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PINO QUE VUELA

– Ramazón cerrada y rancho abandonado ¿qué mejor abrigo para en la noche y qué mejor
picoteadero para en la mañana? – Dijeron a una las guajolotas silvestres cuando vieron aquel pino
frondoso y aquel jacal destartalado.

–Sííí… –Atajó el abuelo Moco Rojo. Pero ni piensen en anidar abajo ni en poner huevos, por que
donde hay casa, hubo humano y donde hubo humano…

–Pero aquí no se ve ningún rastro reciente de esa raza. –Replicaron las pavas.

–Sí, pero esa especie siempre vuelve y cuando vuelve… Además, somos pájaros, carajo, y como
pájaros podemos pajarear la noche cuando sea necesario. Así que ¡Arriba todos; a las ramas altas
los chicos y a las bajas los grandes! –Ordenó enérgico esponjando la cola en un abanico de bordes
rojizos, dorados y verdes.

Y empezó aquel batir de alas torpes; aquel arañar de cáscaras resinosas; aquel acurrucarse los
unos por encima de los otros hasta terminar cubriendo los brazos del pino con patas de cuatro
dedos y un espolón.

Y el árbol quedó entonces coronado de frutos emplumados que muy pronto fueron entrando en el
sueño y, contagiando, el pino fue silenciando sus agujas para que no silbaran con el viento.

Clareaba ya la madrugada, cuando el hombre avistó desde lejos su rancho. Distinguió primero el
bulto oscuro del jacal. Luego la silueta del pino contra el alba. Iba retirando la mirada cuando notó
aquellos bultos entre las ramas. La regresó apurado y la fijó en uno de ellos. Y no tardó en
completar la figura inconfundible de un gran guajolote dormido. Entonces sofrenó su caballo, se
apeó cuidadoso y lo amarró de la rienda. Luego caminó sigiloso por entre el bosque al tiempo que
anudaba un nudo tras otro en su larguísima reata.

Cuando llegó al pie del pino guardo un momento de quietud, y, conteniendo el aliento, empezó a
rascar suavemente la pata del primer animal. El pavo la levantó dormido y el hombre colocó el
primer nudo corredizo. Siguió con el segundo, luego con el tercero y el que seguía y todos los que
iban respondiendo a su caricia y levantando la pata que él iba amarrando con cuidado. ‘No hay
güíjolo al que no le guste que le rasquen la patita‘ pensó divertido y siguió atando y atando sin
cuidarse ya de guardar el sigilo debido.

Fue por eso que el gran tío Cresta Gacha abrió un ojo y le dio la vuelta entera. Y alcanzó a ver
clarito cómo el hombre bajaba del árbol y se dirigía al caballo en busca de la escopeta.

¡¡HUMANO A LA VISTA, LA VISTA, LA VISTAAA…!! –Gorgoreó su grito de alarma con tod su cuello. Y
entonces, que se despiertan todos a una y se dan cuenta de que están atados y de que el hombre
ya viene cortando cartucho.

¡Todos al vuelo… todos al vuelo…! –Gritan entonces Papada Gris y Patas Moradas.
¡A batir las alas, las alas, las alas…! –Ordena Pico Púrpura.

¡A jalar parejos, parejos, parejos…! –Remachan Doña Gorgorococa y Doña Coconorica.

–¡A la unaaa… alas doooos… y, a las treees…! –Ordenan juntas las pavas madres y todos a un
tiempo aletean con toda su fuerza y jalan con todo su susto hacia arriba.

Entonces el pino se cimbra; sus ramas se estiran; su tallo se mece; sus raíces rechinan y…

Y el hombre llega disparando cuando ya el árbol se eleva por encima del jacal; por arriba del
bosque; por sobre el cerro y, azorado, baja el armar para ver, con ojos desorbitados y baba larga,
cómo la ramazón emplumada va disminuyendo de tamaño hasta convertirse en un ala verde que
flota en el cielo.

Gerardo Cornejo

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