo,
no menos cierto es que no excluye al segundo, el de fruición y sosiego, ya
que el objeto sobre el que versa en ambos casos, el bien, es el mismo
siempre65.

¿Difícil de captar?
2.2. Tal vez un par de ejemplos aclare lo que hasta aquí
pudiera haber sonado un tanto abstruso.
Pero antes conviene darse cuenta de que potencia es tanto como
capacidad real de…, como poder realmente…
2.2.1. Entendido esto, nadie en su sano juicio diría que un
coche tiene capacidad o potencia de alcanzar los 300 km. por hora, si,
al probarlo en las condiciones adecuadas y por un conductor con pericia,
que sabe hacerlo rendir a tope, el coche no pasa de los 220.
Pero tampoco, y es lo que pretendo ahora subrayar, que el auto-
móvil deja de tener esa capacidad justo cuando alcanza o supera los
300 por hora: más bien es entonces cuando podemos estar seguros de
que tenía (¡de que tiene!) esa potencia.
2.2.2. Acudiendo a otro supuesto: resulta bastante obvio
que nadie vería en acto si en ese preciso instante, por desvanecerse la
potencia o capacidad de ver, no pudiera ver. El que esté viendo es la
prueba más clara de que puede ver, de que tiene capacidad o potencia
real para ello.
Esa potencia la posee también cuando cierra los ojos o se
encuentra a oscuras; pero sería absurdo afirmar que la pierde (que ya
no puede ver) justo cuando está viendo de nuevo, al abrir los ojos o
encender la luz.
A oscuras, la potencia está sin actualizar: puede ver, pero no ve;
con luz, sigue la potencia o posibilidad de ver, pero actualizada: hasta
tal punto puede ver… que, de hecho, está haciendo lo que puede hacer:
está viendo. No me parece muy difícil de entender y admitir.

Las tendencias no desaparecen cuando se las colma

Y, como acabo de sostener, algo similar sucede a las tendencias o


apetitos: también ellos persisten una vez actualizados o colmados, a no
ser que, en el instante en que logran su objetivo, o con el paso del
tiempo, desaparezca o se embote la inclinación hacia aquello que antes
atraía.
Es lo que solemos llamar «perder el gusto por…»; y, en efecto, la
prueba más clara de que la tendencia no sigue operativa —bien por

65
GARRIDO, Manuel, Estudio crítico a, HAECKER, Theodor, La metafísica del
sentimiento, Rialp, Madrid, 1959, pp. 44-45.
82
haber sido suprimida, bien porque una inclinación opuesta y más fuerte
la ahoga— es que el sujeto en cuestión ya no goza con el bien poseído:
aquello deja de gustarle.
Por el contrario, mientras disfrute con lo que he alcanzado, está claro
que mi tendencia a aquello sigue presente, aunque satisfecha o hecha
plena: actualizada.
Es sencillo entender que, si en el momento en que ya conquisto lo
que ando largo tiempo persiguiendo —un título universitario, un trabajo,
un vino de marca, casarme con la persona a la que amo…—,
desapareciera la inclinación a tenerlo o a convivir con esa persona,
¿cómo podría disfrutar de lo obtenido? ¿Puede alguien gozarse en lo que
ya no quiere, le atrae o apetece, justo porque lo posee?
Cierto que esto ocurre a veces, y tal vez más en el mundo
contemporáneo. Pero solo indica que demasiado a menudo ponemos
grandes ilusiones en realidades incapaces de colmarlas. En tales
circunstancias sí que es posible e incluso inevitable que, al conquistar lo
que deseaba, pierda las ganas de tenerlo y la ilusión y el gozo por
haberlo conseguido: que me des-ilusione.
¿Luego…? Luego el problema es que estaba buscando llenar mis
ansias de bien y de felicidad, como suele decirse de forma un tanto
ambigua, con algo que, por no ser lo bastante bueno, no puede
colmarlas. Y de ahí que, hoy día, como antes apunté, existan tantas
personas perpetuamente insatisfechas, que, desengañadas con las
anteriores, buscan de continuo nuevas emociones, vivencias,
sensaciones…
No cuesta demasiado intuir cuánto tiene que ver todo esto con la
felicidad y sus aledaños66.

Mientras disfrute con lo que he alcanzado, mi tendencia


a aquello sigue presente… aunque satisfecha o
actualizada

¿A qué tienden las tendencias?

Son muchas, y enormemente variadas, las clasificaciones y


enumeraciones de las tendencias humanas propuestas por los distintos
autores.
Sin pretender en absoluto que sea la mejor, y en espera de lo que
luego expondré, transcribo una de ellas —recogida por Pinckaers—,
para después agregar dos puntualizaciones que considero claves.
Primero, sus palabras:
Podemos distinguir cinco inclinaciones fundamentales. Se derivan de los
elementos esenciales de nuestra naturaleza y recogen singularmente las

66
Cfr. MELENDO, Tomás, Felicidad y autoestima, EIUNSA, Madrid, 2ª ed., 2007.
83
ideas generales que los filósofos llaman “trascendentales” o “cualidades
universales”.
La inclinación primera, en el origen de todo acto humano, es la
inclinación al bien, una aspiración que […] es inseparable de la atracción de
la felicidad. […] Reúne las demás inclinaciones en un haz dinámico.
Bajo la égida de la aspiración al bien, viene en primer lugar la inclinación
a la conservación del ser, tan fundamental como la misma existencia. Se
manifiesta en la idea y la experiencia del ser, en el sentido de lo real. Nos
pone en comunión con todos los seres.
El hombre es un ser vivo y tiene la facultad de transmitir la vida por
medio del ejercicio de la sexualidad. El género humano está dividido en
varones y mujeres —una distinción de géneros expresada a través de las
ideas y del lenguaje—, llamados a la generación y a la educación. En este
sentido somos semejantes a todos los seres vivos de la tierra.
La cuarta inclinación es profundamente espiritual: consiste en la
aspiración a la verdad que se manifiesta en la idea y en el conocimiento de
la verdad como el objeto propio y la luz de la inteligencia en sus funciones
teórica y práctica. […]
Por último, el hombre posee una inclinación natural a la vida en
sociedad que procede del sentido del otro, constitutivo de nuestro ser
personal junto al sentido del bien. Da paso al deseo de la comunicación y
de la comunión, y se manifiesta a través del lenguaje 67.

Mi propuesta provisional:
1. Resumiendo lo más posible y acudiendo al sentir general,
cabría decir que el conjunto de las tendencias humanas aspiran en
última instancia a un mismo fin, que llamamos felicidad o vida lograda y
que incluye otros muchos sub-objetivos o bienes intermedios.
2. A esto habría que añadir una observación ya conocida, pero
de enorme relevancia para la correcta comprensión de la afectividad y
de la persona humana. Y es que la tendencia más perfecta que hay en
cualquier persona, también en el varón o mujer, pero justo en cuanto
persona, es la propensión a amar: a comunicar libremente el bien que
posee (en el fondo, uno mismo, lo mejor de sí), y no a conseguir aquel
del que se carece, que es siempre signo de imperfección.

La tendencia más perfecta que existe en cualquier


persona —la propensión a amar— consiste en comunicar
libremente el bien que se posee y no en conseguir aquel
del que se carece

La grandeza de la persona

Estamos ante una de las exigencias más claras de la interpretación


metafísica y no reduccionista de la persona: la que marca la diferencia
infinitamente infinita entre el hombre y los animales, como quería
Pascal, y tal vez —como dije casi al principio— la causa de que
67
PINCKAERS, Servais-Th., La moral católica, Ed. Rialp, Madrid, 2001, pp. 114-115.
84
naufraguen bastantes de los intentos actuales de explicar la afectividad,
que olvidan este dato fundamentalísimo de la sublimidad de la persona,
principalmente por dos motivos.
1. O bien por moverse de abajo a arriba, al estilo de Freud y
tantos otros en la cultura contemporánea, que, como bien explica Denis
de Rougemont, se empeña en explicar lo superior por y desde lo
inferior, y no al contrario:
Nosotros, los herederos del siglo XIX, somos todos más o menos
materialistas. Si se nos muestran en la naturaleza o en el instinto esbozos
toscos de hechos “espirituales”, inmediatamente creemos disponer de una
explicación de tales hechos. Lo más bajo nos parece lo más verdadero. Es
la superstición de la época, la manía de “remitir” lo sublime a lo ínfimo, el
extraño error que toma como causa suficiente una condición simplemente
necesaria. También es por escrúpulo científico, se nos dice. Hacía falta eso
para liberar al espíritu de las ilusiones espiritualistas. Pero me cuesta
mucho apreciar el interés de una emancipación que consiste en “explicar” a
Dostoievski por la epilepsia y a Nietzsche por la sífilis. Curiosa manera de
emancipar al espíritu, esa que se “remite” a negarlo68.

2. O por seguir de manera muy literal a Aristóteles, quien, según


parece, no logró o, al menos no de manera neta y definida, superar el
carácter carencial o privativo del amor como «deseo-de-lo-que-no-se-
posee».
Y por eso no pudo atribuir el Amor a Dios, sino solo el conocimiento.
En los momentos en que Aristóteles habla como filósofo, y no cuando
utiliza los esquemas de la religión popular, incluso en los escritos de su
Metafísica, lo concibe como Puro Pensamiento de su propio
Pensamiento, que nada ama-desea porque de nada está falto, sino que
mueve como Objeto de amor de las inteligencias superiores: es amado-
deseado sin Él amar. Pues amar, que aristotélicamente equivaldría a
desear, sería síntoma de carencia e imperfección.
Así lo explica Polo:
Aristóteles advierte la existencia de operaciones estrictamente
posesivas, superiores a las acciones constructivas, que se dirigen hacia
fuera y que, por tanto, implican un grado de posesión más débil que las
operaciones inmanentes. Pero estas operaciones son cognoscitivas. Ni en
Aristóteles, ni en Platón, la voluntad es posesiva: es precisamente no
posesiva, es decir, tendencial; incluso es de notar que la palabra
“voluntad”, que viene del latín, no tiene equivalente griego. Lo que se
corresponde con lo que nosotros llamamos voluntad es la palabra órexis,
que significa deseo. Ahora bien: se tiende o se desea aquello que no se
posee; no se tiende a lo que se posee. Por eso, la operación inmanente
intelectual de ninguna manera es una tendencia69.

Y agrega:

68
ROUGEMONT, Denis de, El amor y occidente, Kairós, Barcelona, 4ª ed., 1986, p.
59.
69
POLO, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem
exercens», BAC, Madrid, 1987, p. 223.
85
Dice Tomás de Aquino que, más o menos, todos los filósofos
vislumbraron que Dios es Logos, pero que Dios es Amor no lo vislumbró
ninguno. Es claro que si la voluntad es tendencia y deseo solamente, no
cabe ponerla en Dios (un dios deseante es una noción mítica o una ilusión
gnóstica aberrante), porque de ello se sigue que Dios es imperfecto, y un
dios imperfecto es una contradicción70.

Repito que nadie se preocupe si, de lo expuesto en estos últimos


parágrafos, no ha logrado entender casi nada. Pero vuelvo a animarle,
también como preparación para cuanto sigue, a empaparse del
conocimiento de la persona humana, tal vez consultando de nuevo, y
pido excusas por la referencia, mi Invitación al conocimiento del
hombre.

Más que deseo de lo que no se posee, el amor es gozo


por lo que sí se tiene, afán de comunicarlo a otros… y
gozo aún mayor cuando efectivamente se entrega

Tranquilidad.
El conocimiento humano es difícil de lograr. Normalmente no se comprende
del todo lo que se lee por primera vez. Lo medio-entendido entonces prepara
para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo ya aprendido. A
menudo es preciso ir y venir, leer más de una vez lo mismo. Pero el resultado
final provoca una satisfacción a menudo insospechada.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

 En estos instantes, sería normal que te rondaran por la cabeza,


junto con una idea más clara de lo que son los sentimientos, bastantes
más dudas de las que tenías cuando comenzaste el estudio (por esas
vías caminaría también el «solo sé que no sé nada» socrático: conforme
más sabemos de algo, más conscientes somos de lo muchísimo que nos
queda por aprender).
 Por eso, es muy conveniente que repases o incluso pongas por
escrito:
1. Lo que consideras que ya es para ti un saber
adquirido, suficientemente claro y neto, sobre la afectividad humana.
2. Todo lo que, al revisar lo que sabes, adviertas
que todavía te queda por aclarar.
 En el caso de que esas dudas no surgieran solas, te recomiendo que
vuelvas a releer lo que has concluido que ya conoces bien e intentes
ponerle todas las pegas que se te ocurran: tanto de lo que ya hemos
estudiado como de lo que piensas que se debería haber dicho pero no se
ha expuesto, como de lo que intuyes que va a venir a continuación.

70
POLO, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem
exercens», BAC, Madrid, 1987, p. 224.
86
 De nuevo está vigente la ley de que «conforme mayores sean las
vacilaciones o lagunas que pretendas colmar, mucho más hondo y
amplio será el conocimiento que obtengas».
 En concreto, y con el fin de ayudarte, te propondría tres tareas:
1. Que definas o, al menos, describas
pormenorizadamente lo que es una emoción o sentimiento.
2. Que expongas el papel que en ellos tiene el
conocimiento.
3. Que dejes también constancia de la función de
las tendencias.
 Por fin, te aconsejo que juguetees un poco con lo que vas sabiendo,
procurando, por ejemplo, hacer combinaciones entre un modo de
conocer (el recuerdo, la imaginación, el conocimiento intelectual…) y
una u otra tendencia (impulsos más bien físicos —comida, bebida—,
psíquicos —a la compañía, pongo por caso— y propiamente espirituales:
afán de saber, de amar y entregarte)… y todo lo que se te ocurra.
 En particular, y si te sientes con fuerzas, te agradecería que
respondieras a este interrogante: ¿piensas que la afectividad humana —
lo que tú sientes— puede realmente explicarse con el juego de
conocimiento y tendencias, tal como lo he hecho hasta ahora, o
consideras que este modo de plantear la cuestión es insuficiente o deja
demasiados cabos sueltos?
 En el segundo caso, ¿qué otra vía se te ocurre, bien porque la hayas
leído u oído, bien porque, al reflexionar sobre la cuestión, te haya
venido a la mente?

87
IV. ¿Clasificar los sentimientos?

¡Renueva tus fuerzas!

¡Alerta!
Como ya te dije, a veces no advertimos ciertas propiedades de una
persona, animal o cosa… sencillamente porque no las buscamos.
Y lo mismo con los libros. Es preciso poner la mente en vibración para
hallar lo que pueden mostrarnos.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado, te sugiero que actives
las neuronas y reflexiones sobre el contenido de estas preguntas.
 Sería estupendo que, por tu cuenta, con lo que recuerdes de tus
lecturas pasadas y con lo que llevamos visto y, sobre todo, apelando a
tu experiencia, intentaras distinguir entre diversos tipos de sentimientos
o emociones
 Si te has animado y has hecho lo que te propongo, no te será difícil,
ahora, agrupar las emociones que consideres más semejantes entre sí,
lo mismo que separar las que no se parezcan en absoluto.
 También podrías establecer un nexo entre las que vas
descubriendo. Por ejemplo —en la teoría y en la vida—, ver qué
emociones se derivan de otras y no pueden darse sin ellas y, al
contrario, cuáles parecen ser los sentimientos primarios, los que no
suponen sentimientos previos y sirven de base o fundamento para otras
emociones derivadas de ellos.
 Asimismo, puedes esforzarte por descubrir qué género de
emociones son las más frecuentes: en tu caso, y por lo que conoces de
otras personas. Si te ayuda, acude a un Diccionario de sinónimos o
algún libro de ese estilo, y ve pasando palabras que te evoquen
sentimientos: alegría, tristeza, desgana, ilusión, entusiasmo, gozo…
 Procura realizar lo que te comentaba en los puntos anteriores —
distinguir, clasificar, relacionar— con lo que vayas descubriendo.

Perdona que te repita que cuanto más activa sea tu búsqueda del
conocimiento, mucho más provechosa y cargada de frutos resultará la
lectura.

1. Primer ensayo

Planteamiento

88
Siguiendo la tónica general del escrito, en el que pretendo conjugar
la claridad y sencillez de exposición con el rigor suficiente para que la
verdad no quede muy disminuida o falsificada, ofrezco a continuación
un primer avance de los tipos básicos de sentimientos que suelen darse
en el ser humano.
Y hablo de tipos básicos porque, como comenta Castilla del Pino,
… el repertorio de sentimientos de un sujeto adulto no puede
determinarse por simple enumeración (sería interminable), sino según
clases, géneros o módulos71.

Aclaro, sin embargo, consciente de repetirme, que, aun cuando los


primeros pasos de este cuarto capítulo dibujen un panorama
fragmentado de la afectividad, que contempla de forma relativamente
aislada cada una de las modalidades básicas de afectos, en realidad
resulta casi imposible que esas emociones se den desligadas unas de
otras.
1. Lo que se pone en juego es siempre una serie más o menos
compleja y completa de sentimientos, que se alzan sobre un preciso
estado de ánimo global y un temperamento, capaces de modular cada
uno de esos afectos y la resultante de todos ellos.
2. Y, ahondando más, cada afecto, emoción o sentimiento se
apoya sobre la entera persona tal como se encuentra en ese instante,
en el que reverbera, de un modo u otro, con mayor o menor intensidad
y duración, la entera biografía de tal individuo: su propia constitución
orgánica y todo lo que le ha ocurrido a lo largo de su vida, desde que
fue concebido, con relativa independencia de que lo recuerde o no.
Como advierte Lersch,
… es una característica esencial de la vida anímica el que todo lo
vivenciado en un ahora, no desaparece con este presente sin dejar huella
para hundirse en la nada, como la imagen de las nueves que pasan sobre
un lago tranquilo y se reflejan en su superficie. Más bien diríamos que lo
vivenciado pasa a un oscuro trasfondo. No queda definitivamente perdido
para el alma, sino que permanece en un estrato profundo, conservándose
allí como poder activo, vivo, y desde donde se infiltra en cada momento
vivido como presente. […]
… inconscientemente, todo el pasado está presente y activo en lo que
ambicionamos y percibimos, en lo que pensamos, sentimos, queremos y
hacemos72.

E incluso, de manera menos directa, pero también operativa, incide lo


que influyó en sus antepasados —en el sentido más amplio de esta
expresión— y ha llegado hasta él a través de sus padres y parientes o

71
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 45.
72
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, pp.
28-29. Cfr. pp. 28-31.
89
de las estructuras e instituciones propias de la cultura en que está
desplegando su existencia.
A este respecto, te transmito unas expresiones curiosas y eficaces de
Gadda, dedicadas especialmente a los de ciencias:
No existe una causa, sino [múltiples] causas; no un sistema, sino
[múltiples] sistemas; no una gens de relaciones, sino gentes y familiae
infinitas […] [el hombre] no constituye un único tema, no desciende de un
solo antepasado, sino de 2, 22, 23, 24, 28, etcétera antepasados, y de 1000,
10002, 10003 relaciones o sistemas de relaciones. Y el “sentimiento” y la
sensación de placer o dolor sintetiza la infinita suma de estos subsistemas
de relaciones73.

El «amor», sentimiento básico y primordial

Como he apuntado, la atracción hacia el bien ha sido


denominada durante siglos amor, utilizando este término en una
acepción generalísima y por eso impropia, bastante distinta de de la
empleada por mí en otros escritos, al hablar del amor en su significado
más noble y específico: es decir, del amor de una persona a otra,
consideradas ambas como personas.
Ese sentido genérico, corriente en la tradición, es relativamente
parecido al que describe Scheler, dándole también un alcance universal,
en cuanto es común a todas las realidades creadas:
… el amor es la tendencia, o, según los casos, el acto que trata de
conducir cada cosa hacia la perfección del valor que le es peculiar, y la
lleva efectivamente, mientras no se ponga nada que la impida. Lo […]
esencial del amor es, por tanto, la acción edificante y edificadora en y
sobre el mundo. “Quien mira en silencio en torno suyo, ve cómo edifica el
amor” (Goethe)74.

Amor-deseo

Si aquí lo uso en tal acepción es porque estimo que, precisamente


atendiendo al sentido tradicional de amor-deseo o amor-inclinación,
resulta más fácil:
1. Entender por qué bastantes personas consideran hoy el
amor, en su significado más alto, como un sentimiento.
2. Establecer las diferencias entre los dos géneros de amor a
los que ya bastantes vences he aludido.
Así enfocado, como activación de la inclinación a un bien, el amor
percibido, o la percepción del amor, constituye el primer sentimiento y
la raíz de cualquier sentimiento posterior.
¿De qué manera?

73
GADDA, Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einaudi, Torino, 1974, p. 238.
74
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 44-45.
90
1. Repito que empleo ahora el vocablo amor con un significado
excesivamente amplio, casi equívoco, para referirme a cualquier tensión
hacia un bien, a la inclinación o tendencia que nos lleva a aprobar y a
poseer o gozar y a difundir, de la forma en que fuere, algo que
consideramos bueno y, por consiguiente, a evitar o a eliminar lo que se
opone a ese bien concreto o a cualquier otro bien ya poseído.
Desde este punto de vista, lo que impide un bien, en cualquiera de
las formas señaladas, tendría razón de mal.
2. Adoptando tal perspectiva, y para evitar los equívocos
derivados de la ambigüedad del término amor, tal vez convenga
denominar este impulso primordial con el vocablo aspiración o con
alguno de sus sinónimos: anhelo, afán, apetencia… a la consecución o
logro de algo o a la realización de cierta actividad, entre las que no se
excluyen, sino muy al contrario, las más propias de las personas: las
que le llevan a dar y darse.
No obstante, en lo que resta de capítulo, y para no dificultar
excesivamente la exposición, hablaré de posesión o logro o términos
similares, que más bien sugieren carencia que abundancia. Hago notar,
sin embargo, que la sobreexcedencia propia de la persona humana
origina también deseos, en el sentido habitual de este vocablo, por
cuanto entre la inclinación a dar y darse y la donación efectiva media
una distancia análoga a la que existe entre la carencia y la posesión de
algo.

En estas páginas, el término amor indica en general la


tendencia hacia un bien

Los dos estados del amor-inclinación

Al analizar esta realidad, el bien a que nos estamos refiriendo


puede hallarse en dos situaciones: ausente o presente.
1. Si el bien todavía no es poseído, si no se encuentra ya a
nuestro alcance, pero queremos que lo esté, la aspiración que nos
impulsa hacia él se configura como deseo.
2. Por el contrario, cuando ya hemos alcanzado lo que
perseguíamos, semejante aspiración, lejos de desaparecer, engendra en
nosotros el gozo, excepto en casos de bienes solo aparentes o de muy
baja calidad, en los que sobrevendría una desilusión o decepción.
2.1. El deseo sería, entonces, la vivencia de la aspiración
mientras todavía no ha sido satisfecha.
2.2. El gozo, por el contrario, la experiencia de la satisfacción
de esa misma tendencia, ya colmada

91
2.3. Y, como antes apunté, a lo largo de cualquier proceso que
se extienda en el tiempo, la tonalidad afectiva irá variando a tenor de la
confianza o esperanza de lograr o no el objetivo deseado.
Los ejemplos pueden multiplicarse. Desde los más sencillos, como los
que se refieren a la comida o la bebida, pasando por otros de más
calado, como la persecución de un puesto de trabajo, o, en un ámbito
relativamente diverso, casarse con el ser querido, concebir y dar a luz a
un hijo, ayudarlo a crecer, tratar con los amigos, y un dilatado y
múltiple etcétera.

En principio, cualquier persona puede anhelar un bien


que todavía no ha alcanzado o gozar de él cuando ya lo
posee

El «mecanismo básico» de la vida afectiva

Así enfocado y esquematizado, el mecanismo básico de nuestra


vida sentimental no puede resultar más sencillo.
1. Vivimos en el mundo y nos relacionamos con él. Y, entre las
realidades que lo componen —personas, animales, simples cosas—, a
tenor de nuestra naturaleza y de las circunstancias del momento, unas
nos resultan beneficiosas, nos ayudan a perfeccionarnos, nos completan
en algún aspecto, o, al menos, así nos parece, mientras que otras se
nos presentan como dañinas.
2. Cuando conocemos, recordamos, imaginamos o presentimos
las primeras —puesto que toda realidad desea naturalmente su
perfección, según expuso ya Aristóteles y antes consideramos—, la
correspondiente tendencia se moviliza, lo cual es experimentado en
nosotros como un movimiento de inclinación hacia esa persona o cosa.
Es decir, como aspiración o amor, en su sentido más lato.
2.1. Mientras esa tensión perdure y la realidad no haya sido
alcanzada, lo que sentimos, con más o menos inquietud —que depende
de circunstancias variadas: modo de ser, estado actual, relevancia para
nosotros del asunto…—, es justamente el deseo.
2.2. Al conseguir lo que anhelábamos, la respuesta de nuestra
tendencia se experimenta o vivencia como gozo, deleite, placer, etc.: es
decir, como deseo, pero colmado y, en tal sentido, como no mero deseo
sino deseo-ya-logrado.
Tenemos, así, por ahora, tres sentimientos básicos, correspondientes
a la percepción de tres estados distintos de la inclinación hacia el bien:
la aspiración, que se manifiesta como deseo, o como gozo.

El «mecanismo» básico-básico

92
Ateniéndonos a lo que de hecho ocurre, podríamos ya apuntar que
realmente se trata de solo dos sentimientos (deseo y gozo) y de algo
común a ambos, la aspiración… que prácticamente nunca puede
encontrarse aislada, sino siempre según una de las dos modalidades
anteriores.
Con otras palabras: la aspiración sin más —ni sin cumplir ni cumplida
— es solo una abstracción, y por eso no debe enumerarse entre los
sentimientos primarios reales.
Lo que efectivamente existe es:
1. La inclinación sin haber alcanzado su objetivo, a la que
llamamos deseo.
2. Esa misma aspiración, ya colmada, que denominamos gozo
(algunos restringen el uso de gozo —gaudium— para el deleite
espiritual más pleno)… y todos los estados intermedios o combinación
de ambos extremos75.

Entre las realidades que componen el mundo, unas nos


resultan beneficiosas, mientras que otras se nos
presentan como dañinas

Otros tres sentimientos derivados del «amor»

Pero en bastantes ocasiones el bien que es objeto de nuestra


tendencia no puede lograrse de manera inmediata, porque algo o
alguien nos lo impide. Ese obstáculo se nos presenta entonces como
malo, como una realidad que debe ser eliminada, rebasada o vadeada.
1. Pues bien, el sentimiento generado por ese mal es el odio o
rechazo, en la acepción más amplia de estos vocablos, que reviste la
forma de aversión cuando el estorbo está todavía lejos, ausente, y que
provoca tristeza o dolor cuando, de forma efectiva, ese mal está
presente e impide que poseamos y nos deleitemos en el bien deseado.
(Aversión: no quiero ver a esa persona, asistir a esa reunión…;
tristeza: me ha sido imposible evitar esas situaciones, estoy pasándolo
mal y deseando que se acaben).
75
A veces se llama amor a la simple complacencia que experimentamos al conocer
una realidad; así entendido, más que una abstracción, el amor sería el componente
primario tanto del deseo como del gozo, que resulta siempre matizado o coloreado por
uno por otro.
Es lo que recoge esta cita: «Ahora bien, el proceso afectivo de tendencia hacia el
bien consiste en que “un agente natural produce un doble efecto en el paciente, pues
primero le da una forma (amor) y luego el movimiento consiguiente a ella (deseo) […]
el objeto del apetito le da a este, desde un principio, una cierta adaptación para con
él, que es la complacencia en el objeto, de la cual se sigue el movimiento hacia él. El
movimiento del apetito se desarrolla en círculo” [TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I-
II, q. 26, a 2]» (ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona,
2005, p. 34).
93
Por acudir a un ejemplo relativamente común, un joven que siente
atracción ante una chica puede ver dificultada la posibilidad de
abordarla y entablar amistad con ella por varios motivos, unos de orden
interno y otros de carácter externo:
1.1. Entre los primeros, por una suerte de timidez que hace
problemático su trato con las personas del otro sexo.
1.2. Entre los segundos, el hecho de que la chica vaya siempre
acompañada por un conjunto de amigas, de las que difícilmente se
separa, o por su padre.
2. Ante estos dos tipos de trabas, nuestro joven sentirá rechazo
u odio, dando a este vocablo el sentido amplísimo que estoy utilizando:
es decir —pues el término odio reviste hoy unas connotaciones mucho
más fuertes que las que aquí quiero expresar—, deseará con todas sus
fuerzas que tales impedimentos desaparezcan y, dentro de sus
posibilidades, pondrá los medios para eliminarlos o sortearlos: los
rechazará.
2.1. Ese odio suele llamarse aversión mientras el chico está
dudando si abordar o no a la muchacha o ya lo ha decidido pero no
intentado, esto es, cuando todavía los obstáculos solo amenazan, pero
ni han sido superados ni han hecho que fracase en su propósito.
2.2. Por el contrario, la aversión se transformaría en tristeza o
dolor, en la acepción también amplia de este término, si la timidez o los
impedimentos generados por los acompañantes fueran de tal grado
que, al acercarse a la chica, de hecho no lograra dirigirle la palabra ni,
como consecuencia, iniciar ningún tipo de relación con ella.
Una vez más, esta situación en apariencia tan simple resulta por fuer-
za más compleja: y los sentimientos se superpondrán y/o alternarán,
por decir algo, mientras nuestro protagonista delibera sobre el mejor
modo de hacerse el encontradizo con la chica, ensaye lo que le dirá
cuando se la tope… y en función de que se vaya viendo más o menos
apto y capaz de lograr su propósito, incluso cuando las circunstancias
externas no varíen, sino solo la percepción que tiene de sí mismo.
3. Con lo que los sentimientos primarios de aspiración, deseo y
gozo se verían ahora completados por otros tres, de signo
estrictamente contrario: rechazo, aversión y tristeza o dolor.
También en este caso, y con puntualizaciones similares a las que
realicé respecto al amor, realmente se dan solo dos sentimientos:
3.1. Aversión o repudio, cuando todavía no se ha puesto
medio alguno para eliminar los obstáculos.
3.2. Tristeza, cuando ya se han procurado suprimir, pero sin
éxito.

94
El obstáculo que nos impide alcanzar un bien se
transforma, por ese mismo motivo, en un mal

Sentimientos derivados

Aunque es fácil advertirlo con solo reflexionar un poco, quiero dejar


claro que los tres sentimientos fundamentales enunciados en segundo
lugar, los negativos, se derivan realmente de los anteriores, por
oposición, y que de ningún modo existirían si aquellos —los que llamaré
básicos— no se dieran.
Por ejemplo, la timidez (mal) no sería problema para nadie si esa
persona no tuviera nunca que relacionarse con otras (bien).
De hecho, es la dificultad para alternar con otros lo que lleva a
bastantes jóvenes —de manera muy particular en ciertos países— a
construir un mundo alternativo con el ordenador, donde todo parece
funcionar más fácilmente… a costa, ¡nada menos!, que de la realidad
realmente real.
1. Con lo que queda claro que algo es malo, según afirman los
clásicos, por cuanto impide o se opone a un bien o lo ahoga o deshace.
2. Por consiguiente, el odio o rechazo, sentimiento primordial de
la esfera negativa, depende o se deriva del amor o aspiración, su
simétrico en la afirmativa: rechazamos el mal que estorba la
consecución o la permanencia en la posesión del bien amado o deseado.
Como escribe Bossuet:
El odio que se experimenta contra cualquier cosa procede tan solo del
amor que se siente por otra; odio a la enfermedad tan solo porque amo la
salud76.

Espero que ahora se entienda mejor por qué, cuando propuse un


primer y elemental modelo de emoción o afecto, acudí a un ejemplo
positivo: todo lo que resulta de percibir un bien por el que uno se siente
con-movido y trans-formado.

Lo afirmativo es siempre anterior a lo negativo

Dos sentimientos más

El bien que dispara una tendencia puede ser difícil de conseguir.


En tal supuesto, se tratará siempre de una realidad ausente o futura:
pues, por muy complicado que nos resulte lograr algo, cuando ya lo
poseemos desaparece su carácter penoso o arduo; de acuerdo con el

76
BOSSUET, Tratado del conocimiento de Dios y de sí mismo, c. I. Cit. por SCHELER,
Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 67.
95
dicho inmemorial, cuando la madre ha dado a luz, la presencia del niño
le hace olvidar las molestias y dolores del embarazo y del parto.
(Esas molestias pueden perdurar en el recuerdo, aunque parece que
no es muy común, y de ahí el famoso fragmento de Manrique que
sostiene «cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue
mejor». En realidad, hoy día da la impresión de todo lo contrario:
especialmente a partir de cierta edad, bastantes personas se empeñan
en recordar y resaltar tan solo lo negativo de su vida; aunque la causa
es más profunda, puede decirse que no han aprendido a percibir cuanto
de maravilloso ofrece la vida a quien sabe apreciarlo).
1. En todo caso, si el bien ausente nos parece posible de lograr,
aun en medio de las dificultades, surge un sentimiento de esperanza,
con todas las emociones que suelen enriquecerla.
2. Al contrario, si se nos presenta como imposible, da origen a la
desesperanza o, si esta es muy fuerte, a la desesperación.
La consecución de un título universitario o de un máster, que la
mayoría de los jóvenes actuales consideran como algo positivo, por
cuanto en principio les abrirá un más fácil acceso al mundo laboral y a
la remuneración que lleva unida, se presenta de ordinario difícil de
conseguir, aunque no fuera más que por la necesidad de mantener el
esfuerzo continuado de la presencia más o menos activa en la
Universidad durante cuatro, cinco o más años, en el primer caso, y
durante uno o dos, por lo normal con alto costo económico, en el
segundo.
De todos modos, a la mayoría de las personas, la conquista de esos
títulos se les antoja posible: en consecuencia, inician la carrera o el
máster con la esperanza de llevarlos a cumplimiento; y mientras esa
esperanza siga viva, los problemas que vayan surgiendo resultarán
relativamente fáciles de sobrellevar.
Por el contrario, si a medida que avanzan los meses o incluso los
años, uno fuera descubriendo que las materias que debe aprobar son
inasequibles para su aptitud intelectual o su capacidad de esfuerzo, o
que el tiempo que puede consagrar al estudio es excesivamente escaso,
le irá embargando un sentimiento de desesperanza, que se
transformará en desesperación en la proporción exacta en que la meta
se vaya mostrando más lejana o imposible y el chico o la joven tuvieran
más necesidad de lograr esos títulos.
Y algo similar puede decirse de otras actividades más arduas y
duraderas, como adquirir la capacidad de sonreír habitualmente incluso
a quien nos ofende; la de escuchar con paciencia y atención a quien lo
solicita, estar pendiente de lo que necesitan quienes nos rodean, vencer
la propia pereza, y un extenso y múltiple etcétera, en el que cuaja la
grandeza humana de cualquier varón o mujer.

96
Ante un bien ausente, los sentimientos posibles son, pues, dos: la es-
peranza y la desesperación… que vienen a sumarse a los seis
sentimientos ya conocidos: aspiración, deseo y gozo; rechazo, aversión
y tristeza; o, si apelamos a la reducción que he esbozado teniendo en
cuenta la situación real, se añadirían a los cuatro sentimientos
enumerados: deseo y gozo, aversión y tristeza.

Ante un bien ausente, los sentimientos posibles son la


esperanza y la desesperación

Y los tres últimos

Mas en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas, cuesta


alcanzar un determinado bien porque existen algunos males que
dificultan o impiden su consecución.
En los primeros ejemplos anteriores, las amigas o el padre de la
chica, si la relación consiguiera iniciarse y siguiera adelante, o el
profesor de una determinada asignatura, un auténtico hueso, que se
convierte en la barrera más importante para superar una carrera.
1. Ante ese mal presente se alza en nosotros un sentimiento de
ira o cólera, que nos impulsa a eliminarlo, aunque no siempre con
violencia.
2. Pero también puede tratarse de un mal que no se halla
actualmente presente —y en ese sentido, constituye un mal ausente o
futuro—, frente al que cabe adoptar dos actitudes, en función tanto de
nuestro propio vigor como de la categoría del obstáculo.
2.1. Si nos consideramos capaces de vencerlo, nos veremos
animados de un ímpetu que expansiona nuestro ser y nuestro empuje,
y que recibe el nombre de audacia o, aunque es menos propio, el de
valentía.
2.2. En el otro extremo, si el mal que nos amenaza a cierta
distancia parece superar las fuerzas disponibles, la reacción sentimental
será alejarnos de él, en la misma medida en que lo percibamos como
indestructible: y a esto se denomina temor o, con la misma salvedad de
antes, cobardía.

A modo de «corchetes»

[Entre corchetes, aunque me resisto a omitirlo, porque me parece


relevante: nuestra vida cotidiana se simplificaría enormemente si
tomáramos conciencia de que, desde el punto de vista que nos ocupa,
lo mejor del tiempo es que pasa.
Lo cual, en mi opinión, trae al menos dos consecuencias:

97
1. No es lógico, aunque sí bastante habitual y comprensible,
que compliquemos el presente amontonando en él el pasado y el futuro.
El mal que hoy nos aqueja se ve entonces incrementado por:
1.1. Los pesares pretéritos, que no podemos hacer que no
hayan sucedido, pero de los que deberíamos habernos liberado… y tal
vez solo persisten por nuestro empeño en rememorarlos.
1.2. Y por los futuros, que en realidad ni siquiera sabemos si
llegarán a cobrar vida y, en cualquier caso, ahora no tienen por qué
afectarnos. No los podemos superar, porque sencillamente no existen y
porque no tenemos —¡en el presente!— los medios para vencerlos: ¿có-
mo derrotar a lo que aún no existe y tal vez nunca existirá? Ni, menos
aún, ahora nos producirán el más mínimo perjuicio… si no cedemos a la
tentación de adelantarlos.
1.3. Y, en este sentido, es signo de honda sabiduría vivir só-
lo el-y-en-el presente.
2. A veces, la solución para nuestros problemas consiste
simplemente en tener paciencia y esperar que el tiempo pase, ya que
ineluctablemente lo hace.
Por eso, una magnífica terapia ante el miedo consiste en no anticipar
los problemas ni intentar resolverlos antes de que surjan; porque, en el
caso de que más tarde lleguen a presentarse, será entonces —nunca
antes— cuando podremos darle solución.
De ahí que a veces se diga, y no es una salida de tono, que los
peores problemas son los que… nunca llegan a existir: los que nos
imaginamos y anticipamos.
Un paso más, en el mismo sentido, lo aconsejan estas palabras de Pi-
thod, en las que late la mejor receta humana contra la mayoría de
nuestros males: el buen humor de quien sabe no tomarse a sí mismo
demasiado en serio.
Le transmito mi convicción: No luche con sus fantasmas, ignórelos. A
fuerza de no buscar ser feliz, de no querer disfrutar como las personas
normales de los buenos momentos, a fuerza de oponer todo su poder de
resistencia, podrá colocarse por encima de sus miedos, obsesiones y
fobias, aunque persistan, y ser Ud. mismo extraño a tan fieros vecinos. Si
le aterroriza hablar en público, ofrézcase para hacerlo; si teme que Ud.
será el único en la fiesta que no gozará de ella, concurra, se sentirá mejor
si no antes al menos durante y después, y quizá logre aparecer animado,
cosa que le hará bien a Ud. y a los otros. Riendo exteriormente uno
combate la tristeza, llorando se terminará sintiendo dolor. Mate sus
fantasmas con el humor. Aprenda chistes, dígalos, bromee, póngase en
ridículo (solo le pasará alguna vez y verá que no es tan terrible). En fin,
ríase de sí mismo 77.]

77
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 101.
98
Es muy oportuno no anticipar los problemas ni intentar
resolverlos antes de que surjan

Resumen

De tal suerte, los once sentimientos fundamentales que modulan y


dan tono a la vida de una persona serían:
1. Ante un bien considerado en general, aspiración.
2. Si el bien aún no se posee, deseo.
3. Y si el bien ya se ha conseguido, gozo.
A estos tres, y de manera particular al amor o aspiración, los
denomino sentimientos fundamentales básicos o primarios.
4. Ante un mal, también en general, rechazo.
5. Aversión, si el mal está ausente.
6. Y dolor o tristeza, si ya se ha hecho presente y resulta
insuperable.
7. Ante un bien arduo, pero que suponemos asequible, esperanza.
8. Y desesperación, si nos sentimos incapaces de conquistarlo.
9. Ante un mal difícil de vencer, ira, si el mal está presente.
10. Audacia, si el mal es poderoso pero lo advertimos superable.
11. Y temor, si el obstáculo resulta tan fuerte que pensamos que
no lo podremos eliminar o eludir.

En esquema: aspiración, deseo, gozo;


rechazo, aversión, dolor;
— esperanza, desesperación,
ira, audacia, temor.

De nuevo observo que, realmente, la aspiración, el rechazo, la «—» y


la ira es muy difícil, casi imposible, que se den como tales, aislados o en
estado puro; más bien se presentarán como deseo o gozo, como
aversión o dolor, como esperanza o desesperación y como audacia o
temor… mezclados o contaminados, además, unos con otros: deseo de
un bien con aversión al estorbo que lo dificulta, esperanza de alcanzarlo
y audacia, porque uno se considera capaz de lograrlo, superando esa
barrera, y un sinfín de combinaciones.

Addenda
99
Y con un añadido clave:
Si queremos hacernos mínimamente cargo de la variedad sin fin de
nuestros sentimientos —que enseguida abordaré—, habría que aplicar
todo lo visto y todo cuanto a partir de este momento se estudie a cada
uno de los apetitos o afanes particulares-y-concretos que pueden surgir
en nuestra vida, tanto en los dominios sensibles como psíquicos y
propiamente espirituales, como, sobre todo, en la conjunción de las tres
esferas.
1. Particulares: referir todo lo enunciado no tanto al afán de
comer, sino al de probar alimentos dulces o salados, fuertes o
delicados, enjundiosos o magros…; al deseo de bebidas alcohólicas o
no, frescas o del tiempo, con o sin gas…; al anhelo de saber puro (o
teorético) o al de conocer las aplicaciones prácticas de una doctrina; a
la decisión de superar cada uno de nuestros defectos o de alcanzar esta
o esa o aquella otra particular virtud…
2. Y concretos (según la etimología al uso, con-creto provendría
de quasi congregatum, como fruto de la unión de distintos elementos):
referirlo no exclusivamente al deseo de probar un particular alimento
para saciar el hambre o gozar sensiblemente de su gusto, sino para
conocer en su acepción más honda una de las manifestaciones
características de determinada cultura (su gastronomía, en la que a
menudo cristaliza la historia y las circunstancias de un pueblo); ni
tampoco a la contemplación de un monumento arcaico por el placer
estético que nos produce y recrearnos en la armonía del cosmos y de
las labores humanas, sino, de nuevo, para saber, además-y-en-unión-
con-ello, cómo trabajaban las personas de aquellos tiempos y lo que así
pueda inferirse respecto al modo de organizarse…
Y así hasta el agotamiento… si es que ese agotamiento no se ha
hecho ya presente, ¡con harto dolor de mi corazón!

Ayuda para la reflexión personal

 Aunque lo expuesto hasta ahora es excesivamente simple —e


incluso simplón—, no estaría de más que intentaras ir situando tus
distintas emociones o sentimientos dentro del esquema elemental que te
he dibujado. En concreto:
 Averigua qué emociones de las más habituales cuadran mejor con la
estructura sugerida.
 Cuáles, por el contrario, te parece imposible situar en ese esquema.
 Si es el caso, describe una emoción derivada y expón de cuál o
cuáles otras nace.
 Cuando ya no aguantes más, cambia el enfoque, e intenta discernir
entre cosas que te pasan o que sientes y que sí pueden relacionarse con
lo que acabo de exponer y otras que ni con calzador tienen cabida en lo
que estamos viendo.
100
 Por más que llegues a resultados disparatados, o que te dé la
impresión de que no avanzas, el esfuerzo hará nacer —tarde o temprano
— frutos de conocimiento propio y del ser humano en general.

2. La riqueza del mundo afectivo

En este caso, me salto la norma habitual. Lo que he expuesto como Ayuda


para la reflexión puede muy bien servirte de introducción a lo que viene
ahora.

Ampliando el panorama

Soy consciente de que, por encima de los cuatro o cinco últimos


párrafos, la clasificación recién esbozada puede parecer excesivamente
sencilla e incluso ingenua y que en efecto lo es; o, mejor, resulta
verdadera, aunque esquemática y básica, fundamental.
Pero esa misma simplicidad facilita su comprensión y nos servirá de
ayuda a la hora de elaborarla ulteriormente y de examinar la propia
vida.
Si comenzamos con el segundo paso, en cuanto echamos una mirada
a nuestro interior advertimos una vez más, antes que nada, que:
1. Ninguno de los sentimientos fundamentales, enunciados hasta
el momento con una sola palabra, se da en estado puro.
Aunque indirecta, una clara corroboración de esta experiencia nos la
ofrece el panorama de los términos afectivos que presenta cualquier
diccionario medianamente pasable.
En él encontraríamos, acompañando a las expresiones de los afectos
no contaminados que acabo de enumerar, un elenco casi inabarcable de
voces relacionadas con ellos.
1.1. Por ejemplo, junto a los vocablos amor-aspiración,
deseo y gozo (reunidos los tres en la primera línea como núcleo del que
dimana la entera vida afectiva), podríamos colocar, entre otros, los de
cariño, ternura, simpatía, querencia, atracción, adoración, cordialidad,
interés, ansia, afán, apetencia, ambición, ilusión, pasión, anhelo,
afición, codicia, placer, complacencia, alegría, contento, felicidad,
regocijo, júbilo, satisfacción, agrado, consuelo, dicha...
1.2. Al lado de la aversión y el odio irían, por ejemplo, la
abominación, la repugnancia, el resentimiento, el resquemor, el rencor,
la manía, el aborrecimiento, la envidia, la inquina, el desprecio, la fobia,
la incompatibilidad, la antipatía, la ojeriza, el encono, la hostilidad, la
prevención, el asco, la aprensión, el escrúpulo, la repulsión, la
malquerencia, el sufrimiento, la aflicción, el daño, la tristeza, la
angustia, la amargura, la congoja, la pena, la compunción, la
desolación, la incomodidad, el disgusto, la pesadumbre, la desventura...
101
1.3. A su vez, las palabras esperanza y desesperación se
verían flanqueadas por otras como confianza, fe, seguridad,
tranquilidad, certeza, paciencia, optimismo, euforia, entusiasmo, brío,
aliento, desesperanza, desmoralización, descorazonamiento, decepción,
despecho, impotencia, pesimismo, desfallecimiento, desilusión,
consternación, impaciencia, desencanto... y así podríamos continuar.
2. Probablemente, el significado preciso de cada una de estas
palabras no solo se escape a alguno de los lectores y a quien escribe
estas líneas, sino que cabe que ni siquiera esté en sí del todo
determinado (no olvidemos que una de las notas más características de
los afectos es su falta de claridad y distinción, que deja también su
huella en el lenguaje… incrementando la ambigüedad positivo-negativa
que este ya tiene de suyo).
2.1. Por eso es posible que, según las circunstancias,
utilicemos de manera indiferente uno u otro término.
2.2. Pero, en todo caso, ofrecen una idea bastante adecuada
de la riqueza de la vida afectiva, que rebasa por todas partes el análisis
simplificador, aunque no falso, que hace unos momentos bosquejé.

Ningún sentimiento se da en estado puro

Sentimientos complejos…

¿De dónde deriva esta abundancia?


1. Antes que nada, del juego y entrecruzamiento de las distintas
tendencias. Esto es, del hecho ya recordado de que jamás operan
aisladas, sino en unión más o menos explícita con otras pulsiones y con
los sentimientos que de unas y otras se derivan… y con muchas
realidades más: en fin de cuentas, la persona íntegra —pasado,
presente y perspectivas de futuro—, a la que después me referiré.
1.1. En efecto, resulta muy difícil encontrar a alguien que, en
un particular momento de su vida, solo se halle afectado por uno de los
denominados sentimientos puros o fundamentales.
1.2. De lo que sí puede hablarse, y es lo que se trataría de
determinar, es de sentimiento o sentimientos dominantes, que, si se
tornan estables, desembocarían, a su vez, en un estado de ánimo e
incluso en un carácter: bonachón, complaciente, agrio, exaltado… o con
terminología más compleja y técnica, que ahora no hace al caso; pero
no de sentimiento exclusivo.
2. Resulta muy problemático que, entre la multiplicidad de
factores que componen el tono vital de una persona en un momento
dado, no figuren simultáneamente más de una realidad (anhelada o
presente) calificable como bien y más de una de las que pueden
considerarse males; y, además —y estimo que, mejor o peor, cada cual
102
puede hacerse cargo de lo que esto implica—, de bienes o males
particulares y concretos:
2.1 Y así, la ilusión por terminar la carrera o pasar un rato con
la novia o el esposo convive en ocasiones con el pesar por un posible
fracaso en los estudios o, en determinadas coyunturas, con la amenaza
o el presagio de una discusión o de un desaire.
2.2. La alegría por la victoria del equipo favorito o por el
triunfo de un amigo, con cierta envidia hacia este último (así somos, a
veces… ¡y ojalá sea solo a veces!) o, en términos más amplios, y
acudiendo a ámbitos distintos, por la preocupación por la propia figura
corporal, el mal estado de la piel, el modo de vestir… y mil posibilidades
más.
3. La conjunción de esa multiplicidad de bienes y males, junto
con el peso otorgado a cada uno de ellos, su índole de presentes o
ausentes, de superables o insuperables, etc., acabará por definir, en
unión con el propio temperamento y la intervención activa de la
inteligencia y de la voluntad y de la conducta derivada de ellas, el tono
emotivo de una persona durante períodos más o menos largos de su
existencia y, hasta cierto punto, durante toda su vida.

Las tendencias se entrecruzan e interactúan entre sí y


con el conjunto de circunstancias de la vida de una
persona, entre las que el papel primordial lo desempeña
el desarrollo y el ejercicio de su libertad

Porque complejo es el hombre

En este sentido, subraya Lersch que:


… la conducta objetiva de un hombre no sería referible, muchas veces, a
una sola tendencia, sino que representaría un haz, un complejo, una
mezcla de varias. Lo mismo puede decirse de las emociones. Lo que en las
distintas situaciones de la vida experimentamos emocionalmente es casi
siempre una mezcla de diversas tonalidades afectivas. Así, en la tristeza
resuena el movimiento afectivo del dolor, en el amor el de la alegría, en el
resentimiento el del fastidio, en la envidia el del resentimiento 78.

Y, con más vigor y desenfado, de nuevo Gadda:


El hombre es fisiología, es religio, es movimiento, es ser, es patria, es sí
mismo, es los otros, es viajar a Roma, es engendrar, es tener hermanos,
es tener madre, y la madre es en la madre de la madre, etc., y todo
interactúa en un ovillo indescriptible de relaciones. Por consiguiente, cada
aspecto (o atributo, en términos de Spinoza) del sistema-síntesis yo posee
su devenir y su ser; y sus relaciones de equilibrio ser-devenir, es decir, sus
sentimientos elementales. Y la suma geométrica o resultante de estos
infinitos subsistemas constituye el sentimiento79.

78
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
79
GADDA, Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino, 1974, p. 238.
103
Para añadir:
Con otras palabras, a la persona humana (que nosotros estudiamos de
forma abstracta…) le corresponden múltiples tensiones o impulsos y el
sentimiento no puede referirse a un único tender o impulso, sino a una
suma de ellos80.

… y todo interactúa en un ovillo indescriptible de


relaciones

3. Reducción de la afectividad a su raíz primigenia

Para llegar hasta el origen

Es evidente que estamos ante una situación enmarañada, que no


he hecho sino insinuar.
Con todo, antes de proseguir me gustaría dejar claro que la
intervención de más de un sentimiento no es solo algo que sucede, por
decirlo así, de una manera coyuntural, porque la existencia se torna
compleja; sino que la mayor parte de las emociones que, dentro de las
fundamentales, cabría calificar como derivadas (las de las tres últimas
líneas de nuestro esquema) solo son posibles porque de antemano se
ha activado una tendencia o atracción primaria o básica (de la línea
inicial de ese cuadro).
Y este es el sentido en el que cabe afirmar que toda la vida afectiva
remite, como a su núcleo y raíz, al primero de los sentimientos de esa
línea inicial, es decir, al amor o aspiración: y, en el hombre, por más
que a veces se desdibuje y no se perciba claramente, al amor al bien en
cuanto tal y, en fin de cuentas, al bien sumo… del que cualquier otro
recibe su cualidad de bien. Más todavía, según insinué, la tendencia
fundamental y básica de la persona no es tanto el amor de deseo,
incluso de ese bien supremo, sino —más hondo y definitivo que él— el
afán de entregar todo lo que uno es, puede y anhela.
Scheler lo reitera en distintas ocasiones, en particular en lo que
afecta a la prioridad decisiva del amor respecto al odio. Y así, sostiene
tajante y subraya:
Odio y amor son, por tanto, ciertamente, comportamientos emocionales
opuestos —de tal suerte que es imposible amar y odiar lo mismo en un
mismo acto respecto del mismo valor—, pero no son, sin embargo, modos
de comportamiento de raíz independiente. Nuestro corazón está
primariamente hecho para amar, no para odiar81.

Para después añadir:

80
GADDA, Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino, 1974, p. 238.
81
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 67-69.
104
El odio es tan solo una reacción contra alguna forma de amor falso. No
es cierto lo que tantas veces se dice a modo de refrán: el que no puede
odiar tampoco puede amar. Lo exacto es más bien lo contrario: el que no
puede amar no puede odiar82.

Philippe lo afirma de modo más directo y positivo:


El amor es connatural al hombre: este ha sido creado para amar y lleva
dentro de sí una aspiración profunda a entregarse83.

Y en nota:
Aunque pocas veces seamos conscientes de ello, la necesidad más
profunda del hombre es sin duda la de entregarse84.

Lo que sucede es que, debido a nuestra limitación constitutiva,


incluso en una situación hipotética en que el afán de entregar y
entregarse a los otros dominara absolutamente, ese mismo anhelo
dinamizaría las tendencias dirigidas a conseguir y desarrollar los bienes
que pretenden otorgarse a quienes se ama… y que uno todavía no
tiene.
Con lo cual no queda eliminada:
1. Ni la afirmación fundamental de que en la persona
supuestamente más madura la aspiración a dar y darse se eleva por
encima de las restantes (e insisto en que esta es quizá la clave de
cuanto estoy exponiendo).
2. Ni que esa misma tendencia primordial activaría las que
persiguen alcanzar ciertos objetivos (si bien para donarlos).
3. Y en esa doble-tendencia (el amor en los dos sentidos a que
me vengo refiriendo) se situaría el origen o raíz de la puesta en marcha
de todos los demás anhelos y sus correspondientes emociones.

Toda la vida afectiva remite, como a su núcleo y raíz, al


amor, ya sea al de deseo, ya, y más hondamente, al de
donación; dos tipos de amor relacionados como acabo
de explicar, pero que no deben confundirse y que, al
término, remiten al más elevado de ellos: el de
donación o entrega

Un caso entre miles

Tomemos, por ejemplo, la desesperanza.


Esta no podría surgir si no existiera de antemano un bien reclamado
por alguna tendencia bajo la forma de aspiración o inclinación, en la
acepción amplia de los términos que aquí estoy utilizando.

82
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, pp. 67-69.
83
PHILIPPE, Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed., 2004, p. 122.
84
PHILIPPE, Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed., 2004, p. 122, nota 15.
105
Solo si nos sentimos impulsados a lograr algo, podremos después,
según un orden de naturaleza, calibrar si nuestras fuerzas son o no las
adecuadas para superar los males que se oponen a ella y, como
consecuencia, en la segunda circunstancia, en que el temor sobrenada
por encima de cualquier otra consideración, caer en la desesperanza.
Una ilustración. El hijo de cirujanos famosos, después de mucho
tiempo de convivir con ellos, podrá sentirse impelido a realizar la
carrera de medicina (aspiración), y comenzarla de hecho. Pero los seis
años de estudios iniciales, más los otros muchos de especialización y de
práctica y los exámenes correspondientes, junto con una aprensión
invencible ante la presencia de la sangre descubierta en un momento
concreto (temor-repugnancia), pueden hacer que, al cabo de tantos
meses de esfuerzo, se rinda a la desesperanza, convencido de que
jamás podrá superar los obstáculos que se interponen entre él y su
deseo.
Por tanto, ningún sentimiento, ni siquiera los calificados como
fundamentales, se encuentra en estado puro: siempre lo vemos ligado a
otros, de signo similar o contrario, de la misma línea —volviendo al
socorrido esquema— o de otra anterior o posterior.
Pero es que, según comenta Lersch y habría que agregar a nuestras
propias observaciones,
… además de estos complejos emocionales, existen también los que el
lenguaje corriente designa como “sentimientos mixtos”85.

A saber, aquellos en que, respecto a una misma realidad, parecen


enfrentarse dos tendencias opuestas, por cuanto esa persona o cosa,
desde un punto de vista se nos presenta como buena o beneficiosa y,
simultáneamente, desde otro, nos parece dañina o perjudicial.
A nuestro padre, pongo por caso, lo advertimos normalmente como
un bien inmenso, que nos proporciona cariño, seguridad, protección,
amistad, experiencia…; pero al mismo tiempo, en ocasiones, podría
repelernos por cuanto nos exige comportamientos y actitudes costosos
e incluso, según nuestro parecer y tal vez en realidad, exagerados e
injustos.
Es lo que apunta Lersch:
Del mismo modo que las tendencias pueden en cada hombre disentir en
diferentes direcciones, también un mismo objeto o una misma situación
provoca a veces sentimientos divergentes. Así pueden hallarse mezclados
la esperanza y el temor, la antipatía y la estimación, el miedo y el amor al
padre, la admiración y la envidia, la satisfacción por la venganza o la ale-
gría ante el daño que el destino ha producido al otro al hacerle una mala
jugada y, al mismo tiempo, la vergüenza de sí mismo por ser capaz de
sentimientos tan bajos86.

85
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
86
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
106
Como cabe imaginar, el número y la variedad de combinaciones que
así cabría obtener solo puede ser superado... por la vida misma.
Y debe tenerse en cuenta que todavía no he traído a colación otros
muchos factores que influyen en el estado de ánimo, crónico o agudo,
que una persona presenta en una temporada o en un momento
concreto.

Así como las tendencias pueden en cada hombre


disentir en diferentes direcciones, también un mismo
objeto o una misma situación provoca a veces
sentimientos divergentes

Ayuda para la reflexión personal

 Esta vez, la reflexión está servida: sólo tienes que ir comparando lo


que hiciste antes de leer el presente apartado, si es que lo hiciste, con lo
que he expuesto en él, y comprobar hasta qué punto concuerdan o no
ambas visiones.
 Luego, sería estupendo que pensaras de qué parte está la razón: si
corresponde a lo que viste sin mi ayuda o lo que ahora sabes «a pesar
de» o gracias a ella.
 Y, por favor, te ruego que me hagas llegar por escrito, y con la
suficiente amplitud y desarrollo, los puntos en los que discrepas de mi
exposición, con el fin de que todos los que lean las versiones posteriores
se aprovechen de nuestro trabajo.
¡Gracias!

4. Los sentimientos y el tiempo

Los últimos esfuerzos… por ahora

¡Alerta!
(Se trata, justo, de seguir avanzando hasta el final de esta parte).
Y, asimismo, existen muchas maneras de leer o estudiar lo que te
propongo. También en estos pasos podrían pasarte desapercibidos ciertos
detalles…, sencillamente porque ya estás un poco-bastante harto.
Por eso te anuncio que, con este último y breve apartado, concluyo lo que
podría denominarse el ascenso cognoscitivo a la afectividad.
Inmediatamente después, con el bagaje conquistado, podremos divisar,
desde la cumbre, el paraje de la vida afectiva, y descubrir algunas de las
claves para hacer el mejor uso de ella.

Tres tipos de sentimientos

107
En concreto, en las páginas que siguen esbozaré algo bastante
obvio, pero sobre lo que vale la pena llamar la atención al menos una
vez en la vida, pues facilita enormemente la comprensión de los
distintos tipos de emociones y afectos, así como los comportamientos
que con ellos se relacionan. A saber:
1. Que los sentimientos varían a lo largo de cualquier itinerario
en busca de un objetivo o en una etapa de crecimiento.
2. Y que cabe establecer una clasificación de las emociones
teniendo en cuenta, precisamente, su relación con el tiempo.
Resumiendo de nuevo en cuatro trazos la génesis de cualquier afecto
humano, habría que comenzar por decir que en su base se encuentran
los distintos apetitos o tendencias, aislados o, con más frecuencia o casi
siempre, en conjunción y mutua interdependencia. Y que es
precisamente la variación en esas tendencias o inclinaciones, así como
la actividad o actividades que desencadenan, lo que provoca los afectos
y emociones en sus muy distintas modalidades.
Expongo, pues, casi como esquema:

1. Sentimientos antecedentes
En primer término, con la captación o la anticipación pensada,
recordada o imaginada de un concreto bien, se despierta la
correspondencia tendencia, originando o, al menos, incoando un deseo.
Semejante deseo adquiere configuraciones propias, a tenor de su
objetivo: desde el hambre, pasando por el ejercicio de la sexualidad,
hasta el afán de ayudar al prójimo, de plasmar artísticamente una idea
o una emoción, de comprender mejor un aspecto de la vida o del
mundo que nos rodea, de hacer del conjunto de nuestra existencia algo
de provecho, que merece la pena ser vivido…
La percepción de ese deseo, incluso solo iniciado, constituye ya un
sentimiento, al menos en germen. Uno advierte que algo está pasando
en él, aunque a veces sea simplemente a modo de inquietud no definida
(in-quietud = no reposo = algo pasa, se mueve en mí).
Podríamos denominarlo sentimiento o emoción antecedente…
respecto a la actividad a la que por lo común dará origen o a la que
inclina, al menos de manera implícita o incoada.

2. Sentimientos concomitantes
Llegados aquí, y de forma más o menos consciente, la persona
en cuestión decide proseguir o no ese impulso, con las mil posibilidades
emotivas que se encuentran aparejadas a todo ello.
En efecto, a partir de este instante sus sentimientos irán variando,
por ejemplo:

108
2.1. Conforme se advierta o no capacitado para salir airoso de
la empresa, en función de las experiencias anteriores o simplemente del
modo cómo en este preciso instante calibre sus fuerzas.
Si se ve impotente para enfrentarse con el problema, podría
experimentar una sensación:
2.2. De nostalgia ante el recuerdo de situaciones similares, en
las que resultó triunfante, acompañada por la serena aceptación de la
incapacidad para superar ahora la prueba… o por la rebelión ante
semejante impotencia.
2.3. De ambición altruista o centrada en sí mismo.
2.4. De espíritu de servicio, de revancha…
Todos estos sentimientos o emociones acompañan al proceso entero
de consecución del objetivo (o al recuerdo de la renuncia a llevarlo a
cabo, mientras permanezca en la memoria), y va adquiriendo
irisaciones, intensidades y modalidades muy diversas en el desarrollo,
más o menos dilatado, del conjunto de actividades, también en función
de los resultados que se vayan obteniendo, del cansancio o la
satisfacción personales, etcétera.
Cabría calificarlos —decía— como sentimientos concomitantes.

3. Sentimientos subsiguientes, consecuentes o finales


Supuesto que se decida dar pábulo al deseo inicial y se hayan
puesto los medios para lograr lo que se anhela, el resultado puede ser,
en esencia, doble.
Si se consigue lo deseado, o mientras se va acercando a ello, surgen
asimismo multitud de posibilidades, emotivas y de acción:
3.1. La satisfacción noble y proporcionada al éxito, que de
inmediato da paso a la siguiente actividad.
3.2. El recreo excesivo en lo ya obtenido, reforzado,
disminuido o malogrado por el reconocimiento de quienes nos rodean o
por su ausencia.
3.3. Un sentimiento, correcto o no, de insatisfacción: porque lo
podríamos haber hecho mejor, porque es poco para lo que uno pensaba
y los demás se merecen…
3.4. … y cientos de posibilidades más.
Por el contrario, si no se logra lo que se perseguía, en general
sobreviene cierto desencanto, que puede cristalizar negativamente o
transformarse en ocasión de desarrollo y maduración personal.
Como apuntaba, a este género de sentimientos, nacidos como
resultado terminal de nuestras actividades para alcanzar un bien,
podríamos denominarlos finales o subsiguientes.

109
En cierto modo, las emociones o estados de ánimo subsiguientes son
los más decisivos en la vida de un ser humano; y, en particular, los que
más mueven a las personas a obrar de un modo u otro o a no actuar en
absoluto. Por experiencia, cada quien va sabiendo lo que muy
probablemente experimentará según responda o no a la inclinación
inicial que se ha desencadenado; y el deseo o el rechazo de ese estado
terminal, según que le haga sentirse bien o mal, lleva con frecuencia a
comportarse de un modo u otro.

Los sentimientos que acompañan a la consecución de


un bien relativamente complejo pueden agruparse bajo
tres denominaciones: antecedentes, concomitantes y
subsiguientes

Capacidad de soportar y superar la frustración

Para terminar, me gustaría advertir que nos encontramos ante uno


de los puntos-clave de la educación de la afectividad en la época
presente… y de la felicidad o infelicidad de nuestros contemporáneos.
1. El resultado emocional de un fracaso, en un contexto
cultural de competitividad no controlada, puede marcar hondamente,
para bien o para mal, a la persona que lo experimenta.
2. Esto depende, en gran medida, de nuestra actitud ante él;
o, siendo más explícitos, de la menor o mayor capacidad para encajarlo,
así como para afrontar las contrariedades, el simple rechazo del propio
punto de vista u opinión…
Todo lo anterior se sitúa dentro de un amplio horizonte, en el que
caben:
2.1. Desde la comprensión de que los obstáculos forman
parte ineludible de la vida humana y constituyen ocasiones de
crecimiento interior…
2.2. … hasta la necesidad absoluta de afirmación ante los
otros, que convierte esos aparentes descalabros en depresiones más o
menos profundas o pasajeras, en desencanto ante la propia existencia,
en envidias y rencores, etc.
Así lo explica Lukas:
… lo que la vida nos ofrece es irrelevante: alegría o dolor, afecto o
rechazo, elogio o crítica. Lo relevante es siempre nuestra forma de
reaccionar a todo esto y lo que sale de nosotros. Lo esencial es la
respuesta que damos a un suceso, ya sea este edificante o decepcionante;
una respuesta que nosotros mismos debemos determinar y de la que
debemos responsabilizarnos. Nadie se “hunde” solo por una frustración,
pero mucha gente con reacciones negativas a las frustraciones cae en

110
desgracia porque […] da continuidad a un contrasentido en vez de
afrontarlo con sensatez87.

Y añade:
El hombre, la humanidad, no puede vivir sin una orientación hacia unos
ideales, pero esto es precisamente lo que crea tensión. Hay que poder
luchar, hay que poder esperar, es decir, se hace necesaria una tolerancia
de la frustración y esa tolerancia debe ser educada. Pero la educación
actual, preocupada ante todo por minimizar la tensión, hace que uno se
acostumbre directamente a una intolerancia de la frustración, una especie
de, si se me permite, debilidad inmunológica de la psique 88.

La capacidad para sobreponerse a las frustraciones


constituye un elemento de gran relieve para asegurar la
salud mental en el mundo de hoy

5. Los «metasentimientos»

¿Y encima… esto?

Para compensarte, te libero del rollo de otras veces.


Y, además, comienzo con una petición de perdón.

Las connotaciones afectivas

Pido excusas por el empleo de un término tan poco usual como


metasentimiento, pero estimo que manifiesta correctamente lo que
quiere expresarse con él.
Por otro lado, se trata de un elemento clave en la vida afectiva de
una persona; de algo que, aunque relacionado con lo ya visto, merece
un tratamiento aparte, por la función que desempeña en el dinamismo
interior de todo ser humano.
Lo señala con acierto Castilla del Pino:
Estas connotaciones que aparecen tras las del primer nivel, proceden de
un punto de gran interés sobre el que sólo de pasada se ha llamado la
atención en los tratados de psico(pato)logía. Me refiero al hecho de que la
conciencia del sentimiento depara en ocasiones un metasentimiento. Así,
por ejemplo, surgen autosatisfacciones o autorreproches inherentes al
hecho de experimentar sentimientos que consideramos dignos o indignos.
Los sentimientos de primer nivel son ahora el objeto (un objeto interno)
sobre el cual experimentamos un sentimiento. Nos alegra el mal que
padece el sujeto que odiamos, pero nos irrita e incluso nos

87
LUKAS, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 81-82.
88
LUKAS, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
37.
111
autodespreciamos por haber experimentado ese júbilo; y aún más, nos
perturba su necesidad de ocultación, el que hayamos de mentir negando
haberlo vivido89.

En definitiva, se trata de algo que cada cual experimenta multitud de


veces en su vida y que puede hacerlo consciente con solo reflexionar un
poco. Como un elemento imprescindible de cualquier sentimiento es que
sea percibido, su advertencia no nos deja indiferentes, sino que puede
provocar en nosotros una nueva reacción emocional, lo mismo que
cualquier otra realidad conocida.
Ese nuevo sentimiento, surgido precisamente de la captación del
precedente, recibe por lo mismo el nombre de metasentimiento o meta-
sentimiento.

El sentimiento surgido como reacción interior a un


sentimiento previo se denomina metasentimiento

¿Por qué?

Más aún, como lo propio de todo sentimiento es que el sujeto se


sienta implicado para bien o para mal, su percepción incide con vigoroso
ímpetu en quien lo experimenta, en particular cuando el sentimiento
inicial es muy fuerte y ensalza o pone en peligro la imagen de sí mismo
que una persona tiene90.
En este sentido, son típicos los metasentimientos de vergüenza o
culpa por «haber sido capaz de»… una concreta emoción negativa:
envidia hacia un buen amigo, odio temporal hacia la persona amada,
miedo a enfrentarse con una situación en la que están en juego valores
muy apreciados, etc.91
Por otro lado, no es infrecuente que, en estos últimos casos, la
persona oponga cierta resistencia a reconocer o asumir como propio el
sentimiento que no debería estar experimentando o haber
experimentado, con los consiguientes posibles conflictos internos.
Al respecto sostiene de nuevo Castilla del Pino:
Ese malestar difuso, anterior al desvelamiento de las motivaciones, es el
efecto-bucle de una relación, que se niega a aceptar, con el objeto. Porque
el problema no es solo el «reconocer» el sentimiento indeseado que ahora
se experimenta, sino el hecho de que los motivos del mismo suponen una
amenaza a la homeostasis interna, hasta entonces mantenida en precario
gracias a la resistencia a saber, y la sustitución por el temido y angustioso
desequilibrio92.

89
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 108.
90
Cfr. CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona,
2ª ed., 2003, pp. 31-32.
91
Cfr. CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona,
2ª ed., 2003, p. 32.
112
Y añade:
El metasentimiento (no en balde surge tras la experiencia emocional
reprobable) aparece como un mecanismo autorregulador, preventivo de un
«error» en el sistema que impide su funcionamiento correcto. Pensemos en
casos en los cuales se da un sentimiento de culpa ante un hecho cometido
e insubsanable, por ejemplo, con un padre fallecido. La culpa, entonces, es
un metasentimiento capaz de precaverle de que situaciones semejantes se
reiteren, sin la pretensión de recuperar una vinculación con el objeto ya
desaparecido y por tanto imposible. La anormalidad de los
metasentimientos estriba en que no sólo no sirven para función que
debieran sino que perpetúan el problema con un bucle vicioso. El sujeto,
prendido en la relación circular con ese objeto, queda impedido para el
logro de otras vinculaciones. Ejemplo de ello lo tenemos en la fobia. La
fobia es un miedo ante un objeto. La relación con el objeto tiene,
efectivamente, unas probabilidades de riesgo. El miedo convierte al objeto
en un peligro cierto, porque en el fóbico no se trata ya del miedo al objeto
propiamente dicho, sino del miedo al miedo a lo que pueda pasar. Por eso,
es frecuente que la fobia, que se inicia como una fobia concreta, con la cual
hasta se podría contemporizar, se extienda hasta hacer del entorno un
entorno fóbico. La forma que el fóbico elige para eludir el miedo es la
evitación del objeto. Aparece la conducta contrafóbica. En la medida en que
la fobia limita el espacio de sus actuaciones —hay objetos, además,
inevitables—, el sujeto se irrita frente al miedo que le atenaza, sin
enfrentarse no obstante al objeto del miedo. Más tarde, cuando la situación
se encroniza, se irrita consigo mismo en tanto incapaz de vencer el miedo,
limitado en sus posibilidades de actuación, ridículo ante los demás y ante sí
mismo. Pero el sentimiento de autodesprecio no cumple el cometido de
sobreponerse del miedo al objeto fóbico inicial93.

El metasentimiento suele originar conflictos internos


cuando el sentimiento del que deriva no es reconocido
por el sujeto

Normales y no tan normales

No es necesario añadir que hay metasentimientos justificados, que


exigen que el sujeto rectifique…
1. Si es posible, el comportamiento o la situación que está en su
base.
2. Y, cuando esto no es hacedero, la actitud interior, oponiendo
un acto de voluntad real al sentimiento errado, aunque tal acto, en
lugar de eliminarlo, se limite a sobreponerse a dicho sentimiento.
Por ejemplo, cuando experimentamos envidia ante el triunfo
profesional de un amigo, hemos de querer voluntariamente, con todo el
vigor de que seamos capaces, semejante éxito… y no preocuparnos en

92
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 115
93
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, p. 33.
113
absoluto si ese acto de voluntad no es suficiente para transformar
nuestra envidia en alegría.
Existen personas, sin embargo, incapaces de abandonar su mundo
interior, tanto en las circunstancias a que acabo de aludir como en otras
más normales, en las que propiamente no existe nada de lo que
avergonzarse o preocuparse o en las que preocuparse no genera otra
cosa que… el estar cada vez más preocupados.

Terapia

Se trata de un fenómeno común, que ha sido objeto de atención


por todas las escuelas de psicoterapia. En concreto, la que inicia Viktor
Frankl lo califica como hiperreflexión y lo descubre con frecuencia ligado
a una hiperintención o deseo desmesurado e inoportuno de lograr
directamente lo que debería sobrevenir como consecuencia no buscada
de la realización de un determinado bien.
En tales circunstancias, la situación se complica, como expone este
texto, elegido entre muchos posibles:
La felicidad no es solamente el resultado de la plenificación de un
sentido, sino también, en un aspecto más general, es un efecto colateral,
no buscado, de la autotrascendencia.
Por tanto, no puede ser “perseguida”, sino que, antes bien, sobreviene.
Cuanto más aspiramos a la felicidad y al placer, tanto más erramos nuestro
objetivo. Esto se hace más palpable en el placer sexual, siendo
característico del esquema de la sexualidad neurótica el que la gente se
esfuerce directamente para lograr experiencias o realizaciones
(performances) sexuales. Los pacientes masculinos tratan de demostrar su
potencia, y los femeninos, su capacidad de orgasmo. En logoterapia
hablamos de «hiperintención» en este contexto.
Debido a que la hiperintención va a menudo acompañada por lo que
nosotros en logoterapia llamamos «hiperreflexión», o sea, auto-
observación excesiva, resulta que la hiperintención e hiperreflexión juntas
forman todavía otro círculo vicioso —el tercero94.

Lukas alude al tipo de personas proclives a la hiperreflexión, a la par


que ilustra el fenómeno:
La gente que no tiene confianza en sí misma y es psicológicamente
inestable, tiende a hiperreflexionar: presta una exagerada atención a los
detalles. Este “circular alrededor de uno mismo”, es una de las actitudes
más peligrosas e insanas, “el enemigo número uno” de la salud. La
hiperreflexión transforma los pequeños problemas de cada día en
catástrofes, y los obstáculos menores se convierten en insuperables. La
vida de una persona atrapada por la hiperreflexión, se vuelve una
confusión de incontables posibilidades terribles que pueden suceder y son
una carga, aún antes de que efectivamente ocurran95.

94
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 30-32.
95
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 47.
114
El remedio para semejante mal no puede intentarse de manera
directa, procurando no estar atento a sí mismo, pues ese no estar
pendiente es una manera tremendamente efectiva… de seguir girando
alrededor de sí.
Lo único eficaz, por tanto, muy en relación con lo que expuse en pá-
ginas anteriores, es devolver la importancia que efectivamente tiene a
la realidad externa al sujeto: al ser, en fin de cuentas, que en cuanto se
percibe como bueno suele hoy día denominarse valor y, en la escuela
de logoterapia, según sabemos, sentido.
De ahí que añada Lukas:
… la mejor ayuda posible es anclar a los pacientes en una base amplia
de valores que es su responsabilidad descubrir. Irán camino hacia la salud
si pueden sacar de una variedad de valores ofrecida por su profesión,
familia, hobbies, amistades, intereses, experiencias edificantes, tareas
individuales, creencias religiosas, aun sufrimientos para vencer. Esta gama
los protege de la egocentricidad tan ampliamente extendida hoy, cuando
aun la gente saludable se vuelve antisocial y aislada, lo que agobia al
enfermo a través del terrible fenómeno de la hiperreflexión. Los que
persiguen valores y metas positivos, se vuelven espiritualmente vivos,
crecen por encima de sus sí mismos presentes, hacia una realización
interior que se encuentra más allá del placer y el dolor, más cerca de la
“felicidad” que cualquier otra cosa96.

… devolver la importancia que efectivamente tiene al


ser, al valor y al sentido

Más en concreto

La intención paradójica y la derreflexión, dos de las armas


fundamentales de la logoterapia, se basan en este principio.
En relación con la segunda, la que más directamente nos concierne,
escribe Lukas:
La derreflexión […] trata de reavivar el interés en el mundo exterior,
para ayudar a los enfermos a recuperar la salud 97.

Y lo explica con una atractiva imagen:


En la última sesión del grupo les conté una leyenda india, para enfatizar
la importancia de la derreflexión. Un día, un perro deambuló en una casa
de espejos. A dondequiera que dirigiera la vista, se veía a sí mismo. Lo
irritaban tanto los perros, que enseñó los dientes y gruñó. Al notar que
todos, los de enfrente, detrás y junto a él, hicieron lo mismo, se asustó. Le
ladró al más cercano y en su excitación no notó que los ladridos que
resonaban en todos lados eran los suyos. Sólo vio gestos fieros, pelo
erizado y empezó a correr. Primero despacio, pero los otros también, así
que corrió cada vez más de prisa porque le pisaban los talones. No podía

96
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 74-75.
97
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 139-140.
115
deshacerse de ellos. Aterrado, durante horas corrió en círculos tratando de
huir, hasta que cayó muerto, perseguido por su propia imagen.
Los participantes del grupo entendieron la advertencia: las personas que
solo se ven a sí mismas, son atrapadas de igual forma. Espontáneamente,
dijeron que la experiencia grupal los alejaría de la tentación de la casa de
los espejos, del egocentrismo, de cerrarse al mundo y meterse a un
desastroso autoaislamiento98.

Quienes persiguen metas positivas crecen por encima


de sí mismos hacia una realización interior que se
encuentra más cerca de la felicidad que cualquier otra
cosa

Ayuda para la reflexión personal

En esta ocasión, me limito a pedirte que consideres, más bien como


preparación al próximo y último apartado:
 Si, en tu vida, tu propio yo es el centro de tus atenciones y,
supuesto que así sea, si eso te lleva a conocer con relativa claridad
cuáles son tus sentimientos dominantes y el influjo que ejercen sobre tu
existencia: en pocas pero decisivas palabras, si te hacen o no feliz.
 Si estimas posible que exista alguna persona que preste más
atención a lo que sucede en su entorno que a sí misma. En el caso de
que conozcas algún raro ejemplar de este tipo, ¿qué piensas de él o de
ella?
 ¿Opinas que realmente puede existir algo verdadero o bueno o bello
en sí mismo, o, al contrario, que la verdad, la bondad y la belleza son
siempre relativas a quien percibe la realidad y a sus circunstancias del
momento?
 ¿Adviertes hasta qué extremo la respuesta a este interrogante —y,
sobre todo, la manera como se viva al respecto— afecta al papel que la
afectividad desempeñe en un contexto histórico o cultural?

Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende CASI
NADA de lo que se lee por primera vez. Lo apenas-entendido entonces
prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo ya
aprendido. A menudo es preciso volver más de una vez lo mismo. Pero el
resultado final suele ser gratificante.
Ánimo.

98
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 142-143.
116
V. El ambiguo valor de las emociones

Pero ¿todavía no hemos acabado?

Mucho me temo que no. Por eso…


¡Alerta, descansa y renueva tus fuerzas!
(También puedes abandonar, pero me darías un disgusto… e incluso po-
drías perderte algo de interés).
Pues, como ya te dije, existen muchas maneras de leer o estudiar un
escrito. La mejor implica poner la mente en estado de alerta para
encontrar todo lo que esas páginas pueden dar de sí.
Por eso, antes de comenzar con el presente apartado, intentar responder,
como te parezca más llevadero, a estas preguntas.
 Ignoro si, tras haber soportado la lectura de este ladrillo, te gustaría
o no entender más a fondo lo que en el momento presente, de forma
bastante generalizada, está ocurriendo con la afectividad, sobre todo en
los países que se autodenominan civilizados.
 En lo que me atañe, y cumpliendo con mi deber, te sugiero que
hagas un esfuerzo e intentes rememorar ese panorama, tal vez
acudiendo a las sugerencias distribuidas aquí y allá, en lo que llevas
estudiado, y que podría resumirse diciendo que, hoy día, a los
sentimientos, estados de ánimo, etc., se les concede un peso
descomunal, lo que trae como consecuencia distorsiones a veces graves
en la vida humana y, muy a menudo, un alto grado de insatisfacción y
desdicha, como muestra, por ejemplo, el crecimiento exponencial de los
suicidios en los países más desarrollados y, muy en particular, entre los
jóvenes.
 A continuación, suponiendo que estés mínimamente de acuerdo con
lo que propongo —e incluso como simple experimento cognoscitivo,
aunque no estuvieras conforme—, te animo a que busques las causas de
semejante situación: desde las más epidérmicas hasta las más hondas o
radicales.
 Una primera pista: para descubrir el propio estado afectivo, ¿a qué
hay que prestar atención, a lo que nos rodea, particularmente a las
demás personas, o al propio yo? (Perdón por una pregunta tan poco
sutil. Procura que tu respuesta sí sea matizada).
 Esa atención excesiva al propio yo —pues por ahí me parece que
van los tiros— ¿a qué podría deberse?, ¿cuáles son los elementos de la
cultura actual que llevan a estar más pendiente de uno mismo que de
los otros… si es que esta afirmación es correcta?
 Supuesto que así ocurra, ¿te parece positivo o negativo?

117
 Según sea tu opinión, ¿qué estimas que se debe hacer?

Deja volar tu imaginación en busca de más preguntas, y pon en marcha tu


entendimiento para encontrar la solución adecuada. Y, en cualquier caso,
disponte a leer lo que sigue (¡y perdona que sea así de imperativo!).

1. A modo de conclusión provisional

Introducción

A estas alturas del escrito, y aunque solo más adelante acabaré de


indagar sus fundamentos, me parece oportuno establecer una suerte de
criterios, que nos permitan distinguir cuándo y con qué condiciones la
afectividad sirve de apoyo al desarrollo personal y cuándo, por el
contrario, constituye más bien un freno para lograr tal plenitud y la
consiguiente dicha.
Quizás nada como estas palabras de Ricardo Yepes para resumir lo
expuesto hasta ahora y preparar el balance anunciado.
Dicen así, y conservo los subrayados originales:
Los sentimientos son importantes, y muy humanos, porque intensifican
las tendencias. El peligro que tenemos respecto de ellos es más bien un
exceso en esta valoración positiva, el cual conduce a otorgarles la dirección
de la conducta, tomarlos como criterio para la acción y buscarlos como
fines en sí mismos: esto se llama sentimentalismo, y es hoy corrientísimo,
sobre todo en lo referente al amor99.

Como podemos ver, encontramos en este juicio:


1. Una afirmación sin reservas de la enorme importancia de la
vida afectiva.
2. Una exposición sencilla y somera del papel de los
sentimientos: multiplicar la eficacia de las tendencias que nos conducen
a obtener nuestro fin como personas.
3. Una denuncia del riesgo que corremos hoy día, que es justo el
que anuncié en los primeros pasos de este estudio y de inmediato
desarrollaré.

Los sentimientos son importantes, y muy humanos,


porque intensifican las tendencias; pero podemos
concederles un valor desproporcionado

Sentimentalismo

Tal vez recuerdes que en las páginas inaugurales de este escrito


insinué que la hipertrofia o aprecio desmesurado de las emociones
99
YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia
humana, EUNSA, Pamplona, 1996, p. 59.
118
resultaban agravados por el hecho de que bastantes profesionales del
obrar humano —psiquiatras, psicólogos, filósofos, pedagogos,
educadores…— conceden carta de ciudadanía y refrendo científico a este
modo de encarar la propia existencia, presidida de manera casi absoluta
por los sentimientos.

1. Así ocurre en cuestiones globales y de notable envergadura,


como la desmesurada importancia que se otorga a una mal entendida
autoestima, a un equivocado sentimiento de la propia valía, con sus
ventajas y con las confusiones y peligros que he estudiado en otros
lugares (Cfr. Felicidad y autoestima, ya citado).

2. En la búsqueda del placer y, más todavía, en la huida a toda


costa del dolor y sufrimiento.
Es este, en la civilización que nos acoge, uno de las caracteres más
patentes y, a la par, más demoledor, pues paradójicamente consigue el
efecto contrario al que persigue: un aumento del malestar, de visitas al
psicólogo y al psiquiatra, etcétera.
Podemos verlo en tres pasos sucesivos.
2.1. De manera aún genérica, explica Frankl:
… el placer no puede ser “intentado”, es decir, ser objeto de un intento,
sino que ha de resultar, venir espontáneamente sin ser perseguido
directamente, quiero decir, ha de derivarse en el sentido de una
consecuencia. Porque cuanto más uno se esfuerza en buscar el placer,
tanto más se aleja del mismo. El placer elevado a principio, y mantenido
consecuentemente como tal, fracasa en sí mismo, porque a sí mismo se
cierra el camino. Cuanto más ansiosamente buscamos algo, tanto más
dificultamos el conseguirlo. Y si antes decíamos que la angustia realiza
aquello mismo que teme, ahora podemos decir que el deseo vivido con
excesiva intensidad ahoga aquello mismo que tanto anhela100.

2.2. De forma más concreta y aplicada a nuestros días, lo


explica Edith Weisskopf-Joelson, profesora de Psicología en la
Universidad de Georgia:
… nuestra actual filosofía de la higiene mental enfatiza la idea de que las
personas deberían ser felices, por ello la infelicidad resultaría un síntoma
de desajuste. Este sistema de valores puede ser responsable, ante la
realidad de la infelicidad inevitable, del incremento del sentimiento de
desdicha por el hecho de no ser plenamente feliz101.

2.3. Y yendo ya hasta el mismo núcleo de la cuestión,


sostiene Bruckner:

100
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 75-76.
Resulta interesante, aunque no pueda comentarla, la excepción que el propio Frankl
establece para este principio: «El placer no puede ser objeto de un intento —con una
sola excepción: cuando se le intenta como el efecto psíquico de una causa somática, lo
que sucede en la embriaguez» (Ibídem, nota 25).
101
Cit. por FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004,
p. 135-6.
119
… el hombre de hoy en día sufre también por no querer sufrir, igual que
podemos enfermar a fuerza de buscar la salud perfecta. Por otra parte,
nuestra época cuenta una extraña fábula: la de una sociedad entregada al
hedonismo a la que todo le produce irritación y le parece un suplicio. La
desdicha no solo es la desdicha, es algo peor: el fracaso de la felicidad102.

3. El desmesurado predominio de los sentimientos se


manifiesta asimismo en la relevancia que ha adquirido el concepto de
calidad de vida, también falsamente interpretado —con distintos
matices— como mero bienestar físico-psíquico, o incluso simplemente
físico, pensando que este es la raíz del equilibrio psíquico y espiritual.
¿Resultados? Entre muchos otros, tabaco-fobia desproporcionada,
obsesión auténtica, y a veces letal, por una dieta sana, por cuidar la
línea, por mantenerse en forma… origen incluso de enfermedades
crecientes, como la anorexia o la bulimia, la vigorexia y bastantes más.

4. Dentro de la familia, ámbito principal de la forja de


caracteres, semejante huida del dolor vicia a veces el proceso
educativo.
Los padres, por motivos no siempre conscientes, a menudo
inconfesables y nunca atinados, se plantean como objetivo supremo el
evitar contrariedades y sufrimientos a sus hijos, adelantándose a sus
caprichos y satisfaciendo todo lo que les demandan: el resultado suelen
ser jóvenes carentes del vigor e imperio sobre sí mismos, incapaces de
resistir más tarde a las solicitaciones del ambiente y soportar el más
leve contratiempo.
Y es que, según explica Pithod,
… el alternarse de las experiencias placenteras y desagradables es […]
un factor de importancia primaria en el desarrollo de la vida afectiva (y aun
del pensamiento y de la acción). Spitz afirma que el disgusto constituye
para la maduración una experiencia tan importante como la del placer y
condena los criterios de educación del niño inspirados en la absoluta
gratificación, incluso en el primer año de vida103.

Algo similar expone Castilla del Pino, al apuntar la condición que per-
mite el paso desde una emotividad en ciernes hacia la afectividad
madura propia del adulto.
Una condición básica para situarlo definitivamente en esta etapa es
hacer que el niño reprima la perentoriedad usada en la dinámica de los
proto y presentimientos, postergue la satisfacción de sus requerimientos y
los adecue al principio de realidad, es decir, a pautas semejantes a las del
adulto. Me parece fundamental que el niño se sienta obligado a hacer un
intervalo entre el deseo del objeto y sus posibilidades de logro, esto entre
la posesión, aún imaginaria, y la real. Esto hará posible la transformación
de las respuestas urgentes en proyectos de comportamiento, es decir,
estrategias inteligentes, y sobre todo la consideración de que toda
102
BRUCKNER, Pascal, La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, Tusquets
Editores, Barcelona 2001, p. 18.
103
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 132.
120
interacción es una relación de intercambio. Con la socialidad el niño
aprende a dar para obtener104.

5. Una última manifestación de este desorden es la difundida


costumbre de establecer la valía de una persona en función casi
exclusiva de sus buenos sentimientos.
Y así, se oyen a menudo frases del estilo:
— Mi hijo (o mi nieto… o mi sobrino) es buenísimo; lo que ocurre es que
no estudia.

Ante lo que siempre experimento una fuerte inclinación a corregir:


— Lo siento, señora (o señor, tanto da), pero si su hijo no cumple con
una de sus principales obligaciones, la de estudiar, será bondadoso o
bonachón o buenecito… ¡o como prefiera llamarlo!; pero, desde luego,
nunca podrá convencerme de que es “bueno”, si esta afirmación pretende
tener algún sentido serio105.

6. El peligro que cuanto acabo de apuntar lleva consigo resulta


patente en estas nuevas palabras de Yepes, con las que concuerdo de
manera absoluta:
La conducta no mediada por la reflexión y la voluntad, es decir, la
conducta apoyada únicamente en los sentimientos, el sentimentalismo,
produce insatisfacción con uno mismo y baja autoestima: adoptar como
criterio para una determinada conducta la presencia o ausencia de
sentimientos que la justifican genera una vida dependiente de los estados
de ánimo, que son cíclicos y terriblemente cambiantes: las euforias y los
desánimos se van entonces sucediendo, sobre todo en los caracteres más
sentimentales, ya la conducta no responde a un criterio racional, sino a
cómo nos sintamos. El ejemplo más claro son “las ganas” (de estudiar, de
trabajar, de discutir, de dar explicaciones, etc.). Las ganas como criterio de
conducta no conducen a la excelencia…106

La afectividad no mediada por la reflexión y la voluntad,


es decir, el sentimentalismo, produce insatisfacción con
uno mismo y baja autoestima

2. Sobre sentimentalismos, subjetivismos y


egoísmos

La inmersión en el yo

104
CASTILLA DEL PINO, Carlos, Teoría de los Sentimientos, Tusquets, Barcelona, 2ª
ed., 2003, pp. 137-138.
105
Si añado: «mi marido es muy bueno, pero no trabaja ni aporta lo que le
corresponde a la economía familiar»… normalmente no necesito dar más
explicaciones.
106
YEPES STORK, Ricardo, Fundamentos de antropología, Un ideal de la excelencia
humana, EUNSA, Pamplona 1996, pp. 62-63.
121
Para hacer frente a la situación descrita, en lo que tiene de
mejorable, y para sacar todo el partido posible a sus aspectos de más
valor, debemos intentar conocer sus causas más íntimas.
Existen unas afirmaciones de von Hildebrand que nos sitúan tras la
pista correcta. Él las atribuye a ciertos «enfermos de sentimentalismo»,
pero pienso que describen bastante bien el tono general de nuestra
época… enferma precisamente de sentimentalismo.
Von Hildebrand explica que existen dos modos fundamentales de vivir
mal la afectividad. Y añade que, junto a lo que en sus tiempos solía
calificarse como histeria y hoy normalmente como neurosis, que es el
primero de ellos,
… otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una
profunda inmersión en uno mismo. Este tipo no es retórico, no es dado a
frases ampulosas y no se deleita en la declamación y en la gesticulación de
respuestas afectivas, pero disfruta del sentimiento en cuanto tal. El rasgo
específico de esta falta de autenticidad estriba en que, en lugar de
centrarse en el bien que nos afecta o que origina una respuesta afectiva, la
persona se centra en su propio sentimiento. El contenido de la experiencia
se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado por el objeto. El objeto
asume así el papel de un medio cuya función es proporcionarnos un cierto
tipo de sentimiento. Un típico ejemplo de esa falta de autenticidad
introvertida lo constituye la persona sentimental que goza conmoviéndose
hasta las lágrimas como medio de procurarse un sentimiento placentero.
Mientras que “conmoverse”, en su sentido genuino, implica “concentrarse”
(being focused) en el objeto, en la persona sentimental [sentimentaloide,
diría yo] el objeto queda reducido a la función de un puro medio que sirve
para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que nos afecta
intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional
originado o activado por un objeto107.

Formularé, entonces, no sin cierta prevención y sabiendo que me la


juego, la pregunta clave: ¿qué característica del mundo contemporáneo
deja una huella más profunda en el modo de (mal)-entender y (mal)-
vivir la afectividad?
Dicho en pocas y muy graves y un tanto ofensivas palabras, aunque
sin afán de molestar a nadie, lo que hay es un predominio exacerbado
del yo, una especie de egocentrismo (y egolatría y, a veces, de
egoísmo) disparatado y universal, que contraría a lo más elevado del
ser humano —que, por su condición de persona, se encuentra llamado a
amar a los demás y entregarse a ellos— y llega a producir, por eso,
incluso enfermedades mentales severas.
Lo confirma Matláry, una mujer que ha ocupado cargos de relevancia
en la política de su país:
Si yo tuviese que determinar un hecho de nuestro tiempo que es un
problema para lograr la felicidad humana, señalaría que es precisamente el
subjetivismo.
Con esto me refiero a la presunción consensuada de que todo se resuelve en
torno a mí mismo; que yo, mi ego, es el centro del universo. Mi tesis es que el
107
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, pp. 41-42.
122
hombre contemporáneo es infeliz en la medida en que está atrapado consigo
mismo. En muchos casos es un prisionero de sí mismo108.

Otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado


por una profunda inmersión en uno mismo

El testimonio de la psiquiatría

No extraña, entonces, que la escuela de psiquiatría varias veces


mencionada —la logoterapia, fundada y dirigida durante años por Viktor
Frankl— haya acentuado, con notable insistencia, la necesidad de poner
remedio a este desenfoque: la conveniencia absoluta de recuperar la
grandeza de nuestra condición de personas, es decir, de apartar la
mirada y la atención del propio ego para dirigirlas hacia el entorno y,
muy en particular, hacia las personas que nos rodean.
Por la enorme relevancia existencial del problema, aduzco algunos
ejemplos textuales, entre muchísimos posibles, respecto a la actitud
adecuada a la persona humana, para desarrollarse como tal e incluso
para no enfermar psíquicamente:
1. Del propio Frankl:
La segunda capacidad humana, la de la auto-trascendencia,
denota el hecho de que el ser humano siempre apunta y se dirige a algo o
alguien distinto de sí mismo —para realizar un sentido o para lograr un
encuentro amoroso en su relación con otros seres humanos—. Solo en la
medida en que vivimos expansivamente nuestra autotrascendencia, nos
convertimos realmente en seres humanos y nos realizamos a nosotros
mismos.
Esto siempre me hace recordar el hecho de la capacidad del ojo de
percibir visualmente el mundo que le rodea, la que irónicamente es
consectaria de su incapacidad para percibirse a sí mismo. Cada vez que el
ojo ve algo de sí mismo, su función está perturbada. Si yo estoy afectado
por una catarata, veo una nube —mi ojo ve su propia catarata—. O si estoy
afectado por un glaucoma, veo un halo como el arco iris alrededor de las
luces, es como si mi ojo percibiera la tensión ocular aumentada producida
por el glaucoma. El ojo que funciona normalmente no se ve a sí mismo, no
se percibe a sí mismo.
Análogamente, nosotros somos humanos en la medida que somos
capaces de no vernos, de no notarnos y de olvidarnos de nosotros mismos
dándonos a una causa para servir, o a otra persona para amar.
Sumergiéndonos en el trabajo o en el amor, nos estamos trascendiendo, y
por tanto nos estamos realizando a nosotros mismos109.

2. De nuevo de Frankl:
En el Diario de un cura rural, de Bernanos, hay una bella frase que
dice: “Odiarse es más fácil de lo que parece; la merced auténtica consiste
en olvidarse de sí”.

108
MATLÁRY, Janne Haaland, El amor escondido. La búsqueda del sentido de la vida,
Belacqua, Barcelona, 2002, pp. 53-54.
109
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 26-27.
123
Si se nos permite modificar esta afirmación, podremos decir algo que
tantas personas neuróticas no son lo suficientemente capaces de recordar:
mucha más importante que despreciarse en demasía o considerarse en
exceso sería olvidarse completamente de uno mismo, es decir, no pensar
nunca más en sí mismo y en todas las circunstancias interiores, sino estar
interiormente entregado a una tarea concreta cuya realización se
encuentra personalmente reservada y restringida a cada uno.
No nos liberamos de nuestras dificultades personales examinándonos a
nosotros mismos ni mirándonos al espejo, sino renunciando a nosotros
mismos a través de la entrega a una cosa merecedora de tal obra110.

No nos liberamos de nuestras dificultades personales


examinándonos a nosotros mismos, sino renunciando al
propio yo a través de la entrega a una tarea que
merezca la pena

3. De E. Lukas, probablemente quien mejor ha entendido,


proseguido y tal vez superado a Frankl:
La persona que encuentra un sentido en la vida —sea esta
agradable o desagradable— no se interesa por los efectos aparentes de un
entusiasmo artificial creado por el alcohol o las drogas o de un
apaciguamiento postizo salido de una caja de pastillas. Lo que le interesa a
esta persona no es otra cosa que lo real, los valores reales, las pérdidas
reales, el mundo transpsíquico y no las frustraciones intrapsíquicas que,
dicen, hay que quitarse de encima lo antes posible111.

4. Y otra vez Lukas, pero citando a su maestro:


Por tanto, todo desarrollo sano de la identidad requiere un “salto”
del auto-olvido embriagador al auto-olvido natural y abnegado. Pero ¿qué
aporta este salto? La respuesta, como suele suceder en la vida, es
relativamente sencilla: aporta el conocimiento de que la realidad es más
importante que su aceptación por parte de nuestros sentimientos; que esta
realidad sigue existiendo incluso cuando huimos de ella para refugiarnos en
otro sitio; que se trata de la realidad que nos rodea porque ella es el
material del impulso creativo que nos mueve desde tiempos inmemoriales;
y que no podemos escabullirnos de intervenir constructivamente en la
realidad, por bueno o malo que sea nuestro estado de ánimo en cada
momento.
Quizá sea un discurso duro, pero esconde una sabiduría que Viktor E.
Frankl reflejó, por ejemplo, en estos dos breves fragmentos.
No cabe duda de que, al fin y al cabo, siempre es mejor experimentar
un malestar y que los médicos nos aseguren que no hay nada fisiológico
detrás. Siempre será mejor que el caso contrario, es decir, no notar nada
y, sin embargo, arrastrar una lenta enfermedad latente […].
Paciente: Todo me parece vacío, sin sentido.
Frankl: ¿Qué es lo que cuenta para usted, la manera como le parecen
las cosas, o sea, vacías o llenas… o más bien lo que cuenta para usted es
que todo sea importante?
110
FRANKL, Viktor, Die Psychotherapie in der Praxis. Eine kasuistische einführun für
Ärzte, Piper, Munich, 3ª ed., 1995, p. 229; la traducción es mía.
111
LUKAS, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 18-19.
124
La argumentación de Frankl es obvia. Por supuesto, siempre es mejor
no estar enfermo aunque uno se sienta enfermo (como les sucede a los
hipocondríacos) que estar enfermo y no notarlo (de momento). Siguiendo
la misma lógica irrefutable, también es mejor acometer algo con sentido y
sentirse (de momento) miserable (como en el “salto al auto-olvido natural
y abnegado”) que hacer algo carente de sentido y sentirse de maravilla
(por ejemplo, al consumir drogas). Por tanto, el mensaje que una ayuda
eficiente para adictos deberá transmitir es el siguiente: el ser tiene
preferencia sobre cualquier ilusión emocional.
Y, simultáneamente, de manera inadvertida y espontánea, se producirá
el milagro de la obtención de identidad…112

El ser humano sano y normal siempre apunta y se dirige


a algo o alguien distinto de sí

3. Emotividad fecunda y emotividad desbocada

El subjetivismo engendra sentimentalismo

Todo lo anterior se encuentra resumido en esta breve sentencia de


Max Scheler, que compendia en pocas palabras lo que constituye la
sublime dignidad de la persona:
Solamente quien quiere perderse a sí mismo en una cosa [en una tarea,
en otra persona, diría yo] puede lograrse auténticamente a sí mismo113.

Palabras decisivas, que iluminan el tema que nos ocupa —la


afectividad y su crecimiento incontrolado— con solo advertir que la
prioridad absoluta y desaforada concedida al yo provoca de ordinario los
siguientes efectos nocivos:
1. Exacerba la proliferación de sentimientos, que se
multiplican sin fin y se transforman en el centro de nuestra atención
(recuérdese lo que apunté sobre los metasentimientos).
2. Incrementa de forma desmesurada la importancia que se
les concede.
3. Y desemboca de manera casi inevitable en sentimentalismo
o sensiblería, con todas las connotaciones que ello lleva consigo.
Lo explica, con fundamento en largas horas de trato con los enfermos
mentales, Cardona Pescador:
Cuando el hombre se obsesiona —y hoy es muy frecuente este tipo de
obsesión— por hacerse “autónomo”, desligado de toda vinculación o
dependencia que considera “alienante”, pierde su conexión con la verdad
objetiva, y la consecuencia de esta actitud, es la angustia de sentirse

112
LUKAS, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 42-43.
113
SCHELER, Max, Philosophische Weltanschauung, Berlín, 1954, p. 33.
125
inmerso en un mundo vacío de valores. Ese hombre, desconectado de la
realidad, no hace más que buscar continuamente algo estable, un valor
perdurable, escoge como único criterio sus sensaciones subjetivas y las
absolutiza. El enquistamiento en su propio “yo” le conduce a no saber salir
de sí mismo, absolutiza su propio vivir, busca lo agradable y elude todo lo
desagradable. Así el principio del placer es elevado a la categoría de
principio supremo.
El egocentrismo absolutiza su propio yo y, en vez de tomar el lugar que
le corresponde en el sistema universal de relaciones, se hace a sí mismo
centro del mundo y tiende fatalmente a construir una jerarquía de valores
dictada por sus sensaciones inmanentes. Así como el sentido de la vida
dice Igor Caruso solo se revela por la adhesión a una jerarquía de valores
estables, así se oscurece más y más por el subjetivismo consiguiente a la
precaria apoyatura en el propio yo.
Así, el criterio fundamental de valoración se deposita en la sensación, en
la búsqueda de placer, que continuamente necesita nuevas
comprobaciones. Tomar el placer como criterio de vida conduce
forzosamente a un profundo disgusto y a la tristeza114.

Solamente quien sabe perderse en una tarea o en otra


persona puede lograrse auténticamente a sí mismo

¿Que cómo me siento?

Para intuir el peligro engendrado por el sentimentalismo, de


momento bastaría rememorar que los sentimientos, afectos, emociones,
etc., son siempre percepción del estado en que se encuentra el propio
yo —o alguno de sus componentes, que redunda en los restantes—,
aunque sea en relación a otras personas, situaciones o realidades, o
incluso causado o motivado por ellas.
En lo que ahora nos importa, la manifestación de cualquier estado de
ánimo comienza siempre con un «(yo) me siento…» o «(yo) me
encuentro…», en los que queda claro que el primer punto de referencia
de la afectividad es uno mismo, el propio yo.
Por poner ejemplos comprensibles, aunque un tanto banales, resulta
muy distinto afirmar:
1. «Me arrebata la belleza de este paisaje», «sí, no me parece
mal la puesta del sol» o, yendo hasta el extremo, «la exposición será
preciosa, pero a mí me importa un bledo».
2. Que sostener: «este atardecer es impresionante, aunque
hoy no me diga nada», «El Quijote es la máxima expresión de la novela
castellana, por más que algunos no sepan advertirlo», «la película es
fantástica, sin duda, con independencia de cuántos y quiénes logren
apreciarla».
En los tres primeros supuestos, el centro de interés y lo
especialmente resaltado, aunque de distinto modo, es el yo.

114
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 43.
126
En los siguientes, por el contrario, nuestra afirmación recae y subraya
un atributo de la realidad, haciendo pasar a segundo plano, o
simplemente omitiendo, nuestra reacción frente a ella y manifestando
de este modo, al menos de manera implícita, que lo que a mí me
suceda o deje de suceder, aunque relevante, no resulta, en fin de
cuentas, lo decisivo.
Que es, como leemos en las citas precedentes, lo defendido por la
logoterapia como condición de salud mental y perfeccionamiento
humano.

Según la relevancia que demos a nuestros sentimientos,


el centro de gravedad del universo lo pondremos en
nuestro propio yo o en los distintos elementos de la
realidad que nos circunda, conforme al valor que
realmente tienen

Pues… ¡fatal!

Con otras palabras: la prioridad concedida al yo se expresa de


manera muy clara en una atención exagerada a uno mismo y, para lo
que nos interesa, en una percepción obsesiva de cómo me encuentro,
de si me siento bien o mal, satisfecho o incómodo, pletórico o hundido,
triunfante o fracasado…; es decir, en una especie de dictadura de los
sentimientos.
Lo cual —lo digo con cierto retintín irónico, pero es bastante serio—
suele conducir a la hipocondría e incluso a la neurosis.
1. Como sentenciaba aquel viejo amigo mío (¡no amigo mío
viejo… aunque ya va empezando a serlo!): «si, cumplidos los 40 años,
un día te levantas y no te duele nada, es… que estás muerto»; de ahí
que, con sentido común, resulte preferible levantarse —y seguir
levantado, dentro de ciertos límites— sin atender siquiera a lo que a
uno le duele o le deja de doler, a si ha dormido bien o mal o,
simplemente, no ha dormido, al tiempo que lleva sin sentirse pletórico,
etc.
2. Y es que la reiterada inquisición sobre nuestra salud o
nuestro bienestar o sobre nuestra felicidad lleva consigo, de ordinario,
el recrudecimiento de las molestias y la fijación y persistencia del
estado de desdicha o depresión.
Nos lo aseguran los especialistas en salud mental. Allport, por
ejemplo, asevera:
A medida que el foco del problema se reorienta hacia objetivos ajenos al
yo del paciente, la vida en su totalidad se vuelve más plena de sentido 115.

Algo parecido, pero más concreto, sostiene Lukas:


115
Cit. por FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004,
p. 148, nota 33.
127
Es un hecho largamente demostrado que el exceso de introspección
resulta perjudicial. El ser humano se caracteriza por tener una naturaleza
volcada hacia el mundo. Si se pega a su ego de manera hipocondríaca, cae
en la vorágine de miedos propia de una criatura desvalida, mientras que la
abundancia de valores salvadora desaparece literalmente de su alrededor.
La psicología también nos enseña que las personas que no se gustan están
permanentemente dedicadas a sí mismas, mientras que las que, por así
decirlo, están de acuerdo consigo mismas apenas reflexionan sobre ellas.
¡Ignórate y te tendrás en cuenta! La consideración se traslada hacia el yo
en cuanto uno no está seguro de sí mismo, desconfía de sí mismo o no se
cree a sí mismo116.

Y, la misma doctora, con expresión aún más directa:


Un número de dificultades en la vida normal —enfermedades
psicosomáticas, paranoia o fijación de un pensamiento—, existen mientras
les prestemos atención, empeoran si cavilamos sobre ellas […], pero
desaparecen cuando son ignoradas117.

Pero también lo descubren, todo ello, la experiencia y el sentido


común:
2.1. Pues, por más que a los jóvenes les resulte imposible
de imaginar —a mí, por lo menos, me lo resultaba—, es muy difícil que
en la vida de un adulto madurito no haya algo, en cualquiera de los
terrenos de su existencia, que vaya mal o, cuando menos, no del todo
bien.
2.2. Por eso, si se pone a buscarlo, no hay duda de que lo
encontrará y ese hallazgo multiplicará sus dolencias físicas o psíquicas o
ambas, mutuamente realimentadas, en una especie de espiral, cuyo
término puede ser… el psiquiatra o el cementerio (elija cada cual lo más
libremente que pueda, si es que, ante las opciones que le ofrezco, le
quedan ganas de escoger).
De nuevo con palabras de Lukas:
Las personas que viven constantemente preocupadas por su bienestar,
nunca se sentirán bien, y aquellas que continuamente se observan
buscándose síntomas de enfermedad, ya están enfermas.
Las personas psicológicamente sanas también tienen problemas, pero
limitan sus preocupaciones a aquellos sobre los que pueden ejercer algún
control; e intentan trascender sus metas, cambiando de actitud, cuando se
enfrentan con una situación difícil, inalterable 118.

La prioridad concedida al yo se expresa en una atención


exagerada a uno mismo y desemboca en la dictadura de
los propios sentimientos

116
LUKAS, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
65.
117
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 37-38.
118
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 47.
128
Y el sentimentalismo engendra egoísmos

Había llegado a esta conclusión casi sin quererlo, en el intento de


poner título a este parágrafo, cuando me encuentro con las siguientes
palabras de Lukas:
Una vez, visité un hogar para niños con severo retraso mental, en
compañía de dos estudiantes. Uno de ellos comentó: ¡“Qué terrible! ¡Cómo
sufren estos pequeños! Yo nunca podría trabajar aquí”. El otro dijo:
“Bueno, si supiera que no hay suficientes ayudantes disponibles, no me
importaría trabajar aquí, porque se necesita mucho apoyo y amor”. Ambos
eran compasivos, pero el primero pensó en sus propios sentimientos, el
otro acerca del bienestar de los niños. Si nos damos cuenta de que somos
necesarios, crece nuestra fuerza para superarnos, pero si nos
concentramos en averiguar si esas energías son suficientes, atendemos
más a nuestras debilidades y nos sentimos frustrados119.

Si nos paramos a reflexionar sobre este asunto, advertiremos hasta


qué extremos la primacía de lo subjetivo-sentimental impregna casi
toda la vida contemporánea, en la esfera pública y en la privada y cuán
desproporcionada resulta la preponderancia de lo mío sobre lo del resto.
1. Por ejemplo, aunque existan gloriosas excepciones y aunque
con frecuencia se afirme lo contrario, lo habitual —considerado
culturalmente— es que el propio interés se imponga al bien común, en
el ámbito personal-familiar, nacional e internacional: expresiones del
tipo «yo paso» o «ese es tu/su problema», dejan bien al descubierto el
núcleo de la cuestión.
2. Y ya en los dominios afectivos, es fácil comprobar que a
muchos de nosotros nos importa más cómo nos sentimos al hacer o
dejar de hacer algo que si lo realizado es bueno o malo, resulta
beneficioso o perjudicial para los otros.
3. Más todavía, bastantes de nuestros contemporáneos no tienen
otro criterio para calificar algo como bueno o malo que la repercusión
sentimental-afectiva que aprecian en sí mismos: el modo como se
sienten al verlo, considerarlo, realizarlo, repudiarlo, etc.
(Según me comentaron unos buenos amigos, una visita guiada a
China —las visitas a China solo pueden ser guiadas— es tal vez lo que
mejor ponga de manifiesto la tendencia, establecida
gubernamentalmente y, según quien dirigía el tour, plena y libremente
aceptada por los ciudadanos —¡al menos, por los guías!—, a centrarlo
todo en el propio bienestar).

Bastantes de nuestros contemporáneos no tienen otro


criterio para calificar algo como bueno o malo que la
repercusión sentimental o afectiva que experimentan
en sí mismos: el bien-para-sí, y no el bien-en-sí
119
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 60-61.
129
Una afectividad desbocada

Que todo lo anterior se deriva de una incorrecta comprensión y de


un uso defectuosos de la afectividad se atisba —¡por contraste: porque
en la actualidad no se atiende al objeto o causa, o motivo, sino a la
pura emoción en sí!— en esta idea capital de von Hildebrand, sobre la
que luego me detendré con la parsimonia que hace al caso:
Quizá la razón más contundente para el descrédito en que ha caído toda
la esfera afectiva se encuentra en la caricatura de la afectividad que se
produce al separar una experiencia afectiva del objeto que la motiva y al
que responde de modo significativo. Si consideramos el entusiasmo, la
alegría o la pena aisladamente, como si tuvieran su sentido en sí mismas, y
las analizamos y determinamos su valor prescindiendo de su objeto,
falsificamos la verdadera naturaleza de tales sentimientos. Solamente
cuando conocemos el objeto del entusiasmo de una persona se nos revela
la naturaleza de ese entusiasmo y especialmente “su razón de ser”. Como
dice San Agustín: “Finalmente nuestra doctrina pregunta no tanto si uno
debe enfadarse, sino acerca de qué; por qué esta triste y no si lo está; y lo
mismo acerca del temor” (La Ciudad de Dios, 9, 5)120.

Concluyo con unas nuevas palabras de Scheler, también en esta


ocasión necesitadas de ciertas correcciones, pero certeras en lo que
atañe a la esencia de su mensaje, que me permito poner en cursiva.
Y advierto que, en contra del uso más habitual de las expresiones,
que rechaza como desviación desordenada el amor propio, mientras que
considera neutro el mero amor de sí, Scheler distingue entre un
legítimo amor propio y un ilícito e incorrecto amor de sí, del que afirma:
En el amor de sí mismo lo vemos todo, incluso a nosotros mismos, con
“nuestros” ojos, y referimos todo lo dado, inclusive nosotros mismos, a
nuestros estados afectivos sensibles […]. Podemos, por tanto, movido por
él, hacer de nuestras más elevadas potencias, actitudes, fuerzas […]
esclavos de nuestro cuerpo y sus estados. Cubiertos y arropados por un
tejido de abigarradas ilusiones, entretejido con insensibilidad, vanidad,
codicia y orgullo, lo aseguramos todo en el amor a nosotros mismos…121

Es decir, como he explicado en otros lugares —y a ellos remito—,


cada cual convierte el amor con que se quiere en fundamento y raíz de
la bondad o maldad de cualquier otra persona o cosa: si me proporciona
un beneficio las torno buenas; si me perjudica, por ese mismo y
exclusivo motivo se transforman en negativas y malas.
Pero con ello entraríamos en un tema amplísimo, que no es posible
abordar por ahora.

Si no me he equivocado en mi análisis, la primacía de lo


subjetivo empapa casi toda la vida actual, en la esfera
pública y en la privada; en una y otra, lo mío se impone
de forma desmesurada sobre lo de los otros; y este es

120
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 36.
121
SCHELER, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid, 1996, p. 37.
130
el origen de una insatisfacción tremendamente
extendida, casi universal

Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso «ir y venir», leer
más de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

 En cierto modo, lo pertinente ahora es que hagas balance de todo lo


que llevamos visto, y adviertas hasta qué punto te ha servido para
entender un poco mejor el complejo mundo de la afectividad.
 Pero te advierto —para bien y para mal— que no hemos sino dado
un primer y fundamental paso: adquirir los conocimientos previos
iniciales para comenzar a comprender de veras, hasta donde es posible
en función de mis propios conocimientos y de las características de este
escrito, la vida sentimental o afectiva de cualquier persona humana.
 Todavía nos queda, pues, bastante trecho por recorrer. En el plano
teórico —perfilando algunos elementos de los que aún no he hablado—
y, sobre todo, en la vida vivida: poniendo en juego, por decirlo de algún
modo, los distintos componentes de la afectividad para ver cómo se van
constituyendo y desarrollando y cómo influyen en el conjunto de una
existencia.
 Te aconsejo, entonces, que te des un reposo, tomes aliento,
reflexiones por última vez sobre lo que has aprendido… y te dispongas a
iniciar una nueva andadura.

131
Sección segunda

132
Hacia una afectividad rica,
jugosa y eficaz

133
VI. La afectividad en cuanto tal

¡Pongámonos de nuevo en forma!

¡Atención!
Me imagino lo que te cuesta empezar este nuevo round, en el que
pretendo tratar algunas de las cuestiones ya vistas, pero a un nivel
bastante más hondo.
¡Ojalá que al terminar pienses que ha valido la pena!
En cualquier caso, sigue siendo cierto, y tal vez ya lo hayas comprobado,
que existen muchas maneras de leer un escrito. También en esta nueva
sección —más, si le sumas el cansancio acumulado— podría pasarte
desapercibidas algunas cuestiones, justo porque no las estás buscando.
Por eso, antes de comenzar tu tarea, intenta de nuevo reflexionar y, si te
es posible, responder a estas preguntas.
¡Y te ruego que no te asombres ni enfades si lees algunas cosas que no
acaban de gustarte: ya me explicaré!

… y cambio de tercio

 Me dirijo sobre todo a quienes no han vivido en España u otros


países latinos. Supongo que todos sabéis que la expresión cambiar de
tercio se emplea en las corridas de toros… ignoro exactamente cuándo,
pero me parece que en el paso de un tipo de faenas (¿y de lugar en la
plaza?) a otro. En cualquier caso, me sirve para indicarte que el enfoque
de lo que ahora pretendo que conozcamos es un poco distinto del
precedente: en concreto, a partir de estos instantes irán haciendo acto
de presencia, de manera progresiva, nociones y principios filosóficos o,
¡lo que es peor aún!, estrictamente metafísicos.
 No es difícil constatar que en el hombre se dan distintos niveles de
vida: la meramente orgánica, la sensible, la psíquica, la intelectual… Y
que esas esferas no son independientes, sino que influyen unas en
otras.
 Parece probable, entonces, que la afectividad humana refleje
también, a su modo, esa complejidad más o menos unificada. Por eso,
te animo a que:
 Intentes anticipar, viendo de nuevo lo que a menudo te ocurre, si
existen o no distintos ámbitos de emotividad en nosotros (en ti, para
que no te vayas muy lejos), si son independientes o no, cuál de ellos
parece llevar la voz cantante… y todo lo que te venga a la cabeza al

134
respecto; y, una vez más, si ves que se te ocurre alguna genialidad, no
dejes de comunicármela… que te citaré al exponerla en la próxima
edición.

Y ahora, tras el cambio de tercio, vamos ¡al toro!

1. Dimensiones humanas desatendidas

Después de esta sumaria aproximación a la vida sentimental, y en


consonancia con las observaciones del apartado anterior, inicio un
análisis más detallado, y espero que más fecundo, de la afectividad.

Lo mismo que te dije en su momento, para entenderla a


fondo, igual que para comprender muchas de las
afirmaciones que irán surgiendo en lo que queda de
escrito, es imprescindible poseer un conocimiento
ajustado de la persona humana y, muy en particular, de
su grandeza o dignidad incomparables.
Aunque algunos de esos puntos ya han sido esbozados
o saldrán de nuevo a colación, aconsejo una vez más,
para quien lo estime necesario, la lectura de mi
Invitación al conocimiento del hombre.

El hombre redivivo

Dentro de tal contexto, y por los motivos que a continuación


esbozaré, concedo una muy especial relevancia a la afirmación y el
análisis de los distintos niveles de sentimientos que se dan de ordinario
en el ser humano, frente a la pretensión casi generalizada, al menos
hasta hace cierto tiempo y en la mayoría de los autores, de que la vida
afectiva se desarrolla exclusiva o muy fundamentalmente en un solo
plano, el psíquico, que serviría de enlace o bisagra entre las
dimensiones sensibles y las propiamente espirituales, en las que, por
consiguiente, no habría ni afectos, ni emociones o sentimientos, ni
estados de ánimo…
Y estimo que es de una importancia extrema porque el planteamiento
más común —afectividad = psiquismo… y para de contar—, aunque
contenga algo o bastante de verdad, no hace justicia a la condición ni a
la grandeza de la persona humana, por lo que, en fin de cuentas,
resulta erróneo y plantea aporías insolubles desde el punto de vista
teórico y problemas vitales difíciles o imposibles de superar.
Vale la pena leer esta extensa cita de Pithod, que ayuda a
comprender bastante bien, de manera intuitiva, todo lo que hemos
perdido culturalmente y que en este capítulo intento recuperar:

135
1. La unidad del ser humano, encarnada simbólicamente en el
corazón
Con el corazón es con el que se acaba de entender, porque en él se
junta el saber y el sentir; el saber y el sentir de los sentidos y el saber y el
sentir del espíritu. El saber y el sabor de la sabiduría. El corazón es, en
efecto, sede de la sabiduría por causa de este encuentro. Porque en él se
junta la cogitativa y la razón, la ratio particular y la ratio abstractiva, la
afectividad sensible y la afectividad espiritual. ¿A quién se le pudo ocurrir
que el espíritu no sentía, que no tenía afectos, que solo sentían los
sentidos? ¿Acaso el amor es solo el amor sensible? ¿Solo amor el
concupiscible?

2. Espiritualidad, universalidad y grandeza del amor


El amor es también y sobre todo espiritual. Porque, al fin, todo es amor,
el amor es como la energía sustancial del universo, su energía primordial.
Amor, el que mueve el sol y las estrellas. Amor, la esencia divina. Por eso
el que no ama, no entiende. Es a la razón sin amor a la que Pascal
achacaba ser ciega. Por carencia de esprit de finesse. Pero la razón que
ama entiende las razones del corazón y el corazón unido a ella intelige lo
que oscuramente vivencian los afectos.

3. De nuevo la unidad, ahora enriquecida


Así, se comprende que verdaderamente hay un conocimiento afectivo
que abarca a todo el hombre, conocimiento experiencial (vivencial), el más
profundo al que nuestra humana existencia llega. Conocimiento que nos
hace uno con lo amado, porque el amor es unitivum sui: “El amante se
transforma en el amado y de algún modo se convierte en él”. La unión del
amor es como la de la materia y la forma, porque el amor hace que el
amado sea la forma del amante… Conocimiento de amor que supera la
antigua rencilla entre razón y corazón, entre el esprit de finesse y el esprit
géométrique, entre ciencia y sabiduría, razón y poesía, meditación y
contemplación, entre inteligencia que conoce y voluntad que ama. En fin,
entre espirituales e intelectuales122.

No es cierto que la vida afectiva se desarrolle exclusiva


o fundamentalmente en un solo plano —el psíquico—,
que serviría de enlace o gozne entre las dimensiones
sensibles y las propiamente espirituales

El espíritu redescubierto

No extraña, por eso, que, tras asistir a las clases de Freud y de


Adler y convertirse en uno de sus más destacados discípulos y
colaboradores, Viktor Frankl reaccionara vivamente contra esa
reducción del hombre, que elimina lo más exclusivo y elevado de él, lo
que propiamente lo caracteriza como persona.
Como testimonio documental, copio algunas citas al respecto, en
espera de desarrollos ulteriores.

122
PITHOD, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1994, pp. 221-222.
136
El primer texto es de E. Lukas, probablemente la mejor discípula de
Frankl, como ya dije. La afirmación no puede ser más neta:
Tras su separación de Adler, Frankl desarrolló una antropología propia
cuya declaración principal rezaba: la persona se caracteriza por una
dimensión existencial (es decir, específicamente humana) que la diferencia
del resto de seres vivos y a la que no se pueden trasladar los diagnósticos
del ámbito biopsíquico. Frankl la llamó dimensión «noética» (del griego
nóus: «espíritu», «inteligencia»). A partir de entonces, sus investigaciones
se centraron en cómo fertilizar esta dimensión noética para aliviar y
superar los trastornos mentales123.

Sigue una cita del propio Frankl, en la que se distancia de forma


expresa de la visión de Freud, tanto la vulgar, que todo pretende
reducirlo a sexo y genitalidad, como la de los auténticos conocedores y
expertos, que dibujan un panorama más certero y matizado.
Según Frankl, frente a lo que sostiene la psicodinámica, el ser
humano no es arrastrado solo por instintos, sino que también se mueve
a sí mismo por razones o motivos, que apelan a su libertad:
Propiamente hablando, el Psicoanálisis no ha sido nunca pansexualista.
Y hoy lo es menos que nunca. De lo que en realidad se trata es de que el
Psicoanálisis, más en concreto el psicodinamismo, describe al hombre como
un ser accionado exclusivamente por instintos: y el que sea el Yo puesto en
acción por el Ello o por un Súper-yo —en otros términos, el que el hombre
sea impulsado solo desde abajo o que lo sea desde abajo y desde arriba—
es una cuestión accesoria. Porque en ambos casos no deja de ser el
hombre un ser a quien solo mueven los instintos, un ser cuya esencia
consiste en satisfacer instintos124.

Y añado otro texto, todavía más explícito, donde Frankl se apoya en


la autoridad de dos de los psiquiatras de más renombre del momento:
Dentro del marco de la antropología psicodinámica se nos ha ofrecido el
cuadro de un hombre accionado solo por instintos, el cuadro del hombre
como un ser aplacador de instintos y tendencias del Ello y del Súper-yo,
como una esencia orientada al compromiso entre las instancias
conflictuales del Yo, Ello y Súper-yo. Este bosquejo psicodinámico de una
imagen del hombre está, sin embargo, en directa oposición a la idea que la
humanidad tiene sobre el ser del hombre, y de un modo particular a su
idea sobre lo que constituye la característica primaria y fundamental del
hombre, que es su impronta espiritual y su orientación a un sentido. Esto
es una caricatura, un retrato que desfigura y deforma la verdadera imagen
del hombre, pues —volviendo por última vez y resumiendo la crítica a la
antropología implícita en el psicodinamismo— en lugar de la primaria
orientación del hombre a un sentido se ha puesto su pretendida
determinación por los instintos, y en lugar de su tendencia a los valores,
que tan característica es del hombre, se ha puesto una tendencia ciega al
placer. […]
Mas ahora resulta que, en realidad, todos los instintos están
personalizados, asumidos en y por la persona. Pues los instintos del

123
LUKAS, Elisabeth, Equilibrio y curación a través de la logoterapia, Paidós,
Barcelona, 2004, p. 14.
124
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 150-
151.
137
hombre —en oposición a los del animal— están siempre invadidos y
gobernados en su dinámica interna por el espíritu; todos los instintos del
hombre están siempre incorporados dentro de esta «espiritualidad», de
suerte que no solo cuando los instintos son frenados, sino también cuando
se les ha dado rienda suelta, ha tenido que actuar el espíritu; él ha tenido
que decir la última palabra, o por el contrario, se la ha callado. No impulsan
los impulsos a la persona; estos impulsos están siempre inundados en su
ser por la persona; a través de ellos oímos el eco de su voz. La
impulsividad humana está siempre «gobernada de un modo personal» (W.
J. Revers). Indudablemente hay «mecanismos apersonales» en el hombre
(V. Gebsattel), pero no nos está permitido situarlos donde en realidad no
están; no pretendamos buscarlos en el ámbito de lo psíquico, cuando los
podemos encontrar en el de lo somático125.

Más sintético, y tal vez más claro, es el testimonio de Cardona


Pescador:
Hoy se impone con urgencia reinstaurar la concepción tridimensional
(biológica, psicosocial y espiritual) del hombre, si se quieren evitar los
reduccionismos unilaterales que pretenden dar explicación de las diversas
distorsiones psíquicas recurriendo a determinismos biogenéticos,
psicologistas o ambientalistas126.

En oposición a los del animal, los instintos del hombre


están siempre invadidos y gobernados en su dinámica
interna por el espíritu: de ahí que sea preferible
denominarlos tendencias

2. Raíces de la afectividad propiamente dicha

Y el surgir de la «afectividad»

Recuperación, por tanto, explícita y consciente, con pleno


conocimiento de causa, de un dominio humano —el noético o espiritual
— olvidado y rechazado, en aquel entonces y hoy, por psiquiatras muy
reconocidos.
Y recuperación absolutamente imprescindible para este trabajo, por
dos motivos, a cual más importante:
1. El primero, que solo en los dominios del espíritu se da la
distinción clave entre los distintos tipos de amor que con frecuencia he
mencionado: el amor como sentimiento o inclinación y el amor como
acto o elección, que es el específico y exclusivo de la persona como tal.
2. El segundo, que esa reconquista de la dimensión superior,
junto con la unidad íntima del hombre —sustentada en mi caso por el

125
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 153-
156.
126
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, pp. 172-
173.
138
acto personal de ser propio de cada sujeto humano—, respalda y
justifica no solo la orientación de este escrito, sino hasta su mismo
nombre: «Elogio de la afectividad», y no meramente de los
sentimientos, de las emociones, etc., aunque hasta ahora los haya
utilizado casi como sinónimos.

Lo específico de la afectividad

Para esclarecer a qué denomino afectividad en su sentido más


propio, copio y comento una nueva cita de un entendido en la materia.
Afirma Roqueñi, en conformidad con lo que, a mi manera, he
realizado en lo que precede:
Hasta ahora hemos venido analizando [sobre todo] la noción de pasión
como movimiento que procede de una potencia sensible127.

Prosigue, de acuerdo con mi propia intención:


Intentaremos, pues, avanzar en su definición considerando la
intervención que hacen las potencias superiores sobre ella128.

Y añade:
Así, a partir de ahora no hablamos ya únicamente de pasión, pues inte-
resa ver tal fenómeno en conjunción con las demás facultades, y en
particular con la voluntad; por ello se habla aquí de afectividad como
aquella relación existente entre pasión y razón —inteligencia y voluntad—
que hace tender al sujeto a la acción129.

La afectividad es, por tanto, para Roqueñi, un fenómeno más


complejo y abarcador que las simples emociones y sentimientos —
aislados o yuxtapuestos—, al que dota de un carácter específico y
propio al menos por tres motivos:
2.1. Porque reconoce de manera expresa la presencia del
espíritu en toda la dinámica emotivo-sentimental del ser humano.
2.2. Porque son justo los complejos resultados de ese influjo
los que llevan a hablar de afectividad, como algo global y propia y
estrictamente humano-personal, y no simplemente de emociones,
sentimientos, pasiones… o incluso afectos.
2.3. Y porque precisamente así, en cuanto penetrada por la
inteligencia y la voluntad, la afectividad da razón de buena parte del
dinamismo humano, con las características que le pertenecen y a las
que me he venido refiriendo y todavía explicitaré.

127
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p.
39.
128
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p.
39.
129
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, pp.
39-40.
139
Debemos hablar de afectividad en cuanto consideramos
en el hombre la presencia enaltecedora del espíritu

La afectividad, en su acepción más propia

Personalmente, entiendo por afectividad el complejo fenómeno que


deriva de la fusión-tensión entre las emociones, del tipo y nivel que
fueren, y el ejercicio activo de las dos potencias humanas superiores o
estrictamente espirituales: el entendimiento y, sobre todo, la voluntad.

Denomino afectividad al resultado de la modificación


que introduce en los sentimientos humanos la presencia
del espíritu y, en concreto, de la inteligencia y, más aún,
de la voluntad

La cuestión puede perfilarse, copiando y comentando, para


confirmarlas o distanciarme de ellas, las palabras de otros dos
especialistas, que también cita Roqueñi.
1. El primero afirma:
La afectividad es un fenómeno que abarca la totalidad del hombre. En la
vida humana “existen factores aparte de la razón que influyen
poderosamente en nuestra vida (...) son los sentimientos, la vida afectiva,
o si se prefiere, emocional”130

De acuerdo, excepto que de ningún modo prefiero llamarla


emocional, sino justamente vida-afectiva o, mejor, afectividad (¿qué
habría ganado, de lo contrario, al menos terminológicamente?).
2. Leamos al segundo:
La afectividad es aquella “zona intermedia en la que se unen lo sensible
y lo intelectual, y en la cual se comprueba la indiscernible unidad de cuerpo
y alma que es el hombre”131

Y ahora ya no tan de acuerdo, aun a sabiendas de que se trata de


una tesis muy extendida, casi canónica. ¿Por qué me aparto de ella?
2.1. Porque como he apuntado y diré de manera expresa, la
afectividad no es en modo alguno una zona intermedia, colocada no se
sabe dónde: ¿qué es lo que habría entre el alma espiritual y el cuerpo,
capaz de hacernos comprobar la unidad entre una y otro?
2.2. Sino que —fundamentada, en fin de cuentas, en un acto
de ser único y en la elevación del cuerpo por el alma espiritual que la
informa— abarca en indisoluble unidad los sentimientos que penetran

130
PERO-SANZ ELORZ, José Miguel, El conocimiento por connaturalidad, EUNSA,
Pamplona 1964, p. 10, cit. por ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad,
EUNSA, Pamplona, 2005, p. 40.
131
YEPES STORK, R. Fundamentos de Antropología, EUNSA, Pamplona, 1997, p. 56,
cit. por ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p.
40.
140
los tres ámbitos a los que me referiré una y otra vez: el intermedio132,
el inferior ¡y el superior!, pero en cualquier caso teñidos por lo que es
propio de cada sujeto humano y que deriva, según acabo de recordar,
de la unicidad de su acto personal de ser.
Pues, justo en virtud de ese único acto de ser y como más tarde
estudiaremos, cada sujeto humano es una persona indisolublemente
compuesta de cuerpo y alma espiritual, única e irrepetible, que deja su
huella personal, peculiar y exclusiva, en todo cuanto realiza o
experimenta.

Hablo de afectividad porque, en función del único acto


de ser de cualquier varón o mujer, todo cuanto en ellos
se da o cuanto ejercen se encuentra teñido y penetrado
de un modo particular de ser, que es justo el de cada
persona humana, distinta no solo de los animales sino
de cualquier otro género de personas… así como de
cualquier otro varón o mujer

Asentado lo cual, y con conciencia de repetirme, pues me encuentro


en uno de los momentos-clave del escrito, describo lo que aquí entiendo
por afectividad.

La tensión hacia lo infinito…

La afectividad es una realidad estrictamente personal, que, en su


más cabal y propio sentido, corresponde a las personas creadas y, más
concretamente, tal como aquí la concibo, a las personas humanas,
varón o mujer.
Con otras palabras, dentro de los dominios de los sentimientos,
afectos, emociones, etc., tal como hasta ahora los hemos considerado:
1. La afectividad se constituye allí donde existen tendencias
limitadas, pero que admiten un desarrollo o intensificación sin límite.
2. Y su tarea específica es la de contribuir a ese crecimiento
personal, apoyando, enriqueciendo y reforzando tales tendencias.

La afectividad se constituye allí donde las tendencias


admiten un desarrollo o intensificación sin límite; y su
tarea específica consiste en contribuir a ese
crecimiento, apoyando, incrementando y reforzando las
respectivas facultades y los actos que realizan

… que impregna a toda la persona


132
En realidad, ese presunto estrato intermedio corresponde a la configuración que
en el hombre, en virtud del alma espiritual, adquieren la sensibilidad externa e interna
y los correspondientes apetitos; un modo de ser estrictamente personal, que difiere
abismalmente de las facultades análogas de los animales brutos.
141
Como consecuencia, y atendiendo a lo que iré explicitando, existe
propiamente afectividad:

1. En los espíritus puros…


Por cuanto su entendimiento y su voluntad:
1.1. Están abiertos a toda la verdad y a todo el bien, que, sin
embargo, nunca alcanzan ni alcanzarán con una sola operación.
1.2. Lo que no excluye, sino al contrario, que progresivamente
se acerquen a la plenitud de lo verdadero y bueno, justo con el recto
ejercicio de tales facultades —el entendimiento y la voluntad—, que va
originando en ellas hábitos operativos buenos, cuyo papel es el de
incrementar su vigor y favorecer y hacer más gozoso el ejercicio de las
mismas.
1.3. Dentro de semejante marco, los sentimientos placenteros,
que se derivan del recto uso de las potencias y hábitos a los que vengo
aludiendo, componen un estímulo o acicate para la reiteración de actos
cada vez más intensos y perfectos.

2. Y, de manera análoga, en los seres humanos.


Análoga, por cuanto también gozan de entendimiento y voluntad,
pero inferiores a los de los puros espíritus y necesitados del
complemento de las facultades sensibles, intrínsecamente ligadas a la
materia, aunque potenciadas o elevadas por su continuidad con el alma
espiritual y sus respectivas facultades.
2.1. Hablando de nuevo de forma hipotética, en la sensibilidad
humana, considerada aisladamente, pueden darse pasiones, afectos,
sentimientos… o como prefiramos denominarlos, de manera similar a
como existen en los animales.
2.2. Pero tales supuestos afectos no compondrían ninguna
afectividad porque no servirían de refuerzo para el incremento del vigor
y alcance de sus facultades y, en fin de cuentas, de la operatividad
terminal y definitiva de cada varón o mujer, considerados como un todo
unitario, cuyo anhelo de expansión deriva, en fin de cuentas, de su acto
personal de ser.
2.3. Y no darían lugar a afectividad alguna porque, igual que
en el animal, el placer derivado del ejercicio aislado de las facultades
sensibles —si es que pudiera darse— inclinaría a repetir las
correspondientes operaciones, de una manera cualitativamente idéntica
a las anteriores y, en cualquier caso, definitivamente limitada por las
condiciones que marca el sustrato orgánico y su también determinado y
restringido despliegue (orgánico).
2.4. Con otras palabras: por sí mismas, las facultades
sensibles no pueden trascender las fronteras que señalan las
condiciones originarias establecidas para cada una de ellas, aun cuando
142
tales condiciones admitan el desarrollo derivado de la maduración de los
órganos de esas facultades… ¡y nada más!

Por sí mismas, las facultades sensibles no pueden


trascender las fronteras que señalan las condiciones
originarias establecidas para cada una de ellas

En conclusión

Por eso, siguiendo a Tomás de Aquino, Roqueñi distingue con


claridad el simple afecto, sentimiento o pasión de lo que,
ajustadamente, debe calificarse como afectividad:
… en la identificación del fenómeno pasional es fundamental distinguir a
este de los actos propios de la voluntad así como de las respuestas
motoras. En sentido estricto, las pasiones son movimientos elícitos del
apetito sensitivo que se dan tanto independientes al imperio de la
voluntad, como sujetos a él; efectivamente, aunque se hallan
estrechamente relacionados, la pasión es un movimiento que “se halla más
propiamente en el acto del apetito sensitivo que en el acto del apetito
intelectivo”133.

Volviendo sobre lo que antes sugerí, a partir de ahora denomino


afectividad al resultado de la relación existente entre pasión y espíritu-
nóus —inteligencia y voluntad, abiertas a lo infinito—, que hace tender
al sujeto a la acción.

La imposibilidad de saciar la afectividad humana deriva


precisamente de que sus elementos o factores
determinantes son dos facultades —la inteligencia y la
voluntad— que tienden hacia el infinito

Variedad en la infinitud

En conformidad con el contenido del último recuadro, considero


que todavía hay que insistir en el atributo más decisivo de la afectividad
en cuanto tal, al menos, como pretendo aquí entenderla, al margen de
la mayor o menor idoneidad del término. Es decir, conviene detenerse
en el hecho de que la afectividad refuerza unas facultades virtualmente
abiertas e inclinadas a actos cada vez más intensos, vigorosos,
enriquecedores y cercanos al infinito.
1. Y esto, en los dos ámbitos, el estrictamente espiritual y el psí-
quico, así como en la confluencia de ambos y el componente orgánico:
1.1. En el propiamente espiritual, de manera directa. Pues el
gozo que surge al conocer la verdad y amar el bien, junto y como a
remolque de las operaciones que lo provocan, modifican
progresivamente el entendimiento y la voluntad y los habilitan para
133
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, p.
31.
143
llevar a cabo actos de conocimiento y amor más perfectos, origen a su
vez de nuevos o más intensos hábitos, derivados también del reflujo
gozoso —de los sentimientos— que generan esas operaciones cada vez
más nobles.
Con palabras más sencillas: quien va conociendo más y mejor se
capacita y anima, por ese mismo motivo, para seguirlo haciendo, igual
que quien experimenta el inefable deleite del amor anclado en la
voluntad se siente impelido, casi sin advertirlo, a entregarse más
todavía al objeto de sus amores.
1.2. En la esfera psíquica, de forma indirecta, gracias a su
participación en la infinitud virtual de las facultades espirituales. Por
cuanto la misma sensibilidad resulta en cierto modo tocada por tal
infinitud, como enseguida veremos. Y, de forma quizá más definitiva, en
la medida en que, en el hombre, incluso las operaciones formalmente
espirituales resultarían incompletas —cuando no imposibles— sin el
apoyo de las potencias sensibles, así como los sentimientos propios del
espíritu son perfeccionados y completados por los afectos psíquico-
sensibles.
2. Con lo que asimismo resaltan dos modos principales de
participación de lo psíquico en la afectividad personal:
2.1. Como complemento ineludible del ejercicio de las
facultades superiores.
2.2. Como impulso y aliento para tales operaciones y, más
estrictamente, para las de todo el compuesto: impulso y aliento que
nacen, tal como ahora los contemplo, de los sentimientos placenteros
de la propia psique, que, según he comentado más de una vez, suelen
ser los más notorios para el hombre contemporáneo.

Tanto la afectividad psíquica como la estrictamente


espiritual contribuyen a impulsar al hombre hacia su
destino final de amor inteligente

3. Afectos espirituales

Asentado lo cual, retomo la calma de la exposición, afirmando sin


reservas y en primer término…

… la afectividad del espíritu

No he encontrado en Frankl —a quien leí cuando aún no me había


planteado este problema— un desarrollo explícito de la afectividad
espiritual, que sin duda es coherente con sus hallazgos y con su defensa
de la integridad y plenitud humana, e incluso exigido por ellos. Pero las

144
bases, al menos, se encuentran más que puestas, por lo que Lukas
puede sostener:
El concepto de Frankl, del ser humano como una unidad tridimensional,
implica que el gozo y la emoción no pertenecen exclusivamente a la
dimensión de la psique. El gozo es también una parte del espíritu y afecta
al organismo. Cualquier cosa que influya en nosotros afecta las tres
dimensiones humanas134.

La misma inspiración, e incluso ampliada, la hallamos en otros


autores.
Por ejemplo, en D. von Hildebrand, para quien
… la esfera afectiva comprende experiencias de nivel muy diferente, que
van desde las sensaciones corporales a las más altas experiencias de amor,
alegría santa o contrición profunda [emplazadas, como él mismo repetirá a
menudo, en los dominios espirituales]135.

Por tanto, aun no habiéndolo todavía mostrado, me gustaría insistir


en que el espíritu del hombre goza de una muy rica e intensa vida
afectiva… bastante difícil de denominar; y que el desconocimiento o el
desprecio de este hecho tergiversa enormemente en la teoría lo que es
la persona humana (en particular, su grandeza), y puede llevar consigo
errores prácticos tan graves como para arruinar toda una existencia.
El primer extremo, el de la existencia de una afectividad propia del
espíritu, es afirmado de manera tajante por Antonio Malo en su
Antropología de la afectividad, atribuyéndolo explícitamente a Tomás de
Aquino:
… existe un amor, una esperanza y un gozo puramente espirituales.
Estos afectos, sin embargo, no deben ser considerados pasiones, pues
nacen directamente de un acto de la voluntad. Por ese motivo, el Aquinate
habla de amor y gozo no solo en el hombre, sino también en los ángeles e,
incluso, en Dios, pues el amor y el gozo “expresan un simple acto de la
voluntad por una semejanza de afectos, pero sin pasión”136.

El espíritu del hombre posee una muy rica e intensa


vida afectiva

Los errores teorético-prácticos que lleva consigo la ignorancia de este


estrato de la vida afectiva constituyen un lugar común de la logoterapia
y apuntan siempre en el sentido de una reducción del hombre a un
estado infrahumano.
Veamos un par de textos de Lukas:
El ser humano está relacionado espiritualmente con el mundo (e incluso
con el otro mundo) y orientado al logos. Si, erróneamente, lo reducimos al
nivel inmediatamente inferior, se reflejará en el terreno psicológico-

134
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 143.
135
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 34.
136
MALO PÉ, Antonio, Antropologia dell’afettività, Armando Editore, Roma 1999, p.
167.
145
sociológico como un sistema cerrado en sí mismo, compuesto de funciones
y reacciones psicológicas. Entonces, la autotrascendencia de la persona
pierde su transparencia. No cabe duda de que, en el terreno puramente
psíquico, el placer y la ausencia de placer, el instinto y la satisfacción del
instinto son realmente los motores que impulsan a un ser vivo, aunque sea
dentro de una jerarquía de necesidades tan compleja como la «pirámide de
Maslow», que llega hasta la cima de la realización personal. Pero ni siquiera
la idea de la realización personal supera ideológicamente al ego y
permanece presa de los conceptos homeostáticos. Por ello, tal como hemos
dicho, la logoterapia se desvincula de la psicología humanista y aboga por
una «psicoterapia humana».
Solo desde un pensamiento reduccionista se puede valorar la
satisfacción de las necesidades propias como el bien más preciado. Pero,
de esta manera, el ser humano se degradaría a la altura del hombre de las
cavernas. Desposeerlo de su orientación existencial hacia un sentido
equivale a humillarlo, porque supone deshumanizarlo137.

Y otro, tanto o más claro:


Según el modelo reduccionista, el amor de padres a hijos no es «nada
más que» egoísmo: los primeros satisfacen su instinto paterno en los
segundos. La amistad entre dos personas del mismo sexo no es «nada más
que» una sublimación curiosa de las tendencias homosexuales de ambas.
Con su trabajo, los cooperantes en países del Tercer Mundo sacian su
placer de viajar; con sus acciones, los ecologistas satisfacen su deseo de
notoriedad; y así sucesivamente. Es, pues, inevitable que en tales modelos
de interpretación, que única y exclusivamente distinguen —negando el
sentido— motivos entre la obtención de placer y la evitación de la ausencia
de placer, se llegue a una desvalorización de todos los ideales espirituales.
Al final solo quedan momentos de placer que hay que coger al vuelo y
momentos de ausencia de placer martirizadores que controlarán el
conjunto de la vida humana a causa de la increíble sobrevaloración de su
importancia.
Cada vez que preguntamos cómo se puede llegar a una simplificación de
este calibre, es decir, a una «reducción» de la imagen del ser humano aún
vigente desde hace tiempo en la psicología actual, nos vemos obligados a
responder con nuestra declaración: a través de la proyección de fenómenos
noéticos en el plano subnoético, o dicho de otro modo, a través de la
proyección de fenómenos humanos en el plano subhumano. El
reduccionismo es un proyeccionismo, o aún más, un subhumanismo 138.

Estimo que vale la pena unir, a los anteriores, el testimonio de Lewis,


situado en un contexto más amplio, pero en perfecta sintonía de fondo
con las afirmaciones de la logoterapia:
He intentado insistir de principio a fin en la imposibilidad de eludir el
error en que incurrimos cuando abordamos la Transposición desde el medio
inferior exclusivamente. La fuerza de una crítica semejante reside en los
términos “meramente” o “nada más que”. Quien la afronta de ese modo ve
los hechos pero no el significado. Afirma que ha visto efectivamente todos
los hechos. Fuera de ellos no hay nada… excepto el significado. En relación
con el asunto que nos ocupa, se halla en una situación semejante a la del

137
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 55-56.
138
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 53-55.
146
animal. Habrán observado que la mayoría de los perros no puede entender
lo que significa señalar. Cuando les señalan un trozo de comida en el suelo,
el perro husmea el dedo en lugar de mirar hacia él. Para el animal el dedo
es exclusivamente dedo y nada más. Su mundo consta de hechos sin
significado.
En una época dominada por el realismo de los hechos, descubrimos a
mucha gente provocando en nosotros deliberadamente esta mentalidad
perruna. Según ese modo de pensar, quien experimenta el amor desde
dentro se ocupará a propósito de inspeccionarlo analíticamente desde fuera
y considerar el resultado del análisis más fiel que su experiencia. El límite
extremo de esta ceguera voluntaria se halla en quienes, aun teniendo,
como todos nosotros, conciencia, acometen el estudio del organismo
humano como si no supieran que es consciente. Mientras persistan en
negarse deliberadamente a comprender las cosas desde arriba, incluso
cuando sea perfectamente posible hacerlo, será vano hablar de victoria
final sobre el materialismo.
La crítica de toda experiencia desde abajo, la ignorancia del sentido y la
concentración en los hechos tendrá siempre la misma plausibilidad.
Siempre habrá argumentos —evidencias nuevas— para mostrar que la
religión es exclusivamente un fenómeno psicológico, la justicia mera
autoprotección, la política tan solo economía, el amor meramente placer y
el pensamiento bioquímica cerebral139.

El ser humano está relacionado espiritualmente con el


mundo y orientado al logos. Por eso, cuando los
fenómenos noéticos se proyectan en el plano
subnoético, reduciendo las razones a satisfacción de
necesidades, el resultado es un subhumanismo

Esclarecimientos ineludibles

Con objeto de aclarar estos puntos, y comprender mínimamente a


qué me refiero, resulta oportuno recordar algunas distinciones antes
esbozadas. En concreto, las que se dan:

1. Entre el sentimiento y aquello que lo origina


1.1. Por una parte, encontramos el sentimiento, afecto o
emoción, que consiste en la percepción de una excitación o trepidación
interna de más o menos calibre y mayor o menor duración, de la calma
que le sucede o, en casos menos frecuentes, de la serenidad que reina
habitualmente en una persona… reposo al que, justo por ser habitual y
no llevar consigo nada de sorprendente, no solemos prestar atención o
incluso nos pasa inadvertido.
1.2. Por otro lado, la raíz de esas sacudidas o quietudes del
ánimo, origen que a veces nos resulta desconocido y en cualquier caso,
como sucede con todo afecto o emoción, nunca se identifica con el
sentimiento tal como se lo advierte.

139
LEWIS, Clive Staples, “Transposición”, en El diablo propone un brindis y otros
ensayos, Rialp, Madrid, 1993, p. 113.
147
2. Entre la causa y el motivo de una emoción o
sentimiento
A la anterior conviene sin duda añadir una distinción que ya se
ha hecho clásica, que apunté al principio de este escrito y que diferencia
entre causa y razón-o-motivo de una emoción.
Quizás nada tan claro como esta cita de Frankl, que, además, sitúa
esa diferencia en el contexto más pertinente para nuestros fines:
Tan pronto como proyectamos al ser humano a la dimensión de una
psicología que sea concebida en forma estrictamente científica, lo
recortamos, lo separamos del medio, de las motivaciones potenciales. Lo
que queda, en lugar de razones y motivaciones, son causas [interpretadas
en sentido eficiente-mecánico-determinista]. Las razones me motivan para
actuar en la forma que yo elijo. Las causas determinan mi conducta
inconscientemente, sin saberlo, tanto si las conozco como si no. Cuando al
cortar cebollas lloro, mis lágrimas tienen una causa, pero yo no tengo una
razón, un motivo para llorar. Cuando pierdo a un amigo, tengo una razón
para llorar140.

Diferenciemos, por tanto:


2.1. La causa orgánica o cuasi eficiente, situada de ordinario
en el origen de la percepción de un estado fisiológico, como el
cansancio, pero que también puede dar pié a un sentimiento más rico y
menos localizado, como el aburrimiento endémico o la apatía y a otros,
muchísimo más complejos, como los mencionados por el neurólogo
Oliver Sacks en varios de sus sugerentes estudios.
2.2. El motivo de una emoción o sentimiento, con el que se
alude por lo común a un suceso o actividad, cuyo conocimiento (de ahí
que a veces se califique como razón) provoca en nosotros una
determinada trepidación o genera un estado de ánimo, pero que
asimismo produce con frecuencia una excitación orgánica o fisiológica.
Se trata de un fenómeno habitual, que cualquiera puede reconocer en
sí mismo o en quienes lo rodean. Por ejemplo, la noticia de la muerte
de un ser querido, motivo más que fundado de profunda tristeza, puede
hacer que disminuya el riego sanguíneo o provocar una pérdida de tono
muscular e incluso un desvanecimiento; un acto de generosidad de
alguien que considerábamos egoísta, y que despierta nuestro asombro y
alegría, lleva consigo a veces un incremento de la fuerza física o la
sensación de que ese vigor ha crecido, y algo relativamente similar
sucede ante la presencia de un ídolo de la canción, del deporte, de la
televisión, etc.; el descubrimiento de que falla uno de los motores del
avión en que viajamos, origen del sentimiento de pánico, suele ir
acompañado de sudoración, palpitaciones, y un largo etcétera.

3. La inter-acción entre los distintos ámbitos


Por fin, conviene señalar la interacción mutua entre los tres
planos que acabo de resumir. A este respecto, y sin necesidad de
140
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 28-29.
148
ahondar más en el asunto, baste por ahora apuntar, acudiendo a la
experiencia propia o ajena, que:
3.1. A menudo un estado psíquico-espiritual de abatimiento
tiene un origen exclusivamente orgánico, como puede ser el
agotamiento físico o una anomalía en la transmisión neuronal; y uno de
euforia o de éxtasis, que incluye elementos psíquico-espirituales, es a
veces el fruto de la ingesta —consciente o no— de sustancias químicas,
entre las que ocupan un lugar destacado las conocidas habitualmente
como drogas, incluyendo el alcohol.
3.2. O, al contrario, que las fuerzas físicas aumentan
realmente como consecuencia de una alegría, de la asunción de un gran
ideal o, de manera diferente aunque con efectos similares, de un
arrebato de ira o de indignación.
3.3. Como, también, que existen neurosis noógenas (de origen
psíquico-espiritual o estrictamente espiritual), así como estados de
buena salud o de enfermedad, incrementados o disminuidos por el vigor
del alma.
3.4. O, por acudir a muestras más sencillas y cotidianas, que
una mala digestión entorpece la capacidad intelectual y el gozo que
suele ir aparejado al buen funcionamiento del intelecto o a la
conversación con un amigo; que la correcta circulación de la sangre
incrementa el bienestar físico-psíquico… y mil ejemplos más de todos
conocidos.
Con palabras de un especialista contemporáneo:
La estructura vital de la personalidad está integrada por diversas
dimensiones configurativas (orgánica, psíquica y espiritual) que establecen
íntimas relaciones de interdependencia, de tal forma que el daño o
deterioro de una repercute necesariamente, en mayor o menor grado,
sobre las otras. Así, un dolor corporal predispone a la tristeza, y la tristeza,
a su vez, induce al hombre a la represión de sus tendencias espirituales, a
modo de replegamiento defensivo y de mecanismo de autoprotección. En
sentido inverso, a una mayor plenitud espiritual se sigue una distensión
física y psíquica que facilita superar el dolor y la tristeza141.

O con las de un filósofo medieval:


Tomás de Aquino enseña que aquellas “pasiones que implican un
movimiento del apetito con cierta huída o retraimiento, se oponen a la
moción vital no solo en cuanto a la cantidad, sino también en cuanto a la
especie de movimiento, y, por lo mismo, son en absoluto dañosas”. De
esta forma, el temor puede afectar al hombre tanto en su naturaleza
sensible como en la espiritual.
Efectivamente, como inminente efecto el temor produce en primer lugar
una paralización de la actividad corporal: temblor y contracción hacia el
interior en la propia disposición por medio de la cual el sujeto rehúye de la
actividad. Así “por parte de los instrumentos corporales, el temor, cuanto
es de suyo, tiende siempre a impedir la operación exterior”. Sin embargo,
en segundo término —y es su efecto más grave— el temor realmente

141
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 124.
149
“impide la operación aun por parte del alma”, de modo que trasciende a la
totalidad del ser personal, pues “la falta de valor para hacer frente a las
injurias y para consumar la entrega de sí debe ser contada entre las más
profundas causas de enfermedad psíquica” [PIEPER, Josef, p. 208]. Tal
fenómeno se da especialmente cuando el apetito sensitivo —de manera
incidental— no obedece a la voluntad de forma que el sujeto huye de sí
mismo, temiendo su propio temor sin poseer capacidad real para
rechazarlo142.

Las razones —pertinentemente conocidas y valoradas—


me motivan para actuar en la forma que yo elijo; las
causas (eficientes-mecanicistas) determinan mi
conducta, tanto si las conozco como si no

4. Confirmación autorizada… y sumamente relajante

Para ilustrar lo que acabo de sostener, copio algunos párrafos de


un simpático e interesante libro sobre relajación, cuyo autor es el ya
fallecido Dr. Eugenio Herrero Lozano.
En primer término, una introducción sencilla a lo que pretende
exponer:
Quiero comentaros ahora un concepto que estableció, a principios de
este siglo, un farmacéutico francés llamado Dr. Coué. Él hablaba de
«psicoplasia» y la definía como el fenómeno por el cual todo pensamiento
tiende a transformarse en acto. Hay experiencias interesantes de cómo
aquello que uno está pensando, involuntariamente tiende a transformarse
en acto. Y de hecho esto tiene que ver con lo que hemos estado haciendo
hasta ahora. Habéis pensado que los músculos se iban a relajar y lo han
hecho, habéis pensado que las arterias se iban a relajar y lo han hecho.
En eso consistiría la «psicoplasia»: en que el pensamiento tiende a
convertirse en acción, aunque algunas veces llega a ser acto y otras no143.

De inmediato, la primera aplicación, en perfecta consonancia con el


núcleo de este escrito, a saber, la importancia y la capacidad de
modular los propios sentimientos:
Si esto es así, y parece que lo es, fijaos en la importancia que tiene el
cómo utilicemos nuestro pensamiento. Será completamente diferente que
seamos personas que habitualmente pensemos de una manera positiva,
agradable y constructiva, o que vayamos siempre buscando el aspecto
negativo de cada situación. Quizás todo esto tenga que ver con la buena
suerte de mucha gente optimista y la mala suerte de algunas personas
pesimistas. La persona pesimista puede estar pensando en cosas negativas
que le han sucedido o le van a suceder, y de alguna manera puede que

142
ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad, EUNSA, Pamplona, 2005, pp.
79-80.
143
HERRERO L OZANO , Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed., 1998, p. 53.
150
determine el que este tipo de cosas le ocurran. Lo contrario podría ser
cierto en el caso de personas optimistas y positivas… 144

Por fin, aquello que acabo de apuntar, es decir, la incidencia del


pensamiento en nuestro equilibrio psíquico y biológico.
Otro punto es si lo que llevo dicho hasta ahora con respecto a los
efectos de la relajación, es decir, que esta puede ser una forma de
autopsicoterapia, es verdad. Desde el momento en que la relajación sirve
para combatir la angustia y la depresión, es una forma de psicoterapia que
uno se hace a sí mismo. Y yo diría que no solo de autopsicoterapia, sino
también de autofarmacoterapia, puesto que hace un momento he dicho
que el hipotálamo produce substancias parecidas a las medicinas que
compramos en las farmacias para combatir la angustia o la depresión.
¿Qué beneficios pensáis pueden derivarse del ejercicio de relajación
vascular?
Si con él se consigue producir una dilatación del sistema vascular
ocurrirá que llegará más sangre a los tejidos y con esa sangre más oxígeno
y más alimentos, limpiándose además con más facilidad del CO y de los
productos de desecho que van soltando las células. De esa manera, las
células y los tejidos podrán trabajar mejor.
Si ahora pensáis en las arterias coronarias (las que riegan el propio
corazón), dilatándolas, estaremos consiguiendo lo contrario de lo que
ocurre en la isquemia coronaria, que es la enfermedad que origina la
angina de pecho y el infarto por disminución del calibre de las mismas. Es
decir, estaremos haciendo prevención de estos problemas; y también de
los problemas vasculares cerebrales: por ejemplo, hay personas que tienen
dolores de cabeza de origen vascular (jaquecas) producidos por el espasmo
de los vasos cerebrales. Este ejercicio es una forma de mejorarlos y
curarlos.
La hipertensión arterial se puede considerar, de forma esquemática,
como el resultado de una contracción excesiva de las arterias. Las arterias
están más contraídas de lo necesario y, por lo tanto, la presión dentro de
ellas aumenta. Pues bien, si relajamos y dilatamos las arterias, la tensión
arterial disminuirá. Y efectivamente se ha comprobado que la tensión
arterial, cuando uno hace relajación, disminuye (por ejemplo de 20 a 16).
Al salir de la relajación de nuevo aumenta, pero puede que se mantenga
algo más baja (digamos en 19). Al cabo del tiempo volverá a la cifra inicial
(20), pero si se hace la relajación regularmente varias veces al día, poco a
poco, a lo largo de unas semanas, se consigue que la tensión arterial
disminuya permanentemente.
Generalmente se necesitan varias semanas, a veces meses, de ejercicio
para conseguir resultados, ¡pero no hay que olvidar que la tensión arterial
ha estado subiendo poco a poco durante años!
También se ha visto, en los laboratorios de investigación, que si se mide
la cantidad de colesterol en la sangre de personas voluntarias antes y
después de la relajación, el colesterol disminuye al relajarse.
Si con la relajación conseguimos disminuir la tensión arterial y la
cantidad de colesterol en la sangre, estaremos previniendo la
arteriosclerosis, que no es sino un endurecimiento y envejecimiento
prematuro de las arterias que se favorece si están elevados la tensión

144
HERRERO L OZANO , Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed., 1998, p. 53.
151
arterial y el colesterol. En resumen, con la relajación estaremos
favoreciendo el funcionamiento de nuestro corazón y, en general, de todos
nuestros órganos y tejidos.
Además se ha visto que con la relajación aumenta el número de
leucocitos que circulan en la sangre. Los leucocitos (glóbulos blancos) son
las células encargadas de defendernos contra las infecciones. Esta sería,
pues, una razón más que explicaría por qué con la relajación pueden
disminuir las enfermedades infecciosas (resfriados, gripe, etc.). En realidad
el stress y la tensión continuada alteran el funcionamiento de todo el
sistema inmunitario encargado de protegernos de las infecciones. La
relajación contribuirá a mejorar su funcionamiento 145.

La persona pesimista piensa en cosas negativas que le


han sucedido o le van a suceder, y de alguna manera
facilita e incluso provoca que le ocurran; lo contrario
suele darse entre personas optimistas y positivas

5. Niveles de la afectividad humano-personal

Afectividad espiritual…

Esbozadas estas distinciones, retomo el hilo del discurso y advierto


que, al hablar de afectos del espíritu no me refiero a aquello que origina
o motiva un sentimiento, denominado causa o razón-motivo, sino al
sentimiento mismo.
Es decir, a la conmoción-o/y-reposo-percibidos, de forma más o
menos clara y fuerte, pasajera o estable, que experimentamos en el
ámbito propiamente espiritual…
En tales circunstancias, no tiene por qué darse una alteración
orgánica; basta con el cambio que experimenta una facultad finita (es
decir, todas las del hombre y, en este caso concreto, el entendimiento o
la voluntad) cuando se actualiza o incrementa su ejercicio o cuando, por
el contrario, lo disminuye o pasa de la actividad al reposo.
Y no es precisa ni posible una modificación física constitutiva del
sentimiento espiritual, justo porque ni la inteligencia ni la voluntad
tienen órgano. De ahí que, como vimos en una cita precedente, los
clásicos no les aplicaran el término pasión146.
145
HERRERO L OZANO , Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed., 1998, pp. 54-56.
146
Ni, propiamente, el de afecto ni el de emoción, en cuanto que todos ellos
implican movimiento, en la acepción más rigurosa de este vocablo, y el movimiento,
en sentido estricto, solo se da cuando interviene la materia:
«Conforme a lo dicho hasta ahora, al ser el objeto quien determina al apetito la
emoción es un movimiento eminentemente pasivo. Efectivamente “a la naturaleza de
la pasión pertenece, en primer lugar, el ser un movimiento de una virtud pasiva, a la
cual se compara su objeto a manera de motor activo, por lo mismo que la pasión es
efecto del agente […] En segundo lugar, y más propiamente, se llama pasión al
152
… que debemos aprender a desarrollar

Y de ahí —estamos ante una cuestión relevante, sobre la que


volveré muy pronto— que haya que aprender a percibir estos
sentimientos, sobre todo cuando la costumbre y el influjo cultural,
apoyados por los expertos, nos han conducido a tomar como modelo
prácticamente exclusivo de emociones las de tipo psíquico, que son las
más frecuentes hoy día y las que sabemos experimentar.
Pero, por su misma naturaleza, los afectos espirituales no son ni se
sienten del mismo modo que los restantes. De donde deriva la
necesidad de un entrenamiento para advertir este tipo de emociones,
desarrolladas formalmente en el ámbito del espíritu.
Aunque eso no elimina, en virtud de la estrecha e íntima unidad de la
persona, que incluso tales emociones o sentimientos —los espirituales—
por lo común rebosen, reverberen y se aprecien asimismo en los
dominios psíquicos y físicos, en los que sí provocan cambios
experimentables, similares y similarmente perceptibles a los que se
generan y producen en estas esferas.
Al primer aspecto se refiere, de nuevo con gran acierto, Pithod:
La afectividad sensible es, en sí, el movimiento del apetito en el nivel
mismo de los órganos corporales. Se trata de un acto psicofisiológico. En el
caso del apetito intelectual, es un acto de la potencia racional cuyas
características lo diferencian de la actividad psicofisiológica por su índole
anorgánica (es decir, solo indirectamente dependiente del cerebro)147.

Aunque resulte tautológico, las emociones espirituales


son las que tienen lugar y experimentamos en/con el
espíritu: inteligencia o voluntad… o una conjunción de
ambas

Espiritual, sí, pero… ¿afectividad?

¿Sentimientos espirituales, entonces? Sí, sentimientos


¡espirituales!… aunque tal vez mejor no llamarlos sentimientos, al
menos así, de entrada, precisamente por las connotaciones psicofísicas
que hoy acompañan a este término y porque, al ser espirituales, según
acabo de decir, no se perciben del mismo modo que los psíquicos.
Es lo que afirma von Hildebrand:
De todos modos, aunque estados como el buen humor o la depresión no
son sensaciones corporales, difieren incomparablemente más de

movimiento de una potencia apetitiva que tiene un órgano corporal y que se realiza
con alguna alteración corporal. Y todavía con mucha más propiedad se llaman
pasiones aquellos movimientos que implican algún daño” [Tomás de Aquino, Suma
Teológica, I-II, q. 41, a. 2 ad 2]» (ROQUEÑI, José Manuel, Educación de la afectividad,
EUNSA, Pamplona, 2005, p. 34).
147
PITHOD, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1994, p. 163.
153
sentimientos espirituales como la alegría por la conversión de un pecador,
la recuperación de un amigo enfermo, la compasión o el amor.
Precisamente ahora es cuando podemos caer en una desastrosa
equivocación al usar el mismo término “sentimiento”, como si fueran dos
especies del mismo género, tanto para los estados psíquicos como para las
respuestas espirituales afectivas148.

¡Pero sentimientos espirituales, porque se generan-y-experimentan


en el ámbito espiritual!
Personalmente, para descubrir esta esfera de la vida afectiva —en el
sentido amplio, pero propio, del término— no necesito ningún
testimonio externo. Y espero que el lector, si inspecciona con calma y
sin prejuicios su existencia cotidiana, tampoco los eche en falta.
Le bastará recordar, por ejemplo:
1. El gozo sublime de la comprensión intelectual de un asunto,
sobre todo cuando lleva largo tiempo intentando entenderlo. Un deleite
de enorme calibre, que nunca suele darse en estado puro, sino que ha-
bitualmente empapa otras dimensiones no estrictamente espirituales,
con repercusiones a menudo incluso físicas.
2. O la todavía más elevada fruición del amor radicado en la
voluntad, que, por lo común, se mezcla con sentimientos y sensaciones
de orden psíquico-físico, que lo enriquecen o empobrecen, siendo lo
oportuno que lo mejoren y completen.

Existe una afectividad que se despliega y experimenta


en el espíritu y cuyo nombre preciso no es fácil
establecer

La gran dificultad

Pero aquí nos encontramos de nuevo con un problema,


tremendamente delicado y de sumo relieve, sobre el que ya he llamado
la atención y más tarde volveré… porque existe una inclinación
espontánea a negarlo o no tomarlo en cuenta.
Y es que en nuestra cultura:
1. No son demasiados los que han realizado la experiencia de la
comprensión intelectual estricta; es decir, y hablo totalmente en serio,
son relativamente escasas las personas que de veras han comprendido
algo de cierta envergadura como fruto de una captación de su
entendimiento; con palabras más claras: somos muy pocos (o son muy
pocos) los que pensamos (o los que piensan) y, por consiguiente,
quienes están acostumbrados a las percepciones espirituales, en la
acepción estricta de esta palabra.

148
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 65.
154
Mucho más frecuentes son las afirmaciones presuntamente
intelectuales, derivadas sin embargo de la aceptación acrítica —sin
discernimiento— de la costumbre, de la moda, de prejuicios de muy
diverso tipo, de la fe natural o sobrenatural, de la superstición…
2. Paralelamente, tampoco son excesivos los que han elevado el
amor a ese grado en que el factor claramente dominante —nunca el
único— es una decidida determinación de la voluntad, que persigue el
bien para otro… y que llena de dicha el propio espíritu y redunda en las
restantes esferas que componen la persona humana en su totalidad.
2.1. No pretendo negar —y la distinción es importante— que
la voluntad de prácticamente todos los seres humanos deje de sentirse
atraída por multitud de bienes del más diverso rango: desde el
conocimiento de la verdad, al que acabo de aludir, hasta el atractivo de
otras personas, la belleza de un paisaje, una familia y un hogar, las
posesiones imprescindibles para llevar una vida digna, el deporte, la
música, los alimentos, las bebidas, el dinero y un larguísimo etcétera.
Esta sugestión responde a la misma naturaleza de la voluntad y es
casi imposible de evitar, además de que no existe motivo para evitarla.
Por idéntica razón, también se experimentan los afectos aparejados a
ella, entre los que se cuenta muy a menudo el amor como sentimiento.
Pero este tipo de amor es un sentimiento antecedente y más bien
pasivo, según ya estudiamos (es lo que los clásicos denominan voluntas
ut natura): pues en el momento en que surge, y por decirlo de algún
modo, la voluntad humana todavía no ha actuado del modo que le es
más propio, es decir, activa o libremente.
2.2. Por el contrario, lo que pretendo resaltar al hablar de
algo no muy practicado en nuestros días es el acto que puede seguir o
no a la atracción inicial o que la voluntad ejerce incluso venciendo una
repulsa, porque advierte que aquello o aquella persona es bueno y
decide libremente quererlo.
Este es, como sabemos el amor de elección o personal, el amor en su
sentido más propio, y a él se encuentran ligados otra serie de
sentimientos (llamados subsiguientes), entre los que destaca lo que en
la actualidad conocemos como felicidad o dicha.
3. Ahora bien, si no se llevan a término las operaciones de
comprensión intelectual y amor voluntario resulta imposible que se
produzcan los sentimientos que de ellas derivan.
De ahí que, en bastantes ocasiones, al no haberlas experimentado o
solo de forma muy elemental, resulte arduo aceptar la existencia de
emociones estricta aunque no exclusivamente espirituales; y que las
doctrinas más comunes al uso, con excepciones muy valiosas a las que
después apelaré, hagan caso omiso de este tipo de sentimientos y
falsifiquen gravemente el conjunto de la vida afectiva y de la existencia
humana.

155
Comentando unas palabras de Wittgenstein sobre la ascesis, sostiene
Natoli:
Para la mayoría, las explicaciones [de Wittgenstein] sobre este tipo de
conducta no solo resultan decepcionantes, sino incluso inconcebibles. Y no
es difícil explicar esta incomprensión: basta pensar que solo quien practica
la ascesis puede entenderla, porque solo él conoce sus efectos. Los lugares
comunes que se han formado en torno a la ascesis no derivan únicamente
de prejuicios, sino que dependen sencillamente de una falta de habilidad en
relación consigo mismo. Lo grave de esta situación es asumir la propia falta
de habilidad como un mérito o, de forma todavía más torpe, como algo
obvio149.

Considero que las afirmaciones no pueden ser más netas y directas;


pero ya digo que sobre esto volveré más tarde.

Sin un desarrollo suficiente del entendimiento y la


voluntad tampoco pueden experimentarse sus
respectivas emociones

149
NATOLI, Salvatore, La felicità. Saggio di teoria degli affetti, Feltrinelli, Milano
2003, p. 31.
156
Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que solo se lee una vez. Pero lo medio-entendido entonces prepara
para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo que ya sabía. A
menudo es preciso «volver» repetidamente sobre lo mismo. Pero el resultado
final suele provocar una notable satisfacción.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

 Tras confesar de forma expresa, gozosa y agradecida que la razón y


la fe me llevan a saber que Dios existe y que las dimensiones
espirituales del ser humano guardan una estrecha relación con Él,
querría alentarte —como también yo he hecho— a reflexionar sobre el
contenido de este último capítulo basado, sobre todo, en tu experiencia
y con la ayuda de los testimonios científicos que recojo en él.
 Desde semejante perspectiva, ¿te ha supuesto una sorpresa el
énfasis con que afirmo la existencia de afectos propiamente espirituales,
surgidos de la inteligencia y la voluntad y desplegados principalmente en
ellas?
 ¿Te ha molestado la afirmación de que el desconocimiento de tales
emociones se debe, entre otros motivos, a la falta de ejercicio o al uso
inadecuado de esas dos facultades superiores?
 Aunque así fuera, apoyado en mis años de estudio y en mi
experiencia personal, te animaría a que, al menos durante un período
de prueba, te propongas realizar lo que afirmo que hoy no se estila:
1. Emplear a fondo tu inteligencia, procurando comprender
auténticamente cuanto te rodea y aprendiendo a discernir cuándo lo has
efectivamente entendido, cuándo dudas de que aquello sea así o no,
cuándo te sientes inclinado a admitirlo o rechazarlo sin saber bien por
qué…
2. Y que, sin abandonar las tendencias sensibles y cuanto con
ellas se relaciona, te entrenes en amar lo que es bueno por el sublime
hecho de serlo, poniendo en juego consciente y libremente tu voluntad e
intentando percibir los afectos que de esas acciones se derivan.
 Pienso que, de momento, la tarea es más que suficiente.

157
VII. Unidad de la vida afectiva

¡Un esfuerzo más!

¡Ojo!
No es que me haya olvidado de recordarte la conveniencia de hacerte
preguntas antes de comenzar la lectura y reflexionar después de llevarla a
cabo, ni tampoco de redactarlas.
Me lo salto a propósito… ¡a ver si en el próximo capítulo te pillo por
sorpresa!
Pero no puedo dejar de advertirte que la comprensión de algunas de las
cuestiones que ahora desarrollo supondrán un esfuerzo extra: ¡es el
momento de seguir (o no) el consejo de utilizar a fondo tu inteligencia y
tu voluntad!
¡Mucho ánimo!

1. La afectividad… ¡humana!

Todo en el hombre es humano

En páginas anteriores intenté mostrar que la afectividad, tal como


estimo que debe entenderse, es una realidad propia y específicamente
humana. Se trata de una adquisición que conviene no olvidar nunca,
aunque los temas que estudiemos no lo expongan de manera expresa.
Insisto, pues, en la idea clave que descubre que, en el hombre:
1. Todo es humano, desde el punto de vista del ser (entitativo).
2. Y puede llegar a serlo, en los dominios del obrar (operativos).
En este extremo, en el que ya vimos desenvolverse a Frankl, von
Hildebrand se expresa con la máxima claridad y pertinencia:
Sería completamente erróneo pensar que las sensaciones corpóreas de
los hombres son las mismas que las de los animales, ya que el dolor
corporal, el placer y los instintos que experimenta una persona poseen un
carácter radicalmente diferente del de un animal. Los , sentimientos
corporales y los impulsos en el hombre no son ciertamente experiencias
espirituales, pero son sin lugar a dudas experiencias personales150.

150
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, p. 62.
158
No estamos ante algo fácil de entender ni tampoco de manifestar. Por
tales motivos, yo no debería preocuparme si no consigo exponerlo de la
forma adecuada, ni, sobre todo, el lector ponerse nervioso si no
entiende lo que le propongo o no está de acuerdo con ello.
No obstante, si acudimos a la metafísica, y damos por supuesta una
suficiente formación en ella, la verdad a que estoy aludiendo se impone
por sí sola. Resumo en breves palabras:
2.1. Cada hombre, varón o mujer, tiene una única forma
sustancial —el alma humana, de rango espiritual—, que determina el
nivel o categoría del asimismo único acto de ser de toda esa persona,
incluidas sus dimensiones corpóreas.
2.2. Estas son también personales por participar del ser del
alma, que esta comunica instantánea e inmediatamente al cuerpo en
que es creada (el alma humana no podría ser creada sino en su
cuerpo), de modo que el acto de ser de toda la persona humana es uno
y el mismo.
2.3. Y si ese ser es personal, todo cuanto de él derive,
resultará también personal. Por eso, en el hombre no hay nada —nada
en absoluto— que realmente pueda equipararse a lo que encontramos
en los animales brutos.
Como explica Tomás de Aquino, en el hombre
… la propia alma tiene el ser subsistente […] y el cuerpo es atraído [o
elevado] a ese mismo ser151.

Para añadir:
Porque entre las substancias inteligibles [el alma humana] tiene más
potencia, y por eso se sitúa en los linderos de las realidades materiales, de
modo que las realidades materiales son atraídas [elevadas] a participar de
su ser, de suerte que, del alma y del cuerpo, resulta un solo ser en un solo
compuesto; aunque semejante ser, en cuanto procede del alma, no
depende del cuerpo152.

En el hombre, todo es humano… o puede llegar a serlo

Nada en el hombre es «simplemente animal»

La misma idea puede expresarse de manera más sencilla y


asequible.
Existen muchas realidades que los animales parecen tener en común
con el hombre. Las dimensiones estrictamente físicas: gravedad,
cohesión material y orgánica, etc.; los procesos vitales de crecimiento y
desarrollo, con cuanto llevan consigo: circulación sanguínea, digestión y
asimilación, respiración…; la capacidad de movimiento, en su acepción
151
«… ipsa anima habet esse subsistens […], et corpus trahitur ad esse eius»
(TOMÁS DE AQUINO, De spirit. Creat., q. un., a. 2 ad 8).
152
TOMÁS DE AQUINO, De ente et essentia, c. 4, núm. 29.
159
más amplia; los sentidos y los apetitos sensibles; cierta relación con su
entorno físico y con otros seres vivos… y un dilatado y amplio elenco,
muy difícil de colmar153.
Pero ese parecen que figura en el párrafo precedente es fundamental,
y nos ayudará a entender lo que sigue.
De hecho, como acabo de sostener y he mostrado otras veces:
1. Podría hablarse de cierta igualdad si cada uno de los
elementos se considerara aislado en sí mismo o, lo que en la mayoría
de los casos viene a coincidir, desde la perspectiva limitada de las
ciencias experimentales: física, química, biología, óptica… Bajo
semejantes prismas se equiparan, en los hombres y en el resto de los
animales, la digestión o la respiración, pongo por caso, la acción de ver
u oír, etc.
2. Sin embargo, esa presunta igualdad se desdibuja o desvanece
si atendemos a cada uno de los elementos dentro del conjunto (el
animal o el hombre, en el supuesto que estoy considerando), que es
donde realmente se llevan a cabo: es decir, donde únicamente tienen
lugar o se dan de hecho.
Al primer modo de enfocar la cuestión lo llamo meramente formal o
abstracto, puesto que aquello de lo que se habla es resultado de una
abstracción; resultado que, como tal, no existe en la naturaleza, sino
sólo en la mente: nunca puede darse un proceso de digestión o un acto
de ver independientes, aislados, ejercidos al margen del sujeto que los
realiza.
La segunda, por el contrario, es una consideración real (¡filosófica,
metafísica!, aunque normalmente se opine más bien lo contrario… por
culpa de bastantes pseudo-metafísicos), pues toma buena nota del
sujeto que ve u oye, por citar un caso significativo, que efectivamente
digiere o respira… y que hace muy distintos los procesos y las
actividades aparentemente idénticos.
Podemos comprobarlo mediante un ejemplo no demasiado
complicado: la digestión del animal se encuentra exclusivamente
determinada por elementos biológicos, en el sentido más lato del
adjetivo, mientras que en un ser humano en iguales condiciones
orgánicas el mismo proceso puede resultar profundamente alterado por
el conocimiento intelectual de algo que genera una profunda alegría o,
en el extremo opuesto, por el de una desgracia, origen de una total
desolación, que llega incluso a paralizar sus funciones vitales básicas.

En contra de lo que habitualmente se opina, sólo el


metafísico que actúa como debe goza de una visión real
y no abstracta de la realidad

153
En relación a este extremo, se consultará con provecho PRIETO LÓPEZ, Leopoldo,
El hombre y el animal, BAC, Madrid 2008.
160
Acudamos a la experiencia

Desde la perspectiva metafísico-real, como vengo diciendo, la


cuestión resulta bastante patente.
Pues, de acuerdo con lo que apunté, es fácil advertir que no son las
piernas las que andan, sino el perro o el caballo, poniéndolas en
movimiento; no es el estómago el que digiere los alimentos, sino el
animal o el hombre en los que ese estómago y el conjunto del
organismo existen y operan; no es el ojo el que ve, sino el ciervo, el
águila o un determinado varón o mujer, a través de la correspondiente
facultad visiva…
Si nos centramos en la visión y la consideramos de manera formal o
abstracta (según lo hacen necesariamente, en función del propio
método, las ciencias experimentales —y pido perdón por mi insistencia
—), cabría sostener que el ojo —cualquier ojo— vería siempre y
solamente colores.
Pero, lo repito porque lo considero clave, no es el ojo el que ve, sino
un concreto periquito, un particular elefante, Daniel o Esteban…
aunque, ciertamente, a través de y gracias a los ojos (y a otros
elementos también orgánicos).

Comparemos

Y, entonces, las diferencias se tornan casi infinitas.


1. Ciertamente, ante un paisaje de montaña o en una playa,
cualquier ser humano puede afirmar alguna vez, y con razón, que está
viendo un azul intenso maravilloso (un color).
Pero es mucho más normal y habitual que, en esas mismas
circunstancias, diga: estoy viendo un cielo esplendoroso, de un azul
espectacular; o, en otros casos: veo venir a mi hermano (una persona),
una procesión o un desfile, una casa de estilo colonial, un paisaje, un
coche a toda velocidad, etc.
Traduciéndolo, para lo que nos ocupa: lo que en efecto ve el ser hu-
mano en condiciones normales son realidades concretas y
determinadas, dotadas de significado… y no simples colores.
Y esto es así porque, de hecho, la acción de ver nunca se da suelta,
desligada, sino que forma parte de una percepción más compleja, en la
que ponemos en juego, junto con la vista, y entre otras facultades, la
imaginación, la memoria y, en fin de cuentas, la inteligencia, capaz de
conocer la realidad en sí misma, con su significado o modo de ser
propio.
Y todo ello modulado, lo repito adrede, por lo que solemos llamar
forma mental de cada individuo, que no es sino el influjo que cuanto ha
realizado o sufrido en su vida ejerce sobre su comprensión de la
161
realidad: una influencia que normalmente matiza ese conocimiento y le
da una tonalidad propia, que lo enriquece o empobrece y, en casos
extremos, puede llegar a falsear lo presuntamente conocido.
La vista, en el hombre, genera un resultado humano, que es el de
conocer la realidad como es en sí, aunque de manera nunca exhaustiva,
siempre un tanto modificada, y acompañada por la posibilidad de errar
y de perfeccionarse.
2. El animal, por el contrario, tampoco percibe propiamente
colores, sino que —poniendo en juego asimismo su imaginación y su
memoria, y lo que solemos llamar instintos— ve posibles beneficios o
daños; es decir, estímulos que le llevan a actuar, acercándose y
utilizando lo que le resulta provechoso, o huyendo de aquello que,
instintivamente, advierte como perjudicial.
El fruto de la visión del animal es asimismo… animal: un simple
estímulo para su supervivencia o la de su especie.

El resultado de la percepción del animal bruto es


meramente animal, mientras que la percepción del
hombre es estrictamente humana

Ayuda para la reflexión personal

 Permíteme un nuevo consejo. Es frecuente que, a la hora de


comprender, o simplemente de observar lo que sucede en nosotros —y
más si lo comparamos con los animales—, estemos muy condicionados
por las ideas al respecto que reinan en el ambiente. Como es lógico,
aunque en principio tal actitud es positiva y casi inevitable, no todas
esas convicciones resultan correctas.
 Por eso te sugeriría que prescindieras en lo posible de cuanto ya
sabes o piensas que sabes, de lo que has oído o leído, incluido —¡cómo
no!— lo que acabo de exponer, y te centraras en tu propia experiencia
interna: que procures observar, al margen de todo prejuicio, lo que
ocurre dentro de ti cuando experimentas una emoción o un sentimiento;
que lo analices sin pretender alcanzar una conclusión determinada o
incluso ninguna conclusión; que, si te ves con fuerzas y ganas, intentes
poner por escrito lo que vas descubriendo… ¡y que solo entonces lo
cotejes con lo que antes habías aprendido!
 ¡Y sigue yendo de consejos! A algunos de mis alumnos, como a
otras personas de nuestro tiempo, les resulta muy difícil admitir que
existe una diferencia marcada entre el ser humano y los animales
superiores. Tal vez por influjo del evolucionismo, ni bien entendido ni
bien explicado. Pero, en cierto modo, cada uno de nosotros lleva en sí
un animal (¡unos más que otros!), o, mejor dicho, es un animal…
aunque superior (¡de nuevo unos más que otros!).
 Si consigues distinguir —sin separar— entre lo que sucede en ti en
la esfera de la sensibilidad y los apetitos correspondientes y lo que se
origina o tiene lugar en los dominios más propiamente espirituales,
podrás hacerte una idea aproximada de lo que siente un animal bruto
162
(así los llamaba la tradición, para distinguirlos de los seres humanos;
aunque, a veces…).
 No se trata, ni mucho menos, de una tarea fácil, entre otros
motivos porque, según hemos visto, el animal que somos nosotros está
todo él impregnado de espiritualidad. Pero, pese a ello, con algo de
entrenamiento, no es muy difícil discernir, pongo por caso, entre los
movimientos o inclinaciones que experimentamos en nuestro cuerpo y
los que advertimos en nuestra alma, sobre todo cuando parece que se
oponen.
 Por ejemplo, como veremos más tarde con detenimiento, uno puede
saber intelectualmente que el jamón es uno de sus alimentos preferidos
y, no obstante, en este momento particular, sentir asco hacia él (por un
empacho, por determinada enfermedad…): sé que me gusta en el
mismo instante en que siento que me está repugnando; o, al contrario,
saber que la sal excesiva me cae mal (eso dice la mayoría de los
médicos; otros afirman que es un «cuento chino»), pero apetecerme un
montón volcar el salero sobre las tristes y solitarias verduras,
enviudadas y simplemente cocidas, que tengo en mi plato…
 En fin, con independencia de lo mejor o peor expresado que esté lo
que precede, te vuelvo a animar a que la fuente principal de tus
conocimientos sea tu propia experiencia…
 Una experiencia contrastada —¡claro que sí, no faltaría más!—, con
la de los demás, lo que dicen los libros de los expertos, etc. y, si lo ves
necesario, rectificada a la luz de todo ello; pero nunca anulada por
ninguno de esos otros elementos, por más autoridad que pretendan
arrogarse… o arrogarme.

2. La ordenación jerárquica de la afectividad

 La verdad es que puedes tomarte un respiro. Lo que viene ahora no


es sino la síntesis y conclusión de lo ya visto. No tendría que suponerte
ninguna dificultad particular, al menos la primera parte: la que establece
los tres niveles.
 Otra cosa bien distinta es que, en cuanto lo pienses un poco y
compares con la vida vivida, no comiencen a resquebrajarse los
esquemas tan claros (¿?) que ahora te propongo. Pero es una magnífica
señal, justo porque en la vida humana no hay nada, al menos de cierto
valor e interés, que resulte claro y distinto (lo siento por Descartes).
Somos bastante complicados, no solo complejos, y es bien difícil
exponer con sencillez lo que tiene lugar en nosotros (¡qué buena excusa
para mi incompetencia, ¿verdad?!).
 Cuando estudies los distintos niveles, no te preocupe si no te
parecen tan límpidos y cristalinos. Lo que debería preocuparnos —a ti y
a mí— es el intento de entender perfectamente lo que nos supera y —no
digamos— la pretensión o suposición de que ya hemos logrado
comprenderlo.

Sin afán de comparar —pero comparando—, la filosofía no puede nunca


convertirse en ciencia exacta… justo para ser rigurosa y adecuarse a la
realidad, como ya advirtió Heidegger.

163
Tres niveles de afectividad específicamente humanos

Tras estas digresiones, cabe abordar de nuevo, con mayores


esperanzas de éxito, un análisis global de la afectividad humana: una
afectividad, en la que todas las emociones, sentimientos, estados de
ánimo, etc., están teñidos de ese toque de humanidad que deriva, para
el hombre entero, del ser de su alma espiritual y, en los dominios
operativos, del influjo de la inteligencia y la voluntad, animados por ese
mismo ser.

1. Físico-biológico
Tomando la expresión en su sentido más amplio y vago, en el
hombre encontramos sentimientos fisio-biológicos o sensibles, algunos
de los cuales más bien habría que calificar como meras y simples
sensaciones: hambre, sed, cansancio, dolor, relajación o tensión
musculares, bienestar físico…
Casi todos ellos, y en particular los que he citado, también se
encuentran en los animales. Sin embargo, según acabo de recordar, no
deben identificarse por completo con los que estos experimentan o, más
bien, no deben equipararse en absoluto, precisamente porque el acto de
ser personal-humano está a años luz por encima del de los animales
más desarrollados.
En cualquier caso, si lo que se subraya es la semejanza, nos topamos
más bien con las simples sensaciones, como serían las de mero dolor o
mera sed, que, en tal estado de pureza, no suelen darse en ningún
hombre ni, menos aún, en el animal: se dice que el animal experimenta
dolor o placer, pero no sabe que los está experimentando, y esto
establece una diferencia abismal con lo que sucede en los seres
humanos.
De hecho, el varón o la mujer no animalizados por las circunstancias
(un campo de concentración, pongo por caso, o un naufragio
prolongado) advierten el hambre o las molestias físicas en el interior de
una percepción más rica y amplia, que, en última instancia, y
adentrándonos hasta el fondo del asunto, es la de su persona íntegra en
la situación o estado en que en ese momento se encuentre: toda su
biografía, como me gusta decir, de la que un elemento esencialísimo es
la aspiración primordial —¡el ideal!— que guía su entera existencia.
Yendo por partes, las sensaciones a que acabo de aludir y otras
muchas del mismo estilo suelen dar origen, ya de entrada, a emociones
o sentimientos en la acepción más propia:
1.1. Un dolor de muelas, por referirme a algo sencillo (¡?),
lleva a menudo aparejada la representación anticipatoria de una visita
al dentista, que, según los modos de ser de cada cual, provoca de
inmediato un sentimiento de incomodidad, miedo, ansiedad, rechazo, a
causa del dolor que se prevé…; o de satisfacción y gozo, por cuanto

164
pronostica la desaparición de las molestias tras la intervención del
odontólogo…; o de una cosa y la otra, simultáneamente o en continua y
más o menos uniforme alternancia, en función de lo que en cada
instante se me hace más patente.
1.2. Una punzada aguda en el corazón y la contracción del
brazo izquierdo producen —¡sobre todo en los médicos, que me
perdonen!— el temor a un infarto, la inseguridad sobre el propio
futuro…
1.3. Y la simple sensación de sed, como las molestias que
acabo de mencionar, no suelen quedarse ahí. Generan sentimientos de
enfado, de desazón o, en el extremo contrario, de satisfacción por
poder superar un déficit meramente orgánico, conciencia de la propia
debilidad… e incluso, en situaciones extremas, cuando el estado
habitual es en exceso precario, llevan a preguntarse si vale la pena vivir
esta vida o a plantear existencialmente interrogantes aún más
descabellados: es decir, absurdos… cuando los contemplamos desde
fuera, pero no tanto —a tenor, al menos, de la frecuencia con que se
dan— en el dinamismo de una vida vivida en las circunstancias
apuntadas.

La concatenación de fenómenos
En el horizonte en que me estoy moviendo, la conclusión pudiera
ser que:
1. Una simple sensación, agradable o desagradable,
2. es vivida a menudo como algo de más alcance y relieve,
como un sentimiento,
3. y puede originar incluso un estado general de ánimo y dejar
una huella emocional durante un período más o menos largo…
4. hasta acabar forjando, para bien o para mal, un
determinado carácter o falta de carácter.
Recuerdo, a estos efectos, la primera vez que a un excelente amigo y
magnífico profesional se le borró del ordenador el trabajo de toda una
mañana, que consistía en el planteamiento detallado de un ambicioso
proyecto de investigación; por más que resulte extraño, la consecuencia
de ese fallo eléctrico fue una depresión profunda, que se prolongó
durante más de tres meses.

En el hombre, las simples sensaciones físicas suelen ir


acompañadas de sentimientos más complejos en los
dominios psico-espirituales

2. Psíquico

165
De esta suerte nos hemos introducido en la esfera de los
sentimientos psíquicos, que son los más habitualmente tratados en los
estudios sobre la afectividad.
Precisamente por este motivo, y en espera de posteriores
puntualizaciones, me limito a mencionarlos y señalar algunos de los
más comunes.
Entre ellos se cuentan, además o incluyendo a bastantes de los ya
nombrados:
2.1. Los de signo o valencia positiva, como la alegría, la paz,
la ilusión, la seguridad, la impresión de dominio de sí o del entorno…
2.2. Y, entre los negativos, sus opuestos, como el temor, la
angustia y ansiedad, la inseguridad, el rencor y el resentimiento…
Refiriéndose tanto a estos como a los antes citados, escribe muy
acertadamente von Hildebrand:
Pero incluso en el caso de que estos humores estén causados por
nuestro cuerpo, no se presentan como la “voz” de nuestro cuerpo ni son
estados de nuestro cuerpo. Son mucho más “subjetivos”, es decir, están
más radicados en el sujeto que las sensaciones corporales. Podemos estar
alegres mientras padecemos un dolor físico; y este estado de ánimo
positivo se manifiesta en el ámbito de nuestras experiencias psíquicas: el
mundo aparece de color de rosa, el mal humor desaparece y la alegría
inunda todo nuestro ser154.

Los sentimientos psíquicos son los que de ordinario se


consideran al analizar la afectividad

3. Espiritual
Según ya apunté, la afectividad del espíritu plantea, como primer
problema, el de su denominación: a los movimientos o reposos
anímicos de este nivel, ¿es preferible llamarlos afectos, sentimientos,
emociones, estados de ánimo… o inventar un nombre nuevo para
designarlos?
Cada una de esas opciones presenta ventajas y perjuicios, como ya
he esbozado y tal vez veamos más tarde.
En cualquier caso, conviene evitar que el uso de esos vocablos lleve a
una identificación semiconsciente con los sentimientos o emociones tal
como se dan en el ámbito biopsíquico… pese a que normalmente los
experimentemos mezclados entre sí, empapados unos de otros.
En rigor, habrá que hablar de analogía, con lo que esta implica de
semejanza y de mucha mayor disimilitud.
En dicho sentido, lo único que puede afirmarse con seguridad es que
tales sentimientos se encuentran unidos a las dos facultades superiores,

154
HILDEBRAND, Dietrich von, El corazón, Palabra, Madrid, 1997, pp. 64-65.
166
reconocidas tradicionalmente como estrictamente espirituales: el
entendimiento y la voluntad155.
¿Consecuencias?
La afectividad del espíritu gira inicialmente en torno a dos o tres
núcleos:
3.1. El del conocimiento en su sentido más puro.
3.2. El del amor, también en su acepción suprema.
3.3. Y, sobre todo, el de la conjunción de ambos, ya que es
muy difícil separar realmente el ejercicio del entendimiento y el de la
voluntad… y el resto de la persona.

La afectividad del espíritu gira inicialmente en torno al


entendimiento, la voluntad y la conjunción de ambas
facultades

Emociones intelectuales

1. Como ya dije, entre las emociones del primer tipo, resulta


paradigmática la satisfacción derivada del descubrimiento de la verdad:
el famoso eureka!, cuya hondura e intensidad solo puede percibir quien
lo ha experimentado, sobre todo cuando se trata de conocimientos de
gran relieve especulativo, perseguidos durante mucho tiempo, o que
alumbran panoramas vitales hasta ese momento inéditos. Cuando
descubrimos un mediterráneo, por utilizar la expresión usual en España.
2. Y, junto a este sentimiento nuclear, se agrupan los que lo
preceden, lo refuerzan o lo matizan, entre los que vale la pena
nombrar:
2.1. El afán de conocer lo que se nos ofrece como digno de
ello.
2.2. El asombro ante la propia ignorancia de lo que se
suponía bien sabido.
2.3. La conciencia una y otra vez experimentada de nunca
llegar a conocer plenamente algo; sentimiento que, a su vez, puede dar
origen:
2.3.1. Al gozo por el reconocimiento de la grandeza de
todo lo que existe, incapaz de ser contenido en los límites de mi débil

155
No apelo a la memoria, situada inmemorialmente junto a las dos facultades
señaladas, porque estamos ante un asunto nada fácil de tratar, y menos en un libro
con los límites de este. Lo habitual es que se la confunda con la memoria sensible o se
la reduzca a un aspecto de la inteligencia. ¡Es mucho más e infinitamente más
profundo! Quien quiera comenzar a atisbarlo, debería leer la estupenda (y nada fácil)
obra de CARDONA, Carlos, Olvido y memoria del ser, EUNSA, Pamplona 1997, en
particular las pp. 279 y ss.
167
inteligencia, y, en el caso de los creyentes o de los metafísicos
convencidos, a la adoración al Creador de tales maravillas.
2.3.2. O, por el contrario, a la rebeldía ante la propia
incapacidad, la decepción ante la imposibilidad de llegar a saber nada
con absoluta certeza, la inseguridad y la zozobra de quien no posee y se
siente incapaz de alcanzar puntos de referencia para su vida…

Las emociones intelectuales pivotan alrededor del


conocimiento de la verdad

Sentimientos de la voluntad

1. El afecto por excelencia en los dominios de la voluntad es —


además de la atracción pasiva provocada por lo bueno, a que antes
aludí y a la que ahora no me estoy refiriendo— el gozo derivado del
acto de amar, y el de ir haciéndolo paulatinamente más y mejor, que es
lo que, en fin de cuentas, constituye el fundamento de la felicidad.
En mi opinión, nos encontramos ante el sentimiento supremo y por
antonomasia, consecuencia de aquella acción por la que el ser humano
mejora o decrece en cuanto persona y se juega el futuro de esta vida y,
según los que creemos en (o sabemos de) él, el destino eterno. Por eso,
al crecimiento del amor, a la plenitud que va generando en el sujeto hu-
mano, y a la dicha que de esa mejora se deriva, además de consagrar
unas páginas más adelante, he dedicado ex profeso todo un libro.
Como dice Fabro, aunque parezca reducir el alcance de mi propuesta:
El sentimiento más primario y fundamental es el placer [tomando esta
palabra en su más amplia acepción], en el que se concentra la subjetividad
del ser y del cual vienen las inclinaciones, las pasiones, las emociones...
que lo consideran como su fin último156.

2. En torno a esta suprema operación activa —amar hasta


entregarse sin límites ni reservas— giran, entre otras, las siguientes
emociones o, en su caso, estados de ánimo:
2.1. La exaltación, a la que ya me referí, de quien se topa
con el hombre o la mujer de su vida y se descubre enamorada o
enamorado.
2.2. La tristeza por el amor no correspondido.
2.3. La melancolía que generan los amores hoy
desaparecidos o atenuados.
2.4. La ilusión también un tanto nostálgica de no ser
capaces de amar con más intensidad y pureza a aquellos a quienes
queremos.

156
FABRO, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del alma),
Rialp, Madrid, 1982, p. 114.
168
2.5. La superación de una enemistad o, al contrario, el
surgir, asentarse o renacer de un sentimiento de rencor u odio, que, si
no logra ser desterrado, carcome la propia intimidad y desemboca en la
desdicha temporal y eterna…

Los sentimientos ligados a la voluntad se relacionan, de


forma más o menos directa con el amor y el desamor

En cualquier caso, más que un análisis detallado de tales afectos, de


momento considero imprescindible volver a subrayar la importancia de
defender estos dominios de la afectividad espiritual y hacerlo
correctamente.
Así lo afirma García-Morato:
… hay sentimientos y respuestas afectivas que son profundamente
espirituales. La felicidad enraizada en el amor pertenece también a estos
sentimientos espirituales. Y no hay peor cosa que la insensibilidad ante
ellos157.

3. La afectividad completa e integrada

Y repercusiones en toda la persona

Tanto o más aún que lo expuesto en los dos últimos epígrafes, y


como consecuencia de la unidad del ser humano, conviene recordar que
el despliegue positivo o negativo de cualquiera de esos tres ámbitos,
incide casi siempre en los restantes, modificándolos en la misma
dirección y sentido de aquel en que tiene origen la emoción primigenia.
Y esto, no de cualquier modo, sino de la forma que ahora apunto, con
palabras que Noriega refiere al amor entre varón y mujer, pero que
pueden perfectamente afirmarse del conjunto de la vida afectiva:
… es preciso tener en cuenta que “lo que está en lo alto se sostiene en
lo que está abajo”, y a la vez, “lo que está en alto equilibra lo que está
debajo”.
Es decir, la originalidad del amor entre hombre y mujer, en su nivel
espiritual, se funda en los niveles afectivo [mejor diría: psíquico] y
corporal, de tal modo que, si lo que está debajo se resquebraja, lo que está
en alto peligra, y viceversa. Así, la pérdida de atracción erótica, por la falta
de un cuidado afectivo mutuo, puede hacer peligrar el don de sí; y la falta
del don de sí puede hacer perder la armonía afectiva y el mismo deseo
sexual158.

Precisamente el error del psicoanálisis —siempre en el decir de Víktor


Frankl, que en este punto comparto— estriba en haber eliminado tanto

157
GARCÍA-MORATO, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
EUNSA, Pamplona 2002, p. 55.
158
NORIEGA, José, El Destino del Eros, Palabra, Madrid, 2005, p. 47.
169
el plano superior (el espiritual) como el inferior (el somático o
biológico), manteniendo solo y absolutizando La Psique.
Afirma Frankl:
Indudablemente que primero se ha de comenzar por poner en orden
todo aquello que —si me es lícito expresarme así— significa o representa
las condiciones naturales de posibilidad para la existencia espiritual y
personal del hombre; la equivocación está tan solo en pretender localizar,
de una manera tendenciosa y exclusivista, el origen de todas las
perturbaciones en la zona de lo psíquico, como continuamente se viene
haciendo. Esto equivaldría a localizarlas erróneamente, puesto que no
solamente lo psíquico, sino también lo somático y lo noético [o espiritual,
como vimos] pueden ser el origen de la enfermedad. Y el Psicoanálisis,
desde el punto de vista de la etiología, es culpable de parcialidad en dos
aspectos, quiero decir, su horizonte visual está coartado por dos
antiparras, solo que no las lleva a la derecha y a la izquierda, sino una
arriba y otra abajo, porque de un lado, al aferrarse a la psicogénesis,
olvida la somatogénesis, y de otro la noogénesis de las afecciones
neuróticas159.

No solo lo psíquico, sino lo somático y espiritual pueden


estar en la base de emociones (y perturbaciones) de la
persona

¿Verdaderamente se trata de «tres» niveles?

Pues sí y no… y todo lo contrario.


Sin bromas: una vez enunciada esta variedad de afectos, de
inmediato se descubre la imposibilidad de aislar, e incluso de
determinar con precisión, sus distintas cotas o perfiles.
Y es positivo que así ocurra porque, en verdad, aunque efectivamente
existan tales sentimientos, en la vida vivida de cada ser humano
particular y único, prácticamente nunca actúan unos con independencia
de los otros, sino en segura e indefinible interpenetración.
Y el hecho de que, sin proponérnoslo y casi sin advertirlo, utilicemos
los mismos términos para referirnos a emociones desplegadas en
distintas esferas constituye una de las pruebas más patentes de que,
menos tal vez que en ninguna otra realidad, nos encontramos ahora
ante algo que dista mucho de ser «claro y distinto».
Acudiendo a uno de los casos más patentes, la alegría en cuanto tal,
como emoción o sentimiento, ¿es una realidad específicamente
psíquica, espiritual… o una conjunción de ambos niveles con
repercusiones también de tipo orgánico?
Y si atendemos a su origen, ¿no se entremezclan todavía más, al
tiempo que los tres planos, lo que antes calificaba como causas
orgánicas y motivos o razones, intelectualmente percibidos? ¿No cabe
que la euforia surja como consecuencia de un amor que crece pujante
159
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 68-69.
170
entre los mayores sufrimientos físicos e incluso psíquicos, o, en el
extremo opuesto, que redunde en el espíritu a raíz de la ingesta de una
droga o, más normalmente, de una ágil y fluida conversación hecha
posible por una comida magníficamente condimentada y servida con
mimo y gratitud (máxime, cuando pasa inadvertida: se ha comido muy
a gusto, pero ni tan siquiera se recuerda cuál fue el menú)?
(La película conocida en España como El festín de Babet compone
probablemente una de las expresiones más logradas, y más
verosímiles, del influjo de la buena gastronomía incluso en las actitudes
espirituales y éticas más determinantes).

La esfera somática, la psíquica y la espiritual


constituyen una suerte de vasos comunicantes, cuyos
fenómenos se difunden de ordinario por los tres
ámbitos citados

Todo en todo

En esta imbricación de planos cabe descubrir, al menos, dos


motivos.

1. Apetitos sensibles «y» voluntad


Desde el punto de vista estático, por llamarlo de algún modo,
descubrimos el hecho innegable de que muchos de los afectos o
emociones tienen lugar a la vez en esferas diferentes de nuestra
persona, aunque interconectadas. Y la razón es que aquello que dispara
el sentimiento es conocido como un bien o un mal simultáneamente en
los dos ámbitos: el de la sensibilidad y el del entendimiento.
Y así, la comida buena y apetitosa es percibida a la vez como bien por
el apetito sensible y por la voluntad.
1.1. En el primero da origen a un deseo y, con frecuencia,
cuando el hambre se sacia, a una sensación de bienestar… o de
agradable o de incómodo sopor (depende de multitud de
condicionantes).
1.2. Y la voluntad, en circunstancias normales, y aunque de
distinta manera, también se siente atraída por el bien de la
alimentación, en cuanto la inteligencia la advierte como fuente de placer
y como algo imprescindible para la conservación y el desarrollo del
organismo y de la propia existencia, condición para el ejercicio de las
operaciones propiamente espirituales, a las que la voluntad aspira en
sentido más estricto o, si se prefiere, con más fuerza, puesto que mayor
es su nivel entitativo o su bondad.
Si acudimos a las dos tendencias básicas ligadas a la conservación de
la vida (personal y específica), algo semejante cabría decir del impulso
a la unión sexual. La persona del sexo complementario:

171
1.3. Es apreciada como un bien en los dominios orgánico-
psíquicos.
1.4. Y, dentro del matrimonio —en cuanto expresión y
medio de incrementar el amor entre los cónyuges—, percibida por la
voluntad como algo maravilloso, donde se cumple de un modo muy
particular y específico la orientación al amor de todo varón y mujer.

Un mismo objeto desata a veces una emoción en


distintos planos de nuestra persona

2. Influjo recíproco de ambos planos


En lo que cabría denominar dinamismo de la vida afectiva, el
fenómeno es análogo, aunque presente algunas diferencias dignas de
mención.
Ahora no se trata tanto de que algo se capte como bien o como mal
por facultades de distinto nivel, sino, además, de que el propio cambio
directamente producido en uno de los ámbitos o niveles genera también
modificaciones derivadas en los otros.
2.1. Por ejemplo, una simple ducha caliente provoca de
manera directa e inmediata efectos fisiológicos vasodilatadores; y esa
mejora orgánica repercute positivamente en los dominios psíquicos y, a
veces, en los propios del espíritu.
Aclaro que no me estoy refiriendo ahora, por citar un caso, al
sentimiento de relajación que induce, también de forma directa, el
hecho de detener una actividad frenética y delirante para dedicar un
tiempo al reposo, sin otra preocupación que la de sentir el bienestar
producido por el agua tibia discurriendo sobre nuestro cuerpo;
evidentemente, también eso se da; pero en estos instantes aludo al
efecto indirecto que el incremento de riego sanguíneo ejerce en nuestro
psiquismo.
2.2. De manera similar, escuchar música, cantar con fuerza
o reír a carcajadas proporciona de inmediato un beneficio psíquico
(disminución de la ansiedad, entre otros), que repercute en el
organismo y se realimenta por los efectos provocados en este nivel.
2.3. Y, en el extremo casi opuesto, la intervención directa y
exclusiva en el plano fisiológico —neuronal, por referirme a algo más
concreto— provoca sentimientos de tipo psíquico e incluso espirituales.

Las emociones surgidas y experimentadas


principalmente en una de las tres esferas suelen
dilatarse hasta alcanzar también las otras dos

Una interacción profunda, múltiple… y ordenada

172
Resulta obvio, pues, que existe un mutuo influjo y una
interpenetración de la afectividad en los dos-tres sentidos: de arriba
abajo y de abajo arriba, así como del centro —lo propiamente psíquico
— hacia ambos polos (hacia-arriba-y/o-hacia-abajo).
Algunos ejemplos al respecto ya han sido vistos, y otros irán
surgiendo al hilo de explicaciones posteriores.
La idea clave está de nuevo perfectamente expresada por Pithod:
Se ha distinguido un nivel intermedio entre lo físico y lo propiamente
espiritual. Se lo suele llamar nivel psíquico.
Bios, psique, espíritu o persona: en efecto, podemos distinguir
fenomenológicamente [estimo el adverbio en extremo oportuno] estas tres
esferas y su relativa comunicación y unidad. Es un buen ejemplo de la
estimulación de la esfera psíquica por un agente físico esa particular
euforia que nos produce la ingesta de alcohol y el clima de fiesta que de
pronto adquiere una reunión social.
Allí está claramente presente la sensación corpórea de distensión, de
excitación; pero el fenómeno consiste propiamente en una delectación
psíquica o alegría del corazón.
Vinum et musica laetificant cor, dice la Escritura. Esta euforia puede, a
su vez, dar origen a sentimientos más altos, de tipo espiritual, de amistad,
de bondad, de buenos deseos, etc.
Se pueden distinguir, pues, fenomenológicamente, una esfera
intermedia entre lo claramente corpóreo y lo propiamente espiritual. En el
ejemplo que dimos son delectaciones mixtas. Es que el hombre mismo es
un mixto y fenomenológicamente se nos aparece como tal160.

Algo muy parecido, pero tal vez expresado de forma más directa e
inteligible para los no especialistas vimos que exponía Cardona
Pescador, con unas palabras que ahora completo:
La estructura vital de la personalidad está integrada por diversas
dimensiones configurativas (orgánica, psíquica y espiritual) que establecen
íntimas relaciones de interdependencia, de tal forma que el daño o
deterioro de una repercute necesariamente, en mayor o menor grado,
sobre las otras. Así, un dolor corporal predispone a la tristeza, y la tristeza,
a su vez, induce al hombre a la represión de sus tendencias espirituales, a
modo de replegamiento defensivo y de mecanismo de autoprotección. En
sentido inverso, a una mayor plenitud espiritual se sigue una distensión
física y psíquica que facilita superar el dolor y la tristeza161.

Los tres ámbitos de la afectividad interactúan


múltiplemente

Organismo jerarquizado

Ahora me interesa señalar un extremo de capital relieve, del que


debo dejar constancia por pura honradez intelectual.
160
PITHOD, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1994, pp. 158-159.
161
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 124.
173
A saber, que, en contra de lo que en ocasiones se pretende, dentro
del complejo mundo constituido por las tendencias y por los
sentimientos que giran en torno a ellas, no todo se sitúa a la misma
altura ni presenta igual relevancia. Muy al contrario, existe una
jerarquía de naturaleza, incoada ya en la concepción, pero no vital y
definitivamente establecida desde ella, sino fruto de una conquista,
prolongada a lo largo de toda la existencia.
El criterio para descubrir e instaurar tal graduación es la propia
naturaleza de la persona humana, que señala el fin al que esta debe
encaminarse y la operación con que alcanza ese objetivo: el buen amor
inteligente, gracias al cual logra la intimidad con las personas que
constituyen su entorno y, para los creyentes, con Dios, normalmente a
través del trato amoroso con los demás y de un trato directo con Él, en
la oración y los sacramentos.
La consecuencia es relativamente clara. Como lo inferior se ordena a
lo superior, todo cuanto realiza o experimenta el ser humano ha de ser
puesto al servicio del amor, tomando ahora este término en su sentido
más noble y elevado: como acto enraizado fundamental y nuclearmente
en la voluntad, mediante el cual, según la célebre descripción de
Aristóteles, se quiere el bien para otro en cuanto otro.
Al respecto, justo por subrayar la contraposición a que me estoy
refiriendo, no pueden ser más significativas estas afirmaciones de
Cardona Pescador:
Urge restituir al amor su dignidad, y para eso hay que destituir al placer
de su primacía. No amo porque me gusta. Amo porque es amable, porque
es bueno, y, entonces, me gusta. Al amar al otro como otro —no por lo que
me da— se obtiene, además, como consecuencia, el deleite del amor162.

En idéntico sentido, añade:


Para que la persona no sucumba ante el desamor del otro, a la falta de
correspondencia en el amor, es preciso que el propio amor esté bien
fundado y no radique en un mero egoísmo compartido y coincidente (cosa
no rara en ciertos matrimonios y en ciertas amistades)163.

Y, todavía:
Teniendo en cuenta que el ser humano no puede realizarse solo, que le
es esencial el amar y sentirse amado, y que el amor es la cualidad que más
le dignifica y el desamor —con mayor razón, el odio— es lo que más le
deteriora, a mi juicio la soledad puede definirse como el vacío existencial
del desamor querido o sufrido164.

Puesto que el hombre es una unidad y, con terminología de Pascal,


«para llegar a ser hombre, hay que ser mucho más que hombre», no
me importa —con pleno respeto a quienes opinen de otro modo— aducir
162
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1988, p. 94.
163
CARDONA PESCADOR, Juan, “El síndrome de soledad (I)”, en Mundo Cristiano,
enero 2000, p. 46.
164
CARDONA PESCADOR, Juan, “El síndrome de soledad (I)”, en Mundo Cristiano,
enero 2000, p. 40.
174
estas palabras de un santo contemporáneo —San Josemaría Escrivá—,
capaces de orientar toda una vida:
Cuando el amor se apaga, desparece todo lo demás. Porque las virtudes
que hemos de practicar no son sino aspectos y manifestaciones del amor.
Sin amor no viven ni son fecundas. El amor, en cambio, todo lo hermosea,
todo lo engrandece, todo lo diviniza. Por eso, yo no os quiero sin
ambiciones ni deseos; alimentadlos, pero que sean ambiciones y deseos
[…] por Amor165.

Y, con idéntico respeto a quienes piensen de manera diversa, pero


movido por el influjo que han ejercido en mi comprensión de lo que
vengo tratando, estimo de justicia citar aquí, además, unas
observaciones de Javier Echevarría:
No es difícil descubrir que el recto uso de la inteligencia ordena amar el
bien. Fijémonos en esas personas con discapacidad que, aunque no lo
entendamos, son también auténtica bendición […] para la humanidad y
para las propias familias. Su inteligencia no es capaz de razonar
ordenadamente, pero algo de luz hay en su mente, pues consiguen
agarrarse con confianza y cariño a las manos que con amor los atienden en
sus días. Y sus reacciones, aun acompañadas de gestos quizá bruscos,
permiten notar cómo aman, cómo agradecen, cómo necesitan ser amados
y amar166.

Todo cuanto realiza o experimenta el ser humano


ha de ser puesto al servicio del mejor amor,
también como medio supremo para manejar la
afectividad.
Sin duda es esta la afirmación más importante del
presente escrito y la que guiará cuanto veamos a
partir de este momento

Consecuencias vitales

Como más adelante expondré, desde la perspectiva del mejor


aprovechamiento de la afectividad —considerada aisladamente— esto
debería traducirse en:
1. Un desarrollo prioritario y una clara preponderancia de las
emociones, sentimientos y estados de ánimo propiamente espirituales
sobre los respectivos sensibles.
2. Lo cual, a su vez, podría expresarse diciendo que una
adecuada educación de la vida sentimental debe conducir, en
condiciones normales, a que:

165
JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Notas de una meditación 27-V-1937, en
ECHEVARRÍA, Javier, Getsemaní, Planeta, Barcelona 2005, p. 267.
166
ECHEVARRÍA, Javier, Getsemaní, Planeta, Barcelona 2005, pp. 62-63.
175
2.1. El gozo espiritual y supremo de la entrega —resonancia
habitual de quien ama a los otros con olvido de sí—, junto con el deleite
que suele acompañarlo en la esfera sensible,
2.2. … gratifiquen a la persona de forma tan recia y plena, que
ayuden a superar sin excesivo esfuerzo y, en ocasiones, con muy poco
o ninguno, las quejas que se produzcan en los apetitos sensibles y las
que genere el amor de sí anclado en la voluntad, cuando el bien del otro
en cuanto otro implique contrariar la tendencia natural de estas
inclinaciones hacia sus bienes propios, natural o infranaturalmente
egocentrados.

El gozo espiritual y supremo de la entrega ha de tener


tal fuerza en la persona, que alimente las restantes
emociones y ayude a contrarrestar la oposición que, en
determinadas circunstancias, la misma voluntad, la
psique y el organismo biológico pudieran oponer a un
buen amor

Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que solo se lee una vez. Pero lo medio-entendido entonces prepara
para estudiar lo que sigue, y el nuevo conocimiento aclara lo que ya sabía. A
menudo es preciso «volver» repetidamente sobre lo mismo. Pero el resultado
final suele provocar una notable satisfacción.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

 Antes que cualquier otra cosa, he de advertirte que lo considerado


someramente en los dos o tres últimos párrafos será estudiado de
nuevo, y con detenimiento, más adelante. No debes preocuparte,
entonces, si de momento no lo entiendes o incluso tienes la impresión
de que se opone a tu experiencia habitual y a la de quienes te rodean.
 Ni tampoco habría de sorprenderte que bastantes de las ideas
desarrolladas en este apartado te sigan chirriando y las consideres
erróneas.
 En primer y fundamental término, porque yo puedo estar
equivocado.
 Además, por dos motivos:
1. Porque no es muy habitual que se encuentren en los
tratados sobre la afectividad.
2. Porque, como antes advertí, es posible que tanto tú
como yo necesitemos:
2.1. Un desarrollo más pleno de las dimensiones
del espíritu —inteligencia y voluntad—, que nos ayude a percibir con
más claridad lo que sucede en sus dominios.

176
2.2. Una mayor integración entre ellas y las
facultades sensibles y, sobre todo, entre sus sentimientos respectivos.
(Mientras tanto, habituados teórica y vitalmente a referir las
emociones al plano biopsíquico, es normal e incluso ineludible que nos
cueste admitir la existencia de la afectividad espiritual y, más todavía,
su preponderancia en la vida afectiva. Insisto en que de todo ello
hablaré abundantemente más tarde).
 Te hago de momento una consideración… que tal vez acabe de
complicar todo lo expuesto. Más de una vez he descrito la
«responsabilidad» como la huella o resonancia que deja en nosotros
cada uno de nuestros actos.
1. Con el término huella apelo, sobre todo, a la trans-
formación que vamos experimentando en función de lo que hacemos (a
los hábitos: virtudes o vicios); con el vocablo resonancia, al modo como
normalmente percibimos esa modificación, es decir, a los afectos.
2. Pues todo ello tiene también lugar en el entendimiento
y en la voluntad:
2.1. Conforme vamos conociendo la realidad más
y más hondamente, nuestra inteligencia mejora (trans-formación) y
experimenta un mayor deleite cuando conoce de nuevo (resonancia
afectiva).
2.2. Y, en la medida en que aprendemos a querer
bien lo que debe ser querido, también nuestra voluntad se torna más
capaz de amar (trans-formación) y va gozando (resonancia afectiva) con
los sucesivos actos de buen amor.
 La verdad es que tienes abundante materia para reflexionar… y tal
vez no te he comunicado todavía los elementos para hacerlo con éxito.
De todos modos, como siempre, cualquier esfuerzo por comprender más
y mejor obtiene su recompensa.

Nueva ayuda para la reflexión personal

 Como en otras ocasiones, transcribo algunos textos que pueden


servirte para ahondar en las cuestiones expuestas en el parágrafo
precedente y prepararte para comprender mejor lo que explicaré en los
que siguen.
 Se trata, en este caso, de dos textos que explican la posición de
Philipp Lersch en el conjunto de la psicología contemporánea. Aunque el
lenguaje resulta un tanto anticuado, las ideas expresadas a través de él
resultan de gran relevancia para cuanto pretendo comunicarte:
● Estructura designa para Lersch no una simple suma de partes, sino
un conjunto organizado; la estructura no consta de partes, sino de
miembros interdependientes.
La estructura implica una organización persistente de la personalidad
más allá de lo puramente fenomenológico. No es objeto de conciencia, ni
de vivencia (si bien Krüger admite la posibilidad de vivenciarla en la
profundidad de los sentimientos); pero se impone como una máxima
realidad
Con este concepto de estructura se supera una psicología de puros
estados de conciencia, comparables al impresionismo pictórico, que

177
condujo a la llamada «psicología sin alma». Por debajo de esta superficie
impresionista existe la arquitectónica permanente de la personalidad.
(Kant utilizaba el término arquitectónica aludiendo a una construcción de
elementos inmateriales.) Se vuelve, por tanto, a una psicología con alma,
dejando aparte las acepciones teológicas. En el fondo de los fenómenos se
descubre un ser. En este sentido la psicología de Lersch puede calificarse
de ontológica. El concepto de Gestalt es también fenoménico y no
transfenoménico como el de estructura. La obra de Goldstein Aufbau des
Organismus ha sido traducida certeramente en la edición francesa por
Structure de l'organisme (SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH,
Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XL).
● En la clasificaciónde Allport, la concepción de Lersch se incluiría a un
tiempo entre las integrativas y jerárquicas. (Por esta razón las
concepciones sensualistas y asociacionistas no pueden considerarse
personalistas).
Es más que una integración, puesto que el concepto lerschiano de
persona designa la estructura ascensional, es decir, que culmina en la
persona en su sentido más eminente, que más o menos se refleja en las
cincuenta acepciones de Allport, incluso en las “derogatorias”. Así, en la
acepción que formula Boecio en el siglo VI, y que persiste a través de los
tiempos: Persona est substantia individua rationalis naturae (la persona es
substancia individual de naturaleza racional). A pesar de la importancia
que Lersch concede a la vida emocional y que constituye la aportación
más relevante de la obra, lo específicamente humano lo constituye el
principio personal. En este sentido, el psicoanálisis no es un verdadero
personalismo, mejor dicho, no lo es en teoría, aunque lo sea en la
práctica. El que lo sea plenamente se lo impide la importancia constitutiva
que concede al plano, concebido como anárquico, de los instintos.
La concepción de “persona” en Lersch tiene afinidades con la de
Aristóteles interpretado por Santo Tomás. Según Aristóteles (Ethic. 19, c.
9), “lo que en un ser es lo principal, eso parece ante todo constituir el tal
ser, a la manera como lo que hace el gobernante de una ciudad se dice
que lo hace la ciudad […] Y en este sentido se llama a veces hombre lo
que es principal en el hombre.”
El concepto de “persona” es producto, tanto en Santo Tomás como en
Lersch, de una conceptuación acentuativa. En ambos, desborda lo
psicológico. El autor de la Suma Teológica dice textualmente: “No pueden
llamarse hipostasis o persona la mano o el pie, ni tampoco el alma, puesto
que son una parte de la especie humana” (SARRÓ, Ramón, Estudios
preliminares a LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia,
Barcelona, 1971, p. XLI).

178
VIII. Peculiaridades y estructura de la
afectividad humana

¡Seguimos profundizando!

¡Alerta!
Como ya te dije, existen muchas maneras… de hacer casi todo, incluido
leer. Con frecuencia, dejamos sin percibir ciertas propiedades o caracteres
de una persona, animal o cosa…, sencillamente, porque no los
perseguimos con tesón.
Con los libros sucede algo parecido. Es preciso buscar para descubrir lo
que pueden enseñarnos. De lo contrario, además de aburrirnos, es muy
probable que esos escritos acaben… en la basura.
Por eso, antes de comenzar el presente apartado, sería oportuno que
intentaras responder a estas preguntas.
(Ya sé que soy un pesado, pero estimo que compensa que te lo recuerde
una y otra vez).

 No te extrañe que en estas preguntas surjan cuestiones que ya te


suenan porque las hemos visto. Vuelvo sobre ellas con la intención de
estudiarlas con mayor hondura, de nuevo poniendo en juego una
perspectiva más metafísica. Por eso:
 Suponiendo que en los animales inferiores al hombre haya algo
comparable a los sentimientos o emociones, ¿cuáles serían sus
diferencias con la afectividad humana?
 Yendo más a la raíz, ¿cómo se distinguen los apetitos animales de
las tendencias humanas?
 ¿Cuáles son los rasgos que definen esas tendencias en los hombres?
¿En qué sentido y bajo qué condiciones puede afirmarse que es
verdaderamente humano el afán de supervivencia de un varón o de una
mujer?
 ¿Consideras que, en relación al hombre, es lo mismo hablar de
tendencias que de necesidades? Matiza tu respuesta cuanto estimes
conveniente.
 ¿Existen necesidades e inclinaciones comunes al hombre y a los
animales inferiores o incluso a las plantas? Razona tu respuesta, sin
limitarte al sí o al no.

Pretensión

179
Este nuevo capítulo, que asume cuanto he esbozado en los
anteriores, persigue dos objetivos:
1. Esclarecer con mayor hondura en qué consiste la afectividad
humana.
2. Ver, entonces, cómo es posible sacarle el mayor partido,
mediante la educación oportuna.
Procuraré llevarlo a término de manera simultánea, alternando los
apuntes descriptivos y las explicaciones con las sugerencias sobre el
mejor modo de manejar los propios sentimientos: esto es, de descubrir
y potenciar nuestros puntos fuertes, y aprender a conformar de la
manera adecuada las carencias afectivas, de modo que esas faltas
nunca influyan más de lo debido en la calidad de nuestro
comportamiento y en el consiguiente bienestar propio y, ¡sobre todo!,
de quienes nos circundan; bienestar este —el ajeno, el de los demás—
que goza de la mayor importancia, también para nuestra felicidad
personal.
Con tal fin, resulta oportuno examinar de nuevo, de manera más
directa y explícita, los caracteres que distinguen las tendencias y el
conocimiento humanos de los de los restantes animales.

1. Rasgos diferenciadores de la afectividad humana

Los apetitos vitales «inferiores»

Como ya señalé, existen bastantes apetitos que, encarados de


manera un tanto rápida y superficial, podrían considerarse comunes al
ser humano y a los demás animales.
Son los que en el título he calificado como apetitos vitales inferiores,
por cuanto responden, también en el hombre, a las exigencias de su
vida vegetativa y animal, aunque no solo a ellas.
Es decir, los habitualmente conocidos como principios de
conservación y de reproducción.
Tras lo que llevamos visto, es fácil entender por qué sostengo que
esta denominación responde a un modo de encarar el asunto
excesivamente rápido y superficial. Y es que, incluso atendiendo a los
apetitos más comunes, los contrastes entre el modo como se
encuentran en los animales no-racionales y en el hombre resultan
abismales: infinitamente infinitos, por utilizar de nuevo la tan
significativa, fecunda y para mí entrañable expresión de Pascal.
Lo mismo sostiene la mejor psicología actual:
En realidad, la diferencia entre el hombre y el animal aparece en la obra
de LERSCH como infranqueable. No se desconoce, claro está, que el hombre

180
forma parte de la Naturaleza, pero se subraya su Sonderstellung, su
posición aparte en lo psicológico y en lo biológico. […] En lo psíquico, no se
niegan las analogías con la vida instintiva animal, pero se ponen de
manifiesto sus peculiares y sustanciales diferencias. La vida instintiva
humana, incluso en la esfera del hambre y del sexo, es más «tendencial»
que propiamente instintiva. Para subrayar que en la vida «instintiva
humana hay más «incitación» que «impulsión», prefiere LERSCH el término
Antrieb al de Trieb167.

También los apetitos comunes al hombre y los demás


animales adquieren, en uno y otros, caracteres distintos
e incluso opuestos

La plasticidad de las tendencias humanas

Para resumir con muy pocas palabras esa radical diferencia,


bastaría recordar que las tendencias humanas son mucho más plásticas
que los correspondientes instintos animales168. O, con expresión más
concreta, que en el hombre, esas tendencias están tocadas por o transi-
das de libertad.
Como sabemos, existen dos maneras sencillas de advertirlo:
1. Por un lado, semejantes necesidades no se encuentran
predeterminadas, en los distintos sentidos que enseguida expondré.
2. Por otro, incluso cuando se trate de la necesidad más radical y
básica, el varón y la mujer se hallan a menudo capacitados para
atenderla o no, asumiendo la responsabilidad de sus actos, aun cuando
a veces las consecuencias de estos sean fatales… o, llevadas al
extremo, provoquen la misma muerte.

167
SARRÓ, Ramón, Estudios preliminares a LERSCH, Philip, La estructura de la
personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. XIX.
168
A esa plasticidad de las tendencias corresponde una enorme plasticidad en el
cerebro, descubierta y estudiada con ahínco en los últimos años. Cfr. a este respecto
el estupendo libro de DOIDGE, Norman, El cerebro se cambia a sí mismo, Aguilar,
Madrid 2008, que sostiene, por ejemplo: «La idea de que el cerebro es capaz de
cambiar su estructura y su función a través de la actividad y el pensamiento supone,
en mi opinión, el cambio más importante en nuestra noción del cerebro desde que
esbozamos su anatomía básica y el comportamiento de su componente básico, la
neurona, por primera vez. Como todas las revoluciones, ésta tendrá profundas
consecuencias, y es mi deseo que este libro muestre algunas de ellas. La revolución de
la neuroplasticidad tiene implicaciones, entre otras cosas, en nuestra concepción de
cómo el amor, el sexo, el duelo, las relaciones humanas, el aprendizaje, la cultura, la
tecnología y la psicoterapia alteran nuestro cerebro. Las humanidades, las ciencias
sociales y físicas, en la medida en que se ocupan de la naturaleza humana también se
verán afectadas, al igual que las distintas formas de aprendizaje. Todas estas
disciplinas habrán de asumir el hecho de que el cerebro puede cambiarse a sí mismo y
de que la arquitectura cerebral difiere de una persona a otra y que además cambia
conforme transcurren nuestras vidas» (pp. 15-16).
181
En los seres humanos, incluso las tendencias más
básicas, las de la conservación individual y específica,
están impregnadas de humanidad

Las necesidades primarias, indefinidas… ¡e indefinibles!

En lo que atañe al primer punto, no resultaría complicado


enumerar, al menos en sus líneas elementales, qué necesita un animal
para sobrevivir: comida y bebida, un ambiente propicio, cierta
protección material contra sus enemigos…

1. Un (des)acuerdo inicial
Sin embargo, cuando estudiamos con detenimiento lo que
precisan los seres humanos para mantenerse en vida, nos encontramos
con los resultados más asombrosos.
1.1. No solo es que varíen de forma espectacular entre un
sujeto y otro a lo largo de los siglos, en las distintas culturas, o incluso
en ambientes muy parecidos del mismo momento histórico de una
misma civilización, entre los componentes de la misma familia… ¡o en
un mismo individuo en dos instantes relativamente cercanos de su
biografía!
1.2. Sucede también algo muy significativo: que la mayor
parte de los intentos teoréticos de descubrir y establecer cuáles son
esas exigencias ha fracasado rotundamente.
Sin alejarse de la realidad y de los textos, aunque tratándolos con un
punto de ironía y buen humor, Carlos Llano expone la respuesta que
dieron a este interrogante tres de los más grandes pensadores
occidentales, bastante distantes entre sí: Platón, Tomás de Aquino y
Marx.
Y hay que reconocer que la cuestión tiene su encanto.
En un primer momento, como haría cualquiera de nosotros, Platón
señala tres necesidades perentorias, sin cuya satisfacción el hombre
apenas podría subsistir en este mundo: alimentación, vestido y cobijo.
A renglón seguido, contento con su hallazgo, parece que salió a
celebrarlo, dando unas vueltas por la ciudad de Atenas, cuyas calles y
plazas —al menos las que él recorrió entonces— no eran un prodigio de
pavimentación y ni siquiera de empedrado (o sí: depende cómo se
entienda lo de «empedrado»). No extraña, entonces, que en un texto
algo posterior, agregara sin vacilar: alimentos, vestimenta, habitación…
y calzado; ¡si uno quería festejar los grande descubrimientos, parecía
imprescindible caminar por la ciudad sin demasiadas incomodidades!

Pudiera parecer fácil descubrir las necesidades básicas


del ser humano

182
2. Y el «terrible» etcétera
Pero como se trataba de una persona inteligente, pronto
advirtió la alta probabilidad de que en alguna otra circunstancia se
topara con nuevos requerimientos, también perentorios; y, después de
pensárselo bien, complementó el elenco con un etcétera, con el que
desistía de cualquier intento de clasificación.
Tomás de Aquino y Marx coinciden con el filósofo ateniense en la enu-
meración de las tres exigencias primariamente primarias: alimento,
ropa y vivienda.
Y cada uno de ellos añade por su cuenta lo que, al parecer, le dictan
sus particulares circunstancias:
2.1. El rigor de los inviernos alemanes lleva a
Marx a incluir entre lo esencial para la supervivencia nada menos que la
calefacción.
2.2. Y Tomás de Aquino, a cuya notable
corpulencia aluden de un modo u otro sus distintos biógrafos, considera
imprescindible un medio de locomoción equivalente al «600» del
españolito medio de los famosos años 60: un borrico capaz de soportar
su peso y trasladarlo de un lugar a otro.
Pero más significativo todavía es que ni Tomás de Aquino ni Marx se
quedan contentos con estos retoques, por lo que también ellos añaden
el tan socorrido cuanto fatídico etcétera, cuyo significado más
interesante, en este momento, es que no existe modo alguno de
delimitar de una vez por todas cuales son las necesidades que un varón
o una mujer han de tener cubiertas para poder habitar humanamente
nuestro planeta: A + B + C + D + etcétera… es, a los efectos, como no
decir prácticamente nada.

Resulta imposible determinar las necesidades


fundamentales del hombre

Sumamente plásticas

Plasticidad significa, entonces, que no es posible descubrir cuáles ni


cuántas son las necesidades que corresponden siquiera al instinto de
conservación individual, pues estas varían de forma considerable según
las circunstancias; ni tampoco cabe establecer, por los mismos motivos,
cómo se colman las restantes tendencias.

1. No infalibles
Por otro lado, también en contra de lo que sucede en los
animales brutos, las tendencias humanas no se encuentran
predeterminadas, por el sencillo hecho de que, incluso estando a su

183
alcance lo que permitiría colmarlas, el hombre no siempre descubre cuál
es la respuesta adecuada para cada una de ellas.
Dicho con otras palabras, aunque en el niño recién nacido se halle ya
presente el afán natural de supervivencia, ni siquiera a los 2, 3… ó 10
años conoce de manera automática (hablando con más propiedad:
instintiva) lo que le resulta beneficioso o dañino para su simple salud
biológica.
Los pequeños humanos hemos de aprender, a menudo tras
comprobar su peligro, que el fuego resulta perjudicial, además de
atractivo; que un cuchillo afilado debe cogerse por el mango, aunque la
mano se dirija de manera casi maquinal hacia el brillo de la hoja; o que
un exceso de comida o bebida provoca en nosotros efectos nocivos o
incluso catastróficos…
Desde este punto de vista, señalar que nuestras tendencias son plás-
ticas equivale a decir que no resultan infalibles ni tienen su repuesta
dada, sino que cada nuevo individuo humano debe reinventar el mejor
modo de acallarlas.
Todo lo anterior lleva a sostener, con una afirmación cuya
importancia no puede exagerarse, que, entre los hombres, lo natural es
lo libre o, porque viene a ser lo mismo, lo correctamente aprendido y
elegido a la luz de lo que constituye la auténtica esencia o naturaleza
humana.
Con palabras de González Martín:
Lo natural en el hombre es ser educado; una persona sin educación, sin
una interacción con otro que quiere promoverle, que le ayuda a actualizar y
cultivar sus capacidades, una persona así pierde mucho de lo que es propio
al ser personal169.

El ser humano puede equivocarse incluso al intentar


satisfacer sus inclinaciones naturales más simples

2. Abiertas a más de una respuesta


A todo ello se encuentra aparejada otra característica, tal vez
más directamente manifestativa de esa maleabilidad: la capacidad de
elegir, dentro de ciertos límites, entre diversas posibilidades de dar
cumplimiento a cada una de sus tendencias, además de escoger,
cuando lo estime oportuno, dejarlas simplemente desatendidas.
En efecto, a tenor de su propia situación personal y de la singular
configuración de sus inclinaciones, el ser humano puede optar entre
multitud de alimentos y bebidas, por acudir a los ejemplos más
rudimentarios; entre las más alambicadas formas de construir y decorar
su habitáculo; entre mil modos de cubrir o no su cuerpo, con el fin de
169
GONZÁLEZ MARTÍN, Mª del Rosario, La educación de los sentimientos, en AA.VV.,
Sentimientos y comportamiento, Fundación Universitaria San Antonio, Murcia, 2003,
p. 235.
184
protegerse de las inclemencias del tiempo, o en exceso frío o
desmesuradamente cálido, y, simultáneamente, manifestar su
personalidad o ataviar su aspecto externo…
Pero todavía interesa más tener en cuenta que semejantes soluciones
en unos casos darán en el clavo respecto a lo que la tendencia en
cuestión reclamaba, mientras que en otros no harán sino incrementar la
pulsión originaria, porque esta no ha quedado apaciguada, y tiende a
buscar la revancha.
Tendencias con respuestas elegibles, por tanto, y, simultáneamente,
no-infalibles. Y, como consecuencia, necesidad de un constante y
renovado aprendizaje creativo sobre nuestras aspiraciones y el modo de
satisfacerlas.
La razón última de todo ello, que ya he apuntado y sobre la que
volveré una y otra vez, es la-unidad-en-el-ser de cada varón y mujer y,
por consiguiente, la presencia del espíritu hasta en los ámbitos o
actividades en apariencia más alejados de él.
Que es lo que pretendo esbozar a continuación, en espera de un
análisis posterior más detallado.

Las tendencias humanas admiten más de una


respuesta; esta no siempre es la adecuada y, por eso,
es preciso educarlas

Para el hombre, lo natural es lo libre: es decir, lo


correctamente aprendido y elegido a la luz de lo que
constituye la auténtica esencia o naturaleza humana

2. Conocimiento real

El influjo del espíritu

Según acabo de repetir, la distinción fundamental, incluso entre las


tendencias humanas análogas a las más básicas inclinaciones de los
restantes animales y tales apetitos, deriva para el ser humano del
influjo en ellas del alma espiritual, que es lo que lo constituye como
persona.
Desde una perspectiva metafísica, como he insinuado en otros
momentos y en este mismo escrito, la clave de todo el asunto es que el
acto de ser del hombre resulta medido por el alma que lo recibe
inmediatamente, y, así conformado, se comunica al cuerpo: de suerte
que alma y cuerpo, con todas las operaciones radicadas en una y otro o,
normalmente, en el compuesto, son en estricto sentido, personales:
185
gozan del rango propio de la persona, por lo que se encuentran
fuertemente influidas o mediadas por el conocimiento y la libertad.
Así lo explica Lukas:
Un animal no puede obrar en contra de sus instintos. Si, por ejemplo,
tiene hambre y avista una presa, «deberá» abalanzarse sobre ella y
devorarla. En cambio, una persona puede estar hambrienta (ese es su
«destino») y, sin embargo, ofrecer su última rebanada de pan a un
compañero que quizás la necesita con más urgencia que él (ésa es su
«libertad»). En la primera dimensión, la somática, el estómago le hará
ruido y el descenso del nivel de azúcar en la sangre le causará malestar. En
la segunda dimensión, la psíquica, el deseo del pan y las imaginaciones de
comida le torturarán. Este es el «paralelismo psicofísico» del que habla
Frankl, donde los dos primeros planos están sincrónicamente entretejidos.
Pero en la tercera dimensión, la dimensión noética, la persona se
desprende del acontecimiento del hambre y decide, siempre que por algún
motivo de sentido así lo quiera, pasar soberanamente por encima de la
presión psicofísica.
Así pues, el ser humano se muestra como aquel que puede responder a
sus condiciones fatídicas desde la libertad y que, al hacerlo, debe hacerse
también responsable de sus respuestas. La visión no determinista de la
logoterapia trae consigo la readmisión de la responsabilidad y la posibilidad
de culpa en la imagen psicoterapéutica del hombre.
Allí donde en un determinado momento no hay posibilidad de elección,
no puede haber culpa. Por ejemplo: como no tenernos ninguna posibilidad
de cambiar nuestro pasado, tampoco podemos convertirnos en culpables
con respecto a él170.

Con otras palabras, debe afirmarse que, en el varón y en la mujer,


también esos instintos-tendencias elementales se hallan impregnados
de espiritualidad… para bien y para mal, en función del uso que haga de
su libertad.
¿Qué quiero decir, en concreto, con la disyuntiva mencionada de bien
y mal?
En primer término, que el influjo del conocimiento en la actividad ten-
dencial del hombre es muy superior y mucho más complejo y rico que
en los restantes animales. Y, como consecuencia, con más posibilidades
de crecimiento… y de perversión.
Poniendo un ejemplo sencillo, el ser humano goza de un gran abanico
de alimentos con los que calmar su hambre y mantenerse en la
existencia. Y puede ampliar de forma casi indefinida su número y
condición.
Pero también está obligado a aprender cuáles le son beneficiosos y
cuáles no y a moderar su inclinación a comer y beber: bien haciéndolo
aun sin ganas, cuando sea necesario y no le apetezca, bien dejando de
comer o beber aun cuando el cuerpo le pida más, si advierte que no es
beneficioso para su salud o para su perfeccionamiento como persona.

170
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 35-36.
186
Y, como muestra la experiencia, bastante a menudo come o bebe no
solo lo que no le es necesario, sino lo que a todas luces —y con plena
conciencia— le resulta perjudicial.

La mayor parte de las inclinaciones del ser humano,


incluidas las más elementales, se encuentran
impregnadas de espiritualidad: sometidas, al menos
hasta cierto punto, al entendimiento y la voluntad libre

La función del conocimiento en los animales y en el


hombre

Resumiendo, pero sin falsificar, como intento hacer a menudo, el


animal requiere del conocimiento sensible para:
1. Activar los instintos respectivos.
2. Y, de manera pre-determinada, dar cumplimiento a lo que
demanda cada uno de ellos.
Por ejemplo, experimenta en sí mismo un estado carencial de
alimento, que se manifiesta con los síntomas que el hombre llama
hambre o sed, y, en función de su mayor o menor categoría en la
jerarquía de los animales, recuerda el lugar más cercano en el que hay
o puede haber alimento o agua, se pone en movimiento —sin pensarlo
más… ¡y sin poderlo evitar!— y responde a ese requerimiento
fisiológico, que de tal modo queda satisfecho.
Este esquema básico se mantiene tanto si se trata de un animal
superior como de uno de medio, elemental o muy bajo rango.
Y así, el león —que muchos tendemos desde la infancia a admirar co-
mo el rey de los animales o, al menos, de la selva—, realiza estas
tareas de un modo relativamente complejo, por cuanto busca
positivamente la pieza que calmará su hambre o la de sus crías, y este
proceso puede resultar aparentemente muy largo y complicado… y serlo
en efecto. Pero, en sentido propio, ni el león ni ningún otro animal
inventa nada que no estuviera incluido de antemano en su dotación
instintiva.
En el extremo contrario y más pobre, hay animales incapaces siquiera
de recordar experiencias pasadas. Y, si les acucia la sed, pero no se
topan y descubren directamente el agua en su entorno, acabarán
pereciendo por falta de ese líquido.

Los animales responden a sus instintos de manera pre-


establecida

El «conocimiento» animal

187
En todos estos casos, sin embargo, con independencia del rango de
los distintos animales, la función del conocimiento es esencialmente la
misma, y puede reducirse a:
1. Percibir en sí, a tenor de su disposición fisio-biológica, una
carencia referida a determinado instinto: hambre o sed, en fin de
cuentas, si nos limitamos a las aportaciones materiales imprescindibles
para la conservación individual.
2. Encontrar en el exterior la realidad o tipo de realidades, ya
preestablecidos, con los que puede calmar esa pulsión.
Para lo cual le es necesario:
2.1. Conocer (sensible, pero realmente) lo que le rodea.
2.2. Juzgar (de forma instintiva) si aquello que acaba de
percibir le es beneficioso o dañino.
2.2.1. La facultad que realiza este juicio o estimación
recibe el nombre de estimativa, lo hace de manera espontánea, y viene
a equivaler a lo que normalmente llamamos instintos.
2.2.2. Las respuestas ante la realidad —resultado de la
estimación de lo conocido— se denomina instintiva, entre otros motivos
porque no se aprenden, sino que vienen dadas por naturaleza y, por lo
mismo, resultan prácticamente infalibles.
3. Y, de tal modo, sin ser en absoluto consciente de este
segundo factor, contribuir a su supervivencia.
Al escribir «sin ser en absoluto consciente de este segundo factor»,
pretendo recordar que el animal no sabe que al comer está
incorporando los elementos ineludibles para conservar su vida, sino que
simplemente reacciona al estímulo del hambre con la única respuesta
adecuada-y-posible en cada caso.
4. Lo cual equivale a sostener que en los animales, la enorme
variedad de nuestros sentimientos puede reducirse a dos sensaciones
básicas:
4.1. Por un lado, cierta comezón o deseo, que les lleva a
acercarse o alejarse de la realidad que perciben como beneficiosa o
dañina.
4.2. Por otro, el placer que va aparejado a la consecución de
un bien o a la supresión de un mal, y el dolor o desazón unidos a lo
contrario.
4.3. A lo que hay que añadir —y dejar muy claro— que,
entre los animales, el dolor o placer pre-sentidos o anticipados son el
desencadenante de su conducta: es eso, placer o dolor en su significado
más amplio, lo único que advierten como bueno o malo —bien o mal
para-sí, para cada uno de ellos— y lo que nunca pueden trascender.

188
Lo que trae como consecuencia, en la que de momento no quiero
detenerme, que el ser humano que actúa sólo en función de su placer o
dolor en cierto modo se animaliza.

El conocimiento animal se encuentra por completo


subordinado a la acción: no tiene otra función que
dirigir la conducta de la manera adecuada

El conocimiento humano

En el hombre todo es más complicado y también más rico y


flexible… o viceversa, según nuestro humor y nuestro estado de ánimo.
1. Por ejemplo, sin pretender ni mucho menos agotar los
detalles, el bebé de pocos días manifiesta mediante el llanto una
especie de privación, que puede ser de muy distinta especie y que toca
a los padres desentrañar.
De suerte que, con la misma expresión —llorar y patalear— indica,
pongo por caso:
1.1. Que tiene hambre o sed.
1.2. Que está incómodo: pañales mojados, calor, frío, cuna
deshecha, etc.
1.3. ¡La necesidad de la presencia de la madre… o del padre,
para sentirse acompañado y querido!
Aunque, como es bastante obvio y acabo de sugerir, no sepa
exactamente qué es lo que le pasa ni lo que está demandando.
2. Conforme va creciendo esa persona, la situación en cierto
modo se esclarece, pero fundamentalmente se enriquece y complica.
2.1. El joven o el hombre adulto advierte los síntomas de la
sed y del hambre; pero también, y esto marca ya una distancia
insalvable respecto al animal, sabe de ordinario, gracias a su
inteligencia, que esas son señales dispuestas por la naturaleza para
poder dar cumplimiento a una necesidad vital —la de alimentarse, en
nuestro caso—, sin cuya satisfacción no podría seguir en este mundo
durante mucho tiempo.
Gracias a semejante saber, puede ingerir alimentos aun sin
experimentar hambre, con el fin de recobrar la salud perdida o no
deteriorarla más todavía, incluso cuando la simple idea de comer le
repugne, como en ciertos casos de enfermedad; o engullir sólidos y
líquidos cuando ya está más que harto, por simple glotonería, al
margen de toda exigencia biológica.
Es decir, su inteligencia y su voluntad deciden a qué tipo de
tendencias responder cuándo se han activado varias y reclaman
respuestas distintas o incluso opuestas.
189
2.2. Además, con el tiempo descubre que a la satisfacción
material de la necesidad se encuentra normalmente aparejada una
satisfacción formal o deleite y que es posible disociar ambas realidades
y perseguir de manera exclusiva el gozo o placer, aunque no exista en
ese instante el requerimiento físico: lo que logra, bien provocándolo de
manera artificial, bien buscando formas refinadas de darle
cumplimiento, más allá de lo fisiológicamente exigido, etc.
Todo lo anterior manifiesta ya algo fundamental, cuyo estudio reservo
para más adelante.
A saber:
2.2.1. Que el conocimiento humano no se limita a ser un
medio o instrumento para actuar correctamente.
2.2.2. O, con otras palabras, que ese conocimiento tiene un
carácter sustantivo, de algo-que-vale-por-sí-mismo.
2.2.3. De lo que puede inferirse, como más tarde veremos,
que en el hombre existe una tendencia natural a conocer por conocer:
al saber estrictamente teorético (o saber por excelencia) 171.

El conocimiento no es en el hombre un mero


instrumento de supervivencia, sino, al menos en
determinados casos, un fin en sí mismo

Lo cual también apunta a otros rasgos provocados en buena medida


por la conexión entre el entendimiento y las tendencias humanas.
Señalo algunos.

Y su uso adecuado

1. El ejemplo que vengo utilizando —aprovechar una tendencia


básica para lograr deleites ligados a su satisfacción— manifiesta cierta
perversión del destino natural de esas inclinaciones; como he apuntado,
esto es posible justo porque el conocimiento humano es superior al de
los animales brutos y le lleva a distinguir en casi todas sus acciones tres
elementos: los medios, el fin y las consecuencias de esa actividad.
Algo similar hay que decir respecto al hecho, tan común en buena
parte de la civilización presente, de que el hombre aumente de forma
artificial lo que llega a considerar como exigencias ineludibles para su
supervivencia y, en cierto modo, a transformarlas en ellas: de manera
que el no poder colmarlas se experimenta como una privación
tremendamente dolorosa e injusta.
«Dolorosa e injusta», subrayo con Pithod, precisamente porque ha
convertido en necesidades imprescindibles lo que en modo alguno lo
eran:

171
Cfr. MELENDO, Tomás, Introducción a la filosofía, EUNSA, Pamplona, 3ª ed., 2007.
190
La frustración es generalmente “relativa a”. Uno se siente frustrado si
los demás que son como uno, tienen auto y uno no. Nuestros referentes en
aquella época [se refiere a la de su juventud] eran gentes como nosotros,
más o menos, por lo cual no teníamos una privación relativa grave. Hoy los
muchachos con pocos recursos tienen referentes ricos, muy distantes,
llenos de satisfacciones materiales, es decir provocan más frustración en
los carenciados que la que pudimos tener nosotros. Pero hay otro
fenómeno que contribuye a la frustración. Los marcos de referencia están
ahora constantemente presentes en los medios de comunicación. Es el
obsesivo “efecto de mostración”. La moda, por ejemplo, la conocen hasta
los más pobres, y además alcanza nuestro subconsciente por su
omnipresencia, y nos golpea de manera inevitable. La frustración relativa
es hoy más odiosa, más incisiva que nunca172.

2. Mas asimismo, en el extremo contrario, cabe demonizar hasta


tal punto la satisfacción de los requerimientos materiales, a causa del
deleite que los acompaña, que se desemboque en un puritanismo ajeno
por completo a la naturaleza y, frente a lo que con frecuencia se
sostiene, a la verdadera religión.
Pues tanto esta como la ética natural llevan:
2.1. A mantener en todo momento la jerarquía objetiva de
los bienes y, más en particular, a no anteponer un simple goce —del
género que fuere— al cumplimiento amoroso de una obligación, que
reporta un beneficio para quienes nos rodean o para nosotros mismos.
2.2. A negarse ciertos caprichos para asegurar en lo posible
el dominio de la inteligencia y la voluntad sobre los apetitos.
2.3. Pero también, con la misma o mayor fuerza, a disfrutar
templada y noblemente de todos los bienes lícitos que Dios ha otorgado
al ser humano para contribuir a su felicidad, agradeciendo de forma
expresa esos detalles Paternales.
Lo contrario, esa suerte de «deber por el deber» de corte kantiano, al
que me he referido en varias ocasiones —un deber que resultaría
maleado en cuanto produjera el más mínimo gozo—, está muy cerca del
protestantismo puritano, inexorable e inflexible… en lo que tiene de
antihumano, antirreligioso y antinatural.

El conocimiento humano tiene, entre otras, la misión de


ordenar el uso de las distintas tendencias

3. Voluntad libre

La misión y el influjo de la voluntad

172
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, p. 121.
191
Lo considerado hasta ahora ilustra el papel del entendimiento en el
juego de las tendencias y, derivadamente, en el conjunto de la vida
afectiva.
Los detalles que expongo a continuación, además de esclarecer
ulteriormente estos mismos aspectos, aspiran a poner de relieve la
misión central que en todo ello corresponde a la otra gran facultad
espiritual humana: la voluntad, sede inmediata y columna vertebral del
buen amor, tomando esta última expresión en su acepción más noble.

Mediada por el entendimiento

Recuerdo que una separación tajante entre entendimiento y


voluntad resultaría siempre falsificadora. Las dos potencias superiores
del hombre actúan normalmente de manera conjunta, en una especie
de circuito una y otra vez reiterado en el que resulta difícil y artificial
señalar prioridades (al menos, absolutas).
Por eso, lo que ahora voy a subrayar como fundamentalísimo para el
correcto ejercicio de la voluntad en el conjunto de la vida humana
deriva de una propiedad también clave del entendimiento.
En concreto, la afectividad humana no puede ni entenderse ni
manejarse de la manera adecuada sin tener de nuevo en cuenta:
1. Que la voluntad está abierta a cualquier bien que el
entendimiento le presente como tal.
2. Que el entendimiento es capaz de apreciar, en principio y
con la adecuada educación, todos los bienes existentes: incluidos los
realizables o alcanzables en el futuro, que gozan de excepcional
importancia para la orientación de la propia vida.

Normalmente, el entendimiento y la voluntad actúan en


el ser humano de manera conjunta y coordinada

Abierta a cualquier bien

¿Qué consecuencias trae el que la voluntad esté abierta o resulte


atraída por todo bien?
Tantas, que voy a limitarme a enumerar las dos o tres más
pertinentes para el propósito de este escrito, directamente relacionadas
con lo que he llamado afectividad en su más estricta acepción:

A. Insaciable
En primer término, que ninguna realidad finita o participada
resulta capaz de saturar su afán de bondad y de felicidad: según
sostienen la mayoría de las religiones, ese anhelo solo podría colmarlo
Dios, Bien Sumo, si fuera conocido de manera adecuada, y no
192
simplemente entrevisto (¡mal visto o no visto!) a través de las
criaturas.
Así lo expone Buenaventura de Bagnoreggio:
La felicidad es el objeto que más intensamente se ama. Y la felicidad no
se posee si no se alcanza el máximo Bien que es el fin último. Por tanto, el
deseo humano tiende al sumo Bien, o bien a lo que está en relación con él
o constituye su imagen. Es tanta la fuerza de atracción del sumo Bien, que
nada amaría la criatura si no estuviera sostenida por aquel supremo deseo.
El error y el engaño del deseo se encuentra en hacer reposar toda su
complacencia en un objeto que debería ser solo imagen del Bien
supremo173.

1. Lo cual comporta, antes que nada, y desde una perspectiva


cuantitativa, que los anhelos humanos pueden multiplicarse siempre
más y más, excepto en el caso de que las capacidades de conocer y
amar quedaran plenamente henchidas por la visión amorosa —y lo más
perfecta posible para cada quien— de un Ser supremo y absoluto.
Y que esta suerte de voracidad es capaz de rebasar los dominios
intelectuales y voluntarios y encarnarse asimismo en los apetitos
sensibles, que por tal motivo se tornan en cierto modo también
infinitos, precisamente porque la persona humana posee una vigorosa
unidad derivada de su único acto de ser.
Más aún, lo habitual es que el varón y la mujer confieran ese carácter
de infinitud positiva —propios exclusivamente de las facultades
espirituales— a los apetitos sensibles, y procuren calmar sus
aspiraciones de absoluto mediante la acumulación sin término de
actividades o posesiones limitadas: algo parecido a lo que Hegel
calificaría como «el mal infinito».
El tan traído y llevado consumismo, la más clara manifestación de
este fenómeno, constituye por eso, curiosamente, una suerte de prueba
a contrario de la presencia del espíritu en el hombre: ¡ningún animal es
consumista, sino que se conforma con lo que efectivamente necesita o
lo que el instinto le lleva a prever que le será imprescindible cuando no
pueda obtenerlo!
2. Pero de todo lo expuesto también se sigue que, en este
mundo, nada ni nadie puede determinar a la voluntad humana a elegir
en un sentido o en el opuesto, y a actuar o dejar de hacerlo como
consecuencia de tal elección.
Cosa que no elimina, como es obvio:
1.2.1. Que el hombre pueda ser obligado externamente a
realizar una acción o a omitirla.
E incluso forzado a inclinar casi inconscientemente su voluntad en un
sentido u otro, utilizando medios más sofisticados, que se introducen en
su interior orgánico —sustancias químicas, estimulación eléctrica, etc.—
173
BUENAVENTURA DE BAGNOREGGIO, Breviloquium, II, 12.
193
o en su interior psíquico: publicidad supra- o sub-liminal, información
parcial o sesgada, y tantos otros similares, muy utilizados hoy día.
Lo que nunca puede forzarse es el acto mismo y más propio de la
voluntad en cuanto tal: no cabe obligar a nadie a elegir —que implica
libertad— de manera determinada o no-libre, es decir: a elegir… sin
elegir, sin libertad.
2.2. Que muy a menudo nuestra voluntad no logre sustraerse
al influjo incorrecto, cuando lo fuere, de los apetitos sensibles
(tendencia a la comodidad, a la comida o a la bebida, etc.) o
espirituales (vanidad, soberbia…), y se autodetermine (ahora sí,
libremente, con una libertad limitada y defectuosa) en contra de lo que
en principio querría-desearía… pero de hecho no quiere.
En lo que atañe a Dios, baste recordar que, debido a la suma
imperfección con que Lo conocemos en esta vida, tampoco por estas
vías Él tiene poder para determinar nuestras elecciones.
Y, aunque estaría en Sus manos hacerlo cuando quisiera mediante
una intromisión directa en lo más íntimo de nuestra inteligencia y
voluntad, sabemos que nunca lo llevará a cabo por la perfecta
congruencia de todo su obrar: habiéndonos hecho libres, no tiene
sentido que no respete —hasta su propia Muerte, como afirma la
religión cristiana— la libertad que Él mismo nos ha otorgado.

Ninguna realidad finita puede saturar el afán de bondad


y felicidad de cualquier ser humano

B. Capaz de elegir… hasta sus últimas consecuencias


El resultado más notable y sobrecogedor de todo lo apuntado
es que, en unión con el entendimiento, la voluntad humana —ordenada
por naturaleza a todo bien— puede libremente establecer en particular
lo que constituirá su Bien supremo o Fin último, así como los objetivos
intermedios y los medios más pertinentes para lograr estos y empinarse
hasta los bienes intermedios y el Bien-Fin último.
Se trata de algo de capital importancia, sobre lo que me gustaría
detenerme, porque a menudo no es tratado de manera correcta.
Pero debo limitarme a dejar constancia de que la seriedad de la
libertad radica precisamente en que cada varón o mujer puede elegir en
concreto lo que constituye el Objetivo de toda su existencia y reafirmar
o rectificar esa elección, cuando sea el caso.
Y esto, de dos modos fundamentales:
1. O bien asume libremente lo que le indica su naturaleza: el
amor a las restantes personas, únicos bienes dignos, en la acepción
más estricta del término bien, y a Dios, como Bien Sumo Absoluto, en el
supuesto en que lo descubran existente.

194
2. O, en el otro extremo, obstruye en cierto modo esa
inclinación natural, erigiéndose a sí mismo en bien-sumo-para-sí.
Al contrario, si solo tuviera ascendencia sobre los medios, estando el
Fin del todo prefijado —si no cupiera elección respecto a ese fin—, la
libertad perdería buena parte de su grandeza épica, quedando reducida
a una cuestión de inteligencia o de astucia; con lo que los más listos o
listillos encontrarían los medios oportunos para alcanzar su Destino final
y ser felices, mientras que los menos despiertos se verían condenados a
no lograrlo, por puro error, de manera no responsable y
tremendamente injusta.
A lo que debo añadir que, al término, esa elección primigenia y
radical del Fin último se mueve entre dos extremos:
2.1. O el bien real y objetivo, en el que ocupan un lugar
privilegiado las demás personas y Dios, como Bien supremo real y
Fuente de bondad de cualquier otro bien; y el resultado final de
semejante elección será la plenitud humana y la consiguiente felicidad.
2.2. O uno mismo (yo), transformado voluntariamente en
bien absoluto (para-mí) y, en consecuencia, razón única y exclusiva por
la que quiero todo aquello que quiero; lo que conducirá a la propia
autodestrucción y desdicha.
Volveré sobre este capital asunto, que de momento solo enuncio, sin
el menor afán de demostrarlo.

La libertad del hombre lleva consigo un efectivo aunque


limitado dominio sobre su Destino último

C. Dotada de imperio no despótico


Por fin, me gustaría dejar constancia:
1. De que en manos de la voluntad se encuentra el dominar
hasta cierto punto los apetitos sensibles —y, a través de ellos, las
emociones del ámbito psíquico—, en función de múltiples factores, que
iré apuntando en lo que queda de escrito.
Sobre las características de ese imperio me detendré más adelante.
De momento, hay que saber simplemente:
1.1. Que no se trata de un señorío absoluto ni dado de
antemano, sino fruto de una conquista progresiva y, por lo común,
bastante costosa.
1.2. Que tampoco es de ordinario un caudillaje directo o
despótico, como lo llamaría Aristóteles, sino mediado a través del
conocimiento, que, bajo el dictado de la voluntad y sobre la propensión
o el horizonte de toda la biografía de cada quien, atiende a
determinadas facetas de una particular situación, mientras pone entre
paréntesis las restantes, con el fin de lograr el objetivo deseado.

195
3.2. Y señalo también que cuando tal capacidad de
transformar los afectos, tendencias y circunstancias externas
desaparece, todo hombre conserva siempre, al menos, la de adoptar
una u otra actitud sobre aquello mismo que no puede modificar.
Es esta una de las ideas centrales de la logoterapia, que sería
conveniente desarrollar. Cito, de momento, unas palabras de Lukas:
De la actitud que una persona adopta frente a su destino depende casi
todo el daño que este pueda ocasionarle. La actitud interior tiene una
enorme importancia. Con una actitud positiva se puede sacar provecho
hasta de la situación más amenazadora, mientras que, con una actitud
negativa, hasta una estancia en el Paraíso puede resultar insoportable. Hay
un chiste que retrata sabiamente esta realidad. En un autobús atiborrado
de pasajeros, una chica le dice a su novio: “¡Es espantoso este gentío!”, a
lo que su acompañante le contesta: “Pues anoche, en la discoteca, lo
llamabas ‘ambiente’”. La actitud interior ejerce un poder sobre el bienestar
y la infelicidad, las esperanzas y las expectativas174.

La voluntad ejerce un imperio mayor o menor sobre el


resto de las facultades humanas

Una función ineludible

Antes de concluir este apartado, considero un deber recordar de


nuevo que bastantes de los estudios actuales sobre los sentimientos,
incluso buenos o realizados con magnífica intención, tienden a ignorar la
relevancia inigualable para la vida afectiva de este nivel superior: el del
espíritu, entendimiento-y-voluntad, con sus respectivos sentimientos y
estados de ánimo habituales.
Y que a menudo falsifican la naturaleza del entendimiento y, sobre
todo, de la voluntad.
Como ya señalé abundantemente, esta última se identifica con harta
frecuencia con lo que por lo común denominamos fuerza de voluntad.
Es decir, se concibe como una realidad fría, antipática y contraria a la
espontaneidad del ser humano, hoy tan valorada; y, por consiguiente,
se la advierte como un factor de opresión y represión y, en fin de
cuentas, como algo nocivo o malo o, por lo menos, muy molesto, de lo
que mejor es prescindir.
Así puede verse, por ejemplo, en estas dos citas de un eficiente
psiquiatra español —muy conocido, por otra parte—, correctas en lo que
afirman, pero parciales y fuentes de error por lo que dejan sin nombrar:
La voluntad es determinación, firmeza en los propósitos, solidez en los
objetivos y ánimo frente a las dificultades. […] La aspiración final de la
voluntad es perfeccionar, aunque teniendo en cuenta que somos
perfectibles y defectibles. Si hay lucha y esfuerzo, se puede ir hacia lo
mejor; si hay dejadez, desidia, abandono y poco espíritu de combate, todo

174
LUKAS, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
121.
196
se va deslizando hacia una versión pobre, carente de aspiraciones, de
forma que surge lo peor de uno mismo175.
La voluntad conduce al más alto grado de progreso personal, cuando se
ha obtenido el hábito de hacer, no lo que sugiere el deseo, sino lo que es
mejor, lo más conveniente, aunque, de entrada, sea costoso176.

Además de la confusión que implica (voluntad = fuerza de voluntad),


y en la que se esfuma el acto por excelencia de la voluntad (el amor,
raíz de auténtica y genuina energía), este planteamiento podría
llevarnos a educar en el egoísmo, porque sitúa como meta la propia
perfección, en lugar del amor a los demás, e inclina por ello a la
autocomplacencia narcisista, con la tentación de despreciar a quienes
no han sido capaces de igualar nuestros logros.
Por el contrario, afirmo sin reservas, e intentaré mostrarlo, que no
cabe desarrollar ninguna teoría-práctica adecuada sobre la afectividad
humana sin tener en cuenta e interpretar correctamente la intervención
primordial y, en muchos casos, definitiva, de los dominios espirituales,
concebidos a su vez —entendimiento y voluntad— de una forma
adecuada.
También ahora resultan sugerentes estos juicios de Pithod:
Es evidente que tal concepción [la adecuada, a la que me referiré
largamente] de las relaciones de la afectividad (tomada in toto) y la vida
espiritual no ha dejado casi rastros en la pedagogía hedonista y
espontaneísta contemporánea, ni en las psicologías que le sirven de base.
Por esto se ha podido calificar al psicoanálisis freudiano como una ascética
al revés (L. Castellani). Todo regreso al humanismo espiritualista supondrá
una antropología humana, valga la redundancia, que fundamente una
nueva ética, ni materialista ni idealista. La síntesis de la antigua sabiduría
con los aportes de la psicología contemporánea (y de otras ciencias del
hombre) está muy lejos de haber sido hecha177.

Para una correcta comprensión de la vida humana es


imprescindible rescatar y conceder carta de ciudadanía
a la afectividad propiamente espiritual

4. Dotación genética y afectividad

 A tu parecer, ¿cuál es el peso que corresponde a la dotación


genética, a la educación y a otros factores en el comportamiento
humano?
 ¿Compartes la opinión, tan en boga en los últimos años, de que los
actos delictivos de ciertas personas se encuentran ya grabados en sus
genes y que, por tanto, no se les puede pedir responsabilidad por lo que
hacen? ¿Consideras que determinados violadores, ladrones o
175
ROJAS, Enrique, La conquista de la voluntad, Temas de hoy, Madrid, 1995, p. 41.
176
ROJAS, Enrique, La conquista de la voluntad, Temas de hoy, Madrid, 1995, p. 45.
177
PITHOD, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires, 1994, p. 194.
197
embusteros no pueden hacer nada para evitar esos comportamientos?
Te ruego que expongas tu punto de vista sin ningún tipo de reparos y
que reflexiones sobre lo que escribes o piensas a medida que lo haces y,
de nuevo, una vez que lo hayas terminado.
 Sin duda, bastantes de los componentes de la biografía o de la
personalidad de los hombres derivan de una casualidad: haber elegido
una asignatura en lugar de otra, realizado un viaje en vez de omitirlo,
dirigido la palabra o contestado a una persona sin tener muchas ganas
de hacerlo… ¿Te parece correcto llamar a todo ello casualidades? Con
independencia de tu respuesta, ¿cuál estimas que es la función del azar
en la vida de una persona? Y, en concreto, en la tuya.
 Es bastante común culpar de ciertos defectos o buscar el origen de
determinadas cualidades en la educación o en el ambiente. ¿Qué piensas
al respecto?
 Uniendo los factores anteriores: ¿cómo consideras que se conjugan
en un ser humano el influjo debido a su dotación genética, a la familia y
ambiente de los primeros años, al grupo de amigos, la educación, la
fortuna, etc.? Examina todo ello teniendo como punto de referencia la
afectividad.

Anuncié en su momento que esta segunda visita al mundo afectivo


tendría, entre otras, la novedad de un planteamiento en parte
cronológico o diacrónico. O, con otros términos, que atendería a la
constitución y desenvolvimiento del organismo afectivo en el tiempo,
hasta alcanzar alguna de las múltiples configuraciones que presenta en
los seres humanos ya adultos.
Pues bien, aunque solo sea porque compone el inicio y lo más básico
y previo en el desarrollo de una vida humana, entre los elementos que
intervienen en la conformación y despliegue de la afectividad es preciso
señalar el papel y los límites de lo que hoy conocemos como dotación
genética178.
A lo que hay que agregar, de inmediato, que los genes representan
simultáneamente el primer principio de similitud y de diferencia entre
los distintos hombres.
1. De semejanza, porque prácticamente todos los individuos
dotados de naturaleza humana poseen una carga genética similar, que
es justo la que los convierte en representantes de tal especie.
2. Y de radical diferencia, porque cada uno de los integrantes
de esa especie —me parece más oportuno hablar de naturaleza— goza
de una dotación genética única o irrepetible, que lo diferencia ya en el
punto de partida de todos los demás179.

178
Me permito remitir, para este extremo, a LÓPEZ MORATALLA, Natalia – IRABURU
ELIZALDE, María José, Los quince primeros días de una vida humana, EIUNSA, Pamplona,
2ª, ed. 2006.
179
Incluso en el caso de gemelos univitelinos, los primerísimos pasos del desarrollo
de cada uno de ellos modifica lo suficiente lo inicialmente dado… para que pueda
mantenerse con pleno rigor lo que acabo de sostener. Es lo que, de manera más
general, se denomina epigénesis, es decir, desarrollo influido no solo por el punto de
198
La diversidad de genes origina la primera diferencia
entre los distintos seres humanos

Asumible por el alma espiritual

Sea como fuere, todavía presenta mayor interés insistir en que


justo la concreta dotación genética del ser humano (en cierto modo
comparable a la materia organizada aristotélica) incluye o reclama, por
expresarlo de un modo relativamente inteligible, su asunción por el
alma espiritual, de la que deriva, para todo el individuo, la condición de
persona + cita de López Moratalla.
Con palabras ya conocidas: no hay cuerpo humano sin alma humana
ni tampoco podría comenzar a existir un alma humana sino en el cuerpo
correspondiente.
No se trata, por tanto, como a veces se interpreta, de que a la
materia pre-establecida y conformada ya como humana le advenga un
alma espiritual que hace de ella un cuerpo humano-personal: sino que,
según expliqué en Invitación al conocimiento del hombre, justo cuando,
como fruto y resultado de la unión íntima entre los esposos, se produce
la fecundación, es creada el alma espiritual ya como forma de ese
cuerpo o, mejor, de toda la persona.
Además, en y desde ese mismo instante, es el alma-forma, con el
correspondiente acto de ser, quien confiere a todo el individuo su
condición humana y personal, superando con mucho los caracteres que
hipotéticamente provendrían de la simple dotación genética.

La dotación genética y cuanto de ella se deriva se


encuentra asumida por el alma espiritual de cada varón
o mujer

No determinista

Pero todavía más importante es el corolario que se sigue de todo lo


anterior. A saber, que, en virtud del carácter espiritual —y no solo
inmaterial— de nuestra alma, la precisa y absolutamente singular
dotación genética de cada sujeto humano de ningún modo puede ser
determinante-determinista respecto a su desarrollo y a su
comportamiento futuro, frente a lo que sucede, en principio, entre los
animales y las realidades inferiores.
En radical oposición a lo que estuvo de moda hace algunos años y
todavía opera en ciertos ambientes, y aunque sin duda influyan en el
comportamiento, los genes no son, por acudir a ejemplos que
encendieron fuertes polémicas, la causa de que este individuo haya

partida, sino por todo lo que ocurre durante ese mismo desarrollo.
199
violado a aquella chica o aquel otro sujeto sea un cleptómano, un
drogadicto, etcétera.
El alma espiritual, que no se limita a informar y conformar el cuerpo,
sino que lo trasciende y hace posible el conocimiento intelectual y el
querer libre. Y, por semejantes motivos, revoluciona —o puede
revolucionar, dentro de ciertos límites—, la presunta determinación
inicial establecida por los genes.
Ciertamente, la dotación genética constituye un punto de partida y
lleva consigo concretas inclinaciones individuales y caracterizadoras,
que resultan hasta cierto punto, y en algunos aspectos, condicionantes:
lo que, en sentido amplio, llamamos temperamento.
Mas, gracias a su libertad y dentro de las fronteras respectivas, cada
persona humana no solo es capaz de conocer y asumir esas condiciones
ineludibles, sino de ir mucho más lejos y re-conformar una y otra vez su
propia realidad: de modificarla —mejorándola o empeorándola—, o, al
menos, en última instancia, de habérselas con ella de muy diversos mo-
dos180.
Con lo que llega a convertirse, en el sentido más propio de la
expresión, en causa de sí misma: en causa sui, que decían los clásicos
latinos, en la estela de Aristóteles.
Así lo expone Caffarra:
Con la reflexión sobre la voluntad, entramos en el “corazón” mismo de
la persona: nada es más íntimo, más interno a la persona que la voluntad
en cuanto facultad de los actos libres. El acto libre es el acto de la persona
en sentido eminente; todo otro acto es de la persona en tanto en cuanto
que es imperado por la voluntad libre. Mediante el acto libre la persona se
genera a sí misma: llega a ser padre-madre de sí misma181.

El hombre —¡cada mujer y cada varón!— acaba siendo, en definitiva,


lo que libremente ha querido ser.

Apoyado en el supuesto biológico que recibe de sus


padres, cada varón o mujer va estructurando su propia
personalidad, sobre todo gracias a sus elecciones libres

Algunos testimonios científicos

¿Pruebas de uno y otro aspecto?

180
De nuevo son pertinentes unas palabras de Doidge: «Uno de dichos científicos
llegó incluso a demostrar que el pensamiento, el aprendizaje y la experiencia pueden
activar y desactivar nuestros genes, transformando así nuestra anatomía cerebral y
nuestro comportamiento, sin duda uno de los descubrimientos más extraordinarios de
todo el siglo XX» (DOIDGE, Norman, El cerebro se cambia a sí mismo, Aguilar, Madrid,
2008, p. 15).
181
CAFFARRA, Carlo, Ética general de la sexualidad, EIUNSA, Barcelona 1995, p. 73.
200
Según afirma un excelente psiquiatra español, A. Polaino-Lorente, la
marca genética inmodificable no determina el desarrollo de la persona
en cuanto tal… porque la persona no se reduce a biología:
Una vez producido el parto, las hormonas ya no dirigirán el
comportamiento ni la mayoría de las facultades y funciones de la persona,
sino que lo hará el sistema nervioso central, previamente diferenciado. Esa
modalidad en que cada persona está constituida, que tiene un sello
genético inmodificable, no nos puede hacer suponer que estamos ante un
determinismo biológico irrenunciable e inmodificable, por la sencilla razón
de que la persona humana no es pura biología182.

A su vez, Pithod sostiene la existencia de determinismos en el plano


biopsíquico, que no determinan, sin embargo, el desarrollo propiamente
personal, en el que la última palabra corresponde a la libertad.
1. En primer término, en lo que atañe a la importancia de lo
biopsíquico:
… nuestra visión del hombre incluye lo biopsíquico como un aspecto
esencial del mismo. Más aún, el hombre no está solo condicionado por él
sino sometido a verdaderos determinismos en ese nivel. Esta concepción
de la hominidad […] estará presente a lo largo de nuestra exposición. Bios
y psique conforman una unidad con lo espiritual183.

2. Después, a su alcance y a sus límites:


La vivencia de los valores espirituales y la resonancia que estos hallan
en la persona dependen en alguna medida del sustrato biopsíquico de la
misma. Desde el sentimiento de culpa a la adhesión o repulsión afectiva
frente a valores morales, la experiencia moral está en relación con el
trasfondo endotímico de la persona y con los “fantasmas” imagino-
afectivos que la pueblan. Cegueras y sorderas morales […] pueden tener
una base biopsíquica. Si hay algo impenetrable e íntimo en la persona es el
modo de vivenciar los valores objetivos. Aquí el “no juzguéis” evangélico
alcanza una dimensión relevante de su sentido.
En efecto, desde el temperamento, según la disposición del sistema
neuro-endocrino, pasando luego por la positividad o negatividad de los
"fantasmas" afectivo-imaginativos de la primera infancia hasta las
experiencias de la adolescencia, todo contribuye a formar un campo más o
menos propicio para la vivencia auténtica de los valores, aun de los
superiores o espirituales. Tal urdimbre imaginario-afectiva no es, por
cierto, determinística y solo se aprecia en los grandes números o
tendencias estadísticas. No vale automáticamente para el caso individual184.

Como ya apunté, Frankl insiste en este mismo extremo. Transcribo


un texto especialmente significativo, por cuanto pretende designar lo
diferenciador de la logoterapia respecto a otras escuelas psiquiátricas:
La logoterapia se propone hacer consciente al enfermo de todas sus
posibilidades humanas mediante un profundo contacto dialéctico [mejor:
dialógico]; persuadirlo de que la vida siempre tiene significado; que se le
182
POLAINO-LORENTE, Aquilino, cit. por CORBI J. M., www.ecologia-social.org.
183
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 32-33.
184
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 129-130.
201
pide realizar valores; que, si bien él no está libre de las constricciones de
su propia naturaleza, de su propio destino biológico, psicológico,
sociológico o incluso psicopatológico, es siempre libre para enfrentarse a
estas determinaciones de una forma u otra; que, en fin, es precisamente la
clara reasunción de esta inalienable libertad el arranque para el
apaciguamiento o, por lo menos, para soportar con menos gravedad y peso
el sufrimiento.

La función de los genes en el desarrollo humano y en el de la


afectividad, igual que la de otros elementos presuntamente
determinantes, goza, por tanto, de gran relieve, pero nunca es decisiva.

Al papel de los genes —relevante, pero no decisivo—


hay que añadir el de la educación, en su acepción más
amplia, y, en particular, el del ejercicio de la libertad de
cada persona

Un testimonio científico-vital

Recojo aquí otras palabras de Viktor Frankl, en las que resume


tanto su experiencia como docente como la quizá más definitiva de su
vida en sucesivos campos de concentración, durante la segunda guerra
mundial:
Puedo contestar a las preguntas anteriores desde la óptica de la
experiencia y también con arreglo a los principios. Las experiencias de la
vida en un campo demuestran que el hombre mantiene su capacidad de
elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos; también se
comprueba cómo algunos eran capaces de superar la apatía y la
irritabilidad. El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual,
de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión
psíquica y de indigencia física.
Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a
algunos hombres que visitaban los barracones consolando a los demás y
ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero
esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le
puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas
—la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino—
para decidir su propio camino.
Y allí siempre se presentaban ocasiones para elegir. A diario, a cualquier
hora, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión; una decisión que
determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con
robarle el último resquicio de su personalidad: la libertad interior. Una
decisión que también prefijaba si la persona se convertiría —al renunciar a
su propia libertad y dignidad— en juguete o esclavo de las condiciones del
campo, para así dejarse moldear hasta conducirse como un prisionero
típico185.

Resumen

185
FRANKL, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, pp. 90-
91.
202
Con términos más técnicos, y de nuevo con palabras de Pithod, la
cuestión se enunciaría así:
Sea lo que fuere de estas especulaciones psicológicas, el hecho
fundamental es que la experiencia moral propiamente dicha, es decir, la
vivida por la persona espiritual en el nivel espiritual no puede hacerse
totalmente al margen de las estructuras psíquicas formadas
tempranamente y que permanecen en un nivel diferente pero que la
influyen. Por cierto no es que definan la experiencia moral como si se
tratara de un constitutivo formal, sino que la experiencia moral se da
concretamente (o existencialmente, si se quiere) con ese trasfondo
psicológico.
Es sobre tal sedimento profundo y ubicado más allá de la conciencia
lúcida (aunque no necesariamente inconsciente, como quería Freud, pues
el sujeto puede advertirlo) que tendrá que elevarse el edificio de la
experiencia de los valores, sobre todo en la adolescencia. J. Rof Carballo ha
elaborado el concepto de “urdimbre” para referirse a este entrelazamiento
tanto de las instancias constitutivas cuanto de las vicisitudes de la
existencia y del desarrollo186.

Y podría compendiarse en estas afirmaciones elementales, resumen y


reiteración consciente de cuanto acabo de exponer.
1. La dotación genética origina o constituye un preciso
temperamento, que se concreta en un conjunto de aptitudes-actitudes y
capacidades también particulares y únicas.
2. Pero, aunque en parte lo condicione, nada de ello determina el
futuro desarrollo de la persona, sino que es susceptible de ser educado
y reclama ese complemento de hetero- y, al cabo, de auto-educación,
en la que el papel de honor corresponde a la libertad.

El temperamento individual, originado muy


particularmente por la dotación genética, se modifica a
través de la educación y, sobre todo, de las elecciones
libres: el resultado es lo que solemos llamar carácter o
personalidad

¡Y un último y definitivo testimonio!

A todo ello, con la energía y el ardor apasionado de quien está


viendo en peligro la felicidad de tantas personas, se refiere
expresamente, una vez más, Viktor Frankl.
1. Afirma, en primer término, que la imagen del ser humano
sobre la que se basa la mayor parte de la Psiquiatría actual, es la de un
hombre disminuido, contrahecho; lo que en otros lugares he
denominado una mini-persona y Frankl llama aquí homúnculo:
La Antropología, que sirve de base a la Psicoterapia, no tiene, hoy por
hoy, nada que ver con una concepción o imagen del hombre verdadero,
186
PITHOD, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos
Aires, 2006, pp. 135-136.
203
sino con la imagen de un hombre a quien ella concibe, en mayor o menor
grado, como la resultante de un paralelogramo de composición de las
fuerzas, cuyas componentes se llaman Yo, Ello y Súper-yo, o bien como un
producto cuyos factores son: instintos, herencia y mundo entorno; este
producto no es un hombre, sino un homúnculo187.

2. Añade que, para superar esa visión estrecha y degradante, es


necesario recuperar la libertad y la responsabilidad correspondientes,
ancladas ambas en los dominios del espíritu:
Por otro lado, difícilmente se puede superar la patología del espíritu del
tiempo, la neurosis colectiva de la humanidad si no es apelando a la
libertad y al sentido de responsabilidad; mas a lo largo de varios decenios
se ha venido predicando que el hombre no era más que un producto de la
herencia y del medio ambiente, y por eso mismo es necesario apelar de
una vez a la libertad y al sentido de responsabilidad188.

3. Y concluye que solo una concepción teorética [doctrinal, según


su terminología] que, venciendo múltiples oposiciones, haga justicia a la
grandeza del ser humano podrá poner remedio a la infelicidad
[frustración existencial, de nuevo en su lenguaje propio] que afecta
actualmente a tantos varones y mujeres:
Hace ya tiempo que la Psicoterapia se ha contaminado de la neurosis
colectiva que aflige a la humanidad, de esa neurosis colectiva —cada vez
más difundida— que encontramos a cada paso bajo la forma de la
frustración existencial del hombre moderno. Y la humanidad tomó el
desquite haciéndose cómplice de su neurosis colectiva; mas una
Psicoterapia solo podrá enfrentarse con la frustración existencial, con el
nihilismo de la vida, en el momento en que se libere del nihilismo doctrinal,
de la concepción homunculística del hombre189.

4. Todo lo cual trae a mi mente unas palabras de Schelling, que


cito a menudo:
... el hombre se torna más grande en la medida en que se conoce a sí
mismo y a su propia fuerza. Proveed al hombre de la conciencia de lo que
efectivamente es y aprenderá inmediatamente a ser lo que debe;
respetarlo teóricamente y el respeto práctico será una consecuencia
inmediata [...] El hombre debe ser bueno teóricamente para devenirlo
también en la práctica190.

Proveed al hombre de la conciencia de lo que


efectivamente es y aprenderá a ser lo que debe

187
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 180-
181.
188
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., p. 181.
189
FRANKL, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., p. 181.
190
SCHELLING, Friedrich, Prefacio al Vom Ich als Princip der Philosophie oder über
das Unbendingte in menschlichewn Wissen, en Werke (ed. Schröter), Oldenbour y
Beck, Munich, 1927-1954, vol. I, pp. 81-82.
204
5. La formación biográfica de la afectividad

Como hoy sabemos, la educación del ser humano comienza


prácticamente desde su misma concepción 191 y, hasta cierto punto,
desde mucho antes: pues recibe, entre otros, el influjo de lo que los
esposos son en el momento de contraer matrimonio y, ya casados, del
modo como actúan hasta que conciben a cada hijo y durante el resto de
su existencia.
Todo lo cual es a su vez, muy especialmente, fruto de la libertad de
los cónyuges, que han elaborado su semblanza personal y conyugal
también como respuesta a la ascendencia de sus propias familias,
culturas y un casi inabarcable etcétera, al que enseguida volveré a
referirme.
Aunque solo fuera por la belleza de las expresiones, y por romper un
tanto el ritmo de la exposición, valdría la pena transcribir estos versos
de Miguel Hernández, que proyectan en la totalidad del tiempo humano
—en La Historia— la unión viva de los esposos:
Para siempre fundidos en el hijo quedamos: / fundidos como anhelan
nuestras ansias voraces; / en un ramo de tiempo, de sangre, los dos
ramos, / en un haz de caricias, de pelos, los dos haces. /
[…] Él hará que esta vida no caiga derribada, / pedazo desprendido de
nuestros dos pedazos, / que de nuestras dos bocas hará una sola espada /
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos. /
No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia / y en cuanto de tu
vientre descenderá mañana. / Porque la especie humana me han dado por
herencia / la familia del hijo será la especie humana. /
Con el amor a cuestas, dormidos o despiertos, / seguiremos besándonos
en el hijo profundo. / Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos, / se
besan los primeros pobladores del mundo192.

El pasado…

Casi en los inicios del presente escrito dejé constancia de la


primordial función que Lersch atribuye al pasado de cada persona en el
despliegue y estructuración de su afectividad y del conjunto de su
existencia. Todo lo vivido y acaecido ejerce su influjo sobre el presente.
Nuestro autor desarrolla semejante idea, distinguiendo entre
memoria en sentido estricto (evocatoria de contenidos en acto) y
memoria experiencial:
Este fenómeno fundamental de la vida anímica, se acostumbra a
designar como memoria. No podemos, como es natural, pensar

191
Al respecto, un escrito breve y enormemente atractivo es el de LÓPEZ MORATALLA,
Natalia, El primer viaje de la vida, Palabra, Madrid, 2007.
192
HERNÁNDEZ, Miguel, Hijo de la luz y de la sombra, en Obras completas, vol. I:
Poesía, Espasa-Calpe, Madrid, 2ª ed., 1993, pp. 715-716.
205
exclusivamente en aquella forma de memoria en que las vivencias del
pasado penetran de nuevo en la conciencia en forma de representación, es
decir, cuando recordamos el pretérito. Junto a esta memoria del recuerdo
existe otra forma en la que lo ya vivenciado está implícitamente presente
en el aquí y el ahora y que se designa como memoria experiencial193.

Explica el sentido de la memoria no consciente o experiencial, como


una suerte de economía, sin la que la vida humana resultaría imposible:
Hablamos de esta memoria experiencial sobre todo cuando tempranas
vivencias del pasado influyen activamente en el vivenciar actual, en los
afanes, en las percepciones, en los sentimientos y en la conducta, sin ser
llevadas a la conciencia en forma de recuerdos. Ya en el animal hemos de
admitir esta forma de memoria experiencial. Sobre ella se basa todo
adiestramiento. En el hombre, la memoria experiencial es de particular
importancia, porque ningún ser dotado de alma tiene que hacer tantas
experiencias, tiene que aprender tanto, para mantenerse en vida. En los
más sencillos ejercicios de la vida cotidiana, empezando por el levantarse,
lavarse y vestirse, hasta el acostare, el ir al trabajo, en la utilización de un
medio de transporte, en la actividad profesional, en toda orientación, en la
percepción del ambiente y en la conducta frente a él, actúa en nosotros
una considerable masa de pasado, sin que en cada caso particular
realicemos un acto claramente explícito de recordación.
Sería imposible tener presente y abarcar en cada momento, en claras
representaciones, el conjunto de nuestro pasado anímico, de todo nuestro
saber, de todas nuestras experiencias, vivencias afectivas y valores a que
hemos aspirado alguna vez. Es manifiestamente una forma de economía el
hecho de que nuestro vivenciar esté organizado de tal modo que lo que
hemos sentido, pensado, aprendido, querido y experimentado desde
nuestra primera infancia se hunda en una región profunda del inconsciente
y solo una parte mínima de nuestro pasado sea consciente, esto es, se
halle presente en las representaciones del recuerdo194.

Para concluir, como sabemos, que, no obstante, todo cuanto hemos


hecho o nos ha sucedido incide eficazmente en nuestra vida actual.

… y el futuro

Mas, igual que Hernández, aunque con otra óptica, Lersch señala la
importancia del futuro en cada uno de los actos del ser humano. Se
trata, también ahora, de una realidad asequible al análisis
fenomenológico y, por consiguiente, a cualquiera que reflexione sobre el
despliegue de su existencia:
Al igual que el pasado, el futuro, por su parte, está contenido en la
actualidad de la vivencia. Todo presente vivido es anticipación del futuro.
Esto es cierto en la medida en que cada momento de la vida anímica está
entretejido por la dinámica y la temática de la tendencia que se dirigen
hacia la realización de un estado todavía no existente y que constituye una
constante en la dirección y configuración de la vida. Así, pues, la vivencia
presente implica siempre un preludio, una búsqueda anticipada 195.

193
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 28.
194
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, pp.
28-29.
195
LERSCH, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona, 1971, p. 29.
206
En el ámbito filosófico, han concedido especial importancia a esta
dimensión estrictamente humana muchos y grandes autores, también
contemporáneos, casi todos ellos tras las huellas de Heidegger. Señalo
entre los más cercanos a Marías, que caracteriza al hombre como un ser
futurizo, y a Polo, una de cuyas propuestas de fondo consiste en
futurizar el presente.
También los psiquiatras han tematizado el carácter intrínsecamente
temporal del varón y la mujer. Pero con matices diversos, hasta llegar a
la estricta contraposición.
1. Y así, Freud y sus seguidores, dotan de especial relieve al
pasado, sobre todo en las primerísimas etapas. Un pasado conservado
en el subconsciente, que determinaría buena parte de las actuaciones y,
más que nada, de los conflictos y los traumas del sujeto, que de este
modo acabaría por no ser responsable de sus actos.
2. Por el contrario, la logoterapia se desentiende de ese pasado
remoto, e intenta que la persona responda a las solicitaciones del
presente y del futuro desde la parte más sana de sí misma —el espíritu
—, poniendo en juego los resortes de su libertad.

En cierto sentido —real, aunque metafórico— cada


varón o mujer condensa en sí toda la historia de la
humanidad, articulada y modificada en función de sus
libre elecciones

Elementos que la conforman

En efecto, como exponen intensamente las palabras del poeta,


desearía al menos apuntar que en el despliegue de una personalidad se
entrecruzan:
1. El punto de partida: la genética, que podríamos calificar
como condiciones físico-psíquicas iniciales o temperamento, que
incluyen su propia variabilidad epigenética.
2. La educación, en su acepción más amplia.
3. Y, sobre todo, el sinfín de decisiones personales y, por
tanto, libres que ese individuo va adoptando con el pasar del tiempo, a
medida que crece y se despliega.
Son muchos los ejemplos que ponen de manifiesto, por un lado, que
la peculiar constitución psico-física de un individuo insinúa ya por sí
misma un sentido o dirección para su posterior desarrollo.
Pero que, tanto o más que esas condiciones de partida, interviene en
su éxito o fracaso futuro la educación y los demás influjos recibidos,
sobre todo en sus primeros años de vida.

207
Y que, con relativa independencia de lo anterior, el factor
determinantemente determinante es justo la libertad personal, que
debe tener en cuenta la situación en que se encuentra, con todos los
elementos de relieve, pero que casi siempre resulta capaz de superar
condiciones incluso muy precarias, en ocasiones haciendo un uso
estratégico también de los propios déficits.
Además de lo que nos enseña lo mejor de la neurología
contemporánea (pienso, entre otros, en los magníficos estudios de
Sacks) y también lo más excelente de la psiquiatría (ahora me vienen a
la memoria, entre muchos, los ensayos de Frankl, de Lukas y de
Cardona Pescador), lo que llamamos conversiones o rectificaciones
radicales de toda una vida, constituyen pruebas palpables del alcance
de la libertad humana.
Aunque matizaría algún extremo, transcribo de momento, como
estupendo resumen de lo visto, otras palabras de Frankl:
Hay determinismo dentro de la dimensión psicológica y hay libertad
dentro de la dimensión noética [o espiritual], la cual se definiría como la
dimensión de los fenómenos específicamente humanos. [...] Por tanto, la
libertad es uno de los fenómenos humanos. Pero también es un fenómeno
demasiado humano. La libertad humana es libertad finita. El ser humano
no está libre de condiciones, sino que solo es libre de adoptar una actitud
frente a ellas. Pero estas no lo determinan inequívocamente, porque, al fin
y al cabo, le corresponde a él determinar si sucumbe o no a las
condiciones, si se somete o no a ellas. Es decir, hay un campo de acción en
el que el ser humano puede elevarse sobre sí mismo y levantar el vuelo
hacia la dimensión humana por excelencia196.

Y añado estas de Lukas, que en parte completan las precedentes:


La logoterapia ha dado la vuelta a la antigua pregunta determinista de
cómo se establecen de antemano los actos y sentimientos de una persona,
y ha preguntado de dónde viene ese resto de indeterminación que no debe
eliminarse y que persiste incluso en situaciones de necesidad y
enfermedad. Y su respuesta es que proviene de la dimensión noética.
Gracias a ella, el ser humano es capaz de obstinarse frente a su destino,
distanciarse de su estado interno, ofrecer resistencia a sus circunstancias
externas o aceptar heroicamente sus límites. En el plano psíquico no existe
realmente tal libertad: nadie puede elegir su estado anímico. Los miedos,
la ira y los sentimientos instintivos no se pueden destituir; los
condicionamientos no se pueden anular; no podemos escabullirnos de las
formaciones sociales preestablecidas ni levantar las barreras de las
aptitudes. Quien reduce lo espiritual a lo psíquico, como hace el
pandeterminismo, despoja al ser humano (al menos teóricamente) de su
propia responsabilidad y lo abandona a su destino197.

La concreta personalidad de cada individuo es fruto de


su dotación genética, la educación y, sobre todo, de sus
distintas y reiteradas elecciones libres
196
FRANKL, Viktor, Der Wille zum Sinn. Ausgewählte Vorträge über Logotherapie,
Munich, Pieper, 1996, 3ª ed., pág. 156; traducción propia.
197
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 37-38.
208
Una peculiar estructuración

En cualquier caso, la múltiple interacción de elementos


sucintamente presentados va generando a lo largo de cada biografía:
1. El desarrollo y la configuración cada vez más concreta de
todos los componentes de la persona, en los distintos ámbitos que la
integran.
1.1. Ámbitos ya conocidos y que, expresados con el menor
número de palabras, podrían reducirse al biofísico, al psíquico y al
propiamente espiritual.
1.2. Y componentes que, limitados también a los principales
y aislándolos de forma un tanto artificial, podrían ejemplificarse
apelando a la inteligencia y la voluntad, en los dominios del espíritu; a
la cogitativa, la imaginación, la memoria, el sensorio común, los
sentidos externos, los apetitos correspondientes, y algunos otros, en la
esfera de la psique; el aparato digestivo, el neuro-motor, el circulatorio,
el muscular… y tantos más, en lo que atañe al organismo.
1.3. Pero me interesa señalar, antes que nada, que todos
ellos se individualizan y diversifican más y más con el paso de los años:
la imaginación o fantasía y la memoria de cada persona va adquiriendo
rasgos peculiares y distintos de los de cualquier otra, como también su
entendimiento, su musculatura, su resistencia al esfuerzo físico, la
capacidad de digerir unos u otros alimentos y un larguísimo, casi
infinito, etcétera.
El resultado es ya una diferenciación fundamental, que todavía se
torna más única e irrepetible en función de:
2. La mayor o menor integración de esos distintos factores y,
muy en particular por lo que a la afectividad se refiere, del complejísimo
conjunto de las tendencias intelectuales y sensibles, tocadas también de
formas muy diversas por el conocimiento.
3. El predominio más o menos marcado de alguna de esas
esferas y, de nuevo sobre todo, de una u otra tendencia en concreto.
Desde esta perspectiva, y solo por ejemplificar un tanto, encontramos
personas que atienden de manera prioritaria al desarrollo corporal, sin
cuidarse apenas del despliegue del entendimiento o de la voluntad; o
viceversa, que centran todas sus energías en el estudio y la reflexión,
olvidando o dejando muy en segundo lugar el ejercicio físico, el cuidado
de la salud, etc.; que realizan proyectos más o menos fantásticos, sin
tener en cuenta las reales posibilidades de llevarlos a cabo; que buscan
de forma casi obsesiva el éxito profesional o económico, abandonando
sin apenas advertirlo su vida de familia y las relaciones con sus
amigos…

209
O, en el extremo más noble, varones o mujeres que integran con
bastante tino los distintos ámbitos en que se desenvuelve su existencia,
dando a cada uno la importancia que merece. De modo que, sin
desatender su salud, ocupan buena parte de su jornada con un trabajo
hecho a conciencia, en torno o junto al cual cultivan también sus
amistades, y saben dedicar el tiempo necesario a su familia, al trato con
Dios, etc.

Según el distinto desarrollo e integración de los


elementos constitutivos de una personalidad, esta
resultará más o menos estructurada o disfuncional

Y un desarrollo variable

Sea como fuere, en directa relación con nuestro tema, me interesa


de nuevo recordar que en ese hacerse a sí mismo del ser humano, y en
el producto que en cada momento o etapa va arrojando como saldo,
resultan fundamentales y decisivos:
1. Por un lado y quizá como lo más concluyente, el crecimiento
mayor o menor, y más o menos adecuado, del entendimiento y de la
voluntad; o, si preferimos expresarlo con un solo término, el progreso
de la propia libertad, cuyos fundamentos son espirituales o anorgánicos,
según la terminología de Pithod y otros.
2. Como consecuencia de ese desarrollo, pero también de la
atención que se preste a este aspecto en particular, la capacidad de
ordenar y moderar los apetitos sensibles:
2.1. Es decir, de atemperarlos, haciéndolos crecer o, cuando
sea el caso, frenando sus exigencias, si estas se tornan desorbitadas.
2.2. Y, en fin de cuentas, intentando que tales tendencias
contribuyan al bien íntegro del hombre, conocido por un entendimiento
bien aparejado y querido por una voluntad buena, en el mejor sentido
de este vocablo, que diría Machado.
3. De donde se infiere la necesidad de que esa inteligencia
correctamente constituida dedique una particular atención al
conocimiento de lo que el ser humano en general y cada cual en
concreto debe llegar a ser y a la diferencia que existe con lo que de
hecho es, con objeto de ir disminuyendo las distancias entre lo segundo
y lo primero.
3.1. En semejante contexto, nunca podrá exagerarse hasta
qué extremo el desarrollo coherente y armónico de cualquier persona
humana resulta dañado por la ignorancia y, más en particular, por el
desconocimiento o la desatención a las cuestiones de más relieve sobre
el hombre mismo: su naturaleza, el sentido de la libertad, del amor, de
la sexualidad… ¡y de la afectividad!

210
Un desconocimiento, por desgracia, muy extendido en nuestra
civilización, que ha incrementado prodigiosamente el dominio sobre los
medios —lo que hoy llamamos técnica o, incorrectamente, tecnología,
palabra que significa tratado sobre la técnica—, en buena parte a costa
de desatender los fines que el propio hombre encuentra inscritos, si los
busca, en lo más íntimo de su ser.
3.2. Y, dentro de esta esfera, goza de particular relieve el
descubrir e instaurar vitalmente un correcto equilibrio entre las propias
posibilidades de crecimiento y las expectativas que orientan nuestra
vida y el conjunto de nuestras actividades: teniendo en cuenta, como
enseguida apuntaré, la fuerte incidencia de un entorno
desmesuradamente competitivo, que incita muy a menudo a desear e
intentar conseguir objetos o/y objetivos innecesarios o claramente fuera
del propio alcance.
Se trata de una cuestión de singular relevancia en la educación de los
hijos, que se sienten continuamente impulsados a compararse con los
demás y calibrar las respectivas posesiones y las de sus padres.
Por eso, según la formación que se les transmita y la jerarquía de
valores que se propicie en ellos, podrán sentirse frustrados por no tener
las ventajas materiales que los otros ostentan o, al contrario, apreciar
aquello de lo que ellos gozan —un elevado número de hermanos, por
poner un único ejemplo, en el seno de una familia numerosa—… aun a
costa de no disfrutar de comodidades ordinarias en hogares con solo
uno o dos hijos.
3.3. Pero no importa menos, como ya sugería al hablar del
futuro, descubrir y apropiarse de grandes ideales para la propia
existencia. Anhelos y aspiraciones que no solo son compatibles con la
conciencia de la propia fragilidad, sino que en cierto modo derivan de
ella, por cuanto por fuerza van acompañados de la conciencia expresa
de que, para alcanzarlos, cualquier ser humano requiere siempre de la
ayuda de otras personas: de los amigos, en el sentido más amplio y
hondo de este término, y, en el caso de los creyentes, del auxilio de un
Dios que todo lo puede, en la medida en que se le permite intervenir en
la propia vida.

En la maduración de cualquier personalidad goza de


gran relevancia el conocimiento de lo que es el hombre,
de uno mismo y de los ideales a los que se encuentra
llamado, en virtud de su particular idiosincrasia y modo
de ser

Magnanimidad: grandes ideales

Aunque probablemente vuelva sobre este punto, me interesa dejar


ya constancia del alcance primordial de lo que acabo de sugerir: los
grandes y magnánimos propósitos, más cuanto más los hemos
211
interiorizado y universalizado, configuran el conjunto de nuestro obrar y
cada uno de nuestros actos; pero, además y sobre todo, en ellos y con
ellos, tales metas van confiriendo el temple definitivo al conjunto de
nuestro ser, incluida la afectividad.
Con palabras de Wadell:
Nos hacemos personas de una clase u otra a través de nuestras
intenciones, ya que ellas no solo dan forma a nuestras acciones, sino
también a nuestras personas. Estamos marcados por las intenciones, por
aquello que continuamente estamos deseando. […] La intención de un acto
le da una cualidad especial, lo identifica, pero, cuando actuamos, la
cualidad que identifica al acto se convierte en un rasgo que se atribuye a
nuestro yo; la intención que da forma al acto también da forma a la
persona que actúa, las dos cosas están íntimamente conectadas. Aunque
esto pueda parecer exagerado, es lo que explica por qué nos convertimos
en lo que hacemos198.

Más de una vez he explicado que el sentido más hondo del término
responsabilidad camina por estas veredas: sin poder evitarlo, todo
nuestro ser responde a las acciones que vamos realizando.
Por eso, quien reitera los actos de generosidad, se está haciendo
generoso; quien se esfuerza por sonreír, incluso en los momentos de
cansancio o aridez, se convierte en una persona amable y afable; quien,
por el contrario, acostumbra a responder con acritud, se torna un
malhumorado, etc.
Y esto se cumple de una manera muy particular y honda con las
magnas actitudes de fondo, capaces de orientar toda una vida.
Desde el punto de vista psíquico, la cuestión se advierte también por
contraste, considerando lo que sucede a quienes carecen de metas que
den sentido a su caminar por este mundo. Holmer lo resume así:
… se avecina una tragedia cuando una persona no aprende lo que toda
persona finalmente debe aprender: unos deseos poderosos y persistentes.
Al contrario de los animales cuyos deseos son innatos y por naturaleza, las
personas tienen que invertir tiempo en descubrir qué son sus propios
deseos. Y si uno no desea lo que es esencial y necesario —por ejemplo, ser
moral, ser inteligente e informado más que ser estúpido, o, incluso estar
sano más que estar enfermo— entonces, le falta gran parte de lo que es
una persona […].
Ciertamente se encuentra muy apurada la persona que a la edad de
cincuenta o sesenta años tiene que decir: “Yo nunca supe lo que quería”.
Porque ese estado describe una vida sin sentido y sin significado, ya que
no saber lo que quieres te deja sin dirección, sin rumbo199.

Las intenciones, fines, propósitos o ideales que guían


los distintos comportamientos de un individuo son

198
WADELL, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid, 2002, pp. 77-78.
199
HOLMER, P. L., Making Christian Sense, The Westminster Press, Philadelphia
1984, pp. 29-30. J. FINNIS, Fundamentals of Ethics, Georgetown University Press
1983, p. 139, en WADELL, Paul J., La primacía del amor, Palabra, Madrid, 2002, p. 75.
212
también un factor de enorme importancia en la
estructuración de su personalidad

Educar la afectividad

He de apuntar, por fin, aunque a ello dedicaré todo un estudio


distinto y volveré a referirme en este ensayo, que la educación de la
afectividad corre pareja con la del conjunto de elementos señalados, al
menos de dos maneras:
1. Por cuanto un desarrollo equilibrado del resto de la persona
debe procurar y promover el surgimiento y la floración de las
emociones, sentimientos y estados de ánimo pertinentes, que refuerzan
la armonía de facultades y potencias y de la persona toda.
2. Y, desde la perspectiva complementaria, porque el
crecimiento armónico de la vida afectiva constituye un apoyo
insustituible para el despliegue del entendimiento, la voluntad y, en fin
de cuentas, de la entera persona y personalidad de cada varón o mujer.

Asimismo, el desarrollo armónico de la afectividad


influye y es influido por el resto de la personalidad de
cada ser humano, mujer o varón

6. Educación y afectividad

Como es patente, los elementos del subtítulo recién enunciado no


son ajenos a los que hasta ahora he venido apuntando. Por eso, antes
de desarrollar este apartado, me gustaría hacer un par de
puntualizaciones, no por obvias, y ya dichas, menos necesitadas de un
recordatorio.
Insistiré, en primer término:
1. En que ninguno de los factores antes referidos es estable,
inmutable, unidireccional ni mecánico, sino que se halla profundamente
embebido de espíritu y libertad.
2. Y que, por tanto, en condiciones normales, la libertad
constituye la causa última y más radical del desarrollo y/o de las
contrahechuras que introduzcamos en nuestro ser.
Ya apunté que la dotación genética, aunque sea la que es, imposible
de mudar, no determina, en la acepción más fuerte de esta expresión,
el posterior desarrollo de un individuo, ni siquiera el intrauterino.

En conexión con toda la persona y todo su entorno

213
Asentado lo cual, me interesa dejar claro que existe un
entrecruzarse y un influjo mutuo de los elementos en cuestión. Una
interacción recíproca que lleva a que en cada instante de nuestra
historia, en las grandes decisiones y en las menudas, se parta de un
estado concreto y único, en el que los sentimientos y el tono vital
revisten gran interés, pues a veces su influjo es de hecho —contra lo
que la propia naturaleza del hombre en cierto modo reclama— muy
superior a los del entendimiento y la voluntad.
Y, como veremos, importa mucho —¡todo!— aprender a sacar partido
a ese estado en particular, sin añoranzas ni utopías sobre lo que uno
hubiera podido ser… que no suelen pasar de simples escapatorias
semiconscientes y condenan a menudo a la inacción.
Para comprender esa interacción, conviene insistir en algunos
extremos:
1. Antes que nada, y con plena conciencia de que me vuelvo a
repetir —en parte para contrarrestar la insistencia carente de
argumentos con que se afirma lo contrario—, que la dotación genética y
el desarrollo biológico de cada individuo no determinan ninguno de los
resultados, al menos en lo que afecta al carácter, al tono de la
afectividad y a su mayor o menor peso en la existencia, al triunfo o
fracaso conyugal, en el trabajo, en la vida social…, aunque influyan, e
incluso notablemente, en todos ellos.
1.1. Que esto es así, porque la educación familiar y la
escolar, mutuamente imbricadas, inciden con enorme vigor sobre los
elementos biológicos y temperamentales y los modifican, pero, a la par,
se apoyan por fuerza en ellos.
1.2. Que, como fruto de ese interactuar múltiple, se va
produciendo una sedimentación biográfica no siempre consciente, que
compone la plataforma de base a partir de la que cada cual obra, y en
la que algunas experiencias o sucesos, sobre todo de la infancia,
resultan más definitivos que otros, sin más concesiones al psicoanálisis
de las que hay que hacerle, que a menudo implican matices y
correcciones.
2. Asimismo, me interesa ahora señalar que tampoco cabe
achacar la responsabilidad de nuestros actos al influjo de la cultura
ambiental o de la educación no institucionalizada, aunque tales
influencias resulten cada vez mayores en el mundo de hoy.
2.1. Y me estoy refiriendo a factores espacialmente
inmediatos, como las costumbres que se observan en la vida cotidiana
del propio entorno.
2.2. Y a los geográficamente más lejanos, como el modo de
vida de otros países, incluso muy apartados, que marcan incluso con
más vigor las pautas de comportamiento, sobre todo a determinadas
edades.
214
Los dos tipos de estímulos se cuelan hoy en cualquier hogar, si es
que no los invitamos a que entren y se acomoden, sobre todo a través
de los media y de las modernas tecnologías unidas a la informática.
Al respecto, considero oportuno recordar algo que he desarrollado por
extenso en otros lugares.
Precisamente en virtud de cuanto estoy señalando, es menester
incrementar activa y conscientemente, con el vigor y el tesón
necesarios, el temple y los contenidos de nuestra vida familiar.
¿Por qué? Porque el peso del ambiente en cada uno de los hogares —
en el propio matrimonio y, de manera derivada, en los hijos— resulta
inversamente proporcional al que ejerza la propia familia, y muy en
particular los padres: sobre todo, el padre, que fácilmente pone entre
paréntesis la relevancia de su presencia ante los hijos y se desentiende
de esa tarea.
La consecuencia no podría ser más clara: cada uno de nosotros he-
mos de procurar llenar de ideales, valores, actividades,
entretenimientos y, en definitiva, de amor, la propia familia y el propio
hogar. No solo ni especialmente en lo que atañe a los hijos, sino, de
manera muy particular, al respectivo cónyuge. Pues, como enseña la
experiencia, si no se mima día a día la relación con el propio esposo o
esposa, se están poniendo todos los medios para que el matrimonio
desemboque en un rotundo fracaso y arrastre en su caída al resto de la
familia.
2.3. Por otra parte, de acuerdo con lo que apunté, al hablar
del ambiente o cultura, apelo también a la dimensión temporal, al modo
de vivir actual y pretérito: pues el conocimiento de la Historia, lo mismo
que el de otros lugares o costumbres, puede muy bien, por contraste,
corregir los déficits o resaltar los logros del momento presente.
Y todo esto influye en el comportamiento de las personas pero nunca
lo determina. Es uno de los asuntos en los que más insiste Lukas,
incluso en los casos, aparentemente desesperados, de neurosis.

Es imprescindible aprender a sacar partido de la


situación y circunstancias en que cada cual se
encuentra, sin añoranzas ni utopías sobre lo que uno
hubiera podido ser

Otra vez la libertad

Bosquejado lo anterior, y antes de proseguir, reitero consciente por


enésima vez el principio maestro o la convicción clave. A saber, que:
por encima de los factores indicados hasta ahora —la dotación biológica,
por un lado, y el influjo educativo-cultural, en el opuesto—, lo
determinante para el despliegue afectivo sigue siendo el desarrollo y el
ejercicio del entendimiento y la voluntad, es decir, de la libertad.
215
De nuevo el binomio Frankl-Lukas permite perfilar mejor la cuestión:
Los extremos crean sus propias limitaciones. El determinismo que ha
dominado el pensamiento psicológico por más de medio siglo, está siendo
cuestionado. El más importante entre aquellos que cuestionan, está el
psiquiatra vienés Viktor E. Frankl, que va más allá de la psicología profunda
y del conductismo. Él considera la dimensión del espíritu humano, más allá
de todas las interacciones psicofísicas y psicológicas. El espíritu humano,
por definición, es la dimensión de la libertad humana y, por lo tanto, no
está sujeto a leyes deterministas.
Libertad es una palabra a menudo mal empleada. Para evitar malas
interpretaciones, Frankl no habla de libertad de algo, especialmente no de
condiciones (nadie está libre de sus condiciones físicas o psicológicas), sino
de libertad para algo, una actitud libremente tomada hacia estas
condiciones. Él refuerza la actitud de “a pesar de”, nuestra elección de
respuesta al destino.
Aquí se da una base para consolar y ayudar a la gente, sin importar
cuán inescapable sea el sufrimiento. Solo venciendo el determinismo es
posible consolar; esto se hace al reconocer la dimensión del espíritu
humano200.

Ni la dotación genética ni la educación


institucionalizada ni el influjo del ambiente determinan
el modo de ser y obrar de la persona humana

7. La voluntad-inteligente, clave de todo el


entramado

El peculiar «modo de ser» de cada persona

Resumiendo lo visto bajo un prisma un tanto diverso, cabría


sostener que los elementos aludidos en los párrafos que preceden van
cristalizando o se posan a modo de hábitos y costumbres, de distinto
alcance y profundidad y estabilidad, dando como resultado
personalidades que se inclinan hacia algunos de los polos del tipo:
pesimista u optimista, confiado o suspicaz, superficial o profundo,
autónomo o influenciable, soso o bullanguero, sociable o huraño…
Para lo que nos atañe, este modo de ser facilita o dificulta las
acciones concretas y el manejo de los estados anímicos y de los
sentimientos momentáneos, de tanto alcance para la vida vivida y para
la comprensión de la persona humana.

A. Sus componentes… desde otra perspectiva


¿Cuáles son los integrantes básicos de ese peculiarísimo modo
de ser? Como complemento a lo ya expuesto, cabría afirmar que, para
cada individuo, todos ellos cristalizan en la existencia de:
200
LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 25.
216
1. Una constelación de bienes, extremadamente diversos y de
muy distinta densidad, a los que cada cual, en virtud del desarrollo y
configuración singulares de las respectivas tendencias, es más sensible.
Como ya vimos, precisamente en cuanto se refieren a cada sujeto
particular y ejercen mayor o menor influjo en él, tales bienes suelen
llamarse valores.
Y también quedó apuntado el papel sin igual que en cualquier
existencia humana desempeñan la presencia o ausencia de esos ideales
y la calidad de los mismos.
2. Una mayor o menor capacidad de responder a esos bienes
concretos, con exclusión de otros y de hacerlo o no de un modo
pertinente.
Dentro de este contexto, suele hablarse de más o menos coherencia
de vida, de unidad o disociación entre teoría y práctica, de fuerza de
voluntad o carencia de ella…
Por otra parte, y parece lógico, no se trata de un organismo estable,
sino de algo que va variando justo en virtud de que respondamos o no a
los múltiples valores y de la mayor o menor flexibilidad para hacerlo: en
este sentido, los caracteres se disponen en una amplia gama que va
desde el perfeccionismo hasta, en el extremo contrario, la cara dura, el
fingimiento sistemático o el cinismo.
3. Una manera propia y más o menos pronunciada de vibrar o no
con todo ello: la distinción con el rasgo que precede resulta más clara
en el supuesto de dos personas que sí responden a «la llamada del
deber», pero una de ellas lo hace fría y racionalmente, y la otra
poniendo en juego todas las fibras que la constituyen.
3.1. Encontramos en esta línea personas más racionales, cuyo
punto de referencia es la bondad objetiva de los hechos y situaciones, y
que, por lo mismo, suelen tener un comportamiento más estable y
predecible.
3.2. Y otras, más sentimentales o afectivas —y, con
frecuencia, más intuitivas—, en las que la primacía compete más bien a
la resonancia de los valores en su intimidad; personas más
dependientes, por eso, del modo como se encuentran en cada instante
y, por lo mismo, a menudo, más inconstantes o lábiles.
Este modo de ser, muy relacionado con lo que llamamos
personalidad, se manifiesta en la orientación general de la vida de cada
individuo y presenta múltiples variantes.
Podemos hablar, entonces, de personas más sensibles a los bienes
espirituales o a los materiales, hasta el punto de ignorar o no advertir
los primeros o, más raramente, los segundos; más pendientes del
propio yo o del bien ajeno, cosa bastante unida a la anterior; que
atienden más al estado de ánimo o a la acción en sí o llamada del

217
deber; a la belleza y el arte o a lo pragmático y utilitario; a lo propia y
hondamente humano, como la valía interior, en la más amplia acepción
de estos vocablos, o a lo accesorio, pasajero y superficial, entre los que
se cuentan los caracteres meramente físicos, las posesiones, el éxito o
fracaso, el prestigio…

La peculiar afectividad de cada persona depende del


conjunto de bienes que más influyen en ella, de la
capacidad de responder a tales valores y de la mayor o
menor vibración con que lo haga

B. Pero siempre modificables


Sea como fuere, tan o más importante que una buena
descripción de los componentes de tal modo de ser, así como de su
imbricación mutua, es recordar que:
1. Todo ello es educable, al menos dentro de ciertos límites, ¡y
hay que educarlo en nosotros mismos y en quienes se encuentran a
nuestro alrededor!
2. Como resultado de esa educación y como respuesta a la
dotación genética —esto es, a la compenetración de ambas—, pueden
darse casos extremos de hiper-desarrollo de la sensibilidad-sentimiento,
y también de atrofia de la capacidad de sentir, temporal o cuasi
definitiva: lo observamos en muchos criminales, en lo que sabemos de
los campos de concentración, en cierto modo de ejercer el propio
trabajo y, y si no se andan con cuidado, en bastantes profesionales de
la salud y de otros ámbitos.
De acuerdo con lo que ocurre habitualmente, tampoco aquí existe
una manera de ser preferible de forma absoluta, sino que cada cual
lleva consigo sus ventajas y sus inconvenientes: por ejemplo, las
personas más frías suelen conservar la calma suficiente para resolver
problemas complicados, allí donde los más sentimentales ven ofuscada
su razón, pero estos últimos se implican normalmente más en los
asuntos, por lo que en ocasiones son más tenaces, además de arrastrar
y prestar apoyo emotivo a quienes lo necesitan…
3. En cualquier caso, y teniendo en cuenta el contexto en que se
sitúa este escrito, quiero conscientemente reiterar que en la formación
del modo de ser de cualquier persona presenta una importancia decisiva
la educación, sobre todo la de los primeros años, y, más todavía, la
educación de la libertad, fruto en gran medida del propio uso de la
libertad misma que se educa.
En consecuencia, poniendo medios concretos, hemos de huir
positivamente tanto del sentimentalismo como de la frialdad, muchas
veces provocados-transmitidos por los padres y las madres.
Pero, más importante, a la hora de encarar la propia educación o la
de quienes conviven con nosotros, es empeñar todos los recursos
218
disponibles para impedir que nuestras respectivas vidas giren en torno
al diminuto y a la par casi infinito ego de cada cual; o, lo que viene a
ser lo mismo, habremos de luchar para abrir constantemente la
voluntad propia y la de quienes nos rodean a la búsqueda del bien de
los otros, comenzando —de nuevo, en el caso de las familias y en
relación con los hijos— por el de sus propios hermanos, que es terreno
real donde durante muchos años pueden ejercitarse y, tantas veces, lo
que marca la diferencia de por vida entre las distintas personas.
Precisamente en ese pasar de la preponderancia indiscriminada del yo
al imperio de la realidad se juega la madurez de la persona:
El proceso de madurez humana se realiza a través de una serie de
resoluciones de conflictos, utilizando mecanismos psicológicos particulares,
y llegando a una sustitución paulatina del principio de placer, de poder, de
autorrealización egocéntrica por el principio del conocimiento y adecuación
de vida (pensamientos y actos) a la realidad objetiva. A la madurez
corresponde, entre otras cualidades, una elevación del nivel de tolerancia
del dolor, del sufrimiento, de las contrariedades201.

Como he explicado en otras ocasiones, la educación de


la libertad corre pareja a la capacidad de una persona
de prescindir del propio bien para ocuparse del bien
ajeno en cuanto tal

El principio del fin

Pido excusas por repetir una vez más que llevamos entre manos
algo enormemente complejo, imposible de captar en toda su variedad y
riqueza, menos aún con una sola mirada.
Pues, en fin de cuentas, me estoy refiriendo al entero desarrollo
biográfico de la persona humana, aunque desde la perspectiva
prioritaria de la naturaleza y el manejo de su afectividad.

A. ¿«Jugamos» a la vida?
Por eso, para exorcizar en parte el sentimiento de indefensión
e ineptitud, me atrevo a proponer un símil si no muy apropiado, al
menos fácil de entender.
Me refiero a cualquiera de los juegos de naipes con que bastantes de
nosotros hemos ocupado los ratos de ocio en determinadas etapas de
nuestra existencia.
Igual que sucede en esos entretenimientos, desde el principio de la
vida y a lo largo de ella, cada ser humano dispone de un conjunto de
bazas con las que enfrentarse al desenvolvimiento de su persona.

201
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 71.
219
Se trata de elementos no inmutables, sino que se van desplegando o
atrofiando, y varían, para bien o para mal, dentro de ciertos límites y
según el uso que hagamos de ellos.

La vida puede compararse a un juego de naipes, en el


que contamos con cartas más o menos buenas y con la
posibilidad de aprender a utilizar cada vez mejor unas y
otras

B. Con nuestras mejores bazas


No obstante, existe una ley clave, análoga a la de los llamados
juegos de-azar-e-inteligencia.
Podría resumirse así: el mejor modo de ser, para cada individuo
particular y en cada momento, es justamente ese que en realidad
posee.
Como en tantos otros casos, la pretensión de ser de otra forma, la
espera hasta que se alcancen ciertas habilidades, los sueños con lo que
uno lograría hacer si tuviera otro temperamento o lo rodearan
circunstancias distintas… constituyen uno de los mayores lastres para el
desarrollo real y equilibrado de la propia personalidad, que, justo por
ser la única existente, resulta siempre la mejor. Porque, con el refrán
popular, o se ara con esos bueyes o simplemente no se ara.
Volviendo al símil esbozado, la clave consiste, en cada instante, en:
1. Esforzarnos por utilizar aquello con lo que contamos del mejor
modo posible.
2. Aprender a hacerlo sin comparaciones ni estériles nostalgias.
3. Y poner todos los medios a nuestro alcance para que ese
patrimonio crezca y mejore.
En referencia a tal desarrollo, bien se trate de la vida humana
considerada en su conjunto, bien en particular al de la realidad que nos
ocupa —los sentimientos—, existe una capacidad que marca la
diferencia, determinando el tono global y el éxito o el fracaso de toda
nuestra vida.

En cada instante, y para cada persona, el «mejor modo


de ser» es… el que en ese momento posee

C. A saber: la libertad
Esa capacidad surge o se instaura, principalmente, en la
confluencia de dos facultades —la inteligencia y la voluntad— y asume
en cierto modo el resto de nuestra persona. Para designarla no
encuentro otro término más adecuado que el de libertad, ya tantas
veces empleado.

220
Pienso que es pertinente citar aquí a Tomás de Aquino, cuando
afirma:
Existen potencias que reúnen en sí la virtud [o el poder] de varias
potencias [o facultades], y tal es el caso del libre albedrío, como queda
patente al considerar su acto. Pues elegir, que es su acto propio, lleva
consigo tanto el discernir como el desear: en efecto, elegir equivale a
preferir una cosa respecto a otra. Pero estas dos acciones no pueden
llevarse a término sin el poder de la voluntad y de la razón. De donde se
sigue que el libre albedrío reúne el poder de la voluntad y de la razón, y
que por ello se denomina facultad [o potencia] de una y otra202.

Por eso, en la búsqueda de la potencia por excelencia hay que


examinar la libertad: la potencia de las potencias sumas, el poder de
nuestros poderes superiores. Y por el mismo motivo, el influjo de la
voluntad es decisivo en el desarrollo de una afectividad madura.
En efecto, como explica Leonardo Polo, lo que distingue una
afectividad sana y positiva de un sentimentalismo dañino y
entorpecedor, no es sino el influjo y el imperio de la inteligencia y la
voluntad: de una inteligencia con capacidad de mando y de una
voluntad que sabe discernir203.

Cuando funciona bien, de una manera sana, la


afectividad contribuye al perfeccionamiento del hombre

Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso «ir y venir», leer
más de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

 Puesto que nuestro estudio se está alargando, en este caso me


limito a copiarte algunos párrafos de un excelente libro sobre la
afectividad, escrito por Álvaro Sierra y titulado: La afectividad. Eslabón
perdido de la educación. A la pregunta sobre si es o no educable la
sexualidad humana, responde que sí, como más adelante veremos,
puesto que no se trata de un puro instinto.
 A continuación explica que «afirmar que la sexualidad humana no
está sujeta a un instinto puro, no implica el negar que esté sometida a
pulsiones instintivas. Lo primero no excluye lo segundo y para

202
TOMÁS DE AQUINO, In II Sent., d. 24, q. 1, a. 1 c.
203
Cfr. POLO, Leonardo, Presente y futuro del hombre, Rialp 1993, pp. 83-84, que
será citado más adelante.
221
comprenderlo cabalmente ha de definirse lo uno y lo otro». Y establece
un Cuadro comparativo entre instinto sexual y pulsión sexual, que copio:
«Cuadro comparativo entre instinto sexual y pulsión sexual

Instinto
1. Mediado genéticamente.
2. Condiciona conductas estandarizadas para todos los
miembros de una misma especie.
3. Es ineludible. El sujeto no puede sustraerse a su cabal
cumplimiento.
4. Una vez desencadenado el instinto, el sujeto no puede
detenerse voluntariamente.
5. Se desencadena por fenómenos bioquímicos, en una
reacción en cadena o en cascada.
6. En condiciones naturales, el objeto sexual es un sujeto de
la misma especie y del otro sexo.

La pulsión sexual
1. Obedece a una estructura de la sexualidad, propia de la
naturaleza humana, aunque su manifestación está altamente influida por
factores individuales y culturales.
2. No determina conductas específicas, solo motiva o
direcciona una relación marcada por una condición sexuada.
3. Es potestativo del sujeto el actuar o no en la dirección
sugerida por la pulsión.
4. La pulsión puede desencadenar una actuación que el
sujeto está en condiciones de detener o desviar.
5. Puede ser liberada voluntariamente y su expresión puede
ser completa o incompleta.
6. El objeto sexual es seleccionado por el sujeto y puede no
corresponder a alguien del sexo complementario.» (SIERRA, Álvaro, La
afectividad. Eslabón perdido de la educación, EUNSA, Pamplona 2008, pp.
186-187).

222
IX. En la raíz de la raíz

Y el sprint casi final…

¡Atención!
¡Ojalá que al terminar de estudiar este capítulo pienses que el esfuerzo
desplegado hasta el momento ha valido la pena!
De ahí que te advierta, por enésima vez, que sigue siendo cierto que
existen muchas maneras de leer un escrito; y que también en estos
últimos pasos podría pasarte desapercibida una serie de cuestiones, justo
porque no las estás buscando.
Por eso, antes de comenzar tu tarea, intenta de nuevo afinar las neuronas
y, si te es posible, responder a estas preguntas.
¡Además, cambio de música… y letra!
Por eso, quiero añadir que soy consciente lo que me juego al desarrollar
aspectos controvertidos, como los que ya he tratado y los que vienen a
continuación, y que muy bien podría silenciar en aras de una presunta
armonía.
Pero, de nuevo por pura honradez intelectual, prefiero correr el riesgo de
perder muchos puntos (e incluso todos) en el aprecio del lector, a omitir lo
que para mí es una convicción filosófica profunda, con fuerte incidencia en
mi vida vivida… y que probablemente otros filósofos no comparten y
nunca expondrán.
Precisamente por eso, estimo un deber de justicia ofrecerlas a la
consideración y reflexión de quienes, por su parte, han tenido la
delicadeza de llegar hasta este punto de la lectura de mi escrito, con el fin
de que sean ellos quienes juzguen si estoy o no en lo correcto.

 En las páginas que preceden hemos examinado algunas diferencias


entre las tendencias sensibles (animales y también humanas) y las
propiamente espirituales. En las que siguen pretendo profundizar en tal
desemejanza, mostrando que, en el interior de una misma persona, en
cierto modo se contraponen o son contrarias.
 Y lo hago, aunque lleve consigo ciertas repeticiones, porque solo así
llega a advertirse la riqueza y complejidad de la afectividad,
precisamente en cuanto se trata de la afectividad de una persona
humana, con todo lo que esto implica.
 Puesto que ya me vas conociendo lo suficiente, te animo a que
intentes anticiparte a lo que leerás, tomando como pista la siguiente
afirmación: en sentido estricto, se denominan contrarios o contrarias las
realidades que pertenecen a un mismo tipo, pero ocupan los extremos
opuestos dentro de ese género: grande y pequeño, alto y bajo, claro y
obscuro, etc.

223
 Se trataría, pues, de establecer la manera como se oponen los
sentidos y la inteligencia, en el ámbito del conocimiento, y los apetitos
sensibles y la voluntad, en los dominios de las tendencias:
1. Lo cual, aunque te suene extraño y lo sea (pues no
está bien expresado), equivaldría a decir que los sentidos conocen más
bien poco o incluso no conocen, mientras que el entendimiento sí que
conoce realmente.
2. Y, por otro lado, que las tendencias sensibles inclinan
o impulsan hacia algo opuesto a lo que pretende la voluntad.
 Como tal vez pienses, todo esto parece un galimatías y haces muy
bien en leerlo con cierta prevención, pues solo así, afilando tu espíritu
crítico, podrás advertir en qué medida lo que expongo se acerca o no a
la verdad: ¡no dudes en tratarme duro!

Gracias anticipadas por el esfuerzo que te propones hacer y perdón por no


haberlo sabido exponer de manera más inteligible.

1. La compleja unidad de la persona humana

A mi parecer, y para que no constituyan un conjunto de


afirmaciones sin fundamento, todo lo expuesto en los últimos capítulos
exige estudiar con mayor hondura la naturaleza de la voluntad y, en
particular, su diferencia esencial respecto a los apetitos sensibles.
Con lo que también se empezará a perfilar la analogía (semejanza-
oposición) entre la afectividad biopsíquica y la propiamente espiritual y,
como decía, la enorme y rica complejidad del mundo afectivo humano,
que es el de una persona muy peculiar, compuesta de espíritu y
materia, sin dejar por ello de ser persona, pero siéndolo de un modo en
extremo particular: único… ¡cada una de ellas!
Puesto que se trata de una cuestión enormemente sutil, y también de
las más difíciles de las examinadas hasta ahora, pido un complemento
de paciencia: pues me parece imposible que, sin contar con una
formación metafísica más que mediana, alguien entienda lo que sigue, a
no ser que precedan algunas explicaciones introductorias.

Dos naturalezas y un solo ser

De ahí que, de entrada y como punto de partida, me permita


sentar dos o tres supuestos, contenidos tal vez magistralmente en la
audaz y un tanto figurada observación de Tomás de Aquino que
sostiene que:
1. En el hombre «con-viven» dos naturalezas contrarias…
2. Actualizadas por el mismo y único acto de ser.
Con otras palabras. Para el sujeto humano, la unidad se encuentra de
parte del ser, mientras que en lo relativo a su esencia (a sus esencias,
224
cabría decir, aunque la expresión es bastante impropia) predomina una
clara oposición:
El hombre es (resultado) de dos naturalezas contrarias, una de las
cuales viene alejada de la otra (literalmente: retraída) por su cuerpo:
homo est ex duabus contrariis naturis, quarum una retrahitur ab alia a suo
corpore204.

Pienso que este aserto, tomado en toda su radicalidad, compone una


ayuda insuperable para llegar hasta el núcleo del tema que nos ocupa y
de muchos otros que no hacen tanto al caso, pero gozan también de
extrema relevancia.
Dejo para otro momento la fundamentación y la exégesis de tan
densas convicciones (que ya he desarrollado en diversos escritos 205) y
me limito a llevar casi hasta sus últimas consecuencias uno de los
muchos aspectos de la contrariedad que opone la naturaleza espiritual a
la sensible.

Para el sujeto humano, la unidad se encuentra de parte


del ser, mientras que en lo relativo a su esencia
predomina una clara oposición

Un enfrentamiento relativo

Para lo cual, resulta muy oportuno advertir que los contrarios,


aun cuando de hecho convivan en un mismo género o en idéntico
sujeto, se enfrentan entre sí de una manera radical: pues, en el ámbito
que corresponde a este tipo de oposición, lo que puede afirmarse de
uno debe negarse del otro; y, además y por tal motivo, uno de ellos se
configura siempre como superior y el otro como inferior.
Voy, pues, con los supuestos.
1. Primero: la persona humana es una y obra o actúa
unitariamente en función del único acto de ser que el alma da a
participar al cuerpo.
2. Segundo: de por sí, la naturaleza sensible se opone —al
modo de los contrarios— a la de rango espiritual, de la que deriva para
el hombre entero su condición de persona.
3. Y también se enfrentan sus facultades respectivas: la
inteligencia y la voluntad, para el espíritu; y los sentidos internos y
externos y los apetitos correspondientes, para la sensibilidad.
4. Corolario: en el plano de la naturaleza, que no en el del ser,
las diferencias entre las potencias exclusivas del alma humana —las
espirituales— y las que pertenecen al compuesto —las psico-sensibles—
204
TOMÁS DE AQUINO, Super Evangelium Matthei lectura, cap. 25, lect. 2.
205
Para los más exigentes, que de todo hay, me permito remitir a Melendo, Tomás,
Ontología de los opuestos, EUNSA, Pamplona 1982, 343 pp.
225
se oponen recíprocamente, dentro de su propio género, como lo
afirmativo y lo negativo, como el sí y el no, como lo superior (origen de
la condición personal) y lo inferior (causa de que semejante persona,
sin dejar en absoluto de serlo, posea a su modo los rasgos propios del
animal).

En el plano de la naturaleza, las potencias espirituales y


las sensibles se oponen recíprocamente, dentro de su
propio género, como lo afirmativo y lo negativo, como el
sí y el no, como lo superior y lo inferior

2. Inteligencia, voluntad y sensibilidad

Lo cual, con palabras algo menos crípticas, aunque inicialmente


difíciles de aceptar, equivaldría a dar un paso más respecto a capítulos
precedentes y sostener que la inteligencia sí conoce y los sentidos no
conocen: con lo que, obviamente, la primera es y se muestra superior a
los segundos.
Cosa que de entrada suena absurda y no es del todo verdadera, pero
que no debería asustarnos, pues en buena parte concuerda con lo visto
en otras ocasiones, al comparar el hombre con los animales.
De todos modos, para comprender el alcance de tales afirmaciones,
lo mejor es proceder por pasos y decir, de momento, que tanto la
inteligencia como los sentidos conocen, pero no del mismo modo ni con
la misma intensidad o, mejor, con idéntica propiedad (de nuevo lo
superior y lo inferior).
Traducido: la inteligencia capta la realidad como es en sí, mientras
que los sentidos no la perciben tal cual es, sino intrínsecamente
modificada (o des-realizada)… en cuanto re-interpretada y re-construida
en función del beneficio o daño del sujeto que conoce.
Es decir, a tenor de las necesidades de cada animal particular y, si se
trata del hombre, de lo que hay de animal en nosotros, justo en la
medida, normalmente hipotética o muy escasa y esporádica —mientras
no se desvirtúe la propia naturaleza—, en que los sentidos externos e
internos funcionaran al margen del entendimiento o no asistidos por él.

La inteligencia y los sentidos no conocen del mismo


modo ni con idéntica propiedad

Conocer sin conocer

Lo cual, llevando las cosas hasta el extremo, pero sin falsificarlas,


—es decir, tomando el conocimiento en su acepción más plena y propia
—, permite afirmar lo que antes anticipé:
226
1. Que la inteligencia sí conoce.
2. Y los sentidos, si actuaran aislados, no conocerían.
3. Pues «conocer-la-realidad-como-no-es»… difícilmente puede
llamarse conocer.
Resumiendo: dentro del ámbito del conocimiento, la sensibilidad y la
inteligencia se oponen como contrarios.
En el extremo más noble se sitúa el saber intelectual (conocimiento-
conocimiento), y en el opuesto, el menos noble, el conocimiento
sensible (en cierto sentido, un conocer sin conocer).
No obstante, en la misma proporción en que la inteligencia se conti-
núa o penetra en la sensibilidad —y viceversa—, en virtud de la unidad
radical del acto personal de ser, el sujeto humano, que es quien
realmente percibe-conoce, puede captar gracias a los sentidos
realidades incognoscibles para la sensibilidad en cuanto tal o aislada y,
como consecuencia, también para los animales irracionales (de manera
simétrica, no igual, la inteligencia humana necesita de los sentidos).

Dentro del ámbito del conocimiento, la sensibilidad y la


inteligencia se oponen como contrarios, como lo
superior y lo inferior

¿Voluntad versus apetitos sensibles?

Lo dicho hasta aquí debería servir como entrenamiento para


abordar con cierto éxito los dominios de las tendencias humanas, que
es lo que más nos interesa.
Todas ellas tienen en común que inclinan o aspiran al bien. Pero,
recurriendo tan solo a lo ya estudiado, sabemos que el bien de
cualquiera de los apetitos sensibles se opone en ocasiones al de la
persona en su conjunto (captado por el entendimiento y apreciado por
la voluntad) y, desde semejante punto de vista, que es el más
definitivo, ese concreto bien sensible debe considerarse un mal respecto
a la persona.

Un bien relativo al sujeto


Con algo más de detalle, y volviendo a la doctrina general. Las
tendencias sensibles inclinan siempre hacia un bien del que carecen (del
que carece su sujeto), con vistas a poner remedio a esa indigencia.
Por eso he repetido que, más que el bien en cuanto tal, el animal
bruto persigue el bien en cuanto suyo, el que ese animal necesita aquí y
ahora, a tenor de sus concretas circunstancias fisio-biológicas.
Cosa que resulta más que patente en la medida en que el destino de
semejante bien es el de desvanecerse como distinto y transformarse en

227
el sujeto que padecía el déficit: de modo que si semejante bien no
pudiera pasar a convertirse realmente en suyo, por lo mismo dejaría de
ser bueno o, hablando con propiedad, nunca lo habría sido.
El caso más obvio —ya mencionado— es el de los alimentos, que
tienen de bueno lo que puede asimilarse y convertirse en el sujeto que
los ingiere, mientras el resto resulta desechado porque no era-es bueno
(algo similar, pero más dramático, sucede con los trasplantes de
órganos).
Con lo que se percibe que su bondad o maldad viene medida y
determinada, de forma exclusiva y excluyente, por la situación actual de
ese animal en concreto; por el aquí-y-ahora concretísimo de un algo, no
alguien, también muy particular: estamos ante esta-bondad-para-esto y
de ningún modo ante lo bueno en sí, de rango universal.
Volviendo al ejemplo de los trasplantes, parece claro que un riñón
susceptible de ser trasplantado solo es bueno para la persona que, aquí
y ahora, necesita semejante órgano y puede incorporarlo sin rechazo.
Mientras que saber cuál es el fin o destino de la vida humana, pongo
por caso, es bueno para todo varón y mujer, con independencia
absoluta de cuáles sean sus circunstancias globales y las de este
instante particular.

El animal persigue el bien en cuanto suyo, el que a ese


animal le falta aquí y ahora y que precisamente por eso
se torna bueno

Posibilidad de conflicto
Tras lo cual, tampoco es difícil advertir, al menos intuitivamente,
que en los seres humanos puede darse un conflicto entre bienes-para-
mí y bienes en sí o en sentido estricto, cuya traducción habitual, como
he explicado en otros lugares, es la de bienes-para-otro-en-cuanto-otro
(o para uno mismo, pero también en-cuanto-otro).
Y, en tales circunstancias, cuando el bien exclusivamente para-mí
toma la delantera de forma radical y plena sobre lo bueno-en-cuanto-tal
o para-otro-en-cuanto-otro, el pretendido bien acaba por convertirse en
mal.
Acudiendo de nuevo a ejemplos sencillos e incluso simplones, una
excesiva glotonería —que halaga mi ansia de comida y bebida y no la
salud que debería tener todo ser humano— termina por producir
obesidad o enfermedades más graves.
Mas como los apetitos sensibles se orientan siempre y
necesariamente al bien-para-sí (para cada uno de ellos), mientras que
la voluntad está en principio abierta al bien en sí o en cuanto bueno,
también ahora podría decirse, en paralelo con lo sostenido respecto al
conocimiento, que las tendencias sensibles no inclinan al bien-bien, sino
a lo mío en cuanto mío; mientras que la voluntad sí que se endereza
228
hacia lo bueno como tal o, lo que es lo mismo, al bien para los demás o
para sí mismo en cuanto otro, como más de una vez he explicado.
Con expresión clara y decidida sostiene Caffarra:
A diferencia del espíritu, la sensibilidad es siempre utilitarista o
hedonista: solo percibe al otro en su papel utilitario o placentero. Esta
característica constituye una limitación natural de la sensibilidad206.

Y, de forma aún más tajante, me atrevería a proseguir:


El bien de una tendencia sensible deja de ser bueno cuando lo es en
exclusiva para esa inclinación, pero no para el conjunto de la persona.
Es decir: si el para-sí de lo bueno, relativo por naturaleza, llega a
convertirse en absoluto, deshace o elimina la índole de bien.
Algo similar, aunque no idéntico, a lo que sostiene Millán-Puelles, con
la agudeza y finura que siempre lo caracterizan:
También el animal irracional apetece su propio bien privado y, aunque
de hecho sirve al bien común, no lo apetece como bien común, porque le
falta la capacidad de concebirlo. Por consiguiente, cuando un hombre sirve
de hecho al bien común, mas no por estar queriéndolo como algo
comunicable a otras personas humanas, sino tan solo en función de su bien
propio, se produce el fenómeno de una cierta animalización del ser
humano, la cual no por ser libre deja de rebajar a quien la hace207.

En los seres humanos puede darse un conflicto entre


bienes-para-mí y bienes en sí

Querer y no querer el bien


Cosa que, paradójicamente podría expresarse afirmando que, de
nuevo con el máximo rigor y aunque resulte chocante:
1. Los apetitos sensibles no tienden propiamente al bien, sino
a lo suyo, a lo que les fala y conviene; por eso, más que de lo bueno se
habla a menudo de lo conveniente, teniendo la expresión por
conveniencia un cierto regusto peyorativo.
2. Al paso que la voluntad sí inclina, en principio, al bien en
cuanto bien, aunque desde puntos de vistas parciales y limitados no
convengan a la persona en determinado momento y circunstancias.
Conclusiones relativamente obvias y, no obstante, muy maltratadas
en la historia de la humanidad y del pensamiento:
206
CAFFARRA, Carlo, Sexualidad a la luz de la antropología y de la Biblia, Rialp,
Madrid, 1991, pp. 22-23.
207
MILLÁN-PUELLES, Antonio, Economía y libertad, Confederación española de Cajas
de Ahorro, Madrid, 1974, p. 373. El texto prosigue: «La dignidad de la persona
humana se sigue dando en quien así se animaliza, más no con toda la perfección de
que es capaz. La persona en cuestión continúa teniendo el libre arbitrio y, por lo
mismo, la dignidad “natural” de todo hombre, es decir, la que ninguno se da a sí
mismo libremente, mas no la dignidad “moral” que libremente puede darse a sí mismo
cualquier hombre elevando su voluntad a un bien que trasciende y supera el bien
privado sin quitarle a este su valor».
229
2.1. Los apetitos sensibles aspiran a lo que les conviene y,
si es el caso, modifican la realidad que tienen ante sí de acuerdo con la
propia disposición (de los apetitos); la voluntad, por el contrario, tiende
al bien-como-es-en-sí y, de resultas, goza de la notabilísima capacidad
de adaptarse al bien real y objetivo, a la voluntad (buena) del ser
amado y, en utilísima instancia, a la Voluntad de Dios, que siempre es
Buena, aunque a menudo se presente de modo que no comprendemos
o nos contraría.
2.2. El bien en cuanto tal es siempre común y por eso,
justamente, puede equipararse al bien-del-otro-en-cuanto-otro; y, por
el mismo motivo, no puede existir oposición alguna entre el bien común
(de cada uno de todos) y el bien propio (de cada uno de todos).
2.3. Como consecuencia, cuando el bien propio se
transforma en privado —con la carga de exclusividad que doy ahora a
este término: de cada uno sin todos, sin ningún otro—, no solo deja de
ser común, sino que, más radicalmente, decae de su condición de
bien208.

En principio, la voluntad tiende al bien de la persona en


cuanto tal, mientras que los apetitos sensibles inclinan
hacia algo que, para el conjunto de la persona, puede
resultar o beneficioso o dañino

Satisfacer una carencia o difundir la propia bondad

Una manera complementaria de advertir la oposición entre apetitos


sensibles y voluntad, y la superioridad de esta respecto a aquellos,
consiste en poner de relieve algo ya sabido y enunciado hace unos
instantes, pero cuya importancia no cabe exagerar: que los apetitos
tienden a asimilar y hacer desaparecer su bien, en tanto que la
voluntad, cuando actúa de la manera que le es más propia y radical, la
que corresponde a la persona en cuanto persona, aspira a difundirlo;
con lo que los apetitos sensibles hacen que un bien disminuya o se
esfume, mientras que la voluntad provoca que un bien crezca y se
amplíe.
Si, según afirma con plena corrección el clásico adagio, el bien es
difusivo de suyo, de nuevo se torna claro que:
1. Solo la voluntad es capaz de referirse al bien en cuanto
bien, puesto que su tendencia primaria y fundamental es la de amar,
inclinando a la persona a difundir sus bienes y, en fin de cuentas, a
entregarse ella misma; desde tal punto de vista, cabría denominarla
centrífuga.

208
Todo esto se encuentra muy bien explicado y de manera muy sencilla en
CARDONA, Carlos, Metafísica del bien común, Rialp, Madrid 1967.
230
2. Por el contrario, los apetitos —al margen de la voluntad que
los endereza— tienden naturalmente, no solo infranaturalmente, a
apropiarse y consumir y hacer desaparecer lo que les resulta
conveniente, aunque en sí mismo no sea bueno (que, en muchas
ocasiones, sí que puede serlo) ni, por tanto, difusivo: y, por lo mismo,
pueden calificarse como centrípetos.
Con lo que es correcto concluir, de nuevo tomando los términos en su
más radical acepción, que:
2.1. La voluntad sí puede tender al bien en cuanto tal y,
como consecuencia, al bien de los otros, justo en cuanto otros.
2.2. Mientras que los apetitos sensibles no están, por sí
mismos, capacitados para hacerlo, aunque su unión con el
entendimiento y la voluntad, en el hombre animado por un único y
mismo acto de ser, los torne aptos para lograrlo.
2.3. Por consiguiente, la voluntad es superior a los apetitos
sensibles y encarna la tendencia característica de la persona como
persona, en la que muestra su grandeza y abundancia de ser: la
inclinación a amar y entregarse a los demás personas.

Curiosamente, tender al bien en cuanto tal o bien-en-sí


no equivale a intentar apropiárselo, sino a aspirar a
difundirlo

Conclusión

Desde semejante perspectiva es posible ver de nuevo la entera


dinámica del hombre, de la que la afectividad es parte nada
despreciable, con unas luces e irisaciones hasta el momento imposibles
de captar.
Lo propio de la persona humana, lo que le corresponde justamente
por ser persona-y-humana —varón o mujer—, es estructurar todas las
facultades y capacidades de obrar en torno a la que encarna de manera
más adecuada lo constitutivo de cualquier persona, como consecuencia
de la magnitud insondable de su acto de ser: es decir, según vengo
repitiendo, organizarlas alrededor y bajo el imperio de la voluntad, que
inclina a la persona a amar inteligentemente, hasta entregarse a sí mis-
ma sin reservas.
Todo lo cual —holgaría decirlo, pero la capacidad humana de
malinterpretar lo obvio carece de límites— no demoniza en absoluta la
sensibilidad ni el cuerpo, que, muy al contrario, resultan de todo punto
imprescindibles para la plenitud del ser humano, como he mostrado y
defendido, incluso de manera un tanto agresiva, en multitud de
ocasiones209.
209
Cfr., por ejemplo, MELENDO, Tomás, Una lanza a favor del cuerpo humano,
recogido ahora en Metafísica de lo concreto, EIUNSA, Madrid, 2ª ed., 2009.
231
Pero sí aboceta el camino por el que el alma puede asumir ese
complemento de perfección del que por sí misma carece y que el cuerpo
le otorga, a la par que pone de manifiesto hasta qué extremo la
educación de la inteligencia y, más todavía, de la voluntad —que busca
el bien para otro— resulta del todo punto esencial para el despliegue de
una afectividad como la que apuntaba en el comienzo de esta segunda
parte: rica, jugosa y eficaz.
Pienso que las siguientes palabras expresan de manera muy
equilibrada el proceso al que acabo de aludir:
Si bien es cierto —afirma Caruso— que el perfeccionamiento y el logro
de satisfacciones del propio yo representan metas naturales y legítimas
para el hombre, si se desvinculan de los valores objetivos se hace
imposible rebasar el marco de lo individual. La satisfacción del yo,
respetando los valores objetivos, no es imaginable sin renuncias, sin el
sometimiento realmente sentido de los propios valores egocentrados a los
valores del amor que trasciende la subjetividad. No se puede penetrar en el
ámbito de lo verdadero, de lo bueno v de lo bello sin haber renunciado
antes a la sensación como fin en sí misma.
Pero también es necesario haber renunciado a los afanes desmedidos de
poder, de conocer, de saber. Por muy sublimes que puedan ser en sí, todos
esos valores son relativos y en el momento en que se absolutizan se
desvalorizan210.

Lo propio de la persona humana es estructurar todas


las facultades bajo el imperio de la voluntad, que inclina
a cada una de ellas —varón o mujer— a amar
inteligentemente, hasta entregarse a sí misma

3. La opción entre el ser o el yo: fundamentos

Como enseguida comprobaremos, considero en este epígrafe


aspectos del funcionamiento de las tendencias o apetitos sensibles, que
ya han sido tratados, pero que ahora retomo con el fin de dejar aún
más clara su oposición a la naturaleza y al ejercicio de la voluntad.
De esta manera, si no me equivoco, ofrezco una fundamentación
metafísica al balance realizado en páginas anteriores, cuando distinguí
entre afectividad fecunda y desbocada.

El predominio del ego en la sensibilidad

1. En lo que atañe a la sensibilidad, toda su dinámica estructural


podría resumirse afirmando que es siempre subjetiva o ego-centrada.
Lo cual quiere decir que:

210
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, p. 44.
232
1.1. En principio, considerados de forma aislada, si esto
pudiera llegar a darse, los apetitos sensibles se disparan
inevitablemente en presencia (o recuerdo o imaginación, etc.) del bien
que a ellos les conviene en cada caso: por lo que, en última instancia,
son tales apetitos los que constituyen en buena o mala la realidad que
los circunda.
1.2. Desde este punto de vista, las tendencias sensibles
resultan del todo subjetivas, pues dependen plenamente del estado
actual de cada sujeto, de las determinaciones de este en un instante
dado y del modo como él (de nuevo el sujeto) las percibe.
Por ejemplo, si alguien se siente con hambre o sed no puede evitar
que se movilice la correspondiente tendencia sensible a alimentarse,
con los dinamismos fisiológicos que a menudo la acompañan, por más
que la inteligencia vea que no debe hacerlo y la voluntad pretenda
obviarlo. Ciertamente, si se trata de una persona con suficiente
autodominio, no comerá o beberá, pero lo que de ordinario no está en
sus manos es impedir que se active y dejar de experimentar la
tendencia sensible a comer o beber.
Quizá lo que vengo afirmando nunca se manifieste con más claridad
que en el caso —ya apuntado— de ciertos estados anómalos para el
organismo, como la indisposición conocida normalmente como
empacho, sobre todo cuando es el resultado de un consumo excesivo de
nuestros alimentos favoritos. En tales circunstancias, mientras dura la
indisposición, sentimos que nos asquean, sin poderlo impedir, justo
aquellas comidas que en ese mismo instante sabemos que son las que
habitualmente más nos gustan… y nos encantaban quizá hasta hace
muy poco: justo hasta antes de indigestarnos.
En el nivel de la sensibilidad, la atracción o la repugnancia se
encuentran, pues, exclusivamente determinadas por la disposición
orgánica del sujeto en ese momento, tal como él la percibe (pues, justo
por una nueva indisposición de lo orgánico, no siempre se percibe el
propio estado como realmente es); en cualquier caso, el acercamiento o
rechazo no viene determinado por el valor objetivo de la realidad en sí,
incluso aunque esa valía sea conocida y reconocida intelectualmente en
el mismo instante en que siente la repulsa, o viceversa.
1.3. En tercer lugar, los apetitos resultan subjetivos porque,
de por sí, inclinan a su sujeto a poseer y apropiarse (a asimilar: hacer
suyos) los bienes a los que tienden, aunque instancias superiores
moderen ese deseo con más o menos facilidad, según el grado de
desarrollo de las oportunas virtudes, que tienden hacia el bien en sí y
de los demás: ordo amoris.

En el nivel de la sensibilidad, la atracción o la


repugnancia hacia algo se encuentran exclusivamente
determinadas por la disposición orgánica del sujeto en

233
el mismo momento en que lo percibe y tal como él lo
percibe

2. Particularizando y escribiendo yo donde hasta ahora figuraba


el término sujeto, debe sostenerse que, en el ámbito de la sensibilidad,
yo me constituyo en centro de mi mundo, de manera que lo bueno o
malo resulta determinado subjetivamente por mí: se trata de mi-bien o
de mi-mal, establecidos por mis circunstancias del momento, más que
de lo bueno a malo en sí mismo. Y, cuando se trata de animales, a no
ser que medie una intervención humana externa, la constitución de lo
bueno o lo malo (de lo beneficioso o dañino) desde la dotación instintiva
de cada animal en cada particular situación se impone con carácter
absoluto e inevitable.

Por naturaleza los apetitos sensibles son subjetivos o


egocéntricos: están determinados por las circunstancias
del yo

La primacía del ser

La voluntad, por el contrario, no gira en torno a su sujeto ni resulta


determinada por las circunstancias de este, sino que es atraída por lo
bueno en cuanto tal. Y, según su naturaleza, se inclina hacia semejante
bien con la pretensión no solo ni en primer término de gozar de él, sino
de cambiar, si fuera preciso, para transmitirlo y difundirlo. Que es,
como vengo repitiendo, lo propio y caracterizador de la persona en
cuanto tal: en virtud de su propia eminencia o dignidad, derivada de la
impresionante grandeza de su acto de ser, toda persona es efusiva,
fecunda, tiende a darse y se da de hecho cuando actúa como persona.
Pero, como también he intentado dejar claro, la persona humana es
limitada. Por eso, en la mayoría de los casos, su voluntad tendrá
primero que conquistar los bienes que pretende irradiar, aunque
siempre con vistas a su expansión y propagación; pues, como
afirmaban los clásicos y acabo de recordar, el bien es difusivo de suyo.
Con terminología estrictamente filosófica, lo expone Brock:
La tesis según la cual todo agente actúa por su propio bien, o para
mantener y promover su propia forma, también muestra que el principio o
finalidad no siempre significa que un agente actúa para conseguir algún
bien, o actúa por indigencia. Más bien, en la medida misma en que es un
agente, ya posee el bien en virtud del cual actúa. De hecho, si el fin por el
que un agente actúa es precisamente una participación en su propia forma,
entonces todo agente actúa por su propio bien; su primera inclinación
hacia este bien no es expresada en absoluto en su acción externa, sino en
su propio permanecer lo que es su persistir. Decir que cuando actúa, actúa
por su propio bien significa que actúa para dar, para promover el bien del
que ya disfruta. La potencia es riqueza, no penuria. Si un agente solo
actúa, solo da o aporta, para recibir, entonces es un agente imperfecto, no
plenamente formado. Solo cuando el agente recibe lo que necesita y es

234
hecho perfecto, está plenamente formado, es capaz de actuar en sumo
grado, para dar de sí mismo con las menores restricciones211.

Desde este punto de vista, la dinámica acorde con la persona humana


es la de adquirir cuantos bienes le sea posible, incluidos los suyos
propios, con la exclusiva intención de ponerlo al servicio de los otros, de
amar a quienes merecen ser amados: las restantes personas.
Por tanto, en los dominios del espíritu, lo que manda es el bien, no el
yo ni sus concretas circunstancias, y eso lleva consigo la apertura de
cualquier persona hacia todos los bienes que efectivamente lo sean y,
en fin de cuentas, hacia las demás personas y hacia Dios, como Bien
sumo.
Pero, precisamente porque está orientado a todo bien y a todo el
bien, ningún bien particular y concreto puede determinarla, al contrario
de lo que ocurría con los apetitos sensibles. Como consecuencia, en
este mundo, la voluntad humana nunca se dispara de forma maquinal e
inevitable: eso equivaldría a afirmar que quiere sin querer, lo cual es
contradictorio.

En este mundo, la voluntad humana nunca se dispara de


forma maquinal e inevitable

Pérdida consentida de la libertad

Por eso, la impresión de haber perdido la libertad, convirtiéndonos


en unos autómatas, sin dominio propio, tiene lugar habitualmente en
dos ocasiones:
1. La primera, cuando «libremente» nos dejamos llevar por la
atracción inicial que todo lo bueno captado por nuestra inteligencia
ejerce sobre la voluntad, e incluso nos habituamos a obrar de esta
manera, sin poner en juego los resortes más definitivos, activos y
propios de la inteligencia y de la voluntad, que nos permitirían discernir
y perseguir aquel bien que efectivamente lo es en función de nuestras
circunstancias y, más aún, de las de quienes nos rodean212.
2. La segunda, cuando hemos hecho lo mismo —dejarnos
llevar— en nuestras actuaciones anteriores, ya sea en los momentos
inmediatamente precedentes al hecho de que se trate, ya a lo largo de
una temporada suficientemente larga como para hacer ahora muy difícil
o casi imposible el auténtico ejercicio de la libertad.

211
BROCK, Stephen L., Acción y conducta. Tomás de Aquino y la teoría de la acción,
Herder, Barcelona, 2000, pp. 150-151.
212
Es decir, nos situamos de manera exclusiva en los dominios de la voluntas ut
natura, donde la facultad es primordialmente pasiva, en lugar de ejercer la libertad,
anclada propiamente en la voluntas ut ratio, que seguiría activa y libremente a la
aprehensión intelectual de lo bueno o malo en sí.
235
Permitimos, en el primer caso, o nos habituamos, en el segundo, a
que determinados bienes parciales ejerzan su influjo progresivo sobre la
voluntad hasta aquel punto en que apenas somos capaces de superar
tales influencias. De este modo, la voluntad acaba por sucumbir, pero
porque no quiso desplegar y robustecer la libertad cuando todavía podía
hacerlo: es lo que la tradición latina llama voluntario in causa.
Libremente queremos dejar de ser libres, por decirlo con fórmula
paradójica pero correcta; o, con expresión popular, no quisimos-
supimos cortar a tiempo, cuando el deseo todavía no era tan
vehemente como para impedir el ejercicio contrario activo de la
libertad, capaz de orientarse en función de lo bueno en sí: de la realidad
tal como efectivamente es.
3. Todo lo cual resulta plenamente coherente con una libertad
real, pero limitada, como es la de cualquier mujer o varón. Es decir, una
libertad orientada hacia el bien, pero que puede decaer (deficere, dirían
los latinos) y situarse en una esfera análoga (idéntica y radicalmente
distinta) a la de los apetitos sensibles.
3.1. Idéntica, por cuanto —igual que les sucede por
naturaleza a los apetitos sensibles— acaba transformándose en punto
de referencia constitutivo de lo bueno o malo, que dejan de serlo en sí y
pasan a serlo exclusivamente para mí.
3.2. Y radicalmente distinta, porque esa inversión o
perversión no es fruto de la naturaleza —como ocurre con los animales,
que obran de acuerdo con sus instintos— sino de un acto radical de
libertad que, con más o menos conciencia, hace del propio ego el bien
por antonomasia y absoluto, fundamento y raíz de cualquier otro bien:
es decir, las demás cosas y personas se convierten en buenas o malas,
con independencia de su bondad o maldad reales, según beneficien o
perjudiquen a ese yo.

Al contrario que los apetitos sensibles, la libertad


humana, cuando se utiliza rectamente, respeta la
primacía del bien real y objetivo sobre los caprichos
veleidosos del yo o de la subjetividad

4. Cuando el yo se convierte en absoluto

Una opción radical…

Resulta lícito, entonces, concebir la inteligencia humana como


capacidad de conocer, aunque coyunturalmente y en contra de su
naturaleza, pueda equivocarse. De manera análoga, la libertad humana,
la de cada varón o mujer, es de por sí la capacidad de
autodeterminarse hacia la propia plenitud personal —derivada de la
236
realización del bien real u objetivo—, aunque pueda también, per
accidens, dirigirse en sentido opuesto, hacia la propia autodestrucción.
Lo que, visto desde el lado complementario, podría traducirse
afirmando que la libertad implica la ausencia de cualquier determinación
extrínseca a la voluntad (no de cualquier influjo) y, por semejante ra-
zón, se configura como estricta y real auto-determinación; y esto,
aunque el mecanismo psicológico mediante el que lo logra resulte
complejo y aunque no todos nuestros actos sean libres y, los que lo
son, no gocen de una libertad plena y total.
Ahora bien, semejante libertad es real pero limitada: necesita
perfeccionarse y, en cualquier caso, puede obrar en contra del bien real
de la persona.
Dicho con otras palabras: en virtud de la abundancia de su acto de
ser, la persona humana se encuentra naturalmente inclinada hacia la
opción por el bien real o bien-del-otro-en-cuanto-otro. Pero semejante
elección no se le impone, sino que es fruto de una elección libre, que,
justo en virtud de la imperfección de su libertad, puede también
enderezarla libremente en el sentido opuesto y llevarla a preferir el bien
para sí (en definitiva, el yo) en lugar de lo bueno en cuanto tal.
Las consecuencias que se derivan de lo dicho son múltiples y
relevantes. Señalo las principales:
1. Frente a lo que a veces se sostiene, ni siquiera el
entendimiento determina a la voluntad, de modo que lo que esta elija
sea una mera consecuencia —necesaria o no-libre, por tanto— de lo que
la inteligencia advierte como mejor.
En caso contrario, aunque de un modo sutil, se negaría la libertad y la
posibilidad de merecer o desmerecer: nuestra actividad, destituida de
su condición libre, no resultaría imputable, ni para bien ni para mal.
¿Motivos? Como ya apunté, si la inteligencia no solo influyera, sino
que determinara la elección de la voluntad, acabarían eligiendo mejor
quienes fueran más inteligentes, quedando condenados los más torpes
a decisiones incorrectas y, por eso mismo, moralmente malas y origen
de insatisfacciones y desdichas.
No es eso lo que ocurre. Se trata de algo más sutil y más complejo,
bastante parecido en ocasiones a lo que refleja esta larga cita de
Kierkegaard, merecedora no solo de una lectura, sino de un estudio y
una reflexión reposados:
… si un hombre, en el mismo momento en que ha conocido el bien, no lo
hace, entonces se debilita el fuego del conocimiento. Además está el
problema de lo que la voluntad piensa de lo que se ha conocido. La
voluntad es un principio dialéctico y tiene bajo sí toda la actividad del
hombre. Si no le gusta lo que el hombre ha conocido, no resulta
ciertamente que la voluntad se ponga a hacer en seguida lo contrario de lo
que dice la inteligencia: oposiciones tan fuertes son ciertamente muy raras.
Pero la voluntad deja pasar un poco de tiempo: ¡esperemos hasta mañana,
237
a ver cómo se ponen las cosas! Entre tanto la inteligencia se oscurece cada
vez más, y los instintos más bajos toman cada vez más la delantera. Ay, el
bien hay que hacerlo en seguida, apenas conocido (he aquí la razón por la
que en la pura idealidad el paso del pensar al ser se da con tanta facilidad,
porque ahí todo se hace en seguida); pero la fuerza de la naturaleza
inferior consiste en dilatar las cosas. Cuando de este modo el conocimiento
ha llegado a ser bastante oscuro, entonces la inteligencia y la voluntad ya
pueden entenderse mejor; finalmente están ya completamente de acuerdo,
porque la inteligencia se ha puesto ya en el lugar de la voluntad, y
reconoce así que es perfectamente justo lo que la voluntad quiere213.

Este y casos similares son frecuentes. Y a través de ellos se advierte


más fácilmente que:
1.1. El pecado, en concreto, no es un error —en el sentido
más preciso de este término, que apela al ámbito del conocimiento—,
sino una preferencia de la persona toda, guiada por su voluntad libre,
hacia un bien-para-sí, advertido precisamente como suyo, en
detrimento de un bien real u objetivo mayor.
Con cierta drasticidad, pero certeramente, asegura Agustín de
Hipona:
Hasta tal punto el pecado es un mal voluntario, que de ningún modo
sería pecado si no tuviese su principio en la voluntad: esta afirmación goza
de tal evidencia que están de acuerdo los pocos sabios y los muchos
ignorantes que habitan en el mundo214.

1.2. Y, paralelamente, el acto meritorio tampoco es un


simple acierto del entendimiento, aunque normalmente lo requiere y
supone; sino que se configura como la libre elección de un bien real,
captado como tal por la inteligencia, incluso cuando la persona advierta
que ese bien lleva aparejados inconvenientes o perjuicios para ella.
2. Por lo mismo, gracias a la voluntad-libertad, el hombre
resulta capaz de establecer las metas inmediatas de su vida y, al menos
de forma implícita, su Fin último o Bien supremo.
Y esto, de dos modos principales:
2.1. Asumiendo la inclinación natural de su voluntad hacia lo
realmente bueno o bueno-para-el-otro-en-cuanto-otro, de acuerdo una
vez más con Aristóteles.
2.2. O rechazando libremente semejante inclinación y
optando por el bien para sí.
Es decir, aunque por naturaleza se encuentre dirigido hacia todo bien
real, hacia el bien de las restantes personas y, en fin de cuentas, hacia
el Bien sumo (Dios), el hombre se halla orientado hacia todo ello del
modo que corresponde a su condición-naturaleza libre e imperfecta: de
forma que puede libremente acoger esa orientación natural o también
213
KIERKEGAARD, Søren, La enfermedad mortal, trad. it., en Opere, Sansoni,
Florencia 1972, p. 671.
214
AGUSTÍN DE HIPONA, De vera religione, 14, 27, PL. 34, 133.
238
—libremente, con lo que de imperfecto hay en su libertad— oponerse a
ella y despreciar el bien real y el Bien Sumo en función de un bien que
le resulta más suyo y que, en fin de cuentas, no es otro sino lo que
halaga a su propio yo (lo suyo), como vengo repitiendo.

Aunque por naturaleza se encuentre dirigido hacia lo


bueno como tal, la libertad permite al hombre preferir
su bien subjetivo: su propio yo

Con la diferencia, fundamentalísima, de que en este caso la


orientación de la tendencia hacia el sujeto-yo no es, como en los
apetitos sensibles y, a su modo, en la voluntas ut natura, algo natural e
inevitable, sino fruto de una elección no solo libre sino también
antinatural (por cuanto la voluntad se encuentra por naturaleza
inclinada —aunque no determinada— hacia el bien-en-cuanto-tal y no
hacia el bien-para-sí).

La elección del yo

Según acabo de sugerir, la opción por el yo es una auténtica


elección, hecha posible, simultáneamente, por la condición libre de todo
ser humano y por el hecho de que su libertad es imperfecta (cosa que
no elimina su condición libre).
Y, en ella, según lo que llevamos visto, se prefiere un bien inferior
(uno mismo), en contra de la orientación natural de la voluntad hacia
todo lo bueno, hacia la difusión del bien, hacia el bien en cuanto tal o
bien del otro en cuanto otro, que es lo que corresponde a la grandeza
de la persona en cuanto persona. Pero se elige a sí misma
aprovechando los mismos recursos de la libertad, que permiten tal
predilección.
A la pregunta sobre el porqué de semejante opción no puede
responderse con razones lógicas, pues nunca la libertad está
determinada por una razón, como ya vimos: la libertad no causa de
modo mecánico eficiente; sino que hay que acudir a ese punto excelso y
característico de la libertad, que en castellano queda bien recogido por
la expresión porque me da la gana, que manifiesta que la libertad
supera a cualquier razón.
Una afirmación que siempre que es correctamente utilizada equivale
a porque quiero y, en este caso particular —cuando opto por el yo—, a
porque me quiero y me quiero de una manera absoluta, sin respetar el
orden real de los bienes; y no los respeto, habría que añadir, porque
quiero no respetarlo, porque me quiero de tal modo que no quiero
subordinarme a un bien ajeno o superior a mí: he hecho, libremente, de
mí mismo el bien sumo para mí.

239
La opción por el yo es una auténtica elección, hecha
posible, simultáneamente, por la condición libre de todo
ser humano y por el hecho de que su libertad es
imperfecta

¡Rectificable!

Precisamente el carácter limitado de la libertad humana hace el


establecimiento definitivo del propio fin sea labor de toda una vida,
progresiva, por tanto, y, simultáneamente, rectificable.
Lo que no quita que se mueva siempre dentro de los límites de la
opción recién expuesta. Elección, por tanto, no entre el bien y el mal,
como a veces se sostiene —pues el mal en cuanto tal no puede ser
querido ni apetecido—, sino entre el bien-en-sí, en la medida en que es
bueno, y el bien-para-mí o el yo, voluntariamente transformado en bien
supremo y razón de todo bien (egoísmo), con total independencia de la
bondad constitutiva del resto de lo existente.
Semejante elección es real y necesaria:
1. En primer término, porque la persona humana, limitada e
imperfecta, no solo no se encuentra desde el principio, como algo ya
dado, con la plenitud que le corresponde, sino que, por un lado, ha de
conquistarla a la par que va perfeccionando la propia libertad; y, por
otro, puede dejar de conducirse hacia esa plenitud, no perseguir el bien
en sí y, como consecuencia, el propio perfeccionamiento.
2. En tal circunstancia, según acabo de apuntar, obrará en
contra de lo que exige su naturaleza, se volverá sobre sí misma y hará
del propio yo un absoluto-para-sí, capaz de considerar —¡y convertir!—
en «bueno» cuanto le beneficia y en malo cuanto lo perjudica y
exclusivamente por el motivo de que le resulta beneficioso o dañino, sin
tener en cuenta la bondad o malicia de la acción en sí misma ni, por
tanto, el modo como repercute en los demás.
Es lo que, con palabras más técnicas y formales, se enuncia diciendo
que una persona se erige a sí misma o erige su propio yo en un
absoluto, en torno al cual hace girar el resto del universo.
O, si se prefiere, es el egoísmo o amor propio libremente elegido y
radicalizado, tan presente, por desgracia, en nuestra civilización, y
fuente de insatisfacciones e infelicidad sin término, como he estudiado
en otras ocasiones215.

215
En el fondo de todo lo que estamos viendo se encuentra la (des)composición real
del sujeto humano en esencia y acto personal de ser: esa (des)composición obliga a
recuperar su unidad-identidad posible mediante la operación libre (re-composición) y
permite, mediante el desprecio del Bien en sí por aprecio desordenado al yo, no
obtenerla: des-hacerse o des-componerse ulteriormente, girando en torno al propio
yo. Así lo explica Donoso Cortés, en comparación con los ángeles: «El ángel, espíritu
puro, abrasado de amor, gravitaba hacia Dios, centro de todos los espíritus, con una
240
Utilizando los recursos de la libertad contra la propia
libertad, el ser humano puede erigir su propio yo en un
absoluto, en torno al cual hará que gire el resto de lo
existente

Persona ≠ subjetividad

Para hacer más comprensible lo que estamos viendo, tal vez sea
oportuno establecer una distinción, hasta cierto punto artificial (porque
solo es verdadera en las realidades finitas), entre la persona como tal y
la subjetividad o el yo, también precisamente como tal.
A la persona le corresponde por naturaleza la difusión del bien o, si se
prefiere, la búsqueda del bien de las restantes personas. Cosa que,
cuando se trata de una persona limitada o imperfecta, se realiza a
menudo tras la consecución de los bienes que desea otorgar a los seres
amados. Y precisamente entonces, cuando realiza esa operación
caracterizadora, cuando busca el bien de los otros, es cuando la
persona finita va adquiriendo su perfección como persona y, como
consecuencia no buscada, su felicidad.
El yo, por el contrario —tal como aquí y ahora lo entiendo—, es la
subjetividad de la persona limitada, precisamente en cuanto (contra lo
que reclama su acto de ser) renuncia o se niega a obrar como persona,
buscando el bien de los otros, y aspira exclusivamente a hacerse con los
bienes que calman de forma inmediata sus propias necesidades o de-
seos. Paradójicamente, aunque esos bienes se alcancen y hagan derivar
de ellos los deleites consiguientes, la inclinación nuclear de la persona,
la que le compete como tal, está siendo frustrada, por lo que el
resultado es, siempre, la insatisfacción global-radical: la desdicha o
incluso la enfermedad psíquica.

gravitación amorosa y vehemente. El hombre, menos perfecto, pero no menos


amoroso, seguía con su gravitación el movimiento de la gravitación angélica, para
confundirse con el ángel en el seno de Dios, centro de las gravitaciones angélicas y
humanas. La materia misma, agitada por un secreto movimiento de ascensión, seguía
la gravitación de los espíritus hacia aquel supremo Hacedor, que atraía a sí sin
esfuerzo todas las cosas (…). El desorden causado por la rebelión angélica consistió en
el apartamiento, por parte del ángel rebelde, de su Dios, que era su centro, por medio
de un cambio en su manera de ser, que consistió en convertir su movimiento de
gravitación hacia su Dios en un movimiento de rotación sobre sí mismo. El desorden
causado por la prevaricación del hombre fue parecido al causado por la rebelión del
ángel, no siendo posible ser rebelde y prevaricador de dos maneras esencialmente
diferentes. Habiendo dejado el hombre de gravitar hacia su Dios con su
entendimiento, con su voluntad y con sus obras, se constituyó en centro de sí mismo,
y fue el último fin de sus obras, de su entendimiento y de su voluntad» (Ensayo sobre
el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, en Obras completas, BAC, Madrid 1946,
pp. 417-418). Y así lo comenta Cardona: «La libertad humana comenzó a girar sobre
sí misma, sin sentido, en una inútil e incesante búsqueda del hombre, imposible sin
Dios, que es donde está nuestra identidad, ya que de su Amor libre procedemos»
(CARDONA, Carlos, Metafísica del bien y del mal, EUNSA, Pamplona 1987, p. 207).
241
La siguiente cita de un reconocido psiquiatra resume en buena
medida, al hilo de las afirmaciones de dos excelentes filósofos
contemporáneos, lo visto hasta el momento:
Lo describe muy bien Pieper diciendo “un hombre al que las cosas no le
parecen tal como son, sino que nunca se percata más que de sí mismo
porque únicamente mira hacia sí, no solo ha perdido la posibilidad de ser
justo, sino también su equilibrio psíquico. Es más, toda una categoría de
enfermedades psíquicas consiste esencialmente en esta falta de objetividad
egocéntrica”. Carlos Cardona, en su reciente obra Metafísica del bien y del
mal, escribe: “si el hombre egocentrándose libremente, juzga
sistemáticamente de los demás y de los actos, propios o ajenos, en función
de sus propias apetencias, reduce su cogitativa a estimativa animal, se
despersonaliza, se animaliza. En la naturaleza psicosomática del hombre,
ese hábito puede originar una disfunción estable, e incluso una lesión
orgánica (ya que la cogitativa, al contrario de la inteligencia espiritual,
tiene órgano, aunque hasta ahora los neurólogos no lo hayan localizado). Y
ahí tenemos un origen de la psicopatología reactiva, que puede llegar a
formas extremas de desequilibrios psíquicos, y que en todo caso produce
una penosa fractura de la personalidad y una dolorosa vivencia psíquica” 216

La persona humana ha de conquistarla plenitud que le


corresponde, a la par que va perfeccionando la propia
libertad; pero también puede desatender a la difusión
del bien, que le compete por su grandeza de persona, y
aislarse en la búsqueda del propio beneficio puntiforme,
optando por el yo

Modos de «elegir» el yo

¿Cuáles serían los modos principales de optar por el yo?


No resulta muy difícil descubrirlos si se tiene en cuenta lo estudiado
anteriormente. En concreto, si advertimos:
1. Que las tendencias o apetitos sensibles son egocéntricos o
centrípetos.
Como consecuencia, la forma más habitual y tal vez menos drástica
de centrarse en uno mismo es la de apoyar voluntariamente a las
tendencias sensibles en la consecución de sus objetivos, también y
sobre todo cuando tales bienes, en lugar de contribuir al
perfeccionamiento de la persona como tal, abriéndola a los otros, se
oponen a la consecución de semejante plenitud, encerrando al sujeto en
su yo: y aquí podría recordarse, una vez más, la célebre afirmación de
Kierkegaard, cuando asegura que la puerta de la felicidad no se abre
hacia dentro, sino hacia fuera, para otorgar el bien a los otros.
2. Que los afectos o sentimientos son, por naturaleza, relativos
al yo, en cuanto manifiestan solamente cómo me siento al hacer o dejar
de hacer algo.
216
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, pp. 27-
28.
242
Por tanto, y según vimos, la atención excesiva a los afectos o
emociones —sean estos de naturaleza sensible, psíquica o propiamente
espiritual— componen un modo más refinado de optar por el propio yo;
y cuando semejante atención se torna exclusiva, lo bueno en sí resulta
anulado en aras del bien para cada cual.
Si esto se lleva al extremo, lo que no sea el propio yo o se refiera de
modo inmediato a él pierde toda relevancia y, paralelamente, cualquier
acción resultará justificada si gracias a ella quien la realiza experimenta
un sentimiento gratificante.
3. Que la propia libertad es, en los dominios de la operación, el
bien de más calibre de que goza el ser humano.
Y que eso comporta la tentación de incrementarla falsamente y de
forma desmesurada, hasta constituirla en un absoluto, sin norte que la
oriente ni límite que la encauce y le ponga freno.
Semejante pretensión resulta contradictoria y origen de
insatisfacción, por cuanto, en verdad, la libertad del hombre es
participada.
Por lo que el único modo de afirmarla absolutamente consiste en
decidir que cualquier opción se torna buena por el hecho de ser
libremente elegida; y que, hasta cierto punto, lo será todavía más
cuando se oponga a la natural orientación de la persona toda y de la
propia voluntad, pues es en este caso cuando, independizada de
cualquier otro influjo, deriva más exclusivamente del yo, es más mía
(de mi yo-sin-ser, y no de mi persona, cuyo constitutivo real es justo el
acto personal de ser).

La máxima falsificación de la libertad humana consiste


en rechazar lo bueno en cuanto bueno, para atender tan
solo al propio beneficio

Y las emociones consecuentes (o subsiguientes)

Todo lo anterior resulta sumamente relevante —¡decisivo!— en los


dominios de la afectividad y, más en concreto, en los sentimientos
subsiguientes a la acción, que son los que más cuentan, pues en ellos
desemboca y permanece la persona como consecuencia de sus
diferentes opciones y de las operaciones respectivas.
¿Motivos?
Como ya afirmó Aristóteles, repite Tomás de Aquino y he estudiado
con calma al tratar de la felicidad:

243
1. En virtud de su carácter dinámico y finalizado, cuando una
facultad actúa de acuerdo con su propia naturaleza, el sujeto
experimenta un sentimiento positivo, de gozo o deleite 217.
2. En coherente simetría, una facultad que obra contra lo que
reclama su naturaleza experimenta por fuerza un sentimiento negativo,
de desazón o descontento.
3. En la exacta medida en que el único acto de ser del hombre
hace que en él convivan dos naturalezas contrarias —en el sentido
antes indicado—, también pueden convivir en él sensaciones de gozo y
de disgusto y todas las similares y sus contrarias: pues, mientras no
haya instaurado una perfecta armonía en el conjunto de sus
inclinaciones, al seguir la pulsión de determinadas tendencias se opone
necesariamente a lo que le sugieren o reclaman otra u otras.
4. El resultado final, por emplear una expresión bastante
impropia, depende del vigor o la fuerza respectiva de la tendencia o
tendencias que, en cada caso, se vean favorecidas, frente al de aquellas
otras a las que no se atiende o incluso se contraría.
5. Mas, en última instancia, lo que marca la dirección de la
persona en cuanto tal son las potencias superiores, capaces de captar y
tender hacia lo bueno en sí. Es decir, según vengo repitiendo, la
inteligencia y, sobre todo, la voluntad.
6. Son, pues, estas facultades las que deberían terminar por pre-
valecer, imponiéndose a sí mismas la orientación más adecuada y
enderezando los apetitos sensibles hacia el bien de la persona en su
conjunto.
En semejante sentido, Millán-Puelles defiende
… la primacía de las virtudes morales sobre las intelectuales. Si la
voluntad no es buena, poco importa que lo sean otras potencias, ya que el
uso de ellas depende de la voluntad; por lo que, en último término, el
hombre es bueno de una manera absoluta —o sea, como hombre, como
poseedor de esa facultad rectora—, si es buena su voluntad; y en el caso
contrario no será bueno en tanto que hombre, sino por algún otro título o
aspecto, compatible, sin duda, con la naturaleza humana, pero que no
define a esta íntegramente o que en definitiva le es accidental 218.

Resulta lógico, entonces, que el hombre que no elige el Bien supremo


al que su naturaleza le inclina, sino que se prefiere a sí mismo por
encima de todo y de todos, ni se perfeccione como persona ni obtenga

217
«El fin específico, propio y directo, de la educación consiste en la perfección de
las potencias humanas. En la filosofía esencialmente dinámica que Santo Tomás
mantiene, todas las cosas son por su operación correspondiente, es decir, que están
ordenadas a ella para el cumplimiento de su fin. La teleología tomista exige este
dinamismo de una manera intrínseca y connatural, representando, así, la antítesis
perfecta de toda concepción estaticista del ser» (MILLÁN-PUELLES, Antonio, La
formación de la personalidad humana, Madrid, 1963, Rialp, p. 74).
218
MILLÁN-PUELLES, Antonio, La formación de la personalidad humana, Madrid, 1963,
Rialp, p. 78.
244
como resultado su afecto o sentimiento más radical y caracterizador,
conocido hoy como felicidad, al que tantas veces me he referido.

Solo cuando la voluntad se orienta hacia lo bueno-en-sí


y encamina en la misma dirección el resto de las
potencias, el ser humano puede experimentar ese
sentimiento fundamentalísimo —el primero y razón de
todos los restantes— al que denominamos felicidad

Tranquilidad.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo lo que se lee por primera vez.
Lo medio-entendido entonces prepara para estudiar lo que sigue, y el nuevo
conocimiento aclara lo ya aprendido. A menudo es preciso ir y venir, leer más
de una vez lo mismo. Pero el resultado final suele provocar una notable
satisfacción.
Ánimo.

Ayuda para la reflexión personal

 ¿Tienes ahora más clara la superioridad de la inteligencia sobre los


sentidos y la de la voluntad sobre los apetitos sensibles? ¿Sabrías
resumirla en una serie de palabras o frases contrapuestas, en las que
uno de los elementos señale lo característico de los sentidos y sus
correspondientes apetitos mientras el otro manifiesta lo propio de la
inteligencia y de la voluntad?
 ¿Te ayuda todo ello a comprender algo mejor los conflictos y
tensiones emocionales que se dan con frecuencia en cualquier persona?
¿Adviertes que en buena parte se derivan del hecho de que los apetitos
sensibles no pueden dejar de tender hacia el bien que les es propio,
aunque ese bien se oponga al de la persona en cuanto tal y esta lo
advierta claramente?
 Imagino que, al leer las páginas que preceden, bastantes cuestiones
te han sonado o a nuevas o a equivocadas. Te pido que hagas una lista
lo más exhaustiva de esas discrepancias, tanto para tu uso personal
como para hacérmelas llegar, con el fin de reflexionar también yo sobre
ellas y confirmar o variar mi propio planteamiento.
 Para sacar más partido a lo que acabas de estudiar, te recuerdo que
los sentimientos o emociones van a caballo de las tendencias y de los
actos que el sujeto realiza u omite cuando una o más de ellas son
solicitadas por el bien que les corresponde.
 Probablemente eches de menos un tratamiento más profundo y
adecuado de la libertad, que en este estudio solo he podido tratar de
manera sumaria. Puedes encontrar explicaciones complementarias en
MELENDO, Tomás, Las dimensiones de la persona, EIUNSA, Madrid 2009.
 En cualquier caso, antes de emitir un juicio sobre lo que acabas de
ver, te pediría que leyeras con paciencia lo que aún queda de la
afectividad.

245
X. Cómo aprovechar la afectividad

Para terminar con la afectividad

Esta vez sí que es cierto que o bien terminamos ya con la afectividad o el


intento de estudiarla terminará con nosotros. Espero que esto último no
suceda y que pienses que tus esfuerzos te han compensado… y no solo
académicamente.
En todo caso, puesto que se trata de concluir, sería bueno que te
empeñaras en hilar fino, de modo que remates (en el mejor sentido del
término) lo que llevas ya ganado.
Por eso, antes de comenzar tu tarea, intenta de nuevo despertar tu
capacidad de pensar y reflexiona sobre lo que te anuncio o pregunto.

 Lo que te vas a encontrar en este capítulo se apoya tanto en lo que


ya hemos visto como en muchas otras cuestiones que resulta imposible
tratar aquí y para las que te iré ofreciendo las referencias convenientes.
 Por eso no estaría mal que suspendieras el juicio respecto a lo que
ahora leas hasta que —mediante las lecturas complementarias y tu
propia reflexión— hayas conseguido hacerte con una visión de conjunto
de las múltiples cuestiones implicadas en ello.
 Te pido una vez más que afines tu espíritu crítico y tu libertad de
pensamiento, para discernir si lo que propongo resulta más o menos
conforme con la realidad que lo que quizá hayas leído en otros lugares o
esté más en el ambiente.
 A lo largo de este escrito, he repetido hasta la saciedad que la única
referencia definitiva de un filósofo, y de cualquier persona que pretenda
de veras conocer, no puede ser otra que la realidad, en la medida en
que esta nos resulta asequible: una medida mucho mayor que lo que a
menudo piensan quienes no han hecho el esfuerzo de conocer
personalmente el mundo que les rodea y su propia persona, y mucho
menor que lo que en ocasiones opinan quienes pretenden que la ciencia
experimental (¡o la filosofía!, que también es posible) constituye el único
modo de conocer el universo y que el saber que se obtiene gracias a
ellas resulta ya definitivo e intocable.

1. En la vida vivida

A modo de resumen

246
Después de lo que hemos leído —y aun cuando, como en cualquier
otro tema, habría mucho más por tratar— deberíamos tener un
conocimiento suficiente para movernos con cierta soltura en lo que
atañe a la afectividad humana.
Por eso, el propósito de este último capítulo no es tanto el de aportar
nuevos datos como el de resumir el núcleo de lo visto de una manera
más vital y, sobre todo, dar paso a lo que todavía nos queda.
Para lograrlo, repasemos con nuevas miras las tendencias humanas,
comenzando por aquellas que se encuentran también en los demás
seres terrestres dotados de vida. A saber:
1. El impulso a la conservación propia.
2. Al mantenimiento de la especie.
3. La tendencia múltiple a la perfección o plenitud.
Inclinación esta última que en los animales no domesticados viene a
coincidir con las dos anteriores, pero en el hombre se dispara y
diversifica y obtiene una relevancia infinitamente mayor, capaz de
modificar toda su existencia, incluida la afectividad.

A. Conservación individual

Enfocando la cuestión desde esta perspectiva, la primera


tendencia humana inclinaría a conservar y desplegar la propia vida, y,
previamente, a través de cierto aprendizaje, a sentir la atracción de
todo aquello que la mantenga o promueva y el rechazo de cuanto la
ponga en peligro.
Ya aquí advertimos la posibilidad humana clave a que antes aludí y
que reviste una muy particular importancia en el desarrollo de la
emotividad: la de disociar la estricta satisfacción de la necesidad y el
deleite que de esa satisfacción se sigue.
Lo que, como apunté, marca una diferencia insalvable respecto al
animal, que, aunque también experimente un placer análogo, es
incapaz de perseguirlo por sí mismo al margen de las necesidades
reales; por ejemplo, cuando ya está saciado, excepto en casos cuasi
patológicos o artificialmente inducidos por el hombre, por más que
tenga comida y bebida a su alcance, cesará de ingerirlas.
Sabemos que esta ambivalente superioridad de la persona humana
deriva de sus dos potencias propiamente espirituales: la inteligencia,
que distingue la satisfacción meramente biológica y el deleite, así como
el sentido o significado de una y otro; y la voluntad libre, capaz de
impedir la respuesta cuasi automática de las tendencias, dejando
insatisfecha la necesidad en aras de un bien mayor, o de seguir
provocando el placer con vistas al placer mismo, aunque la necesidad
correspondiente se encuentre ya colmada.

247
El ser humano es capaz de distinguir y separar la
satisfacción de sus distintas necesidades y el deleite
que de esa satisfacción se sigue

… hedonismo consumista
Estamos en uno de los pilares de la civilización presente. Si hoy
puede hablarse en términos generales de consumismo o de hedonismo,
es, en fin de cuentas, por la capacidad de disociar la necesidad y el
placer de haberle dado cumplimiento, con todo lo que esto lleva
aparejado.
Ya vimos que la libertad torna muy problemático el concepto estricto
de necesidad humana. Explicito ahora uno de los motivos. Frente a lo
que sucede a los animales inferiores, el vivir del hombre se encuentra
íntimamente ligado al vivir bien, al bienestar: y, en este ámbito, la
posibilidad de expansión de las presuntas necesidades resulta infinita.
Basta comparar las exigencias básicas de los habitantes del tercer
mundo, reducidas a una mínima expresión, y la acumulación de enseres
y situaciones absolutamente superfluas que, sin embargo, el occidental
desarrollado advierte como del todo inderogables.
Recuerdo, al respecto, una anécdota que se atribuye, según los
casos, a Unamuno o a Valle Inclán.
Se cuenta que el escritor iba en uno de esos antiguos Citroën
rudimentarios, que entre los jóvenes se conocían como «cuatro latas».
Y que, al cabo de un rato de viaje, comentó, a la vista de la escasez de
complementos que el aparatejo llevaba:
— Si esto es lo que necesita un coche para funcionar, ¡cuánto le sobra a
todos los restantes!

El hombre se caracteriza por su capacidad e inclinación


a crearse necesidades

… y origen de infelicidad
Es fácil empalmar el asombro de nuestro literato con la
inclinación del hombre a crearse necesidades y la eficacia indiscutible de
la publicidad en el mundo actual: mediante la puesta en marcha de los
mecanismos psicológicos más sutiles, cabe transformar en necesidad
perentoria lo que en sí mismo, y atendiendo a la naturaleza humana, no
pasa de constituir un mero adorno biológico, del que una vida
intelectual medianamente sana, y justo en pro de la salud física y
mental, nos llevaría sin duda a prescindir.
No extraña, entonces, y se puede comprobar con solo entrar en
contacto con lo que injustamente llamamos países subdesarrollados,
que las personas menos dotadas económicamente experimenten un
profundo sentimiento de gozo y de gratitud ante la presencia, sobre
todo, de otras personas que las traten con amabilidad y cariño; pero
248
también de objetos o de manjares que el ciudadano opulento de
Occidente prácticamente desprecia o incluso le hastían.
Con lo que, como ya insinué, la capacidad de frustración de este
segundo se sitúa en un nivel muchísimo más bajo —se desencanta con
más fuerza y antes— que la de la persona que sabe apreciar lo que la
naturaleza le ofrece; y que, como consecuencia, proliferan en nuestro
mundo hiper-desarrollado las desesperaciones, las vidas sin sentido e
incluso los suicidios.
Es el contexto en el que se sitúan estas afirmaciones de Lukas:
Por extraño que parezca, una etapa particularmente fácil de la vida
puede presentarnos dificultades. Todos sueñan con una existencia holgada
y libre de preocupaciones. Pero esto solo se da en sueños pues, en
realidad, la vida cómoda es sumamente problemática. La persona se asfixia
en un vacío sin contenido. Si se posee todo no hay desafíos; sin presiones
no hay nada que exigirse; sin limitaciones la libertad es un tormento. El
70% de los suicidas ha vivido en condiciones externas favorables: sin
penurias económicas, con un techo sobre su cabeza, estudios realizados y
posibilidades de hacer carrera. Tiene amigos y diversos apoyos. Pero no
escucha el llamado que lo insta a tomar parte en la configuración creativa
del mundo; el llamado se pierde en el vacío219.

Asimismo, queda claro que una de las claves para propiciar una
mayor felicidad en las personas es enseñarles a valorar y agradecer,
desde niños, hasta los bienes más menudos como gratuitos y no-
merecidos. Y, cuando sea el caso, incluso haciéndoles caer en la cuenta
de que la comida que ellos desprecian salvaría la vida de más de una
persona con el mismo derecho que él a conservarla.

Cabe transformar en necesidad perentoria lo que en sí


mismo no pasa de constituir un mero adorno biológico

B. Mantenimiento de la especie

Junto a la que inclina a la conservación individual, descubrimos


en nosotros la tendencia a mantener la especie. Pero si ya en la primera
existían diferencias muy claras entre el hombre y los animales, en lo
que se refiere a esta segunda, la discrepancia es tan asombrosa que, en
fin de cuentas y si se las entiende con un mínimo de hondura, resulta
difícil incluso compararlas de forma correcta.
En lo que se refiere a la similitud, es bastante evidente que los seres
humanos experimentan lo que llamamos atracción sexual: es decir,
entendiendo este impulso de manera todavía muy vaga y genérica, la
inclinación hacia las personas del otro sexo, con vistas a establecer
relaciones íntimas con ellas.
Pero aquí hay que hacer tres salvedades:

219
LUKAS, Elisabeth, Psicología espiritual, San Pablo, Buenos Aires, 2004, p. 157.
249
1. La primera coincide con lo que ocurría con la conservación del
yo. Es decir, también en este caso cabe separar el placer que la unión
sexual lleva consigo del sentido o finalidad de la tendencia: la
procreación, si mantenemos por ahora el tan contra-personal e
incorrecto símil con los animales.
Las modernas técnicas han facilitado esta desmembración hasta
límites en otros tiempos impensables: hoy la unión sexual puede
llevarse a cabo con total independencia de la posibilidad de traer al
mundo una nueva vida, utilizando contraceptivos de los más diversos
tipos; y los nuevos componentes de la especie humana pueden entrar
en nuestro universo al margen de cualquier contacto sexual-amoroso:
fecundación in vitro y, más en general, instrumentación genética,
incluyendo la presunta, y de momento casi de ciencia ficción, clonación
humana.
2. Después, aunque en realidad se trate de algo de la máxima
importancia, en virtud justamente de la grandeza del ser humano, la
unión conyugal no presenta solo un significado específico, subordinado
al bien de la especie, sino también, y con mayor fuerza, una
significación estrictamente personal.
Es decir, las relaciones sexuales ostentan también —o
fundamentalmente, desde la perspectiva de la condición personal del
ser humano— un sentido para la vida misma y el perfeccionamiento de
quienes la llevan a cabo: es —¡debe ser!— expresión de su amor
recíproco y, por tanto, medio de enriquecimiento mutuo y de recíproca
felicidad.
3. La tercera es aún más patente y enlaza de forma muy directa
con lo que vimos. Justo porque el organismo biológico recibe la vida de
un alma que es a la par espíritu, la libertad —atributo por antonomasia
del varón y de la mujer— modifica fuertemente las tendencias y les
confiere una particular plasticidad: una falta de absoluta necesidad,
como antes decía, y una clara indeterminación o aptitud para plasmarse
de maneras muy distintas, a tenor de la propia cultura, de las
condiciones personales y biográficas, y del influjo directo del espíritu.

En lo que se refiere a la tendencia a la conservación de


la especie, las discrepancias entre el hombre y los
animales hacen casi imposible compararlas entre sí

Diferencias… ¡y diferencias!

A. La ausencia de estricta necesidad


1. Este rasgo de las tendencias humanas se pone ya de relieve
en el instinto de conservación.
Aunque el comer y el beber resultan imprescindibles para la vida
humana, la mujer o el varón pueden negarse a satisfacer esas pulsiones
250
por las razones más variadas: temporalmente, postergando su
satisfacción para momentos posteriores, como quien para conservar la
línea se impone no picotear entre comida y comida; o de manera
definitiva, y aunque ello le acarree la muerte, como ha ocurrido en
bastantes casos de huelgas de hambre.
2. Pero la libertad se muestra de forma más neta en lo relativo
a las relaciones íntimas, justo porque esta tendencia, en cuanto
directamente relacionada con el amor y como derivando de él, se
encuentra más cerca del núcleo constitutivo de la persona humana y
mucho más impregnada por él.
De hecho, aun cuando la mentalidad contemporánea oponga una
clara resistencia a admitirlo, el impulso a la unión sexual puede ser
tenido a raya por cualquier persona normal en multitud de
circunstancias en que las relaciones se encuentran desaconsejadas y,
en la mayoría de los casos, incluso por toda la vida… siempre que se
tomen las precauciones imprescindibles para no despertar
inoportunamente esa tendencia y se desarrollen las dimensiones
espirituales necesarias para elevar el tener a raya —utilizado adrede
para marcar el contraste— al rango del amor auténtico, en el que en
ningún caso podrá hablarse de represión, como también apunté.

La no-necesidad de las tendencias humanas es mayor y


se manifiesta de forma más clara en aquellas que se
encuentran más integradas en la persona y cuya
diferencia con el correspondiente instinto animal
resulta más fuerte

B. La indeterminación inicial
También se revela en las mil y una formas en las que el
hombre puede calmar su hambre y su sed —estamos ante un sujeto
radicalmente omnívoro—, frente a las limitaciones evidentes con que se
encuentran los animales, enderezados por naturaleza a satisfacer tales
pulsiones mediante un conjunto muy limitado de alimentos, carentes de
cualquier elaboración.
El arte culinario, con lo que implica también de cultura y
manifestaciones propias del espíritu, encuentran su base en la libertad
que impregna al instinto de conservación.
En cualquier caso, esta peculiar plasticidad afecta también de manera
mucho más neta a las relaciones sexuales: frente al rito más o menos
simple o complejo, pero siempre determinado, que preside el
apareamiento de los animales, la unión física entre el hombre y la mujer
puede venir precedida, acompañada y seguida de todo un cúmulo de
manifestaciones, prácticamente infinitas, dependientes también, como
sugerí, de la cultura, de la educación, y de las experiencias de cada uno
de los cónyuges y las que va creando la existencia en común.

251
Con relación a este último asunto es menester dejar claros otros dos
extremos.
1. El primero, que la indeterminación propia de las tendencias en
su estado originario no implica que todos los comportamientos sexuales
se sitúen al mismo nivel, desde el punto de vista antropológico y ético.
La propia fisiología humana, la psicología y la índole personal de
quienes establecen esas relaciones señalan unos modos —unión del
varón y la mujer tras un compromiso de por vida— que resultan
naturales y perfeccionadores, mientras que otras manifestaciones se
sitúan, con mayor o menor fuerza, fuera del ámbito de lo natural.
2. El segundo extremo, imprescindible para comprender
mínimamente el problema que nos atañe, es que, como ya vimos, en
este como en tantos otros casos, lo natural en el hombre no debe
confundirse con lo innato en estado puro, que sí es propio de los
instintos animales; sino que más bien se identifica con el resultado de
una educación que tiene como norte y como punto de referencia la
condición de la persona humana masculina o femenina, y a través de la
cual se alcanza la auténtica libertad también en este terreno.

Entre los seres humanos, lo más propiamente natural es


justo la actuación libre

C. La determinación «aprendida-natural»
Con otras palabras: es cierto que el hombre aprende a lo largo
de su vida a dar la satisfacción adecuada a sus tendencias; pero esto,
lejos de ser arbitrario o meramente cultural, resulta natural para él,
puesto que todo ser humano es familiar-social por naturaleza, y cuanto
en él llega a cumplimiento es fruto del ensamblaje de la dotación
genética con las influencias del entorno y con su propia libertad
inteligente.
1. En consecuencia, lo que en sentido muy amplio podríamos
denominar aprendizaje e influjos culturales para nada eliminan el
carácter natural de algunas manifestaciones del sexo, frente a la índole
contranatural más o menos marcada de algunas otras; como también el
niño aprende de hecho, a través de la educación, a querer a sus padres,
y estos a sus hijos, pero ese amor es perfectamente natural.
También, por motivos muy diversos, podrían aprender a no quererse
mutuamente, o a quererse de forma no adecuada, cosa que ninguna
persona medianamente sensata consideraría natural, por más que se
diera —y de hecho se dé— en muchos casos.
2. Prosiguiendo con lo que atañe a la sexualidad, hay que decir
que en todo varón o mujer normales existe una evolución, más o menos
marcada, que le lleva a alcanzar la madurez y plenitud de su tendencia
sexual o, en su caso, a desviarse de ella.

252
Por ejemplo, no es del todo infrecuente que, cuando despierta esta
tendencia, después de un buen número de años en que semejante
impulso está latente, algunas personas sientan durante un período
relativamente breve atracción indeterminada por las de uno u otro
sexo; al cabo de muy poco tiempo, si no existen circunstancias
perturbadoras, esa tendencia se orientará hacia las personas del sexo
complementario, tomadas en su generalidad; después, es posible que
se concrete en atracción hacia un determinado tipo de personas de ese
otro sexo, caracterizado por rasgos psíquicos y físicos más o menos
definidos; y la madurez total se alcanza cuando esa sugestión se fija de
manera definitiva, y ya de por vida, en alguien determinado e
insustituible del sexo complementario, advertido y querido, además, no
solo ni primordialmente como portador de caracteres genitales ni de
otras cualidades y atributos, sino justo en su condición de persona
sexuada, que, además, puede ser incluso opuesta al tipo que consideró
como su ideal… antes de el hombre o la mujer de quien por fin se ha
enamorado220.

¡Aquí estamos!
Tal vez ahora entiendas por qué dije que era consciente de lo que me jugaba
al exponer mis convicciones, a sabiendas de que son contrarias a las que
están en el ambiente. Quizás me arriesgo más todavía invitándote a leer con
calma los testimonios que aduzco en la Ayuda para la reflexión personal. Pero
no sería honrado si las omitiera.

Ayuda para la reflexión personal

 Como hice páginas atrás y según ya anuncié, también ahora


transcribo algunos párrafos de La afectividad, el eslabón perdido en
educación, escrito por Álvaro Sierra. La pregunta a la que intenta
responder es si puede o no educarse la sexualidad. Contesta así:
Si la sexualidad humana está gobernada por el instinto sexual, la
respuesta a esta pregunta es negativa. No se educa un instinto porque no
es necesario. Las conductas instintivas son determinadas genéticamente
y, por tanto, para su cabal manifestación, no requieren un proceso
educativo propio.
En estricto sentido, solo se educan aquellas áreas de la actuación
humana que caen en el ámbito de la libertad. Lo inexorable, lo instintivo,
220
Todo esto, sin duda, se encuentra hoy dificultado por unas plasmaciones
culturales en las que, de forma indiscriminada, y en virtud de la prepotencia técnica y
de una mal entendida libertad, aparejada a un fuerte hedonismo y al predominio de
los bienes meramente sensibles, se consideran normales o naturales las
determinaciones sexuales más variadas, con independencia de que puedan
efectivamente colaborar al mantenimiento de la especie y, lo que todavía es más
importante o, al menos, tanto como ello, al establecimiento de un amor sexual dotado
de los caracteres que permiten denominarlo maduro y enriquecedor.
Pero es patente que un estudio detallado de estas cuestiones excede los límites de
este escrito. Por eso, me permito remitirte a MELENDO, Tomás, La belleza de la
sexualidad, EIUNSA, Madrid, 2007.
253
lo estandarizado genéticamente no es susceptible de ser educado, ni lo
requiere realmente. El latido cardíaco, los procesos digestivos de
asimilación y excreción, los mecanismos hormonales, entre otras, son
actividades orgánicas propias de cada especie, estandarizadas
genéticamente y no sometidas a la directa voluntad del sujeto; por tanto,
no reclaman procesos educativos previos para ser ejercidas
correctamente. Es típico el caso de los procesos excretores; cuando los
padres se empeñan en educar a sus hijos que aún no tienen control de
esfínteres, para lograr resultados aparentemente buenos y predecibles,
con frecuencia lo único que generan son trastornos psico-físicos de difícil
manejo.
Pero si la sexualidad humana no es instintiva, como realmente ocurre,
sino libre y dependiente de la realidad de cada quien, con influjo muy
importante del entorno cultural en el que se realiza, entonces ha de
reconocerse forzosamente que la sexualidad humana no solo es educable,
sino que su despliegue espontáneo, sin el influjo de una educación que la
moldee, la perfeccione y la adapte a una convivencia social, la convierte
en una fuerza descontrolada, nociva para quien la realiza y altamente
peligrosa para quienes se conviertan en receptores de sus efectos (SIERRA,
Álvaro, La afectividad. Eslabón perdido de la educación, EUNSA, Pamplona
2008, pp. 184-185).
 Y añado este otro texto, un tanto duro, de Pithod. Juzgue el lector
lo que hay o no de verdad en él (de nuevo por pura honradez y lealtad,
dejo claro que yo lo comparto):
La actual permisividad comporta un centramiento de la relación
amatoria en lo más superficial de esta experiencia: El contacto físico. Este
cerramiento de la vivencia amatoria en lo sensorial y, más precisamente,
en lo genital, conduce a un vaciamiento de la vivencia del amor. Se va
reduciendo la capacidad emocional del enamoramiento y estrechando la
apertura del corazón al otro. Ni qué decir de la inmanencia en que queda
encerrado el sujeto. El amor espiritual, que es trascendencia, apertura,
acogimiento y entrega, al mismo tiempo, son proscriptos de la relación
amatoria. La primera consecuencia, en la mujer, es un trastrocamiento de
toda su dinámica afectiva. De pronto, además, la búsqueda hedonista del
placer sensitivo, la devela ante el otro sin misterio, sino asomo de lo
inefable del contacto personal. La mujer-objeto es eso: Un ser
animalizado que se pierde como persona. Pierde interioridad (de ahí el
impudor exhibicionista) y pierde profundidad. Todo es superficial y por lo
tanto hastiante. Del hastío nacerá inmediatamente esa característica del
joven de hoy que parecer ser la atonía o indiferencia afectiva e intelectual.
La mujer-hembra-para-el-placer carece de ternura, de permanencia,
de mismidad. Lo mismo da una que otra, pues ya no son personas, no
resultan suficientemente personales. Los glúteos son intercambiables; no
el rostro ni los ojos, ventanas del alma (PITHOD, Abelardo, El alma y su
cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires 1994, p. 165).

2. Tendencias y afectos específicamente humanos

Baste con lo expuesto para las tendencias de algún modo


comparables a las de los animales inferiores, a las que otras veces he
aludido en este mismo ensayo.
Entre las propiamente humanas deben enumerarse todas las que
atañen no a la mera supervivencia, sino, en el sentido más correcto de

254
esta expresión, a la vida superior o vida buena (que no a la «buena
vida», tal como suele emplearse esta expresión hoy en España).
De forma no del todo precisa, tales inclinaciones podrían identificarse
con las que corresponden al auténtico despliegue del espíritu y también,
en cierto modo, al desarrollo orgánico y psíquico. Pues, por una parte,
la maduración físico-psíquica condiciona el progreso espiritual y, por
otra, semejante madurez constituye como una resonancia o
desbordamiento del espíritu en el cuerpo y en el entorno material de la
persona.

Trascendencia

Hablando todavía de forma en exceso sumaria, y estrechando más


el cerco, las aspiraciones propiamente humanas podrían resumirse en la
inclinación a la trascendencia, entendida como salida de la propia
subjetividad y orientación hacia el ser, hacia lo otro y, de manera muy
particular y definitiva, hacia las restantes personas.
Se trata de algo tan fundamental y tan desatendido —e incluso
implícita o expresamente atacado en los últimos tiempos, en los que
pulula un egocentrismo indiscriminado—, que el lector me va a permitir
que multiplique las citas que lo defienden y fundamentan.
1. Expongo en primer término el valor terapéutico de la
autotrascendencia.
1.1. Y, antes que nada, en oposición a la tan difundida teoría
de la homeostasis, cuyo fin sería mantener el equilibrio psíquico-
orgánico:
En el principio de noodinámica siempre confluye un valor del mundo
exterior al que remite el deber, como por ejemplo crear una obra, fundar
una familia, construir un hogar, desempeñar una profesión o mejorar unas
circunstancias políticas. En cambio, el principio de homeostasis está
exclusivamente vinculado al ego. Lo interesante es que en el ser humano
se dan ambas cosas: el deseo de placer y la compensación de pulsiones en
el plano psíquico, y el esfuerzo por satisfacer un sentido y unos valores en
el plano espiritual. Sin embargo, esta segunda es, desde la perspectiva
logoterapéutica, la decisiva: la «voluntad de sentido» es la primera y
original motivación del ser humano, y si no lo es, vivirá enfermo. Como en
el arco de tensión noodinámico se produce una superación del ego, el ser
humano también deberá tener la capacidad de llegar más allá de sí mismo.
Frankl se refirió a ella como la «capacidad de autotrascendencia».
La logoterapia considera la autotrascendencia como el nivel supremo de
desarrollo de la existencia humana. Se trata del potencial específicamente
humano de pensar y actuar más allá de uno mismo en el marco de la
«existencia para algo o para alguien» (Frankl), de la entrega a una tarea o
de la dedicación a otros seres humanos. En la realización auto-
trascendente, se trata de una cosa «en sí misma» o de personas «por su

255
propia voluntad», y nunca del objeto de satisfacción de la propia
necesidad221.

1.2. La atención exclusiva al propio yo, con expreso desprecio


de cuanto lo rodea, se opone a la grandeza de la persona:
No deja de sorprender que a ninguna escuela psicoterapéutica anterior a
Frankl se le haya ocurrido que al ser humano le pudiera pasar algo fuera de
lo que hay en él mismo.
En esencia, todos los otros conceptos psicológicos de motivación giran
en torno al sí mismo de la persona. Así, la psicología profunda pone la
mirada en la máxima obtención de placer a través de la satisfacción de las
pulsiones, mientras que la terapia de la conducta se centra en la
recompensa y los «mimos» (obtención de aplauso social), y la psicología
humanista contempla la realización personal. Según la logoterapia, estas
escuelas esbozan una imagen totalmente egocéntrica del hombre que —en
una época tan narcisista como la actual—, al retroalimentarse, no consigue
nada bueno ni hace justicia, desde su parcialidad, a una criatura que es
esencialmente espiritual222.

1.3. La trascendencia de la persona humana adquiere la


configuración correspondiente a la misión o tarea, con lo que implica de
tensión entre el ser y el deber-ser:
En el principio de noodinámica —en contraste con el principio de
homeostasis—, situamos al individuo sano en un arco de tensión entre el
ser y el deber, donde el ser es la situación actual (del mundo) y el deber
una situación (incluso insignificante) transformada en sentido constructivo.
Este deber de transformación no proviene de ninguna prescripción externa
endosada al individuo, sino del conocimiento propio de un objetivo lleno de
sentido y digno de realizar. Este conocimiento se reproduce en la
conciencia como una tarea concreta que, en cierto modo, le espera
«exclusivamente» a uno, porque nadie puede satisfacerla en el mismo
momento, en la misma medida y con la misma calidad como uno mismo
puede hacerlo. Si así se desea, se puede declarar el ser como el hecho
percibido real y el deber como el hecho anticipado ideal y desplegar el arco
noodinámico entre la realidad y la idealidad.
Naturalmente, esta relación de tensión tiene variaciones de un período
de la vida a otro, como también de un día a otro, y pocas veces el deber
que hay que perseguir es completamente alcanzable, pero muestra una
dirección a la acción humana223.

2. Acabo con expresiones más técnicas, en las que la psiquiatría


y la metafísica confluyen para sostener tajantemente que la desatención
a la realidad que la circunda acaba por arruinar a la persona, justo por
contrariar lo que es propio de su natural abundancia o excedencia, que
la abre al ser, como diría Heidegger:
Razonar correctamente no es solo elaborar un pensamiento coherente,
sino sostener un pensamiento que mantenga conexión con la realidad. A
221
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 52-53.
222
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 53-54.
223
LUKAS, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
p. 51.
256
ningún hombre sensato le importa nada que sus razonamientos sean
técnicamente impecables, formalmente de una lógica rigurosa, si se
separan de la realidad, si han perdido el contacto con lo que realmente
tiene existencia fuera del pensamiento.
La desconexión de la realidad o una interpretación errónea de la misma
constituye la base de sustentación de algunos trastornos psíquicos afines,
más o menos graves en función de la fijeza de la convicción del paciente
sobre sus propias ideas o percepciones. Cuando la realidad distorsionada es
su propia persona, los psiquiatras hablamos de despersonalización; el
hombre ha perdido su propia identidad como persona.
Estamos presenciando un fenómeno generalizado de despersonalización
que no tiene como causa un trastorno mental, sino una presión sociológica
ambiental que está “cosificando” al hombre. A este clima despersonalizador
del hombre se refiere Ernesto Sábato cuando dice: “Para el ‘superestado’
los rasgos individuales descienden a la categoría de atributos sin
importancia: necesita hombres intercambiables, repuestos de maquinaria.
Y si no puede suprimir los rasgos sentimentales, al menos los estandariza,
colectiviza los deseos, masifica los gustos. Para eso dispone del
periodismo, de la radio y de la televisión.”
La socialización, colectivización, masificación y cosificación constituyen
los pasos sucesivos de una progresiva deshumanización a la que tienden
las directrices predominantes en las corrientes ordenadoras de la sociedad
actual224.

Apertura a lo otro «versus» egocentrismo

La apertura del ser humano hacia lo otro se refleja, por contraste,


en los efectos devastadores que derivan del tan difundido egocentrismo.
Lo ilustro con un texto eminentemente autorizado:
El egocentrismo es un proceso que castiga al que lo sufre. Así como la
respetuosa preocupación por el objeto de nuestro amor nos da alas y
fuerzas, la fijación egocéntrica en nuestro propio beneficio nos despoja de
la fuerza y la confianza porque el egocentrismo nos deja a merced de un
interminable "temor por nuestro pequeño Yo", que podría sufrir algún
perjuicio y, al menos como posibilidad, está en constante riesgo de
destrucción. Quien hace de sí el centro de todo no encuentra forma de
escapar al temor por sí mismo. Para retomar la metáfora de la paciente,
anda a tientas como en la bruma.
El hecho de que, en estos casos, lo específicamente humano está en
peligro de perderse fue claramente expresado por Herbert Huber, del
Instituto Estatal de Pedagogía Escolar e Investigación de la Educación:
«La integridad de una persona consiste en no ver el mundo
exclusivamente desde la perspectiva de su propio interés, sino en respetar
lo que es el otro a partir de la perspectiva de aquel. La persona íntegra no
solo se honra a sí misma, sino al otro o a lo otro (sea persona o asunto). Si
lo entendemos así, la integridad no es más que el esfuerzo por hacer
justicia al otro. Aristóteles afirma que en la justicia están contenidas todas
las demás virtudes. El hombre justo no solo se interesa por sí, sino por los
demás. Es verdad que siempre estamos interesados por asuntos y

224
CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid, 1998, pp. 49-
50.
257
personas ajenas, pero con frecuencia solo lo estamos en la medida en que
nos pueden ser de utilidad. En realidad, en estos casos no amamos o
estimamos al otro sino nuestra ventaja personal. San Agustín se refiere a
ello como amor concupiscentiae, un amor que en el fondo no es más que
egolatría. En el extremo opuesto está el amor altruista, el que sienten, por
ejemplo, los padres sanos por sus hijos. No los aman porque los hijos les
sirvan, sino que se alegran cuando el amor que ellos prodigan sirve a sus
hijos. Leibniz lo llamaba amor benevolentiae. Cuando sentimos este amor,
no buscamos nuestro propio bienestar a través de otro, sino el bienestar
del otro. Goethe se refiere a esto como “actitud reverente”. Que estemos
capacitados para percibir en otros seres y asuntos algo más que lo que es
útil a nuestros propios fines nos distingue de los animales, que únicamente
advierten lo biológicamente útil. No perciben el resto de la realidad, pues
no pertenece a su mundo»225.

Conocimiento y amor… ¡para el amor!

Examinadas de forma más concreta, las tendencias propiamente


personales vendrían a responder a las dos facultades superiores del
varón y la mujer y a cuanto posibilita su más adecuado desarrollo: es
decir, al conocimiento y al amor.
A lo que aún, en consonancia con lo que he expuesto otras veces,
cabría someter a una última reducción, recordando que el propio saber
se ordena, en fin de cuentas, al buen amor inteligente, que constituye
de esta manera el Objetivo supremo de la persona en cuanto tal.
Con lo que, de manera consciente y queridamente expeditiva, nos
encontramos de nuevo con el acto supremo de libertad, el amor
inteligente, como inclinación suma, conclusiva y abarcadora de todas las
aspiraciones humanas. De modo que la rectitud de cualquier otra
tendencia y operación —incluido el conocimiento— vendrá dada por su
capacidad de ponerse al servicio de un buen amor de lo bueno; o,
llevando esta afirmación a sus consecuencias más radicales, del mejor
amor posible hacia el Mejor Bien.

La rectitud de cualquier otra tendencia vendrá dada por


su capacidad de ponerse al servicio de un buen amor…
de lo bueno

Y los afectos que los hacen posibles o se derivan de ellos

Y ahora es cuando los adjetivos y adverbios parecen tomar la


delantera de una forma drástica y decisiva. Lo que importa no es tanto
amar, puesto que este verbo puede adquirir formas y matices
excesivamente desiguales e incluso contrapuestos, sino, en fin de
cuentas, amar bien lo bueno, lo que merece ser bien amado.

225
LUKAS, Elisabeth, Psicología espiritual, San Pablo, Buenos Aires, 2004, pp. 116-
117.
258
Cosa que, en relación con la vida afectiva, se resuelve en un principio
también clave y decisivo: las pasiones, emociones, sentimientos y
estados de ánimo serán positivos en la medida en que favorezcan —con
o sin esfuerzo, eso es irrelevante— amar bien el bien; y resultarán
negativos en la exacta proporción en que lo dificulten e impidan.
Cuestión que alcanza todo su relieve en cuanto se advierta que un
buen acto de buen amor pone en juego, de manera directa o indirecta,
próxima o remota, todo lo que cada persona ha sido, es y aspira a ser,
y todo lo que tiene, lo que puede, de lo que voluntariamente prescinde,
lo que le falta, lo que anhela…
Como consecuencia, y según acabo de sugerir, los afectos —ya sean
antecedentes, concomitantes o subsiguientes— derivan su cualificación
antropológica de la forma y medida en que apoyen el buen hacer de
cada uno de estos elementos y el del buen amor en su totalidad.

Los afectos son beneficiosos para el conjunto de la


persona en la medida precisa en que facilitan amar bien
lo bueno

3. Esbozo simplificado del manejo de la afectividad

Armonía

Por eso, un buen manejo de la afectividad comporta, antes que


nada y en la medida de lo posible, poner todas las facultades humanas
en concordancia con el bien de la persona en cuanto tal. Y al decir todas
me estoy refiriendo fundamentalmente a las cognoscitivas y apetitivas,
tanto de orden espiritual como sensible.
Sin pretensión de agotar el tema, que trataré con más calma en otros
escritos, propongo algunos principios que podrían orientarnos en esta
tarea:
1. Aun cuando ahora no puedo ni siquiera sugerir el modo
concreto de llevarlo a cabo, la clave de las claves de toda la educación
de la vida afectiva, y de la existencia humana en su conjunto, estriba en
introducir en la voluntad un gran y noble amor, capaz de hacer girar en
torno suyo todas y cada una de las actividades que realice la persona
así enamorada.
2. Y, para conseguirlo, se precisa, en los dominios del espíritu:
2.1. Alcanzar y profundizar en el conocimiento de ese bien
apto para guiar la vida entera, que para cada individuo adopta perfiles
propios y únicos.

259
2.2. Y hacer que la voluntad se adhiera a él cada vez de
forma más neta, profunda, clara y decidida.
2.3. Todo ello teniendo en cuenta que no se trata de dos
logros autónomos ni tampoco independientes de cuanto se dirá
enseguida en torno a las facultades sensibles; sino de una especie de
circuito de alimentación mutua, casi a modo de espiral, en el que el
conocimiento de lo bueno incrementa el vigor de la voluntad para
adherirse a él, y el amor a ese bien hace más aguda y penetrante la
inteligencia, que descubre de este modo auténticos mediterráneos hasta
entonces inadvertidos, capaces de mover de nuevo a la voluntad con un
vigor renovado y más intenso.
2.4. Y teniendo presente, además, algo que considero de
capital importancia: la necesidad de descubrir, vivir y comunicar el
atractivo de una existencia que busca apasionadamente el bien y
aprende a disfrutar de él. O, con términos más técnicos, la oportunidad
de hacer resplandecer la belleza del bien y de la verdad.
Para lo cual, animo a reflexionar sobre esta afirmación de
Coomaraswamy:
La belleza no es en ningún sentido especial o exclusivo una propiedad de
las obras de arte, sino más bien, y con mucho, una cualidad o valor que
puede ser manifestado por todas las cosas existentes, en proporción con el
grado de su ser y perfección efectivos. La belleza puede reconocerse en
sustancias tanto espirituales como materiales, y si es en estas últimas,
tanto en objetos naturales como en obras de arte226.

Conviene hacer resplandecer la belleza del bien y de la


verdad

3. En segundo término, hay que lograr que las facultades


sensibles —sobre todo, las tendencias o apetitos, a través del
conocimiento que aportan la inteligencia y la sensibilidad externa e
interna— se pongan también de acuerdo con la voluntad así ordenada y
potenciada.
3.1. De modo que, sin abandonar su bien propio —cosa
imposible, pues se trata de una inclinación natural—, cada apetito se
modifique lo suficiente para que la energía que le corresponde no solo
no se oponga, sino que contribuya a robustecer la fuerza de adhesión al
bien de esa voluntad presa de un gran amor; es decir, correctamente
orientada hacia lo bueno y guiada por un entendimiento también recto.
Se tratará, por tanto y en resumidas cuentas, de:

226
COOMARASWAMY, Ananda K., Teoría medieval de la belleza, Medievalia, Barcelona,
2ª ed., 2001, p. 31. Cfr. también, MELENDO, Tomás, GORROCHOTEGUI, Alfredo, LÓPEZ,
Gisela, LEIZAOLA, Jimena, La pasión por lo real, clave del crecimiento humano, EIUNSA,
Madrid, 2008.
260
3.2. Aprovechar en cada caso las tendencias sensibles que,
de forma espontánea, se orienten a favor del bien de la persona en esa
circunstancia concreta.
3.3. Acrecentar el vigor de esos mismos apetitos, de modo
que su aportación a las energías que buscan el bien sean cada vez
mayores.
3.4. Remodelar —cuando y en la medida en que resulte
hacedero— las tendencias sensibles que frenen el ímpetu de la voluntad
bien orientada, porque en ellas puede más el propio bien sensible que el
bien de la persona en ese instante, tal como es captado por el intelecto
(por eso suele hablarse del bien inteligible) y buscado por la voluntad.
3.5. Para lograr lo que propongo en los puntos anteriores (la
mejora y remodelación de los apetitos sensibles) no suele ser eficaz,
sino más bien al contrario, el intento directo de modificarlos a fuerza de
voluntad, como suele decirse (sería el dominio despótico, que
Aristóteles declara imposible), aunque sí resulte imprescindible la
orientación fuerte y decidida de esa voluntad hacia lo bueno 227.
3.6. En este sentido, no cabe exagerar la importancia que
ostenta el que los apetitos sensibles se deriven ontológicamente de la
voluntad, justo en virtud de la relativa incapacidad de esta, de modo
análogo a como los sentidos internos y externos surgen de la
inteligencia por no ser esta capaz de conocer nada sin el auxilio de la
sensibilidad. Esa dependencia constitutiva hace que la correcta
orientación de la voluntad redunde sin duda en la de los apetitos,
aunque no elimina la necesidad de dirigirlos y/o rectificarlos también
por otros medios.
3.7. Por eso, habrá asimismo que conquistar el cambio de
orientación de las tendencias a través del conocimiento que ofrecen la
inteligencia y los sentidos externos e internos. Puesto que los apetitos
se activan en función de lo que perciben, el modo más seguro y eficaz
de lograr un dominio sobre ellos y sobre la afectividad correspondiente
consiste en presentarles en cada caso lo que se presente más
conveniente para el bien de la persona como tal.

Un buen manejo de la afectividad comporta, antes que


nada y en la medida de lo posible, poner todas las
facultades humanas en concordancia con el bien de la
persona en cuanto tal

Búsqueda de lo positivo
227
Dentro de tales coordenadas se encuadran las palabras, un tanto expeditivas, de
Bonacci: «Hay gente que piensa que puede controlarse a sí mismo y evitar que sus
afectos crezcan cuando no los desea. A alguno de ellos le he dicho que, si es así, me
expliquen por qué no conseguirían que la sangre dejase de circular en su cuerpo a
base de concentrarse mucho» (BONACCI, Mary Beth, Tus preguntas y las respuestas
sobre amor y sexo, Palabra, Madrid, 2002, p. 69).
261
Resulta imprescindible, por tanto, aprender y habituarse a advertir
los aspectos afirmativos —¡buenos!— que se encuentran incluso en la
situación aparentemente más desesperada.
1. Es lo que suelo llamar educar, conocer, resolver conflictos…
en positivo.
1.1. A saber, una de las claves fundamentales de la escuela de
logoterapia, basada en una confianza incondicional e incondicionable en
que toda situación, por desastrosa que se presente, tiene un sentido
que a cada cual toca descubrir.
1.2. Y también, como acabo de sugerir, uno de los
instrumentos fundamentales para educar la afectividad.
Puesto que nuestras tendencias re-accionan ante la percepción de las
distintas realidades y actos propios, manejar el arte de poner en primer
plano las facetas más alentadoras y alegres de cada momento
constituye una garantía de salud mental, de eficacia y, en fin de
cuentas, de felicidad.
2. Ese destacar lo positivo ha de procurarse tanto en los propios
sentidos externos e internos (memoria, imaginación, cogitativa, etc.),
como también en la inteligencia, aunque no mueva de manera directa a
los apetitos sensibles.
3. En este último caso, cuando la inclinación de la sensibilidad
resulte inamovible, habrá que llevar a cabo una confrontación de
bienes, con objeto de que la atracción del bien captado por la
inteligencia logre superar y doblegar al peso contrario que ejerce lo
percibido por los sentidos en los correspondientes apetitos.
4. Por fin, si a pesar de todo lo anterior, perdura la resistencia de
los bienes sensibles, es preciso aprender a prescindir de ellos y a obrar
contra corriente de la sensibilidad y las emociones respectivas,
ateniéndose —con el esfuerzo necesario— al bien ofrecido por el
entendimiento y captado por la voluntad.

Resulta imprescindible aprender y habituarse a advertir


los aspectos afirmativos —¡buenos!— que se encuentran
incluso en la situación aparentemente más desesperada

¿Por ejemplo?
Todo ello se concreta en la vida diaria de mil maneras diferentes.
Y, así, ante un bien que se nos presenta arduo, será oportuno:
1. Potenciar los sentimientos de audacia justo en aquellos
momentos en que advertimos que nos resulta más fácil hacerlo.
2. Abstenerse de tomar decisiones cuando advertimos que el
panorama se nos presenta desolador.
262
3. Discernir y detallar los motivos de nuestro desánimo, sin
pretender que, por uno o dos fallos concretos, culpables o no, toda
nuestra vida carezca de pronto de sentido.
4. Matizar asimismo la euforia, sin pensar que el éxito en aquel
campo particular para el que estamos especialmente dotados o en esa
actuación en que todas las circunstancias se han puesto de nuestro lado
nos permitirán triunfar en los restantes con la misma o parecida
sencillez.
5. No extrañarnos de que, de manera casi sistemática, aquello
que hacemos caiga mal a determinadas personas ¡antes siquiera de
conocerlo!… lo mismo que suele caer bien a otras, también a menudo
antes de conocerlo.
6 – 1000 Y un larguísimo etcétera.
Las palabras de una psicoterapeuta norteamericana pueden ilustrar,
de momento, lo que pretendo exponer. Sostiene James Muriel:
La persona con valor acepta el reto, toma decisiones y actúa con base
en ellas. Actuar con valor no es lo mismo que sentirse confiado. La persona
valerosa puede sentir un miedo que le cale hasta los huesos, y a pesar de
ello no se somete a la tiranía interna de los abrumadores sentimientos
negativos. Mucha gente se acostumbra tanto a los pensamientos negativos,
que es difícil que cambien de actitud, aunque no imposible, a pesar del
conocimiento limitado, evidencia insuficiente, antecedentes familiares,
incapacidades físicas o psicológicas, o problemas actuales. El cambio a
menudo necesita una acción valerosa y la voluntad, como dice Frankl:
“afrontar el destino sin acobardarme”. A veces esto requiere que actuemos
“como si” nos sintiéramos fuertes y confiados, cuando de hecho somos
débiles e inadecuados.
Uno de los principios básicos de la logoterapia, es que una persona tiene
sentimientos y que los sentimientos no necesitan “poseer” y controlar a
una persona228.

Si, hasta cierto punto, no tenemos dominio sobre


nuestros sentimientos, sí que podemos hacerles más o
menos caso, poniendo en juego nuestra inteligencia y
nuestra voluntad: nuestra libertad

Tranquilidad… y paciencia.
El conocimiento humano es progresivo. Normalmente no se comprende del
todo ni siquiera lo que se estudia por primera vez, aunque uno emplee
muchas horas a ese estudio.
Debo recordarte esto justo cuando has dedicado un buen esfuerzo a
comprender la afectividad humana. Sin embargo, la consideración del otro
tipo de amor, que es lo que ahora seguiría, arrojará luz abundante para
entender mucho más a fondo lo que ya has entrevisto.
Ánimo, pues, con este nuevo tema, cuando te decidas a estudiarlo.

228
MURIEL, James, Prólogo a LUKAS, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido,
Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp., 2006, p. 14.
263
Advertencia final

Muy probablemente, al terminar de leer este ensayo sean muchas las


cuestiones que han quedado en el aire. Sin embargo, la magnitud del
escrito me aconseja detenerlo aquí.

Espero que pronto salga otro volumen en el que trataré de forma más
neta sobre la relación entre el amor electivo y la afectividad y daré
pautas más concretas para la educación de esta última.

Mientras tanto, te aconsejo la lectura de MELENDO, Tomás, El


verdadero rostro del amor, EIUNSA, Pamplona 2006; Ocho lecciones
sobre el amor humano, Rialp, Madrid, 4ª ed. 2002.
Gracias por todo.

264

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