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CRISTOLOGÍA

Introducción
JESU-CRISTO: estas dos palabras no son el nombre y apellido con que Jesús estaba empadronado
en el censo de Nazaret. Ya que nació, vivió y murió con el sólo nombre de “Jesús”; y con ese
nombre de galileo lo conoce la historia; “Cristo” en cambio, es nombre de misión, y designa al
enviado divino de la salvación. Reconocer que Jesús es el Cristo es ya confesión de fe cristiana.
Por eso conocer al Jesús de la historia es indispensable para conocer la revelación del Hijo de Dios.
Fuera de aquella historia, narrada e interpretada por la fe de los apóstoles, ¿qué otra cosa podríamos
saber del hijo de Dios? La historia de Jesús, toda ella, es revelación del Hijo; esa revelación, no se
limita al momento del milagro y de la resurrección, sino que hay que indagar más allá de eso.
1. Jesús Histórico
Ubicado en un tiempo y espacio determinados; nace hace 2022 años, El hecho de que Jesús naciera
“antes de Cristo” es el resultado de un error que cometió en el año 533 el monje Dionisio el Exiguo,
al hacer el cómputo del año primero de la era cristiana como el año 754 de la fundación de Roma (Ab
Urbe condita), fecha esta demasiado tardía ya que Herodes murió en el 750 ab Urbe condita, es decir
en el (4 a. C.) cuando según Mateo pudo haber nacido el Dios cristiano.
2. Cristo de la fe:
 El mesías
 El Siervo de Dios
 El Señor-Kyrios
 El Hijo de Dios
 El verbo-Logos
Todo esto tratando de responder ¿Quién dicen que soy yo? Mt 16,17
IMÁGENES DE CRISTO
1. Cristología de atrás
 Is. 9,6
 Jr. 23, 5-6
 Miq. 5, 2
 Mal. 3, 1

2. Cristología de arriba
 Jn. 1,1.
 Jn, 20, 28
 Rm. 9, 5
 Fl. 2, 6
 Tito. 2,13
 1Jn, 5, 20.
Magnificados por atributos divinos como: Eternidad, Omnipresencia, Omnisciencia, Omnipotencia,
Inmutabilidad, autoridad divina, de los cuales no queremos hablar la noche de hoy, sino que nos
interesa un Jesús histórico que vivió y padeció como nosotros: hambre sueño, se enojaba; etc.
3. Cristología terrena
Pero para comprender la verdadera imagen de Cristo debemos reconocer un contexto cultural e
histórico en tiempos de Jesús, además claro está de la composición y del uso de los géneros literarios
para comprender a un Jesús terreno. Y para esto debemos comprender la estructura de los evangelios
ya que estos son los únicos que nos dan un testimonio del Jesús Histórico.
Género Evangélico
Se caracteriza por constituir una narración de los hechos y de los dichos de Jesús y los apóstoles, que
se expresa como la proclamación de la “Buena Noticia” que ellos proclamaron y constituye el
cumplimento de las promesas de Dios formuladas en el Antiguo Testamento. Se podría decir que son
una catequesis (enseñanza) bajo la forma literaria biográfica, ah estos hay que añadir que el proceso
de su composición no fue de un día para otro, sino que llevo tres procesos:
 Hecho histórico
 Memoria
 Escritura

Además del genero anterior recordemos que función tienen:


Parábolas: Son comparaciones narradas en forma de pequeños relatos. En la Biblia, encontramos más
de 40 parábolas de Jesús.
Eran una herramienta muy común usada por otros rabinos de su época. En hebreo, se llama mashal, y
puede significar proverbio, cuento ficticio, poema, fábula, acertijo o alegoría. David Stern, una
autoridad en parábolas rabínicas, dice: “Sobre todo, el mashal era el mejor medio de representar a Dios
en la literatura rabínica.”
 Las Ovejas y los Cabritos – Mateo 25
 Los Malvados Labradores – Marcos 12
 Asientos en el Banquete – Lucas 14:7-14
 El Buen Pastor – Juan 10:1-18
Relatos de milagros: Son narraciones que muestran como en Jesús actúa el poder benéfico de Dios a
favor de los enfermos y los necesitados. En síntesis, hemos dicho ya que en el concepto bíblico del
milagro uno de sus componentes es lo que tiene de “signo”
Relatos de la pasión: Son relatos sobre la detención, juicio y ejecución de Jesús que muestran, a pesar
de ser inocente, que muere perdonando a sus verdugos y cumpliendo las profecías sobre el justo
perseguido.
Midráshicos: Relatos que muestran como las profecías del Antiguo Testamento se cumplen en Jesús.
TEMA 1
JESÚS EN SU AMBIENTE
Palestina en tiempos de Jesús era una realidad bastante compleja en sus diversos aspectos religiosos y
sociales. Es preciso hacer un análisis siquiera breve de esta situación para poder captar el significado
de las opciones de Jesús y su mensaje.
1.- Situación económica
Los sectores productivos de palestina en aquella época eran la agricultura, la ganadería, la artesanía y
las funciones públicas del Estado. Las grandes obras de construcción de Herodes el Grande dieron
trabajo a muchos obreros. Agricultura y ganadería eran lo más corriente. La artesanía florecía en las
ciudades, Jerusalén particularmente.
El terreno era comunal, pero lo trabajaban individualmente y estaba sometido al proceso de herencia;
llevaba consigo la paga de un tributo al Estado. Pero existía también una gran propiedad difícilmente
determinable, donde trabajaban obreros asalariados. En Galilea se practicaba la pesca.
El centro comercial y financiero más importante lo constituía el templo de Jerusalén, adonde
afluían entradas inmensas: tasas personales, ofrendas, donaciones votivas, depósitos bancarios de
particulares... Pero no eran menores los gastos de construcción y mantenimiento.
Buena parte del dinero iba a parar a Roma bajo la forma de impuestos: impuestos personales y reales,
contribución anual en especies y en servicios a la guarnición romana, impuestos aduaneros, etc. Los
recogían los agentes del fisco (publicanos). Entre el 30 y el 70 por cien de la renta de cada uno se iba
en impuestos. Por este motivo, y otros, la pobreza iba en aumento. Existía el inmensamente rico y
también el miserable, pero la mayoría pertenecía al segundo grupo.
2.- Situación social
Era una sociedad llena de discriminaciones.
La mujer era considerada inferior y subordinada al hombre. En el templo le estaba reservado un
patio situado entre el de los hombres y el de los gentiles. En la sinagoga tenía también lugar a parte y
no le estaba permitido hacer uso de la palabra. Si luego se piensa en la importancia religiosa y civil de
la circuncisión para la pertenencia al pueblo elegido, se podrá imaginar el poco aprecio en que se tenía
a la mujer.
Los samaritanos. Los judíos nunca quisieron reconocerlos como hermanos suyos, a causa del
mestizaje étnico en que habían incurrido con la conquista asiria en el 722 a. C.
Parece que la esclavitud existía todavía en tiempo de Jesús. Pero la condición social de los esclavos
en Palestina era bien distinta que en el mundo grecorromano. Un judío varón podía ser hecho esclavo
por decisión del tribunal que lo entregaba a su acreedor en caso de insolvencia, y también por voluntad
propia en caso de extrema pobreza; pero al séptimo año recuperaba su libertad.
Los publicanos eran considerados traidores a la causa de Dios y de su pueblo, y por ello excomulgados.
Con los paganos, los no circuncidados, la actitud de desprecio llegaba hasta el odio.
3.- Situación política
Palestina estaba bajo dominación romana desde el año 63 a. C. En el 40 a. C., el senado romano
concedió el título de Rey de los judíos a Herodes el Grande.
Roma había tenido una consideración especial con Judea: deja sobrevivir el culto del templo, la
autoridad del sumo sacerdote y el sanedrín, exime a los judíos del servicio militar y del culto a la
imagen del emperador, prohíbe a los paganos entrar en el atrio interior del templo... Pero, en realidad,
el procurador romano de turno controlaba la autoridad local, nombrando incluso a capricho al sumo
sacerdote.
El sanedrín era el gran consejo de Judea, con poderes legislativos, judiciales y administrativos.
Constaba de setenta miembros: el sumo sacerdote (presidente), los otros grandes sacerdotes, la nobleza
laica de los ancianos y algunos escribas en calidad de doctores de la ley (del partido de los fariseos).
Pero el sanedrín estaba dominado por los saduceos.
El sumo sacerdote y los sacerdotes. Habían sido beneméritos en la reconstrucción del Estado después
del exilio babilónico, pero ya habían perdido su prestigio ante el pueblo a causa de su aburguesamiento
y por motivos referentes a la legitimidad de sucesión. En tiempo de Jesús constituían una auténtica
aristocracia, enormemente enriquecida, aliada del poder dominador... Una casta cerrada en sí misma y
regulada de forma dinástica, especialmente el oficio de sumo sacerdote.
4.- Corrientes religioso-políticas
a) Saduceos
Sacerdotes y la rica burguesía de las familias aristocráticas de Jerusalén. Rechazan las ideas religiosas:
la resurrección, la inmortalidad del alma, la tradición oral como fuente de interpretación de la ley, etc.
En lo teológico eran conservadores, En lo político, sin embargo, estaban abiertos a colaborar con la
autoridad ocupante. Tendían a acomodarse también a la cultura grecorromana. Su influencia religiosa
no sobrepasaba los límites del templo. Destruido éste, su función en medio del judaísmo desaparecerá
para siempre.
b) Fariseos
Eran para el pueblo maestros, guías indiscutidos y representantes. Religiosa y socialmente constituían
el partido del pueblo. Eran numerosos. Herederos de la austeridad y contrarios a toda apertura a la
cultura pagana, eran estrictos cumplidores de la ley escrita y de las tradiciones orales. Será su obsesión
por la pureza ritual y sus minuciosas observancias la que los llevará a separarse de la masa que,
ignorando la ley, se encuentra en permanente estado de impureza.
Pero representaban la viva aspiración popular a la independencia nacional, el Estado teocrático y la
ardiente esperanza mesiánica; aunque aconsejaban una tolerante sumisión al poder pagano, en espera
de una pronta intervención de Dios.
c) Celotas
Flavio Josefo denomina así a aquellos nacionalistas radicales que en el año 66 darán inicio a la revuelta
armada contra Roma. Pero Josefo no dice que éstos hubieran estado en acción ya en tiempos de Jesús.
d) Esenios
Era una corriente espiritualista que florecía, sobre todo, en el desierto, donde se organizaba en
verdadero monaquismo. Los animan dos motivos principales: abandonar la impiedad del mundo y del
culto del templo, ya ilegítimo a causa de la interrupción dinástica de los sacerdotes, y preparar en el
desierto el camino del Señor que está para llegar.
5.- Jesús y su ambiente social
a) En una sociedad estructurada sobre el factor religioso
Respecto a las instituciones sociales y religiosas es inconformista y presenta una novedad doctrinal
cuyo desarrollo, a la larga, se revelará como revolucionario. Puesto que en su sociedad los elementos
determinantes eran de naturaleza religiosa, él actuó en sentido liberador sobre todo ese nivel: modo de
considerar la ley, el templo, el sábado, etc.
b) Jesús y la ley
Denuncia su pura ejecución externa, descuidando la raíz de toda observancia, que está en el corazón.
Jesús exige primero la conversión del corazón, para que se pueda acoger la suprema realidad del Reino.
Frente a esto, Jesús presenta como insignificantes las prescripciones referentes a la pureza ritual; anula
la distinción entre alimentos puros e impuros; pone en tela de juicio todo el sistema cultual
veterotestamentario.
c) Jesús y los pecadores
La práctica constante de Jesús fue sentarse a la mesa con los pecadores, con lo que se ganó la
reprobación de los que veían conculcada con ello la ley de la pureza. Jesús justifica su actuación
apelando nada menos que al objetivo mismo de su misión: No he venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores (Mc 2, 17).
d) Jesús y las clases marginadas
Jesús permaneció en los pueblos y ciudades, participando de cerca de la vida de la gente. Enfermos,
leprosos, samaritanos, mujeres y niños, recuperan con Jesús su dignidad personal y social y la alegría
del corazón.
Jesús no es reformador social, pero penetra el corazón de todas las discriminaciones con una acción
decidida, consciente de haber venido a traer no la paz, sino la espada, a pedir decisiones radicales que
inciden en las relaciones del hombre con Dios y con sus hermanos. Con seguridad total se coloca del
lado de los débiles y, sobre todo, de los pobres, mostrando que en su actitud es Dios mismo quien da
a conocer sus predilecciones.
TEMA 2
NO ES POSIBLE UNA BIOGRAFÍA DE JESÚS
INFANCIA:
Los contextos históricos de los relatos neo testamentarios se mencionan siempre a lo más de paso, y
las fuentes extra bíblicas son más que escasas. Nada se nos dice de la vivencia de la llamada de
Jesús; lo mismo ocurre de su exterior y su figura, y todavía menos se habla de su psicología. Los
evangelios se interesan por la realización histórica del plan de Dios y no tanto por los personajes
históricos en los que se funda y por su contexto histórico. Se entienden como testimonio de fe en el
Jesús terreno y resucitado. Los evangelios testifican su fe en forma de historia, explicando ésta a
la luz de la fe. Esto no significa que adoptemos un escepticismo histórico excesivo.
Los evangelios de la infancia de Jesús en Mateo y Lucas apenas si permiten escribir un desarrollo
biográfico de Jesús. Narran la prehistoria de Jesús conforme a modelos veterotestamentarios, en
especial en analogía con la historia de Moisés. En ellos mostraban más un interés teológico que
biográfico. Quieren decir que Jesús es el cumplimiento del antiguo testamento.
ACTIVIDAD PÚBLICA DE JESÚS.
Del tiempo de la actuación pública de Jesús los sinópticos mencionan únicamente una estancia de
Jesús en Jerusalem, en la cual Jesús fue detenido y condenado a muerte. Si sólo tuviésemos los
sinópticos, tendríamos que suponer que la duración de la actividad pública de Jesús había sido sólo
quizás de un año. Más el evangelio de Juan narra tres fiestas pascuales de Jesús en Jerusalem
Primera Pascua: Juan 2:13
Segunda Pascua: Juan 5:1
Tercera Pascua: Fin de la tercera gira misional en Galilea; Juan 11:1-44
Parece que al principio de su actividad en Galilea hubo un período de relativo éxito; cuando Jesús se
vio cada vez más frente a la mortal enemistad de los jefes del judaísmo de entonces, se limitó a su
círculo íntimo de discípulos, hasta que en su última estancia en Jerusalén fue detenido y condenado a
muerte de cruz.
FIABILIDAD HISTÓRICA DE LOS EVANGELIOS Y ACTIVIDAD PÚBLICA DE JESÚS
Los cuatro evangelistas narran el bautismo de Jesús por Juan. Es imposible considerar este relato como
mera teología de la comunidad carente de núcleo histórico, pues para las primitivas comunidades
supuso una verdadera dificultad contra su anuncio de Cristo. El hecho de que Jesús se había sometido
al bautismo de Juan podía ser, por ejemplo, para los partidarios de éste una buena ocasión para afirmar
que era Juan la figura escatológica decisiva, pues Jesús mismo se había subordinado a Juan.
Podemos partir, por tanto, del hecho seguro del bautismo de Jesús por Juan. De ello se deduce que
Jesús estaba de acuerdo con el movimiento bautista de Juan y con su predicación. Pero Jesús comenzó
una actividad propia que admiró, escandalizó e hizo dudar también a Juan (Mt 11, 2s). Mientras que
para Juan la llegada del Reino de Dios está bajo el signo del juicio, para Jesús el reino de Dios se
halla bajo el signo de la misericordia y del amor de Dios para con los pecadores. El mensaje de
Jesús es mensaje de alegría, último y definitivo ofrecimiento de gracia por parte de Dios.
Lo sorprendentemente nuevo en el mensaje de Jesús se muestra ante todo en su conducta. Entre
las cosas más seguras de la vida de Jesús están su trato con los pecadores y, según el culto,
impuros; el quebrantamiento del mandato sobre el sábado y de las prescripciones sobre la
pureza. Parece que pronto corrió una expresión satírica sobre él: Comilón y bebedor, amigo de
publicanos y pecadores (Mt 11, 19). Esta conducta de Jesús únicamente puede entenderse en el
contexto de su mensaje sobre el señorío y la voluntad de Dios. Dios es un Dios de los hombres, de
todos los hombres, su mandamiento existe por amor del hombre.
Esta conducta de Jesús suscitó desde el principio sorpresa, fascinación y entusiasmo, así como
sospechas, rechazo, escándalo y odio. Jamás se había visto ni oído una cosa así. Para un judío piadoso
tal conducta y tal mensaje significaban un escándalo y hasta una blasfemia (Mc 2, 7 ). El anuncio de
un Dios cuyo amor vale también para el pecador, cuestionaba la concepción judía de la santidad y
justicia de Dios. Por eso, a los dirigentes judíos, Jesús tenía que parecerles un falso profeta. Esto se
castigaba con la pena de muerte según la ley judía (Dt 18, 20). El final violento de Jesús se sitúa,
pues, en la consecuencia íntima de su conducta.
Con la muerte en la cruz nos hallamos ante el segundo punto nuclear en la vida de Jesús. El título de
la cruz, transmitido por los cuatro evangelistas, apenas si puede ponerse en duda en su valor histórico.
Da la causa de la condena: Rey de los judíos (Mc 15,26 par). Jesús es, por tanto, condenado como
pretendiente mesiánico. Es muy improbable que él mismo se haya designado como mesías. Pero
su predicación escatológica suscitó sin duda esperanzas mesiánicas y un movimiento mesiánico.
La pretensión de ser el mesías no constituía un delito digno de muerte según la ley judía; pero el
movimiento mesiánico que Jesús suscitó podían explotarlo las autoridades judías como excusa para
acusar a Jesús de alborotador político ante el procurador romano, forzando así la crucifixión, la pena
de muerte aplicada por los romanos a los alborotadores. De esta forma, Jesús es crucificado por los
romanos como rebelde político.
En modo alguno este dato nos puede llevar a pensar en un Jesús alborotador político o una especie de
cabecilla... El mensaje de Jesús sobre el amor, especialmente su mandamiento de amor al
enemigo, excluye tal explicación. Jesús no siguió el camino de la violencia, sino el de la no-violencia
y el servicio. Jesús hizo una revolución mucho más radical que la que hubiera podido representar un
golpe político. Mediante la cruz se convirtió en lo más alto lo que se consideraba lo más ínfimo. La
revolución que Jesús trae es la de un amor sin límites en un mundo de egoísmo y poder.

JESÚS HACE SALTAR TODOS LOS ESQUEMAS


¿Y quién fue este Jesús de Nazaret? Unos lo tienen por el salvador mesiánico, otros lo condenan como
blasfemo y falso profeta o como rebelde. Herodes se burla de él como de un loco (Lc 23, 8-12) y sus
familiares más próximos lo consideran perturbado (Mc 3,21). Parece ser que en el pueblo corrieron los
rumores más dispares sobre él. Se dijo que era Juan Bautista que había vuelto, Elías que había
retornado, el profeta escatológico que se aguardaba.
El acontecimiento de Jesús es inagotable: Jesús el moralista, el humanista, el reformador y
revolucionario social, el iluso, el superstar, el inconformista, el hombre libre... Pero todos estos
nombres se fijan siempre en aspectos concretos, sin abarcar jamás el fenómeno total de Jesús de
Nazaret. Jesús no se deja modernizar de manera superficial. Jesús no encaja en ningún esquema previo;
hace saltar todos los esquemas. Jesús se distingue de Juan bautista: no lleva una vida ascéticamente
retirada, apartada del mundo. No se aleja ni se retira a un convento como la gente de Qumrán. Va a los
hombres y vive con ellos. No desprecia el asistir a los banquetes de los ricos ni ser ayudado por
piadosas mujeres.
Se distingue también de los fariseos. No es un piadoso en el sentido corriente de la palabra. No enseña
ni una técnica religiosa ni una casuística moralista. Llama a Dios su padre, cuyo amor hace saltar todos
los esquemas y, al mismo tiempo, libera en orden a una despreocupación confiada (Mt 6,25-34). El
amor de Dios lo ocupa totalmente en favor de los demás. No quiere nada para sí, pero quiere todo para
Dios y los demás. Entre sus discípulos es como un servidor; no rehúye ni siquiera el servicio más bajo
propio de los esclavos (Lc 22, 26 s). No ha venido para hacerse servir, sino para servir (Mc 10,45).
En su comportamiento exterior tiene Jesús un cierto parecido con los escribas. Enseña como un rabbí
y le rodea un círculo de discípulos; disputa sobre la explicación de la ley y le abordan para decisiones
jurídicas. Pero le falta el presupuesto fundamental para ser un escriba: el estudio teológico y la
ordenación final. Jesús no es un teólogo de carrera. Habla sencilla, concretamente y sin rodeos. Cuando
se le llama rabbí, no se trata de un título teológico, como nuestro doctor, sino de un modo general de
tratar educadamente, como nuestro señor. El pueblo notó en seguida, sin duda, la diferencia de Jesús
respecto a los teólogos y juristas de profesión. Jesús enseña con poder.
Jesús no encaja en ningún esquema. Para comprenderlo no son suficientes las categorías antiguas ni
modernas. Es y continúa siendo un misterio. Él mismo hace bien poco por aclarar este misterio. No le
importa su propia persona. Sólo le interesa una cosa, total y exclusivamente: el venidero reino de Dios.
Lo que le importa es Dios y los hombres, la historia de Dios con los hombres. Sólo preguntando por
esto es como podemos acercarnos más al misterio de su persona.
TEMA 3
EL DIOS DE JESÚS

1. - El Reino habla de Dios


A medida que avanzaba el conocimiento del misterio del Reino, se percibía con más claridad que Jesús,
en definitiva, estaba hablando de Dios. Bajo esta imagen del reino encontramos el actuar mismo de
Dios (= el reinar divino), su soberana actividad liberadora, Dios mismo totalmente preocupado por la
salvación del hombre. Detrás de la preferencia por los pobres y los pecadores, se iba delineando cada
vez con más claridad el rostro de un Dios que se nos hace encontradizo en nuestro presente y se
introduce en el entramado de nuestra historia. Jesús respira la gozosa certeza de esta cercanía.
2. - La revelación del Abbá
Jesús no pretendió fundar una nueva religión; no conoce otro Dios que Yahvé. Pero Él vivió la
experiencia de Dios con tal profundidad de comunión y tan transparente penetración, que la historia
religiosa humana recibió de Él una impronta indeleble.
Esta experiencia la expresa Jesús con la palabra Padre. Este nombre ya se le atribuye a Dios en otras
religiones orientales (el judaísmo entre ellas: Dios padre del pueblo).
Jesús se inserta en este lenguaje ya en uso, pero lo hace con una constancia impresionante (tanto para
hablar de Dios como para hablar con Dios). La impresión de novedad se acentúa cuando se observa
que la palabra usada por Jesús no es un genérico padre, sino el vocablo familiar abbá. Jesús recurre a
esta voz familiar para invocar a su Dios (= papá). Jamás la piedad hebraica se habría atrevido a
dirigirse a Dios con tanta confianza (hubiera sido un acto de irreverencia); el tono solemne, que
indicaba distancia, era de rigor.
Este modo de designar Jesús a Dios debió impresionar a sus discípulos, que, siguiendo el ejemplo de
Jesús mismo, se lo apropiaron como distintivo característico de su oración cristiana, y lo conservaron
en su forma aramaica, incluso en aquellas comunidades que no hablaban dicha lengua. Con este
apelativo, los cristianos pensaron haber heredado de Jesús el núcleo de su fe en Dios; Él mismo los
había exhortado a hacerlo: Cuando oréis, decid: Padre (con toda seguridad, Abbá) (Lc 11,2).
3. - El nuevo rostro de Dios
Entre los muchos nombres que le ofrecía la tradición, Jesús se apropia sólo de uno para expresar lo
que él pensaba de Dios y lo que Dios era para él. Y lo tomó de la vida cotidiana, de la boca de los niños
que llaman a su padre papá.
Abbá describe los sentimientos profundos de la conciencia religiosa de Jesús y al mismo tiempo revela
los nuevos rasgos de aquel rostro divino que nos sale al encuentro en la predicación del Reino. El
Reino sustituía al Dios de la ley y de los justos por el Dios del amor universal, inclinado hacia toda
forma de menesterosidad humana, extraordinariamente cercano. Este rostro nuevo necesitaba
solamente quedar sellado por un nombre nuevo, correspondiente a la novedad del Reino. Abbá es,
precisamente, el sello del mensaje del Reino.
Conviene recordar que es a la luz de aquel mensaje como Abbá debe ser interpretado, para no correr
el riesgo de vaciarlo de su densidad histórico-salvífica, reduciéndolo a una fórmula intimista y
sentimental. El amor del Abbá es tierno y creador al mismo tiempo.
Este rostro de Dios no es común en las religiones humanas, para las que Dios, por su trascendencia,
permanece extraño e indiferente a las vicisitudes humanas (griegos) o sólo se interesa por las miserias
de su pueblo (Israel).
El hombre tiende por natural inclinación a no dar crédito a un Dios tal y como Jesús lo presenta: un
Dios en quien la ternura es el primer calificativo de la justicia y el poder, en quien no existe más justicia
y poderío que el amor (el hombre prefiere un Dios que sea, ante todo, alguien que castiga y
recompensa).
4. - El Abbá y el mensaje del Reino
Hemos dicho que Abbá debe ser considerado como el sello final de todo el mensaje del Reino. Pero
debemos decir todavía más: Abbá no está sólo al final, sino también al origen de aquel mensaje. ¿De
dónde sacó Jesús la certeza de que el Reino está cercano a los hombres y ofrece inimaginables
posibilidades de salvación para los más necesitados? ¿Acaso no de la excepcional experiencia de Dios
que él había vivido como Abbá suyo y de todos?
Es precisamente sobre la base de este descubrimiento personal del amor paterno de Dios como Jesús
podrá anunciar en el mundo la palabra de esperanza del reino. La buena noticia de la cercanía de Dios
a los pobres él la adquiere por medio de su originalísima experiencia. La revelación que Jesús hace del
misterio del Reino a los pequeños está precedida y posibilitada por la revelación que el Abbá le ha
hecho a él. Detrás de la predicación de Jesús está la revelación de Dios a aquel que es su Hijo; y se
trata, no de un conocimiento intelectual, sino de una experiencia personal, que podríamos llamar de
familia.
En la palabra Abbá y en la fórmula Reino de Dios tenemos seguramente el mejor y más expresivo
resumen de la vida de Jesús y su sentido. El primer mensaje de estas dos palabras es su vinculación e
inseparabilidad. El Abbá es una manera de designar a Dios. El Reino es una manera de ver la vida
humana.
El Reino da razón del ser de Dios como Abbá - La paternidad de Dios da fundamento y razón de ser
al Reino. Jesús cree que no hay acceso a Dios fuera de la búsqueda dolorosa del Reino y con eso
desenmascara muchas veces como ídolo de barro al dios que las iglesias han querido utilizar como
razón de su autoridad moral y de su prestigio e importancia histórica. Pero Jesús cree y anuncia
también que no hay Reino posible sino en la Paternidad de Dios, porque el reino, en última instancia,
no es Reino mío o nuestro sino del otro; y sólo siendo del Otro más definitivo, se libera al Reino de
aquella gran falsificación que parece constituir la trágica unidad de la historia, y que el hombre no ha
conseguido evitar pese a los profundos cambios de épocas o culturas: la de ser paraíso totalitario. Esta
noción contradictoria de paraíso totalitario representa el resumen de todo aquello que el hombre ha
querido evitar y todo aquello en lo que el hombre fatalmente ha caído cuando se ha puesto a construir
por su cuenta aproximaciones al Reino.
La experiencia de esa vinculación Abbá-Reino constituye toda la clave de lo que parece que Jesús
personalmente vivía, constituye todo el horizonte de lo que Jesús quiso predicar, y constituye todo el
sentido del discipulado que, para Jesús, parece no ser más que una introducción a esa experiencia.
Hemos dicho que esa experiencia resumía la predicación de Jesús. Y por eso hemos de tener muy en
cuenta que, para Jesús, la cuestión a que su enseñanza y su predicación dan respuesta no es: ¿qué hay
que hacer? (por ejemplo: si hay que guardar la ley o no, si hay que hacer la revolución o no... Jesús no
parece tener respuesta universal a esas cuestiones, más aún parece negar la existencia de esa respuesta.
Cada vez habrá que responder de una forma y cada época y situación habrá de construir su respuesta
al responder). En eso se quedan cortas muchas lecturas del evangelio, y aquí empieza Jesús por
desconcertarnos ya a nosotros mismos, a quienes la primera cuestión que nos brota en cuanto nos
queremos convertir o nos creemos convertidos es esa: ¿qué hay que hacer? Pero para Jesús la cuestión
es esta otra: ¿dónde hay que poner el corazón? Y la respuesta es: en esa dualidad inseparable del Abbá-
Reino (es decir: no en el establishment, o en la revolución o en el compromiso o en la huida...).
5. - No la ley, sino el Padre
La polémica de Jesús con los maestros de la ley está motivada por la urgencia que tiene de hacer revivir
en el alma religiosa de su pueblo el verdadero sentido de Dios. La absolutización de la ley como fuente
de salvación termina eliminando de la vida religiosa la referencia a Dios que quedaba relegado al rango
secundario de vigilante de la observancia de la ley y contabilizador de los méritos y deméritos
humanos. Y no hace falta añadir que la ley, observada o no, terminaba dividiendo y clasificando
sectariamente a los hombres.
El anuncio del amor universal del Padre, que abarca a buenos y malos, judíos y paganos, reunía a todos
en la única condición de hijos que esperan ser salvados. Para Jesús no se trataba de eliminar la ley ni
de exigir una observancia más profunda de ella, sino de reivindicar el puesto que corresponde sólo a
Dios (como se manifiesta en la parábola del hijo pródigo).
La verdadera opresión, en la sociedad que vive Jesús, procedía de la interpretación legalista de la
religión. La revelación de Dios, experimentado como Padre, forma parte de la liberación que Jesús ha
venido a anunciar a los oprimidos. La superación del Dios de la ley por el Dios del amor constituyó
una auténtica revolución. Y el motivo de la condena a muerte de Jesús debe buscarse aquí.
6. - Los hombres, hijos del Padre
La revelación de Dios como Abbá está destinada a los hombres, lo mismo que a ellos estaba destinado
el mensaje del Reino. La conversión a la esperanza del Reino se hacía posible solamente a partir de la
certeza de que los hombres, sobre todo los pobres, son amados y buscados por Dios como por un padre.
Un Reino sin Padre es un Reino no creíble e incapaz de suscitar esperanza.
Jesús recurrió al lenguaje doméstico del padre para describir la particularísima bondad de Dios que
reina; pero también para crear en los hombres la certeza de ser los hijos de aquel Dios, de tal forma
que en ellos se engendre la convicción de ser sus hijos y el deseo de imitarlo en el amor y el perdón.
Esta paternidad es tan real, que ante ella deben eclipsarse todas las paternidades y autoridades terrenas
y debe crear la convicción de la fraternidad universal (Mt 23,8 ss).
El judaísmo del AT había sido muy reservado a la hora de considerar las relaciones de filiación de
Israel para con Dios, en orden a eliminar de antemano el peligro de confusión con los mitos politeístas
paganos. Y se había preocupado de clarificar que tal filiación se basaba en la libre elección divina, no
en la generación natural.
En Jesús esta preocupación está ausente, pues lo que él persigue es crear en la conciencia humana la
convicción liberadora de la paternidad de Dios. Ésta no es un elemento marginal en su evangelio, sino
el corazón mismo del anuncio del Reino.
7. - Jesús, el Hijo del Padre
Nos encontramos ante el aspecto más arduo e impresionante de la personalidad del hombre Jesús. Él
no se considera uno de tantos hijos de Dios sobre la tierra, ni siquiera el más cercano al Padre en razón
de su misión, sino simplemente el Hijo, en sentido absoluto y exclusivo.
La expresión usual en él, Padre mío, con ese adjetivo de pertenencia, expresa mejor que cualquier
declaración teórica la relación personal de Jesús con el Padre. Nunca aparece la expresión
colectiva Padre nuestro. Esto llama la atención en este hombre de solidaridad, que invitó a todos los
hombres a considerar a Dios como su Padre común. Su personal relación con Dios, en cambio, se
configura de otra manera.
Del conjunto de su comportamiento (no de afirmaciones explícitas que nos instruyan acerca de su
autocomprensión: Jesús no se predica a sí mismo) se deduce inmediatamente la singular conciencia
que tenía de su misterio personal. Vive en un clima de extraordinaria comunión y familiaridad con el
Padre, brinda el perdón divino con su autoridad, dispone con libertad de la ley mosaica, exige una
adhesión incondicionada a su persona como sólo Dios podría pretender, se considera a sí mismo como
la llegada del Reino de Dios al mundo identificándose con la salvación misma que viene de Dios, vive
una santidad excepcional, exige las rupturas más totales para seguirle a él, realiza acciones milagrosas
con soberano poder; y en el centro de esta su praxis habitual está la experiencia de Dios
como Abbá, vivida en el candor infantil de una incondicional confianza y en amor fiel hasta el martirio.
Con el lenguaje realista de sus comportamientos nos descubre la comprensión más profunda que tenía
de sí como Hijo del Padre: comportamientos constantes y espontáneos, paradójicamente por la
humildad.
La consideración de Dios como su Padre le permite autodefinirse como Hijo único. Esta su relación
singular con Dios le hace sentirse alguien, le da un rostro personal, expresa a sus propios ojos
su identidad: la del que tiene por nombre Jesús de Nazaret. Este encontrarse en posición única ante
Dios es lo que le hace sentirse su Hijo. Y ésta es la matriz de su conciencia personal.
¿Cómo vive Jesús esta conciencia de Hijo? Contra toda lógica racional, él la vive en el espíritu de
una total dependencia, sin hacer valer su prerrogativa de Hijo, sin reivindicar derechos de familia ni
ocupar el puesto del Padre. Jesús vive con la pasión de buscar la voluntad del que le ha enviado. Su
espiritualidad filial se alimenta de oración, y la oración de Jesús pide escucha como la de cualquier
otro hombre. Para él la obediencia no es jamás asunto de correspondencia con un código moral externo
a él, sino asunto de fidelidad y amor al Padre. De aquí recibió él la fuerza que le sostuvo en su misión
y la valentía en la soledad a que fue reducido por el ambiente cada vez más hostil: Yo no estoy solo,
pues el Padre está conmigo (Jn 16,32).
¿Usó Jesús el título de Hijo de Dios? Es un problema todavía abierto. Este título nunca está en boca
de Jesús en los sinópticos, son otros quien lo afirman de él. Parece que deba afirmarse que Jesús no
hizo uso de este título al hablar de sí mismo.
Mayor seguridad ofrece, en cambio, la fórmula abreviada el Hijo, usada en sentido absoluto (Mt
11,27), que con toda verosimilitud debe remontarse a un preciso recuerdo histórico. Es de hecho difícil
pensar que Jesús haya podido llamar a Dios con el apelativo nuevo de Abbá-Padre, además en
referencia a la propia persona, sin recurrir espontáneamente al correlativo Hijo.
Pero la importancia de este problema es relativa, ya que Jesús expresó su conciencia filial también de
otros modos, como ya hemos señalado. No es un único párrafo o un título cristológico-mesiánico
aislado quien nos garantiza quién era Jesús y qué pensaba de sí; justamente al contrario: es la
manifestación de conjunto de Jesús la que puede dar a ese párrafo o título su contenido.
8. - Evolución de la conciencia de Jesús
La conciencia de la filiación divina y de su misión debe haber seguido el ritmo de desarrollo que es
propio de toda psicología humana, aun cuando fuese acompañada de una riqueza de gracia particular.
Tuvo un primer despertar y creció ulteriormente con el crecer de su personalidad.
Todo niño toma conciencia de su yo personal bajo el influjo de los contactos interpersonales,
particularmente de sus padres, a medida que descubre el mundo y el ambiente cultural de que forma
parte. La conciencia de sí se profundiza con el crecer de la experiencia. Esta historia de
autocomprensión se dio también para Jesús. La exégesis piensa entrever, aun en una narración
biográficamente precaria como es la de los evangelios, las trazas de un despliegue gradual de la
interpretación de sí mismo y de su misión, con el avance su predicación y a la luz de su reflexión sobre
la Biblia y de su comunión con el Abbá.
Aunque no sea históricamente documentable, hay que admitir que fue precisamente la íntima
experiencia del Abbá la que guió el despertar de su conciencia de Hijo, haciendo que Jesús se situase
frente a Dios como Hijo suyo y no de otro padre humano.
9. - Quien conozca a Dios encontrará el Reino
Dice un logion (= dicho de Jesús) que se conserva en unos papiros descubiertos en 1904 (Pap. Oxyr.
654) y que no conserva la totalidad del texto, aunque ha podido ser reconstruido (texto que pertenece
a un apócrifo):
Quien conozca a Dios encontrará el Reino porque conociéndole a Él os conoceréis a vosotros mismos
y entenderéis que sois hijos del Padre y, a la vez, sabréis que sois ciudadanos del cielo. Vosotros sois
la ciudad de Dios.
Quien conozca a Dios encontrará el Reino. Aquí está la acusación contra toda forma de religiosidad
que cree haber conocido a Dios sin Reino. Quien no ha descubierto el Reino no ha conocido a Dios,
sino un ídolo.
Y la razón de esto es bien profunda: conocer a Dios es conocerse a sí mismo como hijo. La auténtica
experiencia de Dios no es una mera experiencia de creaturidad o de contingencia que lleva a conocerle
como creador, sino algo más: una experiencia de filiación que lleva a conocerle como Padre. Esa fue
la experiencia típica y única de Jesús a la que él dio expresión con la invocación Abbá. Y ahí es donde
llega el hombre al conocimiento de sí mismo: conocer a Dios como Padre es conocerse como
ciudadano del Reino. Ciudad de Dios, ciudadanía del cielo... son formas de designar el Reino de Dios
como Reino de los hombres.
Desde esta síntesis podríamos recorrer ahora tanto las actitudes de Jesús como los episodios que
conocemos de su vida. Quizás entonces nos equivocaremos en algún punto concreto, pero eso ya no
deformará demasiado la imagen que nos hacemos de él. El Bautismo fue probablemente el momento
en que Jesús asumió esa doble experiencia -ya largamente vivida- como la misión de su vida (y por
eso los evangelistas nos lo han narrado con aquella teofanía). Esa misión encontró un primer eco de
asombro y de esperanza, la jalonó Jesús con determinados signos práxicos (entre los que destacan,
aunque nosotros no los entendamos hoy, lo que llaman los evangelios curaciones de endemoniados,
comidas con los desclasados, etc.), desató hostilidades crecientes, la potenció Jesús con la elección y
envío de discípulos, llegó a un momento de crisis (por desencanto del pueblo, incomprensión de los
suyos, etc.) que obligó a Jesús a determinados cambios de táctica... En todo este proceso Jesús nunca
tuvo programados todos los pasos, ni claramente previstas todas las reacciones que se producían. Por
así decir, Dios le mostró su voluntad más íntima, pero no le mostró sus cartas. Jesús trató de escuchar
a los hechos para encontrar en ellos esa voluntad de Dios que conocía desde su experiencia del Abbá y
del Reino. Ese encuentro no fue siempre fácil ni claro. Pero en ese difícil proceso es donde se fue
realizando la filiación divina de Jesús (como confianza total en el Abbá) y el mesianismo de Jesús
(como entrega total al Reino de Dios). Algo así fue su vida. Vida extraña, provocadora cuando se
plasmó en conductas concretas, suscitadora de preguntas: ¿de dónde le vienen esas palabras y esa
autoridad? (Mc 1,27), ¿blasfema ese hombre? (Mc 2,7), ¿está fuera de sí? (Mc 3,21). Vida que
constituye toda ella una inmensa cuestión no respondida. Porque, lo curioso es que, como hemos de
ver, esta vida va a encontrarse con una conflictividad, no sé si inesperada pero, en cualquier caso, muy
intensa. La lucha por el Reino va a dar lugar a la conflictividad de la vida de Jesús. En esa conflictividad
se va a encontrar Jesús con el silencio de Dios. Y desde ese silencio va a ser capaz de reencontrar la
invocación de Dios como Abbá, rescatando así al Reino de todas las hostilidades que lo contradicen.
TEMA 4
CONDENADO Y CRUCIFICADO
El hecho de que Jesús de Nazaret fue ejecutado en una cruz pertenece a las realidades más ciertas de
la historia de Jesús. Más difícil es ya la fecha concreta de su crucifixión. Los cuatro evangelistas
concuerdan en afirmar que fue el viernes de la semana pascual judía.
Se discute si fue el 14 ó el 15 de nisán (quizá marzo-abril). Para lo sinópticos la última cena de Jesús
parece que fue pascual, en cuyo caso Jesús habría muerto en la cruz el 15 de nisán. No ocurre así en
Juan; para él Jesús murió el día de la preparación de la fiesta de pascua cuando se sacrifican los
corderos en el templo, o sea, el 14 de nisán. Muy en conformidad con esto Juan no presenta la última
cena de Jesús con sus discípulos como pascual, sino como de despedida. Sin duda que en ambas
perspectivas juegan su papel motivos teológicos. Los sinópticos están interesados en resaltar como
pascual la última cena, mientras que en Juan domina el interés por presentar a Jesús como el verdadero
cordero pascual (19,36). La decisión de la cuestión histórica no es fácil. Pero hay algo que se inclina a
favor de la exposición joánica. Pues es improbable que el sanedrín se reuniera el día más solemne de
los judíos. Apoyan el que Jesús muriera en la víspera de la pascua también los siguientes detalles: que
los discípulos y los esbirros lleven armas; que Simón de Cirene venga del campo. A base de cálculos
astronómicos se llega al 7 de abril del año 30 d. C. Como el día más probable de la muerte de Jesús.
La crucifixión era una forma romana de ejecución. Se aplicaba sobre todo a los esclavos. Los
ciudadanos romanos no podían ser crucificados, sino sólo decapitados. Porque la crucifixión pasaba
no sólo por especialmente cruel, sino también por una pena sumamente infamante. Cuando los
romanos imponían a guerrilleros independentistas (a los terroristas) esta pena de muerte propia de
esclavos, equivalía a una burla cruel (recordemos que la soldadesca romana se burla de Jesús como
rey de los judíos, vestido con un manto de púrpura y coronado de espinas; de esta forma parodian el
delito por el que es condenado).
Escribe Cicerón: La idea de la cruz tiene que mantenerse alejada no sólo del cuerpo de los ciudadanos
romanos, sino hasta de sus pensamientos, ojos y oídos. Entre gente bien ni siquiera se podía hablar de
una muerte tan denigrante. Por tanto, Jesús fue ejecutado como rebelde político. Lo prueba también el
título de la cruz: Rey de los judíos. ¿Cómo se buscó para Jesús esta forma de muerte?
2. - La cruz de Jesús
La actividad pública de Jesús fue interrumpida violentamente, tronchada en vivo, al cabo de dos o tres
años.
La muerte de Jesús es obra de los hombres y camino de Jesús (en modo alguno obra o voluntad,
sapientísima e incomprensible, de Dios; como si los hombres no hubieran sido en ella más que puras
marionetas). La muerte de Jesús fue consecuencia de su vida: fue la muerte del condenado, del que es
echado fuera del sistema humano. Y por eso, es expresión de la conflictividad de su vida: pronta
oposición a su predicación y a su actuación; crisis que marca más o menos el punto medio de su vida
pública, que le hace cambiar de táctica (hablar en parábolas, retirarse, etc.); pide a los discípulos una
definición ante él: las masas le han malentendido, el reino no llega, la conversión no se produce, el
conflicto con los jefes va estallando (probablemente las dos causas que más lo agudizan son la actitud
de Jesús ante la ley y ante los marginados sociales), los fariseos piden una señal y los discípulos no
entienden.
En confrontación con todos estos hechos, Jesús va tejiendo sus estrategias y sus formas de conducta,
en fidelidad única y total al Abbá y al Reino. Pero ello sólo fue agudizando el conflicto. Al final todos
parecen estar contra Jesús: judíos y romanos, jefes y pueblo, Herodes y Pilato. Unos por irritación y
otros por desengaño o por miedo. Para todos es absolutamente necesario que muera. (Siempre es
necesario matar al pobre y al débil!
Esta conflictividad debió resultar totalmente incomprensible para el propio Jesús: le provocó
reacciones de tristeza o de enfado (Mc 3,5), y le puso frente a la tentación; pero, sobre todo, le
configuró como el iniciador y consumador de la fe, como el creyente auténtico que Jesús fue: el que
ha renunciado a verle las cartas a Dios, pero sigue fiándose en todo lo que espera del Padre: el Reino
y el hombre auténtico... Como dice el NT aunque era Hijo va aprendiendo la obediencia (Heb 5,8), o
como traduce un autor latinoamericano: si en la primera etapa de su vida Jesús había puesto al servicio
de su causa todo lo que tenía, todos sus poderes: su tiempo, su palabra, su irradiación, su capacidad
taumatúrgica..., ahora aprende que ha de poner al servicio del Reino todo lo que él es.
Una improvisada detención en Jerusalén durante las fiestas de pascua, un proceso sumario y
políticamente bastante complicado y, finalmente, la espantosa condena a la crucifixión. Sobre esta
dramática conclusión del caso del profeta de Nazaret existe convergencia unánime de las fuentes
históricas, incluidas las no cristianas.
La crucifixión es la última imagen que la historia nos ha dejado de él. En adelante,
decir cruz equivaldrá a decir sencillamente Jesús de Nazaret. En la memoria de los hombres que
lleguen a conocerle mucho o poco, Jesús permanece para siempre clavado en la cruz, signo de
contradicción entre quien lo acoge así, en su singular afrenta, y quien considera deber rechazarlo.
El Crucificado, recuperado en el contraluz de la resurrección, es también la imagen, por así decir,
oficial que la fe de los apóstoles dejó en herencia a la Iglesia como la única auténtica reproducción del
misterio de Cristo: quien dice cristiano dice creyente en Cristo crucificado y resucitado para la
salvación humana. Los escritos de Pablo no son más que una profunda teología sobre la cruz de Cristo;
el evangelio de Marcos no es sino una larga introducción al núcleo originario de la pasión, reconstruida
en el sentido de marcha del camino hacia la cruz; la vida cristiana no es otra cosa que un largo proceso
de identificación de los discípulos con la muerte y resurrección del Maestro.
En la cruz se compendia todo el evangelio de Jesús expresado en palabras y en hechos, la novedad
inédita de las bienaventuranzas y, sobre todo, su mesianidad inesperada y paradójica.
3. - Jesús ante su muerte
¿Cómo afrontó Jesús su muerte prematura? ¿Fue sorprendido inesperadamente por los
acontecimientos, o se dio cuenta durante un cierto tiempo de que caminaba hacia la eventualidad de
una muerte violenta?
A lo largo de la tradición evangélica se encuentran en boca de Jesús frecuentes alusiones que parecen
revelar un oscuro presentimiento (Mt 2,20; 23,37; Lc 4,24).
Están, además, los anuncios, hasta demasiado explícitos, de la pasión (Mc 8,31); las palabras de la
última cena (Mc 14,17-25); el clásico dicho del hijo del hombre que ha venido a dar su vida en rescate
por muchos (Mc 10,45); sin recordar los pasajes joánicos del buen pastor que da su vida y del grano
de trigo que cae en tierra y muere (Jn 10,11.17s; 12,24).
Pero no resulta fácil establecer críticamente hasta qué punto estos dichos se remontan a Jesús o son,
por el contrario, atribuibles a la explicitación teologizante de la fe pascual.
Mayor seguridad ofrece, en cambio, la consideración complexiva de la actividad y comportamiento de
Jesús. Si Jesús era capaz de apreciar el alcance de su enseñanza y de la praxis provocadora que seguía,
debió ciertamente darse cuenta de la situación de peligro que de ella podía derivar para su persona. Si
Jesús no fue un exaltado, despreocupado por el eco que desencadenaba en el delicadísimo ambiente
religioso-político que le rodeaba, o un fanático lanzado a tener éxito a cualquier precio, no es razonable
admitir que pudiese prescindir de contemplar la posibilidad de una conclusión fatal. (sería poco sensato
atribuir a un hombre de aquella talla semejante dosis de ingenuidad y fanatismo!
El caso reciente de Juan Bautista, a quien Herodes había hecho decapitar, tuvo que servirle también de
advertencia. Entre la gente corría el rumor de que Jesús hasta pudiera ser el Juan redivivo; algunos
fariseos le habían exhortado a abandonar Galilea porque Herodes quería matarlo.
El pensamiento de una posible muerte violenta debió presentársele ya desde las primeras experiencias
de fracaso en su predicación de la conversión. Tras los primeros entusiasmos parciales entre las masas
de Galilea, Jesús vio aflorar la desconfianza en torno a su mensaje, que con el tiempo se convirtió en
rechazo de su persona. Escribas y fariseos condenan su praxis solidaria con los publicanos y pecadores,
considerada en abierta contradicción con la ley, y estigmatizan su pública violación del sábado, que
viene a sacudir violentamente todo el entramado religioso y civil del judaísmo. Además, ciudades
enteras rechazan sus signos (Lc 10,13-15).
La decisión más grave fue la de subir a Jerusalén. Ir a Jerusalén (a anunciar el Reino, viendo que las
puertas de Galilea se cerraban a su predicación) con aquel halo de mesianidad mal comprendida que
le acompañaba, significaba exponerse abiertamente a la autoridad del sanedrín y del procurador
romano. La vaga eventualidad de un peligro mortal se convierte entonces en posibilidad concreta y en
seguida en convicción de que su fin puede estar muy cercano (Mc 10,32-34).
La entrada en Jerusalén, con la solemnidad mesiánica que la acompañó y el enérgico gesto de purificar
el templo, nos muestran a un Jesús que asume con plena conciencia las consecuencias de su
comportamiento. Ciertamente, Jesús no hizo nada por escapar de su muerte; y ésta no fue un incidente
fortuito ni tampoco un puro error judicial de Pilato, sino la consecuencia lógica de todo su ministerio
público.
En un texto célebre, ya Platón sentenciaba en su República: El justo será flagelado, desollado,
amarrado y cegado con fuego. Cuando hubiere soportado todos los dolores, será clavado en la
cruz (Rep. 2,5,361 E). Jesús nunca leyó a Platón. Pero, mejor que el gran filósofo, sabía de lo que son
capaces el hombre y su sistema de convicciones religiosas y sociales. Sabe que quien quiera modificar
la situación humana para mejorarla y liberar al hombre para Dios, para los otros y para consigo mismo
debe pagar con la muerte. Sabe que todos los profetas fueron violentamente asesinados.
4. - Su muerte interpretada por su vida
Jesús previó y aceptó conscientemente aquel destino de muerte que le salió al paso: esto parece ya
históricamente cierto. Pero, )se limitó Jesús a aceptarla pasivamente o, por el contrario, le atribuyó
algún significado positivo, poniéndola en relación con Dios y con su misión? Cuestión ésta bien
importante para comprender a Jesús.
Dice Bultmann:
La gran dificultad para emprender una reconstrucción del retrato moral de Jesús consiste en que no
podemos saber cómo entendió su final, su muerte... Nos es imposible conocer si ella tuvo alguna
significación para él, y, en caso afirmativo, cuál fue ese sentido.
Él considera posible que Jesús haya caído en la desesperación por el imprevisto fracaso de sus
proyectos.
Las fuentes evangélicas son, a este propósito, particularmente tacañas. Los textos más significativos
son: El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por
muchos (Mc 10,45); y Esta es mi sangre de la alianza, derramada por muchos en remisión de los
pecados (Mt 26,28). Pero no podemos saber con certeza en qué medida sean explicaciones debidas a
la fe pascual posterior.
A falta de textos críticamente más sólidos es útil volver a aquella visión de conjunto de los evangelios,
donde persona de Jesús y mensaje evangélico, doctrina moral y comportamiento de vida se amalgaman
de modo compacto y coherente. Repetidamente hemos tenido ocasión de destacar que es precisamente
esta densa unidad el dato histórico más resistente y más creíble, la verdadera originalidad inédita del
relato evangélico. El evangelio es la persona de Jesús y la persona de Jesús es su vida. La muerte no
puede aparecer entonces sino como la prolongación de la orientación evangélica que Jesús había
imprimido vigorosamente a su existencia. Toda la vida de Jesús es una explicación de su muerte.
Recordemos algunos elementos de ella:
1. La predicación del Reino, ante todo. La gran causa para la que Jesús se siente enviado, llena de
enormes esperanzas para la humanidad y para él mismo. Jesús está convencido de que la fuerza
liberadora del Reino ha entrado ya en la historia y se está abriendo camino silenciosamente en medio
de las angustias y miserias humanas. Si se tiene en cuenta el lugar que el Reino ocupó en la misión de
Jesús y en su confianza personal, no es prudente suponer que luego él no haya sabido integrar su propia
muerte en esa magnitud. ¿Y cómo tomar en serio las bienaventuranzas -que son el himno de Jesús al
poder misericordioso de aquel Reino que se va afirmando en medio de las situaciones humanas de
pobreza, dolor, llanto y persecuciones- si no hubieran sido capaces de sostener a Jesús en el combate
de su muerte? (Un Jesús que muriese fuera de la óptica de las bienaventuranzas sería un Jesús que
habría renunciado a la causa del reino!
2. La singularísima experiencia de Dios como su Padre, punto focal de su autocomprensión y que
configura su personalidad religiosa; ésta se reduce, en definitiva, a confianza radical en el Padre que
le ama siempre y en cualquier circunstancia, y, por tanto, a obediencia incondicional a su voluntad, a
la que se entrega en todo, incluso en la agonía.
3. Las exigencias morales que va presentando a los discípulos que se disponen a seguirle: fe sin límites
en Dios; desapego de todo, incluso de la propia vida; abnegación cotidiana para seguirle en el camino
de la cruz; amor incluso a los enemigos y perdón sin reservas para poder ser hijos del Padre; servicio
amoroso a los demás... Ahora bien, si Jesús no se hubiese aplicado también a sí mismo estas exigencias,
si su muerte hubiese sido un flagrante mentis a aquella radicalidad que él había pedido a los demás, el
seguimiento después de su muerte ya no habría sido posible. ¿En nombre de qué aceptaron tantos
primeros cristianos el martirio?
¿Cómo se habría podido llegar a concebir la vida cristiana como asimilación de Cristo e imitación de
aquel que se hizo obediente hasta la muerte de cruz? Ahora la hermenéutica de la muerte de Jesús es
el cristianismo apostólico que nació de ella.
Además, Jesús pudo contemplar su epílogo final desde la óptica judía ya clásica de la oposición a los
profetas, de la persecución de los justos. Pudo incluso servirse de la meditación sobre el siervo sufriente
del Deuteroisaías. Por otra parte, sería interesante el estudio de la última cena, donde Jesús se encuentra
majestuosamente en paz con la propia muerte, tras la cual entrevé el banquete nuevo con sus discípulos
en el Reino.
Aquí está la noche oscura de Jesús, y aquí estuvo su fe y su fidelidad: en asumir esa muerte y en
tragarse ese cáliz saltando desde el abandono de Dios hasta las manos del Padre, recuperando la
invocación de Dios como Abbá en el momento mismo de morir y recuperando con ella la vigencia de
su causa (el Reino) en el momento mismo en que parecía perderla. Y quizás habiendo sido capaz de
ver esa muerte no meramente como algo a aceptar en la fe, sino incluso como un acto de servicio al
Reino.
Jesús tuvo que andar su último camino totalmente solo en un aislamiento insondable. Y lo hizo como
lo había hecho siempre: por obediencia para con su Padre y por servicio a los demás. Esta obediencia
y servicio suyos hasta la muerte se convirtieron en el único lugar en que la llegada prometida del Reino
de Dios pudo hacerse realidad de un modo que hizo saltar todos los esquemas existentes hasta entonces.
Al final, Jesús lo único que pudo hacer fue dejar al Padre el modo y manera de esta llegada del Reino
en medio del definitivo abandono y de la noche más profunda de la obediencia desnuda. La impotencia,
pobreza y falta de vistosidad con que el Reino de Dios alboreó en su persona y actividad, alcanzaron
su colmo último y hasta escandaloso en su muerte. Historia y destino de Jesús siguen siendo una
cuestión a la que únicamente Dios puede responder.
5. - Detenido, procesado, condenado
El relato evangélico de la pasión se desarrolla con amplitud desacostumbrada y con abundancia de
información, a veces detallada; lo que da a toda la sección una notable fuerza dramática. Jesús es
arrestado de noche, al término de una inmensa oración solitaria, con la complicidad de un discípulo
traidor, mientras los suyos se dan a la fuga. Luego es llevado ante el tribunal judío del sanedrín y a
continuación ante el procurador romano, por el que, después de alguna tentativa de liberación, fue
condenado a muerte de cruz, tras los insultos de los soldados y del pueblo y algunos gestos de
compasión y de arrepentimiento. El relato insiste repetidas veces en su habitual silencio, interrumpido
sólo en algunos momentos del proceso y durante las horas de la agonía. A los pies de la cruz estaba su
madre...
Pero, no obstante esta información, el historiador no se encuentra en situación de reconstruir con
suficiente exactitud el desenvolvimiento de los hechos, porque se les escapan algunos datos de gran
importancia histórica que los evangelistas no sólo no nos proporcionan, sino que, al contrario, nos los
complican con sus numerosas discordancias de carácter redaccional. Veamos algunos puntos más
problemáticos.
a) Incertidumbres históricas
¿Autoridades judías y romanas actuaron de común acuerdo en la detención de Jesús y en el ulterior
desarrollo del proceso (como parece insinuar Jn: 18,3.12), o fue el sanedrín quien procedió por cuenta
propia? Si fue una decisión autónoma del sanedrín, ¿cuál fue el motivo que lo indujo a proceder contra
Jesús: su doctrina, sus pretensiones mesiánicas, la blasfemia pronunciada por él ante el tribunal o el
temor a una drástica intervención romana? ¿La comparecencia ante el tribunal judío fue un verdadero
proceso, aunque quizá no del todo regular, que se concluyó con una declaración condenatoria
(sinópticos), o más bien un simple interrogatorio ante Anás y Caifás (Juan)? El sanedrín, entre sus
competencias, ¿tenía también la de condenar a muerte, o ésta se la reservaban los romanos para sí?
Estas y otras incertidumbres, probablemente insolubles, ocasionan reconstrucciones de los
acontecimientos parcialmente diversas; pero no impiden llegar a la certeza de fondo por lo que se
refiere a lo esencial, sobre lo cual el cuadro redaccional converge unánimemente.
b) Judíos y romanos
Según el tenor de la narración evangélica, las dos partes entran en juego en el proceso de Jesús, pero
no con la misma fuerza y responsabilidad. Es más que evidente la preponderancia casi exclusiva de la
acción judaica. A este propósito, algunos críticos consideran que se trata de una tendencia casi general
de las narraciones evangélicas (y del resto del NT): concentrar en los judíos toda la responsabilidad de
la condena de Jesús y excusar notablemente a la autoridad romana. Tal tendencia se explicaría a partir
de la particular situación concreta en que se encontraba la Iglesia primitiva en la época en que el
material evangélico nació y fue redactado. El judaísmo oficial se oponía cada vez con más decisión a
la naciente secta cristiana, dejándola desamparada frente al imperio romano; de donde debió surgir la
preocupación de los cristianos por persuadir al imperio sobre sus intenciones pacíficas y sobre las de
su fundador y por distinguir claramente su causa (de naturaleza específicamente religiosa y, por tanto,
inocua) de la de los judíos (de alcance también político...).
Es comprensible que esta situación (el Sitz im Leben) haya influido a la hora de narrar aquel primer
encuentro del cristianismo con el imperio que tuvo lugar en el proceso de Jesús. Pilato es presentado
como administrador imparcial de la justicia, que reconoce repetidamente la inocencia de Jesús y esta
dispuesto a hacerlo liberar; pero permanece víctima de las maniobras judías. (Claramente se trata de
un Pilato distinto de aquel personaje despiadado y cínico que nos describen Flavio Josefo y Filón,
removido de su cargo el año 36 a causa de una sanguinaria masacre de samaritanos). En cambio se
sobrecargan las tintas al presentar la acción de la parte judía, hasta envolver en ella a todo el pueblo...
c) Ante la autoridad judía
Sin duda alguna, debió darse una comparecencia del imputado ante los representantes religiosos de
Israel, quizá también una especie de proceso que en alguna medida implicó al sanedrín; las fuentes son
unánimes sobre este hecho. Pero no es posible determinar el desenvolviento exacto. Jesús se encontró
ante los detentores del poder (sacerdotes, saduceos, ancianos), que actuaron en orden a hacerle morir.
Fariseos y escribas, habituales opositores de Jesús, están casi ausentes del relato de la pasión: no tenían
influjo en la administración pública ni en el sanedrín y eran abiertamente contrarios a la pena de
muerte.
Jesús fue interrogado acerca de sus ideas religiosas y su pretensión de autoridad procedente de Dios:
ésta había sido la causa remota y decisiva por la que le habían conducido a su tribunal. La condena de
Jesús tiene una motivación: por blasfemia. Una blasfemia que el cuarto evangelista ha formulado
maravillosamente: siendo hombre te haces Dios. Te haces, es decir: una blasfemia en ejercicio. Que
no estaba tanto en lo que Jesús dijo de sí, cuanto en su praxis y en su proyecto de vida. Y esta acusación
de blasfemia nos introduce en un punto por el que la muerte de Jesús cobra una particular dureza para
nosotros. La acusación de blasfemia significa que quien condenó a Jesús no fue, por así decir, la
maldad monstruosa de los malos, sino la bondad de los buenos, o la maldad no reconocida de los
buenos o al menos de los bien situados. Este rasgo es el que crea en su discípulos la confusión absoluta
y la imposibilidad de seguir adelante tras su suerte; es el que induce la oscuridad total y la sensación
de abandono en el propio Jesús (condena por blasfemia e impuesta por los representantes oficiales de
Dios). Parecía, pues, una desautorización autorizada de toda la vida de Jesús, un no dado por Dios a la
experiencia del Abbá y del Reino...
Pero en aquellos hombres del poder, de tendencia secularizante y oportunista, las preocupaciones
religiosas tendían a confundirse con las políticas bastante candentes, porque les afectaba directamente.
La descripción de su reunión precipitada en la mañana siguiente a la resurrección de Lázaro, durante
la cual tomaron la decisión de intervenir en el asunto de Jesús, resulta bastante verosímil: una represalia
romana, provocada por el movimiento popular alentado por Jesús, habría sido irreparable para ellos y
para la nación entera (Jn 11,47-53); mejor sería, pues, prevenirla a tiempo, ofreciendo a Pilato la
demostración de su no pertenencia a dicho movimiento. Si actuaron con la previa complicidad del
procurador (como lo defiende Cullmann) o sólo por su espontanea iniciativa, no puede establecerse
con claridad; ciertamente, ellos, que procuraban tener buenas relaciones con el poder de ocupación,
eran muy capaces de mantener con la policía imperial los necesarios contactos oficiales y oficiosos.
d) Ante Pilato
El proceso ante Pilato ofrece mayor seguridad histórica. El hecho de que Jesús haya sido crucificado,
y no lapidado, atestigua la intervención romana definitiva en el incidente y el carácter político que la
imputación acabó asumiendo. La responsabilidad jurídica de la muerte de Jesús es ciertamente de
Pilato.
Las autoridades del sanedrín conducen a Jesús ante el juez romano, acusándolo de perturbar el orden
público y de aspirar a la dignidad real (Lc 23,2). Es decir, se le atribuye el intento de acabar con el
régimen romano en Palestina, delito de conspirar contra el Estado, punible por la ley romana con la
crucifixión. Pilato no podía desinteresarse ante tal acusación. Por eso interroga al imputado: ¿Eres tú
el rey de los judíos?. Jesús -según el testimonio de las cuatro fuentes- responde afirmativamente: ya
no tiene nada que perder...
Pilato acabó considerándolo un hombre no peligroso y, por tanto, inocente (el dato parece histórico, y
es, después de todo, altamente verosímil), pero su convicción no influyó sobre el posterior desarrollo
del proceso. El asunto era políticamente delicado, por el hecho de que habían venido las autoridades
judías en persona a presentar las acusaciones, mostrando su disposición a colaborar con el procurador
en el saneamiento del orden establecido. Negarse a acceder a sus peticiones aparecía como un acto
político altamente erróneo, con consecuencias imprevisibles para la presencia de Roma en Judea; podía
incluso alterar la situación de la calle, originando desórdenes en plenas fiestas pascuales.
La muerte de Jesús podía evitar, al menos por el momento, estos peligros. Y Pilato firmó la condena,
dando por verdadero el delito de revuelta atribuido a Jesús. En el título que hizo clavar sobre la cruz
quedó confirmada la imputación y, paradójicamente, la confesión misma del reo.
Pilato no es, pues, el juez débil a quien las presiones del sanedrín consiguen arrancar una condena que
él no quería, sino que se ve en él al político cínico y juez malvado, dispuesto a sacrificar al inocente a
la razón del Estado.
6. - Muerto por la causa del Reino
El final de Jesús fue, pues, decidido por motivos políticos. En este hecho se basa la interpretación que
algunos han hecho del Jesús histórico: ven en él a un rebelde empeñado en la lucha antirromana, y
como tal, arrestado y condenado.
a) ¿Jesús celota?
La lectura celota de Jesús de Nazaret ha hechizado y continúa hechizando a muchos estudiosos y
escritores, desde Reimarus (1778, a los inicios de la investigación sobre el Jesús de la historia) hasta
Brandon (1967).
Después de un período de más o menos abierta colaboración con los revolucionarios, Jesús se habría
puesto a la cabeza de una revuelta armada, entrando en Jerusalén y asaltando el templo (proyecto celota
de recuperación del estado teocrácrito).
Pero una interpretación nacionalista de lo realizado por Jesús se opone globalmente al material
evangélico, todo él de acuerdo en presentar a un hombre cuya causa es de naturaleza profético-
religiosa.
Entre Jesús y los movimientos de resistencia de su tiempo existe una distancia enorme. Su predicación
del Reino es de una naturaleza totalmente distinta. Exige una moral de amor fraterno que rechaza la
violencia y llega a un perdón sin límites.
En los evangelios se encuentra diseminada por todas partes la contraprueba de la no politicidad de la
acción de Jesús: rechazó desde el inicio el camino del ejercicio del poder político (tentaciones) -pedido
por las masas y por los discípulos-, considerándolo contrario al querer de Dios en lo referente a su
misión.
Este fue el drama de su vida. Drama que tuvo que vivir en soledad, sosteniendo trabajosamente su
extraño modelo de mesianidad, un modelo que no correspondía a ninguna expectativa: Jesús no fue el
mesías de ningún partido ni de ninguna corriente.
b) La política del Reino
Jesús tenía otra óptica, otra política, la del Reino, de la que derivaban con decisión implacable sus
criterios inspiradores. La política del Reino iba mucho más allá de la contingente situación política de
Palestina, aspiraba a un giro más radical, tan amplio como el mundo entero con toda su historia.
Es evidente que la venida del Reino de Dios, predicada con gran fuerza por Jesús, no agotaba su carga
de novedad en el escondrijo secreto de las conciencias, sino que aspiraba también a la creación de un
orden temporal nuevo, en el que las relaciones sociales y económicas quedarían radical y
definitivamente transformadas: desaparición de la endémica división social entre ricos y pobres,
abolición de la marginación social de los pecadores e insignificantes, cambio del dinamismo posesivo
de la autoridad por una disposición a servir sin límites, instauración de un régimen de justicia y amor
como alma de la convivencia humana. En el evangelio el hecho religioso está íntimamente ligado al
socio-político.
El Reino inminente de Dios no quería reducirse a una previsión consoladora para pobres y marginados,
relegada a un plazo escatológico remotísimo; estaba ya sacudiendo la supuestamente inconmovible
situación humana, exigiendo una conversión real incluso en la gestión de la cosa pública. Quizá fue
esto lo que los dueños del poder político percibieron desde el principio en la predicación de Jesús,
hasta el punto de considerarla una seria amenaza contra el orden establecido y custodiado por ellos.
Así se hace comprensible, al menos en parte, que Jesús haya podido aparecer a los ojos de los
poderosos como un revoltoso; y que el auditorio de masa se haya dejado llevar de ilusiones y ensueños
frente a la posible mesianidad nacional del profeta. No es del todo infundada la trasposición en
términos políticos que el sanedrín hizo valer ante Pilato a propósito de la mesianidad estrictamente
religiosa de Jesús. Al traducir la pretendida mesianidad de Jesús en términos crudamente secularizados
(los únicos que Pilato quería entender), el sanedrín se hacía portavoz del alcance también político del
mensaje del Reino.
La crucifixión de Jesús puede ser definida, en cierto sentido, como un error judicial de Pilato y del
sanedrín, ya que Jesús jamás pretendió ser un rey de los judíos; pero hay que decir también que con la
crucifixión se intentaba eliminar de una vez para siempre la voz de aquel que, en nombre del Reino de
Dios ya iniciado, exigía una conversión política inmensa y demasiado realista. La predicación del
Reino había estado grávida de esa exigencia.
La revolución del Reino propugnada por Jesús relativiza la revolución simplemente episódica que los
celotas intentaban. La de Jesús debía ser total y no parcial, comenzando por el difícil cambio del
corazón... Jesús cree en el éxito infalible de la política del Reino; y la aceptación de la desgracia de la
cruz sella para siempre su fe en el Reino e inaugura su venida.
c) Muerto por Dios y por el evangelio
Si el motivo final de su condena fue promulgado en términos políticos, de hecho las causas históricas
de su muerte están ramificadas en su vida pública, en los conflictos sociales y religiosos que con su
predicación y comportamiento cotidiano suscitó en el ambiente en que vivió. Jesús fue eliminado por
causa de su atrevida libertad. Su vida tuvo el aspecto de una herejía en bloque: violaba el sábado en
función de la libertad del hombre, rechazaba la rigorista normativa de la pureza ritual, se arrogaba la
autoridad de reivindicar la ley, rompía con ciertas tradiciones consideradas tan vinculantes como la ley
misma, frecuentaba el contacto con gente considerada vitanda por la ley...
Todo esto era mucho más que una cuestión episódica: daba al traste con la estructura entera de la
religión judaica al tender a trasladar el centro de gravedad de la observancia de la ley a la fe en el amor
misericordioso del Padre que es capaz de salvar incluso a los inobservantes; del culto sacraldel templo
a la caridad profana para con el prójimo necesitado; de la ejecución externa de los preceptos a la
conversión secreta de corazón; y más radicalmente aún: de un Dios garante de la imparcialidad de lo
que está prescrito a un Dios soberanamente creador en su amor hacia todos. Todo esto era como querer
definir de nuevo la religión hebrea, al menos tal como estaba entonces codificada. Y a esto hay que
añadir las pretensiones supermesiánicas que Jesús reivindicaba para su praxis: perdonar los pecados
por propia autoridad, curar a los enfermos de espíritu y de cuerpo, modificar la ley y purificar el templo,
exigir para su seguimiento condiciones de totalidad que sólo Dios podía exigir.
Jesús fue procesado a consecuencia de esta situación conflictiva con su ambiente y con quienes lo
garantizaban. Fue, pues, su evangelio entero lo que se puso en tela de juicio, su modo de comprender
el Reino, el nuevo rostro de Dios que proclamada.
No fue condenada una actuación delictiva particular de los últimos días, sino más bien su persona. El
relato sinóptico de un primer proceso ante el sanedrín, si bien resulta problemático en cuanto
reconstrucción procesual, es, sin embargo, históricamente bastante verdadero como eco de su vida
precedente, de su doctrina, de su comportamiento y de sus pretensiones mesiánicas.
El veredicto que le asignó la cruz fue político, pero las causas históricas que condujeron a él fueron
religiosas. Murió a causa de su evangelio y de su Dios, que le había enviado a predicar su evangelio.
Su muerte fue consecuencia de su vida.

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