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La intervención psicopedagógica en la vejez.

Construyendo nuestro
espacio de intervención – REVISTA APRENDIZAJE HOY Nº 66
Marcela Romero (1)

El filósofo Fernando Savater en su libro EL VALOR DE ELEGIR nos dice: “...Todos los seres del universo que
conocemos pueden verse accidentalmente doblegados por causas indomeñables que no dependen de 1
ellos y los seres humanos comparten este común destino... Lo propio de los humanos, en cambio, es de
vez en cuando ser agentes del acontecimiento, dar origen voluntario a lo que no ocurriría si no
hubiésemos querido que sucediese”. De esta forma, habla de la condición de ser sujetos protagonistas de
actos intencionados, destacando la capacidad de acción que como personas se posee. Un acto es
intencionado cuando su agente es capaz de responder más o menos satisfactoriamente a las preguntas de
“Para qué” y “por qué” lo ha hecho.

Teniendo en cuenta estos conceptos, propongo preguntarse sobre el para qué y el por qué de la
psicopedagogía en el trabajo con adultos mayores, preguntas a las que sumo el cómo hacerlo, en un
intento de iniciar la reflexión y construcción del espacio de intervención. ¿PARA QUÉ? ¿POR QUÉ? ¿CÓMO?

Si se comienza por responder al “para qué” la psicopedagogía trabaja con adultos mayores, haciendo
referencia a la intención, a lo que se propone o pretende hacer, se tiene que poner énfasis en la dimensión
objetiva de la acción. En respuesta se puede enunciar que la psicopedagogía es una disciplina que
acompaña los aprendizajes de las personas, tanto los aprendizajes formales, no formales e informales, a lo
largo de toda la vida y que desde esta perspectiva incluye el abordaje de los aprendizajes de la población de
mayores como cualquiera de los otros momentos del curso vital.

Dicha respuesta no estaría siendo justa con la disciplina que fundamentalmente reconoce en su
intervención a los sujetos con quienes trabaja. Así quedaría incompleto responder al “para qué” si no se
responde, (o mejor dicho, se pregunta) sobre el “por qué” del trabajo con adultos mayores.

El “por qué” intenta explicar la parte mental e irreductiblemente subjetiva de la acción. Más allá de las
diferencias personales que manifiesta cada profesional a la hora de responder a este por qué, se intenta
desarrollar algunas reflexiones que puedan dar inicio a otras posibles respuestas o lo que es más
enriquecedor, a otras preguntas. El aumento de la población de las personas mayores y el previsible
incremento de su expectativa de vida reclama espacios que acompañen y mejoren la calidad de vida de los
mayores.

A modo informativo, y sólo con el mero propósito de acercar datos demográficos que hablan de esta
revolución de la longevidad, se calcula que en los próximos 50 años en el planeta la cantidad de mayores de
65 años se triplica, mientras que la franja poblacional de los más añosos (más de 80 años) crecería cinco
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veces más. Argentina se encuentra, según las divisiones demográficas adoptadas por las Naciones Unidas,
dentro de la categoría de país envejecido por tener más de un 7 % de mayores de 60 años desde el censo
de 1950. En el 2000 llegó a 13,5 % y la tendencia sigue en aumento. Por último, la ciudad de Buenos Aires
tiene un 17,2 % de mayores de 65 años dentro de su población actual.

La vejez como proceso de múltiples cambios en diferentes dimensiones de las personas, es un momento
del ciclo vital que como otros reclama tiempos y espacios para reorientar, encauzar y dar nuevo sentido,
dando lugar al desarrollo de recursos y potencialidades que permitan compensar, descubrir, y reorganizar
esta continuidad que plantea el paso del tiempo.

Influida por el contexto y las representaciones sociales que de ella se tienen, exige a los envejecientes la
inminente reacomodación para apropiarse de los cambios y salir airosos, de las rígidas representaciones
que imprime en la vejez el imaginario social.

Mitos y prejuicios de raíz tanto biológica (regresión, deterioro), social (dependencia, aislamiento) y
psicológica (pérdida de capacidades cognitivas, disminución de la autoestima, entre otros), son puestos en
cuestión por las características y recursos que poseen hoy los mayores que desarrollan una longevidad
caracterizada en alto porcentaje por un envejecimiento normal. Es importante destacar que un envejecer
normal no es necesariamente un adulto mayor “sano”. Es aquel que a pesar de sus achaques conserva su
funcionalidad, que puede hacerse cargo de su salud o su enfermedad. Cabe citar a la Dra. Zarebski que
amplía esta idea: “...más allá de las patologías psíquicas, somáticas o sociales que se puedan acarrear
toda una vida o incluso que advengan con el paso de los años, un envejecer normal significa que el sujeto
ha logrado desarrollar e implementar recursos que le han permitido adecuarse a los cambios que el
envejecer y sus temáticas le han ido planteando, sin derrumbarse ni perder su capacidad funcional...”.

Los espacios de aprendizaje se presentan como una alternativa para la promoción de un envejecimiento
saludable, para que transite la búsqueda de un nuevo lugar, preservando su autonomía y el sentido de su
identidad. Estos espacios facilitan la adaptación activa y positiva al entorno, siendo el aprendizaje un
recurso permanente del sujeto desde que nace y del cual puede hacer uso hasta el final de sus días.
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Desde una mirada preventiva, los espacios de aprendizaje plantean la posibilidad de pensar-se en sus
recursos para que puedan ampliar su mundo representacional, sustentándose en otras posibilidades,
fortaleciendo sus apoyos internos y externos. Promover la interacción entre las condiciones, oportunidades
y elecciones que han tenido, las posibilidades que tienen y las creencias y deseos que son capaces de
elaborar para su futuro como anticipación de un proyecto, contribuirá a la calidad de vida de ese mayor.

Dichos espacios deben privilegiar, más allá del logro de objetivos utilitarios, la participación real, la
pertenencia y permanencia social de las personas mayores, así como la expresión de la creatividad, la
reflexión crítica, la actualización. Todos estos objetivos procuran el desarrollo personal y lo que la Lic. Alicia
Fernández llama “autoría de pensamiento”.

El aprendizaje es un proceso constructor de autoría de pensamiento en los sujetos, por esto adhiero a las
reflexiones que la citada autora realiza respecto a qué conforma el pensar: “lo que convoca y nutre el
pensar es la generación de un espacio que transforme los hechos e informaciones frías en situaciones
pensables, que pueden ser interrogadas, significadas y modificadas”. Son los espacios que desde una
mirada psicopedagógica y a través de sus intervenciones permitirán expresar las distintas modalidades de
aprendizaje que cada persona fue construyendo en la trama de su historia y sus experiencias, habilitando a
un sujeto pensante y deseante, autor de su historia a continuar protagonizándola.

La vida es esa propia obra de teatro, esa función en la que se es actor, actor que va cobrando en el
transcurso del tiempo gran protagonismo, que por momentos cede los guiones más extensos, otras veces
los retoma de acuerdo a las distintas situaciones que le enfrenta la vida. No descuidar, ni perder
definitivamente ese lugar de actor principal que ha conseguido desarrollar, es la intención del profesional
de la psicopedagogía, quien tiene herramientas para promover que el actor descubra el placer de ser actor
durante toda la vida y no mero espectador en un tiempo en el que el discurso social y algunos
acontecimientos parecieran querer ubicarlo.

La intervención del psicopedagogo, como un buen director consiste en orientar, proponer, brindar la
posibilidad que el actor se exprese con libertad, se apropie del texto y del contexto, y recree el sentido. La
intervención psicopedagógica consiste en plantear situaciones y preguntas problematizadoras capaces de
provocar dentro de las posibilidades de ese grupo, de es a persona, la generación de un pensamiento
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propio, la reflexión, el sentir y su correspondiente hacer. A través de estímulos organizados y objetivos
planificados propone actividades vehiculizadoras que faciliten la expresión.

El psicopedagogo como agente de cambio que acompaña los procesos de aprendizajes de la persona en
todas las etapas de la vida, es quien, a través de intervenciones adecuadas y específicas, puede dotar y
enriquecer los espacios de aprendizajes de los mayores. Según los Lic. Yuni y Urba no, “la intervención
psicopedagógica con adultos mayores está organizada como un “taller” en el que el espacio y el tiempo
se configuran a partir de múltiples estímulos que actúan como los medios a partir de los cuales se
propone una tarea cuyo objetivo primordial consiste en promover el impulso a expresar espontánea y
creativamente alguna idea, sensación, situación real o fantaseada que conecte al acontecer interno con
un quehacer expresado en una producción expresiva”, a lo que agregaría, producción cuyo fin último
continúa siendo generar cambios que apunten a mejorar la calidad de vida de las personas mayores. La
intervención en su dimensión integral (cognitiva, socioafectiva, pedagógica) promueve y habilita el
despliegue de los recursos que el mayor posee y la posibilidad de capitalizar sus experiencias de
aprendizajes pasados, descubrir nuevos recursos, sumándose al trabajo interdisciplinario para atender a las
particularidades de los adultos mayores. Proponer distintas alternativas es “poner en juego” posibilidades
que respondan a sus intereses, para que cada uno tenga la posibilidad de jugar al juego que quiera, pero
asimismo tiene el compromiso de abrir nuevos desafíos, quizá aún no demandados pero posiblemente bien
recibidos por su riqueza e innovación.

La psicopedagogía comienza, desde la teoría y la práctica, a dar respuesta a grandes temas relacionados con
el proceso de aprendizaje de los mayores: qué caracteriza su aprendizaje, qué pueden aprender, cómo
pueden hacerlo, para qué y por qué se acercan a aprender, qué influye en su aprender, cómo se sienten
aprendiendo, cómo ayudarlos a aprender, cuál es el valor de la reflexión metacognitiva para un aprender a
aprender, cuestiones que merecen una revisión comprometida del lugar del aprendizaje en el curso de la
vida de la persona.

Considero oportuno acerca el concepto de educación, término del cual nunca debe descuidarse su
verdadero sentido y que caracteriza el proceso integral del crecimiento humano, por el cual todo itinerario
de vida personal, arraigada en la comunidad social y cultural, lanza al ser humano a la conquista de la
libertad, del sentido y el significado.
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Referirse a educación y a adultos mayores remite al concepto de educación permanente que responde a un
proceso educativo continuo que lleva en sí formas y demandas distintas, según el desarrollo diacrónico y
sincrónico de los sujetos. La apertura a la perspectiva del “curso de la vida”, que permite ver cada una de
las edades bajo la perspectiva de todo el curso vital, permite entender al proceso como una construcción
sucesiva, que comprende los procesos de integración de experiencias. De esta forma se destaca la trama de
los múltiples sucesos a través de los cuales se construye cada historia personal. La unión de los factores
psicológicos y socioculturales, presentando los caracteres de la multiplicidad, de la pluralidad de
direcciones, de la complejidad del suceder de la historia de vida, abre y posibilita la intervención educativa
con los mayores.

La educación permanente representa una perspectiva que tiende a conciliar los distintos momentos de la
formación humana, considerando a la persona en su devenir, en función de ese constante desarrollo que es
posible en todos. Ésta no es la simple prolongación temporal de la educación entendida en sentido
tradicional, sino que es un nuevo modo de acercarse a los elementos esenciales de la existencia. Resulta un
medio eficiente de inversión de los recursos humanos, que estimula el proseguir de distintos modos y
formas durante toda la existencia individual, y postula una nueva perspectiva de los procesos de enseñanza,
no sólo en tiempo y lugares sino en contenidos, metodología y estrategias, cuya meta es obtener objetivos
que se puedan definir en términos más personales y comunitarios. El aprender nos conecta con la
necesidad de “perder” algo viejo para crear algo nuevo. La identificación y construcción de situaciones de
aprendizaje, para ofrecer posibilidades de abrirse a nuevas experiencias, intercambiar informaciones y
saberes adquiridos, reconocer y reconocerse en esos saberes, y desarrollar el pensar reinventando nuevos
indicios a partir de los cuales reconstruir la realidad, hace que nazcan nuevas apropiaciones de sentido que
estimula y fortalece la confianza en sí mismo.
La oportunidad de seguir aprendiendo, no sólo es el derecho fundamental a mejorar la calidad de vida sino
también es condición para una ciudadanía activa. El espacio psicopedagógico debe promover un clima de
libertad y de diálogo organizado, con la intencionalidad necesaria para favorecer el sentido de aceptación y
valoración por lo que se es, por los pensamientos personales que se expresan, dando tiempo a que las
iniciativas que tiendan a desarrollar el espíritu de observación, de análisis y la capacidad de expresión se
manifiesten, que la palabra y las actitudes consigan traducir fielmente los pensamientos y los deseos para
que se puedan comunicar con claridad, permitiendo que las informaciones circulen libremente entre todos 6
los componentes del grupo.

UNA VEZ... MUCHAS VECES...

“Estamos contentos, nos hace pensar.” ¿Qué le hace decir a Juan Carlos esto? ¿De qué pensar habla? ¿Es el
vocero de un grupo de mayores de 65 años? ¿Qué los hace estar tan atentos, tan ágiles, interesados,
entusiastas? ¿Qué le hace decir a Juan Carlos esta frase en este momento? ¿Por qué manifiesta alegría en el
pensar? ¿Qué ocurre con el pensar en la vejez? Esta es una frase que expresó un integrante de un taller de
“Estimulación de la Memoria”. Sin embargo, el pensar que refiere Juan Carlos está más allá del tema
convocante, trascendía lo estrictamente cognitivo. Qué buscan sentándose en rueda, o en grupos alrededor
de mesas de trabajo, con un cuaderno, tomando notas, copiando, preguntando, comentando con el de al
lado, haciendo silencio, no haciéndolo... ¿Es la misma algarabía, excitación de otros tiempos en los que
también estaba presente el aprender...? Se ríen, comparten, se animan, se respetan, participan, se
comprometen, se asombran, disfrutan, “se” disfrutan... Llegan algunos minutos antes, son puntuales, se
saludan antes de entrar al taller. No hay problema de quedarse unos minutos si se extiende el trabajo, la
explicación o un comentario cargado de afecto por parte de alguno de ellos, salvo claro, en las ocasiones
que algún “otro” los necesite, léase nieto o hijo... Y se van al terminar el encuentro... siempre con algo para
comentar antes de atravesar la puerta y con una sonrisa decir hasta la próxima... y se van vitales, barulleros,
haciendo chistes, agradecidos, dejando en el ambiente un tendal de besos y abrazos. Esta escena se
observa una vez... muchas veces... se repite en muchos lugares que convocan a los mayores a encontrarse,
a aprender, a compartir. La frase de Juan Carlos es ejemplo del pensar como entrelazamiento inteligencia –
deseo, dramatizado, representado, mostrado y producido en un cuerpo, según afirma Alicia Fernández. Por
eso, mucho más importante que los contenidos pensados, es el espacio que posibilita hacer pensable un
determinado contenido. Lugar al que estaremos dirigiendo nuestra intervención, nuestra mirada. La
psicopedagogía tiene como objetivo hacer pensables las situaciones. Centrándose en el interjuego “entre”
lo conocido y lo no conocido, entre la certeza y la duda, entre mi ser y los otros, entre mi saber y el de
otros, entre el ayer y el hoy, entre el enseñar y el aprender. La tarea psicopedagógica, a través de recursos
adecuados para ese mayor, ese grupo, incita a que el sujeto tenga posibilidades de disponer de imágenes,
palabras, recuerdos, para poder hacer uso del saber. Estos espacios compartidos conforman, como dice 7
Yuni “espacios legítimos y legitimados socialmente para la práctica, el ensayo, la mostración social, la
adquisición de recursos y la resignificación de tiempos y oportunidades personales...” En esta instancia de
entre aprendizajes en la que todos y cada uno actúa como enseñante y aprendiente en lo afectivo y
cognitivo, se sostiene la red vincular constituida como espacio educativo. Se considera que los procesos
educativos son andamiaje de los procesos de subjetivación, ya que posibilitan y potencian los cambios que
supone todo proceso de desarrollo personal. Pensar significa responsabilizarse por lo pensado, ser sujetos
de derechos y también de obligaciones.

Reconsiderar su lugar hoy, significa construir un modelo de envejecimiento nuevo que no tiene
precedentes, que no prive del placer por la toma de decisiones. Nuevo modelo de envejecimiento, desde
una construcción activa que tenga que ver con la vida, no con el deterioro y la pasividad, sin caer en
polaridades, o responder a deseos de otros.

Es función de la psicopedagogía propiciar la presencia en los mayores del interjuego del enseñante y el
aprendiente, como posiciones subjetivas respecto al conocimiento, y que como afirma Alicia Fernández,
“pueden ser simultaneizables y están presentes en todo vínculo (padres -hijos, amigo-amigo, alumno-
profesor)”, quien agrega que “....sólo quien se posiciona como enseñante podrá aprender y quien como
aprendiente podrá enseñar.”

La tarea de los profesionales que trabajamos con mayores es facilitar que estos modos subjetivos de
situarse, fluyan e interactúen permanentemente en ellos, ya que es el objetivo recuperar las voces de todos
y de cada uno de ellos, desde el lugar de enseñantes, tansmisores de un legado, de saberes y experiencias,
al mismo tiempo que como aprendientes, en el reencuentro con las necesidades propias, desarrollando la
flexibilidad para continuar apropiándose y enriqueciendo con lo que propone el entorno, contribuyendo a
la modificación de la representación social.

Cabe destacar el valor de la intervención psicopedagógica para que estas posiciones subjetivas se
mantengan presentes, activas en el adulto mayor, y que se desplieguen en interacción con “otros”: cultura,
pares, familia, sociedad.

Psicopedagógicamente se puede hablar de un trabajo psíquico permanente que el mayor realiza en el 8


proceso de envejecimiento, que le implica situarse frente al conocimiento en franco diálogo entre ambos
modos subjetivos, el cual está estrechamente ligado a su modalidad de aprender a lo largo de la vida. Hay
que destacar el valor de la historización en este momento del curso de la vida; el sujeto es autor,
resignificando el momento y significándose en él, podría decirse que historizarse le reclama un aprender a
ser en consonancia con el que ha sido. Así Luis Horstein dice, “la historización simbolizante se produce por
la conjugación del recuerdo compartido y comunicado”, en la vejez esta necesidad se intensifica de manera
intrasubjetiva e intersubjetiva. La alteridad está presente no sólo en el entorno que hace posible su discurso
sino en aquellos “otros” internos, sus otros que lo acompañaron y constituyeron en su recorrido de vida. En
este tiempo la revisión de las historias de aprendizaje surge como recurso y potencial para poder pensarse
en otro lugar, sin perder de vista el ser “siendo” de su protagonista, revalorizando en ellas la pertenencia a
la continuidad identitaria y la permanencia para favorecer los cambios necesarios.

Atender a la modalidad de aprendizaje de cada mayor y del colectivo mayores da herramientas valiosas
para la intervención psicopedagógica. Con ella se hace referencia al modo de una persona de relacionarse
con el conocimiento, esquema que utiliza a lo largo de su vida en diferentes situaciones de aprendizaje, en
el que se encuentran elementos que se repiten y otros que cambian. Esta construcción está formada por
una imbricada trama de significaciones, guiada por el modo en que el sujeto se ha relacionado con el objeto
a conocer, cómo se ha reconocido como autor y protagonista de sus aprendizajes y cómo ha sido
reconocido por los otros enseñantes, así como por todas las significaciones que en su núcleo primario le
hayan dado al conocer. Así el abanico que los mayores encuentran puede oscilar entre un conocer
inaccesible, peligroso, en el que no hubo lugar para la pregunta, para la elección, hasta la polaridad en la
cual el conocer fue sinónimo de desafío, bienestar y salud, favorecedor de crecimiento. Creo oportuno
mencionar lo que sostiene la Lic. Schlemenson, “ofrecer la oportunidad de recuperar la diversidad de los
movimientos de apropiación, abandonar la uniformidad e incorporar el placer como activador del deseo en
la construcción de conocimientos, es aproximar el aprendizaje al encuentro de sentidos que lo transforman
en significativo”, que incluye el matiz placentero, de disfrute que debe acompañar los aprendizajes de los
mayores.

El espacio psicopedagógico invita a pensar, a la creación, y brinda la posibilidad de inscribir algo de la propia
invención.
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Perfil del psicopedagogo

Si bien se ha incrementado la intervención con mayores, hay mucho por hacer, sobre todo desde el rol
psicopedagógico, de allí la especial responsabilidad del profesional para formarse para una poblac ión y un
ámbito nuevo. Las personas mayores nos recuerdan el sentido de la vida por la proximidad de la muerte,
son quienes aportan tiempo, historia, conocimientos profesionales y humanos, son el testimonio vital que
las generaciones posteriores deben mirar porque son puntos de referencia para promover en ellas
generosidad, serenidad y pensar en lo esencial, en lo importante que no es lo urgente, ni la fuerza ni la
productividad; necesitamos mirarlos para aprender lo que es la plenitud de la vida.

La valoración y la comprensión de las personas mayores que haga el profesional que trabaje con ellos,
apuntará a asegurar el bien de la persona mayor, a través de fomentar la posibilidad de elección, el respeto
por la autonomía y la participación, buscando salvaguardar la dignidad y los derechos fundamentales. Por
ello no son de menor importancia los criterios deontológicos necesarios que debe plantearse el profesional
en su intervención con las personas mayores. En estrecha relación con la actividad educativa que es
esencialmente ética, la intervención psicopedagógica comprende directamente la mejora de la persona, el
bien del educador y el bien del que se educa. Presupone la exploración propia y la propuesta orientativa de
tender a que la persona se mire, se escuche, se cuestione a partir del aprender, fundamentalmente de su
aprender a aprender. Esto hace que las convicciones vitales afloren continuamente. Y en este
cuestionamiento personal que se exacerba al trabajar con mayores, cabe privilegiar una reflexión: se gún se
valore a las personas se estima a los mayores. Si se considera que lo mejor de las personas son bienes como
el éxito, la juventud, la productividad entendida dentro de lo esperado en la sociedad actual y sus logros, la
persona mayor se encuentra en desventaja; así como si se le adjudican características como la
vulnerabilidad y la debilidad, lo que influirá a la hora de reconocer su valor y sus posibilidades hoy. Situarlos
en este lugar sería restar intensidad a la ayuda que puede contribuir a su des arrollo y valoración. Por el
contrario, cuestionar quiénes son, qué tienen que no sea lo que otros sectores de la sociedad poseen,
reconocer su propio lugar, nos alejará del ofrecimiento de propuestas que favorecen el juego del
consumismo. Pensar en que sólo lo pasen cómodamente, y restringir las posibilidades de los mayores a la
distracción no es el objetivo de la intervención psicopedagógica. Ésta va más allá de un objetivo de
diversión y paso del tiempo. Parte de los derechos y las posibilidades que toda persona tiene de aprender,
contribuye a integrar al mayor, al sostenimiento de su permanencia y pertenencia social, promover lo mejor 10
de la persona, ayudándola a redescubrir en el sentir y en el hacer la confianza en sí mismo, en los propios
aportes, en su singularidad. Más allá de tener una sólida formación profesional y de ser conocedor de las
características específicas de esta población, es importante que el psicopedagogo desarrolle competencias
de proceso, es decir, capacidad de generar oportunidades y situaciones de naturaleza intrapersonal e
interpersonal, lo cual habla de un profesional con una mirada prospectiva, orientado hacia la posibilidad de
invitar y mostrar nuevas experiencias. La actitud para experimentar un sentimiento de empatía hacia los
demás es tan importante para la dinámica grupal así como para entender las necesidades de los mayores y
construir un contexto que responda a profundas motivaciones personales que culminen en aprendizajes
significativos. Implicado como persona con toda la integridad de su ser, el psicopedagogo se relaciona con
los adultos mayores sabiendo que en ellos se refleja. Todos, mayores y profesional son espejos que reflejan
unos a otros un mañana o un ayer y es en ese imbricado cruce de tiempos, de sentidos y senti mientos que
se establece la relación fecunda que permitirá el aprender Considero que hay que destacar que la tarea
profesional requiere ir al encuentro de la persona con la intención de defender su dignidad y potenciar su
individualidad, respetando y comprendiendo la alteridad, apreciando sus diferencias y promoviendo el valor
por la singularidad.

POR ÚLTIMO

Considero que los profesionales de la psicopedagogía necesitamos reflexionar sobre el conocer, construir,
ensayar modalidades de inserción, dudar, ratificar o rectificar el camino para una búsqueda de la
especificidad de la mirada en una tarea nueva y compleja para “ser parte” del trabajo interdisciplinario. La
Dra. Müller escribe en su artículo “Balance y perspectiva de la Psicopedagogía en la bisagra del milenio”:
“Estamos ante nuevas problemáticas del aprender, el enseñar, el conocer y el saber, en cuanto procesos
subjetivos, intersubjetivos, sociales y culturales, en contextos de cambios históricos macroscópicos de alta
complejidad”... Creo que el camino lo construirá un trabajo reflexivo y las acciones que de él surjan. Por
todo lo dicho, considero que la psicopedagogía es una disciplina que abrió caminos y construyó espacios y
su desafío es continuar conquistando espacios, respondiendo a las demandas de una sociedad en
transformación; ampliando la mirada que abarca el lugar del aprendizaje en el curso vital en su totalidad.
Cuando observo a los mayores atentos, realizando con compromiso las propuestas, cuando escucho
preguntas, cuando veo que ríen, que disfrutan, que se conmueven, en síntesis, cuando los veo con actitud
comprometida con la vida, sosteniendo en el tiempo los encuentros, intercambiando experiencias, 11
participando, poniendo en palabras tristezas y alegrías, estableciendo nuevos vínculos, utilizando los
encuentros como proyectos diarios que los organiza, que les posibilita pensarse en sueños personales y
proyectos comunitarios, haciéndose cargo del propio proceso de envejecimiento como personas que más
allá de los años no abandonan su condición de sujetos deseantes, no tengo dudas que el camino preventivo
ha comenzado a desarrollarse y a contribuir con otras propuestas. La intervención psicopedagógica invita a
vivir el “protagonismo”, que en el diccionario de la Real Academia significa: “Afán de mostrarse como la
persona más calificada y necesaria en determinada actividad, la que tiene la parte principal”. Nada más ni
nada menos que eso: vivir el proceso de envejecimiento con la certeza que cada uno es el más calificado y
necesario para atravesarlo de la mejor manera posible, respetando las transformaciones propias del curso
vital, apostando a la vida y honrando la longevidad.

(1) 1 Lic. en Psicopedagogía, Universidad del Salvador, Especialización en Psicogerontología, Universidad Maimónides.
Coordinadora de Grupos de Adultos Mayores, Grupo psicopedagógico, Servicio de Extensión Comunitaria del Instituto
del Profesorado de Consudec. Co-coordinadora de caminos, talleres para mayores.

Bibliografía

Fernández, A. (2000) Los idiomas del aprendiente. Bs. As. Ed. Nueva Visión.

Müller, M. (1999) Balance y perspectiva de la psicopedagogía en la bisagra del milenio Aprendizaje Hoy Nº 44, Buenos
Aires, Ed. Alejandro Morgantini.

Savater, F. (2003) El valor de elegir. Barcelona: Ed Ariel

Yuni y Urbano (2005) Educación de adultos mayores. Córdoba: Editorial Brujas

Zarebski, G. (2005) El curso de la vida. Diseño para armar. Buenos Aires: Ed. Maimónides

Zolotow, D. (2002) Los devenires de la ancianidad. Buenos Aires:

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