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ACCIÓN CIVIL

Un caso legal de demanda puede ser muchas cosas. Para algunos se tratará de una lucha por
lo correcto, por la justicia y la verdad, para otros, en el lado opuesto, verán una vía para salir
libres a pesar de una culpa o una falta, pero también, para algunas personas, podría verse
como un espectáculo, una fuente de ingresos, una negociación o un choque de ideas. Una
demanda legal es todo en uno, según quién se involucre en ella, y cómo.

En Una acción civil (EUA, 1998), Jan Schlichtmann es un abogado experto en demandas de
daño corporal, aquellas en las que las personas sufren, o sufrieron, de problemas de salud
causados directa o indirectamente por las acciones de a quienes demandan, por ejemplo,
alguien que tiene que ser hospitalizado tras un accidente automovilístico, o alguien que sufre
contusiones después de una disputa de riña. En la historia, Jan y su equipo deciden tomar el
caso de ocho familias cuyos hijos han muerto de leucemia en un pequeño pueblo cerca de
Boston, en Estados Unidos; los afectados afirman que las muertes fueron producto del agua
contaminada de la ciudad y la causa probable apunta a responsabilidad de una empresa que
derrama líquidos tóxicos.

En la historia, para Schlichtmann y su equipo de trabajo, la situación de demanda representa


una ganancia financiera, pues aquellos que se desempeñan en el área de daño corporal
normalmente logran evitar ir a juicio, toda vez que, la mayoría de las ocasiones las partes
involucradas en el conflicto llegan a un acuerdo monetario. En consecuencia, el modo
operativo de los abogados especializados en este tipo de casos les gana fama de
aprovechados, de abusivos, gente que se beneficia de la desgracia de los demás, que lucra
con la pena ajena. “Toda la intención de la demanda es llegar a un acuerdo”, dice este hombre
en un punto de la película. Es como si en el fondo, en efecto, se buscara una forma de reparar
el daño sufrido con dinero. El problema es que el dinero no siempre puede hacerlo. Puede,
en ocasiones, ayudar a pagar las cuentas del hospital en caso de que se trate, por ejemplo, de
un accidente que deja lesiones y secuelas al afectado, pero, cuando alguien muere, ¿de qué
sirve el dinero?, ¿por qué mercantilizar el dolor por la muerte del ser querido?

Así lo razonan los padres que interponen la demanda y dicen que ellos no están ahí por el
dinero, sino porque buscan una disculpa; lo que en el fondo quieren es ponerle cara a un
responsable para poder culparlo de lo sucedido. Buscan una forma de desahogo, una figura
tangible, un rostro, un nombre hacia donde enfocar su enojo y su pesar, para que, al mismo
tiempo, el identificado como responsable tome conciencia de sus acciones, asuma las
sanciones jurídicas, administrativas y económicas que el gobierno de la ciudad y el sistema
de justicia deberían establecer derivado de lo éticamente correcto. Las familias quieren que
la ciudad sea limpiada, su agua deje de estar contaminada, que se regulen las acciones de
tratamiento correcto de desechos contaminantes, que se exija a las empresas actuar con
responsabilidad para proteger el medio ambiente, para evitar que más casos de niños y gente
enferma se sigan acumulando, para evitar fallecimientos innecesarios.

La estrategia de la negociación y la imagen, las apariencias y la manipulación emocional, a


través de los padres fungiendo como testigos de la situación, contando sus historias de
tragedia, es una táctica que se convierte en un arma de doble filo. Para Schlichtmann,
acostumbrado a evitar el juicio y a llegar siempre a un acuerdo monetario que le permita
ganancias y deje al cliente satisfecho, el problema se vuelve irresoluble por el afán de las
familias afectadas en no aceptar dinero sino exigir una solución ética. La negociación,
eventualmente, no tiene un motivo porque no cubre las necesidades de la comunidad, de los
demandantes, de la ética misma. Brota entonces un sentido de culpa que pesará sobre sus
hombros al no comprobar que las acciones de las empresas involucradas, una tenería y la
empresa de comida asociada con la anterior, son responsables de la contaminación del medio
ambiente del lugar.

Para el abogado que representa a esta compañía de alimentos, los testimonios pueden
significar su fracaso, precisamente porque las historias de vida podrían crear una situación
empática con el jurado que, en consecuencia, darían luz verde para encontrarlos culpables.
“Los juicios son una corrupción de todo el sistema legal”, dice esta persona, subrayando así
una realidad, el juicio no siempre representa el epítome de la justicia. “Un tribunal no es un
lugar para buscar la verdad”, añade en otro punto de la historia, recalcando que su trabajo es
ganar a favor de su cliente, sea culpable o no. Según su perspectiva, la clave es no
involucrarse en el caso, porque si como abogado juzga lo correcto o lo incorrecto de la
situación, según su propio punto de vista ético, entonces su juicio se nublará y su esfuerzo
por ganar no responderá al fin por el que es contratado, ni a lo correcto, ni a la verdad, no lo
hará por sus clientes, sino por un motivo personal.

Schlichtmann pierde el caso por muchas razones. Su obsesión personal por responder con la
mayor garantía a sus clientes es una de ellas y, lo peor, es que va ligado con su ego, con su
deseo de triunfar y hacer un bien a gente con quienes se comprometió, incluso conociendo
que no siempre fue algo viable. Y es que el caso nunca llega a proceder en todas sus
ramificaciones porque antes de que los testimonios de las familias puedan ser escuchados, se
alega una acción para desestimar la acusación en contra de la compañía de alimentos (el acta
96 F.R.D 431), en una lógica igual de subjetiva y literal, argumentando que, si hubo
contaminación, fue porque la tenería derramó químicos, por tanto, la responsabilidad directa
es de ellos, no de la empresa que los contrata.

El recoveco de esta cláusula en dicha acta es una interpretación amañada de la ley, que se
aprovecha de términos poco claros y que no pueden ser tomados de forma acartonada, porque
implican muchas otras cosas, pero que son presentados por los abogados de la empresa
envueltos en tecnicismos legales, para así lograr su objetivo, zafarse del conflicto. Entonces
la empresa es excusada porque no puede establecerse la relación con el hecho delictivo,
impidiendo de esta manera la posibilidad de profundizar en la búsqueda de la responsabilidad
ética por privilegiar los negocios por encima de los efectos en el medio ambiente y los
perjuicios en la salud de los ciudadanos. Es también, visto desde otro punto de vista, una
forma de cortar la conexión directa con el culpable material, por así decirlo, para deshacerse
del problema antes de que alcance más directamente a la empresa.

El proceso jurídico y la interpretación de la ley se enfocan entonces en formulismos y olvidan


que el verdadero problema es la forma irresponsable con que la empresa trata los desechos
contaminantes y la agresión sanitaria que representa su actuar hacia la ciudad, las familias
que ahí habitan y la naturaleza en general.
Al final, los demandantes deben conformarse con una suma mínima de compensación, en
lugar de arriesgarse a perderlo todo; pero por lo menos abriendo el suficiente camino para
encontrar la verdad, que la información sobre el desecho de químicos a las aguas y suelos del
lugar está ahí, sólo que escondida entre mentiras y evidencia no presentada porque, los
mismos trabajadores y dueño de la tenería, han hecho lo necesario para ellos mismos
sobrevivir al sistema.

El abogado defensor, sin recursos para continuar con el proceso legal, deja el caso en manos
de la Agencia de Protección Ambiental, para apelar el caso, descubriendo entonces que su
enfoque siempre estuvo equivocado y que lo más importante de la demanda no son las
familias o los niños fallecidos, no es el llamado a la ética o el deseo de castigar a quienes
fueron responsables de tirar materiales químicos al agua, sino limpiar el ambiente y cuidar
de él, que es, a fin de cuentas, el que provee al hombre de recursos para vivir, es enfatizar
que la contaminación afecta al mundo, a la tierra y a los recursos naturales y, por ende, al
hombre mismo, en su salud y su desarrollo. Jan Schlichtmann lo veía como un caso legal
donde manipular las partes para obtener dinero, a través de una puesta en escena teatral de
los hechos, cuando, en el fondo, la demanda era mucho más grande que él y el enfoque que
quiso darle.

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