You are on page 1of 2

Publicado en GESI (http://www.seguridadinternacional.

es)
Inicio > Orden abierto y orden cerrado

Mar
17
2018

Orden abierto y orden cerrado


por Carlos Javier F...

A lo largo del siglo XIX el mencionado incremento de la potencia de fuego [1] fue un proceso
progresivo, paralelo al desarrollo general de la tecnología. De hecho, mucho antes del cataclismo de
1914, ya hubo claras ‘advertencias’ de la situación que se avecinaba, como la Guerra Civil
norteamericana, los efectos del empleo de las ametralladoras Maxim en Sudán por los británicos (en
la batalla de Omdurmán, el 2 de septiembre de 1898, una pequeña fuerza expedicionaria británica
derrotó a un contingente cinco veces superior de sudaneses; estos fueron incapaces de acercarse a
más de 50 m. de las líneas británicas, gracias en gran medida al empleo por los británicos de ocho
ametralladoras Maxim) o los efectos de la artillería de tiro rápido y de las ametralladoras en la Guerra
Ruso-Japonesa de 1905.

Sin embargo, antes de 1914, las ametralladoras eran armas muy escasas. En realidad, se
consideraban casi como piezas de Artillería, apreciación que derivaba de sus elevados peso y
volumen, que forzaban su transporte en montajes similares a los de las piezas ligeras. Sin embargo,
su limitado alcance (en comparación con los cañones) y la escasa potencia de sus proyectiles,
hacían que los artilleros mostrasen muy poco interés en ellas. Solo cuando los avances técnicos
permitieron aligerar estas armas - ya a principios del s. XX - comenzaron a ser suministradas a las
unidades de Infantería, que no se mostraron muy entusiasmadas con ellas, debido a su todavía
elevado peso, a su previsiblemente elevado consumo de munición y a su falta de precisión en el tiro.
Estas características parecían hacer a estas armas aptas únicamente para acciones defensivas, una
modalidad de combate muy poco apreciada.

En conjunto, en términos de potencia de fuego, el ejemplo siguiente resulta ilustrativo:

En 1800, un fusilero bien adiestrado podía disparar 2 disparos por minuto, con un alcance de
unos 200 m. La Infantería atacante necesita aproximadamente 1 minuto para cubrir 200 m. a
paso de carga. En consecuencia, una unidad en ataque sólo recibía dos descargas de fusilería
enemigas, hechas con mosquetes de ánima lisa (muy poco precisos). Resultado: bajas
limitadas.
En 1914, un fusilero podía disparar diez o más disparos por minuto, con un alcance de 1000 m.
La Infantería atacante necesita no menos de 5 minutos para cubrir 1000 m. a la carrera. En
consecuencia, una unidad en ataque recibía no menos de cincuenta descargas enemigas,
hechas con fusiles rayados (muy precisos). La cantidad de fuego recibida se había multiplicado
por 25, sin tener en cuenta el enorme incremento de la precisión. Si a eso le añadimos el fuego
de las ametralladoras (300 dpm de cadencia media en 1914) y el de la Artillería, resulta evidente
que los ataques de Infantería se enfrentaban a un escenario mucho más peligroso que el de
principios del siglo XIX. Este cálculo es ‘conservador’: ya en 1862, Moltke calculaba que la
Caballería recibiría cien descargas antes de llegar al choque, y la Infantería, un millar.

La primera consecuencia de este hecho fue el abandono progresivo de las formaciones de ‘orden
cerrado’, que presentaban excelentes blancos al fuego enemigo, y su sustitución por las de ‘orden
abierto’ u ‘orden extendido’, buscando reducir los efectos del fuego mediante la dispersión. Estas
nuevas formaciones implicaban un marco organizativo y psicológico completamente diferente del
ligado al ‘orden cerrado’. La transición hacia el ‘orden abierto’ no fue ni universal, ni inmediata, ni
exenta de críticas.

El ‘orden cerrado’ se caracteriza por la densidad de las formaciones, por la adopción de movimientos
regulados y que se ejecutan por la unidad de forma simultánea. En este tipo de formaciones, el
soldado no tiene que pensar por sí mismo: basta que obedezca fielmente las órdenes recibidas. El
‘orden cerrado’ proporciona al soldado sensación de pertenencia a una Unidad y la compañía de sus
iguales le da seguridad.

La forma de combatir en las formaciones de ‘orden cerrado’ permite que un número reducido de
Oficiales y Suboficiales controle a una gran cantidad de tropa. Los deberes de los Oficiales y
Suboficiales (especialmente de éstos últimos) se limitan a vigilar el exacto cumplimiento de las
órdenes, y a mantener en todo caso la formación. Mientras la unidad mantenga la formación, seguirá
combatiendo. De la tropa y de sus mandos directos no se esperan ni iniciativa ni profundos
conocimientos tácticos o técnicos, sino disciplina y valor.

En cambio, en las formaciones en ‘orden abierto’, el soldado es un combatiente mucho más


individual: no siempre recibirá órdenes sobre lo que tiene que hacer en cada momento, sino que se
espera que él sea capaz de adoptar sus propias decisiones, en el marco de las órdenes recibidas. De
la misma forma, los Oficiales y Suboficiales no pueden limitarse a vigilar el cumplimiento de las
órdenes, sino que deben estar en condiciones de mantener la cohesión de su Unidad cuando ella
está inherentemente dispersa. Esto obliga a que tengan un mayor grado de iniciativa y unos
conocimientos tácticos superiores. Además de ello, la dispersión destruye el sentimiento de
seguridad que proporciona al soldado el ‘orden cerrado’, por lo que éste tiende a verse en un campo
de batalla ‘vacío’, en el que se siente solo frente al enemigo.

Carlos Javier Frías es Teniente Coronel del Ejército de Tierra español, destinado actualmente en
Cuartel General del Eurocuerpo
Historia militar [2]

URL de origen: http://www.seguridadinternacional.es/?q=es/content/orden-abierto-y-orden-cerrado

Enlaces:
[1] http://www.seguridadinternacional.es/?q=es/content/la-doctrina-de-infanter%C3%ADa-antes-de-la-primera-guerra-mundial
[2] http://www.seguridadinternacional.es/?q=es/tags/historia-militar

You might also like