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Que la muerte sea una condición itinerante del ser humano con su capacidad decisoria en
orden al fin, no ha ofrecido duda la tradición cristiana, si exceptuamos a Orígenes con su
tesis de una indefinida posibilidad de opción este tema ha sido de gran controversia hasta
el siglo XIV.
1. La época patrística
2. La intervención magisterial.
Con el papa Juan XXII, en un sermón del día de todos los santos del año 13331, fue el que
volvió a plantear la cuestión, volviéndolo una actualidad tan viva como inesperada. Para la
época las dilaciones sobre el juicio habían sido bandonadas. El contenido de este sermón,
siguiendo a San Bernardo, el pontífice distingue entre el seno de Abraham y el altar
celeste. En el seno de Abraham esperaron los justos del AT y esperamos todos consolados
por la humanidad de Cristo, hasta la entrada en el gozo del Señor. Esta exposición fue un
escándalo, lo cual, en otro sermón, (diciembre de 1331) el papa responde a las
acusaciones y confirmando su exposición con la autoridad de Agustín; advierte además
que no puede esgrimirse a esta tesis. Después de varios sermones, Juan XXII declaraba
formalmente que esta doctrina la sostenían como doctor privado, y él mismo pidió que los
teólogos examinaran con detenimiento el problema, manifestándose pronto a cambiar de
opinión si ésta resultaba incompatible con la recta fe. La víspera de su muerte revoco su
parecer, a tal fin había redactado una retractación que publicará su sucesor Benedicto XII.
El nuevo pontífice había sido hombre de confianza de su antecesor, por encargo del cual
emprendería un estudio sistemático del entero problema, su fruto es la obra De statu
animarum sanctorum ante generale judicium, en donde sostenía la no dilación de la visión
de Dios. Donde expone que la vida eterna se entiende la visión del ser divino. El concilio de
Florencia confirma esta doctrina y vaticano hará suyas algunas palabras: los justos ya
purificados “gozan de la gloria contemplando claramente a Dios mismo, uno y trino, tal
cual es” LG 49.
Alguien ha escrito que nuestro siglo podría ser llamado “un siglo de muerte”. No solo
porque en él proliferan, con siniestra periodicidad, las muertes violentamente inferidas.
Sino además porque se ha pensado mucho y bien sobre la muerte. El tema de la finitud es
un tema antropológico que no tiene duda, y no es susceptible de manipulación .
Ella presenta la nota mas abarcadora, el distintivo más infalsificable de la condición
humana.
c)La pregunta sobre la muerte es la pregunta sobre los imperativos éticos de justicia,
libertad y dignidad. ¿es posible predicar estos valores absolutos de sujetos contingentes?
Si un hombre tratado injustamente muere para quedar muerto, ¿cómo se le hace
justicia?, preguntaría Horkheimer. Y si ya no se le pueda hacer justicia a él, ¿con qué
derecho puedo exigir yo que se me haga justicia a mi? ¿Cómo se devuelve la dignidad y la
libertad a los tratados como esclavos si realmente ya no serán más porque la muerte ha
acabado con ellos definitivamente?
d)La pregunta sobre la muerte es la pregunta sobre la dialéctica presente futuro. Vivimos
en un presente poco acogedor, inhóspito, dominado por la alineación, reino de la
contradicción. Por eso soñamos con un futuro que sea patria de la identidad. Pero entre el
presente sufrido el futuro soñado se intercala el hiato, la sima de la muerte
Decir contingencia ¿no será lo mismo que decir inconsistencia, falta de fundamento y, por
tanto, desfondamiento, interinidad incurable?
f)En fin, la pregunta sobre la muerte es una variante de la pregunta sobre la persona,
sobre la densidad, irrepetibilidad y validez absoluta de quien la sufre. La cuestión radical
que plantea la muerte podría formularse así: todo hombre ¿es o no un hecho irrevocable,
irreversible? La realidad persona es una ficción especulativa y debe ser reabsorbida por
esa realidad omnipresente que llamamos naturaleza. Pero entonces, la muerte es, como
pensará el marxismo ortodoxo, un fenómeno trivial, y el pensamiento humano podría
ahorrarse el tiempo que le ha estado dedicando.
Cuanto ntecede sirve al menos para poner de manifiesto que al pensamiento increyente
no le es tan fácil hoy como lo fue ayer afirmar dogmáticamente que la muerte aniquila al
individuo. Que tal afirmación ha devenido problemática se confirma todavía con otro dato:
de un tiempo a esta parte, diversos cultivadores de las llamadas ciencias duras especulan
con la posibilidad de ofertar alguna forma de inmortalidad.
TEOLOGIA DE LA MUERTE:
Las respuestas dadas a estos interrogantes se cifran en la fe, en la resurrección, en la vida
eterna. Lo que procede ahora es diseñar una lectura creyente de la muerte y del morir.
Esta inversión de sentido se patentiza sobre todo el hecho de que Cristo ha muerte para
resucitar. El ser-para-la-muerte que, según el análisis filosófico, es el hombre se retrotrae
a su original vocación. Tampoco el cristiano muere para quedar muerto, sino al igual que
Cristo , para resucitar.
Que el hombre sea homo viator –como diría Marcel- existencia peregrinante, significa que
el tiempo lo es dado como espacio en el que forjar su destino. El termino de su
peregrinación ha de coincidir con su cabal identificación, la muerte ha de importar la
llegada del hombre a sí mismo y, con ello, el comienzo de su permanente forma de ser.
Si la vida tiene sentido, y no es el juego absurdo que pensaba Sartre, la muerte debe darl
al hombre el permanecer durante la eternidad en lo que quiso ser durante el tiempo; y
ello no en virtud de una postrera y aislada decisión, que evacuaría irremediablemente la
vida misma, sino en cuanto suma totalizante de las actitudes vividas y acumulación sin
futuro del entero pasado, convertido ya, de forma irreversible, en presente eterno. Al ser
la muerte anulación de toda posibilidad de devenir, es la facticidad consumada, o, lo que
es lo mismo, término del estado de prueba de su naturaleza.
Como resumen: