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TEMAS LIBERALES
Por Franklín López Buenaño
INDICE
Ideas Liberales
Libertad y Seguridad
Errores Comunes
Saltos de Lógica
¿Socialismo Liberal?
Declaración de Gratitud
*
El Dr. Franklin López Buenaño tiene un B.S. y M.S. en Ingeniería Química, un M.A. y Ph.D. en
Economía. Es profesor de la Universidad de New Orleans y comentarista semanal del diario El Universo
de Guayaquil.
individualismo, o propugnar la privatización de las empresas públicas, o ser
tolerantes de la flaqueza ajena. Es eso y mucho más: Ser liberal es conocer las
condiciones necesarias de la libertad y la prosperidad individuales y luchar por su
aplicación.
¿Puedo saber con certeza si el césped es verde? No. ¿Puedo probar que el
césped no es azul? Sí, si defino como azul el color del cielo. La búsqueda de la
verdad, el proceso científico, requiere de definiciones, de supuestos, de
aproximaciones porque la verdad absoluta no se puede probar. Para el filósofo
español Ortega y Gasset la consecución de la verdad implica duda, tanteo. La
verdad sin la duda no existe, se la puede definir pero no conocer con certeza. Es
sumamente peligroso y anticientífico instalarse en ella como si fuera una casa
para siempre. La razón nunca puede alcanzar científicamente la verdad absoluta
pero nos acercamos a ella experimentando, analizando, sintetizando, corrigiendo
y rechazando errores, volviendo a empezar desde un nivel de verdad más
avanzado. El liberalismo no niega la existencia de la verdad absoluta o de
verdades absolutas sino que sostiene que sólo en libertad el hombre puede
buscarlas o afanarse por conseguirlas.
Esta concepción liberal del Estado implica que los derechos de los
ciudadanos anteceden al Estado, el contrato social se suscribe para defender los
derechos de sus participantes; el gobierno no define ni confiere derechos, por
eso, la autoridad nacional (el gobierno) sólo puede tener suficiente poder para
asegurar o garantizar los derechos individuales. El Contrato Social confiere
poderes a la autoridad pero al mismo tiempo limita el poder para evitar los
excesos. Por lo tanto, las libertades individuales se deben concebir sólo de una
manera negativa, como limitaciones al poder del Estado en defensa del individuo.
Por ejemplo, la libertad de prensa significa que el gobierno no puede dictar ni
obligar a la prensa a expresarse de esta manera o aquélla, pero esto de ninguna
manera significa que el Estado está en obligación de dar a los ciudadanos
"derecho" a una página en un periódico o a una hora en una estación de radio.
La libertad de trabajo significa que el Estado no puede impedir ni obligar a una
persona a dedicarse a la ocupación de su preferencia, tampoco puede obligar a
que acepte un determinado salario o trabaje un número determinado de horas.
Pero esto no implica que el gobierno esté en obligación de dar empleo u
ocupación a cualquier ciudadano que lo solicite.
Pero hay leyes buenas y leyes malas. Las malas leyes son las que impiden la
competencia, las que transfieren la propiedad al Estado, las que se dictan para
controlar precio o producción, las que obligan a la uniformidad. (La normalización
o estandarización desincentivan la búsqueda de la excelencia y la especialización
de los mercados). Las buenas leyes no permiten saber de antemano a quienes
va a beneficiar, son simples, claras, ciertas y generales. Si son complicadas o
nadie las entiende, si son ambiguas o sujetas a muchas interpretaciones, si no
son ampliamente reconocidas y establecidas para regir a largo plazo o si se
aplican a solo un grupo o una clase, la ley es fuente de corrupción y de abuso, no
de justicia. Aun si todas las leyes fueran buenas, si no hay quien las haga cumplir,
si no existe un gobierno y un sistema judicial adecuados, es como si no
existieran. Si el sistema de administración de justicia no es expedito, si no es
justo, no hay confianza para producir.
Libertad y Seguridad
Por ello hay que establecer límites precisos al poder. La frase "poder que no
abusa no es respetado" tiene que desaparecer del horizonte social. Lo contrario
debería cierto "poder que abusa no es respetado". El déspota no puede salirse
con la suya. Pero así como el poder del gobernante debe ser limitado, también se
debe impedir el despotismo del gobernado. La frase "la ley se acata pero no se
cumple" es la otra cara de la misma moneda. Cuando el abuso de gobernantes y
de gobernados es ubicuo, el pueblo se vuelve cínico y pesimista, para
compensar--a la larga--el abusivo será abusado, y el ciclo se perpetuará.
Nada es más cierto hoy día que el adagio de Sócrates: "sólo sé que nada sé".
El mundo moderno confirma que el conocimiento humano es indefinido e
inconmensurable. No importa cuanto llegamos a saber, sigue siendo minúsculo
en comparación con lo que desconocemos. El ser humano tiene una propensión
innata a la curiosidad, a saber más. Transcender las barreras de la ignorancia es
una constante humana, la vida misma es una serie sin final de saltos
espontáneos de aprendizaje, y al final, cuando más se aprende más consciente
se vuelve uno de su propia ignorancia.
El segundo punto hayekiano tiene que ver con el orden. Para una gran
mayoría de gente el orden en el mundo es físico (árboles, montañas, sistema
solar) en el cual sus elementos surgen y evolucionan naturalmente, o es artificial
(relojes, mesas, estatuas), producto del diseño intencional de la planificación del
hombre. Esta última concepción da lugar a que socialistas y estatistas crean que
gobernantes y burócratas bien intencionados pueden planear y benévolamente
dirigir las economías hacia la prosperidad; de igual manera, los conservadores y
ciertos moralistas creen que los gobernantes también pueden enderezar y crear
una sociedad civil y ética.
Para Hayek, existe un tercer orden: uno espontáneo que surge del
quehacer individual pero que no es planeado ni diseñado específicamente para
un propósito preconcebido. Un ejemplo clásico es el dinero. Nadie lo inventó.
Apareció y se desarrolló por los beneficios que los hombres encontraron en su
accionar diario, porque reduce de manera considerable lo que los economistas
llaman costos de transacción: costos de trueque, transporte, falsificación,
duración, etc.
El tercer punto de Hayek trata de los límites del conocimiento humano, sobre
todo en lo concerniente al mercado. Es imposible para cada individuo conocer la
combinación de bienes y servicios que satisfacen mejor los deseos de los
consumidores, cuáles son los precios que se deben poner a las mercaderías o al
trabajo y quiénes son los individuos más eficientes para desempeñarse en esta o
aquella ocupación. Como toda ciencia, el mercado es un proceso de
descubrimiento en el cual tanto trabajadores como empresarios, comerciantes o
industriales, profesionales o empleados, experimentan con lo que pueden ofrecer
para maximizar sus propias conveniencias. Los precios surgen como señales
reveladoras de los deseos de los participantes en el mercado.
Esta perspectiva implica que aun los mejores hombres, por sabios o
benévolos que sean, apenas pueden vislumbrar una pequeña parte de los
resultados de las políticas propuestas por los gobernantes. Según Hayek,
cualquier intento de manipulación de los sistemas sociales siempre tendrá como
resultado consecuencias adversas y hasta perversas. Y mientras mayor el
esfuerzo de los gobernantes para enderezar la sociedad mayor la pérdida de
libertad y más rápido el camino hacia el totalitarismo.
De todo esto Hayek deduce que la mejor manera de que los individuos
contribuyan al progreso de la sociedad es el establecimiento de leyes generales
(como las que castigan el asalto, el robo, el fraude) y que dejen a los individuos la
libertad para que ellos mismos encuentren las mejores maneras de resolver sus
problemas. Sólo en un Estado de Derecho, el individuo puede experimentar y
descubrir lo que más le conviene, al fin de todo, este es el desafío de vivir.
15 de mayo de 1996
Saltos de Lógica
¿Socialismo Liberal?
La gran paradoja del socialismo fue buscar el uso del poder y concentrarlo
para extenderlo y difundirlo. Fue esa la razón por la cual se nacionalizó la
industria, igual se justificó el control de precios, las regulaciones, la creación de
agencias gubernamentales, etc. Todo el engranaje estatista tuvo como propósito
restarle poder a] sector privado y transferirlo supuestamente a la generalidad,
representada por el Estado. Y tuvo su razón de ser, el sistema colonial fue
feudalista y mercantilista. Las estructuras de poder habían concentrado la riqueza
en manos de individuos y grupos que poco o nada se preocuparon de progresar,
ni siquiera invirtieron en sus propios negocios. Así, de las empresas grandes que
existían en el Ecuador en el siglo pasado, no queda ni una sola. Todas,
absolutamente todas, se cerraron por voluntad de los dueños o por quiebra. Hoy
resulta que este afán de concentración de poder--a pesar de sus buenas
intenciones--simplemente reemplazó a unos oligarcas por otros; el poder que se
buscaba difundirlo a las masas hizo poderosos a los líderes de las masas; los
monopolios privados se sustituyeron por los públicos; los burócratas y
tecnócratas sucedieron al empresario y al emprendedor. Es irónico que esta
transferencia de poder se diera sin revoluciones tipo Castro, pero se dio, aunque
en el proceso no se despojó de poder a todo el sector privado (como ocurrió en
Cuba), se dejaron instancias para que los empresaurios continúen. Es por ello
que tildo el sistema como mercantilista-cum-socialista.
Declaración de Gratitud
DECLARACION DE GRATITUD
CONSIDERANDO:
SE DECRETA
2. Que los nombramientos de todo empleado público así como todos los
contratos colectivos que se firmen entre el gobierno y los empleados de las
empresas públicas incluirán la siguiente cláusula:
YO (Fulano de tal) AGRADEZCO LOS SACRIFICIOS QUE HACEN MIS
COMPATRIOTAS PARA QUE PUEDA DISFRUTAR DE ESTA FUENTE DE
TRABAJO
Querido lector, ¿no cree Ud. que estas declaraciones de gratitud harían
reflexionar un poco, tanto a los que aspiran a ser elegidos como a los electores?
¿Sería posible que por ahí haya alguien que le remuerda la conciencia y que en
recuerdo de esta declaración de gratitud haga algo para compensar el sacrificio
del pueblo?
14 de febrero de 1996
El principio básico del liberalismo se puede expresar con la frase "el poder
para nadie". Esto lo hace incompatible con las dictaduras o con los gobiernos
autocráticos mientras que encaja perfectamente bien con la democracia, en
donde la autoridad es legítima cuando representa una mayoría del pueblo a la
vez que se respetan las posiciones de las minorías. Si bien es cierto que la
partidocracia ecuatoriana ha desvirtuado el liberalismo político pues no ha
permitido que el pueblo participe en toda su extensión, no es menos cierto que
existe una observancia religiosa, constantemente observada y supervisada, de
los derechos de las minorías. Aunque estamos acostumbrados a pensar que tal
o cual candidato puede darle al país un nuevo rumbo, nuestra democracia no es
"presidencialista" como la de Argentina o Perú. En otras palabras, en el Ecuador
para llegar al poder se ha necesitado defender y propugnar un sistema de valores
aceptados por la generalidad de la población lo cual ha dado lugar a la
competencia política y a la neutralización mutua de las ambiciones de muchos
"redentores" del pueblo.
Cuando se avecina una contienda electoral debemos tener esto muy en claro,
porque nuestro sistema impone tanto a electores como a candidatos un camino
del cual poco nos podemos desviar. En primer lugar, el sistema se ha
desarrollado espontáneamente, no lo diseñó nadie, y por ello tiene una enorme
inercia. No es fácil cambiarlo, los últimos cuatro años son prueba fehaciente de
esta afirmación. En segundo lugar, para cambiarlo se necesita de un consenso,
de agrupar a los partidarios y negociar con los opositores. Cuando los
Fundadores de los Estados Unidos diseñaron su forma de gobierno se
preocuparon extremadamente de poner trabas al populismo, es decir, a aquellos
esfuerzos cortoplacistas de imponer los deseos de la mayoría. Por ello inventaron
el Senado, ahí se mueren las ideas de moda. Claro que esto frustra a los
reformistas y, en esta trampa, caemos los liberales que vemos con angustia que
el status quo se perpetúa y que los grupos de poder siguen haciendo de las
suyas. No obstante, este camino es preferible porque el otro implica demasiados
riesgos. ¿Quién nos asegura que un "déspota benévolo" no pueda volverse
"malévolo"? Y aunque ahora escogiéramos bien, nos podríamos equivocar
mañana. En este sentido, la democracia ecuatoriana es sólida, porque no niega
los derechos de las minorías ni es posible imponer esquemas radicales o
revolucionarios.
Por todo esto, debemos tener muy en cuenta que este sistema exige la
elección no sólo de un hombre o un binomio, ni siquiera de un grupo de hombres
para el Ejecutivo, sino también del Congreso que los va a acompañar. Si el
Ejecutivo no tiene el apoyo del Congreso, seguiremos a la deriva, igual que en los
últimos cuatro años.
27 de marzo de 1996