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El profesional de la violencia

Por Jorge Iván Grisales Marín

Sería muy inocente afirmar que en pleno siglo XXI el uso de las armas de fuego en manos
de particulares en Colombia sintetiza el concepto de seguridad. Este concepto no puede
seguir entendiéndose como algo reactivo, sino más bien como algo preventivo y social. Ya
han sido muchas las investigaciones desde la academia que han revaluado esto, no tendremos
seguridad si el Estado no garantiza las condiciones mínimas para el desarrollo social, cultural
y económico de las personas.

Después de que el presidente Duque firmara el Decreto 2362, en el que se otorgan permisos
especiales a algunos ciudadanos para el porte de armas, distintos actores de la sociedad han
encendido nuevamente el debate en todo el país, si es pertinente en una cultura como la
colombiana armar a sus integrantes.

Ante los 9.384 homicidios que Medicina Legal registró en 2018, comparados con los 8.122
en 2017, a causa de armas de fuego, es razonable que un sector del Congreso y del Gobierno
ponga la seguridad en la agenda pública, más en año electoral. Sin embargo, la tesis sobre el
porte de armas como un derecho a la seguridad del ciudadano es una mirada reduccionista,
ya que solo se concibe la seguridad como una práctica que se limita a la simple defensa de lo
personal y no se detiene en la satisfacción de las necesidades humanas y materiales.

Flexibilizar el porte de armas con el argumento de que es para aquellas personas que generan
empleos, grupos empresariales que son los más propensos a ser atacados por la delincuencia,
es incentivar la creación de ejércitos privados.

La gente no es violenta porque tiene armas y tampoco la solución es armar a los que no las
tienen. El verdadero problema es hacerles creer a los colombianos que un solo elemento
sintetiza el todo de un concepto. Lo que este decreto no deja ver es el asunto del control de
las armas ilegales en las distintas fronteras. Ese es realmente el punto.

Sin duda, los traficantes ilegales de armas toman ventaja de la posición geoestratégica de
Colombia por las múltiples fronteras. Existe un mercado que es el contrabando de drogas y
armas del que muchos sectores se benefician. Por esta razón, reitero, la solución del problema
a corto plazo no es armar a muchos sectores, una visión muy facilista que lo único que hace
es delegar la responsabilidad al ciudadano, volverlo un profesional de la violencia. Esta
medida revela la incapacidad del Estado colombiano por diseñar estrategias que incluyan
mejores relaciones diplomáticas con los países vecinos para que entre todos contrarresten el
mercado ilegal.

Vale la pena traer una frase del escritor antioqueño Fernando Vallejo, de La Virgen de los
sicarios: “A Dios, como al doctor Frankenstein su monstruo, el hombre se le fue de las
manos”. Parece que al Gobierno se le está yendo de las manos este asunto de la seguridad,
no comprende todas las dimensiones que atraviesan este concepto.

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