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1. EN EL ANTIGUO ORIENTE.
Ea destruye a Apsu
Creación de Marduk
Gloria de Marduk
Entronización de Marduk
Entonces entablaron la lucha Tiamat y Marduk, el más sabio entre los dioses,
trabaron combate singular, se atenazaron en la pelea.
Desplegó su red el señor para atraparla,
el viento malo, que seguía detrás, le soltó en el rostro.
Cuando Tiamat abría su boca para devorarlo,
por ella le lanzó el viento malo para que no cerrara los labios.
Cuando los vientos salvajes llenaron su vientre,
su cuerpo quedó hinchado, la boca abierta.
Lanzó él su flecha, que atravesó su vientre,
le desgarró las entrañas, le destrozó el corazón.
Dominándola así, acabó con su vida.
Arrojó su carcaj para alzarse sobre ella.
Después de dar muerte a Tiamat, el señor,
su banda quedó destrozada, su tropa desbaratada.
Creación de la luna
2. EN PLATÓN
En el libro del Timeo, Platón nos relata el modo como el demiurgo hace el universo.
A continuación, partió a lo largo todo el compuesto, y unió las dos mitades resultantes por el
centro, formando una X. Después, dobló a cada mitad en círculo, hasta unir sus respectivos
extremos en la cara opuesta [14] al punto de unión de ambas partes entre sí y les imprimió un
movimiento de rotación uniforme. Colocó un círculo en el interior y otro en el exterior y
proclamó que el movimiento exterior correspondía a la naturaleza de lo mismo y el interior a la
de lo otro. Mientras a la revolución de lo mismo le imprimió un movimiento giratorio lateral
hacia la derecha, a la de lo otro la hizo girar en diagonal hacia la izquierda y dio el predominio a
la revolución de lo mismo y semejante; pues la dejó única e indivisa, en tanto que cortó la
interior en seis partes e hizo siete círculos desiguales. Las revoluciones resultantes estaban a
intervalos dobles o triples entre sí y había tres intervalos de cada clase. El demiurgo ordenó que
los círculos marcharan de manera contraria unos a otros, tres con una velocidad semejante, los
otros cuatro de manera desemejante entre sí y con los otros tres, aunque manteniendo una
proporción. Una vez que, en opinión de su hacedor, toda la composición del alma hubo
adquirido una forma racional, éste entramó todo lo corpóreo dentro de ella, para lo cual los
ajustó reuniendo el centro del cuerpo con el del alma. Ésta, después de ser entrelazada por
doquier desde el centro hacia los extremos del universo y cubrirlo exteriormente en círculo, se
puso a girar sobre sí misma y comenzó el gobierno divino de una vida inextinguible e
inteligente que durará eternamente. Mientras el cuerpo del universo nació visible, ella fue
generada invisible, partícipe del razonamiento y la armonía, creada la mejor de las criaturas por
el mejor de los seres inteligibles y eternos.
Antes de que se originara el mundo, no existían los días, las noches, los meses ni los años. Por
ello, planeó su generación al mismo tiempo que la composición de aquél. Éstas son todas partes
del tiempo y el «era» y el «será» son formas devenidas del tiempo que de manera incorrecta
aplicamos irreflexivamente al ser eterno. Pues decimos que era, es y será, pero según el
razonamiento verdadero sólo le corresponde el «es», y el «era» y el «será» conviene que sean
predicados de la generación que procede en el tiempo -- pues ambos representan movimientos,
pero lo que es siempre idéntico e inmutable no ha de envejecer ni volverse más joven en el
tiempo, ni corresponde que haya sido generado, ni esté generado ahora, ni lo sea en el futuro, ni
en absoluto nada de cuanto la generación adhiere a los que se mueven en lo sensible, sino que
estas especies surgen cuando el tiempo imita la eternidad y gira según el número --y, además,
también lo siguiente: lo que ha devenido es devenido, lo que deviene está deviniendo, lo que
devendrá es lo que devendrá y el no ser es no ser; nada de esto está expresado con propiedad.
Pero ahora, quizá, no es el momento oportuno para buscar exactitud. El tiempo, por tanto, nació
con el universo, para que, generados simultáneamente, también desaparezcan a la vez, si en
alguna ocasión tiene lugar una eventual disolución suya, y fue hecho según el modelo de la
naturaleza eterna para que este mundo tuviera la mayor similitud posible con el mundo ideal
pues el modelo posee el ser por toda la eternidad, mientras que éste es y será todo el tiempo
completamente generado.
La decisión divina de crear el tiempo hizo que surgieran el sol, la luna y los otros cinco cuerpos
celestes que llevan el nombre de planetas para que dividieran y guardaran las magnitudes
temporales. Después de hacer el cuerpo de cada uno de ellos, el dios los colocó en los circuitos
que recorría la revolución de lo otro, siete cuerpos en siete circuitos, la luna en la primera órbita
alrededor de la tierra, el sol, en la segunda sobre la tierra y el lucero y el que se dice que está
consagrado a Hermes, en órbitas que giran a la misma velocidad que la del Sol pero con una
fuerza contraria a él, razón por la que regularmente se superan unos a otros el sol, el planeta de
Hermes y el lucero. Si alguien quisiera detallar dónde colocó los restantes planetas y todas las
causas por las que así lo hizo, la argumentación, aunque secundaria, presentaría una dificultad
mayor que la que merece su objeto. No obstante, quizá más tarde, con tranquilidad, podamos
explicarlo de manera adecuada. Una vez que cada uno de los que eran necesarios para ayudar a
crear el tiempo estuvo en la revolución que le correspondía y, tras sujetar sus cuerpos con
vínculos animados, fueron engendrados como seres vivientes y aprendieron lo que se les
ordenó, comenzaron a girar según la revolución de lo otro, que en un curso oblicuo cruza la de
lo mismo y es dominada por ella. Unos recorren un círculo mayor y otros, uno menor; los del
menor tienen revoluciones más rápidas, los del mayor más lentas. Como giran alrededor de la
revolución de lo mismo, los más rápidos parecen ser superados por los más lentos, aunque en
realidad los superan. Aquélla, como todos los círculos avanzan en dos direcciones opuestas al
mismo tiempo, los retuerce en espiral y hace aparecer al que se aleja más lentamente de ella
como si la siguiera más de cerca a ella que es la más rápida. Para que hubiera una medida clara
de la lentitud y rapidez relativa en que se mueven las ocho revoluciones, el dios encendió una
luz en el segundo circuito contando desde la tierra, la que actualmente llamamos sol, con la
finalidad de que todo el cielo se iluminara completamente y los seres vivientes correspondientes
participaran del número, en la medida en que lo aprendían de la revolución de lo mismo y
semejante.
A pesar de que ya el demiurgo había completado todo lo demás en lo que atañe a la similitud
con aquello a lo que se asemejaba, hasta la generación del tiempo inclusive, el universo todavía
no poseía en su interior todos los animales generados, en lo que aún era disímil. Este resto lo
llevó a cabo estampando una impresión en la naturaleza de la copia. Pensó, pues, que este
mundo debía tener en sí especies de una cualidad tal y en tanta cantidad como el intelecto ve
que hay en el ser viviente ideal.
Hay, ciertamente, cuatro: una es el género celeste de los dioses, otra el alado y de los animales
que surcan el aire; la tercera es el género acuático y la cuarta corresponde al que marcha sobre
los pies y a los animales terrestres.
Hizo la mayor parte de la forma de lo divino de fuego para que fuera el género más bello y más
luminoso para la vista, y lo construyó perfectamente circular, semejante al universo. Lo colocó
en la inteligencia de lo excelso, para que lo siguiera, y lo distribuyó por todo el cielo en círculo,
de modo que fuera un verdadero adorno bordado en toda su superficie. A cada uno le dio dos
movimientos, uno en lo mismo y según lo mismo, para que piense para sí siempre lo mismo
acerca de lo mismo, el otro hacia adelante, dominado por la revolución de lo mismo y
semejante, pero inmóvil y fijo respecto de los cinco movimientos, para que cada uno de ellos
llegara a ser lo más perfecto posible.
Las estrellas
Por esta causa, por tanto, surgieron las estrellas fijas, que son seres vivos divinos e inmortales
que giran según lo mismo en el mismo punto y permanecen siempre. Las que tienen un punto
de retorno y un curso errático, como fue descrito más arriba, nacieron como fue dicho.
La tierra
Construyó la tierra para que sea nodriza nuestra y, por medio de su rotación alrededor del eje
que se extiende a través del universo, guardia y artesana de la noche y del día, la primera y más
anciana de las divinidades que hay en el universo. Sería un esfuerzo vano nombrar sin
representaciones visuales las danzas corales de estas últimas, sus mutuas conjunciones, el
retorno de las órbitas sobre sí mismas y sus avances y qué dioses se unen en los encuentros y
cuántos se oponen, y en qué y después de qué tiempos se nos ocultan colocándose uno delante
de otro y, al reaparecer, producen temor, y dan signos de lo que ha de suceder a los que no son
capaces de calcular. Sea éste, por tanto, un final adecuado para estos asuntos y para lo dicho
acerca de la naturaleza de los dioses visibles y generados.
Los dioses
Decir y conocer el origen de las otras divinidades es una tarea que va más allá de nuestras
fuerzas. Hay que creer, por consiguiente, a los que hablaron antes, dado que en tanto
descendientes de dioses, como afirmaron, supongo que al menos conocerían bien a sus
antepasados. No es posible, entonces, desconfiar de hijos de dioses, aunque hablen sin
demostraciones probables ni necesarias, sino, siguiendo la costumbre, debemos creerles cuando
dicen que relatan asuntos familiares. Aceptemos y refiramos pues el origen de los dioses tal
como lo exponen ellos. Océano y Tetis fueron hijos de Gea y Urano, de ellos nacieron Forcis,
Cronos, Rea y todos los de su generación; de Cronos y Rea, Zeus, Hera y todos los que
sabemos que son llamados sus hermanos y, además, los restantes que son descendientes de
éstos.
Después de que nacieran todos los dioses que marchan de manera visible y todos los que
aparecen cuando quieren, el creador de este universo les dijo lo siguiente:
«Dioses hijos de dioses, las obras de las que soy artesano y padre, por haberlas yo generado, no
se destruyen si yo no lo quiero. Por cierto, todo lo atado puede ser desatado, pero es propio del
malvado el querer desatar lo que está construido de manera armónicamente bella y se encuentra
en buen estado. No sois en absoluto ni inmortales ni indisolubles porque habéis nacido y por las
causas que os han dado nacimiento; sin embargo, no seréis destruidos ni tendréis un destino
mortal, porque habéis obtenido en suerte el vínculo de mi decisión, aún mayor y más poderoso
que aquellos con los que fuisteis atados cuando nacisteis.
Ahora, enteraos de lo que os he de mostrar. Hay tres géneros mortales más que aún no han sido
engendrados. Si éstos no llegan a ser, el universo será imperfecto, pues no tendrá en él todos los
géneros de seres vivientes y debe tenerlos si ha de ser suficientemente perfecto. Pero si nacieran
y participaran de la vida por mi intermedio, se igualarían a los dioses. Entonces, para que sean
mortales y este universo sea realmente un todo, aplicaos a la creación de los seres vivos de
acuerdo con la naturaleza e imitad mi poder en vuestra generación.
Comenzaré por plantar la simiente de lo que conviene que haya en ellos del mismo nombre que
los inmortales, dado que es llamado divino y gobierno en los que quieren obedecer siempre a la
justicia y a vosotros, y os lo entregaré. Vosotros haréis el resto, entretejiendo lo mortal con lo
inmortal. Engendrad seres vivientes, alimentadlos, hacedlos crecer y recibidlos nuevamente
cuando mueran.»
Dijo esto y vertió nuevamente en el recipiente, en el que antes había mezclado el alma del
universo, los restos de la mezcla anterior y los mezcló de una manera que era en cierto sentido
igual, aunque ya no eran igualmente puros, sino que poseían una pureza de segundo y tercer
grado. Una vez que hubo compuesto el conjunto, lo dividió en un número de almas igual a los
cuerpos celestes y distribuyó una en cada astro. Después de montarlas en una especie de
carruaje, les mostró la naturaleza del universo y les proclamó las leyes del destino. Todas
tendrían prescrita una primera y única generación, para que nadie fuera perjudicado por él.
Después de implantadas en los instrumentos del tiempo correspondientes a cada una, deberían
nacer en el más piadoso de los animales, pero, puesto que la naturaleza humana es doble, tal
género mejor sería el que luego se habría de llamar hombre.
Después de establecer estas leyes para no ser culpable luego del vicio de cada una, las plantó,
unas, en la tierra, otras, en la luna y las demás, en los restantes instrumentos del tiempo. Tras la
siembra, encargó a los dioses jóvenes plasmar los cuerpos mortales y comenzar a hacer cuanto
aún restaba por generar del alma humana y todo lo relacionado con ello, y gobernar en la
medida de lo posible de la manera más bella y mejor al animal mortal, para que no se
convirtiera en culpable de sus males. Una vez que hubo dispuesto lo que antecede, retornó a su
actitud habitual.
(mundo material de Platón de abajo hacia arriba: físico, matemático, unidad/diada )(mundo
inteligible: ideas-múltiples-mundo matemático, el uno o bien).
3. EN ARISTÓTELES.
Aristóteles no llego a un Dios creador, sino a un Dios que era el Motor inmóvil del
movimiento eterno del universo. Justamente analizando los distintos tipos de movimiento, señala
que los movimientos rectilíneos no podrían dar razón de la eternidad del movimiento, como nos
dice Joseph Moreau.1
.
El movimiento circular. ¿Cuáles tienen que ser la forma y la estructura del Universo?
Aristóteles va a definirlos indagando las condiciones de la eternidad del movimiento. No habría
movimientos en el Universo si no fuesen unos naturales, los del aire y el fuego hacia arriba,
hacia la periferia del Universo, y los del agua y la tierra hacia abajo, hacia su centro. El
Universo habrá de poseer, pues, una periferia y un centro; pero ello no nos informa exactamente
todavía acerca de su configuración, menos aún acerca de su estructura; tampoco hemos acabado
nosotros todavía de realizar el análisis dé las condiciones del movimiento. El movimiento
natural de los elementos es anterior a todos los demás movimientos que pasan de ser derivados
y forzosos; ¿pero el movimiento hacia o hacia abajo es un movimiento absolutamente primero?
¿Es capaz de fundar naturalmente la eternidad del movimiento? Obsérvese ante todo que un
movimiento de esta índole, un movimiento rectilíneo, es necesariamente finito: se realiza entre
límites, entre un punto de partida y un punto de llegada; no puede traspasar los confines del
Universo, continuarse indefinidamente, a menos que retroceda en su camino; pero no sería ya
entonces un movimiento continuo. Si, no hay otro movimiento natural que el movimiento
rectilíneo de los elementos hacia arriba o hacia abajo, la infinitud movimiento no puede resultar
más que de una serie infinita de movimientos en direcciones contrarias; pero una serie de
movimientos discontinuos, aunque sea infinita, no contiene en sí la razón de su infinitud ni el
principio absoluto del movimiento.
Esta eternidad sólo puede producirla el movimiento más perfecto que es el movimiento
circular, que presupone un quinto elemento de naturaleza diversa a los otros.
La eternidad movimiento sólo se funda en un movimiento continuo e infinito por esencia: ahora
bien, a esta condición no responde más que la ciclofonia, la traslación circular, la revolución de
la esfera sobre sí misma. Sólo un tal movimiento es verdaderamente primero; es uno a la vez
que infinito, y por su continuidad se opone a la sucesión discontinua y sin fin de los
movimientos finitos; es un movimiento que no tiene ni comienzo ni medio ni fin; no es tránsito
de potencia a acto por efecto de otro acto anterior; escapa a la alternancia de la potencia y del
acto: es actualización perpetua. Tal tiene que ser el primer movimiento del Universo; por eso
1
Moreau Joseph, Aristóteles y su escuela, EUDEBA, Buenos Aires 19933, pág. 126-129.
atribuye Aristóteles al Universo la forma de una esfera, y exige, para constituir la sustancia de
la esfera celeste, un cuerpo de una especie distinta de los cuatro elementos, de los que se
mueven naturalmente en línea recta, hacia arriba o hacia abajo, un elemento cuya naturaleza lo
induzca a moverse circularmente. A esa sustancia incorruptible y que se mueve perpetuamente,
se le ha dado, dice, el nombre de éter.
Por tanto, la estructura del universo está formado por el movimiento de la esfera celeste de
las estrellas fijas con el centro inmóvil de la tierra.
Estructura del Universo. Es preciso, pues, que el Universo sea una esfera en revolución sobre sí
misma, no sólo porque tales son la figura y el movimiento que le convienen a causa de su
perfección, sino porque tal es la condición de la eternidad del movimiento, y hasta la condición
sin la cual no habría ningún movimiento en el mundo, ya que el movimiento no puede haber
comenzado en el tiempo. Ahora bien, ¿cómo podría la esfera del Universo ejercer una
revolución sobre sí misma si fuera de ella no hay nada respecto de lo cual pudiera considerarse
como en movimiento, ni siquiera el espacio vacío, o sea posiciones imaginarias con las cuales
se pudiera relacionar su movimiento? Es, pues, imprescindible que se produzca una dislocación
en el seno mismo del Universo y que la esfera celeste gire mientras la Tierra permanece inmóvil
en su centro. Es preciso, por lo tanto, que haya una Tierra que se contraponga por su
inmovilidad a la revolución perpetua del éter.
Pero la Tierra no podría existir sin que se diese al mismo tiempo su contrario, el fuego, y entre
ellos dos intermediarios, el aire y el agua. Así se infiere, en opinión de Aristóteles, la existencia
de los cuatro elementos, dotados de cualidades contrarias y sujetos por ello mismo a la
generación y a la corrupción; de ese modo se distingue del mundo sideral, hecho de una
sustancia incorruptible y que se mueve circularmente, el mundo sublunar, en el que unos
elementos corruptibles se mueven naturalmente hacia arriba o hacia abajo para ocupar su
respectivo lugar, y entrando así en conflicto, padecen incesantes trasmutaciones?
4. EN LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA.
Cuando en Ciencia se plantea el tema del inicio del universo, se piensa inmediatamente en la
Gran Explosión (Big Bang). Esa explosión originaria que dio principio a todo el universo. Pero,
¿qué es realmente lo que afirma la ciencia? ¿cuáles son las experiencias sobre las que se apoya para
formular está hipótesis o teoría?
El primer tema a analizar es la dispersión de la luz por medio de un prisma, como nos
muestra Fernández y Galloni en un libro elemental de Física.
DISPERSION DE LA LUZ POR EL PRISMA. — RECOMPOSICIÓN. -- COLORES
COMPLEMENTARIOS. — ESPECTROS.
92.— Dispersión de la luz por el prisma.— Se ha visto ya que la luz se refracta al llegar a la
superficie de separación de dos medios de distinta refringencia, pero, como el índice de
refracción varía con el color de la luz, incidiendo un rayo formado por la superposición de
varios de distinto color, cada uno de ellos experimentará distinta desviación y el conjunto se
propagará en el segundo medio formando un haz divergente (fig. 153).
Recíprocamente, si con una lente u otro sistema óptico reunimos, en un punto todos los rayos
que emergen del prisma, observaremos que se recompone la luz, blanca. Utilizando prismas de
igual ángulo refringente, pero de diverges sustancias, se comprueba que a igualdad de las demás
condiciones, la longitud del espectro obtenido varía con la sustancia, lo mismo que la longitud
de las distintas zonas del espectro.
Fig. 155.-Diferencia en la dispersión total del agua y de dos vidrios de tipos
flint y crown. Posición de las principales líneas de Fraunhofer en cada caso.
En la figura 155 se han representado las longitudes relativas de tres espectros obtenidos
respectivamente con prismas de crown, de flint y de agua. Decimos que en esos casos las
dispersiones totales son diferentes pero además, se comprueba que en cada caso, las distancias
entre los diversos colores, comparadas con la longitud total del espectro, son diferentes. Es
decir, que si en uno de ellos el amarillo se encuentra, por ejemplo, a una distancia del rojo igual
a 1/4 de la longitud total del espectro, en el otro se encuentra a 1/3. En la figura 155 están
indicadas ciertas líneas que aparecen oscuras en el espectro solar (líneas de Fraunhofer § 96) y
cuyas posiciones sirven como puntos de referencia para estudiar la distribución de los colores
en el espectro. Se designa a las más importantes con las letras del abecedario. Con su auxilio se
observa fácilmente que según la sustancia de que está hecho el prisma, varia la posición relativa
de los colores.
Decimos en este caso que difieren las dispersiones parciales de las distintas sustancias.
De la observación del espectro deducimos que el índice de refracción es mayor para el color
violeta que para el rojo. La diferencia. en los índices de refracción correspondientes a ambos
colores extremos del espectro, da la medida de la dispersión total de la sustancia y la diferencia
entre los índices de refracción para dos colores cualesquiera mide la dispersión parcial
correspondiente.
Fig. 159.-Espectro de líneas del helio. La escala indica longitudes de onda en centésimo de
micrón.
Es decir, con el análisis da las líneas espectrales de las estrellas nosotros podemos conocer
su composición.
Estas líneas espectrales presuponen el carácter ondulatorio de la luz, es decir, considerar la
luz como una onda electromagnética, análoga a las ondas sonoras.
Ahora bien, en las ondas del sonido, hay un efecto llamado Doppler, que Fernández y
Galloni nos describe del siguiente modo.
Este efecto también sucede en las ondas electromagnéticas de la luz; los sonidos más agudos
serian equivalente a los colores más violetas y los sonidos más graves a los colores más rojos.
Ahora bien, justamente analizando los espectros de las estrellas se descubrió que las estrellas
más lejanas tiene un corrimiento mayor de las líneas espectrales al color rojo que las estrellas más
cercanas. Esto significa que las estrellas más lejanas se alejan con mayor velocidad que las estrellas
más cercanas. Es como si dibujásemos en un globo distintos puntos que representan a las estrellas.
Si inflamos este globo, los puntos más alejados de donde soplamos se distanciaran más rápidamente
entre sí, que aquellos puntos que se hallan más cercanos de lugar donde soplamos.
Este descubrimiento lo realizó Hubble como nos señala Juan José Sanguineti:
En 1912 V. M. Slipher advirtió que las rayas espectrales de una serie de galaxias (conocidas
todavía entonces como “nebulosas extragalácticas”), cuanto más distantes se encontraban, se
iban desplazando progresivamente cada vez más hacia el rojo, es decir, hacia mayores
longitudes de onda, lo que implicaba que se estaban alejando de nosotros. Hubble prosiguió en
esta búsqueda con la ayuda de H. Humason, extendiendo las observaciones a conjuntos
estadísticos de galaxias cada vez más amplios, hasta llegar a la confirmación definitiva del
desvío hacia el rojo de las rayas galácticas de manera directamente proporcional a su distancia
respecto a la tierra.
Esta proporcionalidad significaba no que la tierra o la Vía Láctea ocupaban un sitio central
respecto del cual las demás galaxias se alejaban sino que el fenómeno era recíproco respecto a
cualesquiera galaxias (si el alejamiento no fuera proporcional a la distancia, en cambio, no se
podría sacar esta conclusión). En definitiva, todas las galaxias del universo se están alejando
unas de otras con velocidad creciente según la distancia, lo que implica evidentemente que en el
pasado la velocidad de fuga era siempre mayor (el efecto no se produce dentro de las estrella de
una galaxia, ni entre las galaxias vecinas del Grupo Local).
En 1929 Hubble formuló su sensacional descubrimiento, quizás el más importante de la
cosmología observativa del siglo XX, conocido normalmente como ley de Hubble. Conforme a
esta ley, las galaxias se alejan con una velocidad proporcional a su distancia, siguiendo una
constante universal (constante de Hubble): v = H or (v: velocidad r: distancia; Ho: constante
universal).
Esto hizo pensar, si pensamos el proceso de modo inverso, que hubo en un número finito de
años hacia atrás que toda la materia del universo se hallaba concentrada en un solo punto, desde el
cual comenzó a expandirse. El primero que presentó esta hipótesis fue G. Lemaître
El primer físico que propuso seriamente un modelo de universo expansivo fue G. Lemaître
(1894-1966), belga y sacerdote católico (más tarde sería presidente de la Academia Pontificia
de Ciencias). “Fue Lemaître el primero que introdujo la auténtica física en la cosmología”,
reconocerá más tarde Bondi, quien sería adversario de la teoría evolutiva. Lemaître estudió en
Cambridge (1923-24) en el laboratorio de física solar, recibiendo también enseñanzas de A.
Eddington (1882-1944), el gran difusor de la teoría de la relatividad en Inglaterra; en los años
1925-27 trabajó en el observatorio de Harvard, donde conoció los estudios de Shapley y de
Hubble. En 1927, año en que fue nombrado profesor de astrofísica en la universidad de
Lovaina, sobre la base de la teoría de la relatividad general (sin conocer los artículos de
Friedmann) explicó la recesión de las galaxias con la hipótesis de un universo en expansión, en
su trabajo Un univers homogène de masse constante et de rayon croissant, rendant compte de
la vitesse radiale des nébuleuses extragalactiques. El radio del universo crecía con el tiempo y
el cosmos podía ser parangonado a una creciente pompa de jabón.
La memoria de Lemaître fue dada al conocimiento del gran público por Eddington en 1930,
cuando ya había llegado la confirmación del alejamiento de las galaxias según la ley de Hubble
de 1929. Einstein se adhirió a la teoría expansiva en 1931, eliminando de las ecuaciones la
constante cosmológica, que en cambio fue mantenida con otro sentido por Lemaître y por
Eddington. Einstein - De Sitter propondrán un modelo de universo en expansión indefinida en
1932.
Este modelo que fue perfeccionado por los distintos autores a lo largo de los años y obtuvo
diversas confirmaciones experimentales desde otras perspectivas científicas. Esta visión científica
del Big Bang la podemos ver, desde una perspectiva cientificista, en el video Cosmos de Carl Sagan,
capítulo 10.
A partir de este modelo se plantea tres hipótesis sobre la evolución futura del universo como
indica Juan José Sanguineti.
La curvatura geométrica K del espacio en el modelo abierto sería hiperbólica (K = -1), casi
euclidiana en el cosmos chato o plano (K= O), y esférica o elíptica en el cosmos cerrado (K =
+1).
Cada una de estas posibilidades depende del hecho de que la fuerza cinética de la expansión
consiga o no prevalecer sobre la gravitatoria, lo que se decide por el valor de la densidad media
rho (P) de la materia cósmica.
Como se ve, estas tres posibilidades asignan un particular destino a la evolución definitiva de
nuestro cosmos, un destino que queda determinado desde las condiciones iniciales, así como un
satélite lanzado desde la tierra podría recaer sobre ésta, si vence a la gravedad, proyectarse
indefinidamente en el espacio si prevalece el impulso inicial, o quedar girando alrededor de la
tierra si la velocidad adquirida es “crítica”.
Podemos finalizar esta perspectiva humana de la creación, con las palabras del Papa Juan
Pablo II en su Mensaje al Director del Observatorio Astronómico Vaticano con ocasión del III
centenario de la publicación de los “Philosophiae naturalis principia mathematica” de Newton:
Interrelación entre la ciencia natural, la filosofía y la teología.
Si las antiguas cosmologías del cercano Oriente pudieron ser purificadas y asimiladas en los
primeros capítulos del Génesis, ¿no podría, del mismo modo, la cosmología contemporánea
ofrecernos algunos elementos para nuestra reflexión sobre la creación? ¿Puede una perspectiva
evolutiva arrojar algo de luz sobre la antropología teológica, el significado de la persona
humana como imago Dei, el problema de la cristología, e incluso sobre el desarrollo de la
misma doctrina? ¿Cuáles son, si las hay, las implicancias escatológicas de la cosmología
contemporánea sobre todo a la luz del inmenso futuro de nuestro universo? ¿Puede el método
teológico hacer fructíferamente suyas las intuiciones de la metodología científica y de la
filosofía de las ciencias?
Son muchas las cuestiones de este tipo que se podrían suscitar. Su prosecución exige aquel
intenso diálogo con la ciencia contemporánea que ha faltado, en general, entre los teólogos
dedicados a la investigación y a la enseñanza. Esto supondría que por lo menos algunos
teólogos fuesen suficientemente competentes en las disciplinas científicas, de modo que
pudiesen hacer un uso auténtico y creativo de los recursos ofrecidos por las teorías mejor
probadas. Tal pericia les prevendría de la tentación de hacer un uso acrítico y precipitado con
finalidades apologéticas de las más recientes teorías, como por ejemplo la cosmológica del “Big
Bang”. Igualmente les impediría caer en la fácil solución de desestimar en su totalidad la
potencial relevancia de tales teorías para la profundización del conocimiento en las áreas
tradicionales de la investigación teológica.
Una contribución clave a este proceso de mutuo aprendizaje pueden darlo aquellos miembros de
la Iglesia que son científicos activos, o en casos particulares, científicos y teólogos
simultáneamente. Además, pueden ofrecer una gran ayuda a todos los que luchan por integrar
ciencia y religión en su propia vida intelectual y espiritual, así como a todos los que deben
afrontar graves decisiones morales en materias referentes a la investigación y aplicación
tecnológicas. Este tipo de servicios de mediación deben ser favorecidos y alentados. Hace ya
tiempo que la Iglesia reconoció la importancia de tales vínculos creando para ello la Academia
Pontificia de las Ciencias, en la que se reúnen periódicamente científicos prestigiosos de todo el
mundo para discutir sus investigaciones e informar a toda la comunidad humana las tendencias
por los que trascurren los diversos descubrimientos.
John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), filólogo y escritor sudafricano de fantasía épica.
Fue profesor de anglosajón en la Universidad de Oxford entre 1925 y 1945, y profesor de lengua y
literatura inglesa entre 1945 y 1959. Fue un Católico Romano muy comprometido con su fe. Es el
autor de obras como El Hobbit, El Señor de los Anillos (1954-55) y El Silmarillion (publicada
2
Subgénero de la literatura fantástica que se caracteriza por la presencia de seres mitológicos (dragones, elfos, etc.) y un
fuerte componente mágico y épico. Como en las viejas epopeyas, el protagonista es un héroe que debe hacer frente a las
fuerzas del mal (monstruos, magos malignos...) y derrotarlas. Suelen estar ambientadas en tiempos remotos e
indefinidos.
póstumamente en 1977 por su tercer hijo, Christopher Tolkien), que narra la mitología que
concibiera para una etapa antigua en la historia de Arda.
Ainulindalë
En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los
Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se
hiciera alguna otra cosa. Y les habló y les propuso temas de música; y cantaron ante él y él se
sintió complacido. Pero por mucho tiempo cada uno de ellos cantó solo, o junto con unos
pocos, mientras el resto escuchaba; porque cada uno sólo entendía aquella parte de la mente de
Ilúvatar de la que provenía él mismo, y eran muy lentos en comprender el canto de sus
hermanos. Pero cada vez que escuchaban, alcanzaban una comprensión más profunda, y crecían
en unisonancia y armonía.
Y sucedió que Ilúvatar convocó a todos los Ainur , y les comunicó un tema poderoso,
descubriendo para ellos cosas todavía más grandes y más maravillosas que las reveladas hasta
entonces; y la gloria del principio y el esplendor del final asombraron a los Ainur, de modo que
se inclinaron ante Ilúvatar y guardaron silencio.
Entonces les dijo Ilúvatar: — Del tema que os he comunicado, quiero ahora que hagáis, juntos y
en armonía, una Gran Música. Y como os he inflamado con la Llama Imperecedera, mostraréis
vuestros poderes en el adorno de este tema mismo, cada cual con sus propios pensamientos y
recursos, si así le place. Pero yo me sentaré y escucharé, y será de mi agradó que por medio de
vosotros una gran belleza despierte en canción.
Entonces las voces de los Ainur, como de arpas y laúdes, pífanos y trompetas, violas y órganos,
y como de coros incontables que cantan con palabras, empezaron a convertir el tema de Ilúvatar
en una gran música; y un sonido se elevó de innumerables melodías alternadas, entretejidas en
una armonía que iba más allá del oído hasta las profundidades y las alturas, rebosando los
espacios de la morada de Ilúvatar; y al fin la música y e1 eco de la música desbordaron
volcándose en el Vacío, y ya no hubo vacío. Nunca desde entonces hicieron los Ainur una
música como ésta aunque se ha dicho que los coros de los Ainur y los Hijos de Ilúvatar harán
ante él una música todavía más grande, después del fin de los días. Entonces los temas de
Ilúvatar se tocarán correctamente y tendrán ser en el momento en que aparezcan, pues todos
entenderán entonces plenamente la intención del Único para cada una de las partes, y conocerán
la comprensión de los demás, e Ilúvatar pondrá en los pensamientos de ellos el fuego secreto.
Pero ahora Ilúvatar escuchaba sentado, y durante un largo rato le pareció bien, pues no había
fallas en la música. Pero a medida que el tema prosperaba, nació un deseo en el corazón de
Melkor: entretejer asuntos de su propia imaginación que no se acordaban con el tema de
Ilúvatar, porque intentaba así acrecentar el poder y la gloria de la parte que le había sido
asignada. A Melkor, entre los Ainur, le habían sido dados los más grandes dones de poder y
conocimiento, y tenía parte en todos los dones de sus hermanos. Con frecuencia había ido solo a
los sitios vacíos en busca de la Llama Imperecedera; porque grande era el deseo que ardía en él
de dar ser a cosas propias, y le parecía que Ilúvatar no se ocupaba del Vacío, cuya desnudez le
impacientaba. No obstante, no encontró el Fuego, porque el Fuego está con Ilúvatar. Pero
hallándose solo, había empezado a tener pensamientos propios, distintos de los de sus
hermanos.
Entonces Ilúvatar se puso de pie y los Ainur vieron que sonreía; y levantó la mano izquierda y
un nuevo tema nació en medio de la tormenta, parecido y sin embargo distinto al anterior, y que
cobró fuerzas y tenía una nueva belleza. Pero la discordancia de Melkor se elevó rugiendo y
luchó con él, y una vez más hubo una guerra de sonidos más violenta que antes, hasta que
muchos de los Ainur se desanimaron y no cantaron más, y Melkor predominó. Otra vez se
incorporó entonces Ilúvatar, y los Ainur vieron que estaba serio; e Ilúvatar levantó la mano
derecha, y he aquí que un tercer tema brotó de la confusión, y era distinto de los otros. Porque
pareció al principio dulce y suave, un mero murmullo de sonidos leves en delicadas melodías;
pero no pudo ser apagado y adquirió poder y profundidad. Y pareció por último que dos
músicas se desenvolvían a un tiempo ante el asiento de Ilúvatar, por completo discordantes. La
una era profunda, vasta y hermosa, pero lenta y mezclada con un dolor sin medida que era la
fuente principal de su belleza. La música de Melkor había alcanzado ahora una unidad propia;
pero era estridente, vana e infinitamente repetida, y poco armónica, pues sonaba como un
clamor de múltiples trompetas que bramaran unas pocas notas, todas al unísono. E intentó
ahogar a la otra música con una voz violenta, pero pareció que la música de Ilúvatar se
apoderaba de a1gún modo de las notas más triunfantes y las entretejía en su propia solemne
estructura.
En medio de esta batalla que sacudía las estancias de Ilúvatar y estremecía unos silencios hasta
entonces inmutables, Ilúvatar se puso de pie por tercera vez, y era terrible mirarlo a la cara.
Levantó entonces ambas manos y en un acorde más profundo que el Abismo, más alto que el
Firmamento, penetrante como la luz de los ojos de Ilúvatar, la Música cesó.
Entonces Ilúvatar habló, y dijo: — Poderosos son los Ainur, y entre ellos el más poderoso es
Melkor; pero sepan él y todos los Ainur que yo soy Ilúvatar; os mostraré las cosas que habéis
cantado y así veréis qué habéis hecho. Y tú, Melkor, verás que ningún tema puede tocarse que
no tenga en mi su fuente más profunda, y que nadie puede alterar la música a mi pesar. Porque
aquel que lo intente probará que es sólo mi instrumento para la creación de cosas más
maravillosas todavía, que él no ha imaginado.
Entonces los Ainur tuvieron miedo aunque aún no habían comprendido qué les decía Ilúvatar; y
se lleno Melkor de vergüenza, de la que nació un rencor secreto. Pero Ilúvatar se irguió
resplandeciente, y se alejó de las hermosas regiones que había hecho para los Ainur; y los Ainur
lo siguieron.
Pero cuando llegaron al Vacío, Ilúvatar les dijo: — ¡Contemplad vuestra música! — y les
mostró una escena, dándoles vista donde antes había habido sólo oído; y los Ainur vieron un
nuevo Mundo hecho visible para ellos, y era un globo en el Vacío, y en él se sostenía, aunque
no pertenecía al Vacío. Y mientras lo miraban y se admiraban, este mundo empezó a desplegar
su historia y les pareció que vivía y crecía. Y cuando los Ainur hubieron mirado un rato en
silencio, volvió a hablar Ilúvatar: — !Contemplad vuestra música! Este es vuestro canto y cada
uno de vosotros encontrará en él, entre lo que os he propuesto, todas las cosas que en apariencia
habéis inventado o añadido. Y tú, Melkor, descubrirás los pensamientos secretos de tu propia
mente y entenderás que son sólo una parte del todo y tributarios de su gloria.
Y muchas otras cosas dijo Ilúvatar a los Ainur en aquella ocasión, y por causa del recuerdo de
sus palabras y por el conocimiento que cada uno tenía de la música que él mismo había
compuesto, los Ainur saben mucho de lo que era, lo que es y lo que será, y pocas cosas no ven.
Sin embargo, algunas cosas hay que no pueden ver, ni a solas ni aun consultándose entre ellos;
porque a nadie más que a sí mismo ha revelado Ilúvatar todo lo que tiene él en reserva y en
cada edad aparecen cosas nuevas e imprevistas, pues no proceden del pasado. Y así fue que
mientras esta visión del Mundo se desplegaba ante ellos, los Ainur vieron que contenía cosas
que no habían pensado antes. Y vieron con asombro la llegada de los Hijos de Ilúvatar y las
estancias preparadas para ellos, y advirtieron que ellos mismos durante la labor de la música
habían estado ocupados en la preparación de esta morada, pero ignorando que tuviese algún
otro propósito que su propia belleza. Porque sólo él había concebido a los Hijos de Ilúvatar; que
llegaron con el tercer tema, y no estaban en aquel que Ilúvatar había propuesto en un principio,
y ninguno de los Ainur había intervenido en esta creación. Por tanto, mientras más los
contemplaban, más los amaban, pues eran criaturas distintas de ellos mismos, extrañas y libres,
en las que veían reflejada de nuevo la mente de Ilúvatar; y conocieron aun entonces algo más de
la sabiduría de Ilúvatar, que de otro modo habría permanecido oculta aun para los Ainur.