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Resumen del libro: El teorema del loro de Denis Guedj

Resumen general

“El Teorema del Loro” es un sumidero de acontecimientos que, con el humor y la


razón como protagonistas, nos atrapa en el marco teórico de las matemáticas.
Todo tiene lugar en un viejo mercado de París, en el que Max, un chiquillo de doce
años, salva a un loro malherido, al que lleva a casa, donde vive con su atípica
familia en el barrio parisino de Montmartre. El líder de la familia es Pierre Ruche,
un intelectual de ochenta y cuatro años. Una mañana recibe el mayor tesoro de su
ya desaparecido amigo: la mejor biblioteca matemática que pudiera existir. Esto y
dos sospechosas cartas escritas por este amigo serán suficientes para que la
familia entera se vea inmersa en la investigación de las aportaciones teóricas de
matemáticos célebres.

Mi opinión:

Considero que esta novela nos adentra en un relato de la historia de las


matemáticas con un estilo bastante ameno, sencillo y con una buena perspectiva
de las épocas y los problemas que las marcaron. Se presentan de forma muy
realista tanto las cuestiones que dieron origen al estudio de las diferentes ramas
de la matemática como a los estudiosos que las hicieron posible, mostrando el
lado humano de los mismos. En definitiva, lo considero un libro muy atractivo para
nosotros, los alumnos, así como para las personas que no conozcan demasiado la
historia de las matemáticas, pero, sin duda alguna, un libro interesante para todos
los amantes de las ciencias, y en especial de las matemáticas. Particularmente lo
volvería a leer.

Capítulo 1: Sinfuturo

Este capítulo inicia con Pierre Ruche, un intelectual de ochenta y cuatro años el
cual una mañana recibe el mayor tesoro de su ya desaparecido amigo: la mejor
biblioteca matemática que pudiera existir. Su viejo amigo Elgar a quien no veía
desde hace medio siglo le había regalado tal tesoro. En una carta emotiva, el
menciona lo siguiente” ¿Por qué tú? Porque éramos los mejores amigos del
mundo y tú eres el único librero que conozco. Voy a mandarte mi biblioteca. Todos
mis libros: varios cientos de kilos de libros de matemáticas.
…No lo dudes: es la colección privada de obras de matemáticas más completa
que se ha reunido jamás. Una palabra más. Si tú no has cambiado, como
supongo, con respecto a esa biblioteca tengo pensado que: 1) como sé la poca
atracción que sientes por el dinero, no la venderás, y 2) como soy consciente de lo
poco que te atraen las matemáticas, no leerás ninguna de esas obras, y así no las
estropearás más de lo que ya lo están. La provocación de la última frase era
evidente. Elgar Grosrouvre no había cambiado. Ruche se prometió a sí mismo
que, por una vez, iba a contrariar los retorcidos planes de su amigo. Si recibía
esos libros, se prometió que los leería. Y que los vendería.
¡Exactamente lo que Grosrouvre había supuesto! Sabía que Ruche no procedería
de otro modo para actuar como librero: en primer lugar leer los libros, y luego
venderlos. Pero también sabía que, tras su lectura, Ruche nunca los vendería. Sin
embargo, desde hacía tiempo, Ruche no esperaba nada; cómodamente instalado
en la vida, dejaba pasar los días en lenta sucesión; Pero he aquí que una carta,
que aún sostenía en la mano después de que Perrette hubiera abandonado
discretamente el garaje-habitación, una carta escrita por un fantasma que habitaba
en el otro extremo del mundo, pretendía turbar la blanda quietud en la que estaba
inmerso pero estaba decidido a acomodar estantes en la espera de dichos libros.

Capítulo 2: Max el eolio

Este capítulo se centra sobre Max y el loro. Tras el accidente del loro y luego que
Max lo acobijara, después de un tiempo, el loro se balanceaba como el péndulo de
un reloj al que hubieran dado cuerda de repente. Estaba posado en la moldura,
bien firme; le relucían las plumas, brillaba el rojo vivo de los extremos de las
remeras. Centelleaban las plumas azules de la cabeza, en la que se percibía una
marca más oscura que correspondía a la cicatriz de la herida. Léa observó que
algunas plumas tenían allí un color distinto, como un mechón color pastel. Perrette
reaccionó de inmediato: -¿No decíais que no hablaba? -¡Sí que habla! -manifestó
Jonathan-, pero sólo ha hablado para decirnos que no hablará. Ruche precisó: -
Sólo hablará en presencia de su abogado. -¿Por qué dice eso? -preguntó Léa-.
Está loco de remate. -Se lo habrá oído a alguien y por eso lo ha dicho -arguyó
Jonathan. -Seguro que su dueño es un abogado -dijo Léa. -No -rectificó Max-, un
granuja. Eso lo dicen los granujas. -¿No crees que es lo que les gritaba a los dos
tipos que se lo querían cargar en las Pulgas, Max? -aventuró Jonathan. El golpe
que había recibido en la cabeza tenía consecuencias; aunque la herida había
cicatrizado con rapidez, el ave parecía que no se acordaba de nada. Eso lo
convertía en un ejemplar único: un loro que repetía lo que jamás había oído. Por
eso decidieron llamarle Sinfuturo. Sinfuturo se convirtió, con su penacho de
plumas multicolor erizadas sobre el cráneo, en el primer loro punk de la gran
familia de las aves parlantes. Por otro lado, el estudio de artista se había
convertido, al cabo de tanto tiempo, en un auténtico batiburrillo de antigüedades.
Ruche decidió vaciarlo del todo. Max escogió las mejores piezas y las vendió en
las Pulgas, antes de que los Traperos de Emaús vinieran a llevarse lo demás.
Tuvo buen cuidado en no pasar por delante del almacén de excedentes coloniales.
Cuando el carpintero de la calle Trois-Fréres colocó el último estante de la futura
biblioteca de Grosrouvre en el primer local, Ruche le llamó al garaje-habitación,
dándole directrices precisas para arreglar el segundo estudio. Estaba contentísimo
porque acababa de dar con una idea que perseguía desde hacía mucho tiempo.
¡Tales de Mileto!

Capítulo 3: Tales, el hombre de la sombra

A orillas del mar Egeo, cerca de la ciudad jonia de Mileto, el hijo de Examio y
Cleobulina, cuyo nombre era Tales, paseaba por la campiña.
Jonathan, como todos los estudiantes del mundo, había estudiado a Tales en
diversas ocasiones. En cada una de ellas, el profesor había hablado del teorema
pero nunca del autor. En las clases de matemáticas nunca se hablaba de las
personas sino de sus teorías. De vez en cuando se mencionaba a Tales,
Pitágoras, Pascal o Descartes, pero eran solamente nombres, como los de una
parada de metro o una marca de queso, de quienes no se decía ni dónde ni
cuándo habían vivido. Las fórmulas, demostraciones y teoremas llenaban la
pizarra sin indicar quién los había creado, como si existieran desde siempre, al
igual que las montañas y los ríos, aunque ni las unas ni los otros fueran eternos.
Con ello se conseguía que los teoremas parecieran aún más eternos que las
montañas y los ríos. Las matemáticas... no eran como la historia, la geografía o la
geología. Pero ¿qué eran con exactitud? La respuesta no interesaba a la mayoría.
-En la época de Tales, el siglo VI antes de nuestra era, la filosofía y las
matemáticas estaban totalmente unidas. De hecho, esas palabras no existían.
Fueron inventadas más tarde y, bastante después, se separaron. Hoy todos
pretenden olvidar que, en su origen, marchaban al unísono.
Ya que les había puesto a Tales ante los ojos, Ruche se dijo que no podía parar.
Conocía muy bien al pensador, era uno de los que había situado en lo más alto de
su Panteón particular. Sin embargo, debía refrescar su memoria con respecto a la
vertiente matemática de la obra del griego. Tales no se ocupó mucho de los
números; centró su interés en las figuras geométricas, círculos, rectas, triángulos.
Fue el primero en considerar el ángulo como un ente matemático de pleno
derecho, constituyendo la cuarta dimensión de la geometría, añadido a la tríada ya
existente: longitud, superficie y volumen. Tales afirmó que los ángulos opuestos
por el vértice formados por dos rectas que se cortan, son iguales. Relación entre
círculos y triángulos. Demostró que a cada triángulo puede corresponder un
círculo: el círculo circunscrito, aquel cuya circunferencia pasa por los tres vértices,
del que propuso una construcción general. Tales demostró que un triángulo
isósceles tiene dos ángulos iguales, estableciendo así una relación entre
longitudes y ángulos: a lados iguales, ángulos iguales.
Los antiguos lo hacían y hablaban de trilátero, palabra formada sobre el mismo
esquema que cuadrilátero. Después de tratar las relaciones que Tales estableció
entre círculos y triángulos, y entre ángulos y lados, abordó las que se establecen
entre rectas y círculos. Con esa finalidad se enfrascó en la lectura de una obra
sobre los comienzos de las matemáticas griegas.
Mientras escribía lo que había extractado, le vino a la memoria un fragmento de la
carta de Grosrouvre: Hay en estas obras historias comparables a las de nuestros
mejores novelistas. ¿Zola, Balzac, Tolstoi en matemáticas? Grosrouvre había
cargado las tintas, como solía. Pero Ruche admitió que, por lo menos, era una
forma original de ver las matemáticas. La respuesta de Tales no se refiere a un
círculo concreto sino a cualquier círculo. No hace la más mínima alusión a un
resultado numérico establecido desde un solo objeto, como habían hecho antes
que él los egipcios o los babilonios. Ambiciona llegar a verdades generales acerca
de una clase completa de objetos del mundo, infinita, a ser posible. Ello constituye
una ambición de absoluta novedad. Para llegar a obtener esas verdades
generales, Tales se verá obligado a concebir, sólo con su pensamiento, un ser
ideal, «el círculo», el cual es, de algún modo, ¡el representante de todos los
círculos del mundo! Y como está interesado en todos los círculos existentes y no
en un grupo determinado, quiere afirmar verdades que pertenezcan a su
naturaleza de círculo. Por ello le podemos otorgar el título de «primer matemático
de la historia». Era una manera extremadamente nueva de ver las cosas. Es difícil
imaginar la novedad que representó una frase como: Toda recta que pasa por el
centro de un círculo lo corta en dos partes iguales. Max sonrió con aspecto de
complicidad. Le había hecho esa misma observación a Ruche por la tarde cuando
ensayaban el espectáculo. Todo se desarrolló con extremada rapidez: una tupida
cortina tapó el ventanal dejando la habitación sumida en la oscuridad, en tanto que
por la pared opuesta descendía una tela blanca. Max puso en marcha un
proyector, cuyo motor comenzó a zumbar. Una cantidad indeterminada de
lamparillas se iluminaron por todas partes proyectando halos de luz en la noche
artificial.

Capítulo 4: La biblioteca de la selva

Jonathan-y-Léa habían nacido y se habían criado, como quien dice, entre libros.
Les resultaban tan familiares como los chasis de los coches a los chavales que
juegan en los suburbios entre las chatarras de los desguaces. No obstante, esta
vez era otra cosa. Ver a Ruche transformado por la biblioteca llegada del otro
extremo del mundo les fascinaba. Sin poner en juego demasiada imaginación la
bautizó la Biblioteca de la Selva. La BS. Ruche se decidió a adoptar un orden
cronológico secundado por un orden temático: con eso el sitio que ocupaba una
obra dependería, en primer lugar, de la fecha de su primera edición o edición
original, y luego del tema tratado. Los grandes periodos de la historia de las
matemáticas constituirían las secciones. Las diferentes ramas de las matemáticas
serán las subsecciones, que no permanecerán inamovibles, ya que evolucionan
en las distintas épocas y con el tiempo. Unas ramas, absorbidas por ramas
nuevas, acaban por agotarse y desaparecer; otras se transforman y se subdividen,
y algunas totalmente inéditas aparecen y hay que hacerles un lugar.
Esta clasificación no conseguía reconstruir completamente la estructura
matemática. Para conseguirlo Ruche tendría que convertirse en geógrafo e
historiador y levantar el mapa del universo matemático, no estático sino histórico.

Capítulo 5: Matemáticos de todos los tiempos


¡Era imposible abreviar! A pesar de su impaciencia por ver los libros fuera de las
cajas en las que estaban prensados como en una lata de sardinas, Ruche sabía
que tenía que volver a la BN para estudiar un poco más la organización de la
Biblioteca de la Selva. Citó a Albert para que le llevase al día siguiente sin más
dilaciones. Ruche redactó unas normas, conforme a la clasificación establecida,
sucintas pero tremendamente ambiciosas. Debía establecer una especie de
inventario de todos los matemáticos de todos los tiempos. Sección 1. Primer
período. Matemáticas griegas. Sección 2. Matemáticas en el mundo árabe. Desde
el siglo IX al XV. Sección 3. Las matemáticas en Occidente a partir de 1400.
Sección 4. Matemáticas del siglo XX.

Capítulo 6: La segunda carta de Grosrouvre


El sello, que ocupaba casi una cuarta parte del sobre de mala calidad que Perrette
acercó a Ruche entre las cortinas del baldaquín, era un colibrí de plumas
multicolores destacado sobre un fondo de impenetrable jungla.
Era muy cierto que Grosrouvre y Ruche no estaban de acuerdo en nada. Podría
haberse dicho que querían cortar el mundo en dos partes y repartírselas. Ruche
recordó su obsesión por potenciar su diferencia. Grosrouvre decía que si a dos
personas les gusta lo mismo es como si se repitieran. La fortaleza física de
Grosrouvre había impresionado siempre a Ruche. En este caso todo ha sido al
revés. Primero se ha recibido la fortuna y luego el testamento. Escribe la carta a
Ruche, a continuación quema los papeles y luego prende fuego a la casa y se da
muerte. ¿Que cómo? Habrá muchos sistemas en esos países. ¿No viene de allí el
curare? -¿Por qué no escapó en vez de suicidarse? -preguntó Perrette.
-Porque los conocía de sobras. Le hubieran encontrado dondequiera que fuese.
Es una banda perfectamente organizada. -¡Menuda película que nos estás
colocando! -refunfuñó Léa, que no había dicho una sola palabra hasta ese
momento-. Sean o no una banda de criminales, ¿tan importante es saber lo que
pasó? Haciendo caso omiso del comentario de Léa, tras agitar su larga melena,
Jonathan se levantó y dijo: -Le envió su biblioteca porque sabía que su casa se
quemaría. Él nunca hubiera sido capaz de quemar sus libros. Podía hacerlo con
las demostraciones porque las había parido, pero los libros eran otra cosa...
Desde un principio me ha parecido rarísimo que el dueño de una biblioteca como
ésa se separe de ella sin una buena razón y la mande a miles de kilómetros de
distancia. La urgencia en hacerlo está clara. Ruche escuchaba con el corazón
encogido por el dolor de oír hablar de la muerte de Grosrouvre con tanta frialdad.
-Exacto -prosiguió Perrette-, por eso, si se trata de un asesinato, es un homicidio
accidental. Pero asesinato a fin de cuentas. Como Jonathan ha descrito, los
homicidas intentaron hacerle hablar, Grosrouvre se negó, ellos le amenazaron, él
no se lo permitió, y sonó un disparo. O bien fue su corazón el que falló.
Las cosas podían haber sucedido como las contaba Perrette. Sin embargo
Jonathan volvió a la carga: -¿Por qué, entonces, incendiar la casa?
-Para simular un accidente y con ello borrar las huellas de su fechoría –concluyó
Perrette. ¿Había sido accidente, suicidio o asesinato? Era tarde. Sinfuturo dormía
en su percha. El resto de la familia estaba silencioso, cada cual pensando la
verosimilitud de las distintas teorías. Ruche creía en el accidente. Jonathan se
inclinaba por el suicidio y Perrette por el asesinato; a Léa, ostensiblemente, le
importaba un rábano. Max prefería no tener opinión al respecto; sólo tenía una
certeza: esos tipos eran los responsables de la muerte del amigo de Ruche, por
accidente, suicidio o asesinato. Por eso era importante saber quiénes eran y por
qué les interesaban hasta ese punto las demostraciones de Grosrouvre.
¿A quién diablos le podían ser útiles unas demostraciones inéditas de
matemáticas? Había otras cuestiones. Los causantes de la muerte de Grosrouvre
tenían tratos con él. ¿Qué clase de tratos? Ruche recordó que Grosrouvre, en su
primera carta, le había dicho que había ganado mucho dinero y que algunos libros
los había obtenido por caminos no demasiado lícitos. ¿Se trataba de traficantes?
¿Drogas, armas, diamantes? Quizá Jonathan tenía razón al hablar de una mafia.

Capítulo 7: Pitágoras, el hombre que en todo veía números

De su profundo conocimiento de Grosrouvre, Ruche extraía la conclusión de que,


además de lo que decía explícitamente en la carta, debía buscar explicaciones
ocultas que tendría que descifrar. Seguro que había dos niveles de lectura. Todo
giraba en torno a Pitágoras. ¿Por qué y con qué propósito eligió precisamente a
Pitágoras?
La primera tarea de Ruche fue sumergirse en la vida y obra del pensador griego y
de los matemáticos de su escuela. Desde Pitágoras, que, durante algunos años,
fue discípulo de Tales, hasta Arquitas de Tarento, amigo fiel de Platón, la escuela
pitagórica duró cerca de 150 años y hubo 218 pitagóricos, ni uno más ni uno
menos. No todos fueron matemáticos, por supuesto. Ruche, pecando de
sectarismo, sólo se interesó en estos últimos, los filósofos. Los pitagóricos más
conocidos fueron: Hipócrates de Quíos, Teodoro de Cirene, Filolao, Arquitas de
Tarento. Y, por supuesto, Hipaso.
Ruche cerró La vida de Pitágoras y abrió los libros que trataban de la obra
matemática de Pitágoras y de los miembros de su escuela.
La media aritmética de dos números a y c es conocida simplemente como la
media: su semisuma. Para ella se utilizan la suma y la diferencia y se define
como: «El exceso del primer número en relación al segundo es el mismo que el
exceso del segundo en relación al tercero.» Ruche escribió y encuadró la fórmula.
a–b=b-c
b es la media aritmética de a y c
b = (a + c) / 2
La media geométrica de dos números a y c pone en juego la multiplicación y la
división. Se expresa como: «El primero es al segundo lo que el segundo es al
tercero.»
Para los griegos la media geométrica es la figura de la analogía. Ruche escribió y
encuadró la fórmula.

b es la media geométrica de a y c
b2 = ac
Por fin la recién llegada, la media armónica, es más complicada de definir: «El
primero sobrepasa al segundo con una fracción de sí mismo, mientras que el
segundo sobrepasa al tercero con la misma fracción del tercero.»
Aunque la frase estaba absolutamente clara, Ruche no entendió su significado. El
texto de donde tomaba esta información, proponía un ejemplo con los números 6,
4 y 3. Ruche les aplicó la definición: 4 es la media armónica de 6 y de 3. Dar una
base numérica al conocimiento de la naturaleza, ése era el proyecto de los
pitagóricos. Para llegar a ello tenían que estudiar los números por sí mismos. Así
fue la fundación de la aritmética, la ciencia de los números, que ellos diferenciaron
de la logística, el arte puro del cálculo. Con esta separación, elevaron la aritmética
por encima de las necesidades de los mercaderes.

Capítulo 8: De la impotencia a la seguridad


Los irracionales
La sesión sobre Pitágoras había sido larga y cansada. Se lamentaba de su tonta
propuesta de hacer un nocturno; la BS no era un gran almacén ni él una pizpireta
vendedora de la sección de lencería. Perrette le ayudó a subir al estrado. Albert se
colocó en primera fila. ¡Butaca de proscenio! Estaba decidido a estar despierto
hasta el amanecer, si era necesario. Sinfuturo se quedó en su percha en el salón
comedor. Estaba agotado por la sesión de la tarde. -Entre los aquí presentes,
alguno no ha podido esperar veinticuatro horas para saber cómo fue la «crisis de
los irracionales» hace más de 2.500 años, y me veo obligado a pintar el hecho con
nocturnidad -dijo Ruche con voz clara. «Estamos en el siglo V antes de nuestra
era, en algún lugar de la Magna Grecia, posiblemente en las costas del sur de
Italia, cerca de Crotona. Drama en tres actos. »Primer acto. ¡Todo es número!
»Segundo acto. Si un número representa el lado de un cuadrado, ningún número
podrá representar su diagonal. ¡Diagonal y lado son inconmensurables!
«Tercer acto. ¡Existen magnitudes que no pueden ser expresadas por ningún
número! «Esta comprobación, establecida por los mismos pitagóricos, puso en
peligro su propia visión del mundo. Por imperativo absoluto debió quedar en
secreto. Volvamos a empezar: »Primer acto. Todo es número. ¿Cuáles eran esos
números encargados de expresar el mundo y la armonía, encargados de expresar
el cosmos? Los números enteros. Y las fracciones también, ya que no son más
que relaciones de enteros. Sólo los positivos. Por la estupenda razón de que en
las civilizaciones de la Antigüedad no había números negativos.
Sorpresa en los asistentes: « ¡No tenían menos uno!», « ¡No tenían menos dos!»,
« ¿Cómo calculaban pues...?» Como un buen orador, Ruche esperó que las
reacciones acabaran antes de volver a empezar: -Los griegos utilizaron las
relaciones entre dos enteros cualesquiera. En Egipto, por ejemplo, no había más
que medios y algunas otras fracciones particulares. No 22/7, por ejemplo. La
función principal de esos números, llamados más tarde racionales, era expresar
numéricamente las magnitudes geométricas, es decir, medirlas.
Ruche anunció: -Segundo acto. Aparición de la diagonal del cuadrado de lado 1.
Era demasiado tarde para preparar transparencias. La fórmula queda: cuadrado
de la hipotenusa, es decir, cuadrado de la diagonal, igual al cuadrado de la
diagonal = 12 + 12 = 2
Una salva de aplausos premió este número inédito: ¡la conclusión a ritmo
de reggae de un razonamiento por el absurdo! -¡Nosotros también hemos
ensayado! Rodeando a Ruche le plantearon la pregunta decisiva: -Ruche, ¿nos
considera acusmáticos o matemáticos? Ruche puso cara de examinador
pitagórico farfullando: -Memoria, OK. Comprensión de las demostraciones, OK.
Está todo. -Golpeó sobre la mesa-. ¡Matemáticos, sin ninguna duda!
Los recién consagrados matemáticos gracias a esa brillante demostración habían
ganado su sitio al otro lado de la cortina, desde donde podrían, cuando les
pareciese bien, codearse con fórmulas y teoremas, proposiciones y
razonamientos.

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