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15 CALABRESI, GUIDO, “El coste de los accidentes”, cit., ps. 106 y sigtes.
Así, entre ellos se encuentran16 la cesación de la
violación a la intimidad (art. 1071 bis, Cód. Civil), el
supuesto del daño temido, que constituye amenaza de
daño (art. 2499, Cód. Civil), el impedimento para que
sigan dañando las inmisiones materiales (art. 2618,
Cód. Civil), el cese del uso de obra de propiedad
intelectual (art. 79, ley 11.723), la finalización del uso
inapropiado de la vivienda de propiedad horizontal
(art. 6º, ley 13.512), la obstaculización para que se
continúe utilizando indebidamente el nombre de una
persona por otra (art. 21, ley 18.248), la prevención de
la contaminación de aguas u otros elementos del medio
ambiente (arts. 1º y 2º, ley 22.190), la preservación del
aire (art. 10, ley 20.284), la cesación de actos
discriminatorios (art. 1º, ley 23.592), la amenaza de
daños a consumidores (arts. 52 y 55, ley 24.240), la
prevención de los riesgos y la reparación de los daños
derivados del trabajo (art. 1º, ley 24.557), la prevención
en materia de defensa de la competencia (arts. 1º y 35,
ley 25.156), la que se establece en materia ambiental
(arts. 4º y 32, ley 25.675), la prevención en materia de
daños personales de la ley vial nacional (art. 68, ley
24.449), entre otros.
En la órbita procesal, se enumeran las vías que
facilitan la implementación de la “tutela inhibitoria
sustancial”, entre ellas la acción de amparo, el proceso
autosatisfactivo, las medidas autosatisfactivas, las
cautelares, los procesos monitorios. También los
Códigos de forma traen normas que apuntalan la
“función preventiva” de la “responsabilidad civil” como
los arts. 623 bis y 623 del CPCCN.
El debate es si el juez sin una norma que sustente la
aplicación de la “tutela inhibitoria” puede aplicar el
principio de prevención, sea de oficio o a pedido de
parte. Sin perjuicio de ello la Corte Suprema de Justicia
de la Nación ha trazado en materia de salud un camino
en ese sentido basando la operatividad de la “tutela
16 Ver el desarrollo de los supuestos que se presentan en: LORENZETTI,
RICARDO L., “La tutela civil inhibitoria”, LA LEY, 1995-C, 1217 y sigtes.
inhibitoria” en el marco que difunde la Constitución
Nacional y los tratados internacionales incorporados a
nuestro ordenamiento jurídico.
exponer cómo tales derechos se ven lesionados por un acto ilegítimo o por
qué existe seria amenaza de que ello suceda, a los efectos de viabilizar la
acción de amparo, y que en dicha tarea será relevante determinar si,
asumiendo la justiciabilidad de un caso, un pronunciamiento favorable al
demandante podría reparar el daño invocado, teniendo en cuenta que un
daño es abstracto cuando el demandante no puede expresar un agravio
diferenciado respecto de la situación en que se hallan los demás
ciudadanos, y tampoco puede fundar su legitimación para accionar en el
interés general en que se cumplan la Constitución y las leyes.
art. 12, inc. c) del Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales; inc. 1º, arts. 4º y 5º
de la Convención sobre Derechos Humanos —Pacto de
San José de Costa Rica— e inc. 1º del art. 6º del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, extensivo
no sólo a la salud individual sino también a la salud
colectiva. El Estado no sólo debe abstenerse de
interferir en el ejercicio de los derechos individuales
sino que tiene, además, el deber de realizar
prestaciones positivas, de manera tal que el ejercicio de
aquéllos no se torne ilusorio. En tal sentido, el legislador
sancionó la ley 23.798, cuyo art. 1º declara de interés
nacional a la lucha contra el Síndrome de
Inmunodeficiencia Adquirida, entendiéndose por tal a la
detección e investigación de sus agentes causales, el
diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, su
prevención, asistencia y rehabilitación, incluyendo la de
sus patologías derivadas, como así también las medidas
tendientes a evitar su propagación, y su art. 4º impone
obligaciones de hacer al Estado, entre ellas, la de
desarrollar programas destinados al cumplimiento de
las acciones descriptas en el art. 1º, gestionando los
recursos para su financiación y ejecución además el
deber de promover la capacitación de los recursos
humanos, propender al desarrollo de las actividades de
investigación, aplicar métodos que aseguren la
efectividad de los requisitos de máxima calidad y
seguridad, cumplir con el sistema de información que
se establezca y la detección del virus y de sus
anticuerpos en la sangre humana destinada a
transfusión, elaboración de plasma u otros derivados
sanguíneos de origen humano para cualquier uso
terapéutico. Dichos principios llevan a concluir que el
Estado tiene la obligación de suministrar los reactivos y
medicamentos necesarios para el diagnóstico y
tratamiento de la enfermedad. Más aún, el art. 8º de la
ley reconoce expresamente el derecho de las personas
portadoras, infectadas o enfermas a recibir asistencia
adecuada. Por ende, corresponde analizar si la ley
23.798 impone tales obligaciones con exclusividad al
Estado nacional, o en concurrencia con los Estados
locales”, determinando, por último, que “…la
responsabilidad del Estado, en su condición de
Autoridad de Aplicación que diseña el plan de
distribución de los medicamentos, no se agota con las
entregas, sino que debe velar por su correcto
cumplimiento, asegurando la continuidad y regularidad
del tratamiento médico”.
Ese mismo año 2000, meses más tarde, en
“Campodónico de Beviacqua, Ana Carina”22, la madre
de un menor nacido con un padecimiento grave en su
médula ósea había deducido “acción de amparo” contra
el Ministerio de Salud y Acción Social que había privado
a su hijo de la prestación necesaria que le era
suministrada sin cargo por dicho organismo. El Estado
nacional había sido condenado a la entrega de las dosis
requeridas tanto en primera como en segunda instancia
y, por tal motivo, había interpuesto un recurso
extraordinario, el que fuera denegado y en por la queja
motivó el pronunciamiento de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación que confirmó la sentencia
recurrida. Así, siguiendo la línea trazada en los leading
cases anteriores, este tribunal argumentó, por mayoría,
que “…no es plausible considerar que mediaran
razones de ‘comodidad’ en el procedimiento que siguió
la actora en resguardo de la salud de su hijo, pues si
hubiese tenido asegurada la asistencia que requería —
como supone la demandada— no habría debido acudir
a un amparo judicial para lograr la entrega del
medicamento que podía obtener regularmente de su
propia obra social”, “…el derecho a la vida es el primer
derecho de la persona humana que resulta reconocido y
garantizado por la Constitución Nacional (…). También
22 CSJN, 24/10/2000, “Campodónico de Beviacqua, Ana Carina c.
Ministerio de Salud y Acción Social. Secretaría de Programas de Salud y
Banco de Drogas Neoplásicas”, LA LEY, 2001-C, 32 con nota de Walter F.
Carnota, Colección de Análisis Jurisprudencial. Derechos humanos y
garantías - Director: Juan Antonio Travieso – Ed. La Ley, 2002, 51 con nota
de Martha Zilli de Miranda, LA LEY, 2001-D, 23 con nota de Víctor
Abramovich y Chiristian Courtis, DJ, 2001-2, 94, JA 2001/03/28, 37,
Colección de Análisis Jurisprudencial. Elems. de Derecho Administrativo -
Julio Rodolfo Comadira, 65, AR/JUR/1385/2000.
ha dicho que el hombre es eje y centro de todo el
sistema jurídico y en tanto fin en sí mismo —más allá
de su naturaleza trascendente— su persona es
inviolable y constituye valor fundamental con respecto
al cual los restantes valores tienen siempre carácter
instrumental (…)” (los agregados entre paréntesis son
nuestros), y citando la causa anterior “Asociación
Benghalensis y otros” que “…a partir de lo dispuesto en
los tratados internacionales que tienen jerarquía
constitucional (art. 75, inc. 22, Ley Suprema), ha
reafirmado en recientes pronunciamientos el derecho a
la preservación de la salud —comprendido dentro del
derecho a la vida— y ha destacado la obligación
impostergable que tiene la autoridad pública de
garantizar ese derecho con acciones positivas, sin
perjuicio de las obligaciones que deban asumir en su
cumplimiento las jurisdicciones locales, las obras
sociales o las entidades de la llamada medicina
prepaga. Que los aludidos pactos internacionales
contienen cláusulas específicas que resguardan la vida
y la salud de los niños, según surge del art. VII de la
Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre, del art. 25 inc. 2° de la Declaración Universal
de Derechos Humanos, de los arts. 4°, inc. 1°, y 19 de
la Convención Americana sobre Derechos Humanos —
Pacto de San José de Costa Rica—, del art. 24, inc. 1°,
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y
del art. 10, inc. 3°, del Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales, vinculados con la
asistencia y cuidados especiales que se les deben
asegurar. Que ese último tratado reconoce, asimismo,
el derecho de todas las personas a disfrutar del más
alto nivel posible de salud física y mental, así como el
deber de los estados partes de procurar su satisfacción.
Entre las medidas que deben ser adoptadas a fin de
garantizar ese derecho se halla la de desarrollar un plan
de acción para reducir la mortalidad infantil, lograr el
sano desarrollo de los niños y facilitarles ayuda y
servicios médicos en caso de enfermedad (art. 12,
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales).Que los estados partes se han obligado
‘hasta el máximo de los recursos’ de que dispongan
para lograr progresivamente la plena efectividad de los
derechos reconocidos en dicho tratado (art. 2° inc. 1°)”,
es decir que “…el Estado nacional ha asumido, pues,
compromisos internacionales explícitos encaminados a
promover y facilitar las prestaciones de salud que
requiera la minoridad y no puede desligarse
válidamente de esos deberes so pretexto de la
inactividad de otras entidades públicas o privadas,
máxime cuando ellas participan de un mismo sistema
sanitario y lo que se halla en juego es el interés
superior del niño, que debe ser tutelado por sobre otras
consideraciones por todos los departamentos
gubernamentales (art. 3°, Convención sobre los
Derechos del Niño, ya citada)”. Es así que “…lo
expresado pone en evidencia la función rectora que
ejerce el Estado nacional en este campo y la labor que
compete al Ministerio de Salud y Acción Social, como
autoridad de aplicación, para garantizar la regularidad
de los tratamientos sanitarios coordinando sus acciones
con las obras sociales y los estados provinciales, sin
mengua de la organización federal y descentralizada
que corresponda para llevar a cabo tales servicios
(véanse, asimismo, en este sentido, las ‘Políticas
Sustantivas e Instrumentales’ de la Secretaría de Salud,
aprobadas por dec. 1269/92)”, que “…la decisión de
prestar asistencia al menor, adoptada oportunamente
por la autoridad nacional hasta que resolvió interrumpir
la entrega de la medicación, había atendido a la
situación de urgencia y extrema necesidad que tenía el
tratamiento prescripto para salvaguardar la vida y la
salud del niño, lo que se ajustaba a los principios
constitucionales que rigen en esta materia y a las leyes
dictadas en su consecuencia, según han sido
examinadas anteriormente”, y, fundamentalmente, que
“…la prolongación de ese estado —puesto de
manifiesto en las actuaciones que llevaron al a quo a
concluir que la afiliada no había recibido tratamiento
sanitario efectivo por aquella entidad— priva de
sustento a los planteos de la parte que pretenden negar
una obligación de ayuda al menor en defecto de la obra
social, toda vez que subsisten al presente las razones
‘exclusivamente’ humanitarias que dieron lugar a la
entrega del remedio, las cuales, por otra parte, no
pueden ser entendidas sino como reconocimiento de la
responsabilidad de la demandada de resguardar la vida
del niño”. Otra vez la Corte Suprema continúa en la
línea de la función preventiva también en el marco de
un “amparo”, a diferencia de lo resuelto en “Camacho
Acosta” de 1997 que lo fue en un “proceso de daños y
perjuicios”, como en un antecedente que reseñaremos
infra “P., H. P. y otro” de 2011.
En 2001, en “M. M.”23, se resolvió un caso en el cual
un menor residente en la provincia de Santa Fe que
carecía de cobertura médica había contraído parálisis
cerebral y en el que su padre adoptivo había solicitado
ante la justicia federal que el Estado nacional le
brindase los servicios básicos de rehabilitación. En
primera y segunda instancia se había ordenado al
Servicio Nacional de Rehabilitación y Promoción de la
Persona con Discapacidad que suministrara las
prestaciones pertinentes. La perdidosa había ocurrido
en queja ante la Corte nacional, por habérsele
desestimado el extraordinario que consideró mal
denegado. Aquí, la Corte, con mayoría absoluta,
reiterando su postura frente al derecho a la vida y al
derecho a la salud, remarcó con cita de otro
antecedente que “…el Estado Nacional no puede
desentenderse de aquellas obligaciones so pretexto de
la inactividad de otras entidades —públicas o privadas
— pues es el encargado de velar por el fiel
cumplimiento de los derechos constitucionales que
amparan la vida y la salud de los niños y de asegurar la
continuidad de los tratamientos que necesiten, habida
23 CSJN, 16/10/2001, “M., M. c. Estado Nacional - Ministerio de Salud y
Acción Social - Comisión Nacional Asesora para la Integración de Personas
Discapacitadas - Servicio Nacional de Rehabilitación y Promoción de la
Persona con Discapacidad”, LA LEY, 2001-F, 505, DJ, 2001-3, 657, ED
27/03/2002, 13, JA 2002-II, 425, Sup. Const 2002 (agosto), 39, LA LEY,
2002-E, 299, Colección de Análisis Jurisprudencial. Derechos humanos y
garantías - Director: Juan Antonio Travieso, Ed. La Ley, 2002, 95 con nota
de Adrián Ventura - Fallos: 324:3569 - AR/JUR/1547/2001.
cuenta de la función rectora que también le atribuye la
legislación nacional en ese campo y de las facultades
que debe ejercer para coordinar e integrar sus acciones
con las autoridades provinciales y los diferentes
organismos que conforman el sistema sanitario en el
país, en miras de lograr la plena realización del derecho
a la salud”. Y enfatizó en que “…la responsabilidad que
debe asumir el Estado nacional en la asistencia y
atención del niño discapacitado, de la que no cabe
sustraerse en razón de demoras contingentes en la
puesta en funcionamiento del respectivo sistema
sanitario en las provincias; por lo que debe mantenerse
el fallo que condenó al referido Servicio Nacional de
Rehabilitación a proveer las prestaciones de salud
solicitadas, más allá de la actividad que le corresponda
ejercer, en su caso, para lograr la adecuada
participación de la autoridad local en esa materia (conf.
leyes 9325 y 11.518, especialmente art. 4°, incs. a y e,
provincia de Santa Fe)”.
En 2003, en “Asociación de Esclerosis Múltiple de
Salta”24, había sido promovida una “acción de amparo”
por una asociación civil que propendía a la defensa de
los enfermos de esclerosis múltiple tendiente a
impugnar la resolución del Ministerio de Salud 1/01, que
había excluido del tratamiento cubierto por el Programa
Médico Obligatorio —PMO— a quienes no habían tenido
brotes o exacerbaciones en los últimos dos años o
habían padecido síndrome desmielinizante aislado. En
primera y segunda instancia se había acogido el
reclamo. La decisión de la alzada fue recurrida en
extraordinario, pero la Corte Suprema la confirmó en lo
sustancial con adhesión al dictamen del Procurador
General de la Nación, reconociéndole legitimación
activa al promotor de la acción y negándosela al
Defensor del Pueblo, quien había prestado su adhesión
a la misma. Ese dictamen, siguiendo con la postura
33 La Cámara, resulta del propio fallo de la Corte citado infra, había
señalado que ni aun a título de “chance” —representada por la posible
ayuda económica que podía prestar en el futuro un hijo— correspondía
fijar suma alguna.
preámbulo de la Carta Magna”34.
Así, en la misma fecha que ese precedente, pero en
un caso donde la Corte debía resolver si la pensión
prevista para un soldado que había tenido un
accidente mientras cumplía el servicio militar
obligatorio era indemnizatoria, el Alto Tribunal sostuvo
que “...la responsabilidad que fijan los arts. 1109 y
1113 del Código Civil sólo consagra el principio general
establecido en el art. 19 de la Constitución Nacional que
prohíbe a los ‘hombres’ perjudicar los derechos de un
tercero. El principio del alterum non laedere,
entrañablemente vinculado a la idea de reparación,
tiene raíz constitucional y la reglamentación que hace
el Código Civil en cuanto a las personas y las
responsabilidades consecuentes no las arraiga con
carácter exclusivo y excluyente en el derecho privado,
sino que expresa un principio general que regula
cualquier disciplina jurídica. Ninguna disposición
constitucional destaca la posibilidad de un tratamiento
distinto entre las personas privadas o públicas (Estado)
y el art. 100 de la Carta Magna menciona a la Nación
como justiciable por cualquier clase de causa, por lo
que resulta indudable también desde este ángulo la
existencia de responsabilidad estatal en el sub lite”35.
Es así como se concibe jerarquía constitucional al
crédito a la reparación por los daños sufridos con
motivo de un hecho36.