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HAY QUE VER MÁS ALLÁ DE LOS OJOS.

Vivimos en un mundo signado por el capitalismo, lo cual no quiere decir que todos los seres
humanos estén obligados a viajar hacia él. Las sociedades de consumo requieren de seres
consumistas, con expectativas al compás del mercado, sobre la base de la libre e
incontrolable competencia, no para satisfacer las necesidades del ser humano, sino de un ser
que se diseña para satisfacer las necesidades del mercado.
Frivolidad, banalidad y ostentación son presupuestos de esa "cultura masiva" que tiene como
objetivo inventar una especie de felicidad asociada y dependiente de marcas y etiquetas. Es
seudocultura, pues responde a los intereses del mercado y no del ser humano.[43] Es cultura de
la incultura, pues en lugar de promover la evolución espiritual, persigue la involución del
hombre, limitar su mentalidad a la ambición material, es decir, como lo vio Martí: "…mucha
tienda y poca alma". Es contra- cultura, ya que se opone a la poesía, al arte profundo, y no por
azar sino por esencia. Un ser humano culto es el cadalso del mercado.
En plena coincidencia con Fidel Díaz: "la realidad de esta época no es que el hombre no quiera
pensar, es que no lo dejan, que le han inculcado el "hábito" de digerir esa seudocultura que lo
acosa por todos lados reduciendo- casi hasta la nulidad- su disposición hacia la reflexión; no
lo pueden dejar pensar, porque de pensar comenzaría a escaparse de las redes del "tener o no
tener" hacia el "ser o no ser" y dejaría su estado de homo de consumo".[44]
La globalización neoliberal nos circunda como preludio de la invasión de su mercado; la nueva
colonización no viaja en carabelas- llega por vía satélite desde el ciberespacio y lo grandes
medios de comunicación. Debemos permanecer alertas para enfrentar ese enemigo que es el
seudoarte, de los que no dicen nada, el de modas y vidrieras paradisíacas, el del
entretenimiento superficial y hueco, el del mimetismo norteño, el del populismo banal que
brota de mentes mediocres. Nuestra principal coraza es el amor espontáneo y profundo, el del
trance impasible, el del pensar audaz, el del arte que lucha por la humanidad toda, su libertad y
sus utopías.
Un juicio, por ejemplo, que permita ver en la película, como señala Marshall McLuhan: "…una
ciudad fantasma poblada de falsas apariencias"[45], la representación grácil de astucia, de
artimaña, de propaganda se desenvuelve con suficiente poesía y habilidad para que detrás de la
fachada, emerja aquello de lo que substancialmente se trata: la ideología.
Las imágenes de los medios de difusión masiva audiovisuales son máquinas insistentes hechas
para que florezcan y triunfen, estúpidos y soberbios, los estereotipos ideológicos. La angustia
que estas imágenes suscitan nace de su misma abundancia, de su vehemente carácter de
mercancías, multiplicadas por las industrias culturales contra las que debemos permanecer
alertas.

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