Professional Documents
Culture Documents
Querida Mariana: Abomino los intercambios de regalos. Me disgustan las personas que se sienten
obligadas a darte un presente y te ofrecen un chunche que, casi casi, sacan del basurero o del baúl
del abuelo. Hay personas que se sienten comprometidas y te regalan chucherías el día de tu
cumpleaños, el día de tu graduación, el de tu compromiso matrimonial, el de tu jubilación, el de tu
primera vez.
María me llamó por teléfono días antes de la navidad pasada y me dijo que si quería participar en
un intercambio de regalos. ¡Qué! María no me conoce bien o no conoce bien las historias que se
dan en los intercambios de regalos. Ahora (¡qué absurdo!) hay reglas para tal acto. La regla más
empleada es la que indica un monto mínimo para el presente, porque hubo un tiempo en que el
abusivo de siempre (¡nunca falta!) compraba una baratija de veinte pesos, sólo para cumplir;
mientras, el otro (decente) le obsequiaba un presente digno. He conocido historias de intercambio
(los que se dan en el trabajo, por ejemplo) en que a sutanita le toca darle regalo al cabrón de
fulanito, el tipo que, durante todo el año, se dedica a molestarla, a hacerle pesado cada día en la
oficina. ¿Qué le obsequiará el cabrón a la compañera que somete al acoso y al abuso?
No sé, de veras, no sé cómo las personas se ven sometidas a esta práctica tan elemental, tan llena
de confuso mercantilismo. ¿Cómo es posible que las familias rebajen a tal grado su relación
afectiva? He conocido, asimismo, casos en los que un hermano se queja de lo miserable del regalo
de su hermana. Y todo esto se da en medio de una noche que, se supone, debe ser una noche de
paz y de amor.
No lo creerías, pero he conocido mil historias desagradables de regalos y presentes, presentes que
tienen la hediondez del pasado. Una vez, la maestra Elena me contó que, en un intercambio, una
de las amigas le dio un estuche para lentes. A la hora que, emocionada, abrió el obsequio encontró
que el interior estaba todo lleno de manchas, y el contorno, que en algún momento mostró un
alambre dorado, ahora estaba todo lleno de óxido. El asco que le provocó estuvo en concordancia
con el coraje que se instaló como una brasa a mitad de su estómago.
Y no me digás que nunca has conocido historias donde la fulana te lleva de regalo de cumpleaños,
el mismo obsequio que vos le diste en navidad.
Entonces, ¿qué?, me preguntó María cuando escuchó mi silencio al otro lado de la bocina. Por
supuesto que a María no le conté todo esto que ahora te cuento. ¡No! Simplemente agradecí la
invitación y dije que no aceptaba. Ella insistió, pero luego yo, como el Presidente de la República,
bateé su insistencia y me fui por la tangente, por la tercera base, y hablé de otra cosa. Dos
minutos después platicábamos bien sabroso de otros temas. A la hora de despedirnos, insistió
tantito, dijo que si lo pensaba bien y aceptaba le dijera, a más tardar, el jueves, porque el viernes
se efectuaría la rifa para ver a quién le tocaba regalar a quién. Dije que sí, dije que si el martes no
le llamaba significaba que seguía en mi posición negativa. Así quedamos y hasta ahora. Bueno, eso
de hasta ahora es un mero dicho. Diez días después del intercambio nos topamos en el parque y,
después del saludo, me dijo: “Uf, de la que te salvaste”, y me contó lo que ya sabés, ¡una más!
¡Otro caso de desdicha, de práctica abusiva!
Entiendo que los intercambios se den en las oficinas, total, ahí sólo hay compañeros de trabajo.
Que los intercambios se den en las convivencias familiares sí me causa cierto escozor. Bueno,
como ni me vienen ni me van, hago lo mismo que pido hagan con mí en alguna celebración
personal: Los ignoro.
Posdata: Di gracias a Dios cuando una niña, alumna de un taller de redacción, se acercó y me dijo:
“Maestro, te hice este dibujito” y me jaló para que me agachara y recibiera un beso. El dibujo
mostraba un pajarito sobre una rama. Estaba iluminado con colores amarillos y rojos. Con letras
todas chuecas, pero legibles, había un mensaje: “Los maestros nos dan alas”.
en 4:10
Querida Mariana: Cuenta la leyenda (la historia) que un mediodía de 2011 se reunieron varios ex
becarios del Centro Chiapaneco de Escritores. Se reunieron en la ciudad de Comitán, para hablar
acerca de la obra de Rosario Castellanos, bajo un bello título: “La obra de Rosario Castellanos. Una
mirada desde la inteligencia de los creadores chiapanecos”. Los ex becarios se reunieron en el
auditorio de la Universidad del Sureste y compartieron, con decenas de estudiantes universitarios,
nubes novedosas, lagunas de agua limpia.
Mientras la patria entera conmemoraba la Batalla de Puebla, en Comitán, además del festejo
patrio, se celebraba un homenaje a una mujer de palabras, a través de la palabra, pues no hay
mejor modo de celebrar el aire que echando a volar cientos de papalotes al mar del aire.
En aquella ocasión, Mario Nandayapa comentó (palabras más, palabras menos) que hasta ese
momento se dio cuenta de la trascendencia de esa institución que perteneció al extinto Instituto
Chiapaneco de Cultura: El Centro Chiapaneco de Escritores. Sí, Mario (hoy destacado investigador
chiapaneco) tiene razón. La razón está inscrita en una carencia: Hace falta un testimonio histórico
que dé cuenta de esa institución que ayudó a tener conciencia de la profesionalización de la
escritura. Jesús Morales Bermúdez, coordinador del CECHE, siempre hincó la idea de que el
escritor lo es de tiempo completo, de veinticuatro horas. Esos gajos fueron brotes que hoy son
árboles que dan oxígeno, que dan sombra, que dan sosiego a la creación de Chiapas.
Los historiadores mencionan los nombres de Javier Espinosa Mandujano, César Pineda del Valle y
Andrés Fábregas Puig, como las figuras relevantes de la creación y apuntalamiento del Centro, un
instituto que, mediante convocatoria abierta, eligió a escritores y poetas para que nutrieran y
compartieran sus intentos literarios. El Centro Chiapaneco de Escritores caminó por la misma
senda que el Centro Mexicano de Escritores. Hoy, ambas instituciones son referentes de la
creación de México, en general, y de Chiapas, en particular.
Hoy (hablo en forma simbólica) el CECHE ya no existe físicamente, pero se agranda cada vez que
uno de los ex becarios abre sus manos y riega semillas en este suelo lleno de grietas, pero
generoso en la cosecha. Así como Oaxaca, Chiapas es uno de los estados más rezagados en
desarrollo del país, pero en materia de creación artística (lo mismo que el mencionado Oaxaca)
Chiapas es un estado pleno, soberbio, genial. Si ahora hacemos un ejercicio de memoria, estoy
seguro que nombramos a muchos magníficos artistas chiapanecos, de todos los tiempos, en todas
las ramas: pintura, dibujo, música, textiles, escultura, danza, grabado, cerámica y, por supuesto,
¡literatura!
Mucha de la genialidad literaria se apuntaló en el extinto Centro Chiapaneco de Escritores. Por
favor, no vayás a malinterpretar mis palabras. Mi maestro de cuento, Rafael Ramírez Heredia,
decía que un escritor se hace con taller literario, sin taller literario o ¡a pesar del taller literario! De
igual manera, el genio literario chiapaneco proviene de muchas sendas, pero los integrantes del
Centro Chiapaneco de Escritores recibieron una formación que ayudó a la consolidación de su
genio. Con esto quiero expresar que la existencia del CECHE fue un acierto en la vida cultural de
Chiapas, y es una pena que ahora sólo sea mero recuerdo. ¿Por dónde irán las nuevas políticas
culturales del estado de Chiapas? No lo sé. Hasta el momento (ya van cuatro meses de la nueva
administración) únicamente se ven destellos. Parece que el plan se va conformando sin un
proyecto bien definido. ¿Cuál es el ideal de la actual directora de Coneculta-Chiapas? A mí me
provoca cierto escozor cuando veo que la página oficial de la dependencia cultural de Chiapas
tiene errores. ¿Cómo es posible que en el apartado de Casas de Cultura, el membrete diga: “Casas
de Cultuta”? (Ya aprendí a imprimir imágenes de pantalla, por lo tanto, si dudaras de lo que digo,
en cualquier instante enseño que así estaba escrito, a las ocho con cuarenta de la mañana del
jueves 4 de abril de 2019). Sí, me da escozor, porque yo pensé que era improbable que la
institución cultural del Estado tuviese tal tipo de errores. ¡Claro!, dirás vos, ¿qué culpa tiene la
directora de los errores del encargado de la página? No sé. La verdad no sé. Por supuesto que ella
no puede estar pendiente de estos “mínimos” errores, pero ¿entonces quién de sus colaboradores
debe hacerlo? Digo que es la página oficial, digo que es la imagen de la cultura de Chiapas ante el
mundo. ¡No! Me resisto a aceptarlo, la imagen de Chiapas ante el mundo es, insisto, la de sus
creadores, quienes, en la humedad de sus gabinetes le dan forma a las obras que son nuestro
orgullo.
Así pues, como en el Centro Mexicano de Escritores pasaron muchos de los más grandes escritores
de México, en el CECHE vemos que sucedió lo mismo, muchos de los grandes creadores literarios
de Chiapas abrevaron de él.
El cuero del espíritu se enchina cuando escuchamos los nombres de Alfonso Reyes, Juan Rulfo,
Juan José Arreola, Octavio Paz y Carlos Monsiváis, entre otros, como integrantes del Consejo
Literario del Centro Mexicano de Escritores. De igual manera, sentimos una cubetada de luz
cuando oímos algunos nombres de los becarios de ese Centro: nuestra Rosario Castellanos, Inés
Arredondo, Rubén Bonifaz Nuño (quien fue el primer recipiendario de la medalla Rosario
Castellanos, que entrega el Congreso del estado de Chiapas), Emilio Carballido, Alí Chumacero,
Elsa Cross, Carlos Fuentes (quien recibió la medalla Belisario Domínguez, máxima presea que
entrega el Senado de la República), Kyra Galván, Juan García Ponce y muchos más, todos nombres
ilustres y con lustre.
Pues, asimismo, los ex becarios del Centro Chiapaneco de Escritores hoy son excelsos sembradores
de luz. Sus nombres dan prestigio a Chiapas. Quienes acudieron a Comitán el jueves 5 de mayo de
2011 fueron apenas una penca de ese fastuoso maguey. Los ex becarios son más, muchos más,
pero ahora nombro a quienes hablaron de la obra de Rosario, en la tierra de Rosario, tu tierra, la
mía, también. Carlos Gutiérrez Alfonzo (poeta y ensayista, fue Director del Centro de Estudios
Superiores de México y Centroamérica), Gustavo Ruiz Pascacio (también poeta y ensayista, es
Premio Nacional de Ensayo), Gabriel Hernández (excelso narrador. Ha publicado libros de cuentos
y novelas; su novela “Una sola diversidad de mundos” es de una gran factura), el ya nombrado
Mario Nandayapa (quien es Doctor en Literatura Hispanoamericana, por la Universidad de Chile.
Da cátedra en la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Chiapas), Rubén de
Leo (poeta y periodista, quien actualmente radica en el estado de Veracruz), Miguel Ángel Godínez
(quien, primero fue becario, y posteriormente coordinador, al lado del enormísimo poeta Joaquín
Vázquez, Quincho, y del excelso narrador Jesús Morales Bermúdez. Miguel Ángel radica
actualmente en la Ciudad de México.), y Marco Fonz (quien, cuenta la leyenda (la historia) fue un
buen poeta que un día decidió suicidarse lejos de estas tierras, en Chile. El periódico La Jornada
comentó que Marco escribió, antes de su suicidio, la siguiente línea: “Que al final estoy tan solo
como un verso.”). Yolanda Gómez Fuentes, la única escritora que formó parte del CECHE, fue
también la única invitada que ese día no pudo asistir al encuentro. ¡Fue una lástima! Ella es poeta
y ensayista. Tiene un libro publicado con el título “En el sur la marca de su mano”, en el cual da
cuenta puntual de los albores poéticos de Rosario Castellanos, en la prensa de Chiapas.
No hay mejor modo de celebrar el aire que echando a volar cientos de papalotes al mar del aire.
No hay mejor modo de celebrar la palabra que amarrando los silencios para convocar el vuelo del
verbo.
Ese día, en Comitán, la obra de Rosario fue revisitada. Esos escritores jamás imaginaron que
sembraban un gajo que, años después, comenzaría a dar frutos, porque el hecho de que ahora, el
ayuntamiento municipal honre la memoria de Rosario con su imagen en el logotipo no es mera
casualidad; ni es mera casualidad que ahora, en 2019, ocho años después de aquella reunión de
escritores becarios del CECHE, exista ya un museo dedicado a la memoria de Rosario Castellanos;
ni es casualidad, tampoco, que hoy exista en el parque central de Comitán un busto de Rosario,
realizado por el escultor comiteco Luis Aguilar. Este busto se inauguró el año del encuentro, tres
meses después. Y digo que no es casualidad, porque todo en el mundo responde a una serie de lo
que Julio Cortázar llamaba figuras. Los actos simples y grandiosos conjuran para que el mundo gire
a la izquierda o a la derecha. El encuentro de ex becarios del Centro Chiapaneco de Escritores, en
Comitán, convocó la luz. Salvo Marco Fonz, los demás escritores y poetas que estuvieron en
Comitán siguen en la brega diaria, siguen respondiendo, fidelísimos, a la excitativa de Jesús
Morales Bermúdez: Sean escritores de tiempo completo, sean escritores profesionales, abonen la
vida en la página que luego leerán miles de lectores.
Cada uno de los becarios sigue honrando al Centro Chiapaneco de Escritores y a la memoria de
Joaquín Vázquez Aguilar, quien hasta su muerte, ocurrida en 1994, fue coordinador del CECHE y,
en no pocas ocasiones, sugirió que la reunión (muy formalita) mejor se realizara en un bar con dos
cervezas entre pecho y espalda. Los becarios supieron que la literatura está hecha de vida, y la
vida se encuentra en todas partes, incluso (o de manera privilegiada) en los botaneros de Tuxtla y
de puntos intermedios.
Posdata: Ese día, importantísimos escritores de Chiapas estuvieron en Comitán, honraron esta
tierra con su palabra, volaron en el aire limpio de la tierra donde creció Rosario Castellanos,
nuestra gran escritora.
No sé de algún otro encuentro en el que se hayan reunido tantos ex becarios del CECHE. Comitán
fue privilegiado en aquella ocasión.
en 5:03
DE CHUCHOS Y ERRES
Era un pueblo simpático, simpático como un osito de felpa. Sus pobladores eran felices y sus
mascotas ¡también!
En las casas había gatos, pero la mayoría de mascotas eran chuchos. ¡Ah, los niños amaban a los
chuchitos! Cuando regresaban de la escuela, los niños servían croquetas a sus mascotas y luego les
colocaban una correa y los llevaban al parque.
La gente que no era del pueblo, aplaudía cuando miraba que los niños levantaban la caca de los
chuchos, cuando éstos cagaban en las aceras o en las plazas o en las entradas de las cocheras.
Cuando los visitantes regresaban a sus lugares de origen contaban que habían conocido un pueblo
simpático en el que los niños eran protectores del Medio Ambiente, y contaban cómo los niños
levantaban la popó de los chuchos y la metían en bolsas de plástico; contaban que el pueblo
siempre se mantenía limpio.
En realidad, los niños no levantaban la mierda de los chuchos por ser protectores del Medio
Ambiente. ¡No! Los niños levantaban las cochinadas de sus mascotas porque éstas cagaban letras.
Las más frecuentes eran Eses, pero también defecaban Erres, Pes, Tes, Emes y Enes. Las más
escasas eran las Haches. Los científicos del pueblo habían dictaminado que todo era producto de
la dieta; es decir, de la mezcla de las croquetas con otro alimento.
No faltaba el ciudadano que, generoso en extremo, le daba al chuchito de casa una mezcla de
croquetas y pollo. Esta dieta producía Emes.
Por otro lado, si las mascotas comían croquetas y verduras producían Erres.
¿Cuándo cagaban Haches? Cuando la dieta consistía en una mezcla de croquetas con ese pan que
se llama rosquilla chuja. Si la mezcla contenía un porcentaje mayor de rosquilla, las Haches
olvidaban su condición de mudas y gritaban, a todo pulmón, su condición Heroica.
Como los lectores de esta Arenilla ya se dieron cuenta, las dietas eran tan sanas que las cagadas
eran sólidas y sin olores putrefactos, como, por lo regular, sucede en ciudades en que los chuchos
comen desechos de chorizos, pellizcadas, achigual, chanfaina, chicharrón de hebra, longaniza y
cecina de Teopisca. Estudios científicos habían determinado que el aroma de la popó de los
chuchos cagones se acercaba mucho al perfume Chanel número 5. Así que el acto de levantar la
caca de las mascotas era un acto casi sublime, erótico.
La mayoría de perros en el mundo hispánico ladra con aullidos onomatopéyicos que se escucha
como ¡guau guau guau guau! El ladrido de los perros de ese pueblo simpático era: miau miau
miau.
En realidad, lo que más cagaban los chuchos eran Eses. Las Eses proliferaban por todo el pueblo.
Las Eses eran producto de una dieta consistente en cuarenta y cinco por ciento de croquetas,
treinta y cinco de masa de maíz y veinte de frijoles bayos. Era la mezcla más corriente, la más
nahuatlaca, la más de vecindad.
Y es que, los niños, amos de las mascotas, sabían que en el lenguaje, como en las demás sustancias
del mundo, también hay clases, segmentos. En la parte más alta está la Hache, por eso palabras
como Heroico, Hada, Hogar, Hombre, Homenaje, Hembra, Hipótesis y Herencia comienzan con
una Hache que les da dignidad. Si alguien escribía Omenaje sin Hache, se le consideraba un simple
plebeyo, casi un bárbaro de la preistoria (así, sin hache intermedia).
En cambio, las palabras que comienzan con Ese son Simples. ¿Ven que las palabras con Ese son
palabras Serpiente? Con Ese se escribe Suela, Sombra, Sismo, Sabotaje, Silencio y Soberbia; es
decir, las palabras con Ese son palabras Súbditas. Por esto, cuando los niños sacaban a sus
mascotas a pasear, hacían cuernitos y rogaban que los chuchos cagaran Haches, porque esto
significaba, al día siguiente, que el maestro les pusiera un diez en su tarea de redacción en 3D; por
el contrario, llevar una tarea con Eses significaba obtener un Seis. ¿Ven? Un número cuya palabra
comienza con Ese. Seis. ¡Qué Salado!
Era un pueblo simpático. Sus chuchos cagaban Eses, Erres, Tes, Emes, Enes y, ocasionalmente,
Haches.
En los demás pueblos de la zona, los perros defecaban heces, siempre Heces, así, ¡con hache!,
pero eso era en los otros pueblos. En el pueblo simpático los chuchos cagaban eses. Sí, ¡siempre la
cagaban!
en 5:12
en 5:11
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que se cambian el nombre, y mujeres
que calientan el árbol de mango.
La mujer que se cambia de nombre es como hija caprichosa del viento. ¿Por qué se cambia de
nombre, por qué no acepta el nombre que le fue dado en su bautizo? No se sabe bien a bien qué
la impulsa a ese acto de rebeldía.
Tengo una amiga que se llama Azucena (bueno, se llamaba). Ella aborrecía su nombre, porque,
decía, todo había sido un acto de agravio. Cuando alguien, para darle ánimos, le decía que la
azucena está considerada una de las flores más bellas del mundo, ella decía: “¡Ya ven, ya ven! Lo
hicieron para ofenderme”, porque ella considera que no es una mujer bonita, le molesta tener los
labios muy gruesos y tener pechos como de montoncito de arena.
Tengo una amiga que se llama Abril (bueno, se llamaba). Ella aborrecía el nombre, porque (¡uf,
qué coincidencia!) graves hechos personales se habían suscitado en el mes de su nombre: la
muerte de su abuela Engracia, la del abuelo Emilio y la ruptura definitiva con Arturo, quien ocho
días después de haberla pedido en matrimonio, huyó con una alumna suya (alumna de ella, de su
academia de piano). Por eso, cada vez que alguien la llamaba por su nombre, en la calle o en la
relación del trabajo, ella sentía que un puñal le cortaba parte del alma, porque esa simple
mención, que ella consideraba mención brutal, le soltaba de un solo golpe todo el caudal de malos
recuerdos.
Tengo una amiga que se llama Azul (bueno, ella sí sigue llamándose Azul, pero le agregó Rojo). Se
llamaba Azul Cielo y se le hacía un pleonasmo, así que ahora se llama Azul Rojo, porque su color
favorito es el morado y quiso llamarse así, porque la mezcla de azul con rojo da morado, dice
como si fuera Picasso en su taller de pintura. Cuando decidió llamarse Morada, se dio cuenta que
sus amigos la confundían con Casa y ella, entonces, volviendo masculina la palabra: no les hizo
¡caso!
Tengo una amiga que se llama Crystal. Bueno, tenía una amiga que se llamaba Crystal, un día ¡se
quebró! Fue una pena que el día que, por fin, había decidido cambiarse de nombre le haya
ocurrido lo que le ocurrió. Ella había pensado llamarse Evita. Todos sus amigos piensan que el
cambio de nombre, tal vez, hubiera evitado la tragedia. ¡En fin!
Tengo una amiga que se llama Noemí (bueno, se llamaba). Ella odiaba que su nombre comenzara
con una negación. Cuando hizo saber su deseo de cambiarse de nombre, todos sus amigos
aplaudieron tal decisión, pero segundos después le recomendaron que buscara otro nombre, que
el elegido no era el más conveniente, pero como ella ya estaba hasta la coronilla de las negaciones
fue al Registro Civil y se anotó como Siemí. Ahora, todo mundo, de cariño, le dice Sié y ella se
siente satisfecha.
Tengo una amiga que se llama Rosaura. Bueno, se llamaba Rosaura hasta que entró al bachillerato
y uno de sus maestros, por hacerse el simpático (¡nunca faltan!), jugó con su nombre y dijo que su
nombre era muy bonito, como el de una canción y cantó: ¡Rosa, Rosaura, la del aura rosa, la del
aura rosada! ¡Uf, no lo hubiera hecho! A partir de ese momento, todos los compañeros maldosos,
cuando la veían, le gritaban: Adiós, Rosa, rósame el aura. Ahora se llama Tristana. No falta el
molestoso que le dice Ana triste, pero ella ya se acostumbró a ignorar a los tontos sin nombre.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son la leyenda del héroe, y
mujeres que son la línea que se descuelga de la humedad.
en 4:58
Querida Mariana: Una vez, Óscar Bonifaz dijo que, así como hay mentada de madre debería haber
mentada de padre; Juan, por la misma senda de Bonifaz, dijo que, así como hay albercas para
nadar, debería haber ¡albercas para volar! Una idea extraña, sin duda. Juan sustenta su idea en
que los humanos somos seres hechos para la tierra y, sin embargo, hemos tenido la capacidad de
construir espacios donde alcanzamos el sueño de ser peces. ¿Por qué no (dice él), construimos
espacios para alcanzar el sueño de ser aves? Digo que es una idea extraña, suena como un sueño.
En la Ciudad de México -vos lo sabés- está la casa del famoso arquitecto Luis Barragán, que fue
nombrada por la UNESCO, en 2004, como patrimonio mundial. Es tan importante ese monumento
arquitectónico que existe un reglamento que impide que las construcciones cercanas superen en
altura a la de Barragán, esto con el fin de que ningún elemento visual rompa con la armonía.
Pensé en estas dos cosas cuando vi esta pared, que está por el rumbo del barrio de San Miguel, ahí
por donde anda la Piedra de la Ametralladora.
Dije que la idea de Juan, acerca de albercas para el vuelo, es una idea extraña, que suena como un
sueño. La gente sueña. Martín, amigo que conocí en la primaria, un día me alcanzó al subir por las
escaleras del interior de la presidencia municipal, acezaba, me dijo que venía corriendo desde el
Teatro de la Ciudad, para alcanzarme. Lo saludé con afecto, ambos nos recargamos en el
pasamano, porque más gente subía. Ahora estarás preguntándote qué deseaba decirme, cuál era
la urgencia que lo llevó a echar la carrera desde el teatro, hasta alcanzarme. Bueno, si vos no te lo
preguntás, yo sí lo hice. ¿Qué quería Martín? Oí, me dijo, ¿vos has pensado que, así como hay
sueños húmedos también debe haber sueños secos? Yo iba a soltar la carcajada, pero no la solté,
¡la amarré más!, porque miré que la interrogante de Martín era en plan serio, lo decía como si
estuviese elaborando una nueva teoría del origen del universo. Dije que nunca lo había pensado,
pero que ahora que lo decía, eso era muy congruente, que, así como hay noche y día, blanco y
negro, también había sueños húmedos y sueños secos.
Cuando lo dije miré que él sonrió y su cara se iluminó. Pensé que mi comentario había dado en el
blanco, que Martín deseaba escuchar eso. A final de cuentas, para mí era una intrascendencia,
pero para él era algo serio y si había echado la carrera para decírmelo es porque esperaba una
respuesta que alentara su pensamiento. Sí, ¡existen sueños secos!
Ahora que lo digo no sé qué importancia tienen los sueños secos en el mundo, pero, a diferencia
de los húmedos, en los que terminamos todos mojados en la cama, los secos no inquietan de más,
ni dan pena.
Los sueños secos son los que no son húmedos; es decir, los sueños que no producen emisión
involuntaria de semen, sino que, producen expulsiones voluntarias de creatividad.
Tal vez, digo sólo que tal vez, Barragán pepenó la idea de su casa en un sueño seco; el constructor
de la primera alberca, a pesar de que tuvo la visión del agua, soñó su idea en un sueño seco; lo
mismo pasó con Juan, cuando pensó lo de la alberca para el vuelo (¡Uf, qué cosa tan extraña!).
Lo mismo, tal vez, pensé cuando vi esta pared. ¿Has visto esas albercas que construyen los
millonarios en sus residencias junto al mar? Las construyen de tal manera que, quienes están
adentro de la alberca, tienen la sensación de que es una extensión del mar. El agua de la alberca
rebosa en el lado donde, al fondo, se ve el mar, esto crea la ilusión óptica de que todo es un
continuo, como si el mar entrara a la alberca o viceversa. ¡Nunca he estado adentro de una alberca
como éstas!, pero veo en fotografías que la vista es maravillosa, y fantástica debe ser la sensación
de ver cómo el agua de la alberca se prolonga hasta el horizonte.
Este muro comiteco me dio esa impresión. La pared, con enredaderas, era la continuación del
cielo. Esta casa debería también declararse patrimonio mundial y dictar normas que impidan que
haya una construcción más alta. Nada debe quitar esa armonía. Cuando la vi, tuve la sensación de
que las nubes se colgaban, como las enredaderas, del muro; y pensé que las ventanas estaban
canceladas, para que nada interrumpiera ese instante prodigioso en que el muro se prolonga hacia
el cielo y viceversa.
Posdata: Sí, es cierto, mi niña, la basura rompe el aura de misterio, afea el paisaje. Pero, bueno,
recordemos (¡qué pena!) que los humanos somos seres de tierra, de lodo. Nos hemos dedicado a
ensuciar nuestra casa, incluyendo los ríos, los mares y el cielo.
Es una pena que a nadie se le haya ocurrido (como sucedió en caso de la casa de Barragán) en
declarar al planeta Tierra como patrimonio mundial; es triste que la ONU no haya dictado normas
para que nuestro planeta no tuviera construcciones que ajaran la mirada hacia el horizonte.
¿Una alberca para volar? Juan no lo sabe, pero el ser humano ya la inventó: esta alberca se llama
¡libro! El libro nos permite volar, sentirnos aves en el instante del disfrute del vuelo.
en 5:11
NO ENTRY
Vi el letrero y me acordé de Milo. Él se llamaba Hermilo, pero de cariño le decíamos Milo. Así le
decíamos, sus amigos. Los otros, los que no lo miraban con afecto y se burlaban de él, porque era
medio choroco, por un defecto que tenía en los dos ojos, lo albureaban, porque el trato afectuoso
que le dábamos permitía el juego sicalíptico. Lo menos que le decían era “Milo juegas”, de ahí en
adelante el juego era más perverso.
Y digo que me acordé de él, porque una tarde que, en un viaje de paseo, habíamos ido al cine, a
Plaza Universidad, en la Ciudad de México, nos topamos con un letrero que tenía la indicación “No
Entry”. Yo no sabía inglés, pero él tenía cierto conocimiento y con su brazo izquierdo detuvo mis
pasos y dijo: “No pasi”. Yo, como en película cómica mexicana, entendí lo que él decía, no tanto
por la palabra, sino por su brazo como tranca. Desde entonces, bromeábamos con la palabra. Una
vez, en Comitán, ya cuando estudiábamos el bachillerato, nos detuvo un agente de tránsito e
indicó que debíamos circular hacia la izquierda, porque la calle estaba cerrada. Milo dijo que no
había pasi. Reímos. El agente pensó que nos burlábamos y tocó su silbato apurándonos y casi casi
advirtiéndonos que si no avanzábamos nos infraccionaría.
De la palabra inglesa Entry pasamos a la palabra castellana inventada por Milo: Pasi y así, todo lo
que empleaba paso lo volvimos pasi. Milo, en el salón, oscuro, húmedo, de la escuela secundaria,
se paraba sobre el estrado del maestro (¡claro!, a la hora que no estaba él) y, colocando los dedos
pulgares sobre su vientre, imitando al maestro que los metía en las bolsas de su chaleco, decía:
“Muchachis, lo que debin hacir en la vidi es ir pasi a pasi.” Esa (¡claro!, sin la i) era la prédica
continua del maestro: Debíamos construir nuestro porvenir ¡paso a paso!, sin apuro, pero sin
renuncia. Todos los compañeros festejaban la imitación de Milo, menos los que lo albureaban.
Uno de estos últimos, para jorobar a Milo y para congraciarse con el maestro, fue de informante y,
una mañana, sin darnos cuenta, el maestro se paró detrás de la puerta y escuchó la imitación de
Milo. En cuanto nuestro amigo terminó y la mayoría de alumnos rio a carcajada limpia, el maestro
empujó la puerta y, con los pulgares adentro de las bolsas del chaleco, barrió con su mirada severa
a todo el grupo y se detuvo en el rostro de Milo que, choroco, tardó en darse cuenta que el
maestro estaba ahí. Cuando Milo lo vio, sintió que en el suelo se abría un gran hueco, pero que no
lo ayudaba a desaparecer. La cara de Milo comenzó a transformarse: tomó una coloración de
achiote y sus ojos se fueron cerrando, lo que hizo que su cara fuera como un sol de verano, pero
sin el estrabismo de todos los días. El silencio era impactante. Tal vez uno o dos se codeaban, pero
lo hacían en absoluto silencio. Todo mundo estaba expectante: ¿Qué castigo le impondría el
maestro a Milo? Milo retorcía sus manos, sin atrever a moverse, estaba clavado en el piso como
estaca, en espera de la recriminación del maestro, quien dio dos pasos hacia él, le colocó una
mano sobre el hombro, esbozó una sonrisa y preguntó: “¿Por qué a todo le pones i?” La sangre de
más abandonó su cara y regresó al lugar de origen. Vimos cómo Milo recuperó su alma, mientras
el maestro veía a todo el grupo y decía: “Ya lo dijo Hermilo, lo que deben hacer en la vida es ir pasi
a pasi.” Y volvió a reír, ahora con una sonrisa franca, abierta, de guajolote contento.
Cada vez que me topo con un letrero que dice: “No pase”, traduzco de inmediato: “No pasi”.
Sonrío. A veces mis acompañantes se extrañan. Si ellos son de confianza les platico la anécdota, si
son ajenos los dejo con la duda; no dejo que entry la dudi.
en 4:57
en 4:59
Querida Mariana: Así como a muchos lectores les gusta “Los amorosos”, del poeta Sabines, a mí
me gustan “Los generosos”, esos hombres y mujeres que comparten sus conocimientos o su
felicidad. El otro día, en una mesa, me topé con esta receta, receta para preparar el “Cogollito”,
que fue compartida por los dueños de “El Adobe”, que, entiendo, es un restaurante de Las Rosas,
Chiapas.
¿Mirás qué bonito nombre? ¡Cogollito! Pero lo más bonito, aparte del nombre y del acto de
compartir, es lo que aparece al final de la receta, dice que sirve para el cólico. ¡Claro!, para paliar
el cólico.
Yo, la mera verdad, no sé bien a bien qué es un cólico, pero tengo una amiga que, casi cada mes,
dice que sufre cólicos cuando llega su menstruación. Así que busqué en el Internet y hallé lo que
todo mundo sabe, pero que yo ignoro: “Cólico: Dolor en el vientre que es agudo, intermitente y
espasmódico, y es debido a las contracciones de los músculos.”
¡Sí! He visto a personas que ponen sus manos en el vientre y se doblan del dolor, que, según la
definición, es agudo; es decir, como de piquete de punta de cuchillo sin filo.
El mismo Internet (¡Ah, bendita maravilla tecnológica!) dice que el cólico se puede calmar con
tomar una pastilla (hasta da el nombre de la pastilla) o hacer ejercicio o colocarse una almohada
térmica en el abdomen o meterse en la tina con agua calientita. Pero lo que el Internet no dice es
que también se puede aliviar un cólico bebiendo cogollito. Por desgracia, la receta compartida de
“El Adobe” no dice cuál es la medida conveniente. Tal vez esto es cuestión de ensayo y error.
Espero que no termine como la clásica frase que dice: “Tal vez no se te quite, pero te ayuda a
olvidar”, en referencia a los amigos que recomiendan tomar tequila cuando uno tiene gripe, y digo
esto, porque la receta para hacer el cogollito, lleva trago, ¡faltaba más!
De acuerdo con esta receta, mi amiga puede atenuar sus cólicos premenstruales bebiendo una
copita o dos de cogollito. Bueno, es lo que digo yo, de acuerdo con lo leído. Si no sé qué es un
cólico, menos sé si una muchacha puede beber alcohol cuando le llega su menstruación. Debe ser
que sí, ¿verdad? Todo es muy natural, pero no sé. Disculpá, soy muy bobo.
Por esto, para evitar los cólicos, por menstruación o por otra afección, te paso la receta
compartida. Va: “Trago de cogollito. Ingredientes y modo de preparación: Un litro de aguardiente,
hinojo, verbena, hierbabuena negra, flor de lima, flor de naranja y puntas de guayaba. Se colocan
en un recipiente y se deja en reposo por un periodo de treinta días para poderlo servir. Beneficios:
Sirve para el cólico.”
¿Cómo lo ves? Sería bueno que guardaras muy bien esta carta, para que no caiga en manos de tu
tío Enrique, porque ya lo estoy viendo, sentarse en la mecedora, ponerse marchito, llevar sus
manos a la panza y comenzar a quejarse: “¡Ay, ay, pinche dolor tan jodido!” y pedir la botella de
cogollito y empinársela como si fuera jarabe medicinal.
Cuando pasé copia de la receta a la tía Herlinda me dijo que el té de hinojo bastaba, que esto del
cogollito es pretexto para beber trago. Romelia me dijo que para los cólicos premenstruales toma
té de canela. Con eso es suficiente.
Posdata: Mi papá, en un barrilito de madera, ya curado, echaba un litro de posh y, con delicadeza,
le agregaba nanche. Después de un reposo de dos o tres meses, lo veía entrar al oratorio, lugar en
donde colocaba el barrilito, y tomar un poco de ese trago que, no curaba los cólicos, pero sí le
inyectaba un color rojo a su cara y una explosiva contentura del espíritu.
¿Tenés cólicos? ¿Por qué no preparás un poquitío de cogollito? ¿Tenés un poco de flato? ¿Por qué
no preparás un poco de posh con nanche? Esto, dicen los expertos, y confirman los generosos,
ayuda a estar saludable y feliz. ¡Salud, mi niña! ¡Salud por siempre!
Más que los amorosos, me encantan los generosos, los que siempre comparten.
en 5:10
EJERCICIOS DE MEMORIZACIÓN
Se reunían todas las tardes, para evitar el olvido. Ya estaban viejos, Jorge tenía setenta y nueve
años, era el más joven; Eduardo tenía ochenta y tres, era el más veterano. Se habían conocido
desde niños, habían vivido en casas vecinas, en el barrio de Yalchivol.
Los dos, en pláticas con familiares, en plan de broma y también en serio, manifestaban que el
Alzheimer comenzaba a rondarlos. Nadie recordaba cómo había llegado de improviso y se les
había trepado. No recordaban, porque el Alzheimer tiene esa facultad de comenzar a esconder los
recuerdos, las fechas, los rostros.
Jorge y Eduardo habían ido una tarde a visitar a Eugenio, el amigo que los había acompañado
durante tantas tardes de juegos de dominó, de billar y de botanitas en el patio de la casa de
Edelmira, y habían comprendido que el Alzheimer lo había cercado como puma al venado.
Edelmira les contó que una tarde lo halló sentado, como niño, recargado en el árbol de aguacate.
Ella le preguntó qué hacía y él dijo que no sabía. Como si alguien hubiese apagado la luz de su
memoria, Eugenio había olvidado todo, ¡todo! Ellos se preguntaron si el Alzheimer actuaba así
siempre, luego supieron que no, que, como en el caso de ellos, caminaba en puntillas y entraba al
cuarto de la memoria, poco a poco, e iba apagando cada una de las velas. Edelmira había sido la
novia eterna de Eugenio. Se hicieron novios cuando él tenía dieciséis y ella quince. Cuando
Eugenio le propuso matrimonio, ella dijo que no, que no se casaría con él, pero que no se
preocupara, porque tampoco se casaría con otro. Había decidido dos cosas importantes e
irrenunciables, la primera era vivir soltera, y la segunda, dedicarse en cuerpo y alma a cuidarlo y a
protegerlo. Le dijo: Vos vivís en tu casita y yo en la mía, pero la mía considerala tuya. Así, todos los
amigos y vecinos fueron testigos de una maravillosa relación, en la que Edelmira atendía a Eugenio
como si fuese su esposo. Ella le lavaba y planchaba la ropa, le servía su desayuno, con el infaltable
chocolate calientito, la comida en donde no faltaban las tortillas recién salidas del comal y la
borcelana con saquil, que es un platillo hecho con pepita de calabaza. Le servía su cena, con pan
comiteco; y cuando tocaban las siete de la noche, en el reloj de la sala, él se despedía e iba a su
casa. Al otro día llegaba temprano y Edelmira lo recibía con emoción contenida, con alegría de
niña. Cuando los argüenderos y chismosos (¡nunca faltan!) hacían preguntas íntimas, ella
respondía que sí, que hacían el amor, que eso era lo que hacían día y noche; y los curiosos
impertinentes guardaban sus estiletes y quedaban mudos. La tarde que Jorge y Eduardo llegaron a
la casa de Edelmira, se sorprendieron al hallar a su amigo carente de memoria y se sorprendieron
más cuando ella les contó que todo el día hacían lo de siempre, como si él fuera un gatito al que
ella le sirviera su ración de croquetas y su plato de leche. Él lo seguía a todas partes de la casa y
ella era feliz. A la hora que el reloj de pared daba las siete campanadas de la noche, sin saber
cómo, él se paraba y se despedía con un beso, pero se quedaba parado en la puerta, jugando con
el sombrero, sin saber qué paso seguía; entonces ella lo llevaba a su recámara, le quitaba la ropa,
le ponía el pijama y lo arropaba. Para tratar de estimular la memoria, como si fuese una mamá
leyendo un cuento a su hijo, le contaba de los tiempos en que se habían conocido, de cuando iban
de paseo a los Lagos, de cuando entraban al cine y se sentaban en las butacas de la última fila, de
cuando los dos decidieron no estudiar en la universidad para seguir viviendo siempre en Comitán.
Jorge y Eduardo se reunían todas las tardes, se sentaban en las bancas del parque de San
Sebastián. Era hermoso verlos y escucharlos platicar. Como si fueran niños de preescolar
comenzaban a señalar lo que estaba al alcance de su vista y repetían los nombres de las cosas:
Campana, campana, repetían; banca, banca, decían. Y así se estaban todas las tardes. Piernas,
piernas, repetían a coro, y reían, cuando veían que la muchacha que había pasado frente a ellos
apuraba su paso, tal vez alarmada por la presencia de esos viejos concupiscentes. ¡Ah, si ella
hubiera sabido, que sólo era un par de viejos sencillos, honestos, que hacían ejercicios de
memorización!
en 5:23
Querida Mariana: Esta pieza de cerámica es una réplica. La pieza original fue hallada en Colima, es
del periodo Clásico. Sí, es un chuchito, con una mazorca. Así lo dice la ficha, que, además, agrega
un dato que no todo mundo sabe: “Debido a que desde épocas tempranas en Mesoamérica el
perro sirvió de alimento, era común que algunos pueblos lo cebaran con maíz, para después ser
consumido en fiestas y banquetes”. Y bueno, ahora nos alarmamos cuando nos enteramos que en
la taquería fulana de tal servían tacos de carne de perro. ¡Nos alarmamos! Tal vez nuestra alarma
debería ser moderada, ya que esta práctica no es más que el reflejo de nuestra herencia cultural:
Somos un pueblo taquero que siempre ha comido carne de perro.
En la materia de Historia de México enseñan que los pochtecas (no creo que sean ancestros de los
alegres bebedores de posh, en Chiapas) vendían chuchos en el mercado de Tlatelolco
(xoloizcuintles). Estos perros estaban en el mismo petate donde ofrecían tortugas, conejos y
armadillos; es decir, todos eran para el paladar exquisito de los antiguos moradores del valle de
México.
A mí me han contado historias de mascotas que terminaron en la olla. Roxana contó que un tío le
obsequió un corderito que se convirtió en su animal favorito y que, sin saberlo, se convirtió en el
platillo de su festejo de quince años. Roxana lloró toda la tarde de su festejo. Su alegría inicial se
convirtió en una gran tristeza y luego en un coraje de piedra cuando se enteró que en el recado de
la barbacoa reposaba su animalito. El tío fue a su rancho para reponer el animal, pero, por
supuesto, Roxana rechazó la propuesta. Ella sabía que era imposible su exigencia, pero zarandeaba
al papá y le exigía que le regresara a su “Heriberto”, que así había bautizado a su mascota.
La historia de Roxana se ha repetido cientos de veces en todo el mundo. Ya te conté que a mí me
tocó también ser víctima de esta atrocidad. Los conejos y patos son animales que casi casi nacen
condenados a ir a la olla de vapor. ¡Tan bellos animalitos, tan amorosos, tan amigos!
Y cualquiera diría que la historia de los pochtecas ya pertenece al pasado. ¡No! Romina cuenta que
en mercados de China venden carne de perro. Dice que una amiga china le contó que existe una
especie de mafia que se dedica a robar mascotas o a atrapar a perros callejeros para alimentar el
mercado negro. Los chinos consumen la carne de perro sin mayor problema.
En México tal práctica no es común. Dicen que, a veces, cachan a un taquero lazando perros
callejeros o subiéndolos a la góndola de su camioneta; dicen que, a veces, a la hora de darle la
mordida a un taco de carnitas, el taco parece quejarse con un tierno aullido; dicen que, a veces, en
el momento en que alguien dice buen provecho, el comensal dice guau guau, por decir ¡guau!
Tengo amigos que son amantes de sus mascotas (chuchitos, la mayoría), los cuidan y los protegen
en exceso. Ellos manifiestan el lugar común que dice que mientras más conocen a los humanos
más conocen a sus chuchos; también alaban el concepto de fidelidad. En efecto, los chuchitos son
animales tiernos, amorosos y fieles. Claro, cuando uno se entera que un chucho feroz atacó a un
niño, un sentimiento confuso se apodera del espíritu humano. Nunca falta el que dice que está
bien que sacrifiquen a esos animales, pero ¿quién aprueba la cacería de animalitos indefensos y
nobles como los french poodle, si son tiernas cascaritas esponjosas?
Posdata: El otro día, Jesusa Rodríguez (artista, ahora metida a senadora) declaró que cada vez que
alguien consume un taco de carnitas festeja la caída de Tenochtitlán. Fue una de esas
declaraciones que los políticos avientan para hacer polémica, para levantar polvo y para que la
sociedad se vaya por la orilla y deje de lado la reflexión importante. ¿Nadie le enseñó a Jesusa, en
clase de Historia de México, que los aztecas se aventaban taquitos con carnita de xoloizcuintle?
Parece que hay una consigna: desempolvar el pasado y echar la culpa de nuestras culpas a la
conquista española. Lo peor y risible es que la declaración de Jesusa la hizo en castellano. ¿Nadie
le enseñó, en clases de Español, que la lengua que hablamos nos la trajeron los conquistadores y
evangelizadores? ¿Resulta ahora que cada vez que hablamos este maravilloso idioma festejamos
la caída de Tenochtitlán? Jesusa, para ser nacionalista, debió hacer su declaración en Náhuatl.
¡Boba! (¡Xetoca!)
en 4:56