Professional Documents
Culture Documents
Alfredo Velarde
“La palabra ‘cooperativo’ adolece de tener dos
significados. En un sentido es algo tan vago co-
mo ‘trabajar juntos’, o aún en el uso moderno,
‘listo para ayudar’. En otro, es la definición pre-
cisa, en muchos países legal, de una clase parti-
cular de organización productiva o comercial”
1
(Margaret Digby )
En esa misma dirección, entonces, no sobra afirmar aquí que la historia del
movimiento cooperativista ha sido, amén de ambivalente, muy larga y sumamente
compleja como para poder ofrecer una narrativa de él que pudiera resultar
medianamente uniforme y homogénea. Y esto es así porque, en la dilatada trama de su
desarrollo histórico existen, desde luego, desde las expresiones precursoras del
cooperativismo más primitivas, hasta las más desarrolladas; aquellas esperanzadoras y que
han resultado ser las más coherentes, al lado de las formas menos consecuentes y
demagógicas, contradictorias o hasta reaccionarias; al tiempo que la suma de todos sus
esfuerzos colectivos, nunca han sido capaces de escapar a las frecuentes y muy
perniciosas influencias que tanto el Estado y sus gobiernos, de un lado, o el capital y sus
apropiadores privados, del otro lado, determinan -juntos o separadamente-, una
recurrente limitación externa de los reales alcances cooperativistas, o que, en su defecto,
1
Margaret Digby. El movimiento cooperativo mundial. Editorial Pax-México 1960, pág. 11.
1
condicionan desfavorablemente toda posibilidad emancipadora real, mientras que el
genuino movimiento cooperativo, como aliado y estrecho colaborador con las demás
expresiones económico-políticas y de interés colectivo democrático-participativas de los
trabajadores, independientes y autónomas, no logren sacudirse y liberarse en forma
definitiva del pernicioso Estado-capital en su histórica lucha anti-sistémica y contra-estatal,
llamada a la edificación de un nuevo modo de producción sin explotadores ni
explotados, y también sin gobernantes y gobernados, a fin de hacer avanzar su proceso de
desarrollo para depositar en el basurero de la historia al modo de producción capitalista
maduro que todavía padecemos en el transcurso de las primeras décadas del siglo XXI.
2
para ello se impone la necesidad de organizar la gran producción aprovechando las
ventajas de la división del trabajo, lo que a su vez conduce al incremento de la
productividad del trabajo colectivo asociado e invariablemente sustentado en la decisoria
participación colectiva de los trabajadores en su gobierno y administración. Así, los
seguidores owenianos y fourieristas, como todos los otros utopistas cooperativistas
precursores del mismo principio, también consideraban que la cooperativización para la
producción y distribución de los productos y bienes materiales imprescindibles para la
vida, constituía la vía más adecuada en la puja por la edificación de una sociedad socialista
avocada a “hacer prescindible” la lucha de clases y para que, en el axial momento de la
gran transformación social que con el cooperativismo instaurado por doquier se habría de
alentar, haciendo posible y sin derrocamientos violentos el desplazo del dominio de la
burguesía (tal y como se pretendió que aconteciera en Inglaterra, como en el caso de
William King y los pioneros de Rochdale, o en Francia, con Buchez y sus partidarios).
Sobre todo esto, habría que señalar que ese modo de comprender el papel de las
asociaciones cooperativas tanto de consumo como de producción, resultaba ser propio
de un tipo específico de socialismo limitado en sus alcances reales, dado que, por
ejemplo para Engels, precisamente por el ser utópico característico del cooperativismo
dominante de su tiempo inicial que lo singularizaba, su impulso empíricamente declarado
equivalía a carecer, objetivamente enunciado el hecho, de los elementos y las bases de
objetividad capaces de terrenalizar en los hechos de la vida cotidiana de los trabajadores y
del conjunto de la sociedad, ese conjunto de propósitos, si bien encomiables de parte de
ese primer cooperativismo intuitivo, sin embargo y a la postre, resultaba ser en última
instancia idealista desde el momento mismo en que no se exigía ni pugnaba
suficientemente por el previo desplazo de la hegemonía capitalista con la cual en último
término ha coexistido en lugar de sustituirla. Al efecto y sobre ello, Engels lo señaló en su
oportunidad afirmando que:
Los conceptos de los utopistas han dominado durante mucho tiempo sobre las
ideas socialistas del siglo XIX y en parte aún lo siguen dominando hoy. Les
rendían culto, hasta hace muy poco tiempo, todos los socialistas franceses e
ingleses, y a ellos se debe también el incipiente comunismo alemán, incluyendo a
Weitling. El socialismo es, para todos ellos, la expresión de la verdad absoluta, de
la razón y de la justicia.2
Por su parte, Carlos Marx observó de manera muy crítica y por ambivalentes,
amén de ambiguas, las reales posibilidades objetivas para la emancipación del trabajo de
la explotación capitalista, con fundamento en el movimiento cooperativista y que sólo lo
veía como algo potencialmente posible, no en la organización de las asociaciones de
producción de los obreros en el marco del régimen capitalista, sino como resultado de la
revolución socialista triunfante y de la conquista del poder político por parte de la clase
obrera; como resultado y finalidad última, en fin, de la liquidación de la propiedad
privada sobre los instrumentos y medios de la producción material y de su paso
2
Federico Engels. Del socialismo utópico al socialismo científico. En C. Marx y F. Engles Obras
Completas, Tomo XIX, Editorial Progreso, Moscú 1956, pág. 201.
3
transicional a un régimen de propiedad social que es, cualitativamente valorado el hecho,
radicalmente opuesto al capitalismo: el del régimen de transición socialista.
“… por excelente que sea en principio, por útil que se muestre en la práctica (…),
limitado estrechamente a los esfuerzos accidentales y particulares de los obreros,
no podrá detener jamás el crecimiento en progresión geométrica del monopolio
[de los propietarios privados], ni emancipar a las masas, ni aliviar siquiera un
poco la carga de sus miserias”.3
3
Carlos Marx. Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En C. Marx y F.
Engels, Obras Completas, Tomo 16, Editorial Progreso, Moscú 1956, pág. 10.
4
Carlos Marx. “Instrucción a los delegados del Consejo Central Provisional” . C. Marx y F. Engels. Obras, t.
16, pág. 52.
4
IV. Cooperativismo y lucha de clases: ¿elemento esencial del éxito o fracaso
de los trabajadores en la lucha por su emancipación?
5
retornar a sus orígenes, a la propiedad colectiva y los valores socializantes de la
cooperación. A propósito de ello, afirma Proudhon:
El propietario es dueño de dejar pudrir los frutos del árbol, de sembrar sal en su
campo, de ordeñar sus vacas en la arena, de convertir en hiel su viña, de
transformar una huerta en monte, ¿todo esto es abuso? ¿Sí o no? En materia de
propiedad el uso y el abuso se confunden necesariamente.5
En contraste con los abusos de las entidades parasitarias en que se convirtieron los
propietarios privados, acostumbrados a vivir a las costillas del trabajo ajeno que produce
el excedente económico y con ello la plusvalía social privadamente conculcada, nosotros
debiéramos sostener aquí que, por el contrario, la más coherente propiedad cooperativa
se separa en esencia de la explotación del hombre por el hombre, para decantase en
favor de la instauración del principio, según el cual “quien no trabaja no come”, bajo el
deliberado propósito de generalizar un principio distributivo que, en materia distributiva,
postula: “a cada quien ha de corresponderle un porcentaje del colectivo producto social,
según la magnitud de su trabajo”. La propiedad privada se opone a los principios de la
libertad, igualdad y seguridad, porque es un derecho fuera de la sociedad, pues es lógico
pensar que si los bienes de la propiedad privada -los medios de producción- fuesen
comunes o cooperativos, las condiciones sociales de vida serían iguales para todos, por lo
que se transformaría en una argucia decir: “la propiedad es un derecho que tiene el
hombre de disponer de la manera más absoluta de unos bienes que son sociales”.
5
Pierre Joseph Proudhon. ¿Qué es la propiedad? Ediciones Antorcha, México 1979, pág. 45
6
P. J. Proudhon. Op., cit., pág. 55.
6
V. La cooperación en cuanto que tal
a) Características de la cooperación
Al respecto, vale agregar que sus miembros, convencidos de que la vida de los
hombres depende menos de las necesidades económicas que de una moral cuya libre
elección está en sus manos, esperan que su ejemplo de solidaridad e independencia sea
seguido en un mayor o menor plazo por todos, de manera que la explotación capitalista
llegue a su fin sin que sea necesario proceder a una expropiación brutal, ni a la menor
ruptura de continuidad (algo verdaderamente difícil de suponer que realmente ocurra).
La cooperación persigue, antes que nada, claramente desmarcarse del capitalismo como
el pernicioso y contraproducente modo de producción que es para el interés colectivo de
los trabajadores. Repudia el provecho y la ganancia injustificada, tanto de una parte como
de la otra: los trabajadores tienen derecho a una justa remuneración y los consumidores,
de su lado, a un precio justo de los productos que demandan y precisan. En tal sentido,
prisionera provisional de un mundo capitalista donde reina la ley del valor de cambio y la
competencia, la cooperación acepta las presiones del mercado en lo concerniente al
funcionamiento interno; las cooperativas practican la delegación del poder, mantienen la
jerarquía de las funciones, determinan las responsabilidades de los dirigentes. La
cooperación, por desgracia y muy frecuentemente –mal que nos pese a los anticapitalistas
revolucionarios-, respecta las leyes de la libre empresa, mientras el capitalismo exista, algo
que nos conduce a afirmar todo lo que dentro de la cooperación la pone en cuestión, a
fin de alentar sin cortapisas, todo aquello abiertamente proclive al socialismo libertario
anti-sistémico y contra-estatal.
b) La historia de la cooperación
¿Cuáles fueron las principales cuatro reglas que desde Rochdale se heredarían, a
fin de defender la más genuina autenticidad hacia el conjunto del movimiento
cooperativista internacional? Las siguientes que aquí se enlistan: 1) Política de puertas
abiertas, esto es, que toda persona que lo desee es libre de unirse a la cooperativa; 2)
Poder democrático, es decir, un hombre equivale a un voto; 3) Repartición equitativa de
sus beneficios entre los miembros integrantes de ella, a prorrata, de sus operaciones en la
misma; y 4) Limitación de la tasa de interés.
8
en lugar de tenerlas los propios miembros, eran propiedad del comité de empresa, y por
la regla de unanimidad exigida para las decisiones importantes.
9
colectivo que él presentó a propósito de la cooperación al Congreso de la Primera
Internacional, celebrado en Ginebra en 1866. Sin embargo conviene recordar que los
autores de ese texto consideran que la cooperación por sí misma es capaz de provocar
una transformación social en profundidad y que ésta debe ir acompañada de una toma
del poder político. He aquí, en los párrafos finales de este mismo apartado, el juicio de la
Primera Internacional sobre el movimiento cooperativo, en que se establecía lo siguiente:
Por lo demás, a principios del siglo XX, el economista Charles Gide (1847-1932)
devino en una suerte de “apóstol del cooperativismo”. A sus ojos, una propaganda
metódica e “incansable” de los cooperativistas tendría la virtud de suscitar el impulso
indispensable para la formación de un número cada vez mayor de cooperativas que
concentrarían progresivamente toda la actividad de producción y toda la actividad de
cambio. Una cooperativa animada en el dinamismo creador es capaz, en y por sí misma,
de llevar a cabo todas las operaciones que van desde la extracción de las materias primas
hasta la distribución de los productos a los consumidores directos. Así tendrá sus minas,
sus altos hornos, sus campos, sus praderas, sus fábricas, su banca, sus almacenes de venta.
Todos se convertirán en cooperadores, y el capitalismo se encontrará eliminado, en
definitiva, por el consentimiento y la voluntad de todos, y sin que la paz social -en
momentos muy dudosamente visto por algunos-, se haya visto turbada por un solo
instante. Una afirmación ésta, como puede denotarse, no exenta de manifestarse como
portadora de una especie de voluntarista ingenuidad, si se repara en el violento carácter
de la real lucha de clases.
7
Henri Arvon. En torno a los Congresos de la Internacional. Editorial La Mala Testa, Buenos Aires 1964,
págs. 157 y 158.
10
De otro lado, en la Introducción a la economía moderna, un texto elaborado en
1903, por el teórico del sindicalismo revolucionario en su fase progresista e izquierdista y
que nada tiene que ver con sus lamentables posturas hacia el final de su vida, Georges
Sorel no comparte, comprensiblemente, el ingenuo y hasta conservador entusiasmo de
Charles Gide, en lo que se refería a la cooperación considerada como una panacea contra
todos los males sociales. Para él, la cooperación sólo puede tener éxito en el comercio de
los objetos corrientes y de gran consumo. Las cooperativas no le parecen más que un
medio para preparar la llegada de un orden social nuevo; dan con su verdadera
significación y su eficacia sólo si se insertan en una red de instituciones específicamente
socialistas. Según él, son sobre todo las cooperativas de producción las que deben
colaborar en la obra de creación socialista. También coincide con el punto de vista de
Marx y quien, como lo hemos visto páginas atrás, subordina la cooperación al socialismo.
Como cuando afirma:
8
Georges Sorel. Introducción a la economía moderna. Editorial Luciérnaga Rojinegra, Bogotá 1964, pág.
72.
11
forman una indudable expresión las mismas leyes físicas propias del funcionamiento del
mundo- y que, en el dominio de la producción material, la libertad se reduce a trabajar lo
más digna y eficientemente posible, además de la aspiración por laborar el menor
número de horas posibles. Es a esto y a ninguna cosa más, a lo que debe propender la
autogestión de la que el cooperativismo es, además, una primera e incompleta forma
precursora de una economía democrática directa y participativo-autogestionaria. En
síntesis, no existe otra alternativa que la “opción dualista”, merced a la reorganización del
discontinuo espacio económico-social comportando dos esferas distintas -la heterónoma,
en principio posible; y la autónoma, a la que hay que bregar para que un día lo sea- y que
suponen en su coexistencia problemática dos economías distintas inmersas en un proceso
acompasado por la necesidad del cambio y el tránsito desde una forma capitalista a la otra
forma socialista adecuadamente entendida.
Por lo demás, eso mismo ya lo había intuido Marx9, hacia las postrimerías finales
del Tomo III de El capital, cuando sostuvo que la “esfera de la libertad” –esto es, de la
autonomía-, sólo principia más allá de la “esfera de la necesidad” –vale decir, de la
heteronomía- que se persigue conscientemente reducirla, dado que Marx comprende
bien que eso mismo no se podrá lograr por simple decreto, sino como un efecto directo
resultante del desarrollo de las fuerzas productivas sociales, en la histórica lucha a favor
de la emancipación de la especie humana respecto de la economía de tiempo capitalista,
algo imprescindible para la maduración de las condiciones objetivas que requerirá la
cabal edificación de una sociedad sin clases genuinamente comunista y que nosotros
preferimos denominar anarco-comunista, o si se prefiere, socialista- libertaria. Mientras
todos estos elementos se siguen investigando, es preciso seguir analizando a las
cooperativas, como una expresión componente de todas las múltiples y diversas
modalidades de auto organización autónoma, en tanto que formas propias de la
economía autogestionaria anticapitalista y contra-estatal.
Octubre de 2018
9
Se trata, por cierto, del mismo tipo de intuición que también está presente en un autor, más próximo al
anarquismo que Marx que es Ivan Illich. Máxime cuando, lejos de preconizar la abolición de la producción
y del trabajo industrial llama, al contrario, al establecimiento, de una relación de sinergia entre los modos
de producción heterónomo y autónomo, en la perspectiva de una expansión máxima de la autonomía. Esta
puede ser servida por herramientas complejas y técnicas avanzadas que, para ser puestas a disposición de
los individuos, exigen del trabajo heterónomo. Este no puede ser rechazado, por ejemplo, cuando pone a
disposición de cada uno “herramientas convivenciales”, es decir que “cada uno pueda utilizar, sin dificultad,
todo lo regular o esporádicamente que desee, para fines que él mismo determine” , sin que, “el uso que
cada uno haga, usurpe la libertad de los demás de hacer otro tanto” . Ver a este respecto de Ivan Illich, La
Convivialité, Le Seuil, París 1973, págs., 45 a la 48.
12
Bibliografía citada o consultada
13