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Cooperativismo: forma histórico-concreta de organización

económica y político-participativa de interés colectivo

Alfredo Velarde
“La palabra ‘cooperativo’ adolece de tener dos
significados. En un sentido es algo tan vago co-
mo ‘trabajar juntos’, o aún en el uso moderno,
‘listo para ayudar’. En otro, es la definición pre-
cisa, en muchos países legal, de una clase parti-
cular de organización productiva o comercial”
1
(Margaret Digby )

I. Definiendo al Cooperativismo y las Cooperativas

Cuando se hace referencia a la Cooperativa y a las diversas modalidades de


organización que esta peculiar forma histórico-concreta de organización que el
movimiento cooperativo internacional ha adoptado, a partir de sus ya remotos orígenes,
dependiendo siempre del tipo de modo de producción o de formación económico-social
en que esta antigua y moderna forma de organización surgió para luego madurar y que es,
a la vez, una forma organizacional económica y política, parece ineludiblemente
necesario enfatizar el hecho de que más allá de sus alcances y límites o de sus virtudes y
defectos característicos en ella, de entre la suma de sus más notorios o reconocibles
principios, acaso el más importante de rescatar, sea el hecho de que la cooperativa es una
forma de organización participativa propia del interés colectivo de los trabajadores al seno
del proceso económico en que intervienen y que se contrasta, claramente, de las otras
formas económico-productivas que reivindican e imponen –como se sabe- la
preeminencia de las más heterónomas formas económicas dominantes e instituidas que
defienden, por la vía de los hechos, la tutela de ese mismo proceso económico bajo el
comando de la propiedad privada capitalista; o bien, de la directa gestión del Estado
interventor para hegemonizar dichas labores económicas tipificadas por el directo
sometimiento de los trabajadores, pese a que ellos son aquellos agentes económicos de
quienes depende tanto la producción cuanto la reproducción de los bienes y servicios que
las cooperativas ofrecen para el abastecimiento material, compitiendo con los capitalistas
privados y los funcionarios públicos estatales, para la satisfacción de las amplias
necesidades sociales.

En esa misma dirección, entonces, no sobra afirmar aquí que la historia del
movimiento cooperativista ha sido, amén de ambivalente, muy larga y sumamente
compleja como para poder ofrecer una narrativa de él que pudiera resultar
medianamente uniforme y homogénea. Y esto es así porque, en la dilatada trama de su
desarrollo histórico existen, desde luego, desde las expresiones precursoras del
cooperativismo más primitivas, hasta las más desarrolladas; aquellas esperanzadoras y que
han resultado ser las más coherentes, al lado de las formas menos consecuentes y
demagógicas, contradictorias o hasta reaccionarias; al tiempo que la suma de todos sus
esfuerzos colectivos, nunca han sido capaces de escapar a las frecuentes y muy
perniciosas influencias que tanto el Estado y sus gobiernos, de un lado, o el capital y sus
apropiadores privados, del otro lado, determinan -juntos o separadamente-, una
recurrente limitación externa de los reales alcances cooperativistas, o que, en su defecto,

1
Margaret Digby. El movimiento cooperativo mundial. Editorial Pax-México 1960, pág. 11.

1
condicionan desfavorablemente toda posibilidad emancipadora real, mientras que el
genuino movimiento cooperativo, como aliado y estrecho colaborador con las demás
expresiones económico-políticas y de interés colectivo democrático-participativas de los
trabajadores, independientes y autónomas, no logren sacudirse y liberarse en forma
definitiva del pernicioso Estado-capital en su histórica lucha anti-sistémica y contra-estatal,
llamada a la edificación de un nuevo modo de producción sin explotadores ni
explotados, y también sin gobernantes y gobernados, a fin de hacer avanzar su proceso de
desarrollo para depositar en el basurero de la historia al modo de producción capitalista
maduro que todavía padecemos en el transcurso de las primeras décadas del siglo XXI.

En la presente sede, se intenta recuperar aspectos esenciales y de interés general


en la abigarrada y compleja historia del amplio movimiento histórico cooperativo
internacional, y que, en sus más primigenios orígenes, incluso, antecede al capitalismo,
aunque nunca haya sido capaz de trascenderlo definitivamente con fundamento en sus
propias y limitadas fuerzas endógenas. Posteriormente, el cooperativismo se desarrolló
sobre todo en el capitalismo, además de en los siempre mal llamados “países socialistas”
de antaño en que transitó con más pena que gloria, siempre sometido al Estado
burocrático, hasta arribar a nuestro presente más inmediatamente contemporáneo en que
el movimiento cooperativo, sin duda, enfrenta muy duros desafíos y a la vez a un
conjunto de grandes retos que no resulta prudente minimizar si se pretenden recuperar
algunas de sus más luminosas propuestas en materia de economía participativa y
democrático-directa radical, desechando sus elementos de ingenuidad e inconsecuencia
política tan frecuentes en él y que también han singularizado a la zigzagueante historia del
cooperativismo mundial, siempre marcada por algunos de sus más visionarios avances,
pero también, por muchos de sus más decepcionantes retrocesos. Veamos…

II. En torno a los orígenes del Cooperativismo y su movimiento histórico

En sus orígenes, la teoría y práctica del llamado “socialismo cooperativo” nació en


el período de la descomposición del modo de producción feudal y la génesis
conformadora inicial del capitalismo histórico, montado en ancas de la revolución
industrial. Los primeros ideólogos del movimiento cooperativista fueron, entre otros
muchos más y como se sabe bien, los pensadores socialistas utópicos: es el caso ejemplar
del británico Robert Owen, así como de los franceses Charles Fourier y Saint Simon. La
idea del cooperativismo, como plan o apuesta presuntamente decidida de transformación
y conversión del capitalismo en socialismo, fue promocionada por el socialista utópico
inglés Robert Owen durante los prolegómenos del siglo XIX. Para tal fin organizó las
primeras asociaciones cooperativas obreras cuyo objetivo central consistía en la búsqueda
por demostrar, prácticamente, la posibilidad de desplazar tanto a capitalistas comerciantes
como a industriales por la vía económico-política, a fin de transitar a un régimen social en
que no hubiera pobres y en donde todos aseguraran un real desahogo económico-
material que fuera capaz de traer, como directo efecto suyo, una igualación social entre
los cooperativistas, y, también, con respecto a la propia población en general y que era
vista como beneficiaria directa del cooperativismo.

De esa manera y en el aspecto económico, la comuna de Owen y los falansterios


de Fourier debían constituir una suerte de “haciendas autárquicas” integrales, cuyas
fuerzas debían orientarse a la producción de artículos de alimentación y consumo en
general y capaces de satisfacer las necesidades sociales en dichos renglones, como en
todos los demás del amplio repertorio de las crecientes y muy diversas necesidades
sociales. A juicio de Fourier, por ejemplo, la riqueza es la base material del progreso y

2
para ello se impone la necesidad de organizar la gran producción aprovechando las
ventajas de la división del trabajo, lo que a su vez conduce al incremento de la
productividad del trabajo colectivo asociado e invariablemente sustentado en la decisoria
participación colectiva de los trabajadores en su gobierno y administración. Así, los
seguidores owenianos y fourieristas, como todos los otros utopistas cooperativistas
precursores del mismo principio, también consideraban que la cooperativización para la
producción y distribución de los productos y bienes materiales imprescindibles para la
vida, constituía la vía más adecuada en la puja por la edificación de una sociedad socialista
avocada a “hacer prescindible” la lucha de clases y para que, en el axial momento de la
gran transformación social que con el cooperativismo instaurado por doquier se habría de
alentar, haciendo posible y sin derrocamientos violentos el desplazo del dominio de la
burguesía (tal y como se pretendió que aconteciera en Inglaterra, como en el caso de
William King y los pioneros de Rochdale, o en Francia, con Buchez y sus partidarios).

Sobre todo esto, habría que señalar que ese modo de comprender el papel de las
asociaciones cooperativas tanto de consumo como de producción, resultaba ser propio
de un tipo específico de socialismo limitado en sus alcances reales, dado que, por
ejemplo para Engels, precisamente por el ser utópico característico del cooperativismo
dominante de su tiempo inicial que lo singularizaba, su impulso empíricamente declarado
equivalía a carecer, objetivamente enunciado el hecho, de los elementos y las bases de
objetividad capaces de terrenalizar en los hechos de la vida cotidiana de los trabajadores y
del conjunto de la sociedad, ese conjunto de propósitos, si bien encomiables de parte de
ese primer cooperativismo intuitivo, sin embargo y a la postre, resultaba ser en última
instancia idealista desde el momento mismo en que no se exigía ni pugnaba
suficientemente por el previo desplazo de la hegemonía capitalista con la cual en último
término ha coexistido en lugar de sustituirla. Al efecto y sobre ello, Engels lo señaló en su
oportunidad afirmando que:

Los conceptos de los utopistas han dominado durante mucho tiempo sobre las
ideas socialistas del siglo XIX y en parte aún lo siguen dominando hoy. Les
rendían culto, hasta hace muy poco tiempo, todos los socialistas franceses e
ingleses, y a ellos se debe también el incipiente comunismo alemán, incluyendo a
Weitling. El socialismo es, para todos ellos, la expresión de la verdad absoluta, de
la razón y de la justicia.2

Sin embargo y en sintonía con las anteriores palabras de su compañero de


andanzas filosóficas, económicas y políticas, ¿cuál era la concepción de Marx en lo que al
cooperativismo se refiere? A eso, dedicaremos nuestro próximo apartado.

III. La concepción de Marx alusiva al cooperativismo

Por su parte, Carlos Marx observó de manera muy crítica y por ambivalentes,
amén de ambiguas, las reales posibilidades objetivas para la emancipación del trabajo de
la explotación capitalista, con fundamento en el movimiento cooperativista y que sólo lo
veía como algo potencialmente posible, no en la organización de las asociaciones de
producción de los obreros en el marco del régimen capitalista, sino como resultado de la
revolución socialista triunfante y de la conquista del poder político por parte de la clase
obrera; como resultado y finalidad última, en fin, de la liquidación de la propiedad
privada sobre los instrumentos y medios de la producción material y de su paso
2
Federico Engels. Del socialismo utópico al socialismo científico. En C. Marx y F. Engles Obras
Completas, Tomo XIX, Editorial Progreso, Moscú 1956, pág. 201.

3
transicional a un régimen de propiedad social que es, cualitativamente valorado el hecho,
radicalmente opuesto al capitalismo: el del régimen de transición socialista.

Para él, el limitado papel de las cooperativas en el modo de producción


capitalista, obedecía a la franca tendencia que las más extraviadas experiencias del
cooperativismo internacional han terminado por evidenciar su franca propensión
abiertamente proclive a reproducir –consciente o inconscientemente- las relaciones
sociales de producción capitalistas que inicialmente cuestionaron. En tal sentido, el
cooperativismo mal concebido y peor ejecutado, concluye en una forma específica más,
dice Marx, del propio proceso capitalista de la producción y la circulación material
mercantil-capitalista. Vista así la cosa, la cooperativización del trabajo, concebida ésta
como una forma de manifestación del carácter social de la producción desarrollada al
seno de la sociedad burguesa, es tan sólo una condición material necesaria, sí, pero
plenamente insuficiente, para el triunfante paso revolucionario del capitalismo al
socialismo aspirante de edificar una sociedad sin clases comunista. Bajo tal situación el
trabajo cooperativo, precisaría, para poder verdadera e inequívocamente resultar
alternativo, del concurso y la virtuosa adición de otros elementos complementarios
frecuentemente ausentes en las formas cooperativistas tradicionales y más toscas. Sobre
ello, afirma Marx lo siguiente:

“… por excelente que sea en principio, por útil que se muestre en la práctica (…),
limitado estrechamente a los esfuerzos accidentales y particulares de los obreros,
no podrá detener jamás el crecimiento en progresión geométrica del monopolio
[de los propietarios privados], ni emancipar a las masas, ni aliviar siquiera un
poco la carga de sus miserias”.3

Desde la visión del padre de la crítica de la economía política, como bien se


puede ya advertir, la cooperativización del trabajo en las condiciones del régimen
capitalista, demuestra en forma palmaria que, en él, la fuerza dominante en la esfera de la
producción y el crédito es el capital, al tiempo que es también el dueño del poder político
encarnado en la figura del Estado de clase capitalista, en tanto que celoso centinela y
guardián de los intereses de la propiedad privada. O, como también lo enuncia Marx
cuando afirma en una suerte de pronóstico suyo que, bajo tales condiciones, “… el
movimiento cooperativo jamás podrá transformar la sociedad capitalista”.4

¿Cuándo podría el movimiento obrero independiente y autónomo, entonces, nos


preguntamos, coadyuvar a la transformación general de la sociedad capitalista en
socialista, de un modo resignificado, auténtico y consecuente con sus finalidades? Sólo
podrá contribuir en dicha tarea, singularizada por el compartido esfuerzo, mancomunado
y corresponsable, para liberar a las masas trabajadoras de la explotación inherente a la
sociedad en que impera el sistema de trabajo asalariado, cuando el trabajo cooperativo,
sea capaz de desarrollarse a escala nacional y con recursos del conjunto de la nación
misma, al tiempo en que también se proponga hacerlo, simultáneamente, en forma por
demás resuelta en el plano internacional. Sólo así, el cooperativismo podrá encontrar la
solución a sus justificables y legítimas aspiraciones, pero de modo frecuente tan
incorrectamente direccionadas en favor de la justicia social que dice abrigar y la cual
afirma perseguir.

3
Carlos Marx. Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En C. Marx y F.
Engels, Obras Completas, Tomo 16, Editorial Progreso, Moscú 1956, pág. 10.
4
Carlos Marx. “Instrucción a los delegados del Consejo Central Provisional” . C. Marx y F. Engels. Obras, t.
16, pág. 52.

4
IV. Cooperativismo y lucha de clases: ¿elemento esencial del éxito o fracaso
de los trabajadores en la lucha por su emancipación?

Por de pronto y a fin de evitar el prestarnos a malas interpretaciones, debemos


distinguir la diferencia existente entre los alcances alternativos de que el cooperativismo
coherente es genuino portador y sus indubitables límites que, también en ocasiones y por
desgracia, han tendido a determinar que ciertos esfuerzos cooperativistas devengan,
francamente enunciado el hecho, como contraproducentes. En parte esto es así porque
regularmente ni siquiera se diferencian adecuadamente los conceptos de “cooperativa”,
“cooperativismo” y “sociedad cooperativa”. Ya que, si bien el primer concepto hace
referencia a un modo de propiedad, el segundo alude a una conceptualización más bien
ideológica, mientras que el tercero detenta la connotación que nos remite a una forma de
organización social que resulta ser propia de los sistemas capitalistas.

En cualquier caso y si es verdad que el movimiento cooperativo ha logrado, en su


compleja historia internacional, el diseño y la materialización de una promisoria forma
económico-política autogestionaria y por ende alternativa, a través de sus más exitosas
experiencias, al punto de que sólo por momentos ha sido capaz de disputarle a la clase de
los propietarios privados y su Estado la hegemonía de una minoritaria proporción de la
propiedad de ciertos medios productivos y circulatorios, para hacerlos devenir comunes
en favor de sus asociados y los consumidores de la sociedad en sus más amplios
agregados, ello no obsta para reconocer que, en esa lucha tan necesaria y legítima de
parte de los trabajadores, hasta hoy la correlación política de fuerzas existente en tales
esfuerzos, por muy importantes experiencias concretas que hayan existido, nunca sus
resultados han sido en favor de los trabajadores salvo de manera episódica o más bien
temporal, y que también se han visto determinados frecuentemente por la escala,
comparativamente hablando muy pequeña, del cooperativismo frente al poder
omnímodo del Estado-capital al que se ha pretendido confrontar, pero con el cual ha
tendido mayormente a coexistir. El motivo de ello, debiera buscarse en el hecho de que,
la disputa por la propiedad, la posesión y el usufructo de los medios de producción es, en
última instancia, una disputa por el poder. Poder de decisión sobre la forma de producir
tanto los bienes como los servicios materiales e inmateriales, en favor y para el beneficio
de la amplia colectividad social. Y dado que el poder no es otra cosa que el más frío,
obcecado y pragmático de los valores afirmativos del descarnado egoísmo más
particularista e individualista liberal capitalista, no debe extrañarnos el encono y la fuerza
autoritariamente reaccionaria con que se lo ha enfrentado en cada uno de los momentos
en que las luchas en favor de lo común para todos, se han erigido como un peligro o
claro desafío tanto respecto al poder de los capitalistas privados o del funcionariado
públicos-estatal que suele agotarse en las caducas formas gubernamentales de clase.

No andaba desencaminado el anarquista Proudhon, cuando postulaba, enfático,


que “la propiedad es un robo”. Tan estaba en lo correcto, que toda la historia del
capitalismo moderno, ha hecho ostensiblemente claro que no es posible desvincular a la
lucha de clases del fenómeno de la propiedad privada. La lucha de clases es efecto de las
relaciones sociales productivas, esto es, de las relaciones entre la propiedad y el esfuerzo.
Y ésta lucha, se refleja en todas las actividades del hombre moderno (en los talleres,
fábricas, comercios, en el Estado, en todas las estructuras sociales). Parafraseando a
Herman Heller diríamos que “la lucha de clases es un producto cultural”, que no deja
que nadie escape de ella. Además, esa lucha es también una lucha de valores. Una
disputa entre la apropiación privada y la posesión particular o individual que trata de

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retornar a sus orígenes, a la propiedad colectiva y los valores socializantes de la
cooperación. A propósito de ello, afirma Proudhon:

El propietario es dueño de dejar pudrir los frutos del árbol, de sembrar sal en su
campo, de ordeñar sus vacas en la arena, de convertir en hiel su viña, de
transformar una huerta en monte, ¿todo esto es abuso? ¿Sí o no? En materia de
propiedad el uso y el abuso se confunden necesariamente.5

En contraste con los abusos de las entidades parasitarias en que se convirtieron los
propietarios privados, acostumbrados a vivir a las costillas del trabajo ajeno que produce
el excedente económico y con ello la plusvalía social privadamente conculcada, nosotros
debiéramos sostener aquí que, por el contrario, la más coherente propiedad cooperativa
se separa en esencia de la explotación del hombre por el hombre, para decantase en
favor de la instauración del principio, según el cual “quien no trabaja no come”, bajo el
deliberado propósito de generalizar un principio distributivo que, en materia distributiva,
postula: “a cada quien ha de corresponderle un porcentaje del colectivo producto social,
según la magnitud de su trabajo”. La propiedad privada se opone a los principios de la
libertad, igualdad y seguridad, porque es un derecho fuera de la sociedad, pues es lógico
pensar que si los bienes de la propiedad privada -los medios de producción- fuesen
comunes o cooperativos, las condiciones sociales de vida serían iguales para todos, por lo
que se transformaría en una argucia decir: “la propiedad es un derecho que tiene el
hombre de disponer de la manera más absoluta de unos bienes que son sociales”.

En la anterior tesitura, es indudable que si nos interrogáramos respecto a si el


hombre se ha apropiado de la naturaleza, la respuesta a ella tendría que ser afirmativa,
para agregar lamentándonos que tal apropiación ha ocurrido en función al peor uso de
ella para flagelarla y destruirla, no comprenderla ni respetarla, desde el momento que
abusamos de ella al punto de desequilibrarla, en medio de los peores propósitos puesto
que, además, la especie humana se explota entre sí, desde el momento en que unos viven
del salario con que otros les explotan a cambio de un jornal o salario, un sueldo y cierta
cantidad de honorarios muy frecuentemente en el límite de la subsistencia. De ahí que la
cooperativa, para muchos, se ha convertido en una suerte de vía o ruta alternativa merced
a la cual los propietarios individuales y los que sólo poseen sus manos y talento,
accederán a la propiedad de los medios de producción creando así una potencialmente
verdadera sociedad libertaria y democrática. Sobre este mismo particular, Proudhon
esclarecía de qué tipo de asociación precisaba la especie humana para replantear sus
vínculos esenciales consigo misma, claramente distanciados de los valores capitalistas y
burgueses cuando señaló lo siguiente:

Por consiguiente, si estamos asociados para la libertad, la igualdad y la seguridad,


no lo estamos para la propiedad. Luego, si la propiedad es un derecho natural no
es social sino antisocial. Propiedad y sociedad son conceptos que se rechazan
recíprocamente; es tan difícil asociarlos como unir dos imanes por sus polos
semejantes.6

De todo lo anterior se colige que la lucha de clases es un indeseable producto de


la lucha de apropiación: la individual y colectiva contra la privada y, en esa lucha de
clases, las masas organizadas y conscientes constituyen la mayor garantía de la defensa del
cooperativismo contra todo valor o principio privatista explotador.

5
Pierre Joseph Proudhon. ¿Qué es la propiedad? Ediciones Antorcha, México 1979, pág. 45
6
P. J. Proudhon. Op., cit., pág. 55.

6
V. La cooperación en cuanto que tal

Una vez señalado lo antedicho, no podemos concluir la presente intervención


introductoria al muy amplio y complejo tema del cooperativismo, en cuanto que tal, sin
señalar así sea de una manera sintéticamente final, algunos de sus elementos cardinales
que no deben obviarse nunca en lo que a este ancilar tema se refiere y que se manifiestan
como claramente determinantes a la hora de aproximarnos, en términos generales, tanto
a la teoría cuanto a la práctica del cooperativismo. Entre sus múltiples aristas, son de
denotar, por ejemplo las siguientes y de las cuales ofreceremos un breve panorama
introductorio general: a) Características de la cooperación; b) La historia de la
cooperación; c) El cooperativismo propiamente dicho; y d) Los principales teóricos de la
cooperación, a través del amplio espectro de su real pluralidad paradigmática, y que no
siempre resultan ser convergentes una de sus expresiones, con respecto de las demás.

a) Características de la cooperación

La auto emancipación, es decir, la emancipación de los trabajadores por sus


propios esfuerzos, idea motriz del movimiento obrero en el siglo XIX y en menor
medida a principios del siglo XX, inspira las tentativas tantas veces retomada como
abanderadas de crear en el seno mismo de la sociedad capitalista empresas de las que los
trabajadores sean sus propios administradores y trabajen en común bajo las órdenes de
un pequeño comité dirigido por ellos mismos y siempre eventualmente sujeto a
revocación. Así nacen las cooperativas obreras, ya sean de consumo o de producción.

Al respecto, vale agregar que sus miembros, convencidos de que la vida de los
hombres depende menos de las necesidades económicas que de una moral cuya libre
elección está en sus manos, esperan que su ejemplo de solidaridad e independencia sea
seguido en un mayor o menor plazo por todos, de manera que la explotación capitalista
llegue a su fin sin que sea necesario proceder a una expropiación brutal, ni a la menor
ruptura de continuidad (algo verdaderamente difícil de suponer que realmente ocurra).
La cooperación persigue, antes que nada, claramente desmarcarse del capitalismo como
el pernicioso y contraproducente modo de producción que es para el interés colectivo de
los trabajadores. Repudia el provecho y la ganancia injustificada, tanto de una parte como
de la otra: los trabajadores tienen derecho a una justa remuneración y los consumidores,
de su lado, a un precio justo de los productos que demandan y precisan. En tal sentido,
prisionera provisional de un mundo capitalista donde reina la ley del valor de cambio y la
competencia, la cooperación acepta las presiones del mercado en lo concerniente al
funcionamiento interno; las cooperativas practican la delegación del poder, mantienen la
jerarquía de las funciones, determinan las responsabilidades de los dirigentes. La
cooperación, por desgracia y muy frecuentemente –mal que nos pese a los anticapitalistas
revolucionarios-, respecta las leyes de la libre empresa, mientras el capitalismo exista, algo
que nos conduce a afirmar todo lo que dentro de la cooperación la pone en cuestión, a
fin de alentar sin cortapisas, todo aquello abiertamente proclive al socialismo libertario
anti-sistémico y contra-estatal.

La innovación aportada por la cooperación reside, sobre todo, en la


experimentación de diferentes medios capaces de sacar a los trabajadores del salariado y
reunirlos en una asociación de productores “libres e iguales” para distribuir y repartir la
riqueza económica material generada, del modo más equitativo posible. En ese sentido, la
cooperación representa la primera tentativa de traducir en acto a la autogestión técnico-
productiva, al más concreto terreno de los rotundos hechos materiales y tangibles. La
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participación obrera en la gestión, el interés colectivo en la productividad, la elección
directa de los órganos de gestión sobre la base cooperativa misma, la perfecta igualdad
entre todos los votantes de la empresa en virtud del principio según el cual “un hombre”
representa “un voto”, la definición de objetivos colectivos para el conjunto de la empresa
común, la rotación de las responsabilidades, en fin, son algunos de los instrumentos
participativos de radical democracia directa y participativa inventados e instrumentados
en su propia organización por los cooperativistas animados por la aspiración
autogestionaria de que el cooperativismo consecuente se encuentra imbuido
naturalmente.

b) La historia de la cooperación

Las cooperativas nacieron, por lo tanto, bajo la influencia del socialismo


asociacionista de inspiración cristiana bajo la plétora de sus ventajas y desventajas, así
como de sus alcances y límites. En 1831 el socialismo cristiano Buchez había expuesto en
el Journal des sciences morales et politiques cómo concebía el funcionamiento de una
cooperativa de producción. Estimaba que las industrias, cuya importancia radicaba en las
máquinas y el capital que éstas suponían, no podían prescindir de un director. Pero en lo
que concierne a los salarios, éstos deberían de fijarse por agrupamientos compuestos en
los que se encontraran, al lado de los representantes elegidos por los obreros, los
delegados de los patrones. Bajo la inspiración de Buchez, en 1834 cuatro obreros
fundaron en París la primera cooperativa de producción bajo el nombre de Association
chrétienne des Bijoutiers en doré. La primera cooperativa de consumo que tuvo éxito,
aparece en Rochdale, un distrito depauperado al punto de haber devenido en conocido y
peligroso arrabal en Manchester en 1844, cuando 28 obreros tejedores fundaron la
Sociedad de Pioneros Igualitaristas de Rochdale.

¿Cuáles fueron las principales cuatro reglas que desde Rochdale se heredarían, a
fin de defender la más genuina autenticidad hacia el conjunto del movimiento
cooperativista internacional? Las siguientes que aquí se enlistan: 1) Política de puertas
abiertas, esto es, que toda persona que lo desee es libre de unirse a la cooperativa; 2)
Poder democrático, es decir, un hombre equivale a un voto; 3) Repartición equitativa de
sus beneficios entre los miembros integrantes de ella, a prorrata, de sus operaciones en la
misma; y 4) Limitación de la tasa de interés.

De esa manera, inspirado en tales principios, cunde el ejemplo que, en 1864,


determinaría que en Heddendorf, una población renana, el burgomaestre Raiffeisen
crearía la primera cooperativa de crédito, avocada a la liberación de los campesinos de las
abusivas prácticas usurarias de los bancos capitalistas. Después, la cooperación se va
aproximando más a la organización de empresas privadas cuyos principios rectores, como
la propiedad privada de los medios de producción y jerarquización de funciones, no
habían sido prácticamente repudiadas de una forma evidente y exitosamente. En ese
mismo sentido, ya durante la segunda mitad del siglo XX y tras el finiquito de la Segunda
Guerra Mundial, se desarrolló un ejemplo exitoso especial de organización cooperativa
en la Comunidad Boimodeau donde se fabricaban cajas de relojes pulsera en Valence.
Vale la pena referir esa experiencia, ya que en momentos en que la Francia liberada
soñaba con una renovación política y social, esa cooperativa, animada por un poderoso
ideal, parecía facilitar un modelo posible para establecer relaciones sociales nuevas;
destacándose por un esfuerzo metódico de cultura y de formación humana de sus
miembros, por una propiedad más integralmente colectiva del capital, ya que las acciones

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en lugar de tenerlas los propios miembros, eran propiedad del comité de empresa, y por
la regla de unanimidad exigida para las decisiones importantes.

No hace mucho todavía que en los rescoldos de una Francia congénitamente


“proudhoniana”, se contaba en Europa, con el mayor número de cooperativas de
producción. Antes del fin del siglo XX, por ejemplo, la nación gala tenía más de 520
cooperativas exitosas que incluían a más de 35 mil socios-trabajadores y que habían
logrado mantenerse venturosas, contra viento y marea, sobre todo en las ramas
industriales que exigen menos un material costoso para producir, que una alta calificación
de su fuerza de trabajo auto-empleada y que, además, era portadora de una consciencia
profesional excepcionalmente avanzada. Por ejemplo, la mayor cooperativa de
producción, entonces, tenía su sede en París: era –y hasta donde sabemos aún lo es- la
Asociación de Obreros en Instrumentos de Precisión (AOIP), que había nacido desde
1895 por la voluntad de personas amenazadas con el despido laboral por los viejos
patrones originales: en el año de 1985, ciento diez años después de su fundación, la
cooperativa contaba con 4 mil 700 empleados, de ellos mil seiscientos en la región de
París. Su ejemplo resulta encomiable por su resolución, y, dentro de la cooperativa, todo
empleado podía convertirse en accionista de la misma a condición de depositar, para su
fondo común, el 5% de sus percepciones salariales. Sin embargo, el cooperativismo en el
mundo, es mucho más amplio y muy complejo como para suponer que una y sólo una
experiencia especial y modélica, pero aislada, pueda constituir una suerte de prueba
fehaciente de la viabilidad o inviabilidad de la ruta cooperativista, concebida como
fórmula exclusiva e inscrita en el proceso de auto-emancipación de los trabajadores en la
producción o en la circulación, así en el contexto urbano como en el medio rural.

c) El cooperativismo sin más en la visión proudhoniana

En las Confesiones de un revolucionario de 1849, Proudhon había ya hablado de


la “participación de todos los asociados en la dirección de la empresa y en los beneficios”.
Pero después de haber visitado las sociedades obreras existentes en 1856, que habían
tenido suficiente fuerza y decisión para resistir el reflujo revolucionario consecutivo a la
derrota de 1848, quiso estudiar a fondo su verdadera situación “orgánica”; es decir, su
disciplina interior y los principios que las animaban. En esa dirección, entendía muy bien
que él mismo estaba obligado a verificar que, a pesar de la capacidad del movimiento
cooperativista para sobrevivir, su supervivencia en numerosas sociedades frecuentemente
se veían “atormentadas por las habladurías, la discordia, las rivalidades, las deserciones o
las traiciones”. Sin embargo y pese a todo, Proudhon creía discernir en el movimiento
cooperativista, cuando éste se desenvuelve de manera consecuente con sus finalidades
últimas, que el cooperativismo podría englobar los retos que se le imponían para subsistir
de manera exitosa y extenderse al conjunto de Francia. Empero, en su larga historia,
muchas cosas acontecieron en sentido contrario a un avance poderoso del
cooperativismo. El principal, la incontestable hegemonía indiscutida de la propiedad
privada, contra cualquier modalidad de capital social y de interés colectivo.

Además, en La capacidad política de las clases obreras, un texto de 1865 ya al


final de su vida, Proudhon hace de la mutualidad y la reciprocidad, la base de la “nueva
democracia”. En cuanto al Estado, si bien él no rechaza del todo ni sin matizaciones su
en último término controversial injerencia, únicamente la acepta para “velar por la
educación económica y social de la clase obrera”. De manera que, de todo ese rastreo
emprendido por nosotros en su obra, podemos afirmar que, el juicio favorable que
Proudhon concede a las cooperativas obreras, sólo impregna parcialmente el texto

9
colectivo que él presentó a propósito de la cooperación al Congreso de la Primera
Internacional, celebrado en Ginebra en 1866. Sin embargo conviene recordar que los
autores de ese texto consideran que la cooperación por sí misma es capaz de provocar
una transformación social en profundidad y que ésta debe ir acompañada de una toma
del poder político. He aquí, en los párrafos finales de este mismo apartado, el juicio de la
Primera Internacional sobre el movimiento cooperativo, en que se establecía lo siguiente:

i) Nosotros reconocemos el movimiento cooperativo como una de las fuerzas


transformadoras de la sociedad presente, basada en el antagonismo de clases. Su gran
mérito está en mostrar prácticamente que el sistema actual de subordinación del
trabajo al capital, despótico y depauperante, puede ser sustituido por el sistema
republicano de la asociación de productores libres e iguales.
ii) Pero el movimiento cooperativo limitado a las formas microscópicas de desarrollo,
que pueden producir por sus combinaciones esclavos asalariados individuales, es
impotente para transformar él mismo la sociedad capitalista. Para convertir la
producción social en un vasto y armonioso sistema de trabajo cooperativo, no serán
realizados cambios de las condiciones generales de la sociedad sin el empleo de las
fuerzas organizadas de ésta. Entonces el poder gubernamental, arrancado de manos
de los capitalistas y terratenientes, debe ser manejado por las clases obreras mismas.
iii) Recomendamos a los obreros alentar la cooperativa de producción antes que la de
consumo. Ésta toca solamente la superficie del sistema económico actual, aquélla
ataca su base.
iv) Recomendamos a todas las sociedades cooperativas consagrar una parte de sus
fondos a la propaganda de sus principios, tomar la iniciativa de crear nuevas
sociedades cooperativas de producción y hacer esta propaganda tanto por la palabra
como por la prensa.
v) Con el fin de impedir que las sociedades cooperativas degeneren en sociedades
ordinarias burguesas (sociedades en comandita), todo obrero empleado debe recibir
el mismo salario, asociado o no. Como compromiso, puramente temporal, nosotros
consentimos en admitir un beneficio mínimo a los socios.7

Hasta ahí el pronunciamiento de la Primera Internacional…

d) Dos teóricos distintos entre sí respecto de las cooperativas

Por lo demás, a principios del siglo XX, el economista Charles Gide (1847-1932)
devino en una suerte de “apóstol del cooperativismo”. A sus ojos, una propaganda
metódica e “incansable” de los cooperativistas tendría la virtud de suscitar el impulso
indispensable para la formación de un número cada vez mayor de cooperativas que
concentrarían progresivamente toda la actividad de producción y toda la actividad de
cambio. Una cooperativa animada en el dinamismo creador es capaz, en y por sí misma,
de llevar a cabo todas las operaciones que van desde la extracción de las materias primas
hasta la distribución de los productos a los consumidores directos. Así tendrá sus minas,
sus altos hornos, sus campos, sus praderas, sus fábricas, su banca, sus almacenes de venta.
Todos se convertirán en cooperadores, y el capitalismo se encontrará eliminado, en
definitiva, por el consentimiento y la voluntad de todos, y sin que la paz social -en
momentos muy dudosamente visto por algunos-, se haya visto turbada por un solo
instante. Una afirmación ésta, como puede denotarse, no exenta de manifestarse como
portadora de una especie de voluntarista ingenuidad, si se repara en el violento carácter
de la real lucha de clases.

7
Henri Arvon. En torno a los Congresos de la Internacional. Editorial La Mala Testa, Buenos Aires 1964,
págs. 157 y 158.

10
De otro lado, en la Introducción a la economía moderna, un texto elaborado en
1903, por el teórico del sindicalismo revolucionario en su fase progresista e izquierdista y
que nada tiene que ver con sus lamentables posturas hacia el final de su vida, Georges
Sorel no comparte, comprensiblemente, el ingenuo y hasta conservador entusiasmo de
Charles Gide, en lo que se refería a la cooperación considerada como una panacea contra
todos los males sociales. Para él, la cooperación sólo puede tener éxito en el comercio de
los objetos corrientes y de gran consumo. Las cooperativas no le parecen más que un
medio para preparar la llegada de un orden social nuevo; dan con su verdadera
significación y su eficacia sólo si se insertan en una red de instituciones específicamente
socialistas. Según él, son sobre todo las cooperativas de producción las que deben
colaborar en la obra de creación socialista. También coincide con el punto de vista de
Marx y quien, como lo hemos visto páginas atrás, subordina la cooperación al socialismo.
Como cuando afirma:

Se ha reprochado a menudo a Marx -añade en una nota al pie de la página 72 de


su Introducción a la economía moderna- de haber tenido desprecio hacia los
tenderos. Pero él, había visto correctamente, el débil valor de la cooperativa
cuando ésta no está englobada en un vasto sistema de instituciones socialistas.8

Con el anterior juicio de Sorel sobre las ambivalentes opiniones marxianas


respecto al cooperativismo, a saber, afirmando que el cooperativismo es “avanzado en el
capitalismo” –donde frecuentemente y sin embargo está expuesto a múltiples
mediatizaciones- y “atrasado en el socialismo”, en el cual, bajo una eventual aplicación
coherente de la efectiva socialización de los medios de producción –que no de su
estatización burocrática sustitutivista de ella-, la solución cooperativista parecería
innecesaria, estamos entonces ya, en condiciones de formular un muy breve apartado
final de conclusiones al presente texto introductorio del fenómeno cooperativista
internacional.

VI. Apunte para una conclusión general respecto a este esbozo

El introductorio abordaje que en las anteriores páginas emprendimos sobre el


cooperativismo, solo perseguía definirlo para sopesar la naturaleza -a ojos de muchos
controversial-, en tanto que forma económico-productiva autónoma y de alternativos
alcances claramente diferenciado, tanto de las heterónomas formas de gestión
administrativa para la producción capitalista-privada, así como de las modalidades
estatistas-burocráticas de intervención económica en que los trabajadores, simplemente,
se ven conculcados de todo poder e invariablemente subordinados, de un lado, a los
capitalistas intereses privados; y de otro, a los estatales. En tal sentido las cooperativas
constituyen, apenas, una modalidad de economía participativa e interés colectivo de
precursoras pretensiones y alcances autogestionarios.

¿Cómo veía Marx la autogestión, para de ello dilucidar sus ambivalentes


opiniones respecto del cooperativismo? Sobre ello sólo diremos que contrariamente a
una extendida interpretación, Marx no afirma que la autogestión de los productores
asociados de la producción material, realice el reino de la libertad. No. Al contrario, él
sostiene que la producción material vive subsumida a las imperiosas necesidades
histórico-tecnológicas además de sociales y también ecológico-naturales –de las cuales

8
Georges Sorel. Introducción a la economía moderna. Editorial Luciérnaga Rojinegra, Bogotá 1964, pág.
72.

11
forman una indudable expresión las mismas leyes físicas propias del funcionamiento del
mundo- y que, en el dominio de la producción material, la libertad se reduce a trabajar lo
más digna y eficientemente posible, además de la aspiración por laborar el menor
número de horas posibles. Es a esto y a ninguna cosa más, a lo que debe propender la
autogestión de la que el cooperativismo es, además, una primera e incompleta forma
precursora de una economía democrática directa y participativo-autogestionaria. En
síntesis, no existe otra alternativa que la “opción dualista”, merced a la reorganización del
discontinuo espacio económico-social comportando dos esferas distintas -la heterónoma,
en principio posible; y la autónoma, a la que hay que bregar para que un día lo sea- y que
suponen en su coexistencia problemática dos economías distintas inmersas en un proceso
acompasado por la necesidad del cambio y el tránsito desde una forma capitalista a la otra
forma socialista adecuadamente entendida.

Por lo demás, eso mismo ya lo había intuido Marx9, hacia las postrimerías finales
del Tomo III de El capital, cuando sostuvo que la “esfera de la libertad” –esto es, de la
autonomía-, sólo principia más allá de la “esfera de la necesidad” –vale decir, de la
heteronomía- que se persigue conscientemente reducirla, dado que Marx comprende
bien que eso mismo no se podrá lograr por simple decreto, sino como un efecto directo
resultante del desarrollo de las fuerzas productivas sociales, en la histórica lucha a favor
de la emancipación de la especie humana respecto de la economía de tiempo capitalista,
algo imprescindible para la maduración de las condiciones objetivas que requerirá la
cabal edificación de una sociedad sin clases genuinamente comunista y que nosotros
preferimos denominar anarco-comunista, o si se prefiere, socialista- libertaria. Mientras
todos estos elementos se siguen investigando, es preciso seguir analizando a las
cooperativas, como una expresión componente de todas las múltiples y diversas
modalidades de auto organización autónoma, en tanto que formas propias de la
economía autogestionaria anticapitalista y contra-estatal.

Octubre de 2018

9
Se trata, por cierto, del mismo tipo de intuición que también está presente en un autor, más próximo al
anarquismo que Marx que es Ivan Illich. Máxime cuando, lejos de preconizar la abolición de la producción
y del trabajo industrial llama, al contrario, al establecimiento, de una relación de sinergia entre los modos
de producción heterónomo y autónomo, en la perspectiva de una expansión máxima de la autonomía. Esta
puede ser servida por herramientas complejas y técnicas avanzadas que, para ser puestas a disposición de
los individuos, exigen del trabajo heterónomo. Este no puede ser rechazado, por ejemplo, cuando pone a
disposición de cada uno “herramientas convivenciales”, es decir que “cada uno pueda utilizar, sin dificultad,
todo lo regular o esporádicamente que desee, para fines que él mismo determine” , sin que, “el uso que
cada uno haga, usurpe la libertad de los demás de hacer otro tanto” . Ver a este respecto de Ivan Illich, La
Convivialité, Le Seuil, París 1973, págs., 45 a la 48.

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Bibliografía citada o consultada

- Arvon, Henri. En torno a los Congresos de la Internacional. Editorial La Mala


Testa, Buenos Aires, 1964.
- Ballestero, Enrique. Teoría económica de las cooperativas. Editorial Alianza
Universidad, #371, Madrid 1983.
- Digby, Margaret. El movimiento cooperativo mundial. Editorial Pax-México
1969.
- Engles, Federico. Del socialismo utópico al socialismo científico. En C. Marx y F.
Engels, Obras completas, Tomo XIX, Editorial Progreso, Moscú 1956.
- Gorz, André. Adiós al proletariado. Ediciones Imago Mundi, Colección El Cielo
por Asalto, Buenos Aires 1989.
- Gurvitch, Georges. Proudhon. Editorial Guadarrama, Madrid 1974.
- Illich, Ivan. La Convivialité. Le Seuil, París 1973.
- Marx, Carlos. Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los
Trabajadores. En C. Marx y F. Engels, Obras Completas, Tomo XVI. Editorial
Progreso, Moscú 1956.
- Marx, Carlos. Instrucciones a los delegados del Consejo Central Provisional. Op.,
cit., Tomo XVI.
- Marx, Karl. El capital. Tomos I y III, Vols. 2 y 7. Editorial Siglo XXI, México
1979.
- Proudhon, Pierre-Joseph. ¿Qué es la propiedad? Ediciones Antorcha, México
y1979.
- Proudhon, Pierre Joseph. Confesiones de un revolucionario. Ediciones Júcar,
Biblioteca Histórica del Socialismo # 27, Madrid 1975.
- Proudhon, Pierre Joseph. La capacidad política de la clase obrera. Ediciones
Júcar, Biblioteca Histórica del Socialismo #31, Madrid 1978.
- Rojas Coria, Rosendo. Tratado de Cooperativismo Mexicano. Fondo de Cultura
Económica, México 1982.
- Ruiz de Chávez, Mario, e Islas R., Rodolfo Rubén. La cooperativa Editorial Pac,
México 1992.
- Serraev, S. El socialismo y las cooperativas. Editorial Progreso, Moscú 1981.
- Sorel, Georges. Introducción a la economía moderna. Editorial Luciérnaga
Rojinegra, Bogotá 1964.

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