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Judith Butler

Dar cuenta
de sí mismo
Violencia ética y responsabilidad
MUTACIONES

Amorrortu ¡editores
índice general
Colección Municiones
Giving un Account ofOncsclf. Judith Butler
O Fordham University Press, 2005
Traducción: Horacio Pons
©Todos los derechos de la edición en castellano reservados por
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, T piso - C1057AAS Buenos Aires
Amorrortu editores España S.L., C/López de Hoyos 15, 3 o izq. - 28006
Madrid
www.amorrortueditores.com
9 Agradecimientos
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada
11 Abreviaturas por cualquier medio mecánico, electrónico o informático, incluyendo foto-
copia, grabación, digitalización o cualquier sistema de almacenamiento y
recuperación de información, no autorizada por los editores, viola dere-
chos resenados.
13 1. Dar cuenta de sí mismo
Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723
21 Escenas de interpelación
Industria argentina. Made in Argentina
37 Sujetos foucaultianos
ISBN 978-950-518-723-2
42 Interrogantes poshegelianos ISBN 0-8232-2504-6, Nueva York, edición original
48 «¿Quién eres?»

61 2. Contra la violencia ética


65 Límites del juicio Butler, Judith
73 Psicoanálisis r Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad -
94 El «yo» y el «tú» I a ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2009.
192 p.; 23x14 cm. - (Colección Mutaciones)
Traducción de: Horacio Pons
117 3. Responsabilidad ISBN 978-950-518-723-2

119 Laplanche y Levinas: la primacía del Otro 1. Etica. Filosofía moral. I. Pons, Horacio, trad. II. Título.
CDD 174
139 Adorno y cómo convertirse en humano
153 Foucault da cuenta crítica de sí

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provin-
cia de Buenos Aires, en marzo de 2009.

Tirada de esta edición: 2.000 ejemplz


Agradecimientos

Los capítulos de este libro fueron presentados ori-


ginariamente en las Conferencias Spinoza, dictadas
en la primavera de 2002 en el Departamento de Filo-
sofía de la Universidad de Amsterdam. Agradezco a
Hent de Vries por haberme hecho esa generosa invi-
tación y brindarme la oportunidad de elaborar parte
de esos materiales con los estudiantes de Amsterdam.
Este trabajo se inició como tema de un seminario do-
cente de la Universidad de Princeton en el otoño de
2001, cuando yo integraba el Consejo de Humanida-
des. Mis conversaciones con el cuerpo docente y con
los alumnos de esa universidad me resultaron de enor-
me provecho. Por último, el material se presentó en
forma revisada en las Conferencias Adorno del Insti-
tuto de Investigación Social de Francfort, en el otoño
de 2002. Doy las gracias a Axel Honnethpor la posibi-
lidad de reexaminar y entablar desde otro punto de
vista un diálogo con la obra de Adorno. Estoy igual-
mente agradecida por las discusiones mantenidas en
ese instituto con numerosas personas que me demos-
traron un faerte compromiso con las cuestiones que
planteo. Este texto apareció con anterioridad, aunque
en forma sustancialmente más breve, en Holanda,
con el título de Giving an Account ofOneself:A Criti-
que ofEthical Violence, Assen: Van Gorcum Press,
2003, y luego se publicó, también abreviado, en ale-
mán, con el título de Kritik der ethischen Gewalt,
Francfort del Meno: Suhrkamp, 2003, traducido con
idoneidad por Reiner Ansen. Partes del capítulo 2 se
presentaron en el artículo «Giving an account of one-
Abreviaturas
self», Diacritics, 31(4), invierno de 2001, págs. 22-40.
Debo expresar mi agradecimiento, asimismo, a
varias personas que colaboraron conmigo en algunas
de las ideas del manuscrito: Francés Bartkowski, Jay
Bernstein, Wendy Brown, Michel Feher, Barbara
Johnson, Debra Reates, Paola Marrati, Biddy Mar-
tin, Jeff Nunokawa, Denise Riley, Joan W. Scott, An- A lo largo del texto se han utilizado las siguientes abre-
nika Thiem y Niza Yanay. También estoy agradecida viaturas:
a los estudiantes de mi seminario de literatura com-
parada del otoño de 2003, que leyeron conmigo la ma- DF Emmanuel Levinas, Diffieult Freedom: Essays on
yor parte de los textos examinados aquí, cuestiona- Judaism, traducción de Sean Hand, Baltimore: The
ron mis perspectivas y originaron un intenso debate Johns Hopkins University Press, 1990 [Difícil li-
sobre muchos de los tópicos. Agradezco a Jill Stauffer bertad: ensayos sobre el judaismo, Madrid: Capa-
por mostrarme la importancia de Levinas para el rros, 2004].
pensamiento ético, y a Colleen Pearl, Amy Jamgo- FS Michel Foucauit, Fearless Speech, edición estableci-
chian, Stuart Murray, James Salazar, Amy Huber y da por Joseph Pearson, Nueva York: Semiotext(e),
Annika Thiem por su asistencia editorial y las suge- 2001.
rencias formuladas en distintos momentos. Para ter- GM Friedrich Nietzsche, On the Genealogy of Moráis,
minar, agradezco a Helen Tartar, que está dispuesta traducción de Walter Kaufmann, Nueva York: Ran-
a luchar con mis frases y a quien, al parecer, este li- dom House, 1969 [La genealogía de la moral, Ma-
bro vuelve. Lo dedico a mi amiga e interlocutora Bar- drid: Alianza, 1971].
bara Johnson. H Michel Foucauit, «About the beginning of the her-
meneutics of the self», traducción de Thomas Kee-
nan y Mark Blasius, en Michel Foucauit, Religión
and Culture, edición establecida por Jeremy Ca-
rrette, Nueva York: Routledge, 1999, págs. 158-81.
HDS Michel Foucauit, L'Herméneutique du sujet. Cours
au Collége de France, 1981 1982, París: Gallimar
Seuil, 2001 [La hermenéutica del sujeto. Curso en
Collége de France (1981-1982), Buenos Aires: Fon
de Cultura Económica, 2002].
HM Michel Foucauit, «How much does it cost for reason
to tell the truth?», en Michel Foucauit, Foucauit Li-
ve, edición establecida por Sylvére Lotringer, tra-
ducción de John Honston, Nueva York Semiotex-
t(e), 1989, págs. 233-56.

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OB Emmanuel Lev i: as, Otherwise than Being, or be- ]. Dar cuenta de sí mismo
yond Essence, traducción de Alphonse Lingis, La
Haya: Martinus NijhofF, 1981 [De otro modo que ser,
o más allá de la esencia, Salamanca: Sigúeme,
1995].
PMP Theodor W. Adorno, Problems of Moral Philosophy,
traducción de Rodney Livingstone, Stanford: Stan-
ford University Press, 2001.
S Emmanuel Levinas, «Substitution», traducción de «El valor del pensamiento se mide por su distancia con
Peter Atterton, Simón Critchley y Graham Noctor, respecto a la continuidad de lo conocido».
en Adriaan T. Peperzak, Simón Critchley y Robert
Bernasconi, eds., Emmanuel Levinas: Basic Philo- Theodor W. Adorno, Mínima moralia
sophical Writings, Blooraington: Indiana University
Press, 1996, págs. 79-96; original, «La substitution»,
Revue Philosophique de Louvain, 66,1968, págs.
487-508. Me gustaría comenzar por considerar en qué con-
SP Michel Foucault, «Structuralisme et poststructura- diciones podría plantearse la cuestión de la filosofía
lisme», en Dits et écrits, 1954-1988, edición estable- moral —una cuestión que tiene que ver con la conduc-
cida por Daniel Defert y Francois Ewald con la cola- t a y, por tanto, con el hacer— en u n marco social con-
boración de Jacques Lagrange, vol. 4, París: Galli- temporáneo. Plantear la cuestión en tal marco impli-
mard, 1994, págs. 431-57 [«Estructuraüsmo y post- ca, ya, la admisión de u n a tesis previa, a saber: no só-
estructuralismo», en Estética, ética y hermenéutica.
lo que las cuestiones morales surgen éH el contexto de
Obras esenciales III, Barcelona: Paidós, 1999].
las relaciones sociales, sino que la forma que adoptan
UP Michel Foucault, The Use ofPleasure, vol. 2 de The
History of Sexuality, Nueva York: Random House, esas cuestiones cambia según él contexto, e incluso
1985 [Historia de la sexualidad, vol. 2, El uso de los que este último, en algún sentido, es inherente a la
placeres, México: Siglo XXI, 1986]. forma de la cuestión. E n Problems ofMoral Philoso-
phy —una serie de conferencias pronunciadas en el
En este libro utilizo el concepto de «otro» para denotar verano de 1963—, Adorno señala: «Probablemente
al otro humano en su especificidad, excepto donde, por ra- podamos decir que las cuestiones morales siempre
zones técnicas, es preciso que el término signifique algo li- surgen cuando las normas morales de comportamien-
geramente diferente. En Levinas, por ejemplo, «el Otro» no to dejan de ser obvias e indiscutidas en la vida de u n a
sólo se refiere al otro humano, sino que actúa además como comunidad». 1 En cierto modo, esta tesis parece des-
vicario de una relación ética infinita. En este último caso, cribir las condiciones de aparición de las cuestiones
la palabra aparece aquí con inicial mayúscula.
1
Theodor W. Adorno, Problems of Moral Philosophy, traducción
Rodney Livingstone, Stanford: Stanford University Press, 2001, pág.
16; original, Probleme der Moralphilosophie, Francfort: Suhrkam
1997, pág. 30. En lo sucesivo, citado como PMP en el texto; los núme
ros de página corresponden a la traducción inglesa.

12 13
morales, pero Adorno especifica aún más esa descrip- talecimiento de la segunda. Al especificar esa descrip-
ción. Así, propone una breve crítica de Max Scheler, ción, Adorno señala con claridad que, aun cuando el
quien lamenta la Zersetzung de las ideas éticas, con lo etlios colectivo ya no sea compartido —en rigor, justa-
cual alude a la destrucción de un ethos ético común y mente porque el «ethos colectivo» (términos que ahora
colectivo. Adorno se niega a llorar esa pérdida, pues le requieren de comillas para constituir una unidad) no
preocupa el hecho de que el ethos colectivo sea inva- es compartido por el conjunto—, puede imponer su
riablemente conservador y postule una falsa unidad, pretensión de comunidad pero sólo por medios violen-
que intenta eliminar la dificultad y la discontinuidad tos. En ese sentido, el ethos colectivo instrumentaliza
propias dé cualquiere£/ios contemporáneo. No es cier- la violencia para mantener la apariencia de su carác-
to que antaño hubo una unidad que luego se quebró: ter colectivo. Es más: ese ethos únicamente se con-,
lo que había era una idealización, en rigor, un nacio- vierte en violencia cuando llega a ser un anacronis-
nalismo que ya no es creíble ni debe serlo. Como con- mo. Lo que esta forma de violencia ética tiene de ex-
secuencia, Adorno alerta contra el recurso a la ética traño desde un punto de vista histórico —y tempo-
utilizada como un tipo determinado de represión y ral— es que, si bien el ethos colectivo se ha vuelto ana-
violencia. Y afirma: crónico, no se ha convertido en pasado: persiste en él
presente como un anacronismo. Se niega a volverse
«Nada muestra mayor degradación que el tipo de ética o mo- pasado,xla violencia es su modo de imponerse al pre-
ral que sobrevive en la forma de ideas colectivas aun des- sente. A decir verdad, no sólo se le impone: también
pués de que el Espíritu del Mundo —para utilizar la expre- procura eclipsarlo, y ese es precisamente uno de sus
sión hegeliana como xma suerte de lema— ha dejado de habi-
tarlas. Una vez que el estado de la conciencia humana y el efectos violentos.
estado de las fuerzas sociales de producción han abandonado Adorno emplea el término violencia en relación con
esas ideas colectivas, estas adquieren características repre- la ética en el contexto de las pretensiones de univer-
sivas y violentas. Y lo que obliga a la filosofía a hacer la clase
salidad. Y propone una formulación más del surgi-
de reflexiones que expresamos aquí es el elemento de obliga-
toriedad que cabe encontrar en las costumbres tradiciona- miento de la moral, que es siempre el surgimiento de
les; son esa violencia y ese mal los que ponen estas costum- ciertos tipos de indagación moral, de interrogación
bres [Sitien] en conflicto con la moral [Sittlichkeit], y no la moral: «el problema social de la divergencia entre el
declinación de la moralidad que lamentan los teóricos de la interés universal y el interés particular, los intereses
decadencia» (PMP. nág. 17). de individuos particulares, es lo que va a constituir el
problema de la moral» {PMP, pág. 19). ¿Cuáles son las
En la descripción inicial, Adorno sostiene que las condiciones en que se produce esta divergencia? Ador-
cuestiones morales sólo surgen cuando el ethos colec- no se refiere a una situación en la cual «lo universal»
tivo ha perdido autoridad. Esto implica que, para ser no está en concordancia con el individuo ni lo incluye; la
consideradas como tales, las cuestiones morales no propia reivindicación de universalidad niega los "de-
necesariamente deben surgir sobre la base de un rechos" del individuo. Podemos imaginar, por ejem-
ethos de aceptación general; a decir verdad, parece plo, la imposición de gobiernos a países extranjeros en
haber una tensión entre ethos y moral, de modo tal nombre de principios universales de democracia,
que la mengua del primero es la condición para el for- cuando en verdad esa imposición niega efectivamente

14 15!
los derechos de la población en cuanto a elegir a sus n que se plantea la necesidad de la indagación mo-
propias autoridades. En esta misma línea,, podríamos ral. El contexto no es exterior a la problemática: con-
pensar en la propuesta del presidente Busli a la Auto- diciona la forma que esta adoptará. En ese aspecto,
ridad Palestina, o sus esfuerzos por imponer un cam- las cuestiones que caracterizan a la indagación moral
bio de gobierno en Irak. En estos ejemplos —para son formuladas o modeladas por las condiciones his-
usar las palabras de Adorno—, «lo universal (...) apa- tóricas que las originan.
rece como algo violento y ajeno y carece de realidad En mi opinión, la crítica adomiana de la universa-
sustancial para los seres humanos» (ibid.). Aunque lidad abstracta por su carácter violento puede leerse
en ocasiones Adorno se mueve en forma abrupta en- en relación con la crítica hegeliana del tipo de univer-
tre la ética y la moral, prefiere para su proyecto este salidad abstracta característico del Terror. He hecho
último término, moral, que reitera luego en Mínima referencia a ello en otro lugar,2 por lo cual sólo deseo
moralia, e insiste en que cualquier conjunto de máxi- señalar aquí que el problema no radica en la univer-
mas o reglas ha de ser pasible de apropiación «de una salidad como tal, sino en una operación de esa uni-
manera vital» por los individuos (PMP, pág. 15). Si versalidad que no es sensible a la particularidad cul-
bien se podría reservar ética para los perfiles genera- tural ni se reformula a sí misma en respuesta a las
les de esas reglas y máximas o para la relación entre condiciones sociales y culturales que incluye dentro
yoes [selves] que está implícita en ellas, Adorno insis- de su campo de aplicación. Cuando, por razones so-
te en que una norma ética que no propone un modo de ciales, es imposible apropiarse de un precepto univer-
vida, o de la cual es imposible apropiarse en el marco sal, o cuando —por razones sociales, otra vez— no se
de las condiciones sociales existentes, ha de someter- puede sino rechazarlo, el propio precepto se convierte
se a revisión crítica (PMP, pág. 19). Si ignora esas en ámbito de disputas, tema y objeto del debate demo-
condiciones sociales, que son también las condiciones crático. Es decir: pierde su estatus de precondición de
en que sería posible apropiarse de cualquier ética, ese tal debate; si actuara en él como una precondición, co-
ethos adquiere un cariz violento. mo un sine qua non de la participación, impondría su
De lo que sigue en este primer capítulo, quiero se- violencia en la forma de un impedimento excluyente.
ñalar lo que estimo importante en la concepción ador- Esto no significa que la universalidad sea violenta por
niana de la violencia ética, aunque postergaré una definición. No lo es. Pero hay condiciones en las cua-
consideración más sistemática hasta el capítulo 3. En les puede ejercer la violencia. Adorno nos ayuda a en-
la sección introductoria me limitaré a puntualizar la tender que, en parte, su violencia consiste en su indi-
importancia de la formulación de Adorno para los de- ferencia respecto de las condiciones sociales en las
bates contemporáneos en torno al nihihsmo moral, y cuales podría llegar a ser posible una apropiación vi-
a mostrar que el cambiante carácter histórico de la tal. Si esa apropiación es imposible, parecería dedu-
indagación moral misma exige realizar modifica- cirse que el precepto únicamente puede experimen-
ciones en su marco teórico. En este sentido, el propio
2
filósofo podría haber admitido ese cambio que lo tras- Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Ziiek, Contingency, Hege-
mony, Universality, Londres: Verso, 2000 [Contingencia, hegemonía,
ciende, dado su compromiso con la consideración de universalidad: diálogos contemporáneos en la izquierda, Buenos Ai-
la moral dentro de los cambiantes contextos sociales res: Fondo de Cultura Económica, 2004].

16
17
ta ,-se como algo mortal, un sufrimiento impuesto i es- normas antagónicas o d scontinuas. Cuando el «yo»
de un exterior indiferente a expensas de la libertad y procura dar cuenta de sí mismo, puede comenzar con-
la particularidad. sigo, pero comprobará que ese «sí mismo» ya está im-
Adorno parece casi kierkegaardiano cuando insis- plicado en una temporalidad social que excede sus
te en el lugar y el significado del individuo existente y propias capacidades narrativas; a decir verdad, cuan-
en la tarea necesaria de apropiarse de la moral, así do el «yo» procura dar cuenta de sí sin dejar de incluir
como de oponerse a las distintas formas de violencia las condiciones de su emergencia, tiene que convertir-
ética. No obstante, advierte, desde luego, contra el se, por fuerza, en teórico social.
error de situarse en la posición opuesta, en la que el La razón de ello es que el «yo» no tiene una historia
«yo» [«I»]* se comprende al margen de sus condiciones propia que no sea también la historia de una relación
sociales y se lo abraza como pura inmediatez, arbitra- —o un conjunto de relaciones— con una serie de nor-
ria o accidental, divorciada de sus circunstancias so- mas. Aunque muchos críticos contemporáneos se in-
ciales e históricas, que después de todo constituyen quietan ante la posibilidad de que esto signifique que
las condiciones generales de su emergencia. El filóso- no hay concepto de sujeto capaz de servir como funda-
fo no duda de que no hay moral sin un «yo», pero que- mento de la agencia y la responsabilidad morales, esa
dan preguntas acuciantes por responder: ¿en qué con- conclusión no es válida. En alguna medida, las condi-
siste ese «yo»?, ¿en qué términos puede apropiarse de ciones sociales de su emergencia siempre desposeen
la moral o, en rigor, dar cuenta de sí mismo? Adorno al «yo».3 Esa desposesión no implica que se haya per-
escribe, por ejemplo: «será obvio para ustedes que to- dido el fundamento subjetivo de la ética. Al contrario,
das las ideas de moral o comportamiento ético deben bien puede ser la condición de la indagación social, la
relacionarse con un "yo" que actúa» (PMP, pág. 28). condición misma del surgimiento de la moral. Si el
Sin embargo, no hay «yo» alguno que pueda mante- «yo» no está de acuerdo con las normas morales, esto
nerse del todo apartado de las condiciones sociales de sólo significa que el sujeto debe deliberar acerca de
su emergencia, ningún «yo» que no esté involucrado en ellas y que parte de la deliberación entrañará una
un conjunto de normas morales condicionantes que, comprensión crítica de su génesis social y su signifi-
por ser normas, tienen un carácter social que excede cado. En este sentido, la deliberación ética está aso-
el significado puramente personal o idiosincrásico. ciada a la operación de la crítica. Y la crítica comprue-
El «yo» no está al margen de la matriz prevalecien- ba que no puede avanzar sin reflexionar acerca de có-
te de normas éticas y marcos morales en conflicto. En mo nace el sujeto deliberante y cómo podría vivir efec-
un sentido importante, esa matriz es también la con- tivamente o apropiarse de un conjunto de normas. No
dición para la emergencia del «yo», si bien no son las se trata sólo de que la ética se vea enredada en la ta-
normas las que lo inducen en cuanto causas. Basado rea de la teoría social, sino de que la teoría social, si
en ello, no podemos concluir que el «yo» es el mero
efecto o instrumento de un ethos previo o un campo de 3
En Denise Riíey, Words ofSelves: Identification, Solidarity, Irony,
Stanford: Stanford University Press, 2000, se encontrará un brillante
* Salvo indicación en contrario, se tratará siempre del «yo» grama- y penetrante análisis de la inmersión y desposesión del «yo» en las
tical. Cuando no aparezca entrecomillado, deberá entenderse que se convenciones sociales, así como de sus implicaciones tanto para la poe-
habla del selfo del ego. (N. del T.) sía lírica como para las solidaridades sociales.

18 19
pretende generar resultado., no violentos, debe encon- en encontrar un modo de apropiárselas, asumirlas,
establecer una relación vital con ellas. El marco epis-
trar un lugar de vida para ese «yo».
temológico se presupone en este encuentro, en el que
El surgimiento del «yo» a partir de la matriz de ins-
tituciones sociales puede explicarse de diversas ma- un sujeto se topa con normas morales y debe hallar el
neras, y varias son las formas de contextualizar la modo de tratar con ellas. Pero, ¿consideraba Adorno
moral dentro de sus condiciones sociales. Adorno sue- que las normas también deciden por anticipado quién
le considerar que hay en funcionamiento una dialécti- llegará a ser sujeto y quién no? ¿Consideraba la ope-
ca negativa cuando las pretensiones de colectividad ración de las normas en la constitución misma del su-
resultan no ser colectivas y las pretensiones de uni- jeto, en el modelado de su ontología y en el estableci-
versalidad abstracta resultan no ser universales. La miento de un emplazamiento legítimo dentro del rei-
divergencia se da siempre entre lo universal y lo par- no de la ontología social?
ticular, y se convierte en la condición del cuestiona-
miento moral. Lo universal no sólo diverge de lo par-
ticular: esa divergencia misma es lo que el individuo
llega a experimentar, lo que para él resulta la expe- Escenas de interpelación
riencia inaugural de la moral. En ese aspecto, la teo- «Comenzamos con una respuesta, una pregunta que respon-
ría de Adorno se vincula con Nietzsche, quien destaca de a un ruido, y lo hacemos en la oscuridad: hacer sin saber
la violencia de la «mala conciencia», que da origen al con exactitud, arreglarse con el habla. ¿Quién está alK o
«yo» como producto de una crueldad potendalmente aquí, y quién se ha ido?».
aniquiladora. El «yo» se vuelve contra sí mismo, desa- Thomas Keenan, Fables ofResponsibiEüy
ta en su propia contra una agresión moralmente con-
denatoria, y de ese modo queda inaugurada la reflexi- Por el momento interrumpiré esta discusión de
vidad. Al menos esta es la concepción nietzscheana de Adorno, si bien volveré a él más adelante, para consi-
la mala conciencia. Yo sugeriría que Adorno alude a derar no la relación que un sujeto tiene con la moral,
tal concepción negativa cuando sostiene que una ética sino una relación previa: la fuerza de la moral en la
de la que los individuos no pueden apropiarse de «una producción del sujeto. La primera cuestión es crucial
manera vital» en las condiciones sociales imperantes y la investigación que sigue no la ignora, porque xm.
«es la mala conciencia de la conciencia» (PMP, pág. 15). sujeto producido por la moral debe encontrar su re-
Es menester preguntarnos, sin embargo, si el mis- lación con ella. Por más que se quiera, no se pue^e
mo «yo» que debe apropiarse de las normas morales omitir esta condición paradójica de la deliberación
de una manera vital no está a su vez condicionado por moral y de la tarea de dar cuenta de sí. Aun cuando la
normas, unas normas que establecen la viabilidad del moral proporciona un conjunto de normas que produ-
sujeto. Una cosa es decir que un sujeto debe ser capaz cen un sujeto en su intehgibihdad, no per ello deja de
de apropiarse de normas, y otra, decir que debe haber ser un conjunto de normas y reglas que el sujeto debe
normas que dispongan un lugar para un sujeto dentro negociar de una manera vital y reflexiva.
del campo ontológico. En el primer caso, las normas En La genealogía de la moral, Nietzsche presenta
están allí, a una distancia exterior, y la tarea consiste una explicación polémica del modo en que accedemos

21
20
a le. posibilidad de reflexionar acerca de nuestras pro- vas más sencillas; en ese nuevo mundo, ya no tenían
pias acciones y nos ponemos en situación de dar cuen- sus antiguas guías, sus impulsos reguladores, incons- !
ta de lo que hemos hecho. Señala que sólo somos cons- cíenles e infalibles: esas infortunadas criaturas que-
cientes de nosotros mismos luego de haber infligido daron reducidas a pensar, inferir, calcular, coordinar
determinado daño. Como consecuencia, una persona causa y efecto; ¡reducidas a su "conciencia", su órgano
sufre y ella misma, o, mejor, alguien que actúa como más débil y falible!» {GM, pág. 84).
su abogado en un sistema de justicia, procura descu- De modo que, si Nietzsche tiene razón, doy cuenta
brir la causa de ese sufrimiento y nos pregunta si lo de mí mismo porque alguien me lo ha pedido, y ese al-
hemos ocasionado. Con el propósito de imponer un guien tiene un poder delegado por un sistema esta-
justo castigo al responsable de una acción injuriosa, blecido de justicia. Me han interpelado, tal vez incluso
se plantea la pregunta y el sujeto en cuestión se inte- me han atribuido un hecho, y cierta amenaza de casti-
rroga. «El castigo», nos dice Nietzsche, es «la cons- go respalda ese interrogatorio. Y así, en una respues-
trucción de una memoria».4 La pregunta postula al yo ta llena de temor, me ofrezco como un «yo» y trato de
como una fuerza causativa y también configura un reconstruir mis acciones, mostrando si la que se me
modo específico de responsabilidad. Al preguntarnos imputa se cuenta o no entre ellas. O bien me confieso
si hemos causado ese sufrimiento, una autoridad es- como causa de esa acción y limito mi aporte causativo,
tablecida nos pide no sólo que admitamos un vínculo o bien me defiendo de la atribución, para lo cual quizá
causal entre nuestras acciones y el padecimiento re- sitúo la causa en otro lugar. Esos son los parámetros
sultante, sino también que reconozcamos nuestra dentro de los cuales uno da cuenta de sí. A criterio de
responsabilidad por ellas y sus efectos. En ese contex- Nietzsche, la necesidad de rendir cuentas sólo surge
to, nos vemos en la situación de tener que dar cuenta con posterioridad a una acusación o, como mínimo,
de nosotros mismos. una imputación, hecha por alguien en condiciones de
Damos cuenta de nosotros mismos únicamente aplicar un castigo si es posible establecer la causali-
porque se nos interpela en cuanto seres a quienes un dad. Y, consecuentemente, empezamos a reflexionar
sistema de justicia y castigo ha puesto en la obliga- sobre nosotros mismos en virtud del miedo y el terror.
ción de rendir cuentas. Este sistema no está presente A decir verdad, nos volvemos moralmente responsa-
desde el principio; se instituye, en cambio, con el paso bles como consecuencia del miedo y el terror.
de1 tiempo y con un gran costo para los instintos hu- Consideremos, sin embargo, que el hecho de ser in-
manos. Nietzsche dice que, en esas condiciones, la terpelados por otro tiene otras valencias además del
gente «se sentía incapaz de hacer frente a las iniciati- miedo. Bien puede existir un deseo de conocer y en-
tender que no es alimentado por el anhelo de castigar,
4
Friedrich Nietzsche, On the Genealogy of Moráis, traducción de y un deseo de explicar y narrar que no es impulsado
Waiter Kaufmann, Nueva York: Random House, 1969, pág. 80; origi- por el terror al castigo, Nietzsche comprendió acer-
nal. Zur Genealogie der Moral, en Kritische Studienausgabe, edición tadamente que uno inicia el relato de sí mismo sólo
establecida por Giorgio Colli y Mazzino Montinari, Berlín: De Gruyter,
1967-1977, vol. 5, págs. 245-412 [La genealogía de la moral, Madrid: frente a un «tú» que le pide que lo haga. Ninguno de
Alianza, 19711. En lo sucesivo, citado en el texto como GM; los núme- nosotros comienza el relato de sí mismo, ni advierte
ros de página corresponden a la traducción inglesa. que, por razones urgentes, debe convertirse en un ser,

22
que se autorrelate, a menos que se enfrente a ese inte- narración no surge con posterioridad a esa agencia,
rrogante o esa atribución procedente de otro: «¿Fuiste sino que constituye, en cambio, la condición previa en
tú?». Siempre es posible, desde luego, permanecer cualquier explicación de la agencia moral que poda-
callado ante una pregunta de ese tipo, en cuyo caso el mos ejecutar. En tal sentido, la capacidad narrativa
silencio expresa una resistencia a ella: «No tienes de- se erige en una precondición para dar cuenta de sí
recho a preguntarme eso», «Esa imputación no es dig- i
mismo y asumir la responsabilidad por los propios
na de respuesta» o «Aun cuando haya sido yo, no te co- actos a través de ese medio. Uno podría, por supuesto,
rresponde a ti saberlo». En esos casos, el silencio pone limitarse a «asentir con la cabeza» o utilizar otro gesto
en cuestión la legitimidad de la autoridad invocada expresivo para reconocer que es, en efecto, el autor del
por la pregunta y el interrogador, o bien intenta cir- hecho en cuestión. El «asentir con la cabeza» funciona
cunscribir un dominio de autonomía en el que este úl- como una precondición expresiva del reconocimiento.
timo no puede o no debe inmiscuirse. La negativa a Un tipo similar de facultad expresiva se pone enjuego
relatar no deja de ser una relación con el relato y la es- cuando nos mantenemos en silencio ante la pregunta:
cena de interpelación. Al negarse, el relato rechaza la «¿Tiene algo que decir en su descargo?». En ambos
relación presupuesta por el interrogador o bien la mo- ejemplos, el gesto de reconocimiento sólo tiene sentido
difica, de modo que el indagado rechaza al indagador. en relación con un argumento implícito: «Sí, yo era
Contar una historia sobre sí mismo no es igual a quien ocupaba la posición de agente causal en la se-
dar cuenta de uno mismo. Y, sin embargo, en el ejem- cuencia de acontecimientos a la que usted se refiere».
plo anterior vemos que la clase de relato que requiere La concepción de Nietzsche no contempla cabal-
el dar cuenta de nosotros mismos parte del supuesto mente la escena de interpelación mediante la cual se
de que el yo tiene una relación causal con el sufri- indaga en la responsabilidad, luego asumida o nega-
miento de otros (y a la larga, a través de la mala con- da. Nietzsche supone que la indagación se efectúa
ciencia, con uno mismo). Es evidente que no todos los desde un marco legal en el cual se amenaza con el cas-
relatos adoptan esa forma, pero una narración que tigo de infligir un daño equivalente al infligido en pri-
responda a una imputación debe, desde el principio, mer término. Pero no todas las formas de interpela-
aceptar la posibilidad de que el yo tenga agencia cau- ción se originan en ese sistema y por esa razón. El sis-
sal, aun cuando, en una situación dada, el yo no haya tema de castigo descripto por Nietzsche se basa en la
sido la causa del padecimiento en cuestión. venganza, aunque se lo valore como «justicia». Y no
El dar cuenta, pues, adquiere forma narrativa, lo reconoce que ia vida entraña cierta magnitud de su-
cual no sólo depende de la posibilidad de transmitir frimiento y de daños que no pueden explicarse acaba-
un conjunto de acontecimientos secuenciales con damente recurriendo al sujeto como agente causal.
transiciones plausibles, sino que también apela a la En rigor, para Nietzsche, la agresión es coextensiva a
voz y la autoridad narrativas, dirigidas a una audien- la vida, de modo que, si procuráramos proscribirla, lo
cia con propósitos de persuasión. El relato debe esta- que haríamos sería, en definitiva, proscribir la vida
blecer, entonces, si el yo fue o no la causa del sufri- misma. Señala que «la vida actúa esencialmente, es
miento, y proporcionar un medio persuasivo en virtud decir, en sus funciones básicas, por medio del daño, el
del cual pueda entenderse la agencia causal del yo. La asalto, la explotación, la destrucción, y no es posible

24 25
pensarla en absoluto con prescindencia de ese carác Es importante destacar quo Nietzsche Umita su in-
ter» (GM, pág. 76). «Las condiciones legales», sigue terpretación de la responsabilidad a esa atribución
diciendo, «constituyen una restricción parcial de la jurídicamente mediada y demorada. A l parecer, no
voluntad de vivir», una voluntad definida por la lu- alcanza a comprender las otras condiciones de inter-
cha. El esfuerzo legal por suprimir la lucha sería, en locución en que se nos pide que demos cuenta de noso-
sus palabras, «un intento de asesinar el futuro del tros mismos, y se concentra, por el contrario, en una
hombre» (ibid.). agresión originaria que a su criterio es parte de todo
Lo que está enjuego no es, para Nietzsche, la mera ser humano, e incluso coextensiva a la vida misma.
preponderancia de una moral y un orden legal a los La persecución de esa agresión en el marco de un sis-
cuales se opone, sino una construcción obligada de lo tema de castigo erradicaría, a su entender, esa verdad
«humano» en oposición a la vida misma. Su visión de de la vida. La institución del derecho obliga a un ser
la vida, empero, supone que la agresión es más pri- humano originariamente agresivo a volcar «hacia
maria que la generosidad, y que el interés en la justi- adentro» esa agresión, forjar un mundo interno com-
cia surge de una ética de la venganza. Nietzsche omi- puesto de una conciencia culpable y volver contra sí
te considerar la escena de interlocución en la cual se mismo l a agresión en nombre de la moral: «en esa
nos pregunta qué hemos hecho, o una situación en la crueldad psíquica reside una locura de la voluntad
que tratamos de aclarar, en beneficio de quien espera que carece de todo precedente: la voluntad del hom-
saberlo, qué hicimos y por qué razones. bre de considerarse culpable y censurable en un gra-
Según Nietzsche, el yo como «causa» de una acción do imposible de expiar» (GM, pág. 93). La agresión,
lesiva siempre es atribuido de manera retroactiva: el que Nietzsche juzga congénita en todo animal huma-
autor del hecho sólo queda asociado tardíamente a su no y en la propia vida, se vuelve contra la voluntad y
acto. En realidad, sólo se convierte en agente causal asume entonces una segunda vida, hasta hacer i m -
de este acto por obra de una atribución retroactiva plosión y construir una conciencia que genera una re-
que procura ajustarse a una ontología moral estipula- flexividad que sigue el modelo de la reprensión de sí
da por un sistema legal, un sistema que establece res- mismo. Esa reflexividad es el precipitado del sujeto,
ponsabilidades y agravios punibles identificando un entendido como un ser reflexivo, un ser que puede to-
yo pertinente como origen causal del sufrimiento. A marse a sí mismo como objeto de reflexión, y lo hace.
juicio de Nietzsche, el sufrimiento supera cualquier
Como dije antes. Nietzsche no considera otras di-
efecto causado por uno u otro yo, v si bien hay ejem-
mensiones lingüísticas de la situación. Si se me consi-
plos notorios en que uno externaliza la agresión en la
dera imputable en virtud de un marco moral, este se
persona de otro y causa daños o destrucción, ese su-
dirige primeramente hacia mí, comienza a actuar so-
frimiento tiene algo de «justificable», en cuanto es
bre mí, por medio de la interpelación y la indagación
parte de la vida e interviene de algún modo en la «se-
de otro. En efecto: no llego a conocer ese marco de nin-
ducción^ y «vitalidad» de la vida misma. Son muchos
guna otra manera. Si doy cuenta de mí misma en res-
los motivos para discrepar de esta posición, y en las
puesta a esa indagación, quedo implicada en una re-
páginas que siguen expondré algunas de mis obje-
lación con el otro ante quien y a quien hablo. Así, co-
ciones.
bro vida como sujeto reflexivo en el contexto de la ge-

26
27
neración de un relato narrativo de mí misma cuando esti: ia que la ética puede derivarse de una escena de
alguien me habla, y dispuesta a dirigirme a quien se castigo aterrorizadora, Foucault se aparta de las re-
dirige a mí. flexiones finales de La genealogía de la moral para
E n The Psychic Life ofPower tal vez me apresuré
5 hacer hincapié en l a creatividad peculiar asumida por
demasiado a aceptar esa escena punitiva de instaura- la moral y explicar, en particular, cómo llega l a mala
ción para el sujeto. De conformidad con ese punto de conciencia a ser el medio para la construcción de valo-
vista, l a institución del castigo me ata a mi acto, y res. Ajuicio de Nietzsche, la moral surge como la res-
cuando se me castiga por haber cometido tal o cual puesta aterrorizada al castigo. Pero ese terror resulta
hecho, surjo como un sujeto de conciencia y, por consi- ser extrañamente fecundo: la moral y sus preceptos
guiente, como un sujeto que reflexiona de alguna ma- (el alma, l a conciencia, l a mala conciencia, el conoci-
nera sobre sí mismo. Esta visión de la constitución del miento de sí mismo, l a autorreflexión y el razona-
sujeto depende de la caracterización de un sujeto que miento instrumental) están empapados de l a cruel-
internaliza l a ley o, como mínimo, su atadura causal dad y la agresión vueltas contra sí mismas. L a elabo-
al hecho por el cual l a institución del castigo busca ración de una moral — u n conjunto de reglas y equiva-
compensación. lencias— es el efecto sublimado (e invertido) de esa
Cabría esperar que esta concepción nietzscheana agresión primaria volcada contra uno mismo, l a con-
del castigo fuera crucial para el tratamiento foucaul- secuencia idealizada de una rebelión contra la propia
tiano del poder disciplin ario en la prisión. Con seguri- destructividad y, para Nietzsche, los propios impulsos
dad lo fue, pero Foucault difiere en forma explícita de vitales.
Nietzsche cuando se niega a generalizar la escena del A decir verdad, así como Nietzsche considera que
castigo para explicar el surgimiento del sujeto reflexi- la fuerza del castigo es decisiva para l a internaliza-
vo. L a vuelta en contra de sí mismo que tipifica el sur- ción de l a furia y l a consiguiente producción de mala
gimiento de l a mala conciencia nietzscheana no expli- conciencia (y otros preceptos morales), Foucault recu-
ca el surgimiento de la reflexividad en Foucault. E n rre cada vez más a códigos morales, entendidos como
El uso de los placeres, segundo volumen de la Historia códigos de conducta — y no principalmente a códigos
de la sexualidad, este autor examina las condiciones
6
de castigo—, para ver cómo los sujetos se constituyen
en que un yo podría tomarse como objeto de reflexión en relación con ellos, que no siempre se apoyan en l a
y cultivación, y se concentra para ello en las formacio- violencia de la prohibición y sus efectos internalizado-
nes premodernas del sujeto. Mientras que Nietzsche res. L a magistral explicación de Nietzsche en La ge-
nealogía de la moral nos muestra, por ejemplo, cómo
5 Judith BuÜer, The Psychic Life of Power, Stanford: Stanford Uni- se internalizan l a furia y la voluntad espontánea para
versity Press, 1997 [Mecanismos psíquicos del poder: teorías sobre la
sujeción, Madrid: Cátedra, 2001]. producir la esfera del «alma», así como l a de l a moral.
6 Michel Foucault, The Use ofPleasure, vol. 2 de The History ofSe- Este proceso de internalización debe entenderse como
xuality, Nueva York: Random House, 1985; original, Histoire de la una inversión, un vuelco del impulso primordialmen-
sexualité, vol. 2, L'Usage des plaisirs, París: Gallimard, 1984 [Historia
de la sexualidad, vol. 2, El uso de los placeres, México: Siglo X X I ,
te agresivo sobre sí mismo, el acto característico de l a
1986]. E n lo sucesivo, citado como UP en el texto; los números de pá- mala conciencia. Para Foucault, l a reflexividad surge
gina corresponden a la traducción inglesa. en el acto de establecer una relación con los códigos

28 29
mora I es, pero no se funda en una descripción de l a in moral» (UP, pág. 28). E s e trabajo sobre el yo, ese acto
ternalización o, en términos más generales, de l a vida de delimitación, se da en el contexto de un conjunto de
psíquica, y sin duda tampoco en una reducción de l a normas que preceden y exceden al sujeto. Investidas
moral a la mala conciencia. de poder y obstinación, fijan los límites a lo que se ve-
Si leemos la crítica nietzscheana de l a moral junto rá como una formación inteligible del sujeto dentro de
con la evaluación que Freud hace de l a conciencia en un esquema histórico dado de las cosas. No hay crea-
El malestar en la cultura, o su descripción del funda- ción de uno mismo (poiesis) al margen de un modo de
mento agresivo de la moral en Tótem y tabú, podría- subjetivación o sujeción (assujettissement) y, por lo
mos llegar a hacernos una idea completamente cínica tanto, tampoco autorrealización con prescindencia de
de la moral y concluir que l a conducta humana que las normas que configuran las formas posibles que un
procura seguir normas de valor prescriptivo está me- sujeto puede adoptar. L a práctica de l a crítica expone,
nos motivada por el deseo de hacer el bien que por el entonces, los límites del esquema histórico de las co-
terrorífico temor al castigo y sus efectos lesivos. Re- sas, el horizonte epistemológico y ontológico dentro
servaré esa lectura comparativa para otra oportuni- del cual pueden nacer los sujetos. Hacerse de tal ma-
dad. Aquí me parece importante señalar que Fou- nera que queden expuestos esos límites significa, jus-
cault tenía un profundo deseo de alejarse de ese mo- tamente, embarcarse en una estética del yo que man-
delo y esa conclusión específica cuando, a principios tiene una relación crítica con las normas existentes.
de la década de 1980, decidió repensar l a esfera de la E n «¿Qué es l a crítica?», u n a conferencia de 1978,
ética. Su interés se centró entonces en estudiar cómo Foucault señala: «La crítica aseguraría l a desujeción
ciertos códigos prescriptivos históricamente estable- del sujeto en el transcurso de lo que podríamos lla-
cidos determinaron u n tipo particular de formación mar, en pocas palabras, "política de l a verdad''». 8

del sujeto. Mientras en su obra anterior trataba a este E n l a Introducción a El uso de los placeres, Fou-
como un «efecto» del discurso, en sus últimos escritos cault especifica esa práctica dé automodelización en
matiza y refina su posición del siguiente modo: el su- relación con normas cuando aclara que l a conducta
jeto se forma en relación con un conjunto de códigos, moral no pasa por ajustarsp a las prescripciones esta-
prescripciones o normas, y lo hace de una manera que blecidas en un código dado ni por internalizar una
no sólo (a) revela que la autoconstitución es un tipo de prohibición o un interdicto primario. Y dice así:
poiesis, sino que (b) establece l a autorrealización co-
mo parte de la operación más general de l a crítica. Co- «Para que una acción sea "moral" no debe poder reducírsela
mo sostuve en otro lugar, la autorrealización ética no
7
a u n acto o una serie de actos acordes a una regla, vina ley o

es en Foucault una creación radical del yo ex nihilo,


Michel Foucault, "What is critique?», en D. Ingram, ed., The Poli-
sino lo que él denomina una «dehmitafción] de esa
8

tical, op. cit., págs. 191-211; la cita es de la pág. 194. Este artículo tie-
parte del yo que constituirá el objeto de su práctica ne su origen en una conferencia pronunciada en la Sociedad Francesa
de Filosofía el 27 de mayo de 1978; ulteriormente se publicó con el tí-
tulo de «Qu'est-ce que la critique? (Critique etAufklárung)», Bulletin.
7Véase Judith Butler, «What is critique? On Foucault's virtue», en de la SociétéFrancaise de Philosophie, 84(2), 1990, págs. 35-63 [«¿Qué
David Ingram, ed., The Political, Londres: Basil Blackwell, 2002, es la crítica? (Crítica yAufklárung)», Daimon, Revista de Filosofía, 1L,
págs. 212-26. 1995, págs. 5-26].

30 31
un valor. Todas las acciones m rales implican, desde luego, normas L a norma no produce al sujeto como su efecto
una relación con la realidad en l a cual se llevan a cabo, así necesario, y el sujeto tampoco tiene plena libertad
como u n a relación con el yo. Este último no es simplemente
para ignorar l a norma que instaura su reflexividad;
"autoconciencia", sino autoformación como "sujeto ético", u n
uno lucha invariablemente con condiciones de su pro-
proceso e n el que el individuo delimita esa parte de sí mismo
que constituirá el objeto de su práctica moral, define su posi- pia vida que podría no haber elegido. Si en esa lucha
ción con respecto a l precepto que seguirá y se inclina por hay algún acto de agencia o, incluso, de libertad, se da
cierto modo de ser que funcionará como su meta moral. Y es- en el contexto de un campo facilitador y limitante de
to le exige actuar sobre sí mismo, supervisarse, probarse, coacciones. E s a agencia ética nunca está del todo
mejorarse y transformarse. No hay una acción moral especí-
determinada ni es radicalmente libre. S u lucha o su
fica que no se refiera a una conducta moral unificada; ningu-
dilema principal deben ser producto de u n mundo,
na conducta moral que no exija l a formación de uno mismo
como sujeto ético, y ninguna formación del sujeto ético s i n aun cuando uno, en cierta forma, debe producirse a sí
"modos de subjetivación" y una "ascética" o "prácticas de sí" mismo. E s a lucha en las condiciones no elegidas de l a
que los respalden. L a acción moral es indisociable de esas propia vida — u n a agencia— también es posible, pa-
formas de actividad de sí» (UP, pág. 28). radójicamente, gracias a la persistencia de esta condi-
ción primaria de falta de libertad.
Para Foucault, como para Nietzsche, la moral re- Si bien muchos críticos han afirmado que l a visión
despliega u n impulso creador. Nietzsche deplora que del sujeto postulada por Foucault — y otros posestruc-
l a internalización de l a moral se produzca por obra turalistas— socava l a capacidad de realizar delibera-
del debihtamiento de l a voluntad, aun cuando en- ciones éticas y fundar l a agencia humana, el propio
tiende que esa internalización constituye «la matriz Foucault retoma desde otras perspectivas los temas
de todos los fenómenos ideales e imaginativos>> (GM, tanto de l a agencia como de l a dehberación en sus lla-
pág. 87), que incluirían, es de presumir, sus propios mados «escritos éticos», y propone una reformulación
escritos filosóficos, junto con esta misma exposición. de ambos que merece un análisis minucioso. E n el
Ajuicio de Foucault, la moral es inventiva, requie- último capítulo analizaré con mayor detenimiento su
re capacidad de invención e incluso, como considera- intento de dar cuenta de sí mismo. Aquí me gustaría
remos más adelante, tiene un costo. Sin embargo, el ocuparme de l a cuestión más general: L a postulación
«yo» engendrado por ella no es concebido como una de un sujeto que no es autofimdante, o sea, de cuyas
agencia psíquica que se reprende a sí misma. Desde el condiciones de emergencia no es posible ofrecer una
inicio constituyen un reto, si no una pregunta abierta, explicación cabal, ¿debilita l a posibilidad de l a res-
la relación que el yo asuma consigo mismo, su modo ponsabilidad y, en particular, de dar cuenta de sí?
de forjarse en respuesta a un mandato, su manera de
Si es realmente cierto que, por así decirlo, estamos
construirse y el trabajo que realice sobre sí mismo. E l
divididos y carecemos de fundamento y de coherencia
mandato impone el acto de autorrealización o auto-
desde el principio mismo, ¿será imposible encontrar
construcción, lo cual significa que no actúa de manera
basamento para una noción de responsabilidad per-
unilateral o determinista sobre el sujeto. Prepara el
sonal o social? Para argumentar lo contrario, mostra-
escenario para su autoconstrucción, que siempre se
ré que una teoría de l a formación del sujeto que reco-
lleva a cabo en relación con un conjunto impuesto de
noce los límites del autoconocimiento puede dar sus-

32 33
hegeliano de reconocimiento propuesta por Adriana
tentó a una concepción de la ética y, por cierto, de la
Cavarero, filósofa feminista que . e apoya en la obra
responsabilidad. Si bien el sujeto es opaco para sí mis-
de Levinas y Arendt. E n el capítulo 2 me ocuparé del
9

mo, no plenamente transparente y cognoscible para


psicoanálisis y los límites impuestos por el incons-
sí, no por ello está autorizado a hacer lo que quiera u
ciente a la reconstrucción narrativa de una vida. A u n -
olvidar sus obligaciones para con los demás. S i n d u -
que nos vemos forzados a dar cuenta de nuestros va-
da, lo contrario es verdad. L a opacidad del sujeto pue-
rios yoes, las condiciones estructurales en que lo hace-
de ser u n a consecuencia de que se lo conciba como u n
mos vuelven imposible una tarea t a n exhaustiva. E l
ser relaciona!, cuyas relaciones iniciales y primarias
cuerpo singular al que se refiere u n relato no puede
no siempre están a l alcance del conocimiento cons-
ser capturado por u n a narración total, no sólo porque
ciente. E n el contexto de las relaciones con los otros
ese cuerpo tiene una historia forrnativa que es irrecu-
suelen aparecer momentos de desconocimiento sobre
perable para la reflexión, sino porque el modo en que
uno mismo, indicativos de que esas relaciones apelan
nos forman las relaciones primarias produce una opa-
a formas primarías de relacionalidad que no siempre
cidad ineludible en nuestra autocomprensión. Siem-
son susceptibles de una tematización explícita y refle-
pre damos cuenta de nosotros mismos a otro, sea i n -
xiva. Si nos formamos en el contexto de relaciones que
ventado o existente, y ese otro establece l a escena de
resultan parcialmente irrecuperables para nosotros,
interpelación como u n a relación ética más primaria
l a opacidad parece estar incorporada a nuestra for-
que u n esfuerzo reflexivo por dar cuenta de sí. Por
mación y es consecuencia de nuestro estatus de seres
otra parte, los propios términos que utilizamos para
constituidos en relaciones de dependencia.
dar cuenta, y de los que nos valemos para volvernos
Esta postulación de una opacidad primaria para el inteügibles para nosotros mismos y para los otros, no
yo derivada de las relaciones formativas tiene u n a son obra nuestra. Tienen u n carácter social y estable-
implicación específica para una orientación ética h a - cen normas sociales, u n ámbito de falta de libertad y
cia el otro. E n efecto: si somos opacos para nosotros de posibilidad de sustitución dentro del cual se cuen-
mismos precisamente en v i r t u d de nuestras relacio- t a n nuestras historias «singulares».
nes con los otros, y estas son el ámbito de nuestra res-
ponsabilidad ética, bien puede deducirse que, precisa-
mente en v i r t u d de su opacidad para sí mismo, el su- 9A d r i a n a CavaieTO.Relating Marratives: Storytelling andSelfhood,
j e t o establece y sostiene algunos de sus lazos éticos traducción de P P ' I ] A. Kottman, Londres: Routledge, 2000; original,
más importantes. Tu che mi guarrfi tu che mi racconti, Milán: Giacomo Feltrinelli, 1997.
Es interesante comparar el texto de Cavarero no sólo con Words ofSel-
E n lo que resta de este capítulo analizaré en primer ves de Riley, sino también con Paul Ricosur, Oneself as Another, traduc-
término l a teoría ulterior de Foucault sobre la forma- ción de Kathleen Blamey, Chicago: University of Chicago Press, 1992;
original, Soi-méme comnie un autre, París: Seuil, 1990 [Sí mismo co-
ción del sujeto y consideraré las limitaciones con que
mo otro, Madrid: Siglo X X I , 1996]. Como Cavarero, Ricosur sostiene la
tropezamos cuando tratamos de utilizarla para pen- socialidad constitutiva del yo y su capacidad de presentarse en el re-
sar a l otro. Procederé luego a plantear una caracteri- lato, aunque uno y otro autor proceden de manera muy diferente. Ri-
zación poshegeliana del reconocimiento que procura ley se concentra en la poesía lírica y el uso del lenguaje corriente, y se-
ñala un problema no narrativo de referencialidad provocado por la es-
establecer l a base social para dar cuenta de sí mismo. tructura formal de las convenciones lingüísticas.
E n ese contexto, consideraré l a crítica de u n modelo

35
34
E n esta indagación acud de modo ecléctico a va- reconocimiento: a alguien que está allí para ser i n -
rios filósofos y teóricos críticos. No todas sus posicio- i terpelado y cuya interpelación debe admitirse.
nes son compatibles entre sí y no intentaré sintetizar- |
las aquí. Aunque la síntesis no es m i objetivo, sí me
interesa sostener que cada una de esas teorías sugie- "

re algo de importancia ética que se deriva de los lími- • Sujetos foucaultianos


tes que condicionan cualquier esfuerzo que pudiéra-
mos hacer con el fin de dar cuenta de nosotros mis- E n l a visión foucaultiana de l a autoconstitución
mos. Sobre esa base, quiero afirmar que lo que con — u n a cuestión que ocupa u n lugar central en su obra
frecuencia consideramos u n «fracaso» ético b i e n de l a década de 1980—, u n régimen de verdad pro-
puede tener u n a valencia y u n a importancia éticas pone los términos que hacen posible el autorreconoci-
que no h a n sido atinadamente juzgadas por quienes miento. E n cierta medida, esos términos están fuera
se apresuran en exceso a equiparar posestructuralis- del sujeto, pero también se los presenta cerno las nor-
mo con nihilismo moral. mas disponibles por medio de las cuales ese reconoci-
E n el capítulo 3 considero los intentos diacrónicos miento de sí mismo puede producirse, de manera que
y sincrónicos de establecer el surgimiento del sujeto, lo que puedo «ser», de modo m u y literal, está restrin-
incluidas las implicaciones éticas de esas concepcio- gido de antemano por u n régimen de verdad que de-
nes de l a formación del sujeto. También estudio el cide cuáles serán las formas de ser reconocibles y no
aporte de Adorno a una teoría de l a responsabilidad reconocibles. Aunque ese régimen decida por antici-
que logre compatibilizar las llamadas «dimensiones pado qué forma puede tomar el reconocimiento, no l i -
humanas e inhumanas» de las disposiciones éticas, y m i t a totalmente esa forma. E n rigor, «decida» quizá
para ello examino la relación de una política crítica sea una palabra demasiado fuerte, pues el régimen de
con u n a ética y, de hecho, con una moral que por mo- verdad ofrece u n marco para l a escena del reconoci-
mentos exige dar cuenta de sí mismo en primera per- miento, a l bosquejar l a figura que deberá tener quien
sona. Espero mostrar que l a moral no es u n síntoma sea sujeto de t a l reconocimiento y proponer normas
de sus condiciones sociales n i u n ámbito en el cual se accesibles para el acto correspondiente. A j u i c i o de
las trasciende; tiene, en cambio, u n papel esencial en Foucault, siempre hay una relación con ese régimen,
la determinación de la agencia y l a posibilidad de l a una suerte de autoconstrucción que se da en el con-
esperanza. Con l a ayuda de l a autocrítica de F o u - texto de las normas en cuestión y elabora, específica-
cault, acaso sea posible mostrar que l a cuestión de l a mente, u n a respuesta compatible con esas normas a l
ética surge precisamente en los límites de nuestros interrogante sobre quién será el «yo» en relación con
esquemas de intehgibilidad, en el ámbito donde nos ellas. E n ese sentido, las normas no nos deciden de
preguntamos qué puede significar proseguir u n diálo- una manera detenninista, aunque sí proporcionan el
go en el que no es posible suponer ningún terreno marco y el punto de referencia para cualquier conjun-
compartido, en el que nos encontramos, por decirlo de to de decisiones que tomemos a continuación. Esto no
algún modo, en las fronteras de lo que conocemos, pe- significa que u n régimen de verdad dado fije u n mar-
ro de todas maneras necesitados de recibir y ofrecer co invariable para el reconocimiento: sólo quiere decir

36 37
que ste se produce en relación con ese marco, y t a i 1- Segundo, ¿dónde está y quién 3 el otro?; ¿puede l a
bién que en conexión con él se cuestionan y transfor- idea del otro englobar el marco de referencia y el hori-
m a n las normas que gobiernan el reconocimiento. zonte normativo que confieren y sostienen el poten-
Sin embargo, el argumento de Foucault afirma no cial de convertirme en u n sujeto reconocible? Parece
sólo que siempre hay una relación con esas normas, justo culpar a Foucault por no dar explícitamente
sino que cualquier relación con el régimen de verdad mayor cabida a l otro en su consideración de la ética.
será a l a vez u n a relación conmigo misma. S i n esa Tal vez esto se deba a que la escena diádica del yo y el
dimensión reflexiva no hay crítica posible. Poner en
otro no puede describir en forma adecuada el funcio-
cuestión u n régimen de verdad, cuando este gobierna
namiento social de l a normatividad que condiciona
l a subjetivación, es poner en cuestión m i propia ver-
tanto l a producción del sujeto como el intercambio i n -
dad y, en sustancia, cuestionar m i aptitud de decir l a
tersubjetivo. S i llegamos a la conclusión de que el
verdad sobre mí, de dar cuenta de m i persona.
hecho de que Foucault no piense al otro es decisivo,
Así, si cuestiono el régimen de verdad, también
probablemente hayamos pasado por alto que el ser
cuestiono el régimen a través del cual se asignan el
mismo del yo depende no sólo de l a existencia de ese
ser y m i propio estatus ontológico. L a crítica no se d i -
otro en su singularidad (como sostendría Levinas),
rige meramente a u n a práctica social dada o u n h o r i -
sino también de l a dimensión social de l a n o r m a -
zonte de inteligibüidad determinado dentro del cual
tividad que rige l a escena del reconocimiento. Esa 10

aparecen las prácticas y las instituciones: también


dimensión social de l a normatividad precede a cual-
implica que yo misma quede en entredicho para mí.
quier intercambio diádico y lo condiciona, aun cuando
Según Foucault, el autocuestionamiento se convierte
parece que tomamos contacto con l a esfera de la nor-
en u n a consecuencia ética de l a crítica, t a l como sos-
m a t i v i d a d justamente en el contexto de tales i n t e r -
tiene con claridad en «¿Qué es l a crítica?». También
cambios inmediatos.
resulta que u n autocuestionamiento de este tipo i m -
Las normas mediante las cuales reconozco al otro e
plica ponerse uno mismo en riesgo, hacer peligrar l a
incluso a mí misma no son exclusivamente mías. Ac-
posibilidad misma de ser reconocido por otros; en efec-
túan en l a medida en que son sociales, y exceden todo
to: cuestionar las normas de reronocimiento que go-
intercambio diádico condicionado por ellas. Su socia-
biernan lo que yo podría ser, preguntar qué excluyen,
lidad, sin embargo, no puede entenderse como una to-
qué podrían verse obligadas a admitir, es, en relación
t a l i d a d estructuralista n i como u n a invariabilidad
con el régimen vigente, correr el riesgo de no ser reco-
trascendental o cuasi trascendental. Algunos podrían
nocible como sujeto o, a l menos, suscitar l a oportuni-
sostener, s i n duda, que para que el reconocimiento
dad de preguntar quién es (o puede ser) uno, y si es o
sea posible ya deben existir las normas, y con toda se-
no reconocible.
Estos interrogantes suponen, por lo menos, dos t i -
1 0Véase Emmanuel Levinas, Otherwise tha/i Being, or beyond Es-
pos de indagación para una filosofía ética. E n p r i m e r sence, traducción de Alphonso Lingis, La Haya: Martinus Nijhoff,
lugar, ¿cuáles son esas normas a las que se entrega m i 1981; original, Autrement qu'étre ou au-delá de l'essence. La Haya:
Martinus Nijhoff,4974 [De otro modo que ser, o más allá de ¡a esencia,
propio ser, que tienen el poder de establecerme o, por
Salamanca: Sigúeme, 1995). En lo sucesivo, citado como QB en el tex-
cierto, desestablecerme como u n sujeto reconocible? to; los números de página corresponden a la traducción inglesa.

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39
guridad hay algo de verdad en ese argumento. Tam- de verdad se cuestiona porque «yo» no puedo recono-
bién es cierto que determinadas prácticas de reco- cerme o no me reconoceré en los términos que tengo a
nocimiento y hasta algunas fallas que las afectan m i alcance. E n u n intento de eludir o superar los tér-
marcan u n ámbito de r u p t u r a dentro del horizonte de minos por cuyo intermedio se produce l a subjetiva-
normatividad, y exigen de manera implícita el esta- ción, hago mía la lucha con las normas. E l interrogan-
blecimiento de nuevas normas, lo cual entraña u n te foucaultiano sigue siendo, en efecto: «¿Quién puedo
cuestionamiento del carácter dado del horizonte nor- ser, dado el régimen de verdad que determina cuál es
mativo prevaleciente. E l horizonte normativo dentro m i ontología?». Foucault no pregunta «¿Quién eres
del cual veo a l otro, o, en rigor, el otro ve, escucha, co- tú?», n i rastrea l a posible manera de elaborar u n a
noce y reconoce, también está sometido a una apertu- perspectiva crítica sobre las normas a partir de una u
r a crítica. otra de estas dos preguntas. Antes de considerar las
Será inútil, por lo tanto, disolver la noción del otro consecuencias de esa oclusión, querría sugerir una
en l a socialidad de las normas y afirmar que el otro cuestión final en relación con Foucault, aunque volve-
está implícitamente presente en las normas a través ré a él más adelante.
de las cuales se otorga el reconocimiento. A veces, l a A l plantear l a pregunta ética «¿Cómo debería yo
irreconocibüidad misma del otro provoca u n a crisis t r a t a r a otro?», quedo atrapada de inmediato e n u n
en las normas que gobiernan el reconocimiento. S i y reino de normatividad social, dado que el otro sólo se
cuando, en u n esfuerzo por conferir o recibir u n reco- me aparece, sólo funciona como otro para mí, si existe
nocimiento que una y otra vez es rehusado, pongo en u n marco dentro del cual puedo verlo y aprehenderlo
cuestión el horizonte normativo dentro del cual tiene en su separatividad y su exterioridad. Por tanto, aun-
lugar t a l reconocimiento, ese cuestionamiento forma que pueda estimar que l a relación ética es diádica e
parte del deseo de reconocimiento, deseo que no pue- incluso presocial, quedo encerrada no sólo en l a esfera
de hallar satisfacción y cuya insatisfacibüidad esta- de la normatividad, sino en la problemática del poder,
blece u n punto crítico de partida para la interrogación cuando planteo l a pregunta ética en su llaneza y su
de las normas disponibles. simplicidad: «¿Cómo debería tratarte?». Si el «yo» y el
E n opinión de Foucault, esta apertura cuestiona «tú» deben surgir primero, y si es necesario u n marco
los límites de los regímenes de verdad establecidos, y, normativo para ese surgimiento y ese encuentro, las
en este punto, poner en riesgo al yo se convierte, afir- normas actúan no sólo para dirigir m i conducta, sino
ma, en u n signo de v i r t u d . Lo que no dice es que el
11 para condicionar la posible aparición de u n encuentro
cuestionamiento del régimen de verdad mediante el entre el otro y yo.
cual se establece m i propia verdad es motivado, en L a perspectiva de primera persona adoptada por
ocasiones, por el deseo de reconocer a otro o ser reco- la pregunta ética, así como l a apelación directa a u n
nocido por él. L a imposibilidad de hacerlo dentro de «tú», quedan desorientadas debido a l a dependencia
las normas de que dispongo me fuerza a adoptar u n a fundamental de l a esfera ética respecto de lo social.
relación crítica con ellas. Para Foucault, el régimen Sea o no singular, el otro es reconocido y confiere reco-
nocimiento a través de u n conjunto de normas que ri-
M . Foucault, «What is critique?», op. cit, pág. 192.
11
gen l a reconocibüidad. Así, mientras el otro puede ser

40 41
singular, s i no radicalmente personal, las normas son
pronto como lo doy, potencialmeate me lo dan, y m i
hasta cierto punto impersonales e indiferentes, e i n -
forma de ofrecerlo me es potencialmente ofrecida.
troducen u n a desorientación de la perspectiva del su-
Esta reciprocidad implícita se señala en l a Fenomeno-
jeto en medio del reconocimiento en cuanto encuen-
logía del espíritu cuando, en la sección titulada «Seño-
t r o . Si considero que te otorgo reconocimiento, por
río y servidumbre», l a primera autoconciencia ad-
ejemplo, tomo en serio el hecho de que ese recono-
vierte que no puede tener u n efecto unilateral sobre l a
cimiento procede de mí. Pero n i bien advierto que los
otra autoconciencia. Como son estructuralmente si-
términos utilizados para otorgarlo no me pertenecen
milares, la acción de l a una implica l a acción de l a
en exclusividad, que no los he ideado o forjado a solas,
otra. L a autoconciencia aprende esta lección, ante
quedo, por así decirlo, despojada por el lenguaje que
todo, en el contexto de l a agresión a la otra, en u n va-
ofrezco. E n cierto sentido, me someto a una norma de
no esfuerzo por destruir la similitud estructural entre
reconocimiento cuando te ofrezco m i reconocimiento,
ambas y recuperar una posición soberana: «esta ac-
lo cual significa que el «yo» no lo ofrece a partir de sus
ción de la una tiene en sí la doble significación de ser
recursos privados. E n rigor, parece que el «yo» queda
tanto su propia acción como también l a acción de l a
sujeto a l a norma en el momento de hacer ese ofreci-
otra. (...) Cada una ve que l a otra hace lo mismo que
miento, de modo que se convierte en u n instrumento
ella; cada u n a hace por sí lo que exige de l a otra y, por
de la agencia de esa norma. Por eso, el «yo» parece i n -
lo tanto, también hace lo que hace sólo en l a medida
variablemente usado por l a norma en la medida en
en que la otra hace lo mismo». 12

que t r a t a de usarla. Aunque yo creía tener una rela-


ción «contigo», resulta que estoy atrapada en una l u - De manera análoga, cuando el reconocimiento en-
cha con las normas. Pero, ¿podría ser también cierto t r e estos dos sujetos rivales resulta posible, nunca
que no estaría enredada en esa lucha si no fuera por puede eludir l a condición estructural de l a reciproci-
u n deseo de otorgarte reconocimiento? ¿Cómo enten- dad implícita. Podría decirse, entonces, que nunca
demos ese deseo? puedo ofrecer el reconocimiento én el sentido hegelia-
no como puro ofrecimiento, dado que lo recibo, al me-
nos potencial y estmcturalmente, en el momento y el
acto de darlo. Podríamos preguntarnos, como Levinas
con seguridad lo h a hecho acerca de l a posición hege-
I n t e r r o g a n t e s poshegelianos
liana, qué clase de dádiva es esa que vuelve a mí con
tanta rapidez y, en realidad, nunca se separa de mis
«Sólo puedo reconocerme reconocido por el otro en la medida
manos. ¿Consiste el reconocimiento, como argumenta
en que ese reconocimiento del otro me modifica: es deseo, es
lo que se estremece en el deseo». Hegel, en u n acto recíproco por el cual reconozco que
el otro está estructurado del mismo modo que yo? ¿Y
Jean-Luc Nancy, Hegel: la inquietud da lo negativo
1 2Georg Wilhelm Friedrich Hegel, The Phenomenology ofSpirit,
Tal vez e l ejemplo que acabo de considerar sea en- traducción de A. V. Miller, Oxford: Oxford University Press, 1977,
gañoso porque, como sostendría Hegel, el reconoci- págs. 111-2; original, Phánomenolagie des Geistes, en Werke in zwan-
zig B anden, vol. 3, Francfort: Suhrkamp, 1980 [Fenomenología del
m i e n t o n o puede darse de manera u n i l a t e r a l . T a n
espíritu, México: Fondo de Cultura Económica, 1966].

42
43
reconozco que el otro también hace o puede hacer ese pasado su significado al mismo tiempo que transfor-
reconocimiento de mismidad? ¿O acaso hay aquí otro m a el presente de quien recibe el reconocimiento. E l
encuentro con la alteridad que es irreducible a la mis- reconocimiento es u n acto en el cual el «retorno a sí»
midad? De ser así, ¿cómo debemos entender esa alte- resulta imposible también por otra razón. E l encuen-
ridad? t r o con otro genera una transformación del yo de la
E l otro hegeliano siempre se encuentra afuera; a l cual no hay retorno. E n el transcurso de ese intercam-
menos, se lo encuentra afuera en primer lugar, y sólo bio se reconoce que el yo es el tipo de ser en el que l a
después se reconoce que es constitutivo del sujeto. Es- permanencia misma dentro de sí se revela imposible.
to h a llevado a algunos críticos de Hegel a concluir Uno se ve obligado a conducirse fuera de sí mismo;
que el sujeto hegeliano realiza una asimilación total comprueba que l a iónica manera de conocerse es por
de lo externo en u n conjunto de rasgos internos a sí obra de una mediación que se produce fuera de uno
mismo, y que su gesto característico es de apropiación, mismo, que es externa, en v i r t u d de una convención o
y su estilo, el del imperialismo. Otras lecturas de He- una norma que uno no ha hecho y en l a que uno no
gel, s i n embargo, insisten en que la relación con el puede discernirse como autor o agente de su propia
otro es extática, que el «yo» se encuentra repetidas
13
construcción. E n ese sentido, entonces, hay en el
veces fuera de sí mismo y que nada puede poner fin ál sujeto hegeliano del reconocimiento u n a vacilación
reiterado surgimiento de esta exterioridad que, pa- inevitable entre l a pérdida y el éxtasis. L a posibilidad
radójicamente, me pertenece. Siempre soy, por decirlo del «yo», de hablarse y conocerse, reside en una pers-
así, o t r a para mí misma, y no hay u n momento final pectiva que disloca l a perspectiva de primera persona
en el que m i retorno a mí misma se produzca. De he- condicionada por ella.
cho, si seguimos la Fenomenología del espíritu, los en- L a perspectiva que a l a vez me condiciona y deso-
cuentros que experimento me transforman i n v a r i a - r i e n t a desde dentro de l a posibilidad m i s m a de m i
blemente; el reconocimiento se convierte en el proceso propia perspectiva no es reducible a la perspectiva del
por el cual devengo distinta de lo que era y, por ende, otro, dado que también gobierna l a posibilidad de que
dejo de ser capaz de volver a ser lo que era. Hay, en- yo reconozca a l otro y de que este me reconozca. No
tonces, una pérdida constitutiva en el proceso del re- somos meras diadas que actúan por cuenta propia,
conocer, dado que el «yo» se transforma merced a l acto puesto que nuestro intercambio está condicionado y
de reconocimiento. No todo su pasado se recoge y co- mediado por el lenguaje, las convenciones y una sedi-
noce en ese acto; este modifica l a organización de ese mentación de normas que t i e n e n carácter social y
exceden l a perspectiva de quienes participan en el
intercambio. ¿Cómo habremos de entender, pues, l a
1 3 Véanse Nathan Rotenstreich, «On the ecstatic sources of the con- perspectiva impersonal que ocasiona y desorienta
cept of alienation», Review ofMetaphysics, 16, marzo de 1963; Jean-
nuestro encuentro personal?
Luc Nancy, Hegel: The Restlessness ofthe Negative, traducción de J a -
son Smith y Steven Miller, Minneapolis: University of Minnesota Aunque en ocasiones se censura a Hegel porque
Press, 2002; original, Hegel: l'inquiétude du négatif, París: Hachette, entiende el reconocimiento como una estructura diá-
1997, col. «Ldttératures» [Hegel: la inquietud de lo negativo, Madrid:
Arena Libros, 2005], y Catherine Malabou, L'Avenir de Hegel: plastici- dica, podemos ver que en l a Fenomenología del espíri-
té, temporalité, dialectique, París: J . Vrin, 1996. tu l a lucha por ese reconocimiento no es l a última pa-

44 45
instancias disponibles. Pero, dado lo discutida que es
labra Es importante advertir que esa lucha, tal como la representación visual de lo «humano», parecería
se representa en la Fenomenología, revela la inade- que nuestra capacidad de responder a un rostro como
cuación de la diada como marco de referencia para
un rostro humano está condicionada y mediada por
comprender la vida social. Después detodo,lo que se
marcos de referencia que, según los casos, humani-
deriva finalmente de esa escena es un sistema de cos-
zan y deshumanizan.
tumbres (Sittlichkeit) y, por consiguiente, una versión
La posibilidad de una respuesta ética al rostro exi-
social de las normas en virtud de las cuales el recono-
ge así una normatividad del campo visual: ya hay no
cimiento recíproco podría sostenerse de manera más
sólo un marco epistemológico dentro del cual el rostro
estable de lo que supondrían la lucha de vida o muer-
aparece, sino también una operación de poder, pues
te o el sistema de servidumbre.
únicamente en virtud de ciertos tipos de disposiciones
El intercambio diádico se refiere a un conjunto de
antropocéntricas y marcos culturales un rostro deter-
normas que exceden las perspectivas de quienes par-
minado se mostrará ante cualquiera de nosotros co-
ticipan en la lucha por el reconocimiento. Cuando nos
mo una cara humana. Después de todo, ¿en qué con-
14

preguntamos qué es lo que hace posible el reconoci-


diciones algunos individuos adquieren un rostro, un
miento, comprobamos que no puede ser meramente el
rostro legible y visible, y otros no? Hay un lenguaje
otro quien resulte capaz de conocerme y reconocerme
que enmarca el encuentro, y en él se inserta un con-
como poseedora de un talento o una capacidad espe-
junto de normas concernientes a lo que constituirá o
cial, pues ese otro también tendrá que apoyarse, aun-
no la reconocibilidad. Ese es el planteo de Foucault y,
que sólo sea de manera implícita, en ciertos criterios
en cierto modo, su complemento a Hegel cuando pre-
para establecer, en todos los casos, lo que ha de ser re-
gunta: «¿En qué puedo convertirme, dado el orden
conocible y no reconocible en el yo, un marco para ver
contemporáneo del ser?». En «¿Qué es la crítica?» es-
y juzgar también quién soy yo. En este aspecto, el otro
cribe: «¿Qué soy, por lo tanto, "yo"í yo que pertenezco a
confiere reconocimiento —y aún nos resta saber con
esta humanidad, tal vez a esta parte de ella, en este
precisión en qué consiste eso—principalmente en vir-
momento, en este instante de humanidad que está so-
tud de capacidades internas especiales que le permi-
metido al poder de la verdad en general y las verda-
ten discernir quién puedo ser, o leer mi rostro. Si m i
des en particular?». Foucault entiende que ese «or-
15

rostro es, en efecto, legible, sólo llegó aserio ingresan-


den» condiciona la posibilidad de su devenir y que un
do a un marco visual que condiciona su legibilidad. Si
régimen de verdad, según sus palabras, restringe lo
algunos pueden «leerme» y otros no ¿es sólo porque
que constituirá y no constituirá la verdad de su yo, la
quienes pueden hacerlo tienen talentos internos de
verdad que él ofrece sobre sí mismo, la verdad por la
los que otros carecen? ¿O es que cierto práctica de lec-
tura resulta posible en relación con determinados
marcos e imágenes que producen, con el paso del 1 4 Se encontrará una reflexión más detenida sobre esta cuestión en
J u d i t h Butler, «Precarious Ufe», último capítulo de Precarious Life:
tiempo, lo que llamamos «capacidad»? Por ejemplo, si
The Powers of Mourning and Violence, Londres: Verso, 2004 [Vida
debemos responder éticamente a un rostro humano, precaria. El poder del duelo y la violencia, Buenos Aires: Paidós,
debe haber, ante todo, un marco para lo humano que 2006].
pueda incluir cualquier número de variaciones como 1 5 M . Foucault, «What is critique?», op. cit., pág. 191.

46 47
cual podría ser conocido y c< ivertirse en reconocible- cemos y no podemos aprehender del todo, un otrc cu-
mente humano, la razón que podría dar de él mismo. yo carácter único y no sustituible impone un límite al
modelo de reconocimiento recíproco propuesto en el
esquema hegeliano y, en términos más generales, a la
posibilidad de conocer a otro.
«¿Quién eres?» Cavarero destaca el tipo de acción que ese acto de
habla lleva a cabo y se funda en una concepción arend-
«No me conoces, insiste el anonimato. ¿Ahora qué?». tiana de lo social, que aprovecha por su importancia
ética. Con ese fin, cita unas líneas de La condición hu-
Leigh Gilmore, The Limits of Autobiography
mana, de Hannah Arendt: «La acción y el discurso
muestran una relación tan estrecha porque el acto
Aunque la teoría social del reconocimiento insiste
primordial y específicamente humano debe respon-
en la operación impersonal de la norma cuando esta
der al mismo tiempo a la pregunta hecha a todo re-
constituye la inteligibilidad del sujeto, entramos en
cién llegado: "¿Quién eres?"».
contacto con esas normas, sobre todo, por medio de i n -
16

En Relating Narratives, Adriana Cavarero propo-


tercambios cercanos y vitales, en las modalidades con
ne un enfoque radicalmente antinietzscheano de la
que se nos interpela y se nos pide que demos respues-
ética en el cual, afirma, la pregunta del «quién» plan-
ta a la pregunta sobre quiénes somos y cuál debería
tea la posibilidad del altruismo. A l hablar de la «pre-
ser nuestra relación con el otro. Dado que esas nor-
gunta del quién» no se refiere a la pregunta «¿Quién
mas actúan sobre nosotros en el contexto de la inter-
hizo esto a quién?», es decir, la concerniente a la res-
pelación, el problema de la singularidad podría repre-
ponsabilidad moral estricta. Se trata, antes bien, de
sentar un punto de partida para entender las oportu-
una pregunta que afirma la existencia de otro que no
nidades específicas de interpelación gracias a las cua-
me es del todo conocida o cognoscible. En el capítulo 2
les hay una apropiación de las normas en una moral
de su libro, Cavarero sostiene que Arendt se concen-
viva. En un sentido levinasiano —aunque tal vez más
tra en una política del «quién» con el objeto de esta-
decididamente arendtiano—, Adriana Cavarero adu-
blecer una política relacional. en la cual la exposición
ce que la pregunta que debemos hacer no es «qué» so-
y la vulnerabilidad del otro representen para mí una
mos, como si la tarea no consistiera sino en llenar el
demanda ética primordial (págs. 20-9).
contenido de nuestra condición de personas. La pre-
gunta no es primordialmente reflexiva, mía pregunta En marcado contraste con el punto de vista nietz-
que nos hacemos a nosotros mismos, como lo es para scheano de que la vida está esencialmente atada a la
Foucault cuando se pregunta «¿En qué puedo conver- destrucción y el sufrimiento. Cavarero argumenta
tirme?». Ajuicio de Cavarero, la estructura misma de que somos, por necesidad, seres expuestos unos a
interpelación a través de la cual se plantea la pregun-
Hannah Arendt, The Human Co'-Aition, Chicago: University of
ta nos da una pista para entender su significación. La
1 6

Chicago Press, 1958, pág. 183 [La condición humana, Barcelona: Pai-
pregunta principal para el reconocimiento carece de dós, 1993]; citado parcialmente en A Cavarero, Relating Narratives,
rodeos y se dirige al otro: «¿Quién eres?». Y supone op. cit., pág. 20. Las referencias al libro de Cavarero aparecerán con la
mención del número de página en el texto.
que tenemos frente a nosotros a otro a quien no cono-

48 49
otros n nuestra vulnerabilidad y singularidad, y que lucionarios (que v a n del comunis .10 tradicionaTal feminis-
mo de la hermandad) parecen compartir un curioso código
nuestra situación política consiste, en parte, en apren-
lingüístico basado en la moralidad intrínseca de los pronom-
der la mejor manera de manejar —y honrar— esa
bres. E l nosotros siempre es positivo, el ustedes es un posible
constante y necesaria exposición. En cierto sentido, aliado, el ellos tiene el rostro de un antagonista, el yo [7] es
esta teoría del «afuera» del sujeto radicaliza la ten- impropio y el tú, desde luego, es superfluo» (págs. 90-1).
dencia extática de la posición hegeliana. En opinión
de Cavarero, no soy, como lo era, un sujeto interior, ce- Para Cavarero, el «yo» encuentra no sólo tal o cual
rrado en mí mismo, solipsista y dedicado a hacer ex- atributo del otro, sino el hecho de que este otro está
clusivamente preguntas sobre mí. En un sentido im- fundamentalmente expuesto, es visible, se lo ve y
portante, existo para y en virtud de t i . Si he perdido existe de manera corporal y necesaria en un ámbito
las condiciones de la interpelación, si no tengo un «tú» de la apariencia. Esa exposición que yo soy constitu-
a quien dirigirme, me he perdido a «mí misma». Cava- ye, por decirlo de algún modo, mi singularidad. No
rero sostiene que uno sólo puede contar una autobio- puedo eliminarla a voluntad, pues es un rasgo de mi
grafía a otro y hacer referencia a un «yo» únicamente propia corporeidad y, en ese sentido, de mi vida. No
en relación con un «tú»: sin el «tú», mi propia historia obstante, no es aquello sobre lo cual puedo tener con-
resulta imposible. trol. Podríamos recurrir a la jerga heideggeriana para
Según Cavarero, esta posición implica una crítica explicar el punto de vista de Cavarero y decir que na-
de las maneras convencionales de entender la sociali- die puede quedar expuesto en mi lugar y que, en ese
dad, y en ese sentido la autora invierte la progresión aspecto, soy insustituible. Pero, ¿acaso la teoría social
que vimos en Hegel. Mientras la Fenomenología del derivada de Hegel, con su insistencia en la perspecti-
espíritu pasa del escenario de la diada a una teoría so- va impersonal de la norma, replica estableciendo mi
cial del reconocimiento, Adriana Cavarero estima ne- sustituibüidad? ¿Soy sustituible* con referencia a la
cesario fundar lo social en el encuentro diádico, y norma? Y, no obstante, como un ser constituido corpo-
señala lo siguiente: ralmente en la esfera pública —aduce Cavarero—,
soy un ser expuesto y singular, y esto forma parte de
«El "tú" está antes que el nosotros, antes que el ustedes y an- mi publicidad, si no de mi socialidad, en igual medida
tes que el ellos. De manera sintomática, el "tú" es un término que el hecho de llegar a ser reconocible por obra de la
que no se siente cómodo en los planteamientos modernos y operación de las normas.
contemporáneos de l a ética y l a política. E s ignorado por las
doctrinas individualistas, que se preocupan en exceso por El argumento de esta autora debilita la formula-
elogiar los derechos del yo [7], y el "tú" queda enmascarado ción nietzscheana de la agresión y el castigo, y limita
por u n a forma kantiana de ética que sólo es capaz de pre- a la vez las demandas que nos plantea la socialidad
sentar un yo [7] que se interpela a sí mismo como u n "tú" co- hegeliana; también propone una dirección posible pa-
nocido. E l "tú" tampoco encuentra refugio en las escuelas de
ra una teoría diferente del reconocimiento. En este
pensamiento que despiertan la oposición del individualismo;
en s u mayor parte, estas se revelan afectadas por u n vicio
punto es menester plantear al menos dos cosas. La
moralista que, a fin de evitar hundirse en l a decadencia del primera tiene que ver con nuestra fundamental de-
yo [7], elude la contigüidad del tú y privilegia los pronombres pendencia del otro: el hecho de que no podamos existir
plurales colectivos. E n efecto: muchos movimientos revo- sin interpelarlo y ser interpelados por él y de que, por

50 51
más que lo deseemos, resulte imposible evadir nues- mo existencial y a una pretení ion de autenticidad, pe-
tra fundamental socialidad. (Como verán, recurro ro entiendo que, justamente por carecer de contenido,
aquí al plural nosotros —aunque Cavarero previene mi singularidad tiene algunas propiedades en común
contra él— precisamente porque no estoy convencida con la tuya y, por tanto, es^en alguna medida un tér-
de que debamos abandonarlo.) La segunda observa- mino sustituible. En otras palabras, aun cuando Ca-
ción limita la primera. Por mucho que cada uno de no- varero sostiene que la singularidad impone un límite
sotros ambicione el reconocimiento y lo requiera, no a la sustituibilidad, también argumenta que aquella
por ello somos lo mismo que el otro y no todo vale de la no tiene otro contenido definitorio que la irreductibili-
misma manera como reconocimiento. Si bien he sos- dad de la exposición, el ser este cuerpo expuesto a una
tenido que nadie puede reconocer a otro simplemente publicidad que es, en forma variable y alternada, ínti-
en virtud de aptitudes psicológicas o críticas especia- ma y anónima. Hegel analiza el «esto» en la Fenome-
les, y que las normas condicionan la posibilidad de re- nología, donde puntualiza que nunca especifica sin
conocimiento, lo cierto es, empero, que nos sentimos generalizar y que el término, en su sustituibilidad
más apropiadamente reconocidos por algunas perso- misma, socava la especificidad que procura señalar:
nas que por otras. Y esta diferencia no puede explicar- «Cuando digo: "una sola cosa", en realidad, digo lo que
se mediante la apelación exclusiva a la idea de que el es desde un punto de vista completamente universal,
funcionamiento de la norma es variable. Cavarero de- pues todo es una sola cosa; y, del mismo modo, "esta
fiende la irreductibüidad del ser de cada uno que se cosa" es todo lo que ustedes quieran. Si la describimos
manifiesta en las historias distintas que tenemos pa- con mayor exactitud como "este pedazo de papel", en-
ra contar, de modo que cualquier intento de identifi- tonces, cada uno y todos los pedazos de papel son "este
carse plenamente con un «nosotros» colectivo será un pedazo de papel", y no he hecho sino enunciar el uni-
fracaso obligado. La autora lo expresa así: versal en todo momento». En cuanto «este» hecho de
17

singularizar la exposición, que se deriva de la existen-


«Lo que hemos llamado u n a ética altruista de l a relación no cia corporal, puede reiterarse en forma incesante,
respalda l a empatia, l a identificación o las confusiones. A n - constituye una condición colectiva que nos caracteri-
tes bien, esta ética desea u n tú que sea verdaderamente otro, za a todos por igual y no sólo reinstala el «nosotros»,
en su singularidad y distinción. Por m u y s i m i l a r y afín a mí sino también establece una estructura de sustituibili-
que seas, dice esa ética, t u historia nunca es m i historia. Por
dad en el corazón de la singularidad.
m u y parecidos que sean los grandes rasgos de nuestras h i s -
torias de v i d a , de todos modos no me reconozco en t i y aún Tal vez se crea que esta conclusión es demasiado
menos en el nosotros colectivo» (pág. 92). alegremente hegeliana, pero me gustaría profundizar
su examen, porque considero que tiene consecuencias
La singularidad del otro queda expuesta ante mí, éticas en relación con el problema de dar cuenta de
pero la mía también se expone ante él. Esto no signifi- uno mismo a otro. La exposición, por ejemplo, no pue-
ca que seamos lo mismo; sólo quiere decir que esta- de relatarse. No puedo dar cuenta de ella, aun cuando
mos unidos uno a otro por lo que nos diferencia, a sa- ella estructure cualquier rendición de cuentas que yo
ber: nuestra singularidad. Con muchafrecuencia,el
concepto de singularidad queda atado al romanticis- 1 7 G. W. F. Hegel, The Phenomenology ofSpirit, op. cit., pág. 66.

53
quiera hacer. Las normas mediante las cuales busco Para q jienes creen que el lenguaje alberga una subje-
hacerme reconocible no son del todo mías. No han na- tividad íntima cuya muerte también se supera en él,
cido conmigo; la temporalidad de su surgimiento no Foucault dice: «no pueden tolerar —y en parte es posi-
coincide con la temporalidad de mi vida. A l vivir m i ble entenderlos— que les digan: el discurso no es la
vida como un ser reconocible, entonces, vivo un vector vida; su tiempo no es el nuestro». 18

de temporalidades, una de las cuales tiene mi muerte De modo que cuando doy cuenta de mí mismo en el
como término, mientras que la otra consiste en la discurso, las palabras nunca expresan o contienen
temporalidad social e histórica de las normas que es- plenamente ese yo viviente. Mis palabras desapare-
tablecen y mantienen mi reconocibilidad. Estas nor- cen tan pronto como las pronuncio, interrumpidas por
mas son, por decirlo así, indiferentes a mí, a mi vida y el tiempo de un discurso que no es el mismo que el
a m i muerte. Dado que las normas surgen, se trans- tiempo de mi vida. Esa «interrupción» recusa la idea
forman y persisten de acuerdo con una temporalidad de que lo dicho se funda sólo en mí, dado que las es-
que no es la de mi vida, y en ciertos aspectos también tructuras indiferentes que permiten mi vivir pertene-
sostienen esa vida en su intehgibilidad, su temporali- cen a una socialidad que me excede.
dad interrumpe el tiempo de mi vivir. Paradójicamen- En rigor, esa interrupción y esa desposesión de m i
te, esa interrupción, esa desorientación, de la pers- perspectiva en cuanto mía pueden ocurrir de distintas
pectiva de mi vida, esa instancia de indiferencia en la maneras. Está la intervención de una norma, invaria-
socialidad, sostienen empero mi vivir. blemente social, que condiciona lo que será o no será
un relato reconocible, ejemplificada en el hecho de
Foucault lo plantea con dramatismo en su artículo
que la norma me usa precisamente en la medida en
«Politics and the study of discourse», donde escribe:
que la uso. Y no puede haber instancia de dar cuenta
«Sé tan bien como cualquiera cuan "desagradecida"
de mí misma que, hasta cierto punto, no se ajuste a
puede ser esa investigación, cuan irritante es anali-
normas que gobiernan lo humanamente reconocible o
zar los discursos no por medio de la amable, silenciosa
negocian esos términos en ciertos aspectos, con diver-
e íntima conciencia que se expresa a través de ellos,
sos riesgos que se desprenden de esa negociación. Pe-
sino por medio de una oscura serie de reglas anóni-
ro, como trataré de explicar más adelante, también es
mas». Y prosigue: «¿Debo suponer que lo que está en
cierto que doy cuenta para alguien, y que ese destina-
juego en mi discurso no es mi propia supervivencia?
tario, real o imaginario, interrumpe asimismo la idea
¿Y que al hablar no exorcizo mi muerte, sino que la es-
de que la cuenta que doy de mí misma me pertenece
tablezco o, mejor, que suprimo toda interioridad y
en propiedad. Si doy cuenta de mí misma y lo hago
cedo mi enunciado a un afuera que es tan indiferente
para alguien, estoy obligada a entregarla, a cederla, a
a mi vida, tan neutral, que no sabe de diferencias en-
tre m i vida y mi muerte?». Estas preguntas retóricas
ponen de reheve una sensación de inevitabilidad ante 1 8Michel Foucault, «Politics and the study of discourse», en Graham
Burchell, Colin Gordon y Peter Müler, eds., The Foucault Effect Stud-
el hecho de que la propia vida no puede rescatarse o
ies in Governmentality, Crucago: University of Chicago Press, 1991,
extenderse por obra del discurso (aun cuando de ma- págs. 70-2. [Se trata de la traducción de «Réponse á une questkm», Es-
nera tácita ensalcen este último como aquello que, en prit, 371, mayo de 1968, págs. 850-74, cuya versión española es Res-
definitiva, tiene una vida más sólida que la nuestra). puesta a una pregunta, Buenos Aires: Almagesto, 1991. (N. del T.)]

54 55
como narraciones, y podríamos f'ecir que la irrecupe-
quedar despojada de ella en el mismo momento en
rabilidad y la cancelación del referente es la propia
que la establezco como mi razón. No es posible dar
condición de posibilidad del dar cuenta de mí misma
cuenta al margen de la estructura de interpelación,
si tal relato debe tomar forma narrativa. El carácter
aunque el interpelado sea implícito e innominado,
irrecuperable de un referente original no destruye l a
anónimo e indeterminado. La interpelación establece
narración; l a produce «en una dirección ficcional»,
el carácter de la razón que doy de mí como tal, y esta
como diría Lacan. Para ser más precisa, entonces,
sólo se completa cuando es efectivamente extraída y
tendría que decir que puedo contar la historia de m i
expropiada del dominio de lo que es mío. Sólo en la
origen e incluso hacerlo una y otra vez, de diversas
desposesión puedo dar y doy cuenta de mí misma.
maneras. Pero 1 a historia de mi origen contada por mí
Si trato de dar cuenta de mí misma, si intento ha-
no es una historia de la que yo sea responsable ni que
cerme reconocible y entendióle, podría comenzar con
pueda establecer mi responsabilidad. Esperemos que
una descripción narrativa de mi vida. Pero ese relato
no, al menos, ya que, por lo común bajo los efectos del
perderá el rumbo a causa de lo que no es mío, o no lo
vino, l a cuento de distintos modos y los relatos no
es con exclusividad. Y en cierta medida tendré que lle-
siempre son coherentes entre sí. En rigor, es probable
gar a ser sustituibie para poder hacerme reconocible.
que tener un origen signifique justamente contar con
La autoridad narrativa del «yo» debe ceder paso a la
varias versiones posibles de él; a mi juicio, esto es par-
perspectiva y la temporalidad de un conjunto de nor-
te de lo que Nietzsche quería decir al hablar de la ope-
mas que impugnan la singularidad de m i historia.
ración de la genealogía. Cualquiera de esas versiones
Con seguridad, podemos, de todos modos, contar es un relato posible, pero de ninguna de ellas puedo
nuestras historias, y habrá muchas razones para ha- decir con certeza que sea la única verdadera.
cer precisamente eso. Pero no estaremos en condicio-
nes de exhibir mucha autoridad cuando tratemos de En efecto: puedo intentar dar forma narrativa a
ofrecer un relato exhaustivo con una estructura na- ciertas condiciones de m i surgimiento: tratar, por de-
rrativa. E l «yo» no puede contar la historia de su pro- cirlo así, de contar una historia sobre los significados
pio surgimiento ni las condiciones de su propia posibi- que la «exposición al otro» puede haber tenido para
lidad sin dar testimonio de un estado de cosas que uno mí, qué significaba ser este cuerpo emergente en esa
podría no haber presenciado, que es previo a su apari- esfera íntima o pública, e intentar también contar
ción como sujeto capaz de conocer, y constituir así un una historia respecto de las normas en el discurso,
conjunto dp orígenes que uno sólo puede narrar a ex- cuándo y dónde las aprendí, qué pensé de ellas, cuál
pensas del conocimiento autorizado. Sin lugar a du- incorporé de inmediato y de qué manera. Al llegar a
das, la narración es posible en esas circunstancias, este punto, la historia que cuento, una historia que
pero también es, como ha puntualizado Thomas Kee- puede incluso ser de algún modo necesaria, no puede
nan, sin lugar a dudas fabulosa. En general, los re-
19
suponer que su referente asume adecuadamente for-
latos ficcionales no exigen referentes para funcionar ma narrativa, pues la exposición que procuro rela-
20

L a narración funciona como una alegoría, a l tratar de hacer u n a


Thomas Keenan, Fables ofResponsibility:Aberrations andPredi-
2 0
1 9

descripción secuencial de algo que, en definitiva, es imposible apre-


caments in Ethics and Politics, Stanford University Press, 1997.

56 57
histo-ias sobre los lugares a los que fue mi cuerpo y lo
tar es también la precondición de esa narración, una
que hizo y no hizo. Las historias no capturan el cuerpo
facticidad, por decirlo de algún modo, que no puede
al cual se refieren. Ni siquiera la historia de ese cuer-
admitir forma narrativa. Y si cuento la historia a un
po es plenamente narrable. Ser un cuerpo es, en cier-
«tú», ese otro está implicado no sólo como un rasgo in-
to sentido, estar privado de un recuerdo completo de
terno del relato, sino también como una condición y
trayectoria irreductiblemente exterior del modo de la propia vida. Hay una historia de m i cuerpo de la
interpelación. que no puedo tener recuerdos.
Si también hay, en consecuencia, una parte de la
Son varios, entonces, los modos en que mi relato, al
experiencia corporal —de lo que indica la palabra ex-
procurar dar cuenta de mí misma, podría desinte-
posición— que no puede contarse pero que constitu-
grarse y quedar debilitado. Mis esfuerzos por dar
ye la condición corporal del dar cuenta de uno mismo
cuenta de mí se desploman en parte porque dirijo mi
en forma narrativa, la exposición representa enton-
descripción, y al dirigirla quedo expuesta a t i . ¿Puedo
tomar en cuenta esa exposición implícita por la inter- ces una de varias molestias en el afán de hacerlo. Hay
pelación en el transcurso de mi relato? La exposición (1) una exposición no narrativizable que establece mi
se produce en el lenguaje verbal y, de diferente mane- singularidad, y (2) relaciones primarias, irrecupera-
ra, también en el escrito, pero no estoy segura de que bles, que forman impresiones duraderas y recurren-
pueda dar cuenta de ella. ¿Está allí, digamos, como
21
tes en la historia de mi vida, y, por lo tanto, (3) una
una condición de mi relato, una condición que no pue- historia que establece mi opacidad parcial para mí
do tematizar del todo en ningún relato que proponga, misma. Para terminar, hay (4) normas que facilitan
una condición que no consiente del todo una descrip- mi relato de mí misma pero cuya autora no soy yo, y
ción secuencial? Hay aquí un referente corporal, una que me erigen en sustituible en el momento mismo en
condición de mí que puedo indicar pero que no puedo que procuro establecer la historia de mi singularidad.
relatar con precisión, aun cuando haya, a no dudar, Esta última desposesión en el lenguaje se intensifica
por el hecho de que doy cuenta de mí misma a a l -
guien, de modo que la estructura narrativa de ese dar
cuenta es sustituida por (5) la estructura de interpela-
hender en términos secuenciales y tiene una temporalidad o una es-
pacialidad que sólo puede negarse, desplazarse o transmutarse cuan- ción en la cual se produce.
do ese algc adopta una forma narrativa. En rigor, bien puede ocurrir La exposición, como la operación de la norma,
que lo que aquí llamo «referente», acaso con demasiada audacia, actúe constituye las condiciones de mi propio surgimiento
como una amenaza constante a la autoridad narrativa, al mismo tiem-
po que interviene como condición paradójica de un relato, una narra- como ser reflexivo, un ser con memoria, un ser de
ción que da una secuencia provisional y ficticia a lo que necesaria- quien podría decirse que tiene una historia que con-
mente elude esa construcción. Véase Stephen Greenblatt, ed., Alle- tar (estos postulados de Nietzsche y Freud pueden
gory and Representation: Selected Papers from the English Institute,
1979-80, Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1990. aceptarse, aun cuando el papel formativo del castigo y
Shoshana Felman, The Scandal of the Speaking Body: Don Juan
2 1
la moral en sus planteos sea discutido). Por consi-
with J. L. Austin, or Seduction in Two Languages, traducción de Ca- guiente, no puedo estar presente en una temporali-
therine Porter, Stanford: Stanford University Press, 2003; original, Le
dad que es previa a mi capacidad de autorreflexión, y
Scandale du corps parlant: «Don Juan» avec Austin ou la seduction en
deux langues, París: Seuil, 1980. cualquier historia de mí misma que yo pueda ofrecer

fiR 59
deberá tomar en cuenta esa inconmensurabilidac 2. Contra la violencia é'tica
constitutiva. Esta representa el arribo tardío de m
historia, que carece de algunos de los inicios y precon
diciones constitutivos de la vida que procura narrar. 1
por eso mi relato comienza in media res, cuando y¡
han ocurrido muchas cosas que me hacen posible 3
hacen posible mi historia en el lenguaje. Siempre re
cupero, reconstruyo y me encargo deficcionalizar;
fabular orígenes que nó puedo conocer. E n la cons «Si bien no puedo creer en u n a identidad que no sea l a ge-
trucción de la historia me creo de otra forma e institu nerada por el lenguaje a través del tiempo, puedo carecer,
yo un «yo» narrativo que se sobreañade al «yo» cuy¡ empero, de convicción si hablo de mí misma en el lenguaje
necesariamente estable de u n sujeto sociologizado. Este "yo"
vida pasada trato de contar. E l «yo» narrativo se sum;
descriptivo de sí mismo genera u n a incomodidad que n i n -
efectivamente a la historia cada vez que intenta ha guna teoría sobre s u naturaleza construida puede apaci-
blar, pues ese «yo» aparece una vez más como pers guar. (...) Lo que pretende ser "yo" me responde, y yo no pue-
pectiva narrativa, y ese añadido no puede relatars- do creer del todo lo que le escucho decir».
de manera cabal en el momento en que proporciona e
Denise Riley, The Words ofSelves
ancla de perspectiva para el relato en cuestión.
Mi relato de mí misma es parcial y está acosad
por aquello para lo cual no puedo idear una histori;
definitiva. No puedo explicar con exactitud por qué b L a aptitud de sostener lo que es contingente e in-
surgido de esa manera, y mis esfuerzos de reconstruc coherente en nosotros mismos tal vez nos permita
ción narrativa siempre están sometidos a una revi afirmar a otros que pueden o no «reflejar» nuestra
sión. Hay en mí, y me pertenece, algo acerca de lo cua propia constitución. Siempre está, después de todo, la
no puedo dar cuenta. Pero, ¿significa esto que no SOA operación tácita del espejo en el concepto de reconoci-
en el sentido moral, responsable de lo que soy y lo qu miento recíproco de Hegel, dado que de algún modo
hago? Si compruebo que, pese a todos mis esfuerzos debo ver que el otro es como yo y advertir que él hace
persiste cierta opacidad y no puedo rendir plena cuer el mismo conocimiento de nuestra semejanza. Hay
ta de mí ante ti, ¿es esto un fracaso ético? ¿O es un fio mucha lu7 en la habitación hegeliana, y por lo común
caso que da origen a otra disposición ética, en lugar d los espejos presentan la afortunada coincidencia de
una noción acabada y satisfactoria de responsabili 1
ser también ventanas. Esta concepción del reconoci-
dad narrativa? ¿Existe en esa afirmación de transpe miento no tropieza con una exterioridad que se resis-
rencia parcial la posibilidad de reconocer una relacic ta a una mala infinitud de mimesis recursiva. No hay
nalidad que me vincule al lenguaje y a t i más profur
damente que antes? ¿Y no es la relacionalidad qu 1E n Meyer H. Abrams, The Mirror and the Lamp: Romantic Theory
condiciona y ciega ese «yo» [«self»], precisamente, u and the Critical Tradition, Oxford: Oxford University Press, 1953 [El
recurso indispensable de la ética? espejo y la lámpara: teoría romántica y tradición crítica, Barcelona:
Barral, 1975], se encontrará un esamen de la transparencia y la ilu-
minación según esta línea de pensamiento.
60 61
opacidad que oscurezca esas ventanas o atenúe esa mente nada diferente de los otros. E l reconocimiento
luz. Jín consecuencia, podríamos pensar una inter- de la propia opacidad o la de otro no la transforma en
pretación poshegeliana de la escena del reconoci- transparencia. Conocer los h'mites del reconocimiento
miento en la cual la opacidad para mí misma acarrea, es conocer aun este hecho en forma limitada; como
precisamente, mi capacidad de otorgar cierto tipo de consecuencia, es experimentar los límites mismos del
reconocimiento a otros. Sería, acaso, una ética basada conocer. Esto puede constituir, de paso, una disposi-
en nuestra ceguera compartida, invariable y parcial ción por igual a la humildad y la generosidad: necesi-
con respecto a nosotros mismos. El reconocimiento de taré ser perdonada por lo que no puedo conocer del
que uno no es, en cada oportunidad, totalmente igual todo, y me veré en la obligación similar de ofrecer per-
a como se presenta en el discurso disponible podría dón a otros, que también están constituidos con una
implicar, a su turno, cierta paciencia con los otros que opacidad parcial hacia sí mismos.
suspendiera la exigencia de que fueran idénticos en
Si la identidad que decimos ser no tiene manera al-
todo momento. A mi parecer, la suspensión de la de-
guna de capturarnos y señala de inmediato un exceso
manda de autoidentidad o, más particularmente, de
y una opacidad que no están comprendidos en las ca-
completa coherencia contrarresta cierta violencia éti-
tegorías de la identidad, cualquier esfuerzo por «dar
ca, que nos exige manifestar y mantener esa identi-
cuenta de uno mismo» tendrá que fracasar para acer-
dad con nosotros mismos en todas las ocasiones y re-
carse a la verdad. Cuando solicitemos conocer al otro
quiere que los demás hagan otro tanto. Para sujetos
o le pidamos que diga, final o definitivamente, quién
que viven invariablemente en un horizonte temporal,
es, será importante no esperar nunca una respuesta
cumplir con esa norma es difícil, si no imposible. L a
que sea satisfactoria. Al no buscar satisfacción y al de-
capacidad de un sujeto de reconocer y ser reconocido
jar que la pregunta quede abierta e incluso perdure,
es el fruto de un discurso normativo cuya temporali-
permitimos vivir al otro, pues la vida podría enten-
dad no es igual auna perspectiva de primera persona.
derse justamente como aquello qUe excede cualquier
Esa temporalidad del discurso desorienta nuestra
explicación que tratemos de dar de ella. Si el dejar vi-
propia perspectiva. Así, se deduce que uno sólo puede
vir al otro forma parte de alguna definición ética del
dar y recibir reconocimiento a condición de quedar
reconocimiento, entonces, tal definición no se basará
desorientado de uno mismo por algo que no es uno
tanto en el conocimiento como en la aprehensión de
mismo: a condición de experimentar un descentra-
los h'mites epistémicos.
miento y «fracasar» en el intento de alcanzar la auto-
identidad. E n cierto sentido, la postura ética consiste, como
sugiere Cavarero, en preguntar «¿Quién eres?» y se-
¿Puede surgir de ese inevitable fracaso ético un
guir preguntándolo sin expectativa alguna de encon-
nuevo sentido de la ética? Sugiero que sí, y agrego que
trar una respuesta acabada o definitiva. E l otro a
lo generaría cierta disposición a reconocer los límites
quien hago la pregunta no quedará capturado por
del reconocimiento mismo. Cuando afirmamos cono-
ninguna respuesta que pueda brindar con el fin de sa-
cernos y presentarnos, fracasamos en algunos aspec-
tisfacerla. Si en la pregunta hay, pues, un deseo de re-
tos que, no obstante, son esenciales para nuestra
conocimiento, ese deseo estará obligado a mantenerse
identidad. No podemos, a cambio, esperar razonable-
vivo como tal y a no resolverse. «Ah, ahora sé quién
62
eres»: en ese momento dejo de interpelarte o Je ser ir
terpelada por ti. Lacan formuló la infausta adverter to. Y dado que los términos mediante los cuales opera
cia: «no ceder en su deseo». La afirmación es amb:
2
el reconocimiento acaso procuren fijarnos y capturar-
gua, dado que Lacan no dice que el deseo debería o de nos, corren el riesgo de detener el deseo y ponerfina
be ser satisfecho. Sólo dice que no debe detenérsele la vida. Como resultado, para lafilosofíaética es im-
En rigor, a veces la satisfacción es el medio mismo po portante tener en cuenta que cualquier teoría del re-
el cual uno cede en el deseo, el medio utilizado par¡ conocimiento tendrá que proporcionar una explica-
volverse contra él y disponer su pronta muerte. ción del deseo respectivo y recordar que estefijalos lí-
Hegel fue quien vinculó el deseo al reconocimient mites y las condiciones para que se produzca el propio
y propuso la formulación que Hyppolite reformuló co reconocimiento. En efecto: podríamos decir, siguiendo
mo el deseo del deseo. Y Lacan conoció esa formula a Spinoza, que cierto deseo de persistir avala el reco-
ción en el contexto del seminario de Hyppolite. Aun nocimiento, de modo que las formas de este último e
que Lacan sostenía que el desconocimiento es un sub incluso las formas de juicio que buscan abandonar o
producto necesario del deseo, podría ser que una ver destruir ese deseo, el deseo de la vida misma, socavan
sión del reconocimiento, a pesar de ser errada, fun las propias precondiciones del reronocimiento.
donara todavía en relación con el problema del deseo
Para revisar el reconocimiento como proyecto étia
tendremos que considerarlo, en principio, como im
posible de satisfacer. Es importante recordar que pa Límites del juicio
ra Hegel el deseo de ser, el deseo de persistir en el pro-
«No puedo evitar soñar con una crítica que no trate de juzgar
pio ser —una doctrina formulada por primera vez poi sino de dar vida a una ceuvre, u n libro, una frase, u n a idea.
Spinoza en su Ética—, sólo se cumple a través del de- ( . . . ) Que no multiplique los juicios sino las señales de vida».
seo de ser reconocido. Pero si el reconocimiento actúa
3
Michel Foucault, «Él filósofo enmascarado»
para capturar o detener el deseo, ¿qué ha pasado en-
tonces con el deseo de ser y persistir en el propio ser/ El reconocimiento no puede reducirse a la formula-
Spinoza nos señala el deseo de vivir, de persistir, so- ción y emisión de juicios sobre los otros. Indiscutible-
bre el cual se basa cualquier teoría del reconocimien- mente, hay situaciones éticas y legales en que es pre-
ciso hacer tales juicios. Sin embargo, no debemos lle-
2 Jacques Lacan, The Seminar of Jacques Lacan, libro VII, The Eth- gar a la conclusión de que la determinación legal de
ics of Psychoanalysis, 1959-1960, edición establecida por Jacques- culpabilidad o inocencia equivale al reconocimiento
Alain Miller, traducción de Dermis Porter, Nueva York: W. W. Norton,
1997, pág. 321; original, Le Séminaire, Livre VII, L'Éthique de la psy-
social. De hecho, el reconocimiento a veces nos obliga
chanalyse (1959-1960), París: Seuil, 1986 [El Seminario de Jacques a suspender el juicio afinde aprehender al otro. En
Lacan. Libro 7. La ética del psicoanálisis. 1959-1960, Buenos Aires: ocasiones nos apoyamos en veredictos de culpabilidad
Paidós, 1988].
o inocencia para resumir la vida de otro, y confundi-
Considero este aspecto con mayor profundidad en «The desire to
3

live: Spinoza's Ethics under pressure», en Victoria Kahn, Neil Sacca-


mos así la postura ética con la persona que juzga. 4

mano y Daniela Coli, eds., Politics and the Passions, 1500-1850, Prin-
ceton: Princeton University Press, 2006. 4 Gules Deleuze plantea este argumento en forma un tanto diferen-
te en su intento de distinguir la moral (que se ocupa del juicio) de la

64
65
¿Hasta qué punto el acto del juicio presupone la esce- méate capaces de una reflexión ética sobre la huma-
na de reconocimiento? ¿Y propone el reconocimiento nidad de ese otro, aun cuando este haya procurado
un marco más amplio dentro del cual pueda evaluar- aniquilar a la humanidad. Aunque no sostengo, por
5

se el juicio moral mismo? ¿Aún es posible preguntar supuesto, que nunca deberíamos hacer juicios —son
cuál es el valor del juicio moral? ¿Y podemos pregun- urgente e igualmente necesarios para la vida política,
tarlo de una manera que recuerde el interrogante legal y personal—, creo que, cuando se trata de repen-
nietzscheano: «Cuál es el valor de la moral»? Cuando sar los términos culturales de la ética, es importante
Nietzsche planteó este interrogante, implícitamente recordar que no todas las relaciones éticas son reduci-
también le atribuyó valor. La pregunta presupone bles a actos de juicio, y que la capacidad misma de
que si la moral tiene valor, lo encontramos fuera de ella juzgar presupone una relación previa entre quienes
misma; se trata de un valor extramoral mediante el juzgan y quienes son juzgados. La capacidad de emi-
cual evaluamos la moral y de ese modo afirmamos que tir y justificar juicios morales no agota la esfera de la
abarca en forma exhaustiva el campo de los valores. ética y no es coextensiva a la obligación o la relaciona-
lidad éticas. Por otra parte, el juicio, por importante
La escena del juicio moral, cuando se juzga a per-
que sea, no puede hacer las veces de teoría del reconoci-
sonas por ser como son, establece de manera invaria-
miento; en efecto: bien podemos juzgar a otro sin reco-
ble una clara distancia moral entre quien juzga y
nocerlo en absoluto.
quien es juzgado. Si consideramos, empero, la pre-
gunta de Simone de Beauvoir: «¿Debemos quemar a Antes de juzgar a un otro debemos tener alguna re-
Sade?», las cosas se tornan más complicadas. Bien lación con él. Esta relación fundará y fundamentará
puede ser que sólo a través de la experiencia del otro los juicios éticos que terminemos por hacer. De algu-
en condiciones de suspensión del juicio seamos final- na manera, tendremos que preguntar «¿Quién eres?».
Si olvidamos que estamos relacionados con aquellos a
quienes condenamos e incluso con'aquellos a quienes
ética. Escribe, por ejemplo: «La moral es el sistema del juicio. Del do-
ble juicio: uno se juzga a sí mismo y es juzgado. Quienes tienen afición debemos condenar, perdemos la oportunidad de ser
a la moral son quienes tienen afición al juicio. Juzgar implica siempre éticamente educados o «interpelados» por la conside-
una autoridad superior al Ser, implica siempre algo superior a una ración de quiénes son ellos y qué dice su individuah-
ontología. Supone siempre uno más que el Ser; el Bien que hace el Ser
y hace actuar es el Bien superior al Ser, es el Uno. E l valor expresa es-
dad acerca de la gama de posibilidades humanas exis-
ta instancia superior al Ser. Por lo tanto, los valores son el elemento t e n t e s , y aun de predisponemos en favor o en contra
fundamental del sistema del juicio. E n consecuencia, para juzgar de tales posibilidades. También olvidamos que juzgar
siemf e nos remitimos a esa autoridad superior al Ser.
a otro es un modo de interpelarlo: hasta los castigos se
»En l a ética es completamente diferente: uno no juzga. E n cierta
manera, dice: haga lo que hiciere, jamás tendré lo que merezco. Al- pronuncian y a menudo se ejecutan en la cara del
guien dice o hace algo y uno no lo relaciona con los valores. Se pregun- otro, exigen su presencia corporal. Por ende, si hay
ta cómo es posible eso. ¿Cómo es posible de manera interna? E n otras una ética en la interpelación, y si el juicio, incluido
palabras, relaciona la cosa o el decir con el modo de existencia que im-
plica, que encierra en sí mismo. ¿Cómo debe ser para decir eso? ¿Qué
modo de Ser supone? Uno busca los modos de existencia implícitos, no
Véase Judith Butler, «Beauvoir on Sade: making sexuality into an
los valores trascendentes. E s la operación de la inmanencia» (Cours
5

ethic», en Claudia Card, ed., Cambridge Companion to Simone de


Vincenncs, 21 de diciembre de 1980, http://www.welxleleuze.com/php/
Beauvoir, Cambridge: Cambridge University Press, 2004, págs. 168-88.
texte.php?cle=190&groupe=spinozao£langue=2).

66 67
/
juicio legal, es una forma de interpelación, su alor éti- padre lo condena a morir ihogado y Georg, como si lo
co quedará condicionado por la forma de interpe- moviera la fuerza misma de esas palabras, sale en
lación que adopte. forma precipitada de la habitación y se arroja al agua
Pensemos en la posibilidad de que la clase de refle- desde un puente. Ese enunciado tiene que encontrar,
xión que tiene lugar cuando se suspende el juicio pro- desde luego, una psique dispuesta a satisfacer el de-
picie una manera de volvernos responsables y de co- seo del padre de ver a su hijo muerto, como también lo
nocernos a nosotros mismos. La condena, la denuncia confirman los tiempos verbales del relato, de modo
y el vituperio actúan como modos rápidos de postular que la condena no puede actuar de manera unilate-
una diferencia ontológica entre juzgador y juzgado, y ral. Georg debe tomar la condena como el principio de
aun de depurarse del otro. La condena se transforma su conducta y participar en la voluntad que lo expulsa
en la manera de instituir al otro como irreconocible o de la habitación.
desechar algún aspecto de nosotros mismos que de- En el cuento de Kafka no se advierte con claridad
positamos en el otro, a quien luego condenamos. En si los personajes son entidades independientes o fun-
este sentido, la condena puede ir en desmedro del au- cionan como partes porosamente divididas de un yo
toconocimiento, en cuanto moraliza un yo negando lo que no es mía entidad, no tiene núcleo y sólo se consti-
que ese yo tiene en común con quien es juzgado. Aun- tuye dentro de un campo de fragmentación. E l hijo
que el autoconocimiento sin duda sea limitado, eso no pretende tener un amigo que resulta ser, tal vez, nada
es un motivo para volverse contra él como proyecto. más que un fragmento reflejo imaginario de sí mismo.
La condena tiende a hacer precisamente eso: purgar y El padre aduce haber escrito a ese amigo, y en defi-
externalizar nuestra propia opacidad. En ese aspecto, nitiva no se sabe bien si este último existe o es el quid
el juicio puede ser una manera de desertar de nues- de la lucha entre lo perteneciente al padre y lo perte-
tras limitaciones, y por ello no constituye una base neciente al hijo. El amigo es el nombre de u n límite
afortunada para un reconocimiento recíproco de los que nunca es del todo claro. Cuando el padre condena
seres humanos en cuanto opacos a sí mismos, parcial- al hijo, se derrumba en la cama con un fuerte ruido,
mente ciegos y constitutivamente limitados. Recono- como si la condena también lo hubiera derribado a él.
cerse como un ser limitado sigue significando conocer Tras el pronunciamiento paterno, «¡Te sentencio [ver-
algo de sí mismo, aunque ese conocer se vea afectado urteile dich] a morir ahogado!», se dice que Georg «se
por la limitación que uno conoce. sintió expulsado \fiihlte sich (...) gejagt] de la habita-
De igual modo, la condena suele ser un acto que no ción, y en su huida todavía le resonaba en los oídos el
sólo «abandona» al condenado, sino que procura infli- estrépito con que su padre se dejó caer en la cama». A l
girle una violencia en nombre de la «ética». Kafka parecer, el padre, al condenar al hijo, también se
brinda varios ejemplos del funcionamiento de este t i - condena a sí mismo. La frase siguiente nos permite
po de violencia ética. Tomemos, por ejemplo, el desti- ver a Georg «bajar a la carrera [eilte]» las escaleras,
no de Georg en el relato titulado «La condena». Su 6

York: Schocken, 1975, págs. 49-63; original, «Das Urteil», en Die Er-
6Franz Kafka, «The judgment», en The Metamorphosis, The Penal záhlungen, Francfort: S. Fischer, 1998, págs. 47-60 [«La condena», en
Colony, and Other Stories, traducción de Wüla y Edwin Muir, Nueva La condena, Buenos Aires: Emecé, 1967, págs. 9-23].

68 69
«precipitarse [sprang]» a través de la puerta y «cruzar aoch immer geliebt]». La traducción de doch como «a
la calle, lanzándose [triebt es ihn] hacia el agua». El pesar de todo» [all the same] es quizá más fuerte de lo
protagonista se precipita, sujeto de un verbo activo, necesario. En ese doch hay cierta protesta e impugna-
pero también es «lanzado», objeto acusativo de una ción, un «aun cuando» [even though] o, mejor, un «sin
acción desatada en otra parte. Para entender su embargo» [still]. Por sí sola, la palabra hace una refe-
agencia en esa escena de condena fatal tendríamos rencia indirecta a cierta dificultad, pero que a duras
que aceptar la simultaneidad de ambas condiciones: penas se eleva al nivel de una contraacusación.
ser lanzado, precipitarse. Triebt es ihn sugiere que La confesión de amor por sus padres parece en
«eso» [es, it] lo impulsa, pero, ¿qué es este «eso» imper- Georg no tanto un acto de perdón como un espectácu-
sonal, que no parece ser, evidentemente, ni la volun- lo semiarrobado de masoquismo. E l hombre muere
tad del padre ni la suya propia, un término indicativo por sus pecados, y la criada con quien se cruza en las
del equívoco entre ambos que impulsa, por decirlo así, escaleras grita «¡Jesús!» y se cubre los ojos al verlo.
todo el relato? A l fin y al cabo, Georg habrá cumplido Las palabras amorosas dedicadas por Georg a sus
la demanda de su padre, y aunque podamos conjetu- progenitores parecen esenciales para él cumplimien-
rar que lo hace para asegurarse su amor, parece más to de la sentencia de muerte. Su declaración sella y
bien revelar la naturaleza unilateral del amor que ejecuta la condena. La acción reflexiva de «dejarse
siente por sus progenitores. caer [liess sich hinabfallen]» no es más que una mane-
Lo que comienza como una condena paterna toma ra mortal de consagrar el apego a sus padres. Su
ahora la forma de la posibilidad de satisfacción de la muerte se convierte en u n don amoroso. Aunque el
necesidad urgente del hijo. «Ya se aferraba a la baran- pronunciamiento del padre parece poner en marcha
da como un hambriento a la comida (die Nahrung)». el acto, los ejercicios acrobáticos son con seguridad
Cuando Georg salta por encima de la baranda, se lo propios de Georg, de modo que la acción del primero
asemeja «al distinguido gimnasta que había sido en la se transmuta con toda fluidez en la acción del segun-
juventud, para orgullo de sus padres». Aunque el ven- do. Georg muere no sólo porque su brutal padre exige
tarrón de la condena de su padre lo obliga a salir de la que muera, sino porque l a demanda paterna se ha
habitación y bajar las escaleras, la acrobacia suicida convertido en el alimento perverso de su vida.
que lleva a cabo es un acto voluntario, realizado para
La fidelidad suicida de Georg, sin embargo, no le
el padre, y recrea la escena imaginaria de aprobación
res La peso al hecho de que si la condena busca en últi-
y confesión del amor por su padre en el momento mis-
ma instancia aniquilar al otro, la versión extrema de
mo de cumplir la pena capital. En rigor, su autodes-
un castigo condenatorio es la sentencia de muerte. En
trucción parece ofrecerse como un don amoroso final.
formas más mitigadas, la condena aún apunta a la
Antes de dejarse caer, Georg espera hasta «detectar la
vida del condenado, cuya capacidad ética destruye. Si
llegada de un autobús que cubriría con facilidad el
lo que debe menoscabarse y destruirse es una vida y
ruido de su caída». Y sus últimas palabras, dichas en
no, digamos, una serie de actos, el castigo contribuye
«voz baja» —para asegurarse de que su muerte sea in-
aún más a suprimir las condiciones de la autonomía,
audible—, son «Queridos padres, a pesar de todo
al erosionar, si no destrozar, la capacidad de autorre-
siempre los he amado [Liebe Eltern, ich habe euch
flexión y reconocimiento social del sujeto en cuestión,

70
71
os prácticas que son, a m i entender, esenciales en Psicoanálisis
ualquier concepción sustantiva de l a vida ética. Ese
astigo también convierte al moralista, desde luego, «CRÉSIDA: Ciérrame la boca. (...)
n u n asesino. No sé lo que digo».
Cuando la condena ayuda a paralizar y desmentir William Shakespeare, Troiloy Crésida
?is aptitudes críticas del sujeto en quien recae, socava
hasta destruye las capacidades mismas que son ne- ¿Cómo se relacionan estas inquietudes con la cues-
esarias para l a reflexión y la conducta éticas, y en tión de si es posible dar cuenta de uno mismo? Recor-
'casiones lleva a finales suicidas. Esto sugiere l a eon- demos que damos cuenta ante otro y que siempre lo
eniencia de sostener el reconocimiento para que el hacemos, además, en el contexto de una escena de i n -
uicio ético funcione de manera productiva. E n otras terpelación. Doy cuenta de mí misma para ti. Por otra
>alabras: para que el juicio sirva como fundamento de parte, l a escena de interpelación, lo que podríamos
as deliberaciones autorreflexivas de u n sujeto que l l a m a r l a condición retórica de l a responsabilidad,
iene l a oportunidad de actuar de otro modo en el fu- significa que, a l tiempo que llevo adelante u n a ac-
uro, debe ponerse a l servicio del sostén y l a promo- t i v i d a d reflexiva —pensar en mí y reconstruirme—,
ción de l a vida. Esa concepción del castigo difiere también te hablo a t i y, de t a l modo, elaboro sobre l a
Irásticamente de l a versión nietzscheana que consi- marcha u n a relación con otro en el lenguaje. L a va-
ieramos con anterioridad. lencia ética de l a situación no queda restringida, en-
E n u n sentido real, no sobrevivimos sin ser inter- tonces, a l interrogante acerca de s i doy adecuada
pelados, lo cual significa que l a escena de interpela- cuenta de mí misma, y se refiere, antes bien, a si a l
r o n puede y debe proporcionar u n ámbito que propi- dar cuenta establezco u n a relación con aquel a quien
ne l a deliberación, el juicio y la conducta éticos. Déla destino m i actividad, y si l a escena de interpelación
nisma forma, me gustaría argumentar que las insti- sostiene y modifica a ambos participantes en l a inter-
tuciones de castigo y encierro tienen l a responsabili- locución.
i a d de sostener las vidas mismas que entran a sus do- Dentro del contexto de l a transferencia psicoanalí-
ninios, justamente porque tienen el poder, en nombre tica el «tú» es con frecuencia una estructura predeter-
le l a ética, de perjudicarlas y destruirlas con impuni- m i n a d a de interpelación, l a elaboración de u n «tú» en
iad. Si, como afirmaba Spinoza, uno sólo puede que- u n ámbito imaginario, y a través de ella se transmi-
rer v i v i r l a vida en forma correcta si ya hay o hay al t e n formas previas y más arcaicas de interpelación. 7

mismo tiempo, u n deseo de vivir, parecería igualmen- E n l a transferencia, el discurso cumple a veces el pa-
te cierto que el escenario de castigo que procura trans- pel de transmisor de información (incluida l a concer-
formar el deseo de vida en u n deseo de muerte erosio- niente a m i vida), pero también funciona como con-
na l a condición misma de l a ética.
7 Debo manifestar, en este aspecto, mi agradecimiento a Barbara
Johnson, que habla de la estructura predeterminada de interpelación
al referirse a Baudelaire: «la madre actúa como un ámbito predetermi-
nado para la relación yo-tú en general», en Mother Tongues: Sexuality,
Triáis, Motherhood, Translation, Cambridge: Harvard University
Press, 2003, pág. 71.

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73
duelo de un deseo y como un instrumento retórico que
actú i sobre mí, en u n sentido que t a l vez yo no entiep -
busca modificar la escena interlocutoria o actuar so-
da en el momento.
bre (>lla. E l psicoanálisis siempre h a entendido esta
8

Dentro de algunos círculos, doctrinas y prácticas


dimensión dual del acto de habla que se revela a sí
psicoanalíticas, una de las metas expresas del psico-
mismo. Por u n lado, es u n esfuerzo por comunicar i n -
análisis es brindar al paciente l a oportunidad de ar-
formación sobre uno mismo; sin embargo, por otro, re-
mar una historia acerca de sí mismo, recordar el pa-
crea y constituye otra vez las presunciones tácitas so-
sado, entretejer los acontecimientos o, mejor, los de-
bre la comunicación y la relacionalidad que estructu-
seos de l a infancia con sucesos ulteriores, t r a t a r de
r a n el modo de interpelación. Así, l a transferencia es
entender a través de medios narrativos lo que ha sido
la recreación de una relacionalidad p r i m a r i a dentro
su vida, los callejones sin salida con que tropieza una
del espacio analítico, generadora en potencia de u n a
y otra vez y lo que podría aún llegar a ser. A decir ver-
relación nueva o modificada (y una capacidad para l a
dad, algunos han argumentado que l a meta normati-
relacionalidad) sobre l a base del trabajo analítico.
va del psicoanálisis es permitir al paciente contar una
E n el contexto de l a transferencia, el relato se de-
historia única y coherente sobre sí mismo, que satis-
sempeña no sólo como u n medio de transmisión de l a
faga el deseo de conocerse y, más aún, de conocerse en
información, sino como u n despliegue retórico del len-
parte por medio de una reconstrucción narrativa en l a
guaje que procura actuar sobre el otro, motivado por
cual las intervenciones del analista o el terapeuta
u n deseo o u n anhelo que adquiere forma alegórica en
contribuyan en muchos aspectos a rehacer y volver a
la escena interlocutoria del anáfisis. E l «yo» es narra-
t r a m a r l a historia. Roy Schafer ha sostenido esta po-
do pero también postulado y articulado en el contexto
sición, y l a vemos también en diferentes versiones de
de l a escena de interpelación. Lo producido en el dis-
l a práctica psicoanalítica descripta por clínicos e n
curso confunde con frecuencia las metas intenciona-
ámbitos académicos y populares. 9

les del habla. E l «tú» es variable e imaginario a l mis-


mo tiempo que limitado, recalcitrante y de u n a pre- ¿Qué pasa, empero, si l a reconstrucción narrativa
sencia obstinada. Constituye u n objeto en relación de u n a vida no puede ser la meta del psicoanálisis, por
con el cual es posible articular una meta del deseo, pe- motivos que tienen que ver con l a formación misma
ro lo que se reitera en esa relación con el otro, esa es- del sujeto? Si el otro siempre está presente, desde el
cena para l a articulación del deseo, es u n a opacidad comienzo, en el lugar donde estará el yo, entonces una
que el discurso es incapaz de «üuminar» por completo. vida se constituye en v i r t u d de una interrupción fun-
De modo que «yo» te cuento una historia a «ti», y juntos damental e incluso se interrumpe antes de cualquier
podríamos considerar los detalles de l a historia que yo posibilidad de continuidad. Por consiguiente, si la re
cuento. Empero, si te los cuento en el contexto de l a
9 E n Roy Schafer, A New Language for Psyehoanalysis, New Haven:
transferencia (¿y puede haber relato sin transferen- Yale University Press, 1976, págs. 22-56, se hallará una caracteriza-
cia?), hago algo con ese narrar, actúo sobre t i de algu- ción del psicoanálisis y el lenguaje que en general rechaza la consti-
tución pasiva y los privilegios del «yo» y sus acciones como elementos
n a manera. Y ese narrar también me hace algo a mí,
básicos de construcción de una historia de vida. Por otra parte, en Peter
Brooks, Psyehoanalysis and Story-Telling, Oxford: Basil Blackwell,
Véase S. Felman, The Scandal ofthe Speaking Body. ..,op. cit. 1994, podrá encontrarse un concepto de la relación con la estructura
narrativa en psicoanálisis que incorpora una noción de transferencia.

75
construcción narrativa h a de acercarse a l a vida que por supuesto, h a dejado en claro que, sea cual fuere l a
pretende transmitir, deberá también estar sujeta a l a versión que se dé sobre los momentos inaugurales
interrupción. Aprender a construir u n relato es, desde primarios de u n sujeto, siempre será tardía y fantas-
luego, una práctica crucial, en especial cuando frag- mática y estará irreversiblemente afectada por u n a
mentos discontinuos de experiencia se mantienen d i - Nachtrciglichkeit. Las narraciones evolutivas tienden
sociados unos de otros debido a circunstancias trau- a errar a l suponer que su narrador puede estar pre-
máticas. Y no quiero menospreciar l a importancia del sente en los orígenes de l a historia. E l origen sólo es
trabajo narrativo en l a reconstrucción de una vida accesible en forma retroactiva y a través de l a panta-
que, de lo contrario, es víctima de l a fragmentación y la l l a de l a fantasía. L a norma de salud mental que nos
discontinuidad. E l sufrimiento característico de las dice que hacer u n relato coherente de uno mismo es
situaciones de disociación no debe subestimarse. Las parte de l a labor ética del psicoanálisis, interpreta
condiciones de híper control no son, empero, más sa- erróneamente lo que este puede y debe hacer. De he-
ludables que las de fragmentación radical. Puede ser cho, suscribe u n a descripción del sujeto que desmien-
cierto que necesitemos u n relato para conectar partes te parte de l a propia significación ética de l a forma-
de l a psique y l a experiencia que no pueden asimilarse ción de ese sujeto.
entre sí, mas u n a conexión excesiva puede llevar a
Si doy cuenta de mí misma ante t i , m i relato de-
formas extremas de aislamiento paranoico. Sea como
pende de u n a estructura de interpelación. Mas, s i
fuere, del hecho de que una vida requiera alguna es-
puedo interpelarte a t i , antes debo haber sido interpe-
t r u c t u r a narrativa no se deduce que toda l a vida ten-
lada, llevada a l a estructura de interpelación como
ga que traducirse en forma de narración. Tal conclu-
u n a posibilidad del lenguaje antes de poder encontrar
sión transformaría u n requisito mínimo de estabilidad
m i propia manera de valerme de él. Esto se deriva no
psíquica en l a principal meta del trabajo analítico.
sólo del hecho de que el lenguaje pertenece en primer
¿Qué dejamos afuera si suponemos, como hacen al- lugar a l otro y yo lo adquiero por medio de una compli-
gunos, que l a narración nos entrega l a vida que es cada forma de rnímesis, sino también del hecho de
nuestra, o que la vida se da en forma narrativa? L a «mu- que l a posibilidad misma de agencia lingüística se ori-
dad» [«mineness»] de una vida no es necesariamente gina en l a situación en l a cual uno se ve interpelado
su forma narrativa. E l «yo» que comienza a contar su mediante u n lenguaje que nunca eligió. Si en princi-
historia sólo puede contarla de conformidad con nor- pio otro se dirige a mí, y esa interpelación me llega
mas reconocibles de narración de u n a vida. Podría- con anterioridad a m i individuación, ¿en qué formas
mos decir entonces: si el «yo» acepta, desde el inicio, me llega entonces? A l parecer, siempre somos interpe-
narrarse en función de esas normas, acepta circunva- lados de u n a manera u otra, aun cuando seamos obje-
l a r su relato a través de una externalidad y, por tanto,
desorientarse en l a narración a través de modos dis-
cursivos que son de naturaleza impersonal. Lacan, 10
bién T. Keenan, FablesofResponsibility. ..,op.cü., págs. 175-92. E n
Leigh Gil more, The Limiis ofAutobiography: Trauma and Testimony,
Ithaca: Cornell University Press, 2001, se encontrará una excelente
Vea se Denisc Riley, Impersonal Passion: Language asAffect, Dur-
1 0

discusión de la narrativa autobiográfica feminista y su recusación de


ham, Carolina del Norte: Duke Universüy Press, 2005. Véase tam-
los criterios del relato de la verdad.

76
77
to de abandonos o abusi á, dado que el vacío y l a ofen- vene a e individuación, como u n modo de a(iministrar
sa nos llaman de modos específicos. — y de no lograr manejar— ese exceso y, por lo tanto,
Esta concepción tiene formulaciones filosóficas y como l a vida persistente y opaca del exceso mismo.
psicoanalíticas dispares. Levinas ha afirmado que l a L a transferencia es, precisamente, l a escena car-
interpelación del otro me constituye y que esa incau- j gada de emoción de la interpelación, que recuerda a l
tación de parte suya precede a toda formación del yo otro y su peso abrumador, y reencauza el inconsciente
(le Moi). E n térrninos psicoanalíticos, Jean Laplanche a través de u n a externalidad desde l a cual de alguna
sostiene algo similar cuando dice que l a interpelación manera es devuelto. De esta forma, el sentido de l a
del otro, concebida como una demanda, se implanta o transferencia y la contratransferencia no sólo es cons-
insinúa en lo que más adelante se llamará, en u n ta- t r u i r o reconstruir l a historia de nuestra vida, sino
lante teórico, «mi inconsciente». E n cierto sentido,
11 también estatuir lo que no puede narrarse y estatuir
esta nomenclatura siempre se contradice a sí misma. el inconsciente t a l como se lo revive en l a escena mis-
Será imposible hablar sin error de «mi inconsciente», m a de l a interpelación. Si l a transferencia recapitula
porque no se trata de una posesión sino, antes bien, el inconsciente, sufro una desposesión de mí misma
de lo que no puedo poseer. Y, sin embargo, l a gramáti- en l a escena de interpelación. Esto no significa que
ca por medio de l a cual procuramos describir este do- sea poseída por el otro, pues el otro también es des-
m i n i o psíquico, que no es mío n i puede serlo, me a t r i - poseído y l l a m a y es llamado, en una relación que, por
buye paradójicamente ese inconsciente en cuanto esa razón, no es recíproca. No obstante, justamente
aquello que es de m i pertenencia como u n predicado porque l a analista maneja esa desposesión (es de es-
del sujeto, t a l cual podría decirse de u n a cantidad perar) mejor que yo, hay una dislocación que ambos
cualquiera de otros rasgos que me pertenecen a mí, el interlocutores experimentan para que se produzca el
sujeto gramatical y ontológico. Entender el incons- acceso a l inconsciente. Quedo atrapada en l a i n t e r -
ciente, empero, es entender lo que no puede, hablando pelación, en el mismo momento en que l a analista
con propiedad, pertenecerme, justamente porque de- pacta no abrumarme con su necesidad. Algo me abru-
safía l a retórica de l a pertenencia; es una manera de ma, no obstante, y creo que es l a analista; ella es el
quedar desposeído desde el comienzo como resultado nombre que tengo para la «demasía». Pero, ¿qué nom-
de l a interpelación del otro. Ajuicio de Laplanche, esa ! bra ella?
llamada, o demanda me anima, y en u n principio me
E n este contexto resurge el interrogante sobre el
abruma. E l otro es, desde el inicio, demasiado para
«quién»: «¿Quién me abruma?», «¿Quién es?», «¿Quién
mí: enigmático, inescrutable. Es preciso manejar y
eres?», preguncas que, en u n sentido, se resumen en
contener esta «demasía» para que algo denominado
aquella que l a criatura plantea a las demandas del
«yo» surja en su separatividad. E l inconsciente no es
adulto: «¿Quién eres, y qué quieres de mí?». E n este
u n topos en el cual esa «demasía» se deposita. Se for-
aspecto, l a perspectiva de Laplanche nos propone u n a
ma, más bien, como u n a exigencia psíquica de supervi-
manera de revisar l a tesis de Cavarero de que l a
pregunta i n a u g u r a l de l a ética es «¿Quién eres?».
11Jean Laplanche, Essays on Otherness, edición establecida por Cuando l a analista es el otro, no puedo saber quién es
John Fletcher, Londres: Routledge, 1999.
ese otro, pero la búsqueda de este interrogante impo-

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sible de satisfacer despliega las maneras en que otro sempeñó u n papel decisivo en l a introducción del con-
enigmático, entendido como las heterogéneas deman-
cepto del analista como u n «objeto transformacional»;
das del mundo adulto, me instaura y me estructura.
sugirió que los clínicos debían volver a l autoanálisis
También significa que l a analista ocupa para mí una
de F r e u d y considerar con mayor detenimiento los
posición que es, a l a vez, más y menos de lo que ella
usos de l a contratransferencia dentro del trabajo psi-
es, y esta inconmensurabilidad entre ella como, diga-
coanalítico. E n La sombra del objeto: psicoanálisis de
mos, persona y ella como, digamos, oportunidad para
lo sabido no pensado, Bollas describe el hecho de ser
m i material psíquico sienta las bases del aporte que el
«reclutado» para integrar el ambiente del analizante,
paciente hace a l a escena transferencial. A su mane-
tácitamente posicionado y «usado» por este como u n
r a , l a analista queda desposeída en el momento de ac-
«objeto» perteneciente a una escena anterior. L a con-
t u a r como su ámbito de transferencia para mí, y por
tratransferencia responde a l o que el analizante no
razones que no puedo conocer. ¿Qué l a llamo a ser? ¿Y
conoce del todo:
cómo toma ella ese llamado mío? Lo que ese llamado
le evoque será el ámbito de l a contratransferencia, pe- «El analista es invitado a desempeñar diversas y cambian-
ro sobre esto sólo puedo tener el más refractado de los tes representaciones de objeto dentro de ese ambiente, pero
conocimientos. Vanamente pregunto: «¿Quién eres?», tales observaciones de nuestra parte son los raros momentos
y luego, con mayor sobriedad: «¿En qué me he conver- de claridad en l a contratransferencia. Durante un lapso muy
tido aquí?». Y ella también hace esas preguntas sobre largo, que puede no llegar n u n c a a s u término, nos vemos
apresados e n e l idioma ambiental del paciente, y durante pe-
mí, desde su propia distancia y de u n a manera que no
ríodos considerables no sabemos quiénes somos, desconoce-
puedo conocer o entender con precisión. Este no saber mos l a función cuyo cumplimiento se espera de nosotros y
se sirve de u n no saber previo, aquel por el cual se ins- nuestra fatalidad como objeto del paciente» (pág. 202).
t a u r a el sujeto, aunque ese «no saber» se repite y ela-
bora en l a transferencia sin convertirse jamás en u n Tras los pasos de Winmcott, Bollas argumenta que
sitio l i t e r a l a l cual yo pueda volver. el analista debe no sólo dejar que lo usen, sino incluso
No obstante, a través de l a transferencia, el psico- «estar preparado para enfermar situacionalmente
análisis gráfica las disposiciones y escenas relacióna- llegada l a ocasión» (pág. 204). E l analista permite que
les primarias, y articula las escenas de interpelación se lo despliegue e n el lenguaje ambiental del anali-
en las cuales los yoes surgen de diversas maneras. Si zante a l mismo tiempo que desarrolla una capacidad
bien el punto de v i s t a de Laplanche no es del todo reflexiva y deliberativa parq el anáfisis dentro de esa
compatible con las ideas de teóricos de las relaciones situación difícil. Bollas examina varios ejemplos clíni-
objétales como Christopher Bollas, podemos advertir cos, en los que muestra los «usos expresivos» de l a con-
en ambos enfoques cierta atención a lo que este úl- tratransferencia en el trabajo analítico. U n a paciente
t i m o h a llamado «lo sabido no pensado». Bollas de-
12
habla y luego se hunde en el silencio, lo cual genera en
el analista u n a sensación de soledad y desorientación.
12 Christopher Bollas, The Shadow of (he Object: Psyehoanalysis o) Cuando logra por fin dar voz a esa sensación en l a se-
the Unthought Known, Nueva York: Columbia University Press, 1987
sión, lo hace para sugerir que l a paciente h a recreado
[La sombra del objeto: psicoanálisis de lo sabido no pensado, Buenos
Aires: Amorrortu, 1997]. •.... efectivamente para él, y con él, el ambiente en el cual

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81
se había sentido, de improviso, aislada y perdida de suerte de desposesión del yo, así como mantener una
niña. Bollas se pregunta si ella le ha pedido habitar distancia y una actitud psicoanalíticas reflexivas. A l
esa experiencia a través de sus prolongadas pausas, a describir l a manera en que Winnicott introduce sus
fin de permitirle saber lo que ella sentía por entonces. propios pensamientos en l a sesión analítica, escribe:
La paciente, por ende, no propone tanto u n relato como
la recreación de una escena de comunicación súbita- «.. .para él eran objetos subjetivos, y los presentaba al pacien-
mente abandonada y una desconcertante pérdida de te como objetos situados entre él y el analista, no como de-
contacto. E n l a intervención ulterior del analista hay codificaciones psicoanalíticas oficiales de la vida inconsciente
de esa persona. E l efecto de s u actitud es decisivo, a saber:
una dimensión narrativa, dado que Bollas pregunta si
proponía sus interpretaciones para que se jugara con ellas
esa experiencia pertenece a l pasado de l a mujer. Lo
— p a r a que fueran recorridas, ponderadas, deshechas—, y no
crucial, sin embargo, no es reconstruir los detalles pre- se las considerara la versión oficial de l a verdad» (pág. 206).
cisos de l a historia, sino establecer otra posibilidad de
comunicación dentro de l a transferencia. Cuando el A l parecer, el objetivo es aquí facilitar lo que Bollas
analista sugiere que l a paciente le ha brindado l a po- describe como l a «articulación de elementos hasta
sibilidad de revivir su experiencia de pérdida y ausen- ahora inarticulados de la vida psíquica, o lo que deno-
cia, se comunica con ella de una manera inédita y l a mino "lo sabido no pensado"». «Articulación» es una
conversación siguiente, que tematiza en forma explí- categoría amplia para describir diversos modos de ex-
cita esa r u p t u r a comunicativa, constituye u n modo presión y comunicación, algunos de los cuales son na-
más conectado de comunicación, que procura modifi- rrativos y otros no. Aunque en este punto Bollas no
car l a escena predeterminada de interpelación. considera los límites de l a articulabilidad, es decir, lo
E l modelo de intervención psicoanalítica defendido no pensado que nunca puede ser «sabido» de manera
por Bollas representa u n apartamiento significativo cabal, esa consideración parecería constituir una con-
de l a noción clásica del analista frío y distante que t r a p a r t i d a necesaria de sus exploraciones. E n efecto:
guarda para sí toda cuestión contratransferencial. formas primarias de intrusión que no pueden articu-
Para dicho autor, «el analista tendrá que perderse en larse en p l e n i t u d o con claridad dentro del proceso
el mundo del paciente, perderse en el sentido de no analítico actúan, sin duda, en l a escena de interpela-
saber cuáles son en cada momento sus sentimientos y ción. Sea como fuere, l a articulabilidad total no debe-
estados mentales» (pág. 253). Luego señala que sólo ría verse como l a meta final del trabajo psicoanalítico,
cuando el analista se ofrece a ser utilizado por el pa- porque esa meta implicaría u n dominio lingüístico y
ciente hay alguna esperanza de que l a contratrans- yoico sobre el material inconsciente que procuraría
ferencia pueda facilitar u n nuevo conjunto de relacio- transformar el inconsciente mismo en una articula-
nes objétales: «Sólo si hace enloquecer u n poco a u n ob- ción reflexiva consciente: u n ideal imposible, y que so-
jeto bueno (el analista), puede este paciente creer en su cava uno de los principios más importantes del psico-
análisis y saber que el analista ha estado donde él es- análisis. E l «yo» no puede recuperar deliberadamente
tuvo, y ha sobrevivido y ha salido intacto» (pág. 254). y por completo lo que lo impulsa, dado que su forma-
Bollas sugiere con claridad que el analista debe ción sigue siendo previa a su elaboración como auto-
p e r m i t i r l a intrusión del paciente e incluso sufrir una conocer reflexivo. Esto nos recuerda que l a experien-

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cia consciente es sólo una dimensión de l a vida psí- pervivencia. E n cuanto r< apitula y vuelve a estatuir
quica, y que mediante l a conciencia o el lenguaje no en u n a forma refractada las escenas primarias de
podemos lograr un pleno dominio de las relaciones pri- interpelación, l a transferencia actúa a l servicio de l a
marias de dependencia e impresionabilidad que nos narración de u n a vida y contribuye a l a construcción
forman y constituyen de manera persistente y oscura. de una historia de vida. E n u n trabajo conjunto con l a
Los modos en que se h a manejado o interpelado a contratransferencia, l a transferencia interrumpe l a
u n bebé sólo pueden deducirse indirectamente del en- sospechosa coherencia construida en ocasiones por
torno social que el analizante instrumenta. Aunque las formas n a r r a t i v a s , u n a coherencia que puede
ese entorno siempre exhibe una especificidad, es posi- impedir considerar los rasgos retóricos de l a escena
ble plantear l a idea general de que las impresiones de interpelación, que me llevan de vuelta a l a escena
primarias no sólo son recibidas por u n yo, sino que del no saber, del sentirme abrumada, y a l a vez me
también lo forman. E l yo no nace s i n u n encuentro sostienen en el presente.
previo, una relación primaria, u n conjunto de impre- E n el mejor de los casos, l a transferencia propor-
siones inaugurales procedentes de otra parte. Cuan- ciona lo que Winnicott llama «entorno de contención»
do Winnicott describe el yo como u n proceso rela- y ofrece una presencia corporal en u n presente tempo-
cional, rebate el punto de vista de que se constituye y r a l que genera las condiciones de una interpelación
está presente desde el comienzo de l a vida. También sustentadora. Esto no significa decir que l a transfe-
14

postula l a primacía de l a relacionalidad con respecto rencia no contribuye a l a narración de una vida: t a l
a l sentido circunscripto de sí mismo. S i el yo, como vez seamos más capaces de contar mejor nuestra his-
coinridirían Bollas y Lacan, «precede en mucho a l ad- toria cuando nos «contienen» en el sentido winnicot-
venimiento del sujeto», esto sólo significa que el pro-
13 tiano. Pero hay dimensiones expresivas de esa «con-
ceso relacional que busca negociar u n a diferenciación tención» que no pueden describirse por medios narra-
respecto del inconsciente y del otro aún no se articula tivos. No h a y motivo para poner en tela de juicio l a
en el discurso n i es capaz de autodeliberación reflexi- importancia de relatar una vida, en su carácter par-
va. E n todo caso, el yo no es una entidad o u n a sustan- cial y provisional. Estoy segura de que l a transferen-
cia, sino u n conjunto de relaciones y procesos, i m p l i - cia puede facilitar l a narración y de que el relato de
cado en el mundo de quienes proveen cuidados prima- u n a vida tiene una función crucial, sobre todo para
rios de maneras que constituyen su definición misma. aquellos a quienes l a experiencia involuntaria de l a
Por otra parte, si en los momentos inaugurales del discontinuidad afecta profundamente. Nadie puede
«yo» me veo implicada por l a interpelación y l a de- v i v i r en u n mundo n i sobrevivir a una vida que sean
manda del otro, debe deducirse que hay alguna con- radicalmente imposibles de narrar. Aún así, es nece-
vergencia entre l a escena ética en l a cual m i vida está sario recordar que lo que puede entenderse como «ar-
ligada desde el comienzo a otros y l a escena psicoana- ticulación» y «expresión» del material psíquico excede
lítica que establece las condiciones intersubjetivas de
m i surgimiento, individuación y posibilidad de su-
14Véase Donald W. Winnicott, Holding and Interpretation: Frag-
ment ofan Analysis, Londres: Hogarth Press, 1986 [Sostén e interpre-
13 C. Bollas, The Shadow ofthe Object. ..,op. cit., pág. 285. tación: fragmentos de un análisis, Buenos Aires: Raidos, 1992].

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la narración, y que las articulaciones de todas clases voz que surge para informar ese hecho, una voz que
tienen límites necesarios, a raíz de los efectos estruc- no pertenece a nadie y cuya proximidad con el aconte-
turantes de lo que persiste en ser inarticulable. cimiento es imposible desde el punto de vista lógico,
Aveces, una voz narrativa puede permanecer, por es puramente ficticia, quizá la sublimidad misma de
ejemplo, privada de sus facultades de narración. E n el la ficción. Aunque el cuento narra una muerte, tam-
cuento de Kafka, luego de que Georg parece arrojarse bién preserva una voz en l a línea narrativa final, lo
desde el puente y poner f i n a su vida, queda empero cual sugiere que algo humano sobrevive, que l a na-
una voz narrativa que persiste de manera misteriosa rración tiene alguna relación auspiciosa con l a super-
e informa de los ruidos que pueblan los momentos vivencia. Persiste una peculiaridad, sin embargo, y es
posteriores al suceso. Las palabras finales del texto que se t r a t a de una voz escrita, sin cuerpo n i nombre,
—«en ese instante, u n tránsito incesante pasaba por una voz extraída de l a escena misma de interpela-
el puente»— son pronunciadas por una voz que pre- ción, cuya extracción, paradójicamente, constituye l a
tende estar presente en el momento descripto, y l a base de s u supervivencia. L a voz es espectral, inso-
perspectiva de tercera persona se desvincula del per- portable, descorporeizada, y a pesar de ello persiste,
sonaje de Georg, que y a se h a dejado caer al agua. Es continúa viviendo.
como si el personaje hubiera sido vencido pero l a voz E n u n a conocida carta a Benjamín del 17 de d i -
permaneciera. Aunque Georg h a desaparecido, cierta ciembre de 1934, Adorno comenta el artículo de aquel
voz narrativa sobrevive para comentar l a escena. T a l sobre Kafka y reflexiona acerca de las condiciones de
vez pertenezca al amigo imaginario a quien se decía supervivencia proporcionadas por los textos de este.
que padre e hijo habían escrito, y acaso resulte que Comienza por señalar que no se encuentra «en lo más
ese amigo, de manera transitiva, escribió sobre am- mínimo e n situación de e m i t i r ^juicio" sobre el a r -
bos todo el tiempo. E n l a línea final, referida al «trán- tículo» de Benjamín, en una referencia intencional a
sito» que circula por el puente, se usa l a palabra ale- los problemas potencialmente fatales asociados con
mana Wsrkehr, término también utilizado para aludir
los juicios de ese tipo. Sus observaciones son las habi-
a las relaciones sexuales. L a ambigüedad sugiere que
tuales: Benjamín propone l a descripción de una his-
esa muerte es asimismo u n placer, t a l vez u n abando-
t o r i a «arcaica» y p r i m o r d i a l que es irrecuperable,
no extático de los límites corporales discretos. L a
m i e n t r a s que Adorno insiste en que la pérdida d e l
15

concepto de nuestra «época histórica» es una pérdida


dialéctica, que h a de entenderse como u n a pérdida
15 E n Cathy Caruth, «Interview with Jean Laplanche» (2001), http:/ que nos afecta a nosotros, en estas condiciones históri-
/www.iath.virginia.edu/pmc/text-only/issue.l01/11.2caruth.txt, pá-
rrafo 92L se hallará una manera de-comprender las cosas que podría
cas específicas.
poner este suicidio eyaculatorio en relación con el masoquismo: «Soy Adorno pasa luego a examinar la culpa y l a fatali-
muy crítico con respecto a la expresión "pulsión de muerte" y (...) la dad recurriendo a l a figura de Odradek, una criatura
he llamado "pulsión sexual de muerte", con mayor énfasis en "sexual"
que en "muerte". E n mi opinión, la pulsión sexual de muerte es la
pura sexualidad, la sexualidad sin límites, el extremo de la sexua- soquismo o el sadomasoquismo que en la muerte. Y Freud no situó el
lidad. Y más que a la muerte, yo apuntaría al masoquismo primario. núcleo de su pulsión de muerte del lado del sadismo, sino del maso-
La idea de pulsión sexual de muerte me parece más presente en el ma- quismo».

86 87
con apariencia de cosa, fundamentalmente in; posible Odradek «sigue viviendo» como lo hace l a voz infor-
de conceptualizar, descripta en l a parábola de Kafka me a l final de «La condena». E n este sentido, para
17

«Preocupaciones de u n jefe de familia». Odradek, 16 Adorno, el movimiento de abandono de l a forma h u -


cuyo nombre no reconoce una etimología clara, es otra mana es el medio a través del cual aparece algo seme-
figura filial que abandona su forma humana frente a l jante a l a esperanza, como si lo necesario para l a su-
juicio del padre. Parece ser a la vez u n carretel de hilo pervivencia fuera la suspensión de los parámetros so-
y una extraña estrella capaz de mantenerse en equili- ciales del sujeto: «superar el linaje». Dado que Adorno
brio sobre una de sus puntas. Su risa «es l a risa de al- se niega a ver en esa supervivencia una trascenden-
guien que no tiene pulmones. Suena más o menos co- cia eterna o arcaica, debe sostener que determinadas
mo el susurro de las hojas caídas» (pág. 428). Prácti- condiciones instituyen la distorsión o l a desfiguración
camente nada de l a forma humana persiste en su su- como signo de esperanza o supervivencia. E n sus
pervivencia, y el narrador de la historia, una voz pa- «Apuntes sobre Kafka» escribe que «el origen social
ternal, tiene incluso serias dudas de que Odradek sea del individuo se revela, en última instancia, como el
siquiera el resto de una criatura con «forma inteligi- poder capaz de aniquilarlo. L a obra de Kafka es u n i n -
ble». N i Adorno n i Benjamín toman el camino psico- tento de asúnilarlo». Esta parece ser u n a verdad so-
18

analítico para explicar esta forma deshumanizada. bre l a modernidad o, en rigor, una verdad que marca
Pero el primero estima que el abandono de l a forma l a modernidad en cuanto tal. Como corolario de esta
humana promete de alguna manera l a superación de idea, el intento de abandonar lo social (en s u forma ac-
u n a culpa fatal. Y escribe: tual) parece prometer l a esperanza de supervivencia.

«Si el origen [de Odradek] es problema del padre de la casa, 17 Sería interesante considerar las dos formas de «seguir viviendo»
¿no representa aquel, entonces, precisamente la preocu- en términos de la distinción entre fortleben y überleben que Walter
pación angustiada y el peligro para este último, no anticipa Benjamín desarrolla en «The task of the translator», en Illuminatíons,
justamente la superación del estado creatural de culpa, y no edición establecida por Hannah Arendt, traducción de Harry Zohn,
es esa preocupación —sin duda, un caso de Heidegger puesto Nueva York: Schocken, 1968, págs. 69-82 [«La tarea del traductor», en
del derecho— la clave secreta y, en rigor, la promesa más in- Angelus Nouus, Barcelona: L a Gaya Ciencia/Sur/Edhasa, 1970]. E s
evidente que tanto la voz lina 1 de «La condena» como la perpetuidad
dubitable de esperanza, a través de la superación misma del
de Odradek evocan el sentido de nachleben, o seguir viviendo. E s sig-
linaje de la familia? Por cierto, como la otra cara del mundo
nificativo que Jacques Derrida refiera esa diferencia entre una sobre-
de las cosas, Odradek es un signo de distorsión, pero como vida (überleben) y una especie de supervivencia o persistencia en el
tal, claro está, también es un motivo de trascendencia, a sa- vivir {fortleben) que se produce en el lenguaje al supuesto de la finitud
ber, del límite último y de la reconciliación de lo orgánico y lo humana. Esta operación del lenguaje es a la vez espectral y animada.
inorgánico, o de la superación de la muene: Odradek "sigue Véase la última entrevista de Jacques Derrida, «Je suis en guerre con-
viviendo"» (pág. 69). tre moi-méme», palabras recogidas por Jean Birnbaum, Le Monde, 19
de agosto de 2004 [«Estoy en guerra contra mí mismo», A Parte ReL
Revista de Filosofía, 37, enero de 2005].
18 Theodor W. Adorno, «Notes on Kafka», en Prisms, traducción de
tr«H ^ f ^ ' , " C a r e S ° f 3 f a m Ü y m a n "> e n
T h e Complete Stories Samuel y Shierry Weber, Cambridge: MIT Press, 1981, pág. 253; origi-
t r a d u c i d e Wdla y Edwin Muir, Nueva York: Schocken, 1976, págs nal, Prismen, en Kulturkritik und Gesellschaft I, Gesammelte Schrif-
ten, Francfort del Meno: Suhrkamp, 1997, vol. 10(1), págs. 9-287; la ci-
ta figura en las págs. 264-5 [«Apuntes sobre Kafka», en Prismas. La
naZ, ir 1 5 ™ 6 8 ^™
j e f e ^ famUÍa "' - U C ° nde - critica de la cuitara y déla sociedad, Barcelona: Ariel, 1962].

88 89
La voz narrativa i i . forma de su interpelación direc- v iriables, sino u n a interrupción del relato. E n el mo-
t a a Odradek: «"Bueno, ¿cómo te llamas?". "Odradek", mento en que el relato es destinado a alguien, adquie-
dice él. "¿Y dónde vives?". " S i n domicilio fijo"». Hay re u n a dimensión retórica que no es reducible a l a
u n a pregunta, «¿Quién eres?», y luego, como respues- función n a r r a t i v a . Supone a ese alguien y procura
ta, de nuevo una voz, pero ninguna forma humana. E l reclutarlo y actuar sobre él. Algo ocurre con el lengua-
narrador humaniza indirectamente a Odradek a tra- j e en cuanto se inicia el relato con el cual procuro dar
vés del pronombre de tercera persona, así como por cuenta de mí: es invariablemente interlocutorio, de
medio de l a interpelación directa. No puede decirse autoría espectral, cargado, persuasivo y táctico. Es
con exactitud que l a voz paterna lo desprecie, pues la m u y posible que trate de comunicar una verdad, pero
parábola t e r m i n a con estas palabras: «Que yo sepa, sólo puede hacerlo, si puede, ejerciendo una dimen-
no hace m a l a nadie; pero l a idea de que probablemen- sión relacional del lenguaje.
te h a de sobrevivirme me resulta casi dolorosa». Es Esta concepción también tiene implicaciones para
casi dolorosa, pero no del todo. Y en ese «no del todo» el pronunciamiento de juicios morales: a saber, que l a
podemos ver cierta esperanza de que Odradek, que estructura de interpelación condiciona l a elaboración
sobrevive a u n a deshumanización casi total, continúe de juicios sobre alguien o sobre sus actos; que no es re-
existiendo. ducible al juicio, y que este, no obligado por l a ética
Los orígenes sociales del individuo, a u n en l a mo- implícita en esa estructura, tiende hacia l a violencia.
dernidad, constituyen u n a manera de amenazar l a Pero aquí, por el momento, me centraré en l a cohe-
supervivencia. L a aniquilación también amenaza rencia sospechosa que a veces se asocia a l a n a r r a -
desde el otro lado, cuando l a trascendencia misma de ción; específicamente, en el modo en que l a coherencia
lo social plantea el riesgo de socavar las condiciones n a r r a t i v a puede impedir el acceso a u n recurso ético,
sociales de l a propia vida. Después de todo, nadie so- a saber: l a aceptación de los límites de l a cognoscibili-
brevive s i n ser interpelado; nadie sobrevive para con- dad en vino mismo y en los otros' Considerar que u n a
t a r su h i s t o r i a s i n ser iniciado antes en el lenguaje persona debe rendir cuenta de su vida en forma na-
cuando se lo llama, se le ofrecen algunos relatos y se r r a t i v a puede significar, incluso, exigir l a falsificación
lo incorpora a l mundo discursivo de l a narración. Sólo de esa vida a fin de cumplir el criterio de cierto tipo de
después puede uno encontrar su oami no en el lengua- ética, u n a ética que tiende a romper con l a relaciona-
j e , luego de que este, ya impuesto, h a producido una l i d a d . U n o podría t a l vez satisfacer l a carga de l a
r e d de relaciones en que l a afectividad alcanza alguna prueba que otro impone a su rendición de cuentas, pe-
forma de articulación. Uno entra a u n entorno comu- ro, ¿qué clase de escena de interlocución se produciría
nicativo como criatura y niño a quien se interpela y como consecuencia? L a relación entre los interlocuto-
que aprende, a cambio, ciertas maneras de interpelar. res se establece como si fuera l a que se da entre u n
Los patrones predeterminados de esta relacionalidad juez que revisa evidencias y u n suplicante que inten-
se manifiestan como opacidad en toda instancia de t a estar a l a a l t u r a de u n a carga de l a prueba imposi-
dar cuenta de uno mismo. ble de descifrar. No estamos, entonces, lejos de Kafka.
E n efecto: s i exigimos que alguien sea capaz de pre-
A m i criterio, l a estructura de interpelación no es
sentar en forma n a r r a t i v a las razones por las que su
u n rasgo de l a narración, uno de sus muchos atributos

90 91
tenidos por un mundo social que está más allá y de-
lante de nosotros. vida ha tomado tal o cual ramino, es decir, si e igimos
Decir, como dicen algunos, que el yo debe narrarse, que sea un biógrafo coherente de sí mismo, quizá pre-
que sólo el yo narrado puede ser inteligible y sobrevi- firamos un relato sin fisuras en lugar de lo que po-
dríamos llamar, de manera tentativa, «la verdad de la
vir, significa decir que no podemos sobrevivir si tene-
persona», una verdad que, hasta cierto punto, por ra-
mos inconsciente. Significa decir, en sustancia, que el
zones que y a hemos señalado, bien podría llegar a ser
inconsciente nos amenaza con una ininteligibilidad
más clara en momentos de interrupción, detención o
insoportable, y por ello debemos oponernos a él. Con
indeterminación en cuanto a los resultados —en ar-
seguridad, el «yo» que formula ese enunciado será
ticulaciones enigmáticas que no pueden traducirse
asediado, de una u otra forma, por aquello de lo que
con facilidad en forma narrativa—.
reniega. U n «yo» que adopta esta postura — y es una
postura, debe serlo, erguida, alerta, cognoscente— Esto nos acerca a una comprensión de l a transfe-
rencia como práctica de la ética. E n rigor, si en nom-
cree sobrevivir sin inconsciente. O, s i acepta u n i n -
bre de la ética le exigimos (violentamente) a otro que
consciente, lo acepta como algo plenamente recupera-
ejerza cierta violencia contra sí mismo, y lo haga fren-
ble por el «yo».cognoscente, tal vez como una posesión,
te a nosotros por medio de un relato de sí o mía confe-
en l a convicción de que el inconsciente puede tradu-
sión, a la inversa, si permitimos, sostenemos y damos
cirse de manera completa y exhaustiva en lo que es
cabida a l a interrupción, la consecuencia puede ser
consciente. E s fácil advertir que esta es una postura
cierta práctica de l a no violencia. S i l a violencia es el
defendida, pero queda por ver en qué consiste esa
acto por el cual un sujeto procura reinstaurar su do-
defensa en particular. Después de todo, se trata de l a minio y su unidad, l a no violencia bien puede ser re-
postura que muchos adoptan contra el propio psico- sultado de vivir el cuestionamiento persistente del do-
análisis. E n el lenguaje que formula l a oposición a l a minio yoico que nuestras obligaciones para con otros
noción de u n comienzo no narfátivizable reside el inducen y requieren.
temor de que l a ausencia de narración represente de-
E s t a imposibilidad de narrar de manera exhausti-
terminada amenaza, una amenaza a l a vida, y plan-
v a tal vez denote que desde el comienzo estamos éti-
tee el riesgo, si no la certeza, de algún tipo de muerte,
camente implicados en la vida de otros. Aunque algu-
la muerte de un sujeto que no puede y nunca podrá re-
nos dirán que el hecho de ser un sujeto escindido, o un
cuperar totalmente las condiciones de su propio sur-
sujeto cuyo acceso a sí mismo es opaco para siempre,
gimiento.
incapaz de autofundarse, significa justamente no te-
S i n embargo, esa muerte, si lo es, es tan sólo l a de
ner los fundamentos de l a agencia y las condiciones
cierto tipo de sujeto, un sujeto que, para empezar,
de la responsabilidad, l a interrupción que desde el
jamás fue posible; es la muerte de una fantasía de do- principio nos impone la alteridad puede tornarnos in-
minio imposible y, por lo tanto, una pérdida de lo que capaces de proponer un cierre narrativo a nuestra vi-
uno nunca tuvo. E n otras palabras, se trata de u n a da. E l propósito no es aquí celebrar cierta idea de in-
aflicción necesaria. coherencia, sino limitarnos a señalar que nuestra «in-
coherencia» establece el modo de constituirnos en l a
relacionalidad: implicados, obligados, derivados, sos-

93
92
Así como hay una acción performativa e ilocn oria
f
«Yo soy tú,
si soy».
realizada por ese «yo», lo que este puede efectivamen-
Paul Celan te relatar tiene un límite. E s e «yo» se habla y se for-
mula, y aunque parece fundar el relato que cuento, es
Trato de comenzar, entonces, una historia sobre mí su momento más infundado. L a única historia que el
misma, y empiezo en algún lugar, marcando un mo- «yo» no puede contar es l a de su propio surgimiento
mento, intentando iniciar una secuencia, proponien- como un «yo» que no sólo habla, sino que llega a dar
do, quizás, enlaces causales o al menos una estructu- cuenta de sí mismo. E n ese sentido se cuenta una his-
r a narrativa. Narro y me comprometo a l narrar, doy toria, pero el «yo» que la cuenta, que bien puede apa-
cuenta de mí misma, ofrezco a otro una explicación en recer en ella como el narrador en primera persona,
l a forma de un relato que bien puede servir para resu- constituye un punto de opacidad e interrumpe una se-
mir cómo y por qué soy. cuencia, induce una ruptura o una erupción de lo no
Pero mi esfuerzo de autorrecapitulación fracasa, y narrativizable en medio del relato. Así pues, l a histo-
fracasa por necesidad, cuando el «yo» que se introduce ria de mí misma contada por mí, que pone en primer
en el renglón inicial como voz narrativa no puede ex- plano el «yo» que soy y lo inserta en las secuencias
plicar cómo h a llegado a ser un «yo» capaz de contarse pertinentes de algo llamado «mi vida», no logra dar
a sí mismo o contar esta historia en particular. Y cuenta de mí misma en el momento de mi aparición.
cuando trazo una secuencia y vinculo u n aconteci- E n efecto: aparezco como alguien de quien no puede
miento con otro, proporcionando motivaciones para darse ni se dará cuenta alguna. Estoy dando cuenta
ilustrar los puentes entre ellos, aclarando patrones, de mí, pero no hay cuenta que pueda dar cuando se
identificando como axiales algunos sucesos o momen- trata de l a formación de ese «yo» hablante que h a de
tos de reconocimiento y hasta señalando el carácter narrar su vida. Cuanto más relato, menos responsa-
fundamental de ciertos patrones recurrentes, no me ble demuestro ser. E n contra de sus mejores inten-
limito a comunicar algo sobre mi pasado, aunque eso ciones, el «yo» desbarata su propia historia.
es sin duda parte de lo que hago. También pongo en E l «yo» no puede dar cuenta definitiva o adecuada
acto el yo que trato de describir; el «yo» narrativo se de sí mismo porque es incapaz de volver a la escena de
reconstituye cada vez que se lo invoca en l a propia na- interpelación que lo h a instaurado y de relatar todas
rración. Por paradójico que parezca, esa invocación es las dimensiones retóricas de l a estructura de interpe-
un acto performativo, y no narrativo, aun cuando sir- lación en la cual tiene lugar ese dar cuenta de sí. Di-
v a como punto de apoyo del relato mismo. E n otras chas dimensiones retóricas de l a escena de interpela-
palabras, hago con ese «yo» — a l elaborarlo y posicio- ción no pueden reducirse a lo narrativo. Esto resulta
narlo en relación con una audiencia real o imagina- evidente en el contexto de l a transferencia o, más
d a — algo que difiere de contar una historia sobre él, bien, en el modelo de comunicación proporcionado por
si bien el «contar» sigue siendo parte de lo que hago. la transferencia, dado que en esta nos hablan, de vez
¿Qué parte de ese «contar» es una acción sobre el otro, en cuando, y también hablamos, y siempre lo hace-
una nueva producción del «yo»? mos, de manera directa o indirecta, en l a forma de
una interpelación.
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Si trato de dar cuenta de mí misma, siempre es a un desconocido; de alguna nanera, el receptor se con-
alguien, y presumo que este recibirá mis palabras de vierte en una alegoría de la recepción misma, de l a re-
alguna manera, aunque no siempre sé ni puedo saber lación fantasmática con el recibir que se articula con
cómo. De hecho, quien está posicionado como receptor otro, o al menos en presencia de él. Mas, si se trata de
tal vez no reciba nada en absoluto y esté dedicado a una alegoría, no es reducible a una estructura de re-
algo que en ninguna circunstancia puede denomi- cepción que se aplique de igual forma a todos, aunque
narse «recepción»; quizá no haga en mi beneficio otra pueda darnos las estructuras generales dentro de las
cosa que establecer cierto sitio, una posición, un lugar cuales es posible comprender una vida en particular.
estructural que articula l a relación con una recepción Los sujetos que se narran a sí mismos en primera per-
posible. No viene al caso, entonces, que haya o no otro sona tropiezan con una dificultad común. E s obvio
que efectivamente reciba, pues l a cuestión será que que hay momentos en que no puedo contar la historia
exista un sitio donde la relación con una recepción po- de principio a fin, pierdo el hilo, vuelvo a empezar, ol-
sible tome forma. L a s formas que esta relación con vido algo crucial y cuesta demasiado imaginar cómo
una recepción posible puede adoptar son muchas: na- reinsertarlo en la trama. Empiezo a pensar y pensar,
die puede escuchar esto; este, con seguridad, entende- debe haber algún hilo conceptual que proporcione
rá eso; me rechazarán aquí, me malentenderán allá, aquí un relato, algún vínculo perdido, alguna posibili-
seré juzgada, desestimada, aceptada o respaldada. dad de cronología, y el «yo» se vuelve cada vez más
E n este caso, como en otros, l a transferencia reinstala conceptual, cada vez más alerta, concentrado, resuel-
un escenario del pasado, que pone en acto justamente to. E n ese punto, cuando me acerco a l a perspectiva de
lo que no puede darse en otra forma expresiva, al l a autosuficiencia intelectual en presencia del otro y
mismo tiempo que con ese recurso más arcaico se for- lo excluyo prácticamente de mi horizonte, el hilo de
j a una nueva relación, posiblemente alterada. Para mi historia se aclara. S i alcanzo esa autosuficiencia,
ser más precisa: la transferencia es una prueba viva mi relación con el otro se pierde. Revivo entonces un
de que el pasado no es pasado, porque la forma que es- abandono y una dependencia que me abruman. E n
te adquiere ahora se da en l a instrumentación pre- una coyuntura semejante surge algo distinto de una
sente de la relación con el otro que es l a transferencia elaboración puramente conceptual de l a experiencia.
misma. E n ese sentido, para revivir el pasado en el E l «yo» que narra comprueba que no puede encauzar
presente, l a narración no es el único camino y tampo- su relato, no puede describir su incapacidad de narrar
co necesariamente el más atractivo desde el punto de ni decir por qué razón la narración se derrumba. Lle-
vista de los afectos: el pasado está allí y ahora, estruc- ga o, mejor, vuelve a sentirse radicalmente, si no irre-
turando y animando los perfiles mismos de una rela- mediablemente, ignorante de quién es él mismo. A l a
cionalidad predeterminada, impulsando l a transfe- sazón, el «yo» no transmite ya un relato a un analista
rencia, el reclutamiento y uso del analista, e instru- receptor u otro: monta una escena, recluta al otro con
mentando l a escena de interpelación. miras a l a escena de su propia opacidad para sí. E l
«yo» se desmorona de manera muy específica frente al
Concurrimos a l análisis, supongo, p a r a que a l -
otro o, para anticipar a Levinas, en l a cara del Otro
guien reciba nuestras palabras. Esto genera un dile-
(en u n principio escribí «la en cara del Otro», indicio
ma, dado que quien podría recibirlas es en gran parte

96 97
de que mi sintaxis ya se descomponía) o, en rigor, en
virtud de l a cara, la voz o la presencia silenciosa del jeto del discurso. Mi cuerpo infantil no sólo h a sido to-
Otro. E l «yo» comprueba que en presencia de otro se cado, movido y dispuesto: esas intrusiones han actua-
desmorona. No se conoce y tal vez nunca lo haga. do como «signos táctiles» que documentaron mi for-
Pero, ¿acaso es esa la tarea: conocerse? ¿La meta final mación. Esos signos se comunican conmigo de u n a
consiste en lograr u n relato adecuado de una vida? ¿Y manera que no puede reducirse a l a vocalización. Son
es correcto que así sea? ¿La tarea consiste en cubrir a signos de otro, pero también las huellas de las que a l a
través de un medio narrativo el quiebre, la ruptura larga surgirá un «yo», un «yo» que nunca será total-
constitutiva del «yo», que con mucha energía reúne to- mente capaz de recuperar o leer los signos, para quien
dos los elementos como si fuera perfectamente posible, estos seguirán siendo en parte abrumadores e ilegi-
como si l a ruptura pudiera repararse y el dominio de- bles, enigmáticos y formativos.
fensivo pudiera restaurarse? A l analizar la diferencia entre un concepto como el
Ante el otro, uno no puede dar cuenta del «yo» que de «articulación» en la obra de Bollas y el de narra-
todo el tiempo h a intentado dar cuenta de sí mismo. ción, postulé que lo «expresivo» y «articulado» tal vez
E n el proceso debe surgir cierta humildad, y acaso no siempre adquiera una forma narrativa como para
también cierto reconocimiento de los límites de lo que constituir una transformación psíquica de algún tipo
hay que conocer. Quizá todo analizante se convierta, o provocar una modificación positiva en una relación
e n ese sentido, en u n lego kantiano. Pero hay algo transferencial. Sostuve entonces no sólo que u n tér-
más: u n apunte sobre el lenguaje y su historicidad. El mino como articulación sugiere los límites de l a res-
medio por el cual se produce la constitución del sujeto ponsabilidad narrativa en cuanto modelo deseable de
no es igual a la forma narrativa que la reconstrucción manifestación, sino que l a articulación misma tiene
de esa constitución intenta suministrar. ¿Cuál es, en- sus límites necesarios, y que para el psicoanálisis l a
tonces, el papel del lenguaje en la constitución del su- articulación total sería una aspiración tan problemá-
jeto? ¿Y qué papel diferente adopta cuando procura tica como el cierre y el dominio narrativos. Jean L a -
recuperar o reconstituir las condiciones de su propia planche aduce que el límite a l a articulación total no
constitución? E n primer lugar tenemos la pregunta se debe a una «barra» lacaniana que impida el retorno
«¿Cómo llega mi constitución a ser "mía'?». ¿Dónde y a unajouissance originaria, sino a las abrumadoras y
cuándo aparece es+p supuesto de propiedad y perte- enigmáticas impresiones suscitadas en el niño por el
nencia? No podemos contar una historia sobre ello, mundo adulto en su especificidad. E n opinión de
pero tal vez haya otra manera de acceder a ese saber, Laplanche, no hay Otro en un sentido simbólico: sólo
incluso a través del lenguaje. Tan pronto como digo hay diversos otros representados por los adultos que
«yo», no sólo menciono el lugar pronominal del «yo» en cuidan al niño en su mundo. E n rigor, este autor no
el lenguaje: también doy testimonio y a l a vez tomo encuentra motivos para dar por sentado que esos
distancia con respecto a una intrusión primaria, una cuidadores deben organizarse edípicamente como
manera primaria de ser antes de adquirir un «yo», u n «padre» y «madre». 19

ser que h a sido tocado, movido, alimentado, cambia-


do, puesto a dormir, establecido como el sujeto y el ob- 1 9Véase John Fletcher, «The letter in the unconscious: the enigma-
tic signifier in Jean Laplanche», en John Fletcher y Martin Stanton,

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Así como para Bollas el entorno en el cual es reclu-
tado el analista por medio de la transferencia y la con- es, invariablemente, la de ¿ ntirse abrumado, no sólo
tratransferencia es un ámbito donde el analizante se «indefenso» en virtud de la falta de desarrollo de sus
dedica a una inadvertida pero activa instrumenta- capacidades motrices, sino sin posibilidad alguna de
ción de l a escena y del «uso» del analista, parecería entender las intrusiones del mundo adulto. Lo que
que para Laplanche l a experiencia primaria del niño aparece como enigmático dentro de l a transferencia,
entonces, es el residuo de una situación primaria de
eds., Jean Laplanche: Seduction, Translation, and the Drives: a Dos- avasallamiento que precede a l a formación del i n -
sier, Londres: Institute of Contemporary Arts, 1992. Fletcher muestra consciente y de las pulsiones.
con claridad que el recurso de Laplanche al «mundo adulto» como ori-
Laplanche se refiere a l a «apertura perceptual y
gen de los mensajes sexuales representa una desviación significativa
respecto de las explicaciones psicoanalíticas según las cuales una es- motriz a l mundo» que caracteriza a l a condición pri-
cena edípica entre la Madre y el Padre estructura el deseo en un nivel maria de l a vida infantil, puesta al servicio de la auto-
primario. E l autor recapitula en torno a estos lincamientos la deuda
conservación. E l bebé debe abrirse al entorno para
de Laplanche con la obra de La can y su apartamiento de ella. Y al final
de su artículo señala que la teoría laplancheana del «significante enig- adaptarse a sus condiciones y garantizar l a satisfac-
mático» surge como una alternativa clara a lo simbólico lacaniano. ción de sus necesidades más elementales. E s a apertu-
E s a teoría opone a la ley paterna, vinculada al tratamiento estruc- r a también constituye una exposición precoz al mun-
turaosta del intercambio de mujeres y las premisas universalistas dé
la «cultura», una concepción del significante enigmático que supone
do adulto de l a sexualidad inconsciente, aunque L a -
no sólo que los mensajes inconscientes y sexuales primarios se impri- planche aclara que l a sexualidad no se deriva de l a
men en el niño (y constituyen el significado y la eficacia de la «seduc- autoconservación. Surge como consecuencia del mun-
ción originaria»), sino que los otros primarios que provocan esas im-
presiones también están bajo el dominio de mensajes similares, que
do social, de mensajes o significantes que desde el en-
nunca pueden de codificarse o recuperarse del todo. E n efecto, como torno se imponen al niño y generan impresiones pri-
sostiene Fletcher «El Edipo ya no es primordial en el sentido de pri- marias abrumadoras e indomables a las que no es po-
mero, sino que está topográficamente situado en carácter secundario,
sible adaptarse con facilidad. E n rigor, esas impresio-
aun cuando pueda implicar la reelaboración de anteriores inscripcio-
nes y traducciones, y tampoco es ya primordial en el sentido de univer- nes primarias constituyen u n trauma originario que
sal, sino culturalmente contingente» (pág. 118). es insostenible, denominado por Laplanche «proceso
Fletcher termina su texto con dos apuntes. E n primer lugar, afirma primario absoluto». Por consiguiente, se produce una
que Laplanche ha inaugurado, sin duda, una posibilidad psicoanáuti-
ca de explicar «las trayectorias psíquicas que se desvían de la función
represión primaria (ninguna agencia l a ejerce; sólo
normalizadora de la ley paterna y sus polaridades edípicas o intentan existe l a agencia de l a represión misma), que institu-
reelaborarlas (por ejemplo, varias homosexualidades femeninas y ye el inconsciente y establece los «primeros objetos-
masculinas)». Aunque no nos muestra con precisión cómo podría fun-
cionar esto, sostiene que esa posibilidad se deduce del desplazamiento
fuente, esto es, las fuentes de las pulsiones». Lo re- 20

de la ley paterna por el significante enigmático. E n segundo lugar,


apunta a un proyecto futuro, a saber, de qué manera explicar el géne-
ro como secuela de la pérdida de primacía del Edipo: «Lo que Laplan- 2 0Jean Laplanche, «The drive and the object-source: its fate in the
che, con su reelaboración de las pulsiones en el contexto de la seduc- transference», en J . Fletcher y M. Stanton, eds., Jean Laplanche: Se-
ción originaria, no aclara o deja sin teorizar es cómo deben repensarse duction, op. cit., pág. 191; original, «La Pulsión et son objet-source: son
ahora la constitución y la inscripción psíquicas de una imagen corpo- destin dans le transferí», en Jean Laplanche, Le Prirnat de l'autre en
ral sexual y genitalmente diferenciada (¿la represión y simbolización psychanalyse, París: Flammarion, 1997, págs. 227-42 [La prioridad
de qué significantes enigmáticos?), el fundamento o, al menos, el te- del otro en psicoanálisis, Buenos Aires: Amorrorru, 1996]. Como fuen-
rreno para la formación de las identidades de género» (pág. 119). te textual de esta posición, véase Sigmund Freud, «The unconscious»,
en The Standard Edition of the Complete Psychological Works ofSig-

100
101
primido es una «representación-cosa» de esas impre A juicio de Laplanche, l a represión primaria re-
siones primarias: a raíz del trauma, un objeto orig construye el afecto abrumador como «representacio-
nalmente externo se instala como fuente o causa d nes-cosa» en el inconsciente, las cuales surgen, a su
pulsiones sexuales. Las pulsiones (de vida y de muei tumo como «significantes enigmáticos». Este proceso
te) no se consideran primarias: se derivan de una ir es consecuencia de l a imposición del mundo adulto,
teriorización de los deseos enigmáticos de otros y lk «completamente infiltrado por significaciones incons-
van el residuo de esos deseos de origen externo. Com cientes y sexuales», al bebé, quien no «tiene ni las res-
consecuencia, toda pulsión es asediada por una ex puestas emocionales ni las respuestas fisiológicas
tranjeridad (étrartgéreté) y el «yo» se comprueba ajen correspondientes a los mensajes sexualizados que se
a sí mismo en sus impulsos más elementales. le proponen» (pág. 188). De manera similar, Laplan-
Laplanche es consciente de que esta expücaciói che señala que l a pregunta del bebé no es si puede o
impugna tanto l a primacía de las pulsiones como 1 no tener el pecho (un interrogante que presupone l a
atribución de su fuente a la pura biología: «en cuant exposición previa a una prohibición incestuosa), sino
a l a relación de l a pulsión con el cuerpo y las zona «¿Qué quiere el pecho de mí?» (ibid.). E l deseo surge
erógenas, en el primer caso no debe concebírsela com' en principio de afuera y en forma abrumadora, y con-
punto de partida sino, antes bien, como l a acción d serva esa cualidad exterior y ajena una vez que se
objetos-fuente reprimidos sobre el cuerpo» (pág. 191] convierte en el deseo propio del sujeto. Así, s i en el
E n sustancia, el bebé no puede manejar lo que L a marco de l a transferencia surge una pregunta que
planche llama «mensajes» del mundo adulto. Los re cabría derivar de un enfoque laplancheano de l a se-
prime en la forma de «representaciones-cosa» (un con xualidad infantil y las condiciones primarias de la for-
cepto que Preud propone en sus teorizaciones del in mación del sujeto, no será «¿Quién eres?», sino «¿Quién
consciente), que luego surgen de manera enigmátic. es ese "tú" que me pide algo que y9.n0 puedo dar?».
para el sujeto de deseo parcialmente cognoscente
E n u n a entrevista con Cathy Caruth, Laplanche
Este origen irrecuperable y no temático del afecto n(
señalaba lo siguiente:
puede recobrarse a través de la articulación propia
mente dicha, sea en forma narrativa o por cualquie: «Los psicoanalistas cometen el enorme error de tratar de
otro medio. E n términos metateóricos, podemos re elaborar u n a teoría del conocimiento a partir del denomina-
construir el escenario de la represión primaria, pen do "psicoanálisis"; por ejemplo, empezar con e l pecho y s u
ningún sujeto es capaz de contar la historia le una re realidad. E incluso, como lo hace Winnicott, a partir de l a
primera posesión no-yo, para construir el mundo extemo so-
presión primaria que constituye la base irrecuperabh
bre l a base de lo que él llamaba "objeto transicional", etc. E l
de su propia formación. problema, en nuestro nivel humano, reside en que no h a y
que reconstruir a l otro. E l otro es anterior a l sujeto. E n e l
plano sexual, el otro se entremete en el mundo biológico. D e
mund Freud, edición establecida por James Strachey, Londres: Ho m a n e r a que no tenemos que construirlo: llega antes a no-
garth, 1953-1974, vol. 14, págs. 201-4 [«Lo inconsciente», en Obra, sotros, como un enigma». 21

completas, vol. 14, Buenos Aires: Amorrortu, 1979], donde se encon


trará la distinción entre la representación-palabra y la representa
ción-cosa en el inconsciente.
C. Caruth, «Interview with Jean Laplanche», op. cit., párrafo 124.

102
103
ción de un «yo» un logro siempre arduo. La tarea no
Laplanche afirma que el bebé, en principio, regis-
consiste en pasar de un yo establecido a un mundo de
tra de manera pasiva esos significantes enigmáticos.
otros, en ir más allá del narcisismo a la posibilidad de
La represión constituye la primera aparición de una
apego. Antes bien, el apego ya está sobredeterminado
acción, pero es, podríamos decir, un acto previo a cual-
desde el comienzo, puesto que el otro asedia y devora
quier actor. Una vez reprimidos, esos significantes
al bebé, y para salir de esa intrusión primaria tiene
enigmáticos proceden a «atacar» desde adentro, y algo
que librarse una lucha que sólo puede lograr un éxito
de ese misterioso ataque también sobrevive en la
experiencia adulta de la sexualidad. En y sobre nues- limitado.
tro deseo actúa algo que no es recuperable por medio De esta manera, Laplanche postula un deseo ajeno
de la tematización o la narración. La meta de los pro- como precondición del «propio» deseo. ¿Quién desea
pios impulsos no sólo es enigmática e inescrutable pa- cuando «yo» deseo? Parece haber otro en acción en mi
ra el niño, sino que sigue siéndolo en cierta medida a deseo, y esa étrangéreté desbarata cualquier esfuerzo
lo largo de toda la vida. Esta situación da origen a la por comprenderme como un ser delimitado y separa-
teorización del niño, el intento de vincular aquellos do. Puedo intentar contar la historia de mí misma, pe-
ataques y darles alguna coherencia. ro otra historia ya actúa en mí y no hay manera de
A decir verdad, Laplanche sugiere que la teoría distinguir entre el «yo» que ha surgido de esa condi-
misma surge de esa dificultad como una manera de ción infantil y el «tú» —la serie de «tus»— que habita
establecer patrones y significados de un enigma que y desposee mi deseo desde el comienzo. Podríamos
constituye nuestra opacidad fundamental para noso- considerar, entonces, que la imposibilidad de Georg
tros mismos. En una transferencia psicoanalítica uno de soltarse por completo de sus padres, el «exceso de»
no puede recuperar ni eliminar ese enigma (lo cual apego que lo conduce a su conclusión suicida, es legi-
significaría recuperar y eliminar el propio proceso ble en sentido laplancheano.¿La sentencia de muerte
primario).22 Ajuicio de Laplanche, la transferencia fue un acto de su padre, o suyo propio? ¿Había algún
reproduce y renueva la escena primordial de la seduc- modo de desvincular entre sí ambas acciones? ¿Por
ción. La cuestión no es, entonces, a quién representa qué el padre se derrumba en la cama una vez que ha
el analista, sino únicamente «¿Qué quiere el analista condenado a muerte a su hijo? ¿Y ese hijo se ve obliga-
de mí?». De tal manera, en la entrevista con Caruth, do a salir de la habitación por la fuerza de la condena,
Laplanche plantea con toda claridad su diferencia con o baja las escaleras y se encamina hacia el agua movi-
Winnicott: «En lugar de decir la primera posesión no- do por una agencia propia? Es triébt ihn: ¿qué es ese
yó, el problema para el ser humano sexual reside en «eso», esa ajenidad, que impulsa a Georg a su acrobá-
tener una primera posesión yo, esto es, construir un tica muerte? Si no es posible sustraer a los padres del
yo a partir de un exceso de otredad». No nos movemos deseo del hijo, parecería que la «agencia» del deseo no
a partir de un yo que debe reconstruir un mundo obje- está fundada tanto en el yo separado del hijo como en
tal, sino que nos vemos asediados desde el principio un objeto extraño alojado en él, que lo anima de una
por una alteridad enigmática que hace de la elabora- manera nada transparente. Tal vez algún aparta-
miento podría haberlo salvado, o acaso la muerte mis-
J. Laplanche, «The driveand the object-source...», op. cit.,pág. 193.
ma era el anhelo de una separación definitiva de sus

105
X04
• te, o registran los pensamientos y deseos de otros? Si
padres, fatalmente hermanado con su amor impere- los pensamientos y deseos de otros han entrado en mi
cedero por ellos. sueño, entonces yo soy, aun en un nivel inconsciente,
La prioridad del otro lleva a Laplanche a formular hostigado por el otro. Esto lleva a Laplanche, siguien-
algunas conclusiones éticas. En su entrevista con Ca- do a Freud, a concentrarse en la «humillación» que el
ruth señala que nuestras primeras preguntas sobre psicoanálisis entraña para la concepción del ser hu-
la muerte no se refieren a la propia sino, antes bien, a mano, una humillación que Laplanche asocia con una
la de otros: «¿Por qué los otros deben morir?», «¿Por revolución copernicana en la esfera de la psicología.
qué murió el otro?». El otro, podríamos decir, aparece Por eso escribe que «el hombre no tiene su hogar en sí
primero, y esto significa que no hay referencia a la mismo [chez lui en lui], es decir que, en sí mismo, no
muerte propia que no sea al mismo tiempo una refe- es el dueño y que finalmente (aquí, son mis palabras)
rencia a la muerte del otro. En la introducción a Vida está descentrado» (pág. 156). Este descentramiento
y muerte en psicoanálisis escribe (y Caruth cita): «Si se deduce de la manera en que los otros, desde el ini-
de la actitud freudiana debiera inferirse una determi- cio, nos transmiten ciertos mensajes que instilan sus
nada ética respecto de la muerte, esta tendría sin du- pensamientos en los nuestros y producen una impo-
da el sentido de una desconfianza frente a cualquier sibilidad de distinción entre el otro y yo en el corazón
entusiasmo, [...] y el de una lucidez que no disimula- de mi identidad.
se la inexorable intrincación de mi propia muerte con Esta consideración de una revolución copernicana
la del otro».23 en la concepción del ser humano lleva a Laplanche a
Esta última observación sugiere que el enfoque hacer un breve examen de Levinas. Señala allí que la
psicoanalítico de la prioridad del Otro implica una obra inicial de Levinas sobre Husserl le interesó, pero
precaución ética contra entusiasmos que puedan ha- que no puede decirse que los textos siguientes hayan
cernos impermeables a la precariedad de la vida. tenido influencia sobre él (pág. 162). Y expone su gran
También nos señala que no podemos preservar nues- diferencia con Levinas:«.. .el descentramiento coper-
tra muerte a expensas del otro sin que la muerte de nicano vale no solamente para el sujeto autocentrado
este me implique en la mía. Por así decirlo, en la base perceptivo y para el cogito, sino también para el
del «yo» y su finitud hay una socialidad de la cual no sujeto autocentrado en el tiempo; centrado sobre su
podemos —y no debemos— escapar. ser adulto» (pág. 163). Laplanche cree que Levinas,
En «Responsabilidad y respuesta», Laplanche con- como Heidegger, no logró descentrar la experiencia
sidera las reflexiones de Freud sobre la relación entre adulta o, mejor, pasó por alto que la experiencia in-
responsabilidad y psicoanálisis, centradas en la cu- fantil la descentra todo el tiempo: «Si se intenta to-
riosa cuestión de si uno debe hacerse responsable de marlo en serio, la primacía de la infancia en Freud
sus sueños.24 ¿Los sueños sólo reflejan nuestra men- nos descentra tan irremediablemente —y también
antirreflexivamente— como la extrañeza del incons-
C. Caruth, «Interview with Jean Laplanche», op. cit., párrafo 89.
24
Jean Laplanche, «Responsabilité et réponse», en Entre séduction ciente o del ello» (ibid.). La pregunta primaria dirigi-
et inspiration: l'Homme, París: Presses Universitaires de France, da al otro que surge desde la perspectiva de la infan-
1999, págs. 147-72 [«Responsabilidad y respuesta», en Entre seduc- cia es: «¿Cuál es la persona que me habla? [Quelle est
ción e inspiración: el hombre, Buenos Aires: Amorrortu, 2001].

107
106
yo procura separarse de su pocialidad constitutiva y
la personne qui me parle?]» (ibid.). El otro que m ha-
aniquilar al otro.
bla no toma parte en un intercambio «recíproco» o una
El bebé ingresa al mundo entregado desde el inicio
comunicación equilibrada- Desde el comienzo, la si-
a un lenguaje y una serie de signos, interpretados de
tuación es asimétrica, y el «yo» se encuentra desarma-
manera general, que comienzan a estructurar un mo-
do y pasivo en su relación con el mensaje del otro. En
do ya operativo de receptividad y demanda. De esta
esas condiciones, la criatura sólo puede proponer una
experiencia primordial de haber sido entregado desde
traducción y una respuesta inadecuadas.
el inicio surge a posteriori un «yo». Y el «yo», con pres-
¿Cuál es entonces la relación entre la primera res-
cindencia de sus pretensiones de dominio, nunca su-
puesta, tal cual la describe Laplanche, y la responsa-
bilidad? El autor apela a la historia de Job y se vale de perará el hecho de haber sido entregado de esa mane-
un lenguaje levinasiano para explicar el trabajo de ra desde el principio. Podríamos decir que Levinas se-
responder en una situación de absoluta disimetría. El ñala algo similar. En efecto: habla de una pasividad
bebé responde como Job lo hace a un Dios aparente- previa a la pasividad, con lo cual pretende indicar la
mente cruel, esto es, a una «persecución innombra- diferencia entre un sujeto que sobrelleva la pasivi-
ble» (pág. 166). Esa impresión persecutoria, sostiene dad, que se relaciona con esta por medio de cierto acto
Laplanche, se convierte en una capacidad sexualiza- de reñexividad, y una pasividad que es anterior a él,
da de sadismo, que nuestros sueños atestiguan y que la condición de su propia subjetivación, su impresio-
se hace manifiesta en la crueldad y en la guerra. Es nabilidad primaria.
indudable que Levinas no lo seguiría en esta última El otro es aquí, por decirlo de algún modo, la condi-
conclusión. Laplanche, empero, puntualiza que la ción de posibilidad de mi vida afectiva: está instalado
respuesta del niño al adulto avasallante puede con- dentro de mí como un objeto-fuente que da origen a
sistir en recentrarse, o en buscar el recentramiento las pulsiones y los deseos que son míos. Desde el pun-
como un modo de vida. Esta tarea (tolemaica) trataría to de vista de las relaciones objétales, las impresiones
de negar el inconsciente, recentrar al sujeto y, de tal primarias constituyen objetos, exteriores pero cerca-
modo, aumentar la vulnerabilidad del adulto en cues- nos, a los que un yo emergente puede apegarse con el
tión a la exteriorización de impulsos sádicos que él se fin de satisfacer necesidades básicas. De esa perspec-
niega a entender como potencial constitutivo propio. tiva se deduce que el bebé estará dispuesto a amar
La transferencia puede ser el lugar en el cual se pre- cualquier cosa que surja como un «objeto» (y no a no
senta la posibilidad de reelaborar esa escena. Sin em- amar en absoluto, omitir apegarse y poner en peligro
bargo, no hay liberación de ese inconsciente ni susti- su supervivencia). Esto es un escándalo, desde luego,
tución completa del ello por el yo, y, con seguridad, pues nos muestra que el amor carece de juicio desde el
tampoco recentramiento del sujeto sin el desencade- comienzo y que, en cierta medida, sigue sin tener
namiento de un sadismo y una crueldad inaceptables. juicio o, al menos, buen juicio durante el resto de su
Resulta interesante señalar que permanecer descen- trayectoria.
trado significa mantenerse implicado en la muerte Lo que trato de describir es la condición del sujeto,
del otro y, por lo tanto, a distancia de la crueldad sin pero no es mía: no me pertenece. Es previa a lo que
freno (el caso límite del entusiasmo acrítico) en que el constituye la esfera de lo que podría pertenecerme o
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108
hacer de mí misma, convierte en parcial y fallida toda
ser pretendido por mí. D eshace con persistencia la cuenta que pretenda dar de mí misma, y constituye,
reivindicación de «mudad» [«condición de mío»], se en cierto modo, mi fracaso en cuanto a ser plenamen-
burla de ella, a veces con bonhomía, a veces con vio- te responsable de mis actos, mi «irresponsabilidad» fi-
lencia. Es una manera de ser constituido por Otro que nal, que sólo puede perdonárseme porque me sería
precede a la formación de la esfera misma de lo mío. imposible hacer otra cosa. Esa incapacidad para ha-
La impresionabilidad primaria no es un rasgo o un cer otra cosa es nuestra común dificultad.
predicado de un yo establecido, de manera tal que yo
Esa prehistoria sigue sucediendo cada vez que me
pudiera decir, a modo de advertencia: «soy impresio-
enuncio. Al proferir el «yo», me someto a algo que este
nable». Podría decirlo, sí, pero sería una manera pa-
no puede capturar o asimilar, pues siempre llego de-
radójica de hablar y no me referiría a la impresionabi-
masiado tarde a mí misma. (Las abejas de Nietzsche
lidad en su forma primaria. Se me ocurre ese tipo de
en La genealogía de la moral prefiguran con claridad
enunciado como un intento de avenirme alo que sigue
el concepto psicoanalítico de Naclúraglichkeit.) Nun-
siendo enigmático, y, por consiguiente, mis declara-
ca puedo dar cuenta de mí misma del modo en que
ciones y teorías surgen impulsadas por las mismas
ciertas formas de moral y ciertos modelos de salud
impresiones y pulsiones que procuran explicar. En es-
mental requieren, a saber: relatando el yo de una ma-
te plano no nos referimos todavía a límites en el pro-
nera narrativa coherente. El «yo» es el momento de
ceso de formación, no buscamos apelar aún a una ca-
fracaso de todo esfuerzo narrativo por dar cuenta de
pacidad de reflexividad, de autorreferencia, el soporte
uno mismo. Sigue siendo aquello de lo que no se da
lingüístico de la autoposesión. Este es un ámbito en
cuenta y, en ese sentido, constituye el fracaso exigido
que la gramática del sujeto no puede ser válida, pues
por el proyecto mismo de autonarración. Cualquier
la desposesión en y a través de otro es previa al esta-
intento de dar cuenta de uno mismo está condenado a
blecimiento de un «yo» que pueda pretender, de vez en
enfrentar ese fracaso y a zozobrar en él.
cuando y siempre con cierta ironía, poseerse a sí mismo.
Acaso crean que, en efecto, cuento una historia so- Empero, quizá no haya una razón necesaria por la
bre la prehistoria del sujeto, una historia que, según cual ese encuentro con el fracaso deba producirse.
he argumentado, no puede contarse. Hay dos res- Después de todo, es importante recordar la postura
puestas a esa objeción: 1) El hecho de que no haya que se opone a la noción del inconsciente, esa postura
una reconstrucción narrativa final o adecuada de la que sostiene, en definitiva, que un yo no narrativiza-
prehistoria del «yo» hablante no significa que no po- ble no puede sobrevivir ni es viable. Para esa postura,
damos contarla; sólo significa que en el momento de al parecer, la posibilidad misma de vida del sujeto re-
narrar nos convertimos en filósofos especulativos o side en su carácter narrativizable. La postulación de
escritores deficción.2) Esa prehistoria nunca ha deja- lo no narrativizable plantea una amenaza a ese suje-
do de suceder y, como tal, no es prehistoria en un sen- to, una amenaza que puede ser incluso de muerte. No
tido cronológico. No está terminada, consumada, re- creo que inevitablemente adopte la forma generaliza-
legada a un pasado que luego sea parte de una recons- da: si no puedo contar una historia sobre mí misma,
trucción causal o narrativa del yo. Por el contrario, moriré; pero sí puede tomarla en situaciones de apre-
esa prehistoria interrumpe el relato que tengo que mio moral: si no soy capaz de dar cuenta de algunas

111
110
ese tú que reside en mí, del que no puedo liberarme?».
de mis acciones, mejor será morir, porque no puedo El otro también puede rechazar, desorganizar o «sor-
descubrirme como su autor ni dar explicaciones a prender» esa identificación, separando el fantasma
quienes tal vez hayan sido perjudicados por ellas. Con que se aloja bajo su nombre y ofreciéndolo como un
seguridad, hay cierta desesperación en esos momen- objeto para el análisis en el marco de la escena inter-
tos, cuando me repito y mis repeticiones ponen en es-
cena una y otra vez el emplazamiento de mi radical locutoria.
autodesconocimiento. ¿Cómo vivir en esas circuns- ¿Quién habla en esa interpelación, la interpelación
tancias? Quizá la muerte sería mejor que seguir vi- de la transferencia? ¿Qué habla aquí? ¿Dónde está el
viendo con esta incapacidad de volverme ética dando «aquí» y cuándo es el «ahora» del tiempo transferen-
cuenta de mí misma de modo tal que no sólo explique cia!? Si lo que soy desafía la captación narrativa, obli-
lo que hago, sino que me sea posible asumir una ma- ga a la especulación e insiste como una opacidad que
yor agencia en las decisiones sobre mis actos. se resiste a toda iluminación final, esto parece ser una
Lo llamativo en posturas autorrecximinatorias tan consecuencia de mi relación fundamental con un «tú»:
extremas es la pretenciosa noción de un «yo» transpa- otro que se interioriza de una manera que soy incapaz
rente que se presupone como ideal ético. Difícilmente de describir. Si en un principio soy interpelada y luego
se trate de una creencia en que la aceptación de sí (la mi interpelación surge como consecuencia, animada
humildad para admitir las limitaciones constitutivas por una interpelación primaria y portadora del enig-
propias) o la generosidad (una disposición a aceptar ma de esta, te hablo, entonces, pero tú también eres lo
los límites de los otros) puedan encontrar lugar para que es opaco en el acto de mi hablar. Quienquiera que
prosperar. Hay momentos, sin duda, de repetición, seas, me constituyes fundamentalmente y te convier-
opacidad y angustia que suelen impulsar a hacer una tes en el nombre de una impresionabilidad primaria,
visita al analista o, si no a él, a alguien —un destina- de la incierta frontera entre una impresión exterior
tario— que pueda recibir la historia y, al recibirla, que yo registro y alguna percepción correspondiente
modificarla un tanto. El otro representa la perspecti- de «mí» que es el ámbito de ese registro. Dentro de es-
va de que la historia nos sea devuelta con una nueva ta escena fundante, la gramática misma del yo toda-
forma, de ligar de algún modo sus fragmentos, de vía no se ha afianzado. Por tanto, una podría decir, de
echar luz sobre parte de su opacidad. El otro atesti- manera reflexiva y con cierto sentido de la humildad,
gua y registra lo que no puede narrarse, y actúa como que en el comienzo soy mi relación contigo, ambigua-
quien es capaz de discernir un hilo narrativo, pero so- mente interpelada e interpelante, entregada a un
bre todo como aquel cuya práctica de la escucha pone «tú» sin el cual no puedo ser y del cual dependo para
en escena una relación receptiva con el yo que ese yo, sobrevivir.
sumido en su angustiada autorrecriminación, no pue- No hay diferencia, entonces, entre el toque y el sig-
de ofrecer. Y parece crucial reconocer no sólo que la no que me reciben y el yo que soy, porque el límite aún
angustia y la opacidad del «yo» son presenciadas por debe instalarse: el límite entre ese otro y este «yo» —y,
el otro, sino que este puede convertirse en el nombre por lo tanto, la condición misma de posibilidad de am-
de nuestra angustia y opacidad: «Tú eres mi angus- bos— todavía no se ha establecido. El yo que aún no
tia, sin duda. Tú eres opaco: ¿quién eres? ¿Quién es soy (en el punto en que la gramática no permite toda-

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eni mees, el «yo» que soy no es nada sin ese «tú», y ni
vía un «yo») está en el inicio sojuzgado, aun cuando
siquiera puede empezar a referirse a sí mismo al mar-
sea a una escena de violencia, un abandono, una indi-
gen de la relación con el otro gracias a la cual surge su
gencia, un mecanismo de sostén vital, dado que es,
capacidad de autorreferencia. Estoy empantanada,
para bien o para mal, el sostén sin el cual no puedo
entregada; ni siquiera la palabra dependencia basta
ser, del cual depende mi propio ser, lo que este, fun-
para expresar la idea. Esto también significa que me
damentalmente y con una ambigüedad irreductible,
forman de modos que preceden a mi autoformación y
es. Se trata de una escena, si podemos denominarla
la hacen posible; este tipo particular de transitividad
así, a la que retornamos, dentro de la cual se produ-
es difícil, si no imposible, de contar.
cen nuestras acciones, y que con bonhomía o acaso
con violencia se mofa de la postura del control narra- Será necesario reconsiderar la relación de la ética
tivo. Uno puede intentar cubrirla por completo; en ri- con la crítica social, dado que parte de lo que me pare-
gor, el «yo» enunciado puede muy bien funcionar como ce tan difícil de relatar son las normas —de carácter
esa cobertura. Para prevenir la emergencia de esta social— que me dan origen. Estas son, por así decirlo,
opacidad tal vez no se tome medida alguna: actuar la condición de mi discurso, pero no puedo tematizar
significa de inmediato romper la estructura narrativa por completo esas condiciones en los términos de mi
y, de ese modo, arriesgarse a perder un yo sobre el cual discurso. Mi propio origen social me interrumpe, de
ejerzo un control narrativo. En efecto: mantengo ese modo que tengo que encontrar una manera de eva-
control a fin de disipar una amenaza de disolución, luar quién soy merced a la cual quede en claro que soy
que el «actuar» podría muy bien precipitar o que estoy de la autoría de lo que me precede y me excede, y que
convencida de que se precipitaría definitivamente. esto no me exime en absoluto de tener que dar cuenta
No obstante, contar la propia historia ya es actuar, de mí misma. Empero, esto significa que si me pre-
pues relatar es una especie de acción, ejecutada con sento como si fuera capaz de reconstruir las normas
algún destinatario, generalizado o específico, como por medio de las cuales se instaura y se mantiene mi
rasgo implícito. Es una acción dirigida a otro y que condición de sujeto, rechazo la desorientación y la in-
también lo exige, una acción que presupone al otro. terrupción mismas de mi relato que la dimensión so-
De tal modo, el otro está en la acción de mi relatar: no cial de esas normas implica. Esto no quiere decir que
es simplemente una cuestión de transmitir informa- no pueda hablar de tales asuntos; sólo significa que,
ción a otro que está por allí, más allá de mí, a la espe- al hacerlo, debo tener la precaución de entenderlos lí-
ra de saber. Al contrario, el relato lleva a cabo una ac- mites de lo que puedo hacer, los límites que condicio-
ción que presupone a Otro, postula y elabora al otro, nan todos y cada uno de esos actos. En este sentido,
se da al otro o en virtud del otro, con anterioridad al debo adoptar una postura crítica.
suministro de cualquier información. De modo que si
al comienzo —y esto es para reírse, pues no podemos
narrar ese comienzo con autoridad alguna y, en rigor,
esa narración es la ocasión en que perdemos toda la
autoridad narrativa de la que en otras circunstancias
podríamos disfrutar— sólo soy en la interpelación a ti,

115
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3. Responsabilidad

«La corporeidad de nuestro cuerpo significa, como la propia


sensibilidad, un nudo o desenlace del ser (...) un nudo que
no puede deshacerse».
Emmanuel Levinas, De otro modo que ser,
o más allá de la esencia

Entonces, según el tipo de teoría que he delineado


en páginas anteriores, ¿cómo será la responsabilidad?
Al insistir en la existencia de algo no narrativizable,
¿no hemos limitado el grado de responsabilidad que
podríamos atribuirnos y atribuir a otros por sus ac-
tos? Quiero señalar que el significado mismo de la
responsabilidad debe replantearse sobre la base de
esta umitación; no puede estar atado a la presunción
de un yo plenamente transparente para sí mismo. 1
En efecto: hacerse responsable de uno mismo es con-
fesar los límites de toda autocomprensión, y conside-
rarlos no sólo una condición del sujeto, sino la con-
dición de la comunidad humana. No estoy del todo
fuera del circuito de la Ilustración si digo, como digo,
que el límite de la razón es el signo de nuestra huma-

1
Thomas Keenan hace una lúcida y provocativa lectura de Levinas
y Blanchot en relación con la responsabilidad surgida de la situación
del rehén. En el transcurso de su exposición, explica que el yo que
suele responder a la interpelación del otro no es justamente un yo per-
sonal, sino un «cualquiera», y de ese modo sitúa la responsabilidad co-
mo una prerrogativa del anonimato. Véase T. Keenan, Fables ofRes-
ponsibility, op. cit., págs. 19-23.

117
nidad. El hecho de decirlo podría ser incluso un le- cab1 í asesina, al mismo tiempo que, extrañamente,
gado de Kant. Mi intento de dar cuenta de mí misma seguimos viviendo como ese ser asesinado, sin dejar
se desintegra, y sin duda lo hace por una razón, pero de hablar.
eso no significa que yo pueda proporcionar todas las
razones que podrían volverlo íntegro. Me atraviesan
razones que no puedo recuperar del todo, que siguen Laplanche y Levinas: la primacía del Otro
siendo enigmáticas, que moran en mí como mi propia
alteridad familiar, mi propia opacidad privada, o no «Levinas habla de la subjetividad del sujeto. Si uno desea
tan privada. Hablo como un «yo», pero no cometo el usar esta palabra --¿por qué?, pero, ¿por qué no?—, debe tal
error de creer que sé con precisión todo lo que hago vez hablar de una subjetividad sin sujeto: el espacio herido,
la herida del i, el cuerpo ya muerto del que nadie
cuando hablo de ese modo. Compruebo que mi forma- ni decir de él, yo, mi cuerpo».
podría jamás ser
ción misma implica al otro en mí, que mi propia ex-
Blanchot, La escritura del desastre
tranjeridad para mí misma es, paradójicamente, el
origen de mi conexión ética con otros. ¿Necesito cono-
cerme para actuar responsablemente en las relacio- Dado que somos vulnerables a la interpelación de
nes sociales? Hasta cierto punto, es indudable que sí. otros de una manera que no podemos controlar por
Pero, ¿hay una valencia ética en mi desconocimiento? completo, así como no podemos controlar la esfera del
Si me hieren, compruebo que la herida da testimonio lenguaje, ¿significa que carecemos de agencia y de
del hecho de que soy impresionable, de que estoy en- responsabilidad? Para Levinas, que separa la preten-
tregada al otro de una manera que no puedo predecir sión de responsabilidad de la posibilidad de agencia,
o controlar por completo. No puedo pensarla cuestión la primera surge como consecuencia del sometimien-
de la responsabilidad por sí sola, aislada del otro. Si lo to a la interpelación no querida del otro. Esto es parte
hago, me aparto de la modalidad de la interpelación de lo que quiere decir cuando sostiene que la persecu-
(tanto ser interpelada corno interpelar al otro) en la ción genera responsabilidad en el perseguido, idea
que el problema de la responsabilidad se plantea por que provoca exasperación. La mayoría de la gente re-
vez primera. trocede horrorizada cuando escucha por primera vez
este tipo de declaración; consideremos con cuidado,
Lo dicho no implica que no nos puedan interpelar sin embargo, lo que quiere y lo que no quiere decir. No
de modos lesivos. O que el hecho de ser interpelados quiere decir que yo podría hallar el origen de los actos
no sea a veces traumático. Para Laplanche, la inter- de persecución que he sufrido en los actos que he lle-
pelación primaria abruma: no es posible interpretar- vado a cabo; que pueda inferirse, pues, que yo mismo
la o entenderla. Es la experiencia primordial del trau- me he buscado esa persecución, y que sólo es cuestión
ma. El hecho de ser interpelado trae aparejado un de encontrar los actos que ejecuté pero que negué ha-
trauma, tiene un eco traumático, no obstante lo cual ber llevado a cabo. No, la persecución es precisamente
ese trauma sólo puede experimentarse tardíamente lo que sucede sin la justificación de ningún oxto de mi
en virtud de un segundo suceso. Otra palabra se in- parte. Y nos devuelve no a nuestros actos y decisiones,
terpone en nuestro camino, un golpe, una interpela- sino a la región de la existencia que es radicalmente
ción o un nombrar que de manera repentina e inexpli-

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118
que el yo y su mundo objeta! ya se han constituido, pe-
no querida, la intrusión primaria e inaugural del Otro
ro un encuentro de esas características omite indagar
en mí, una intrusión que, por paradójico que parezca,
me sucede antes de mi formación como un «yo» [«me»] en el mecanismo de esa constitución. El concepto levi-
o, mejor, como el instrumento de esa primera forma- nasiano de lo preontológico tiene como objetivo ana-
ción de mí misma en el caso acusativo. lizar ese problema.
Levinas considera la instauración acusativa del A juicio de Levinas, ningún «yo» [«ego»] o moi es
moi —el «me»— tanto en el sentido gramatical como en instaurado por sus propios actos, lo cual significa una
el sentido ético. Ese «me» sólo surge a través de cierta completa recusación de la visión existencia! propues-
acusación. En ese aspecto, y paradójicamente, Levinas ta por Sartre: «con anterioridad a que el yo tome una
se alinea con Nietzsche, para quien la acusación de decisión, es necesario el afuera de la esencia, donde el
culpa produce la posibilidad del sujeto. Según la con- Yo [Ego] surge o se lo acusa». Pronto tendremos a
cepción nietzseheana, el sujeto emerge cuando com- nuestro alcance el sentido que aquí tiene la «acusa-
prende, retroactivamente, que ha causado una ofensa ción»; examinemos, empero, cómo explica Levinas ese
y se autoinflige un castigo; surge así una reflexividad momento o escena primitiva. El yo surge, nos dice,
en la cual el «yo» se trata por primera vez como objeto, «a través de una susceptibilidad ilimitada, anárquica y sin
como un «me». Para Levinas, sin embargo, la respon- supuesto que, a diferencia de la susceptibilidad de la materia
sabilidad no aparece como preocupación por sí mismo determinada por una causa, está sobredeterminada por una
o recriminación de sí mismo, y exige el recurso a una valoración. El nacimiento del Yo [Ego] en un remordimiento
comprensión de la relación ética con el Otro que no corrosivo, que es precisamente una retirada hacia uno mis-
depende de vínculos causales entre un actor y un acto. mo: esa es la recurrencia absoluta de la sustitución. La con-
dición o no-condición del Yo [Self] no es, en el origen, una au-
En De otro modo que ser, Levinas puntualiza que, toafección que presupone al Yo [Ego], sino justamente una
antes de poder hablar de un yo capaz de elegir, debe- afección provocada por el Otro, un trauma anárquico [an-ár-
mos considerar cómo se forma el yo. Según sus pala- quico, sin principio y, por lo tanto, con seguridad, enigmáti-
bras, esta formación se produce «fuera de la esencia co, aquello para lo cual no puede aducirse una causa clara],
[essence]». Así es: la esfera en que tiene lugar el surgi- ese aspecto de la autoafección y la autoidentificación, un
miento del sujeto es «preorítológiea», en cuanto el trauma de la responsabilidad, y no de la causalidad».2
mundo fenoménico de personas y cosas sólo es accesi-
Podríamos aceptar la tesis de Levinas de que el
ble después de la formación de un yo como efecto de
trauma primario se desencadena en virtud de una in-
una intrusión primaria. No podemos preguntar por el
trusión inicial del Otro —sin duela, esa es la concep-
«dónde» o el «cuándo» de esa escena primitiva, dado
que esta precede y hasta condiciona las coordenadas
2
espacio-temporales que circunscriben el dominio on- Emxnanuel Levinas, «Substitution» I versión de 1968), en Basic
tológico. Describirla implica despedirse del campo Philosophical Writings, edición establecida por Adriaan T. Peperzak,
Simón Critchley y Robert Bernasconi, Blcomington: Indiana Univer-
descriptivo en el que un «yo» [«self») es formado y deli- sity Press, 1996, págs. 93-4; en lo sucesivo, citado en el texto como S;
mitado en un lugar y un tiempo, y en el que considera original, «La substitution», Revue Philosophique de Louvain, 66,1968,
sus «objetos» y «otros» como situados en otro lugar. La págs. 487-508. Este artículo fue objeto de una reelaboración ulterior
en Otherwise than Being, op, cit.
posibilidad de este encuentro epistemológico supone

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ción de Laplanche— sin plantt ar esa intrusión como ción entre activo y pasivo tal como aparece en la gra-
acusación. ¿Por qué ese trauma, esa afección provoca- mática y en las descripciones cotidianas de interaccio-
da por el Otro, aparece para Levinas en la forma de nes dentro del campo establecido de la ontología. Lo
una acusación y una persecución? Cuando señala que que atraviesa de manera sincrónica este campo de la
«la persecución es el momento preciso en que el sujeto ontología es la condición preontológica de una pasivi-
es alcanzado o tocado sin la mediación del iogos» (S, dad para la cual no es posible conversión alguna en su
pág. 93), se refiere una vez más a esa escena «preonto- opuesto. Para entenderlo, debemos pensar en una
lógica» de instauración del sujeto, por así decirlo, a susceptibilidad a otros no querida ni elegida, que es
través de un «alcance» o un «toque» persecutorio que una condición de nuestra receptividad a los otros e in-
actúa sin conciencia, sin causa y sin conformidad a cluso de nuestra responsabilidad por ellos. Y esto sig-
principio alguno. Tenemos que preguntarnos por qué nifica, entre otras cosas, que designa una no libertad
esto se entiende como persecución o, mejor, qué inten- y que, paradójicamente, llegamos a ser responsables
ta decirnos Levinas respecto de qué es una persecu- por otros a partir de esa misma susceptibilidad con
ción. Una relación pasiva con otros seres precede a la respecto a la cual no tenemos alternativa.
formación del yo o el moi o, para decirlo de manera un En un principio no es fácil, desde luego, entender
tanto diferente, se convierte en el instrumento por cómo pasa Levinas de la idea de que los seres huma-
medio del cual se produce dicha formación. Una for- nos tienen ante otros una susceptibilidad «preontoló-
mación en la pasividad, entonces, constituye la pre- gica» radicalmente no elegida a la tesis de que esa
historia del sujeto, que establece un yo como objeto so- susceptibilidad constituye la base de nuestra respon-
bre el cual otros actúan, previamente a toda posibili- sabilidad hacia ellos. El admite con mucha claridad
dad de su propia actuación. Esta escena es persecuto- que dicha susceptibilidad primaria es una «persecu-
ria por no ser querida ni elegida. Es una manera de ción» precisamente porque no es querida, porque pa-
que se actúe sobre uno con anterioridad a la posibili- decemos un sometimiento radical a la acción de otro
dad de actuar uno mismo o en nombre propio. sobre nosotros y porque no existe la posibilidad de
Así como Laplanche nos advierte que la historia reemplazar esa susceptibilidad por un acto de la vo-
que cuenta acerca de la represión primaria, la forma- luntad o un ejercicio de la libertad. Estamos acostum-
ción de las pulsiones y el «yo» tiene que ser especulati- brados a suponer que sólo podemos ser responsables
va, Levinas nos advierte que no debemos pensar que de lo que hemos hecho, de aquello cuyo origen puede
podemos hallar forma narrativa para ese comienzo rastrearse en nuestras intenciones y nuestros actos.
preontológico. Escribe: «El surgimiento del sí mismo Levinas rechaza de manera explícita este punto de
en la persecución, la pasividad anárquica de la susti- vista, y sostiene que atar la responsabilidad a la liber-
tución, no es un acontecimiento cuya historia poda- tad es un error. Yo soy responsable en virtud de lo que
mos relatar, sino una conjunción que describe el yo me hacen, pero no lo soy de lo que me hacen si por
(...) sujeto al ser, sujeto a todos los seres» (S, pág. 90). «responsabilidad» entendemos el hecho de culparme
Esa pasividad, lo que Levinas llama «pasividad antes por los agravios que me han infligido. Al contrario, no
de la pasividad», no debe entenderse como lo opuesto soy primordialmente responsable en virtud de mis ac-
de la actividad, sino como la precondición de la distin- ciones, sino de la relación con el Otro que se establece

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en el nivel de mi susceptibilidad primaria e irreversi- me persig e me da origen, actúa sobre mí y de ese mo-
ble, mi pasividad previa a cualquier posibilidad de ac- do me insta, me anima a ingresar a la ontología en el
ción o elección. momento de la persecución. Esto sugiere no sólo que
Levinas explica que en este caso la responsabili- actúan sobre mí en forma unilateral desde afuera, si-
dad no es ni un tipo de recriminación de sí mismo ni no que ese «actuar sobre» inaugura un sentido de mí
un concepto pretencioso de mis propias acciones como que es, desde el inicio, un sentido del Otro. Actúan so-
único efecto causal sobre otros. Antes bien, mi capaci- bre mí como el objeto acusativo de la acción del Otro, y
dad de permitir la acción de otros sobre mí me implica mi yo cobra forma por primera vez en el marco de esa
en una relación de responsabilidad. Esto sucede por acusación. La forma adoptada por la persecución es la
obra de lo que Levinas denomina «sustitución», según sustitución misma: algo se sitúa en mi lugar y surge un
la cual se entiende que el «yo» es hostigado por Otro, «yo» que no puede entender su lugar de otro modo que
una alteridad, desde el comienzo. El autor escribe: como ese lugar ya ocupado por otro. En el comienzo,
entonces, no sólo soy perseguida sino asediada, ocu-
«No se trata aquí de humillarse, como si el sufrimiento fuera pada.
en sí mismo (...) un poder mágico de expiación. La cuestión El hecho de que algo me sustituya o tome mi lugar
es que en el sufrimiento, en el trauma original y el retorno a
mí mismo, en que soy responsable por lo que no quise, abso- no significa que llegue a existir donde antes era yo ni
lutamente responsable por la persecución que padezco, se que yo ya no sea, y tampoco que me haya disipado en
me agravia» (S, pág. 90). la nada en virtud de algún tipo de reemplazo. Antes
bien, la sustitución implica que una transitividad
Y sigue adelante para señalar que el yo al que se irreductible —ella misma, que no es un único acto—
agravia está respaldado «al extremo de sustituir todo ocurre todo el tiempo (OJ3, pág. 117). Mientras que
lo que nos impulsa hacia ese no lugar» (ibid.). Algo me «persecución» sugiere que algo actúa sobre mí desde
impulsa que no soy yo [me], y este «yo» [«me»J acusati- afuera, «sustitución» indica que algo toma mi lugar o,
vo surge precisamente en la experiencia y como efecto mejor, siempre está envías de tomarlo. «Ser manteni-
de ser impulsado de esa manera. La pasividad abso- da como rehén» implica que algo me circunda y gene-
luta del «ser impulsado» es una especie de persecu- ra una intrusión de tal índole que no me deja ser libre.
ción y agravio, no porque se me trate mal, sino porque Y plantea incluso la posibilidad de que haya un resca-
me dan un trato unilateral; en este punto, el «yo» pre- te por mí que alguien, en algún lugar, debe pagar (pe-
emergente que soy no es otra cosa que una susceptibi- ro, por desdicha, en un sentido kafkiano, esa persona
lidad radical sometida a la intrusión del Otro. Si sólo ya no existe o la moneda con que contamos ya no tiene
llego a ser responsable en razón de que el Otro actúa valor).
sobre mí, es porque el «yo» cobra vida primero como Es importante señalar que Levinas no dice que las
un «yo» [«me»] acusativo cuando Otro me actúa, y esta relaciones primarias son abusivas o terribles; se limi-
intrusión primaria ya es, y desde el inicio, una inter- ta a indicar que en el nivel más primario otros actúan
pelación ética. sobre nosotros de maneras acerca de las cuales no te-
¿Cómo entra la sustitución en el cuadro? Parecería nemos voz, y que esa pasividad, susceptibilidad y con-
que lo que me persigue llega a sustituir al «yo». Lo que dición de ser objeto de una intrusión instauran lo que

124 125
Es razonable suponer que esa susceptibilidad pri-
somos. Sus referencias a la formación del sujeto no re-
maria a la acción y el rostro del otro, la completa am-
miten a la infancia (Laplanche parece acertar al decir
bivalencia de una interpelación no deseada, es lo que
que esta no es un factor a considerar para Levinas) ni
constituye nuestra exposición a la ofensa y nuestra
ofrecen una exposición diacrónica; la condición se en-
responsabilidad por el Otro. Dicha susceptibilidad es
tiende, antes bien, como sincrónica e infinitamente
un recurso ético justamente porque establece nuestra
recurrente.
vulnerabilidad o exposición a lo que Levinas llama
Lo más importante es que esa condición de ser ob- «heridas y agravios». Estos sentimientos son, en su
jeto de una intrusión es también cierto tipo de «inter- opinión, «propios de la responsabilidad misma». Es
pelación». Uno puede argumentar que es la voz de na- importante señalar que la condición de sustitución
die, la voz de un Dios entendido como infinito y preon- que nos da origen nos establece, sin embargo, como
tológico, lo que se hace conocer en el «rostro» del Otro. singulares e irreemplazables en relación con la exi-
Con seguridad, ese argumento se ajustaría a muchas gencia ética que otros nos plantean: «el sí mismo es
de las ideas de Levinas sobre la interpelación prima- generado con carácter de irreemplazable, dedicado a
ria. Para nuestros fines, sin embargo, considerare- los otros, incapaz de renunciar y, por tanto, encarnado
mos que el Otro levinasiano pertenece a una estructu- a fin de ofrecerse, sufrir y dar» (OB, pág. 105).
ra diádica idealizada de la vida social. Las acciones
del otro me «interpelan» en el sentido de que pertene- Si no fuera por esa exposición al agravio, no po-
cen a Otro que es irreductible, cuyo «rostro» me plan- dríamos responder a la exigencia de asumir responsa-
tea una demanda ética. Podríamos decir que «aun el bilidad por el Otro. Es importante recordar que la for-
Otro que me trata con brutalidad tiene un rostro», y mulación de Levinas modifica nuestra manera co-
así aprehenderíamos la dificultad de responder ética- rriente de pensar la responsabilidad. No nos hacemos
mente a aquellos que nos agravian. Para Levinas, sin responsables de los actos del Otro como si fuéramos
embargo, la exigencia es aún mayor: «precisamente el sus autores. Por el contrario, afirmamos la falta de
Otro que me persigue tiene un rostro». Es más: ese libertad presente en el corazón de nuestras relacio-
rostro está vuelto hacia mí, me individualiza por me- nes. No puedo renegar de mi relación con el Otro, con
dio de su interpelación. Así como la acción del Otro so- prescindencia de lo que este haga y de lo que yo quie-
bre mí me (re)instaura a través de la sustituibilidad, ra. En rigor de verdad, la responsabilidad no pasa por
su rostro, podríamos decir, me interpela de manera el cultivo de una voluntad, sino por la utilización de
singular, irreductible e irreemplazable. De tal modo, una susceptibilidad no querida como recurso para dar
la responsabilidad no surge con el «yo» sino con el «yo» respuesta al Otro. Haya hecho este lo que haya hecho,
[«me»] acusativo: «¿Quién asume en definitiva el su- me plantea, con todo, una exigencia ética, tiene un
frimiento de otros, si no el ser que dice "Yo" ["Mo¿"]?».3 «rostro» ante el cual estoy obligada a responder, y ello
significa que estoy, por decirlo así, impedida de ven-
3 garme en virtud de una relación que nunca elegí.
Emmanuel Levinas, Difficult Freedom: Essays on Judaism, tra-
ducción de Sean Hand, Baltimore: The Johns Hopkins University
Press, 1990, pág. 89; original, Difficile liberté: essais sur lejudaisme,
DK Examino ese libro con mayor detalle en un artículo inédito, «Pre-
París: Albin Michel, 1976 [Difícil libertad: ensayos sobre el judaismo,
histories of postzionism: the paradoxes of Jewish universalism».
Madrid: Caparros, 2004]. En lo sucesivo, será citado en el texto como

127
126
En ciertos aspectos, es un ag avio ser éticamente del caso límite de la prohibición de matar, la condición
responsable de alguien a quien uno no ha elegido. En en la cual su justificación parecería más razonable.
este punto, sin embargo, Levinas hace hincapié en lí- E n 1971, Levinas medita sobre el significado del Ho-
neas de responsabilidad que preceden y sirven de ba- locausto en conexión con sus propias reflexiones sobre
se a cualquier elección posible. Hay situaciones en las la persecución y la responsabilidad. Es consciente,
que el hecho de responder al «rostro» del otro parece con seguridad, de que en el hecho de deducirla segun-
horrible, imposible, y el deseo de venganza asesina da de la primera pueden resonar peligrosamente las
nos abruma con su peso. Pero la relación primaria e voces de quienes culpaban de su destino a los judíos y
involuntaria con el Otro nos exige desistir tanto del otras víctimas del genocidio nazi. Levinas rechaza con
voluntarismo como de una agresión impulsiva funda- toda claridad este punto de vista. No obstante, pre-
da en las metas autoconservadoras del egoísmo. Así, senta la persecución como u n tipo determinado de exi-
el «rostro» comunica una enorme prohibición de la gencia y oportunidad éticas. Sitúa el nexo particular
agresión dirigida hacia el perseguidor. En «Ética y es- entre la persecución y la responsabilidad en el núcleo
píritu», Levinas escribe: del judaismo e incluso como la esencia de Israel. Al ha-
blar de «Israel» se refiere en forma ambigua a los dos
«El rostro, por su parte, es inviolable; esos ojos, que carecen sentidos de la palabra: el pueblo judío y la tierra de
por completo de protección, que son la parte más desnuda Palestina. Y sostiene, en tono polémico, lo siguiente:
del cuerpo humano, ofrecen no obstante una absoluta resis-
tencia a la posesión, una absoluta resistencia en la cual se «La esencia última de Israel deriva de su predisposición in-
inscribe la tentación del asesinato. (...) El Otro es el único nata [innée] al sacrificio involuntario, su exposición a la
ser al que uno puede estar tentado de matar. Esta tentación persecución. No hace falta pensar en la expiación mística
de asesinar y esa imposibilidad de hacerlo constituyen la vi-
que cumpliría como un huésped. Ser perseguido, ser culpa-
sión misma del rostro. Ver un rostro es ya oír "No matarás",
y oír "No matarás" es oír "justicia social"» (DF, pág. 8). ble sin haber cometido delito alguno, no es un pecado origi-
nal, sino el complemento de una responsabilidad universal
—una responsabilidad por el Otro [l'Autre]— que es más an-
Si bien la «persecución» por el Otro refiere a la ga- tigua que cualquier pecado. ¡Es una universalidad invisible!
m a de acciones que se nos imponen en forma unilate- Es el reverso de una elección que expone al yo [moi] antes de
ral sin intervención de nuestra voluntad, el término que tenga siquiera la libertad de aceptar ser elegido. Corres-
adopta un significado más literal para Levinas cuan- ponde a los otros ver si desean abusar [abuser] de él. Y toca
do este habla de los agravios y, finalmente, del geno- al yo libre [moi libre] fijar los límites de esa responsabilidad
o reclamar entera responsabilidad. Pero sólo puede hacerlo
cidio nazi. P a r a nuestra sorpresa, escribe entonces en nombre de esa responsabilidad original, en nombre de ese
que «en el trauma de la persecución» lo ético consiste judaismo» (DF, pág. 225).
en «pasar del agravio padecido a la responsabilidad
por el perseguidor (...) del sufrimiento a la expiación Este párrafo es complejo y problemático por mu-
por el otro» (OB, pág. 111). Así, la responsabilidad se chas razones, sobre todo por el vínculo directo trazado
presenta como una exigencia planteada al persegui- por Levinas entre el sufrimiento de los judíos bajo el
do, y su dilema central es si uno puede o no matar en nazismo y el sufrimiento de Israel, entendido como
respuesta a la persecución. Se trata, podríamos decir, tierra y como pueblo, desde 1948 hasta 1971, cuando

128 129
escribía esas líneas. La equiparación del destino de ma confusión entre los dos ámbitos SP deja ver con cla-
Israel con el destino de los judíos es controvertida de ridad en otros contextos, donde Levinas sostiene, con
por sí, pues desestima las tradiciones diaspóricas y no flagrante racismo, que el judaismo y el cristianismo
sionistas del judaismo. En términos más enfáticos, son las precondiciones culturales y religiosas de la pro-
sin duda es erróneo sostener que sólo el Estado de Is- pia relacionalidad ética, y advierte contra el «ascenso
rael sufrió persecución durante esos años, dado el de las masas innumerables de los pueblos asiáticos
desplazamiento masivo y forzoso de más de setecien- [des masses innombrables des peuples asiatiques] y
tos mil palestinos de sus hogares y aldeas nada más subdesarrollados [que] amenazan la autenticidad re-
que en 1948, para no mencionar las miserias de la cién hallada» [DF, pág. 165) del universalismo judío.
guerra y la ocupación continuas. Es curioso que Levi- Esto, por su parte, es un eco de su advertencia de que
nas abstraiga aquí la «persecución» de sus aparicio- la ética no puede basarse en «culturas exóticas».
nes históricas concretas y la muestre como una esen- No expondré aquí toda mi querella con su argu-
cia aparentemente atemporal del judaismo. Si esto mentación (que es compleja y tenaz), pero sí quiero
fuera cierto, todo argumento histórico en contrario destacar que para Levinas hay una vacilación entre el
podría refutarse por meras razones de definición: sentido preontológico de la persecución —asociado a
«Los judíos no pueden ser perseguidores porque, por una intrusión que se produce con anterioridad a cual-
definición, son los perseguidos». Esta atribución de la quier ontología— y un sentido plenamente ontológico
«persecución» a lo que «Israel» sufre encaja con la con- que llega a definir la «esencia» de un pueblo. De ma-
cepción levinasiana de la estructura preontológica del nera similar, por medio de una aposición al final del
sujeto. Si los judíos son considerados «elegidos» por- párrafo, «en nombre de esa responsabilidad original»
que portan un mensaje de universalidad, y en la pers- se alinea con «en nombre de ese judaismo», punto en
pectiva de Levinas lo «universal» es la estructuración el cual parece evidente que esa responsabilidad origi-
inaugural del sujeto por obra de la persecución y la nal y por ende preontológica es igual a la esencia del
exigencia ética, el judío se convierte entonces en el judaismo. Para que sea un rasgo distintivo del judais-
modelo y el ejemplo de la persecución preontológica. mo en particular, no puede serlo de todas las religio-
El inconveniente, reside, claro está, en que «el judío» nes, y Levinas lo señala con claridad cuando advierte
es una categoría que pertenece a una ontología cultu- contra las tradiciones religiosas que omiten referirse
ralíñente consü cuida (salvo que se trate del nombre a la historia de los santos y a Abraham, Isaac y Jacob
del acceso a la infinitud misma), de modo que si el ju- (DF, pág. 165). Aunque en su versión se nos ofrece una
dío conserva un estatus «electivo» en relación con la explicación poco plausible y extravagante del pueblo ju-
posibilidad de dar respuestas éticas, cabe deducir que dío, identificado en forma problemática con Israel y
Levinas confunde por completo lo preontológico y lo presentado sólo como perseguido y nunca como perse-
ontológico. El judío no es parte de la ontología o la his- guidor, es posible leer su exposición contra el propio
toria, no obstante lo cual esa exención se convierte en Levinas, por así decirlo, y llegar a una conclusión dife-
el modo levinasiano de reivindicar el papel de Israel, rente. En efecto: sus palabras provocan heridas y agra-
considerado desde un punto de vista histórico, como vios y plantean un dilema ético a quienes las leen.
objeto de una persecución eterna y exclusiva. La mis- Aunque Levinas dehmite una tradición religiosa da-

130 131
cimientos del mtisemitismo, los pogromos y los cam-
da como precondición de la respons. ibilidad ética, y de pos de concentración donde más de seis millones de
ese modo presente otras tradiciones corno amenazas a personas fueron masacradas. Pero también está la
la eticidad, es razonable insistir, por decirlo de alguna historia de las tradiciones religiosas y culturales exis-
manera, en un encuentro cara a cara justamente aquí, tentes, muchas de las cuales son anteriores al sio-
donde él afirma que no puede baberlo. Por lo demás,
nismo, y además una historia, más discutida de lo que
si bien en este punto nos hiere, o tal vez precisamente
suele admitirse, de la relación con Israel como ideal
porque nos hiere, somos responsables por él, aun
complejo. Al decir que la persecución es la esencia del
cuando la relación demuestre ser dolorosa en su falta
judaismo no sólo se hace caso omiso de la agencia y la
de reciprocidad.
agresión llevadas a la práctica en nombre de este:
El hecho de ser perseguido, nos dice Levinas, es el
también se excluye un análisis cultural e histórico
anverso de la responsabilidad por el Otro. Ambas
que debería ser complejo y específico, por obra del re-
situaciones tienen un vínculo fundamental, y vemos
curso a una condición preontológica singular, una
su correlato objetivo en la doble valencia del rostro:
«Esta tentación de asesinar y esa imposibilidad de ha- condición que, entendida como universal, se identifi-
cerlo constituyen la visión misma del rostro». Cuando ca como la verdad transhistórica y definitoria del pue-
se es perseguido se puede llegar al asesinato como blo judío.
respuesta, e incluso al desplazamiento de la agresión El dominio «preontológico» al que Levinas hace re-
asesina hacia aquellos que en modo alguno han sido ferencia (cualquier representación del cual, dice, se-
los autores de las ofensas a raíz de las cuales uno bus- ría una «traición») es difícil de conjurar, dado que pa-
ca venganza. Pero, ajuicio de Levinas, de la humani- recería irrumpir en lo ontológico, donde deja sus hue-
zación del rostro surge precisamente una exigencia llas. Cualquier representación finita traiciona la infi-
ética: este a quien estoy tentado de asesinar en defen- nitud representada, pero las representaciones llevan
sa propia es un «uno» que me hace una demanda y, sin duda la huella de lo infinito/La «instauración» del
así, me impide convertirme, inversamente, en perse- sujeto se produce en virtud de la intrusión por cuyo
guidor. Una cosa es, desde luego, argumentar que la intermedio se comunica una exigencia ética infinita.
responsabilidad nace de la situación de ser persegui- Pero esta escena no puede narrarse en el tiempo; se
do —la idea es ineludible y contraintuitiva, sobre todo reitera y pertenece a un orden que no es temporal. En
si responsabilidad no significa la identificación de uno este aspecto, puede ser de interés recordar la breve
mismo como causa de la acción lesiva de otro—; pero crítica que Laplanche hizo de Levinas, centrada en la
sostener que cualquier grupo históricamente consti- incapacidad de la posición levinasiana de describir la
tuido de personas es, por definición, siempre perse- formación diacrónica del sujeto humano. Mientras
guido y nunca perseguidor significa, al parecer, no Levinas explica la instauración del «yo» [«me»] acusa-
sólo confundir los niveles ontológico y preontológico, tivo mediante una escena primitiva y sincrónicamen-
sino autorizar una irresponsabilidad inaceptable y un te concebida de intrusión preontológica, Laplanche
recurso ilimitado a la agresión en nombre de la «de- considera al bebé, la represión primaria y la forma-
fensa propia». A decir verdad, los judíos tienen una ción de objetos-fuente, que se convierten en los gene-
historia culturalmente compleja que incluye los pade- radores internos de las pulsiones y su opacidad re-

133
132
^ — •• •
te no basta. Cabría esperar que lo que añrma tomara
cúrrente. Para ambos, sin embargo, la primacía o en cuenta el tipo de posición que hemos leído en La-
marca del Otro es primaria, inaugural, y no hay for- planche. «El otro lado» de la conciencia no es el in-
mación de un «yo» [«me»] acusativo al margen de esa consciente, señala Levinas: «el inconsciente, en su
intrusión originalmente pasiva y la capacidad de dar clandestinidad, reitera el juego jugado en la concien-
respuestas constituida en el crisol de esta pasividad. cia, a saber: la búsqueda del sentido y la verdad como
El bebé de Laplanche está «abrumado» por una se- búsqueda del yo» (S, pág. 83). Para Laplanche no hay
ducción generalizada impuesta por el mundo adulto restauración de la autoconáencia. Y, con seguridad,
sexualizado, y es incapaz de recibir «mensajes» se- no hay conversión del ello o del inconsciente en el yo o
xuales que, en su forma enigmática e incomprensible, la conciencia, lo cual sigue siendo el núcleo de su lu-
se interiorizan como un dinamismo opaco en sus im- cha con las formas de la psicología del yo que aspiran
pulsos más primarios. La enigmática demanda se- precisamente a esas metas. La autoconciencia se ve
xual del mundo adulto reaparece como la enigmática siempre impulsada, de manera muy literal, por una
demanda sexual de mis propios impulsos o pulsiones. alteridad que se ha vuelto interna, un conjunto de sig-
Estas últimas se forman como consecuencia de esa in- nificantes enigmáticos que laten a través de nosotros
trusión del mundo, de modo que no existe un yo prefa- de una manera que nos hace ajenos a nosotros mis-
bricado y ya provisto de sus pulsiones internas: sólo mos en forma permanente y parcial.
hay una interioridad y un yo producido como el efecto Aunque tanto Laplanche como Levinas adhieren a
de la interiorización de los significantes enigmáticos las nociones de pasividad primaria e identifican al
que surgen en el mundo cultural más general. El «yo» Otro en el comienzo del «yo» [«me»! acusativo, las dife-
[«pie»] acusativo de Levinas no aparece como produc- rencias entre ellos son significativas. Si examinamos
to de la seducción sino de la acusación y la persecu- con detenimiento la descripción laplancheana de la
ción, y aunque en respuesta a este escenario se confi- pulsión, por ejemplo, comprobamos que debe su inicio
gura la posibilidad de la agresión asesina, esta se her- y su estructura al significante enigmático. No pode-
mana con una capacidad de dar respuesta ética que mos determinar con claridad si la pulsión ya está en
parece estar allí desde el inicio, como rasgo constituti- acción cuando se produce el trauma primario, pero el
vo de una susceptibilidad humana primaria al Otro. desplazamiento sólo parece ocurrir como resultado del
En definitiva, la posición levinasiana no es compa- trauma, e inaugura la pulsión y la aparta de su condi-
tible con una postura psicoanalítica, aun cuando pue- ción biológica mínima, entendida como «instinto».4 Si
da parecer que la persecución primaria tiene su pa- para Laplanche hay una indefersión primaria frente
ralelo en la noción laplancheana de la interpelación a los mensajes sexuales enigmáticos transmitidos por
primaria que abruma. Laplanche sostiene que el in- el mundo adulto, y esto precipita una represión pri-
consciente no puede entenderse como «mi» incons- maria y la internahzaáón del significante enigmático,
ciente, algo fundado en un yo [me] ya existente, algo 4
Jean Laplanche, Life and Death in Psychoanalysis, traducción de
que puede convertirse en conciencia e incluso en el yo. Jeffrey Mehlman, Baltimore: The Johns HopMns University Press,
Esta afirmación no parece encajar con la caricatura 1985; original, Vie et mort enpsychanalyse, París: Flammarion, 1970 \Vi-
del psicoanálisis propuesta por Levinas, en especial da y muerte en psicoanálisis, Buenos Aires: Amorrortu, 1973].
cuando este señala que la postulación del inconscien-
135
134
parecería que esa impresionabilidad p. imitiva no sólo tad, fortalece un sentido de la responsabilidad? ¿He-
es «pasiva»: está, antes bien, indefensa, angustiada, mos tal vez desbaratado sin saberlo la posibilidad de
asustada, abrumada y, por último, deseosa. Para de- la agencia con todo lo expuesto acerca del hecho de ser
cirlo en otras palabras, hay una gama de respuestas entregado, ser estructurado, ser interpelado? En la
afectivas que ocurren en el momento en que se pro- experiencia adulta sufrimos sin duda toda clase de
duce una intrusión. ofensas y hasta violaciones. Estas sacan a la luz parte
Levinas no puede dar cabida al concepto de un con- de una vulnerabilidad y una impresionabilidad pri-
junto primario de necesidades o pulsiones, aunque mitivas, y bien pueden evocar experiencias primarias
parece aludir a una noción elemental de agresión o de una manera más o menos traumática. ¿Constitu-
impulso asesino cuando concede que la ética debe yen esas experiencias la base de un sentido de la res-
actuar contra la tentación de matar al Otro. Tanto pa- ponsabilidad? ¿Desde qué punto de vista podemos
ra él como para Laplanche, empero, estos afectos pri- considerar que de la experiencia de la ofensa o la vio-
marios, se trate de la agresión o de la pulsión, son con- lación surge un sentido mayor de la responsabilidad?
secuencia de una intrusión previa del Otro, y por con- Tengamos en cuenta por un momento que con el
siguiente siempre son, en ese sentido, «secundarios». término «responsabilidad» no aludo a un sentido mo-
Mientras Levinas afirma la existencia de una pasivi- ral intensificado que sólo consiste en una internaliza-
dad primaria indisolublemente ligada a la capacidad ción de la furia y un apuntalamiento del superyó.
de dar respuesta ética, Laplanche sostiene que hay Tampoco me refiero a un sentido de la culpa que pro-
una indisolubilidad primaria de la impresión y la pul- cure encontrar en nosotros mismos la causa de lo que
sión. A su juicio, el mundo adulto transmite mensajes hemos sufrido. Con seguridad, estas son respuestas
que son abrumadoramente enigmáticos para los ni- posibles y prevalecientes ala ofensa y la violencia, pe-
ños, por lo cual generan una sensación de indefensión ro todas ellas promueven la reflexividad al apuntalar
e inducen un deseo de dominio. Pero estos mensajes al sujeto, sus pretensiones de autosuficiencia y su ca-
no se limitan a quedar grabados. Son registrados, rácter central e indispensable en el campo de su expe-
adoptados por la pulsión, y entran en las formas ulte- riencia. La mala conciencia es una forma de narcisis-
riores asumidas por ella. Este territorio es delicado, mo negativo, como Freud y Nietzsche nos dijeron de
pues sería un error hacer a los niños responsables de diferentes maneras. Y, al ser una forma de narci-
los mensajes que reciben. Esos mensajes siempre lle- sismo, rehuye del otro, de la impresionabilidad, la
gan, en primer lugar, sin ser solicitados por el bebé o vulnerabilidad y la fragilidad. La multitud de formas
el niño. No obstante, la lucha y la tarea de la persona de mala conciencia que Freud y Nietzsche analizan
que empieza a formarse pasan entonces por compren- con tanta destreza nos muestra que las formas mora-
derlos, encontrarles un lugar y, más adelante, en la lizantes de la subjetividad aprovechan y explotan los
adultez, aceptar el hecho de que han quedado regis- mismos impulsos que procuran doblegar. Por otra
trados en niveles que la conciencia no puede recupe- parte, muestra que el propio instrumento de repre-
rar por completo. sión se forja con esos impulsos, y genera así un circui-
to tautológico en el que el impulso alimenta la misma
¿Podemos decir que la experiencia de sufrir una
ley que lo prohibe. Pero, ¿hay una teorización de la
imposición desde el comienzo, contra la propia volun-

136 137
cación moral permanente a la represalia, no conoce ni
responsabilidad más allá de la mala conciencia? Ha- puede tener fin. Esa estrategia ha desarrollado una
bida cuenta de que esta provoca el retraimiento del aptitud infinita para rebautizar su agresión como su-
sujeto en el narcisismo, ¿en qué medida actúa contra frimiento y darle, de ese modo, una justificación infi-
la responsabilidad, justamente por excluir la relación nita. O bien es posible decir que «yo» o «nosotros» he-
primaria con la alteridad que nos anima, y de la cual mos traído esa violencia sobre nuestra persona, y dar
surge la posibilidad de dar respuesta ética? cuenta de ella remitiéndonos a nuestros actos, como
¿Qué podría significar experimentar una viola- si creyéramos en la omnipotencia de estos y supusié-
ción, insistir en no mitigar el dolor ni restañar con de- ramos que son la causa de todos los posibles efectos.
masiada rapidez la vulnerabilidad por medio de un En rigor, este tipo de culpa exacerba nuestra sensa-
vuelco a la violencia, y practicar, como un experimen- ción de omnipotencia, a veces bajo el signo mismo de
to en otro modo de vivir, la no violencia en una res- su crítica. La violencia no es un justo castigo que su-
puesta enfáticamente no recíproca? ¿Qué significaría, fríalos ni una justa venganza por lo sufrido. Traza el
frente a la violencia, rehusarse a devolverla? Tal vez perfil de una vulnerabilidad física de la cual no pode-
deberíamos pensar, con Levinas, que la autoconser- mos huir y que, en definitiva, no podemos resolver en
vación no es la meta más alta, ni que la defensa de un nombre del sujeto, pero que puede mostrar un camino
punto de vista narcisista es la necesidad psíquica más para entender que ninguno de nosotros está delimita-
urgente. El hecho de que una intrusión nos afecte pri- do por completo, separado del todo, sino que, antes
mariamente y contra nuestra voluntad es el signo de bien, todos estamos, en nuestro propio pellejo, entre-
una vulnerabilidad y un estado de obligación que no gados, cada uno en las manos del otro, a merced del
podemos ignorar por más que queramos. Sólo pode- otro. Esta es una situación que no elegimos. Constitu-
mos defendernos de ellos si privilegiamos la asociali- ye el horizonte de la elección y funda nuestra respon-
dad del sujeto por encima de una relacionalidad difícil sabilidad. En ese sentido, no somos responsables de
e ingobernable, y a veces hasta insoportable. ¿Qué po- ella, pero esa situación crea las condiciones en que
dría significar conformar una ética a partir de la re- asumimos la responsabilidad. No la hemos creado, y
gión de lo no querido? Podría significar que uno no ex- por lo tanto debemos tenerla en cuenta.
cluye esa exposición primaria al Otro, no trata de
transformar lo no querido en querido, sino que, por el
contrario, toma el propio carácter intolerable de la ex-
posición como el signo, el recordatorio, de una vulne- Adorno y cómo convertirse en humano
rabilidad común, una cualidad física y un riesgo co-
munes (incluso si «común» no significa «simétrico» pa- «El secreto de la justicia en el amor es la anulación de todos
ra Levinas). los derechos, y a eso apunta calladamente el amor».
Siempre es posible decir: «Ah, me han violentado Theodor Adorno, Mínima moralia
de algún modo y eso me da plena autoridad para ac-
tuar bajo el signo de la "defensa propia"». Muchas Nuestra manera de responder a la ofensa puede
atrocidades se cometen con el pretexto de una «defen- brindar una oportunidad de elaborar una perspectiva
sa propia» que, precisamente por atribuir una justifí-
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138
ética e incluso de llegar a ser humanos. Adorno anali- convertiremos en el mal que depl/ '•amos»? Si, como
za el tema de diversos modos. En la siguiente cita de señala Adorno, «en la ceguera más íntima del amor
Mínima moralia parece hablar de la ética privada, (...) anida la exigencia de no dejarse enceguecer», esa
pero en sus palabras hay implicaciones políticas más ceguera parecería corresponder a la primacía de la
amplias: fascinación, al hecho de que desde el inicio estamos
implicados en un modo de relacionalidad que no pue-
«Quien ha sido ofendido, desdeñado, tiene una iluminación de tematizarse de manera cabal, someterse a la refle-
tan vivida como la experimentada cuando la agonía del dolor xión ni conocerse cognitivamente. Ese modo de rela-
nos enciende el cuerpo. Toma entonces conciencia de que en cionalidad, ciego por definición, nos hace vulnerables
la ceguera más íntima del amor, que debe permanecer ajeno,
anida la exigencia de no dejarse enceguecer. Lo han agravia- a la traición y el error. Podríamos desear ser seres to-
do; de ello deduce la reivindicación de un derecho y debe al talmente perspicaces, pero eso significaría renegar de
mismo tiempo rechazarla, pues lo que desea sólo puede dar- la infancia, la dependencia, la relacionalidad, la im-
se en libertad. En esa zozobra, quien es desairado se vuelve presionabilidad primaria; sería el deseo de erradicar
humano».5 todas las huellas activas y estructurantes de nuestras
formaciones psicológicas y vivir en la ficción de ser
La afirmación de que «en esa zozobra, quien es de- adultos plenamente cognoscentes y dueños de noso-
sairado se vuelve humano» podría parecer una racio- tros mismos. A decir verdad, nos convertiríamos así
nalización de ofensa o un elogio de sus virtudes. Creo, en el tipo de seres que, por definición, no pueden estar
empero, que ni Adorno ni Levinas hacen un elogio se- enamorados, ciegos y enceguecidos, ni ser vulnerables
mejante.6 Antes bien, ambos aceptan la inevitabili- a la devastación, ni quedar sometidos a la fascinación.
dad de la ofensa, junto con la dificultad moral que Si fuéramos a responder a la ofensa con la afirmación
aparece como consecuencia de sufrirla. Contra quie- de que tenemos el «derecho» a no recibir ese tratamien-
nes suelen afirmar que la ética es la prerrogativa de to, trataríamos el amor del otro como una atribución,
los poderosos, uno podría aducir que sólo desde el y no como un don. Por ser un don, ese amor exhibe la
punto de vista del ofendido puede entenderse deter- insuperable calidad de la gratuidad. Es, en el lengua-
minada concepción de la responsabilidad. ¿Cuál será je de Adorno, un don entregado en libertad.
la respuesta a la ofensa? Y, en el lenguaje de un es-
Pero, ¿es la alternativa el contrato o la libertad? O
logan político de advertencia de la izquierda, ¿«nos
bien, así como ningún contrato puede garantizarnos
5
Theodor W. Adornu, Mínima Moralia: Reflections from Damaged
el amor, ¿sería también un error concluir que el amor,
Life, traducción de E. F. N. Jephcott, Londres: Verso, 1974, pág. 164; por lo tanto, se da de modo radicalmente Ubre? En ri-
original, Mínima Moralia: Reflexionen aus dem beschadigten Leben, gor, la falta de libertad que anida en el corazón del
Francfort: Suhrkamp, 1969, pág. 216 [Mínima moralia: reflexiones
desde la vida dañada, Madrid: Taurus, 1987]. amor no corresponde al contrato. Después de todo, el
6
En Hent de Vries, Mitúmal Theologies: Critiques of Secular Rea- amor por el otro será, por necesidad, ciego aun en su
son in Adorno and Levinas, traducción de Geofirey Hale, Baltimore: saber. El hecho de que en el amor estemos obligados
The Johns Hopkins University Press, 2005, se encontrará una ex- significa que, al menos en parte, desconocemos por
tensa comparación de Adorno y Levinas; original, Theologie impianis-
simo & zwischen Rationalitát und Dekonstruktion: die Aktualitat der qué amamos como lo hacemos y por qué ejercemos in-
Denkftguren Adornos und Levinas, Kampen: J. H. Kok, 1989. variablemente mal nuestra capacidad de juicio. Con

140 141
mucha frecuencia, en lo que llamamos «amor» ocurre mos la autoridad en virtud de la cual hacemos esa
que nos vemos forzados por nuestra propia opacidad, afirmación. En su conferencia final sobre la moral,
nuestros propios lugares de desconocimiento y, a decir Adorno escribe: «Necesitamos aferramos a las nor-
verdad, nuestra propia ofensa (razón por la cual Me- mas morales, la autocrítica, la cuestión del bien y el
laníe Klein, por ejemplo, insiste en que las fantasías mal, y al mismo tiempo a un sentido de la falibilidad
de reparación estructuran el amor). En el pasaje an- [Fehlbarkeit] de la autoridad que tiene la confianza de
tes citado, sin embargo, Adorno traza un movimiento intentar esa autocrítica» (PMP, pág. 169). Inmediata-
en el que uno se ve forzado a reivindicar el derecho a mente después declara que, aunque parece hablar de
no ser desairado y, al mismo tiempo, se resiste a ha- moral, también explícita el significado de lo humano:
cerlo. Es posible leer esta situación como una contra-
dicción paralizante, pero me parece que no es eso lo «Soy renuente a usar el término "humanidad" en esta co-
que Adorno pretende dar a entender. Antes bien, se yuntura, porque es una de las expresiones que reifican y por
trata de un modelo de amplitud ética, que entiende el ende falsifican problemas cruciales por el simple hecho de
llamado de la reivindicación y a la vez lo resiste, y hablar de ellos. Cuando los fundadores de la Unión Huma-
nista me invitaron a integrar su organización, les contesté
muestra con ello cierta actitud ambivalente como ac- que "podría haber estado dispuesto a incorporarme si su
ción misma de la ética. Uno procura preservarse con- club se hubiera llamado Unión Inhumana", pero que no
tra el carácter lesivo del otro, pero si lograra amura- podía asociarme a una entidad que se calificaba de "huma-
llarse contra la ofensa se volvería inhumano. En este nista". De modo que, si he de utilizar el término aquí, un as-
sentido, cometemos un error cuando consideramos pecto indispensable de una humanidad que reflexiona sobre
sí misma es no permitir que se la distraiga. Tiene que haber
que la «autoconservación» es la esencia de lo humano,
un elemento de inmutable persistencia [Unbeirrbarkeit], de
a menos que sostengamos, en correspondencia con aferramiento a lo que creemos haber aprendido de la expe-
ello, que lo «inhumano» también lo constituye. Uno de riencia, y, por otro lado, necesitamos un elemento no sólo de
los inconvenientes provocados por la insistencia en la autocrítica, sino de crítica de ese tenaz e inexorable algo [an
autoconservación como base de la ética es que esta se jenem Starren und Unerbittlichen] que se establece en noso-
convierte en una pura ética del yo, si no en una forma tros. En otras palabras, lo que necesitamos antes que nada
es la conciencia de nuestra falibilidad» iibid.).
de narcisismo moral. Al persistir en la vacilación en-
tre el deseo de reivindicar un derecho ante tal ofensa
y la resistencia a esa reivindicación, uno «se vuelve Hay entonces algo tenaz que se establece en no-
humano». sotros, se instala dentro de nosotros, constituye lo que
no conocemos y nos vuelve falibles. Por una parte, po-
Como se advertí: á, el «volverse humano» no es una
dríamos decir, como cuestión de hecho, que todo ser
tarea sencilla, y no siempre resulta claro si lo conse-
humano debe vérselas con su falibilidad, pero Adorno
guimos, y cuándo. Ser humano parece significar en-
parece sugerir que algo en esa falibilidad dificulta ha-
contrarse en una situación difícil que uno es incapaz
blar de lo humano, reivindicarlo, y que tal vez se lo
de resolver. De hecho, Adorno aclara que no puede de-
entendería mejor como «lo inhumano». Cuando escri-
finirnos lo humano. Si lo humano es algo, en realidad,
be, unas líneas más adelante, que «la verdadera in-
parecería ser un doble movimiento en el que afirma-
justicia siempre ha de encontrarse en el punto preciso
mos normas morales al mismo tiempo que cuestiona-
en que nos ponemos del lado del bien y ponemos a

142
143
otras personas del lado del mal» (ibicl. , sitúa la moral vierte en la af rmación del yo a exjjensas de toda
en el ámbito de la restricción, la «no adhesión», y con- consideración del mundo, de las consecuencias e in-
trarresta la Entschlossenheit o determinación de Hei- cluso de los otros, alimentará un «narcisismo moral»
degger con la sugerencia de que la moral consiste en cuyo placer radica en su capacidad de trascender el
abstenerse de la afirmación de sí. El Odradek de mundo concreto que condiciona sus acciones y es afec-
Kafka representa esta refutación del primer Heideg- tado por estas.
ger.7 Esa «criatura» o «cosa» —que se asemeja a un ca- Aunque Adorno se dice capaz de unirse a una so-
rretel de hilo pero también parece ser el hijo del na- ciedad que se defina como grupo en favor de lo «inhu-
rrador, apenas se equilibra sobre una de sus puntas y mano», y apunta a la figura inhumana de Odradek
rueda a perpetuidad escaleras abajo— es sin duda para proponer una concepción de la supervivencia y
una figura del ser deshumanizado que está extraña- la esperanza, no aboga, en definitiva, por lo inhuma-
mente animado por su deshumanización, cuya risa no como ideal. Lo inhumano, antes bien, establece un
suena como el «susurro de las hojas caídas» y cuya punto de partida crítico para un análisis de las condi-
condición humana es de una incertidumbre radical. ciones sociales en que lo humano se constituye y des-
Adorno considera que este personaje de Kafka está constituye. Adorno muestra que en Kafka lo inhuma-
condicionado por cierto fetichismo de la mercancía, en no pasa a ser una manera de sobrevivir a la organiza-
el que las personas se han convertido en objetos y es- ción actual de la sociedad «humana», una persistencia
tos han cobrado vida de una manera macabra. Según animada de lo que en gran medida ha sido devastado;
Adorno, en efecto, Odradek da vuelta esta primera en este sentido, «lo inhumano» facilita una crítica in-
doctrina heideggeriana, como un eco de lo que Marx manente de lo humano y se convierte en la huella o la
hizo con Hegel, en cuanto se convierte en una figura ruina a través de la cual lo humano sigue viviendo
del gesto que desecha la noción misma de voluntad o ifortleben). Lo «inhumano» es también una forma de
Entschlossenheit utilizada para definir lo humano. designar el modo en que las fuerzas sociales se esta-
Si la formulación existencialista temprana presen- blecen en nosotros y nos impiden definirnos en térmi-
ta al ser humano como un ser que se define y se afir- nos de libre albedrío. Para terminar, lo «inhumano»
ma a sí mismo, la restricción de sí desconstituye efec- designa la intrusión del mundo social en nosotros, de
tivamente lo humano. Para Adorno, la afirmación de una manera que, invariablemente, nos vuelve igno-
sí se vincula con un principio de autoconservación rantes de nosotros mismos. Como es obvio, tenemos
que, al igual que Levinas, él cuestiona como valor mo- que enfrentarlo cuando tratamos de abrirnos paso en
ral último. En definitiva, si la autoafirmación se con- la vida moral, pero esto no significa que lo «inhuma-
no», para Adorno, se convierta en una nueva norma.
7
M contrario, no lo celebra, e incluso convoca a denun-
Véase, asimismo, el análisis de Adorno sobre el cuento de Kafka en
Theodor W. Adorno y Walter Benjamín, The Complete Correspon-
ciarlo definitivamente. En contra de lo que considera
dence, 1928-1940, edición establecida por Henri Lonitz, traducción de el seudoproblema del relativismo moral, señala:
Nieholas Walker, Cambridge: Harvard University Press, 1999, págs.
68-70; original,Adorno-Benjamin Briefwechsel, 1928-1940,Francfort: «Tal vez no sepamos qué son el bien absoluto o la norma
Suhrkamp, 1995, págs. 93-6 [Correspondencia: Theodor Adorno y
Walter Benjamín (1928-1940), Madrid: lYotta, 1998].
absoluta, y ni siquiera qué son el hombre, lo humano [das

144 145
Menschlíche] i la humanidad [die Humanitat], pero en ver- luntad (reducida a la carencia total). S: se opone a la
dad sabemos realmente muy bien qué es lo inhumano [das deshumanización, entendida como el sojuzgamiento
Unmenschliche]. Yo diría que en nuestros días el lugar de la de los hombres al privarlos de voluntad, no es porque
filosofía moral se encuentra más en la denuncia concreta de quiere que los seres humanos se definan en función
lo inhumano que en los vagos [unverbindlichen] y abstractos
intentos de situar al hombre en su existencia» (PMP, pág.
de la voluntad. La solución individualista que suele
175). identificar la voluntad como la norma definitoria de la
calidad de humano no sólo aparta al individuo del
De tal modo, Adorno llama a denunciar lo inhuma- mundo, sino que destruye el fundamento del compro-
no, pero deja ver con claridad que lo inhumano es pre- miso moral con este. Resulta difícil condenar aquí la
cisamente lo necesario para llegar a ser humano. Des- intrusión violenta en la voluntad sin concebir esa vo-
pués de todo, si la exposición al desaire del otro nos luntad como condición definitoria de lo humano. En
impulsa a afirmar un derecho que también debemos efecto, la intrusión es inevitable: no hay «derecho»
abstenernos de afirmar, y con ello, a poner en tela de que podamos afirmar contra esta condición funda-
juicio la legitimidad de esa afirmación, en este último mental. Al mismo tiempo, sin duda podemos y debe-
gesto, caracterizado por la restricción y el cuestiona- rnos idear normas para juzgar diferentes formas de
miento, encarnamos lo «inhumano» al proponer una intrusión, distinguiendo su dimensión inevitable e in-
crítica de la voluntad, de la afirmación y de la deter- superable, por un lado, y sus condiciones socialmente
minación como requisitos de lo humano. En este sen- contingentes y reversibles, por otro.
tido, lo «inhumano» no es lo opuesto de lo humano, si- Aun la «denuncia» de lo inhumano planteada por
no un medio esencial gracias a cuya intervención nos Adorno resulta equívoca, dado que también él necesi-
convertimos en seres humanos en y a través de la ca- ta valerse de ese término para su concepción de lo hu-
rencia de nuestra calidad de tales. Podríamos con- mano. Cuando exhorta a denunciarlo, adopta la pos-
cluir que Adorno ha propuesto aquí otra concepción tura moralmente segura de quien sabe con precisión
de lo humano, en que la restricción de la voluntad lle- qué condenar. Y tan pronto como condena lo «inhu-
ga a definirlo como tal. Podríamos incluso decir que, a mano», lo asocia a los tipos de deshumanización a los
su juicio, cuando lo humano se define por la voluntad que se opone. Pero es evidente que favorece otras for-
y niega la intrusión del mundo en él, deja de ser hu- mas de deshumanización, sobre todo cuando implican
mano. En este aspecto, la denuncia do lo inhumano una crítica de la voluntad y el reconocimiento de una
sólo podría producirse mediante la denuncia simultá- socialidad históricamente constituida. A decir ver-
nea de una versión de lo humano. En efecto: la única dad, la denuncia parece ser un acto obstinado caracte-
manera de entender a Adorno respecto de este punto rístico de la ética de la convicción, una ética indivi-
es aceptar que ninguna concepción de lo humano que dualista, si no plenamente narcisista. Así, en el acto
lo defina por la voluntad o, alternativamente, lo des- de la denuncia, Adorno ocupa para nosotros esa posi-
poje de toda voluntad puede ser válida. En rigor de ción y muestra, en sustancia, que esta será inevita-
verdad, para Adorno, lo «inhumano» surge a la vez blemente ocupada de una u otra manera. Sin embar-
como una figura de la voluntad pura (eviscerada de go, la denuncia no es el único modelo de juicio moral
vulnerabilidad) y como una figura de la falta de vo- en sus reflexiones sobre la moral. En rigor, también

146 147
corresponde a la ética de la convicción, y no a la ética excluida de la concepción de lo humano. Ser veraz, se-
de la responsabilidad, que caracteriza al proyecto que gún el modelo adorniano de este kantismo, significa
Adorno lleva adelante en sus conferencias en torno a seguir la exhortación a «ser idéntico a ti mismo. Y en
la moral. esa identidad, en lo que podríamos llamar esa reduc-
La convicción parece corresponder a una ética que ción de las exigencias morales a la veracidad consigo
considera al yo como el fundamento y la medida del mismo y nada más, es natural que se evaporen todos
juicio moral. Para Adorno, como para Max Weber, la los principios específicos concernientes a cómo debe-
responsabilidad tiene que ver con la adopción de una mos comportarnos, a punto tal que, de acuerdo con es-
acción en el contexto de un mundo social donde las ta ética, uno podría terminar por ser un verdadero
consecuencias importan.8 La caracterización ador- hombre si es un bribón [Schurke] veraz, es decir, cons-
niana del kantismo como una forma de narcisismo ciente y transparente» (PMP, pág. 161).
moral parece apoyarse en esa convicción, y sugiere En realidad, Adorno plantea el argumento con ma-
asimismo que cualquier posición deontológica que yor énfasis cuando sostiene, con Ibsen, que las formas
niegue el consecuencialismo corre el riesgo de recaer de la pureza moral están a menudo alimentadas por
en el narcisismo y, en ese sentido, ratificar la organi- un «egoísmo oculto». También Kant, argumenta,
zación social del individualismo. De acuerdo con la
versión del kantismo que adhiere a «un ideal de razón «tenía un ojo penetrante para el hecho de que los motivos
abstracta», la capacidad misma de errar, estar ence- que consideramos puros, y por lo tanto conformes al impera-
guecido, cegar o incurrir en una «mentira vital» está tivo categórico [die des kategorischen Imperatives vorspie-
geln), sólo son en verdad motivos cuyo origen se encuentra
8
en el mundo empírico. En última instancia, están vinculados
Véase Max Weber sobre dos formas de ética, una de la responsabi- con nuestra facultad de desear y, por consiguiente, con la
lidad y otra de la convicción, en «Politics as a vocation», en From Max
gratificación de lo que yo llamaría nuestro narcisismo moral.
Weber: Essays in Sociology, edición y traducción de H. H. Gerth y C.
Wright Mills, Nueva York: Oxford University Press, 1958, págs. 77- Podemos decir, en general —y esto és lo válido [wahr] de esta
128 [«La política como profesión», en La ciencia como profesión I La crítica—, que es justo sentir cierto recelo acerca de las perso-
política como profesión, Madrid: Espasa-Caípe, 2001]. Weber sostiene nas de quienes se dice que son pura voluntad [die sogenann-
que «la conducta puede orientarse hacia una "ética de los fines úl- te reinen Willens] y que aprovechan todas las oportunidades
timos" o hacia una ética de la responsabilidad» (pág. 120). La ética de para aludir a esa pureza de voluntad. La realidad es que es-
los fines últimos se relaciona con la convicción de que ciertofinjus- ta denominada "voluntad pura" está casi siempre hermana-
tifica los medios necesarios para alcanzarlo y en ocasiones implica el da [uerschioistert] con la disposición a denunciar a otros y la
riesgo de valerse de recursos moralmente dudosos con ese objeto. Una
ética de la responsabilidad armoniz? con las consecuencias de la necesidad de castigarlos y perseguirlos; en suma, con toda la
conducta humana en el mundo existente y acepta hacerse responsable naturaleza problemática de lo que será más que familiar
de estas. Así, la posición de la «responsabilidad» está orientada por la para ustedes debido a las diversas purgas [Reinigungsaktio-
conducta y es realista. Weber termina por argumentar que algo del nen] que se han producido en los Estados totalitarios» (PMP,
idealismo de la primera de estas éticas es necesario para dedicarse a pág. 163).
la profesión política, y agrega que «una ética de losfinesúltimos y una
ética de la responsabilidad no son contrastes absolutos sino más bien
complementos, que sólo al unísono constituyen a un hombre au-
Adorno procura mostrar la inversión dialéctica
téntico, un hombre que puede tener "vocación por la política"» (pág. que tiene lugar entre pureza moral y narcisismo mo-
127). Véase también Wendy Brown, Politics Out ofHistory, Princeton: ral, entre una ética de la convicción y una política de
Princeton University Press, 2001, págs. 91-5.
la persecución; su aparato conceptual siempre supone

148 149
por el mundo social ya constituido y qué consecuen-
que la forma lógica que estas relaciones adoptarán se-
cias se derivarán de nuestras diversas formas de ac-
rá binaria e inversa, correspondiente a una dialéctica
tuar. La deliberación se produce en relación con un
negativa. Este modo de análisis funciona en la medi-
conjunto concreto de circunstancias históricas, pero
da en que aceptamos que las relaciones sociales están
también —y esto es más importante— en. relación con
estructuradas por la contradicción y que la divergen-
una comprensión de los patrones que regulan la ac-
cia entre principio abstracto, por una parte, y acción
ción en el horizonte social contemporáneo.
práctica, por otra, es constitutiva de los tiempos histó- Así como Foucault objeta las formas de la ética que
ricos. entregan al sujeto a una preocupación incesante y au-
Varias de las proposiciones que Adorno nos ha pre- toincriminatoria por una psique, considerada interna
sentado convergen en algunos aspectos interesantes e y única, Adorno objeta la recaída de la ética en formas
importantes con la problemática de la ética, tal como de narcisismo moral. Cada uno a su modo, ambos tra-
surge en el último Foucault. Este, como Adorno, sos- tan de desplazar al sujeto como el fundamento de la
tiene que la ética sólo puede entenderse en función de ética a efectos de reformularlo como un problema pa-
un proceso de crítica, en el cual esta se ocupe, entre ra la ética. Esto no significa en ninguno de los dos ca-
otras cosas, de los regímenes de inteligibilidad que or- sos la muerte del sujeto, sino una indagación de los
denan la ontología y, específicamente, la ontología del modos a través de los cuales se lo instituye y sostiene,
sujeto. Cuando Foucault se pregunta: «Dado el régi- de cómo se instituye y se sostiene a sí mismo y en qué
men contemporáneo del ser, ¿qué puedo ser?», sitúala medida las normas que gobiernan los principios éti-
posibilidad de la formación del sujeto en un orden his- cos han de entenderse como guías de la conducta, pe-
tóricamente instituido de ontología, mantenido por ro también como baremo para definir quién y qué es
medio de efectos coercitivos. No existe la posibilidad
de una relación pura y no mediada de mí mismo con un sujeto humano.
mi voluntad, se la conciba como libre o no, al margen Cuando Adorno nos dice que sólo volviéndonos in-
de la constitución de mi yo y sus modos de introspec- humanos podemos acceder ala posibilidad de llegar a
ción, dentro de una ontología histórica dada. ser humanos, pone de relieve la desorientación que
El argumento adornianc es ligeramente diferente, reina en el centro de la deliberación moral, el hecho de
pero a mi juicio las dos posiciones están en sintonía. que el «yo» que procura trazar su rumbo no ha elabo-
Adorno postula que no tiene sentido referirse en for- rado el mapa que lee, no tiene todo el lenguaje que ne-
ma abstracta a principios que gobiernan el comporta- cesita para leerlo, y a veces ni siquiera puede encon-
miento, sin aludir a las consecuencias de cualquier trar el mapa propio. El «yo» sólo suige como sujeto de-
acción autorizada por estos. Somos responsables no liberante una vez que el mundo ha aparecido como
sólo de la pureza de nuestra alma, sino de la forma del contrapartida, como una externalidad que debe cono-
mundo que todos habitamos. Esto implica la necesi- cerse y gestionarse a cierta distancia epistemológica.
dad de entender que la acción tiene consecuencias. La Esto significa que ha ocurrido algo histórico que gene-
ética, podríamos decir, da origen a la crítica o, mejor, ra la posibilidad misma de esa divergencia y, por con-
no es posible sin ella, pues tenemos que llegar a cono- siguiente, de la propia deliberación moral. También
cer de qué manera nuestras acciones son recibidas significa que nuestras deliberaciones sólo tendrán

151
150
sentido si podemos entender de aigún modo las con- Foucault da cuenta crítica de sí
diciones que, para empezar, las hacen posibles. «No preguntes quién soy ni me pidas que siga siendo el mis-
Mientras para Adorno siempre hay una disocia- mo. Más de una persona, sin duda como yo, escribe para no
ción, una división que genera esa posibilidad de un tener rostro».
encuentro epistemológico y ético con la alteridad, pa- Michel Foucault, «¿Qué es un autor?»
ra Foucault, un régimen ontológico determinado fija
un límite dentro del cual el pensamiento binario no En «How much does it cost for reason to tell the
deja de constreñirnos. Para el primero, Kant repre- truth?»9 se pide a Foucault que dé cuenta de sí mismo.
senta la cultura de la razón abstracta, que se escinde Su respuesta no es sencilla. Comienza y vuelve a co-
de las consecuencias de su acción; para el segundo, menzar y señala diferentes influencias, pero no brin-
Kant es el heraldo de la posibilidad de la crítica al da una explicación causal de por qué ha llegado a pen-
preguntarse qué condiciona lo que puedo saber y sar y actuar como lo hace. En el inicio de la entrevista,
cómo puedo actuar. Para Adorno, Kant propone una trata de entender las implicaciones políticas de su
concepción restringida de lo humano, que excluye de propia teoría. Comprende a ciencia cierta que de la
su propia definición su error y su consecuencialidad. teoría no se deriva directamente la política. Hace no-
Para Foucault, la abstracción kantiana está a gran tar, por ejemplo, que hubo una alianza entre el forma-
distancia del «cuidado de sí», pero en cuanto Kant in- lismo lingüístico y la política antiautoritaria, pero no
siste en que nuestro conocer tiene límites, parece ad- dice que uno lleve a otra. En su exposición no identifi-
mitir que cierta ceguera y cierto error afectan de en- ca causas ni despliega consecuencias. Es importante
trada el proyecto del conocimiento. Si bien Adorno cri- tener presente que se trata de una conversación; por
tica a Kant por no reconocer el error como constitutivo ello, Foucault reacciona ante las presuposiciones de
de lo humano, y Foucault lo alaba por aprehender pre- su interlocutor y enuncia su posición en el contexto de
cisamente eso, ambos coinciden en la necesidad de
concebir lo humano en su falibilidad. Para uno y otro, 9
si hemos de actuar éticamente, debemos admitir que Michel Foucault, «How much does it cost for reason to tell the
truth?», en Sylvére Lotringer, eu., Foucault Live (Interviews, 1961-
el error es constitutivo de quienes somos. Esto no sig- 1984), traducción de John Johnston, Nueva York: Semiotext(e), 1989.
nifica que seamos sólo error o que todo lo que decimos La entrevista, realizada por Gérard Raulet, se publicó por primera vez
sea descaminado o equivocado, pero sí implica que con el título de «Structuralism, poststructuralism-, Telos. 16(55),
1983, págs. 195-211, y al parecer se publicó al mismo tiempo en ale-
nuestro obrar está condicionado por un límite consti- mán como «Um Welchen Preis sagt die Vernunft die Wahrheit? Ein
tutivo del cual no podemos dar cabal cuenta, y esa Gesprách», traducción de Khosrow Nosraüon, Spuren, 1 y 2, mayo y
condición es, paradójicamente, la base de nuestra junio de 1983. La entrevista original, en francés y con el título de
«Structuralisme et poststructuralisme», se encontrará en Michel Fou-
responsabilidad. cault, Dits et écrits, 1954-1988, edición establecida por Daniel Defert y
Francois Ewald con la colaboración de Jacques Lagrange, París: Galli-
mard, 1994, vol. 4, págs. 431-57 [«Estructurahsmo y postestructura-
lismo», en Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales III, Barce-
lona: Paidós, 1999]. Las citas del texto corresponden tanto a Foucault
Live como a Dits et écrits. El artículo en inglés es mencionado como
HM; hago referencia a la entrevista en francés como SP.

152 153
esa reacciói.. E n cierto sentido, da cuenta de sí mismo relación socialmente establecida. L a confesión se con-
a esa persona, que formula esas preguntas. No es po- vierte en l a escena verbal y corporal de la demostra-
sible entender esa rendición de cuentas al margen de ción de sí mismo. E l yo se habla, pero al hablar se con-
l a escena interlocutoria en l a que se produce. ¿Fou- vierte en lo que es. E n ese marco, entonces, el auto-
cault cuenta la verdad sobre sí mismo, o responde a examen es una práctica de externalización o divulga-
las demandas que le impone su interlocutor? ¿Cómo ción de sí y, por lo tanto, está alejada de las teorías, i n -
debemos analizar su práctica del relato de la verdad a cluida l a del primer Foucault, que solía asimilar l a
l a luz de la teoría respectiva que desarrolla en sus úl- confesión a la violencia del autoescrutinio y la imposi-
timos años? ción forzada de u n discurso regulador. Por otra parte,
E n los años postreros de su vida, Foucault volvió a la confesión no devuelve al yo u n equilibrio que este
l a cuestión de la confesión y se desdijo de l a crítica
10
h a perdido: reconstituye el alma sobre la base del pro-
formulada en el primer volumen de la Historia de la pio acto de confesión. E l pecador no tiene que dar u n a
sexualidad, donde l a censuraba como una extracción descripción que corresponda a los sucesos, sino única-
de l a verdad sexual por la fuerza, una práctica al ser- mente ponerse de manifiesto como pecador. Así, del
vicio de u n poder regulador que produce u n sujeto sujeto que se confiesa se requiere cierta producción
obHgado a decir la verdad sobre su deseo. E n la consi- performativa de sí dentro de las convenciones públi-
deración de la práctica de la confesión que llevó a cabo cas establecidas, y esa producción constituye l a m e t a
a principios de l a década de 1980, reformuló su posi- misma de l a confesión.
ción anterior y estableció que l a confesión impulsa
Así como Foucault afirma que «la genealogía del yo
u n a «manifestación» del yo que no tiene que corres-
moderno (...) es uña de las maneras posibles de libe-
ponder a u n a presunta verdad interna, y cuya apa-
rarse de u n a filosofía tradicional del sujeto» ( H , pág.
riencia constitutiva no debe concebirse como una me-
169), también vuelve a l a confesión para mostrar que
r a ilusión. A l contrario, en sus conferencias dedicadas
el sujeto debe renunciar a sí mismo en y a través de l a
a Tertuliano y Casiano, Foucault lee la confesión co-
manifestación del yo que lleva a cabo. E n ese sentido,
mo u n acto de habla en el que el sujeto «se hace públi-
la manifestación del yo disuelve su interioridad y l a
co», se da en palabras, se consagra a u n acto extendi-
reconstituye en su externalidad. Esta inversión dia-
do de autoverbalización —exomologesis— como una
léctica es digna de Adorno y tiene, sin duda, resonan-
manera de hacer que el yo aparezca frente a u n otro.
cias hegelianas. Foucault se refiere a una confesión
E n este contexto, la confesión presupone que el yo de-
específica en l a que u n individuo confiesa u n robo, y
be aparecer a fin de constituirse, y que sólo puede
señala que «el elemento decisivo no es que el maestro
constituirse, en cierta escena de interpelación, cierta
sepa l a verdad. N i siquiera que el joven monje revele
su acto y devuelva el objeto robado. Es la confesión, el
1 0 M i c h e l Foucault, «About the beginning of the hermeneutics of the acto verbal de l a confesión, que llega en último lugar
self», traducción de Thomas K e e n a n y M a r k Blasius, Political Theory,
y, en cierta forma, hace aparecer por su propia mecá-
21(2), mayo de 1993, págs. 198-227, reeditado e n Michel Foucault, Re-
ligión and Culture, edición establecida por Jeremy Carrette, N u e v a nica l a verdad, l a realidad de lo ocurrido. E l acto ver-
Y o r k : Routledge, 1999, págs. 158-81. L a s citas del texto, correspon- bal de l a confesión es la prueba, l a manifestación, de
dientes a este último volumen, se mencionan como H .
la verdad» ( H , pág. 178). E n algún aspecto, el robo no

154
155
se reconoce como tal y no está socialmente constituido dría ser yo pe a mí misma?", también debo pregun-
como u n hecho hasta que se pone de manifiesto por tar: «¿Qué lugar hay para u n "yo" en el régimen dis-
medio del acto de la confesión. Más adelante, en esa cursivo en que vivo?» y «¿Qué modos de consideración
m i s m a conferencia, Foucault explica que la persona del yo se h a n establecido que yo pueda adoptar?». No
que se confiesa debe sustituir el yo interno por la ma- estoy obligada a adoptar formas concretas de forma-
nifestación. E n ese sentido, esta última no «expresa» ción del sujeto n i a seguir convenciones establecidas
u n yo: toma su lugar y lleva a cabo esa sustitución por para relacionarme conmigo misma, pero sí estoy ata-
medio de una inversión del yo en cuestión para trans- da a la socialidad de cualquiera de esas posibles rela-
formarlo en una apariencia exterior. Foucault conclu- ciones. Es probable que ponga en riesgo la intehgibüi-
ye diciendo que debemos entender la manifestación dad y desafíe l a convención, pero en ese caso actúo
m i s m a como u n acto de sacrificio, u n acto que en l a dentro de u n horizonte histórico-social o influyo sobre
vida constituye u n cambio vinculado con esta fórmu- él, con la intención de fracturarlo o transformarlo. Sin
la: «Te convertirás en el sujeto de una manifestación embargo, me convierto en ese yo sólo a través de u n
de l a verdad cuando y sólo cuando desaparezcas o te movimiento ex-tático, que me lleva fuera de mí mis-
destruyas como cuerpo y existencia reales» ( H , pág. m a para trasladarme a una esfera en la cual quedo
179). despojada de mí y constituida al mismo tiempo como
E n el contexto de este modelo de confesión, el auto- sujeto.
examen no consiste en una recriminación de sí mismo E n «How m u c h does i t cost for reason to tell the
y n i siquiera en l a internalización de normas regula- truth?», Foucault se pregunta sobre las maneras es-
doras; se convierte, antes bien, en una manera de en- pecíficamente modernas de cuestionamiento del su-
tregarse a u n modo público de apariencia. Tampoco jeto y refiere el proceso a través del cual llegó a pre-
en este caso, empero, se revela u n yo preconstituido: guntarse por el sujeto. Comprende que ninguna teo-
se ejerce, en cambio, l a práctica misma de l a auto- ría existente puede ajustarse al modo en que él quiere
constitución. E n rigor, se modela y mantiene u n modo plantearla. N o se trata de que no tengan respuestas
de reflexividad como práctica social y ética. Así, Fou- para l a pregunta, aunque sin duda no la tienen. Lo
cault lleva l a consideración de l a ética más allá del importante, antes bien, es que ninguna de las teorías
problema de l a mala conciencia y sugiere que n i el existentes puede proporcionar términos para formu-
tratamiento freudiano n i el tratamiento nietzscheano l a r l a pregunta que Foucault desea plantear.
de la formación de l a conciencia bastan para una con- Y la pregunta es esta: «¿Puede u n sujeto transhis-
cepción de l a ética. Por lo demás, insiste en que l a re- tórico de t i p o fenomenológico explicarse mediante
lación con el yo es social y pública, una relación inevi- una historia de l a razón?» (KM, pág. 23S i. E n ella está
tablemente sostenida en el contexto de normas que implícita l a idea de que algo llamado «sujeto transhis-
regulan las relaciones reflexivas: ¿Cómo podríamos y tórico» puede explicarse. Esto ya significa rechazar l a
deberíamos aparecer? ¿Y qué relación con nosotros tesis de l a fenomenología, que sostiene, en sustancia,
mismos deberíamos manifestar? que el sujeto transhistórico e?:plica toda la experiencia
Las consecuencias para u n replanteo contemporá- y todo el conocimiento y es el fundamento del conocer.
neo del sujeto no están lejos. Si pregunto: «¿Quién po- A l preguntar qué explica ese «fundamento», Foucault

156 157
de racionalidad. P< demos advertir que, en cierto mo-
argumenta en forma implícita que no se trata de f u n -
do, el sujeto sólo puede ser dentro de algunas de estas.
damento alguno y que únicamente llega a aparecer
como tal tras el desarrollo de u n proceso histórico de- Cuando Foucault pregunta, entonces, cómo nace u n
terminado. sujeto transhistórico, refuta de manera implícita la
posibilidad de t a l sujeto, pues la interrogación lo ex-
Empero, también plantea otra idea, una novedosa
pone como una construcción histórica y variable. Mas,
puesta enjuego del historicismo. Foucault se pregun-
al mismo tiempo, enaltece l a idea, puesto que u n con-
t a si hay una historia de l a razón capaz de explicar el
cepto semejante llega a gozar de entidad y a imponér-
surgimiento de u n sujeto transhistórico. E n ese senti-
senos, justamente, porque logra tener sentido dentro
do, sugiere que hay algo denominado «historia de la
de u n modo históricamente establecido de racionali-
razón» y rechaza, a la vez, l a pretensión de la razón de
dad, que Foucault asocia aquí con la fenomenología.
situarse al margen de la historia y no tener una forma
histórica específica. ¿Puede haber en l a fenomenolo- E l entrevistador quiere saber si el vuelco a Nietz-
gía una historia de la razón en el sentido foucaultia- sche es u n signo de la insatisfacción de Foucault con
no? (Cabe reconocerle a Husserl haberse movido en l a fenomenología y, en particular, si aquel representó
esa dirección en su Crisis de las ciencias europeas, u n u n a posibilidad «de poner término a l acto fundador
texto que Foucault no toma en cuenta aquí.) del sujeto \pour couper court á l'acte fondateur du
sujet]» ( H M , pág. 239). Y si hubo, durante esa época,
Cuando Foucault afirma que hay u n a historia del
u n deseo de enunciar una teoría del sujeto que no die-
sujeto y una historia de l a razón, también argumenta
r a a este poderes grandiosos y avasallantes de fundar
que esta última no puede derivarse del sujeto. Pero
su propia experiencia, sino que entendiera que el su-
sostiene que ciertas formaciones del sujeto podrían
jeto siempre aparece con limitaciones, siempre está
explicarse por medio de l a historia de aquella. E l he-
hecho en parte con algo distinto de sí mismo — u n a
cho de que el sujeto tenga una historia lo descalifica
historia, u n inconsciente, u n conjunto de estructuras,
como posible acto fundador que da nacimiento a esa
l a historia de l a razón— que desmiente sus pretensio-
historia de l a razón. E n esa historia del sujeto, s i n
nes de ser fundamento de sí.
embargo, la razón ha adoptado ciertas formas, y la r a -
cionalidad se h a establecido e instituido con determi- Es interesante notar que cuando Foucault intenta
nadas condiciones y límites. Así, por ejemplo, cuando dar cuenta de por qué leyó a Nietzsche y dice no sa-
Foucault afirma que u n sujeto sólo puede reconocerse berlo, nos muestra, con l a confesión misma de su i g -
1 sí mismo y reconocer a otros dentro de u n régimen norancia, que el sujeto no puede dar del todo los f u n -
específico de v e r d a d , apunta a u n a de esas formas
11
damentos de su propio surgimiento. Su intento de dar
cuenta de sí mismo revela que Foucault no conoce la
totalidad de las razones que actuaron en y sobre él
1 1 Foucault se refiere a «una forma de poder [que] impone [al sujeto] d u r a n t e esos momentos. A l t r a t a r de contestar por
u n a ley de la verdad que él debe reconocer y que otros tienen que r e -
conocer en él»; véase Michel F o u c a u l t , «The subject and power», e n
qué leyó a Nietzsche, explica que otros también lo
H u b e r t Dreyfus y P a u l Rabinow, Michel Foucault: Beyond Structural- leían — B a t a i l l e y Blanchot—, pero no dice por qué
ism and Hermeneutics, E v a n s t o n , Illinois: Northwestern U n i v e r s i t y eso representa vina razón, esto es, que si lo lee es por-
P r e s s , 1982, pág. 212 [«El sujeto y el poder», Revista Mexicana de So-
ciología, 50(3), julio-septiembre de 1988, págs. 3-20].
que no quiere quedarse atrás o porque h a sido i n -

159
158
fluenciado. Lee a .¡no debido a otros, pero no sabemos ria de l a razón —una noción introducida t a l vez en su
qué tipo de explicación es esa. ¿Qué fue lo que leyó en forma moderna por vía de la cuestión de l a historia de
uno que lo impulsó a acudir a otro? la ciencia—, se encauzó hacia l a historia de las for-
Foucault da cuenta de sí mismo y explica cómo él y mas de l a racionalidad. E n esa coyuntura, Foucault
otros se apartaron de una fenomenología que había a f i r m a su alianza con la Escuela de Francfort, con
puesto sus energías en «una especie de acto fundador cierto pesar por lo tardío del encuentro: «Si yo hubiera
[une sorte d'acte fondateur]» (SP, pág. 441), u n sujeto conocido la Escuela de Francfort en el momento opor-
que otorga sentido a través de sus actos de conciencia. tuno, me habría ahorrado mucho trabajo. H a y m u -
Así, da cuenta de sí como alguien que, con toda evi- chas estupideces que no habría dicho y muchos des-
dencia, no es u n sujeto fundador sino, antes bien, u n víos que no hubiera tratado de seguir desde m i des-
sujeto con historia, descalificado en consecuencia pa- preocupado camino, dado que esa escuela y a había
r a constituir el acto fundador mediante el cual surge abierto l a senda» (SP, pág. 439).
l a historia de l a razón. A l dar cuenta de sí mismo de De todos modos, objeta lo que considera u n a forma
este modo, Foucault nos muestra los límites de l a de chantaje que procura asimilar toda crítica de l a r a -
concepción fenomenológica del sujeto. zón a u n a negación de esta, o amenaza reprobar l a
Aquí, como e n otras partes, l a cuestión planteada crítica como una forma de irracionalismo. Todo régi-
por él pone de reheve los límites de nuestras maneras m e n de verdad apela a ese chantaje, lo cual significa
convencionales de dar cuenta del sujeto. Foucault sos- que este no pertenece a ningún régimen en particular
tiene, por ejemplo, que en el siglo X I X l a pregunta y, en rigor, puede funcionar en cualquiera de ellos. E l
«¿Qué es l a Ilustración?» aparece luego de que l a his- funcionamiento mismo del chantaje desmiente enton-
t o r i a de la razón h a establecido los fundamentos de l a ces l a tesis para la que h a sido ideado: que h a y u n solo
autonomía. Esto, a su vez, lleva a plantear una i n t e - régimen, pero su reiteración en relación con diferen-
rrogación diferente: «¿Qué significa la historia para l a tes regímenes establece su pluralidad y revela que el
razón y qué valor debe otorgarse en el mundo moder- chantaje procura forzar el reconocimiento de u n único
no a l dominio de la razón?» (SP, pág. 438). régimen de verdad, que en la posibilidad de su repeti-
De modo que la pregunta misma «¿Qué es la Ilus- ción demuestra no ser único en absoluto.
tración?» introduce «un interrogante inquietante» en Así, Foucault escribe: «A menudo se h a tratado de
el reino de la razón — a u n cuando su intención era chantajear toda crítica de la razón y toda prueba crí-
restituirnos el carácter central de esta última y su tica de la racionalidad, de modo que o bien se reconoce
función crítica—, acerca de la autonomía y su condi- l a razón o bien se l a arroja en el irracionalismo» ( H M ,
ción fundacional. Una primera e inadecuada forma de pág. 242). También se muestra reacio a aceptar l a
esa pregunta inquietante se desplegó cuando los eru- idea de que la razón está simplemente dividida, a u n -
ditos preguntaron, como en efecto lo hicieron, «¿Qué es que su división representó, incluso para Adorno, l a
la historia de l a ciencia?». Que la ciencia admitiera que base de l a crítica ( H M , pág. 243). E l entrevistador i n -
tenía historia era una idea escandalosa para quienes tenta señalar que esa posibilidad de reflexividad está
afirmaban que en su racionalidad había una verdad
condicionada por una distinción entre razón técnica y
de naturaleza transhistórica. E n Alemania, la histo-
razón práctica (o moral).

160 16l!
señala que este es un segundo modelo del cual ha in-
De alguna manera, podemos notar la diferencia
tentado liberarse, pero parece íntimamente ligado al
que separa a Foucault tanto de Adorno como de Ha-
primero. «No veo cómo se puede decir que las formas
bermas cuando rechaza la idea de una única bifurca-
ción de la razón: el punto de vista de que hay una ra- de racionalidad (...) se separan y dispersan. Sencilla-
zón singular que, por así decirlo, se limita a tener dos mente, veo múltiples transformaciones, pero, ¿por
caras. Esta concepción de una razón bifurcada surge qué calificar eso como hundimiento [effondrement] de
como parte de su historia, propia de un modo específi- la razón?» (HM, pág. 251).
co de racionalidad. A criterio de Foucault, hay una di- Foucault se concentra no sólo en las formas de ra-
ferencia entre dar cuenta de cómo llegó la razón a ser cionalidad sino en el modo en que el sujeto humano las
técnica y la manera en que los hombres, la vida y el yo aplica a sí mismo, y abre, así, interrogantes relaciona-
se convirtieron en objetos de cierta cantidad de tech- dos con cierta reflexividad del sujeto, la forma par-
nai. La respuesta a la primera cuestión no puede pro- ticular adoptada por ella y su facilitación gracias al
porcionar la respuesta a la segunda. En este sentido, funcionamiento de una modalidad históricamente es-
hay una distinción entre la historia de la razón (mo- pecífica de racionalidad.
dos de racionalidad) y la historia de la subjetivación, Su manera de plantear la cuestión es reveladora:
puesto que cualquier concepto adecuado de racionali- «¿Cómo puede suceder que el sujeto humano se con-
dad tiene que explicar los tipos de sujetos que facilita vierta en un objeto de conocimiento posible, a través
y produce. de qué formas de racionalidad, por medio de qué con-
Decir que la razón sufre una bifurcación implica diciones históricas y, por último, a qué precio?» (SP,
suponer que alguna vez estuvo intacta y unificada pág. 442; las bastardillas son mías). Este modo de for-
con anterioridad a esa división de sí misma, y que hay mular la cuestión pone en escena la metodología de
un acto fundador o cierto «momento» histórico que po- Foucault: habrá una acción reflexiva de un sujeto, ge-
ne en marcha a la razón y su bifurcación. Pero, ¿por nerada por la racionalidad misma a la que él intenta
qué habríamos de hacer ese supuesto? ¿Necesitamos ajustarse o, al menos, con la cual negocia. Esta forma
recurrir a una forma original y hasta ideal de la razón de racionalidad excluirá otras, de modo que uno sólo
como punto de partida de su historia? Si nuestro inte- será cognoscible para sí mismo en el marco de una ra-
rés radica en analizar formas de racionalidad, parece- cionalidad dada, históricamente condicionada, lo cual
ría que sólo estamos obligados a tomar la ocurrencia deja abierto y sin analizar el interrogante acerca de
histórica de la racionalidad en su especificidad, «sin qué otros caminos puede haber habido o puede aún
poder designar un momento en el cual la razón haya haber en el transcurso de la historia.
perdido su plan básico o pasado del racionalismo al En este punto podemos ver dos planteamientos in-
irracionalismo» (HM, pág. 244). dependientes en la obra de Foucault. En primer l u -
No hay racionalidad que sea la forma ejemplar de gar, la noción de sujeto que se despliega aquí —de ma-
la razón misma. Como consecuencia, no podemos ha- nera más específica, el surgimiento de un sujeto refle-
blar de una época dorada en la que hubo razón, n i de xivo— es claramente diferente del punto de vista ex-
una serie de acontecimientos o cambios históricos que puesto en el primer volumen de la Historia de la se-
luego nos hundieron en el irracionalismo. Foucault xualidad. Segundo, Foucault modifica la teoría de la

162 1631
construcción discursiv; El sujeto no es un simple efec- dad» (HM, pág. 248). Aunque antes lo escuchamos na-
to o función de una forma previa de racionalidad, pero blar mucho sobre el poder, la sexualidad, los cuerpos y
tampoco la reflexividad adopta una estructura única. el deseo, ahora nos dice, como si atravesara un mo-
Por otra parte, cuando el sujeto se convierte en un ob- mento de autoescrutinio que se extiende de manera
jeto para sí mismo, también pierde algo de sí; esta retrospectiva a todo su pasado: «Mi problema nunca
oclusión es constitutiva del proceso de reflexividad. dejó de ser la verdad, el decir veraz [le diré urai],
Por un momento, Foucault comparte aquí una te- wahr-sagen —esto es, el decir la verdad—, y la rela-
sis con el psicoanálisis. Algo se sacrifica, se pierde o, al ción [le rapport] entre ese decir veraz y las formas de
menos, se gasta o se abandona cuando el sujeto se eri- la reflexividad, la reflexividad del sí sobre sí [le soi sur
ge en un objeto de conocimiento posible. No puede soi]» (SP, pág. 445). Esto parece significar que las for-
«saber» lo que se pierde por medios cognitivos, pero sí mas de racionalidad mediante las cuales nos hacemos
plantear el interrogante respectivo mediante el ejer- inteligibles, nos conocemos y nos ofrecemos a los otros
cicio de la función crítica del pensamiento. Así, Fou- se establecen históricamente, y a cierto precio. Si se
cault formula esta pregunta: «¿Cuánto le cuesta al su- naturalizan, si se las da por sentadas, si se las consi-
jeto ser capaz de decir la verdad acerca de sí mismo?». dera fundacionales y necesarias, si se convierten en
En cierto sentido, esta interrogación es un salto res- los términos en función de los cuales vivimos y debe-
pecto de lo precedente; consideremos, empero, cómo mos vivir, nuestro vivir mismo depende de una nega-
se produce. El sujeto humano aplica a sí mismo for- ción de su historicidad, un no reconocimiento del pre-
mas de racionalidad, pero esa autoaplicación tiene un
cio que pagamos.
costo. ¿De qué naturaleza es esa aplicación como para
E n Foucault, al parecer, el relato de la verdad acer-
exigir algo del sujeto? ¿Qué hay para exigir? ¿Qué hay
ca de uno mismo tiene un precio, precisamente por-
para gastar? Foucault no dirá aquí que hay un hundi-
que lo que constituye esa verdad se enmarca en nor-
miento de la razón, pero también se distancia de una
mas y modos específicos de racionalidad que surgen
forma autosatisfecha de constructivismo. Deja ver
en la historia y, en ese sentido, son contingentes. En
con nitidez que no somos el mero efecto de discursos y
cuanto contamos la verdad, nos ajustamos a un crite-
que cualquier discurso, cualquier régimen de inteligi-
rio de verdad y lo aceptamos como vinculante para
bilidad, nos constituye con un costo. Nuestra capaci-
nosotros. Aceptarlo como vinculante es suponer pri-
dad de reflexionar sobre nosotros mismos, contar la
maria o incuestionable la forma de racionalidad den-
verdad de nosotros mismos, queda correspondiente-
tro de la cual vivimos. De modo que el relato de la ver-
mente limitada por lo que el discurso, el régimen, no
dad de uno mismo tiene un costo, y este consiste en la
pueden conceder al ámbito de lo pronunciable.
suspensión de una relación crítica con el régimen de
Como resultado, cuando Foucault comienza a ha- verdad en que vivimos. Ello significa que cuando Fou-
cer claros y resueltos pronunciamientos sobre sí, lo cault nos cuenta la verdad sobre sí mismo —a saber:
que siempre ha pensado y, por fin, quién es él mismo, que contar la verdad siempre fue su inquietud, que
tenemos todos los motivos para ser cautelosos. He siempre se ha preocupado por la reflexividad del yo—,
aquí una de esas grandes proclamaciones: «Mi proble- tenemos que preguntarnos si, por el momento, no ha
ma es la relación del sí consigo y la del decir la ver- suspendido su capacidad crítica a fin de ajustarse a

164 I65)
i
i
un requisito de relato de la verdad del sujeto Cuando puede acaecer el re onocimiento. Aquí se refiere a
afirma que en sus pensamientos siempre ocupó un lu- connaissance, y no a reconnaissance, por lo que no re-
gar de privilegio el problema mismo de contar la ver- sulta claro si es lícito entender el primero en términos
dad, tal vez diga o no la verdad. Después de todo, con- del segundo. Tal vez esto pueda aclararse con el pa-
cede que el hecho de contarla es una especie de pro- saje de «El sujeto y el poder» que se refiere a la «forma
blema y que este ha sido central en su pensamiento. de poder (...) que categoriza, marca [a un sujeto] me-
No podemos zanjar la cuestión de si nos dice la verdad diante su propia individualidad, lo asocia a su identi-
sin negar el problema que querría hacernos ver. dad, le impone una ley de la verdad que él debe reco-
Este tipo de declaración se torna más inquietante nocer y otros tienen que reconocer en él. Es una forma
cuando Foucault prosigue diciendo que ese giro al te- de poder que de los individuos hace sujetos». En el 12

ma de la verdad y la reflexividad es también más im- primer capítulo de E l uso de los placeres, Foucault
portante que sus reflexiones sobre el poder. Por un la- vincula la efectividad de las prácticas discursivas con
do, establece una continuidad histórica para sí mis- las normas subjetivantes a través de la categoría de
mo. Por otro, nos dice con toda claridad que la descrip- reconocimiento. Allí se propone «analizar las prácti-
ción de hoy «debe formularse en vina suerte de ruptu- cas por las cuales los individuos se vieron en la necesi-
ra virtual» (HM, pág. 252). Se dice que esa ruptura da dad de concentrar su atención en sí mismos, de desci-
acceso a la libertad, inaugura una transformación po- frarse, reconocerse y admitirse como sujetos de deseo,
sible, interroga los límites condicionantes de nuestro poniendo enjuego entre sí cierta relación que les per-
tiempo y arriesga el yo en ellos. «Ruptura» parece ser mite descubrir, en el deseo, la verdad de su ser, sea
una figura del acto de crítica que pone en tela de juicio natural o caído» (UP, pág. 5).
la fijeza de un modo dado de racionalidad, pero en es- En cada una de esas instancias, las formas de ra-
te punto Foucault comienza a narrarse de una mane- cionalidad están atadas a practicas discursivas o a las
ra que lo presenta como si hubiera sido idéntico a sí formas de subjetivación que señala Foucault en otro
mismo a lo largo del tiempo. lugar. Si las formas de racionalidad que le interesan
Cuando considera las formas de racionalidad que en 1983 no son ajenas a otras formas de poder, como
aportan los medios a través de los cuales tiene lugar el reconocimiento, Foucault admite entonces que este
la subjetivación, Foucault escribe: «estas formas de último es una de esas formas de poder, aun cuando
racionalidad que se ponen en funcionamiento en pro- sostenga que es distinta de las formas de racionalidad
cesos de dominación merecen analizarse por sí mis- —entendidas como parte de la historia de la razón—
mas (...) estas formas de racionalidad no son ajenas a que describe en esa oportunidad. En medio de su in-
otras formas de poder que obran, por ejemplo, en el tento de entender la interrelación de esas diversas
conocimiento [connaissance] o la técnica [technique]» formas de poder, nos advierte respecto del peligro de
(SP, pág. 449). De manera que esas formas no son aje- elaborar una teoría única del poder que identifique el
nas unas a otras, pero no sabemos con precisión qué denominador común de todas ellas de cualquier ma-
relación mantienen entre sí. Con anterioridad, Fou- nera que sea satisfactoria. Y explica su propia prácti-
cault ha dicho que la racionalidad produce la subjeti-
vación al regular los medios en virtud de los cuales 1 2 M. Foucault, «The subject and power», op. cit., pág. 212.

166 167
ca teórica cuando, p »r ejemplo, afirma, en mero estilo sentido, se convierte en una forma de ocultad ín? Una
declarativo: «No hago una teoría del poder [Je ne fait manera de leer la insistencia de Foucault en que aho-
pas une théorie du pouvoir]» o «No soy de manera al- ra está interesado, y siempre lo estuvo, en el tema de
guna, por tanto, un teórico del poder. En última ins- decir la verdad es ver que uno sólo plantea la cuestión
tancia, (liria que el poder no me interesa como cues- del poder debido a la exigencia de contar la verdad
tión autónoma [Je ne suis pas done aucunement un sobre sí mismo. ¿Quiénes me lo piden? ¿Qué esperan?
théoricien du pouvoir. A la limite, je dirais que le pou- ¿En qué lenguaje será satisfactoria mi respuesta?
voir ne m'interesse pas comme une question autono- ¿Cuáles son las consecuencias de decir y no decir a
me]» (HM, pág. 254). En cierto sentido tiene razón, si este interlocutor la verdad sobre mí mismo?
por «teoría» del poder aludimos a una explicación Si la cuestión del poder y la exigencia de contar l a
analítica acabada de este al margen de sus operacio- verdad sobre uno mismo están vinculadas, la necesi-
nes concretas, como si fuera autónomo. Foucault nos dad de dar cuenta de uno mismo requiere volver al te-
dijo eso durante algún tiempo; en «El sujeto y el po- ma del poder, y por ello podríamos decir que la de-
der», por ejemplo, escribe lo siguiente: «Diría que el manda ética da origen a la explicación política y que
hecho de comenzar el análisis con un "cómo* implica la ética socava su propia credibilidad cuando no se
sugerir que, como tal, el poder no existe». En varias
13
convierte en crítica. Así, Foucault incorpora el relato
oportunidades nos aconsejó ser «nominalistas» con de la verdad a la descripción del funcionamiento del
respecto al poder. No podemos plantear la pregunta poder: «Si "digo la verdad" sobre mí mismo, me consti-
teórica convencional, «¿Qué es el poder?». Sólo pode- tuyo como sujeto a través de una serie de relaciones
mos preguntar: «¿Cómo funciona el poder, o qué for- de poder, que pesan sobre mí y que yo impongo a otros»
mas adopta en este o aquel ejercicio, y qué hace?». (HM, pág. 254).
¿Qué permite aquí a Foucault decir la verdad so- Aquí escribe «digo la verdad» entre comillas, como
bre sí mismo, pero también restringe su discurso al una manera de cuestionarse si la empresa es tan ve-
contarla? Con respecto a la locura, escribe: «El sujeto raz como parece. Si las relaciones de poder pesan so-
pudo contar la verdad acerca de su locura porque las bre mí cuando digo la verdad, y al decirla hago que el
estructuras del Otro se lo permitían. Eso fue posible peso del poder recaiga sobre otros, no me limito a co-
como resultado de un tipo específico de dominación, municar la verdad cuando la digo. También pongo en
que algunas personas ejercían sobre otras» (HM, pág. acción el poder en el discurso, lo uso, lo distribuyo y
254). ¿Qué precio se paga en este punto, cuando lo que me convierto en el lugar de su transmisión y su repro-
puede decir para dar cuenta de sí está en deuda con la ducción. Hablo y mi discurso transmite lo que tomo
dominación ejercida por otros y por su discurso? ¿Pue- por cierto. Pero mi hablar es también un tipo de obrar,
de la verdad que él dice sobre sí mismo decir la verdad una acción que se produce dentro del campo del poder
de la dominación? ¿O es que cuando la esfera ética se y también constituye un acto de poder.
considera al margen de la operación del poder des- En las conferencias que pronunció en Berkeley en
miente siempre la presencia de ese poder y, en ese 1983, Foucault examinó la practica del relato de la
verdad sobre uno mismo en relación con el concepto
13 Ibid., pág. 217. griego clásico de parrhesia, hablar con franqueza o

168 169
decir la verdad en pú' lico. Esas conferencias, publi-
14
de perdonar a otro o de ser perdonado sin la posibili-
cadas en inglés y alemán, vuelven a la práctica de
15
dad de rendirse a sus palabras. Así, Foucault escribe
dar cuenta de sí en los diálogos de Platón y en el trata- lo siguiente de un ceder que anima el discurso en el
do De la cólera de Séneca. En algunos aspectos, repre- diálogo platónico Laques: «el logos socrático mueve al
sentan una versión final de los temas que hemos con- oyente a "dar cuenta" —didonai logon— de sí mismo,
siderado aquí. La reflexividad del yo es incitada por de su manera de pasar hoy los días y del tipo de vida
un otro, de modo que el discurso de una persona indu- que ha llevado hasta aquí» (Platón, Laques, 187e-
ce a otra a la autorreflexión. El yo no se limita a co- 188c; FS, pág. 96). El oyente es conducido y, de tal mo-
menzar a examinarse por medio de las formas de ra- do, se entrega a la conducción de otro. Esta pasividad i
cionalidad a su alcance. Estas se transmiten a través se convierte en la condición de cierta práctica de dar j
del discurso, bajo el aspecto de una interpelación, y se cuenta de sí, lo cual sugiere que sólo podemos llegar a
presentan como una incitación, una forma de seduc- ser responsables si cedemos a la palabra de otro, a su
ción, una imposición o demanda del exterior a la cual demanda. Se trata, según Foucault, de «una práctica
uno cede. en la que aquel que es conducido por el discurso de Só-
Mis estudiantes siempre han objetado la pasividad crates debe dar cuenta autobiográfica de su vida o ¡
del interlocutor socrático en los diálogos de Platón. confesar sus faltas» (FS, pág. 96). Y Foucault se apre-
Foucault nos propone una manera de volver a la cues- sura a puntualizar que ese dar cuenta de uno mismo
tión de esa pasividad, pues la persuasión no es posible no equivale a una autoinculpación:
sin ceder a las palabras de otro. En rigor, no hay modo •
«Lo que está en juego no es una autobiografía confesional.
E n los retratos que Platón o Jenofonte hacen de Sócrates,
14Parrhesia es una palabra griega para referirse al habla franca y nunca vemos a este exigir un examen de conciencia o una
sin reservas, vinculada a «Ucencia». Sus acepciones son dos. L a prime- confesión de los pecados. E n este caso, dar cuenta de nuestra J
ra es «discurso sincero», y la segunda, «pedido anticipado de perdón vida, nuestro bios, tampoco significa hacer un relato de los f
por una sinceridad necesaria», según Richard Lanham, A Handlist of acontecimientos históricos que se produjeron en ella, sino
Rhetorical Terms, Berkeley: University of California Press, 1991, pág. más bien verificar nuestra capacidad de mostrar que hay
110. Véase Michel Foucault, L'Herméneutique du sujet. Cours au Col-
una relación entre el discurso racional, el logos que somos ,
lége de France, 1981-1982, París: Gallimard/Seuil, 2001, págs. 355-78
[La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collége de France (1981- capaces de utilizar, y nuestra manera de vivir. Sócrates in-
1982), Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2002]. Las citas de daga de qué manera ese logos da forma al estilo de vida de
este libro se mencionan aquí como HDS. una persona» (FS, pág. 97).
1 5Michel Foucault, Fearless Speech, edición establecida por Josef'i
Pearscn, Nueva York: Semiotext[e], 2001. E l texto no es de la pluma Si al dar cuenta de nosotros mismos hablamos,
de Foucault; consiste, más bien, en conferencias reconstruidas a par-
tir de las notas de un oyente durante un seminario denominado «Dis-
también exhibimos, en el propio discurso que emplea-
course and truth», dictado en Berkeley en la primavera de 1983. Las mos, el logos según el cual vivimos. Lo importante es
citas de este texto se mencionan como FS. L'Herméneutique du sujet. no sólo poner el discurso de conformidad con la acción,
Cours au Collége de France, 1981-1982 (véase la nota anterior) inclu-
aunque Foucault hace hincapié en eso; también es re-
ye materiales preliminares similares, en especial sobre Séneca, el as-
cetismo y la parrhesia, pero también extensos análisis de Alcibíades, conocer que el hablar ya es m i tipo de obrar, una for-
Sócrates, el oráculo deifico, las alternativas epicúrea y estoica, el cui- ma de acción, una acción que ya es una práctica moral
dado de sí y la subjetivación.

170
171
v un modo de vida —es más: que presupone un ater- En ese contexto, admite ;ue la pregunta que ha plan-
cambio social—. Al detenerse en los cínicos, Foucault teado, «¿Cuánto le cuesta al sujeto ser capaz de decir
vuelve a contar la lucha entre Alejandro y Diógenes la verdad acerca de sí mismo?», atraviesa tanto la An-
expuesta en un texto de Dión Crisóstomo del siglo I I tigüedad como el psicoanálisis: «la cuestión (...) del
d.C, en el que se dice que Diógenes «se expone al po- precio que el sujeto debe pagar para decir la verdad, y
der de Alejandro desde el comienzo hasta el final del la del efecto que sobre él tiene hacer lo que ha dicho»
discurso. Y el principal efecto de esa lucha parresíaca (ibid.). Esta cuestión reaparece, sostiene Foucault,
con el poder no es llevar al interlocutor a una nueva cuando encontramos, en «el interior mismo del psico-
verdad o un nuevo nivel de autoconciencia: es inducir- análisis, el resurgimiento [del la más antigua tradi-
lo a internalizar esa lucha parresíaca, a combatir den- ción, la más antigua interrogación, la más antigua in-
tro de sí contra sus propias faltas y a estar consigo quietud que corresponde al mandato del "cuidado de
mismo como Diógenes lo estaba» (FS, pág. 133). sí", que fue la forma más general de la espiritualidad»
Quizá sintamos la tentación de encontrar aquí una (ibid.).
especie de relación transferencial avant la lettre, una Si Foucault señala estas primeras relaciones del
relación que podría resituar el psicoanálisis como yo consigo mismo, con la verdad de lo que habla y con
parte de la historia del «cuidado de sí». Aunque en la el otro, lo hace para mostrar, una y otra vez, su dis-
mayoría de los casos Foucault identifica el psicoanáli- tancia respecto de la permutación moderna de lo con-
sis con la hipótesis represiva (la anterioridad del de- fesional, que anteriormente ha asociado con los efec-
seo con respecto a la ley o la producción del deseo co- tos disciplinarios de la psiquiatría y el psicoanálisis.
mo consecuencia de la ley), o bien lo ve como un ins- Cuando se refiere a la forma de autoexamen de Séne-
trumento de las mutilaciones internas de la «concien- ca, puntualiza que «no revela faltas secretas, deseos
cia», podemos discernir algunas similitudes entre las vergonzosos» (FS, pág. 152). Y al final de su análisis
dos posiciones, que sugieren otra dirección para la ex- de Epicteto distingue con claridad entre una relación
ploración del yo. Después de todo, en sus últimas con- moralizada consigo mismo y la práctica moral del cui-
ferencias Foucault se dedica a considerar la pasividad dado de sí. Escribe:
de la recepción, así como la transitividad de la ins-
trucción. Ambas cuestiones, junto con sus observacio- «Esos ejercicios forman parte de lo que llamaríamos una "es-
nes sobre la mternalización del otro, sientan las bases tética de sí", pues no tenemos que tomar una posición como
de un posible diálogo entre el psicoanálisis y él. la de un juez al pronunciar un veredicto. Podemos compor-
tarnos con nosotros mismos en el papel de un técnico, un ar-
Foucault indica otro tanto cuando, en La herme- tesano, un artista, que de vez en cuando deja de trabajar,
néutica del sujeto, señala que el conocimiento analíti- examina lo que está haciendo, se recuerda las reglas del arte
co del yo podría pertenecer propiamente a la tradición y las compara con lo que ha logrado hasta el momento» (FS
del cuidado espiritual de sí, cuyas primeras versiones pág. 166).
rastrea en la Antigüedad tardía. Atribuye a Lacan el
mérito de haber sido el único, desde Freud, que volvió Desde luego, el sujeto de Foucault es deliberativo e
a centrar la cuestión del psicoanálisis en el problema intencional en estas descripciones, pero su análisis de
de la relación entre sujeto y verdad (HDS, pág. 31). las pasiones, incluida la «cólera», es un esfuerzo por

172 173
estudiar lo que impuls; obstinadamente a una perso- nociones de progreso o desarrollo racional que su-
na a la autorreflexión y la autoconstrucción. Cuando puestamente dominarían la relación reflexiva y la
Foucault se refiere a ejercicios en los que alguien debe guiarían hacia una conclusión clara. El yo se forma en
examinar la verdad sobre sí mismo en la forma de la historia, pero la historia del yo individual, de la i n -
una interpelación a otro, aclara que «la expresión "exa- dividuación, no es un hecho dado: aquí no hay infan-
men de conciencia" como término general destinado a cia, n i primacía de la impronta del Otro, n i descrip-
caracterizar todos esos diferentes ejercicios confunde ción de la relacionalidad específica en virtud de l a
y simplifica en exceso las cosas» (FS, págs. 144-5). En cual un yo infantil desarrolla su separatividad (y a
esas conferencias de la década de 1980, el autoexa- qué precio). Foucault estima que, al considerar los
men se produce en la forma de una interpelación a puntos de vista socrático, estoico, cínico y materialis-
otro, luego de que otro nos ha interpelado (pedagógi- ta del cuidado de sí, se distancia de los conceptos mo-
camente). Sin embargo, la relación con el otro no es tan dernos de reflexividad. Sin embargo, este contraste es
constitutiva o disruptiva como lo es en Levinas o La- decisivo para la operación «crítica» de su texto, pues
planche. En Foucault no encontraremos una interro- las concepciones modernas del yo no son verdaderas
gación de las pasiones del espíritu que guardan una ni inevitables, sino que se han constituido a través de
irreversible impronta del otro en el yo y que, por defi- una compleja historia de endeudamiento y denega-
nición, frustran cualquier esfuerzo por alcanzar el do- ción con respecto a esas y otras formaciones anterio-
minio de sí. Ese dominio se logra en una interpelación res del yo.
a otro o en una exposición ante él, contextualizada y En La hermenéutica del sujeto, Foucault considera
facilitada por una relación pedagógica. el oráculo deifico que guía a Sócrates —«¡Conócete a t i
Hallamos en Foucault la noción de que la reflexivi- mismo!»— y llega a la conclusión de que uno sólo pue-
dad, el cuidado de sí y el dominio de sí son esfuerzos de conocerse si el sujeto tiene una relación con la ver-
sin término, e imposibles de satisfacer, por «volver» a dad. Si la verdad debe descubrirse como logos, como
un yo desde una situación de ajenidad a sí mismo. En principio y estructura del lenguaje, y, de manera es-
este punto es evidente la diferencia que lo separa de pecífica, como las propiedades demostrativas del dis-
Laplanche y Levinas. Para este último, la «autorrecu- curso, la posibilidad misma de conocerse depende de
rrencia» es infinita, nunca puede consumarse y tiene la capacidad de elaborar la relación del sujeto con la
lugar en un nivel an-árquico, previo siempre a la re- verdad y con el discurso. ¿Es el sujeto capaz de pro-
flexión consciente. Para Laplanche, la extranjeridad nunciar la verdad de sí mismo? Foucault comprende
constitutiva que da origen a las pulsiones es una con- que para las visiones del yo que estudia en la Antigüe-
dición insuperable del «yo» y sus afectos. En Foucault, dad griega y romana, el supuesto del acceso a la ver-
el sujeto del «cuidado de sí» actúa sobre el yo como si dad no está fundamentalmente en discrepancia con el
se tratara de una especie de material, pero podríamos «ser del sujeto» (HDS, pág. 20). Y hace notar una clara
preguntarnos por la porfía y la obstinación de este. diferencia histórica con la situación moderna, en la
Aquí se separan los caminos de Foucault y el psico- cual la verdad no define ni salva al sujeto: lo que an-
análisis. Para el primero, la tarea es abierta y no pue- tes fue un «punto de üuminación, de logro, el momen-
de tener una forma final. De ese modo, impugna las to de la transfiguración del sujeto por el "efecto de

174 175
contragolpe" de la verdad que él conoce sobre sí mis- otro, y a su pedido, de la manera en que hemos vivido,
mo, y que estremece, atraviesa, transfigura su ser, to- respondemos a una solicitud e intentamos establecer
do eso ya no puede existir» (ibid.). N i recompensa n i o restablecer cierto lazo, honrar el hecho de que se nos
logro, el conocimiento, en las circunstancias moder- ha interpelado desde otro lugar. Así, a la hora de dar
nas, se desplaza por un «sendero indefinido». Aunque cuenta de mí misma, ¿acaso sólo hablo o sólo hago?
somos capaces de buscar y decir lo que tomamos como Foucault se refiere a «la relación bios-logos [que] se
verdad, esta, en definitiva, no vuelve a nosotros para revela cuando el interlocutor da cuenta de su vida, y
revelar, restaurar o consagrar alguna verdad primor- la armonía de esta se pone a prueba en el contacto con
dial de nuestra identidad, o para recompensar nues- Sócrates» (FS, pág. 101). El hecho de dar cuenta tam-
tro afán o nuestro sacrificio. En la época moderna, es- bién es, entonces, una suerte de mostrarse, un mos-
cribe Foucault, somos efectivamente capaces de tener trarse con el objeto de comprobar si el relato parece
una relación con la verdad: «tal como es, el sujeto es correcto y es comprensible para el otro, que lo «recibe»
capaz de verdad, pero (...) esta, tal como es, no es ca-
por medio de una u otra serie de normas.
paz de salvarlo» (ibid.).
Tengo una relación conmigo misma, pero la tengo
Esta conclusión irónica no excluye la posibilidad en el contexto de una interpelación a otro. De modo
de que en el camino sobrevenga algún cambio. Des- que la relación se revela, pero también —para recu-
pués de todo, cuando damos cuenta de nosotros mis- rrir a las palabras de Foucault sobre la confesión— se
mos no nos limitamos a transmitir información por hace pública, se lleva al ámbito de la apariencia, se
conducto de un medio indiferente. El dar cuenta es un constituye como manifestación social. Al revincular el
acto —inscripto en una práctica más amplia de la ac- relato de la verdad con el problema del poder, Fou-
ción— que llevamos a cabo para e incluso en otro, u n cault señala que en el siglo V a.C. los problemas filo-
hecho ilocutorio, un actuar para y frente al otro, y a sóficos surgían en conexión con las cuestiones de la
veces en virtud de un lenguaje provisto por él. Ese dar asignación del poder: ¿quién es capaz de contar la ver-
cuenta no tiene como meta el establecimiento de un dad, acerca de qué, con qué consecuencias y con qué
relato definitivo; constituye, en cambio, la oportuni- relación con el poder? Aunque el relato de la verdad
dad lingüística y social de una autotransformación. no puede sino proceder de conformidad con reglas de
Considerado desde un punto de vista pedagógico, for- validez, Foucault aclara asimismo que hay condicio-
ma parte de lo que Sócrates ejemplifica, en la Apolo- nes —yo las calificaría de retóricas— que hacen posi-
gía, respecto de la parrhesia en cuanto hablar valero- ble ese relato y que es menester examinar. E n ese
so y de espíritu crítico. En téirninos de Foucault, «el sentido, la problematlzación de la verdad debe tomar
objetivo de esta nueva parrhesia no es pereuadir a la en cuenta «la importancia de decir la verdad, saber
Asamblea, sino convencer a alguien de que debe cui- quién puede decirla y saber por qué debemos decirla».
dar de sí y de otros; y esto significa que debe cambiar Estos interrogantes, que conciernen a los límites, las
su vida» (FS, pág. 106). condiciones y las consecuencias del relato de la ver-
Nuestro modo de hablar y nuestro modo de vivir no dad como tal, contienen, en palabras de Foucault, «las
son empresas separadas, aun cuando, como Foucault raíces de lo que podríamos llamar la tradición "críti-
nos recuerda, el discurso no es l a vida. A l hablar a ca" de Occidente» (FS, pág. 170).

176
177
El hecho de que estos interrogantes constituyan hay, con seguridad. Sólo significa que el «yo», su sufri-
las raíces «de lo que podríamos llamar la tradición miento y su actuación, su narrar y su mostrar, se dan
"crítica"» sugiere, tal vez, que habitualmente no ve- dentro de un crisol de relaciones sociales establecidas
mos este tipo de indagación como parte de esa tradi- de diversas maneras y que pueden reiterarse, algu-
ción, pero es indudable que deberíamos hacerlo. Aun- nas de las cuales son irrecuperables, mientras que
que Foucault se considera inscripto en la tradición otras inciden sobre nosotros, nos condicionan, y limi-
crítica, ¿alguien le tendería la mano en señal de bien- tan nuestra mteligibilidad en el presente. Y cuando sí
venida? En su insistencia en las condiciones de poder actuamos y hablamos, no sólo nos revelamos sino que
en que surge el problema del relato de la verdad no es- actuamos sobre los esquemas de inteligibilidad que
tá tan lejos de Adorno, para quien la propia delibera- determinan quién es un ser hablante, sometiéndolos
ción moral es una consecuencia de cierta condición a rupturas o revisiones, consolidando sus normas o
histórica en la que el sujeto es producido a distancia impugnando su hegemonía.
del mundo objetivo instrumentalmente concebido. Para Adorno, la cuestión de lo que yo debería hacer
Cuando digo la verdad acerca de mí misma, no sólo está implicada en un análisis social del mundo en el
consulto a mi «yo» [«self»], sino que considero el modo que m i obrar cobra forma y tiene efectos. A su juicio,
en que este es producido y producible, la posición des- una ética de la responsabihdad no sólo toma en cuen-
de la cual se presenta la exigencia de contar la verdad ta «el fin y la intención» de mi acción, sino «la configu-
y los efectos que, como consecuencia, tendrá ese rela- ración resultante del mundo» (PMP, pág. 172). En su
to, así como el precio que es necesario pagar. opinión, la cuestión de cómo vivir una vida buena en
De diferentes maneras, cada uno de estos pensado- una mala vida, cómo persistir subjetivamente en una
res entiende que es necesario pagar un precio. El he- vida buena cuando el mundo está mal organizado, no
cho de contar la verdad sobre nosotros mismos nos es sino otra manera de afirmar que la dignidad moral
implica en disputas acerca de la formación del yo y el no puede considerarse al margen de sus condiciones y
estatus social de la verdad. Nuestros relatos van a consecuencias. En sus palabras, «todo lo que podamos
dar a un callejón sin salida cuando las condiciones de llamar "moral" se funde hoy en la cuestión de la orga-
posibilidad de la mención de la verdad no pueden te- nización del mundo. Podríamos incluso decir que la
matizarse totalmente, y cuando lo que decimos se búsqueda de la vida buena es la búsqueda de la forma
apoya en una historia formativa, una socialidad y una correcta de política, si esa forma correcta de política
corporeidad que es difícil, si no imposible, reconstruir está, en efecto, dentro del ámbito de lo que puede al-
narrativamente. Por paradójico que parezca, quedo canzarse en nuestros días» (PMP, pág. 176).
desposeída en el narrar, y en esa desposesión se im- En una crítica comprensiva de Nietzsche, Adorne
pone una demanda ética, dado que ningún «yo» perte- formula una advertencia respecto de varias maneras
nece a sí mismo. Desde el comienzo, nace en virtud de engañosas de interpretar la tarea de crear nuevos va-
una interpelación que no puedo recordar ni recuperar, lores. Hace notar que, «en realidad», el «individuo so
y cuando actúo lo hago en un mundo cuya estructura, litario» es sencillamente «impotente» para «estable
en gran parte, no es obra mía, lo cual no significa de- cer nuevas normas y nuevos mandamientos basado;
cir que no haya obrar n i actuar que sean míos. Los en su capricho subjetivo», y califica de «arbitraria» ;

178 17
«advenucia» esa tarea (PMP, pág. 172). En esa misma tro del cual actúo, y que ningún «yo» puede comenzar
conferencia, mi poco más adelante, critica a Nietzsche a contar su historia sin preguntar: «¿Quién eres?»,
por no prestar atención de manera suficientemente «¿Quién me habla?», «¿A quién hablo cuando te ha-
radical al cambio de «las condiciones que determinan blo?». Si esto establece la prioridad de la retórica so-
a los seres humanos y hacen de todos y cada uno de bre la ética, quizás esté bien que así sea. El modo de
nosotros lo que somos» (PMP, pág. 174). En algunos interpelación condiciona y estructura la manera en
aspectos, Foucault hace suya la tarea que Nietzsche que surgen las cuestiones morales. Quien me formula
dejó inconclusa. Y si bien no celebra al «individuo soli- una reclamación, quien me pregunta, por decirlo así,
tario» que simplemente inventa nuevas normas, sue- quién soy, qué he hecho, bien puede tener un carácter
le situar las prácticas del sujeto como un ámbito don- singular e irreemplazable, pero también habla en un
de esas condiciones sociales se elaboran y reelaboran. lenguaje que es impersonal y pertenece a horizontes
Según Foucault, si nuevos modos de subjetividad de inteligibilidad históricamente cambiantes. Si Levi-
pueden ser posibles, ello no se deduce del hecho de nas acierta al decir que el Otro se imprime en noso-
que haya individuos con capacidades especialmente tros desde el comienzo, y concedemos, con Laplanche,
creativas. Tales modos de subjetividad se generan que la vida humana sabe empezar con la infancia, en-
cuando las condiciones limitantes de que estamos tonces, esas impresiones primarias están atadas a la
conformados demuestran ser maleables y reproduci- formación del yo, el establecimiento del inconsciente
bles, y cuando cierto yo arriesga su intehgibüidad y y la instigación de impulsos primordiales en relación
su reconocibilidad en un envite por exponer y explicar con un enigma, una extranjeridad, que es nuestra sin
las maneras inhumanas en que «lo humano» sigue pertenecemos jamás.
haciéndose y deshaciéndose. No todas las condiciones En forma análoga, Foucault y Adorno nos remiten
del sujeto están abiertas a revisión, pues las circuns- de diferente manera a las dimensiones deliberativas
tancias formativas no siempre son recuperables y de la indagación moral, a la dificultad de formarse co-
cognoscibles, aun cuando sigan viviendo, enigmáti- mo sujeto reflexivo dentro de un mundo social dado.
camente, en nuestros impulsos. Sea como una actitud El yo en cuestión se «forma» claramente en el marco
deliberadamente reflexiva hacia el yo o como un modo de una serie de convenciones sociales que plantean el
de vivir lo que nunca puede conocerse del todo, el suje- interrogante acerca de si se puede llevar una vida
to llega a ser un problema para la filosofía moral, buena dentro de una mala, y si al ^inventarnos con
justamente, porque nos muestra cómo se constituye y el otro y para el otro podemos participar en la recrea-
desconstituye lo humano, las modalidades de su auto- ción de las condiciones sociales. El dar cuenta de uno
construcción agencial, así como sus maneras de se- mismo tiene un precio, no sólo porque el «yo» que pre-
guir viviendo. Cuando tropezamos con los límites de sento no puede exhibir muchas de las condiciones de
cualquier horizonte epistemológico y comprendemos su propia formación, sino porque el «yo» que se entrega
que la cuestión no es, simplemente, si yo puedo cono- a la narración es incapaz de abarcar muchas dimen-
certe o te conoceré alguna vez, o si puedo ser conocida, siones de sí mismo: los parámetros sociales de la inter-
nos vemos en la necesidad de entender también que pelación, las normas mediante las cuales ese «yo» re-
«tú» llenas los requisitos del plan de lo humano den- sulta inteligible, las dimensiones no narrables y hasta

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indecibles del inconsciente que persisten como una ex- sismo también conduce a una violencia ética que no
tranjeridad habilitadora en el corazón de mi deseo. conoce la bendición de la aceptación de sí mismo o el
Lo que se desprende quizá de manera más enfática perdón, parecería obligatorio, si no ingente, volver a
de la conjunción de estas posiciones muy dispares formular la siguiente pregunta sobre la cuestión de la
(Adorno, Foucault, Laplanche, Levinas, Nietzsche, responsabilidad: «¿Cómo nos formamos en la vida so-
Hegel) es que la respuesta a la demanda de dar cuen- cial, y a qué costo?».
ta de sí mismo entraña comprender a la vez la forma- Tal vez aún más importante: es necesario recono-
ción del sujeto iself, ego, moi, perspectiva de la pri- cer que la ética nos exige arriesgarnos precisamente
mera persona) y su relación con la responsabilidad. en los momentos de desconocimiento, cuando lo que
Un sujeto siempre incapaz de dar cuenta cabal de sí nos forma diverge de lo que está frente a nosotros,
mismo bien puede ser el resultado de estar relacio- cuando nuestra disposición a deshacernos en relación
nado con otros, en niveles no narrahles de la existen- con otros constituye la oportunidad de llegar a ser hu-
cia, en aspectos que tienen una significación ética su- manos. Que otro me deshaga es una necesidad prima-
perveniente. Si el «yo» no puede desvincularse efecti- ria, una angustia, claro está, pero también una opor-
vamente del sello de la vida social, la ética, sin duda, tunidad: la de ser interpelada, reclamada, atada a lo
no sólo presupondrá la retórica (y el análisis del modo que no soy yo, pero también movilizada, exhortada a
de interpelación) sino también la crítica social. Lá actuar, interpelarme a mí misma en otro lugar y, de
postulación nietzscheana del yo como «causa» tiene ese modo, abandonar el «yo» autosuficiente conside-
una genealogía que es preciso entender como parte de rado como una especie de posesión. Si hablamos y tra-
la reducción de la filosofía ética a las mutilaciones i n - tamos de dar cuenta desde ese lugar, no seremos
ternas de la conciencia. Esa actitud no sólo desvincula irresponsables, o, si lo somos, con seguridad se nos
la tarea de la ética de la materia de la vida social y las perdonará.
grillas de intehgibihdad históricamenterevisablesen
el marco de las cuales todos surgimos, si lo hacemos,
sino que no advierte que las relaciones primarias e
irreductibles con otros constituyen una condición de
la capacidad de dar respuesta ética. Sería lícito criti-
car la postulación de una persecución preontológiea
por el Otro en Levinas, o proponer una tesis que pu-
siera en tela de juicio la primacía de la seducción en
Laplanche. Sin embargo, de una u otra manera, debe-
mos preguntarnos de qué modo la formación del suje-
to implica un marco para comprender la respuesta
ética y una teoría de la responsabilidad. Si algunas
versiones de la indagación moral autocentrada nos
devuelven a un narcisismo que se apoya en modos so-
cialmente impuestos de individualismo, y si ese narci-

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Judith Butler
Dar cuenta de sí mismo
MUTACIONES

En fecundo diálogo con brillantes pensadores de nuestra época


—como Adorno, Foucault, Levinas y Laplanche—. esta obra re-
nueva de manera fundamental la práctica ética, reafirmando con
inusitado vigor que la reflexión moral no debe ser considerada
SÉ fuera del contexto social y político en el cual se formula. Si bien
la filosofía moral tiene una tendencia natural a idealizar el sujeto moral, con-
firiéndole, con demasiada ligereza quizás, una autonomía que supone inherente a
él, importa contrarrestar esta tendencia tomando como punto de partida la expe-
riencia intransferible del carácter relacional de cada vida. Ninguna vida podría
referirse a sí misma y llegar a construir el relato adecuado de su desenvolvimien-
to, así como tampoco hablar de su emergencia en el mundo. Lo que se sustrae a
ella no son solamente las condiciones de su nacimiento y de su desarrollo, sino
también las formas sociales que permiten leerla. El reconocimiento de sí mismo
por uno mismo es incompleto. Situado en el relato de los otros, está asediado por
las formas de justificación que de allí provienen, y acaban por hacer imposible
todo procedimiento de reconocimiento.

La relación al otro deviene constitutiva de la relación imposible a sí mismo.


Es en ese contexto de desposesión que resulta urgente, según la autora, proceder
a una indagación sobre las condiciones de posibilidad de una relación moral a s:
mismo y a los otros, que no haga violencia a ese contexto sino que. por el con-
trario, lo tome en consideración. Debemos aceptar que la ética es violenta desde
el momento en que ella se arroga el derecho de sobrepasar los contextos singu-
lares en los cuales se encuentran ubicadas las existencias para formular prescrip-
ciones universales.

JUDITH BUTLER es profesora de Retórica y Literatura Comparada en la Univer-


sidad de Berkeley, California. Considerada una de las teóricas más importantes
del feminismo y de la teoría queer, trabaja desde hace varios años en una nueva
reflexión sobre las relaciones entre psicoanálisis y filosofía. Entre sus obras pode-
mos mencionar Undoing Gender, The Rychic Life qf Bnver: Timones in Subjection y Genáer
Trouble: Feminism and the Subversión qf Identity, además de Subjects qf Desire. Hegeliar.
Refledions in Twentieth-Century Trance, que nuestro sello editorial publicará próxima-
mente (Sujetos del deseo. Reflexiones hegelianas en la Francia del siglo XX).

ISBN 978-950-518-723-2

Amorrortu /editores 789505"187232

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